sábado, 8 de mayo de 2010

Babel-barbarie (y 4)


1. Preámbulo lógico. Va siendo hora de olvidar para siempre Babel o barbarie. Pero no sin antes hacer glosa del título. ¿Qué quiere decir exactamente?

La disyuntiva o tiene dos acepciones lógicas, OR y XOR:
‘Babel’ OR ‘barbarie’ (‘Babel’, o sea ‘barbarie’)
‘Babel’ XOR ‘barbarie’ (O ‘Babel’, o ‘barbarie’, una de dos)
Mal comienzo, titular un libro con esa ambigüedad. Podría al menos darse alguna explicación en la cubierta o las solapas. Pues no. Todo lo más, la cubierta posterior debuta con esta charada:
«…que Babel sea considerada no una maldición sino una bendición, puesto que es la diversidad lingüística lo que hace posible que los seres humanos nos comprendamos mutuamente
Este oxímoron, mejor dicho, este disparate ofensivo al sentido común, deja claro que no va a ser la lógica la llave para abrir un libro que, en efecto, se revela al lector como el baúl de la vaciedad.

¿Y qué pinta en todo esto la barbarie? Aplicando la lógica al título del libro, a la luz de la revelación que acabo de citar, el resultado tiene que ser (ahorro las ‘tablas de verdad’): barbarie = maldición.

Eso, ya digo, aplicando la lógica común, apenas tenida en cuenta por el autor. Porque lo correcto sería, en vez de andarse con historias de bendiciones y maldiciones, empezar definiendo qué es barbarie. Y a lo mejor resulta que la política lingüística que defiende Patxi Baztarrika, aparte de ser una barbaridad, nos lleva derechamente a ser más bárbaros.

2. Vascuence y/0 barbarie. El vascuence, como cualquiera otra lengua, es inocente. No lo es en cambio la matraca que se nos inflige sin misericordia desde hace 30 años –toda una generación, que se dice pronto–, sin vislumbre de alivio en el horizonte.

Llega un punto en que la agresión se vuelve tan molesta, que hace saltar la pregunta ‘políticamente incorrecta’, en román paladino:
–Pero vamos a ver, qué chulapico tiene el euskera ese de los potros, para que no hablemos de otra cosa?
Y una vez más va a ser que el euskera sigue siendo inocente juguete de unos desaprensivos que lo explotan para sus fines particulares. Fines que, como los mandamientos del Decálogo, se encierran en dos:
1º. Construir nación Euskal Herria; y
2º. Mientras lo anterior llega o no llega, vivir del cuento del euskera.
Todo lo demás que se diga es adorno y propaganda.

Que el vascuence sea inocente, no quita para que tenga sus defectillos y lunares, incluida su barbarie. ¿Y qué hace bárbara a una lengua?

La palabra bárbaro es una onomatopeya de origen ario. Es el equivalente del hebreo balal (supuesta etimología de Babel, en la Biblia). Su significicado es balbucear, balbuceo, aplicado al habla de los extranjeros. En griego, lo bárbaro tiene doble acepción: 1º) es la lengua extranjera en oídos propios; como también 2º) es la lengua propia oída de bocas extranjeras. Bárbaro era, ante todo, el que no habla (bien) el griego, porque no es griego.

Ya lo sé, todo esto parece una aldeanada impropia de una mentalidad excelsa como la griega. ¿Pues qué creíamos? Aquí mismo, en casa, tenemos a un pueblo tan inteligente como el griego, y que cae en la misma ordinariez. Hablo de los vascos. También el vasco es despectivo para con sus ‘barbaros’, los erdeldunes. Frente al euskera, todas las otras lenguas forman el batiburrillo del erdera, y el propio vascuence mal hablado ‘erderiza’, como el griego mal hablado ‘barbariza’.

Esta distinción tan primaria y tan común –recodemos, en la España medieval de la Reconquista, ‘algarabía’ frente a ‘castellano’ (o ‘cristiano’)– se refería primariamente a la fonética, no a la incorrección gramatical o léxica, aunque todo terminó envuelto en los términos ‘barbarizar’ y ‘barbarismo’.

