martes, 2 de noviembre de 2010

La Raya



Debemur morti nos nostraque. Una vez más, Horacio traduce y adapta a su propósito un aforismo griego: «a la muerte todos nos debemos» (θανάτῳ πάντες ὀφειλόμεθα).

Todo es perecedero. ¿Algún ejemplo? Como si hiciera falta, el poeta trae varios de la ingeniería romana reciente. El hombre ha alterado la Naturaleza, ella volverá por sus fueros borrando toda obra humana, por flamante y soberbia que sea ¿A qué toda esa filosofía? Viene a cuento de la evolución del lenguaje, de las palabras y los giros, tan caduco todo ello como el follaje anual (Arte poética, 58-69):


Licuit semperque licebit
Signatum praesente nota producere nomen.
... 
mortalia facta peribunt,
Nedum sermonum stet honos et gratia vivax,

(Siembre fue lícito, y lo será, producir palabra sellada con nota de actualidad… Las hechuras mortales perecerán. ¡Como para que el habla se tenga fija en candelero y en gracia siempre viva!)

Si Horacio hace filosofía de todo, eso es decir que la Muerte tampoco se libra del hado. Nada supersticioso, se atreve a llamarla por su nombre, aunque sin llegar al extremo de apostrofarla, como hace san Pablo imitando al profeta Oseas (13: 14; 1 Corintios 15: 55); ni tampoco le gusta mentar a los muertos.
En latín, como en eslavo, la Muerte es femenina, no como en griego o germánico, donde se viste por los pies y es una especie de Cobrador del Frac. En Horacio, la Dama de Luto se identifica fácilmente con la Parca «nunca mentirosa».
Lo bueno es que la mención de tal señora nunca es banal. Incluso cuando más podría serlo, el genio de Horacio transfigura el tópico, y ya tenemos tema de reflexión. Por ejemplo:

Mors ultima linea rerum est.

«El punto final de todo, la muerte»: ¡Valiente vulgaridad!... ¿Vulgaridad? ¿O sólo mala interpretación? En una parodia de Eurípides (Las Bacantes), la alusión al suicidio como una forma más de muerte ‘natural’ libre y digna no puede ser vulgar. No lo es. Ya la misma palabra latina linea hace reflexionar.
‘Línea’ significa varias cosas. Ante todo, es un sustantivo con forma adjetival femenina: hebra de lino. El lino era la planta textil por excelencia, para hilaturas, cordelería y tejidos. Línea era también una raya dibujada, más o menos fina, incluso la línea abstracta de los geómetras.
Línea era también el renglón de escritura. Nulla dies sine linea. Aunque para ser exactos, ese dicho no fue de algún escritor, sino del pintor Apeles, según Plinio (Historia Natural, lib. 35, cap. 10): «Por lo demás, fue costumbre perpetua de Apeles no tener nunca tan ocupado el día, que no practicara el arte trazando alguna línea, y de él vino el proverbio».
Pero la gente no pinta ni escribe su propia muerte –una excepción fue mi malogrado amigo el periodista Javier Ortiz–, porque más que gráfica, su línea es temporal. Es una raya que se pisa y pasa, como la que en el circo se trazaba con greda blanca o tiza (calx, creta), con los ‘jueces de línea’ atentos a qué corredor la cruzaba el primero.

La certidumbre incierta: otro tópico de la muerte. Otra banalidad, que en Horacio tampoco lo es.

Tú no preguntes (es saber prohibido)
cuál fin a mí, a ti cuál los dioses dieron,
Leucónoe, ni tantees
números babilonios. Lo que venga
aguanta como puedas,
así te guarde Dios muchos inviernos,
o éste sea el postrero, el que apacigua
entre chocar de pómez mar Tirreno.
Ten seso, el vino afloja, a corto plazo
cercena largo anhelo.
Mientras hablamos, se nos habrá ido
esquiva edad. Así que toma el hoy,
y del mañana fíate lo menos.

Ay cuántas veces y de cuántas maneras se habrá traducido la Oda 11 del libro 2, a la misteriosa doña Leocónoe (‘Mente-en-Blanco’). Por si acaso, a ésta mía junto el original, mucho más horaciano, más fiel al pensamiento del poeta:

Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
finem Di dederint, Leuconoe; nec Babylonios
tenteris numeros. Ut melius quicquid erit pati,
seu plures hiemes, seu tribuit Iupiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum. Sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces: dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

6 comentarios:

  1. Encuentro, admirado BELOSTICALLE, demasiado literal su traducción del Carminum I, 11.
    Ésta, que no es mía, me parece más clara y poética (aparte del sentido, hoy algo oscuro, de la alusión a “filtrar los vinos”, que imagino paralela al “colige, virgo, rosas”)

    No pretendas saber, pues no está permitido,
    el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
    nos tienen asignados los dioses,
    ni consultes los números Babilónicos.
    Mejor será aceptar lo que venga,
    ya sean muchos los inviernos que Júpiter
    te conceda, o sea éste el último,
    el que ahora hace que el mar Tirreno
    rompa contra los opuestos cantiles.
    No seas loca, filtra tus vinos
    y adapta al breve espacio de tu vida
    una esperanza larga.
    Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
    Vive el día de hoy. Captúralo.
    No fíes del incierto mañana.

