La amante del Bautista
Resuelto el enigma Herodías / Holda, queda por ver qué hubo entre Herodías/Salomé y Juan el Bautista. Sólo conozco una referencia a esa leyenda: en el Isengrim.
Isengrim es el título que dan a un poema épico-burlesco de mediados del siglo XII, en cerca de 3.300 dísticos elegíacos de aceptable factura. Olvidado desde el siglo XV, su descubridor Mone lo publica en 1832 con el título de Reinardus Vulpes (Reinardo el Zorro), cometiendo la gran pifia de considerarlo obra del siglo IX reescrita en el XII a base de embutido.
En pleno furor del Roman de Renart, editado por Méon (1826), el gran Grimm no ayudo mucho con sus luces, ocupado él mismo en su edición del Reinhart Fuchs (1834), versión alemana del fabliau que entusiasmó a Goethe.
Nuevo editor, E. Voigt (1884) lo identifica y fecha como Ysengrimus (h. 1150), atribuyéndolo a Nivardo, canónigo maestrescuela de Santa Faraílda de Gante. Pero es a J. Mann a quien debemos una edición moderna, que hace accesible una sátira magistral, aunque a menudo oscura, por alusiones no todas resueltas [1]. El autor mantuvo la trama de fábula animalística, cuyos héroes para el caso son el lobo Isengrim, juguete del astuto zorro Reinardo, adaptándola a una crítica social y eclesiástica muy punzante.
La alusión a la bailarina enamorada del Bautista se da en un contexto burlesco que conviene conocer.
Reinardo ha robado el gallo del cura Bovo, y la vieja ama Aldrada se dispone a asestar un hachazo al ladrón, invocando al efecto una letanía de santos que a ella le suenan de oído: la Virgen, san Pedro, san Miguel o santa Brígida, por supuesto, con una santa Ana equivocada, más la imaginaria pareja formada por san Excelsis y santa Osanna, santa Aleluya, mujer de san Pedro, las auxiliadoras Helpvara y Notburgis, «el fiel san Celebrant, gracias al cual, a falta de testigos, Roma fue dada a Pedro»; y en fin,
«Farahílda la virgen, entregada a injusto trabajo».
Y aquí llega lo bueno:
Por ésta hija, famoso Herodes fue, y fuera dichoso
también, de no haberla herido amor desdichado.
Porque en su frenesí de yacer con solo el Bautista,
la doncella habia hecho voto: ser suya, o de nadie.
Molesto el padre al saber del extraño amorío,
al inocente Juan con el hacha feroz decapita.
Contristada la joven, pide en bandeja le traigan,
y el regio cliente así lo hace, la testa truncada.
Con muelles abrazos estrecha la santa cabeza,
riégala con su llanto, también besarla desea.
Pero de sus besos huyendo la cabeza resopla,
y en el torbellino, por el patio la joven se eleva.
Desde entonces la ira de Juan la persigue sin tregua
y la empuja por el vasto cielo con su resoplido.
Y el que vivo a la pobre no amó, ahora muerto la acosa,
sin que los hados la dejen morirse del todo.
Un honor su dolor, un respeto su pena reduce:
de humanos un tercio como a su dueña la sirve.
Entre avellanos y encinas, del filo de la media noche
hasta el primer cantar del negro gallo, se sienta
la que hoy Farahílda se llama, y antes Herodías
la bailarina, sin conocer varón ni jamás conocida [2]
No he tenido más remedio que poner abajo el texto latino, para que nadie imagine que ha salido de mi pobre cabeza ese anticipo asombroso de la propulsión a chorro: la testa cortada del Bautista convertida en motor a reacción, arrastrando al rebufo para siempre, en la turbulencia de su resoplido, a la desventurada Herodías / Salomé / Farahilda.
Menos mal que en las noches (o en determinadas noches) el fenómeno se suspende desde la medianoche hasta el primer aviso de Cantaclaro, para que la Dama Triste pueda sentarse en majestad, en el boscaje de encinas y avellanos, a recibir el homenaje de sus fieles, ahí es nada: un tercio del género humano, se calcula. Porque hasta el amor culpable tiene su compensación y premio.
