
El libro que tengo entre manos [1] recoge los testimonios de diferentes personas llamadas a declarar por su relación más o menos directa con el personaje-bisagra ya citado, Tomás Bilbao. Pero en seguida se ve que, sin hablar de pretexto, los autores que acaban de conocerse y reconocerse como primos por accidente lo que hacen es contarse sus vidas. Se trata en efecto de dos autobiografías proyectivas, dos películas de autor donde Marina y Jon se descubren mutuamente a través de sus respectivos entornos familiares, con el misterioso Tomás Bilbao como leitmotiv, cantus firmus y bajo continuo.
Dos escollos debo evitar. El primero, hacer comparación entre dos relatos incomparables. El segundo, semejante al primero, juzgar a las personas. Quede esto para Marina, que tan bien se ha desempeñado con su gente, y quede sobre todo para Jon, que por su parte no va a disimular sus opiniones y sentimientos. Hombre, si digo que la familia de ella es como más desvalida y en ese sentido mueve a com-pasión (pero sólo en el sentido etimológico del término), ya parece que estoy comparando. Y más si se me ocurriese añadir que antecesores de Jon, como su bisabuelo don Patricio de Bilbao o su abuelo don Pablo Juaristi, no me inspiran sim-patía alguna; cosa que por otra parte a nadie le importa.
El abuelo Pablo
El propio Jon obviamente no sufre esa inhibición, y como en otras ocasiones usa su privilegio de autobiógrafo proyectivo para ajustar cuentas familiares, en especial con el abuelo. Pues si una vez escribió aquello de
“nuestros padres mintieron, eso es todo” [2],
en su caso debe de ser metonimia imperada por el metro, ‘padres’ por antepasados o mayores en general.
¿Y en qué mintieron? ¿cuál fue esa mentira total? Hela aquí:
«Algo que en mi familia se nos dejaba claro desde el principio es que habíamos tenido la inmensa suerte de nacer nobles» (pág. 252).
«Pedías explicaciones a tus mayores, y entonces te enterabas de que tu nobleza… derivaba del hecho mismo de ser vasco. Eras noble, porque eras vasco, y tu sangre no se había mezclado con la de judíos, moros, godos y maquetos en general. Entonces te acometía la angustia: ¿y qué pasaba con tu familia materna, esos Linacero y Peña cuya maquetez se olía a distancia? Mi abuelo Pablo me miraba con pena, como debían de mirar los propietarios de ingenios en Cuba al nieto mulato…, y para consolarme decía:
–Hombre, los Linacero eran gente muy culta, no como el resto de republicanos y socialistas.
De los Peña, ni palabra…
¿Cómo había sobrevivido esta sandez de la nobleza colectiva de los vascos en la Bilbao industrial?»
«Esta sandez.» Es un descargo que sean vascos –siquiera vascos a medias– los que descalifican, porque los nada vascos carecen de autoridad para meter baza en estos asuntos, aunque algunos no podamos contener la risa. Risa de conejo, cuando caes en la cuenta del alcance de esa mentirilla de apariencia inocente. Hoy te dirán que aquel racismo era un andancio de la época; que hoy en día todo el nacionalismo vasco, la izquierda abertzale y hasta la propia ETA reconocen apellidos foráneos, sin distinción. Las dos últimas palabras hoy por hoy están de más, y el día que dejen de estarlo será el fin del nacionalismo. Entre tanto, ‘sin distinción’ entre apellidos foráneos, concedo; sin distinción con los vascos, ¡anda ya!
Genio y figura, el abuelo Pablo recibirá del nieto Jon en las páginas 368 y sigs. una despedida inmisericorde. No sin previo aviso (pág. 362):
Genio y figura, el abuelo Pablo recibirá del nieto Jon en las páginas 368 y sigs. una despedida inmisericorde. No sin previo aviso (pág. 362):
«Mi abuelo… no renegaría jamás… de sus convicciones nacionalistas… Los resentimientos de mi abuelo tuvieron una influencia decisiva en la deriva hacia ETA de los nietos a los que directamente indoctrinó en su versión ortodoxamente aranista del nacionalismo vasco, inasimilable por un PNV que jugaba, desde la posguerra, la baza de la democracia cristiana.»
Bueno, eso que también se llama «la doble alma del PNV» realmente ya se daba de algún modo mucho antes, cuando el bisabuelo Patricio prestaba militancia clientelar en la línea pragmática de los Sota, frente a la ortodoxia aranista, representada por su yerno, el abuelo Pablo. Pelillos a la mar, donde este último se retrata de cuerpo entero es en los documentos que el nieto transcribe, como muestra de cómo enfocaba dicho señor su expulsión de la Caja de Ahorros Vizcaína, dirigidos unos a la administración franquista, otros al obispo diocesano.