Cuando una lengua gana imperio fuera de la tribu y se hace más universal, la prosodia pierde importancia. Ocurrió primero con la koiné griega en el mundo helenístico, luego con el latín en el Occidente del Imperio, y hoy con el inglés globalizado. La palabra ‘bárbaro’ significa entonces otra cosa: el que sólo conoce su lengua propia, o el que ignora la lengua común.

3. La lengua franca. En los albores de la Edad Media irrumpen en el limes (la muga, para entendernos) los bárbaros del Este, del Sur y del Norte. Estos últimos, sobre todo, dan el golpe de gracia al Bajo Imperio de Occidente y son los portadores del germen de Europa.

Pues bien, son estos pueblos los que, al reconstruir el Imperio, se otorgan el latín como lengua común, lingua francorum > ‘lengua franca’. Desde Carlomagno, franco empieza a significar ‘común’. Una acepción que recoge el vascuence; como en la copla de Urquiola:
Frankok egiten dio          San Antoniori
egun batean joan ta       bestean etorri.
(‘Muchos lo hacen, a San Antonio un día ir, y el otro venir’. En otra ocasión pienso volver sobre aquella bendita usanza de la ‘dormida’ o incubatio religiosa en los santuarios.)

Así que ‘franco’ = común. Pero también ‘europeo’. Mientras los bizantinos se llamaban a sí mismos ‘romanos’ –en árabe Rûm (رُوم), y el Mediterráneo Oriental era el ‘Mar de Rum’ (بَحْرُٱلرُّومِ)–, desde las Cruzadas, los europeos en general son los ‘francos’ (فرنك , faranc, إفرنج , ifranch o faranchis) por todo Levante, y de los mercaderes árabes aprenden ese nombre los asiáticos, hasta Indonesia –donde (por culpa de los holandeses, supongo),  farangui se hace sinónimo de ‘ladrón’, como pudo comprobar Andrés de Urdaneta–. Para los árabes, Europa fue primero una especie de ‘Unión Europea’, denominada por ellos ‘los Países Francos’ (بلاد ألإفرنج). A todo esto, Franco…, ¡perdón!, quise decir Carlomagno llevaba siglos criando malvas.

Estas antiguallas conviene refrescarlas en atención a los conciudadanos nacionalistas, siempre con su mito anacrónico del imperialismo lingüístico, como si aquella gente antigua hubiese padecido la idiocia actual identitaria. Fueron bábaros, qué duda cabe, pero no tan imbéciles como para dar vivas a Babel, teniendo el latín –o el árabe, otra lengua franca– para entenderse sin intérprete. Lo que no les pasó por la cabeza, ni a ellos ni a sus vástagos, fue la estupidez de decir que el latín les fue impuesto como lengua opresora de sus lenguas nacionales.

Esa bendición de la lengua común era tan evidente, que al perder vigencia el latín por diferentes causas, varias lenguas vernáculas competirán por sucederle. Pareció triunfar el francés, por el prestigio de su Grand Siècle, pero desde el siglo XIX se impuso el inglés, a favor del nuevo Imperio Británico y de sus herederos americanos.

Este proceso no interfiere con el vigor de las grandes lenguas vernáculas, ni con el resurgir romántico de tantas lenguas ‘nacionales’. En la Edad Moderna, casi todo lo que se consideraba importante y digno de ser divulgado se publica a la vez en el vernáculo y en edición latina. Gracias a ese cultivo académico del latín, que en el Norte de Europa se ha mantenido hasta el siglo pasado, existe una biblioteca inmensa de literatura neolatina. Una realidad poco conocida hoy en día, aunque la Red la está abriendo de nuevo al público capaz de disfrutarla. Allí se puede leer en una bendita lengua antibabélica poesía y prosa, textos originales y traducciones. Allí están Descartes, Espinosa, Bacon, Kant. Hay revistas, memorias, tesis doctorales, de todo.

Y no sólo letras; también textos imprescindibles para la historia de la ciencia. En latín –excelente, por cierto– escribió Ernst von Baer su carta a la Real Academia de San Petersburgo exponiendo su descubrimiento del óvulo de los mamíferos (De ovi mmalium et hominis genesi, 1827); hay facsímil. Mucho antes, el latín fue la lengua de la Royal Society de Londres para sus publicaciones y comunicaciones, como las del italiano Malpighi, o del holandés Leeuwenhoek, descubridor de los microbios. 