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  2. Más razón que un veneno, MONSIEUR. Hasta en el libro hemos marrado (el I, no el II). Es lo que tiene colgar uno a altas horas lo primero que se le ocurre, en vez de irme a la cama tras una paliza cortando leña. Prometo que no volverá a suceder. Con Horacio no, y menos de bajonazo.

    Para colmo, hoy, precisamente hoy, me cae encima toda la autoridad del autor de Anuncios por palabras, sal pura tirrena, desde el primer verso al último quebrado, tan en su sitio («ejemplar bolivariano / de gorila»). De la risa, me ha reventado usted el Día de Difuntos, no le digo más. En casa siempre fue una fiesta de las de estar serios.

    De este Horacio supongo que conoce la traducción de Don Leandro. El comienzo es casi como en la que usted cita, y tampoco sigue mal, pero al final desbarra. ¡Qué manía con el goce y el placer! Epicuro era un sabio, señor mío.

    La expresión vinum liquare significa ‘aclarar el vino’ (por filtración o decantación), pero también diluirlo en agua, como se hacía para aflojarlo y que no pegase en la cabeza (sapias).
    También había puesto yo, «Mientras hablamos se nos va la vida / esquiva», pero lo cambié, por respeto al subjuntivo (fugerit). Aparte de que ‘aetas’ es otra cosa: respecto a la vida, es su fugacidad en el tiempo.

    ¿Y el carpe diem? No será intraducible, pero casi. Coger el día a día, tomarlo al paso, con naturalidad, como quien coge una fruta, al paso. Nada de agarrar el hoy, ni ‘capturarlo’. Echarle el guante, tal vez.

    Glosar a Horacio es relativamente fácil. Traducir al más exacto de todos los poetas, sin espantar a la musa en el empeño, una proeza.

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  3. Querido BELOSTICALLE:
    Mire su merced que estos tiquis-miquis de que hablamos palidecen ante el mérito (y el placer) de traducir a Horacio por uno mismo.
    (Las criaturas de la LOGSE ni siquiera saben, no ya quién fuera Horacio, sino qué cosa es el latín).
    Encuentro que ese "filtrar el vino" podría muy bien ser una metáfora del paso del tiempo asumida en la época.
    ¡Qué tendrá el vino, BELOSTI amigo, que nos pone trascendentes!
    Un saludo.

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  4. Aplastado ante la belleza expresada por Horacio, se me hace patente la convicción de que "todo está ya escrito", mayormente en la Grecia antigua (de la que el poeta romano era sin duda heredero).

    Dos botones de muestra: Mateo 6:34 y el "Que se nos va la Pascua, mozas" gongorino, sobre todo cuando dice:

    Porque de caducas flores
    Teje el tiempo sus guirnaldas


    En cuanto al término 'aetas', ¿no está solamente reoresentado el concepto de 'edad', sino también la raíz del concepto 'eternidad'? ¿No nos da alguna pista de que la 'vida eterna' no es, pues, otra cosa que la 'vida con edad', o sea, la 'vida vivida' (y no la imposible 'vida de duración infinita')?

    ¡Ay, los pocos sabios que en el mundo han sido son también los menos atendidos, no digamos ya entendidos!

    Queridos amigos (BELOSTICALLE, MONSIEUR), me producen ustedes un bien impagable. Soy un poco mejor después de leerles.

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  5. "¡Qué tendrá el vino, BELOSTI amigo, que nos pone trascendentes!"

    Pregunta MONSIEUR, retóricamente.

    En una hermosa película (me temo que no muy conocida) titulada en español: "Algo en qué creer" (Mass appeal), el gran Jack Lemmon hace el papel de un cura católico con una marcada afición hacia el morapio, que la justifica con la siguiente lapidaria sentencia: "Convertir el agua en vino fue el primer milagro de Nuestro Señor. Sabía lo que se hacía".

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  6. LINDO GATITO, muy a punto trae usted sus provisiones al pique.
    Lo del Evangelio está muy bien, «basta a cada día su malicia», se ve que Nuestro Señor no era un optimista.
    Usted sabrá que esa frase en griego era la aproximación de un refrán arameo: dayyah latsarah besha‘tah; literalmente, «baste al cuidado [ser o venir] en su hora». Franz Delitzsch en su traducción del Nuevo Testamento al hebreo no pone otra cosa. Aparece igualmente en el Talmud (Berakhoth, 9b), y a lo que veo, es el único comentario pelado que pone al texto evangélico el gran John Lightfoot en sus Horas talmúdicas.

    Ah, y volviendo a Horacio, que no se me pase revelar mi sospecha:
    Leucónoe (Mente Blanca, o Mente en Blanco) pudo ser una señora algo dada al frasco, o mejor el alma del poeta. Horacio a veces apostrofa a seres con los que se identifica.

    Un día de estos, si les parece, ‘nos bebemos’ la oda 3, 21, O nata mecum. Va dirigida a una pia testa, una querida barrila de vino imposible, que en mi opinión es la propia testa o mollera del poeta.
    Esa botija de vino era su carnet de identidad: «nacida conmigo en el consulado de Manlio»; o sea, el año 65 a. de C.

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