«Pablo Juaristi seguía despreciando al Estado franquista, como había despreciado al republicano, y a España en general, sin tomarse la menor molestia en disimularlo… Como nacionalista, se había mantenido –o eso creía– al margen de un conflicto de maquetos. En el fondo, debía de saber que su nacionalismo era la causa de su despido, de su encarcelamiento, de su proceso militar y de la negativa de la Caja a reintegrarlo en la plantilla, pero admitirlo ante jueces o directivos habría equivalido a confesar que se daba por enterado de que los españoles tenían un problema que también a él le concernía, y eso nunca.»
«Mi abuelo era bastante chulo, por decirlo finamente»: es obvio que una cosa así sólo puede escribirla un nieto. Que por otra parte tampoco es reproche, como lo sería en boca o pluma de un extraño. Esa chulería como idiosincrasia tampoco nos concerniría a los lectores, de no ser porque refleja un punto de vista mucho más extendido hoy que entonces. Todo el movimiento soberanista (incluida una de las almas de ese caso teratológico que es el PNV) comparte la chulería de pensar que los vascos son ellos, que la tierra es suya, que la democracia la detentan ellos, y en consecuencia se conducen como si ese supuesto derecho suyo originario e imprescriptible primase sobre la realidad política. Y en cuanto rascamos un poco, ay, enseguida asoma el rH, la limpieza racial, los apellidos vascos en base cuatro y en base ocho.
Nuestros padres murieron, pero su mentira sigue viva como nunca. Por eso no desaparece ETA.
El arquitecto Tomás Bilbao, hijo del contratista Patricio Bilbao, se despide de Bilbao no como constructor, sino al contrario, cumplido el encargo del primer lendacari Aguirre de volar los puentes de la Invicta Villa, como quien gana tiempo para escapar hacia el desastre y la vergüenza de Santoña. A partir de ahí, en el exilio, Tomás Bilbao –fundador de Acción Nacionalista Vasca (ANV), no se olvide–, sin renunciar al nacionalismo se entrega a la república como ministro de Negrín. Las más de 60 páginas últimas que le dedica Juaristi, desde la 378 en adelante, son un intento más meritorio que logrado de desentrañar la personalidad definitivamente enigmática del personaje que vertebra todo este interesante estudio.
Para alguien como yo, de la generación anterior a la de Jon, su trabajo es doblemente apreciable. Lo primero, al comprobar que es fiel a la idea que otros testigos tenemos, incluso de una etapa que él no alcanzó, y sin embargo domina. Y lo segundo, en un ambiente reducido como era el de aquella Bilbao hasta el franquismo, por el inevitable cruce de situaciones familiares convergentes, divergentes y paralelas.
En mi familia, por ejemplo, teniendo bien poco que ver con los Bilbao-Juaristi, encuentro paradojas similares a la suya con los Linacero. Deriva del carlismo hereditario de mi abuelo en mis tíos hacia posiciones republicanas variopintas, incluido un nacionalismo tibio, en parte contraído en la militancia católica parroquial, en parte también clientelar paterno, y de consecuencias catastróficas en la depuración franquista.
No lo digo como cosa interesante. De hecho, ya me importa bien poco incluso a mí mismo. Me refiero a que este libro, esta “indagación republicana”, además de información valiosa y bien contada, a muchos traerá también la propina de recuerdos más personales.
Dos fontanas
El motivo de las aguas y de las fuentes ha sido fecundo para los paradoxógrafos o coleccionistas de maravillas. En particular, dos fuentes próximas con propiedades diferentes siempre han llamado la atención: una salada, la otra dulce; una clara, la otra turbia; una caliente, la otra fría. De esta condición eran las dos que junto a los muros de Troya vertían al río Escamandro, según la Ilíada (XXII: 143 y sigs.). O la doble Fuente del Niño y de la Niña, en la Atalanta fugiens [3], recreación barroca del chorro sagrado del oráculo de Júpiter Amón, ardiente y glacial, en el oasis de Siwa, a donde peregrinó Alejandro Magno.
¿Cuál es aquí la fuente fría, y cuál la caliente? Yo diría que en este libro se cumple el epigrama latino que ilustra el icono: «Caliente la fuente del Niño, fría la de la Niña»:
Sunt bini liquido salientes gurgite fontes,
Hinc Pueri calidam suggerit unus aquam:
Alter habet gelidam, que Virginis Unda vocatur,
Hanc illi jungas, sint aquae ut una duae:
Rivus et hic mixtas vires utriusque tenebit,
Sea cual fuere, lo importante es que, fundidas las dos en una misma corriente, sus propiedades se mantienen inconfusas. Enhorabuena y gracias, Marina y Jon.
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[1] A cambio del olvido. Una indagación republicana (1872-1942). Barcelona, Tusquets, 2011.
[2] ‘Suma de varia intención’ (1987). En Poesía reunida (1985-1999). Madrid, Visor, 2000.[3] Michael Maier, Atalanta fugiens, hoc est, Emblemata nova de Secretis Naturae Chimica. Oppenheim, 1618, Emblema 40.