Santa Farahílda, o los trabajos de la virtud
A todo esto, ¿quién fue la santa Farahilda de verdad, la de carne y hueso? La de carne, no sé. De lo otro, los únicos huesos reales de esta santa fueron los que se trasladaron en procesión a su iglesia de Gante el año 1073, aunque nadie pudo garantizar que fuesen los de ella. En primer lugar, porque Gante, y todos los Países Bajos, fueron una gran oficina de reliquias espúreas y leyendas santorales fantásticas. Por algo la patria de los Bolandistas tuvo que ser Bélgica.
La leyenda de santa Farahílda virgen, y medio mártir la pobre, que habría vivido en los siglos VII/VIII, hablaba de una doncella de sangre noble, que se vio (como aquí se dice) «sometida a injusto trabajo», como fue casarse por obediencia a su señor padre. Hasta ahí llegó, y de ahí no pasó. Porque una vez pronunciado el ‘sí’, en cumplimiento del cuarto mandamiento, la doncella notificó a su esposo cómo ella tenía hecho voto de virginidad; así que, sintiéndolo mucho, no podía hacer otra cosa que invitarle a hacer él otro tanto.
Y más decía la leyenda. Frente a un marido que a fuer de joven sería fogoso, la santa por quitárselo de encima muchas veces faltaba de casa noches enteras, que pasaba en un convento vecino rezando. El muy incomprensivo, ahora también celoso, se volvió maltratador, para mayor mérito de Fara. Como dice con zumba aquí el poeta: «el trabajo era duro, pero los santos hacen lo que les da la gana (sed sancti faciunt qualiacunque volunt)».
Si Farahilda fue un poco excéntrica en su conducta, sus milagro fueron a juego. Mientras los santos corrientes, cuando mucho, mudan las piedras en pan, ella lo hizo al revés: en su iglesia se mostraban dos o tres que fueron panes, convertidos en piedras de verdad. Y puesta a resucitar, no incurrió en la vulgaridad de devolver la vida a persona alguna, sino a una oca salvaje que un criado se estaba comiendo sin permiso. Reclamó los huesos, las plumas y lo que quedaba del festín, y con la paciencia y el arte propio de una taumaturga restauró el ave para mejor ocasión. Por eso a santa Farahila la representan con unos panes pétreos en brazos, y a su lado la oca de compañía.
Ahora bien, aunque el editor Mann prefiere escribir el nombre sin hache, yo pongo Farahílda, como escribían antes, porque así recuerda mejor a la Herodías / Holda del canon Episcopi, que un clérigo culto como era Nivardo conocía perfectamente. Lo cual aprovecho para declarar mi escepticismo sobre el autor del poema. Un canónigo ni en broma se permitiría esa tomadura de pelo a cuenta de la santa titular de su propia iglesia.
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[1] . Nivardus: Ysengrimus. Texto con traducción, comentario e introducción, por Jill Mann, Brill, 1987.
[2] Traditaque iniusto Pharaildis virgo labori,
sed sancti faciunt qualiacumque volunt.
Hac famosus erar felixque fuisset Herodes
prole, sed infelix hanc quoque lesit amor.
Haec virgo thalamos Baptistae solius ardens 75
Voverat, hoc dempto, nullius esse viri.
Offensus genitor, comperto prolis amore,
Insontem sanctum decapitavit atrox.
Postulat afferri virgo sibi tristis, et affert
Regius in disco tempora trunca cliens. 80
Mollibus allatum stringens caput illa lacertis
Perfundit lacrimis osculaque addere avet.
Oscula captantem caput aufugit atque resufflat,
Illa per impluvium turbine flantis abit.
Ex illo nimium memor ira Iohannis eandem 85
Per vacua celi flabilis urget iter.
Mortuus infestat miseram, nec vivus amarat,
Non tamen hanc penitus fata perisse sinunt:
Lenit honor luctum, minuit reverentia penam: 90
Pars hominum meste tertia servit here.
Quercubus et corylis a noctis parte secunda
Usque nigri ad galli carmina prima sedet.
Nunc ea nomen habet Pharaildis, Herodias ante,
Saltria nec subiens nec subeunda viro.
Edic. cit., pág. 266.
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