Es sólo un par de ejemplos. Newton, Kepler, todo el mundo se entendía entonces en latín, como hoy en inglés. Eran tiempos malditos, tiempos bárbaros, anteriores al advenimiento del profeta babilonio, del mesías esperado, Baztarrika.

4. Agrafia vascongada. Volviendo a las lenguas vernáculas minoritarias, suele pensarse que su resurgir ha sido como norma literario, antes que político. De ello se hace eco, por ejemplo, el esquema dinámico de Miroslav Hroch (1985; 1993) para los resurgimientos nacionales, en tres fases: restauración literaria (A) > politización de la lengua (B) > afirmación nacional plena (C).

Si esa ha sido la regla, no le ha faltado la excepción confirmatoria. Nuestro amado vascuence se ha mantenido fiel a su agrafia milenaria. Al misterio de su origen une el no menor misterio de su perpetuación iletrada. Una ‘isla lingüística’, decimos con orgullo, olvidando añadir que esa ínsula es un desierto literario. La coartada de una ‘literatura oral’ aquí no vale, primero, porque literatura viene de letra, pero además, esa supuesta ‘literatura oral’, ¿dónde está?

Somos un pueblo sin memoria, sin cultura propia. Tuvimos una oportunidad de oro en el siglo V, cuando, asesinada Hipacia de Alejandría (415/416 d. de JC), su esclavo enamorado Davos, huyendo de ‘Ágora’, de tumbo en tumbo por Italia y la Septimania se presentó en Iruña/Veleya en ínfulas de pedagogo egipcio, director de un paedagogium, haciéndose llamar ahora Aegidius Elysius, de sobrenombre Ped-horro ( ‘Horus se explaya’, en egipcio). ¿Qué fue de este sujeto tan preparado? Pues que, por lo visto, la desidia várdulo-caristia por la escritura se le pegó, quedando su obra literaria reducida a un morral de óstracos o tejoletas traídas consigo, de las que sirvieron a la turba fanática para desollar a la pobre filósofa. Un poco más de esfuerzo, y en vez de un puñado de grafitos pueriles tendríamos hoy el Libro de los Muertos traducido al euskera de entonces, primicia absoluta de la lengua milenaria.


Y es que ni falsificando somos buenos, con tal de no escribir. Tenemos que esperar al siglo XV para escuchar ‘los primeros vagidos’ de la lengua más vieja de Europa. Sólo 200 pequeñas páginas le bastaron a Michelena para reunir y comentar los que llamó ‘textos arcaicos vascos’… ¡de los siglos XV a XVII! A partir de ahí, de vagidos a mugidos, pasando por eufónicos dialectos; pero todo oral. De ahí pudo venir lo de ‘palabra de vasco’, ¿pues qué otra?

Un siglo llevaba funcionando la imprenta cuando, como para celebrar aquel primer centenario, dio a luz Echepare sus ‘Primicias de la lengua de los vascones’ (1545), primera obrita impresa en vascuence. De entonces acá, toda la literatura clásica vasca cabe con holgura en la estantería de un excusado (con perdón), si semejante lugar no fuese indigno de unos libros casi exclusivamente religiosos: sermones, literatura ascética, catecismos…

No escribo con desprecio, tampoco con lástima, escribo con pena y un poco también con rabia. Si, como dijo el poeta, «nuestros padres nos mintieron», los hijos de nuestros padres nos toman el pelo. Porque las letras vascas modernas no son mucho más copiosas. Hablo, claro está, de las no mercenarias y subvencionadas. Timeo hominem unius libri, dice el proverbio latino. Aquí podemos glosar: «temo al pueblo de libro único»; encoge el corazón, una literatura nacional encarnada en los Obabakoak de Atxaga.

Somos un pueblo bárbaro, qué le vamos a hacer. Pero entonces, ¿para qué resucitamos el vascuence? ¿Para que todo el mundo tenga acceso al Egunkaria? No es ironía. A mí también me sentó fatal el cierre de ese periódico. Pero no por lo que se pretende, de agresión a la cultura vasca (¿qué cultura, inasequible en castellano, si puede saberse?), sino porque la ausencia de ese diario ha puesto demasiado en evidencia su inanidad, esa nada que nadie ha echado en falta, fuera del mundillejo político. Y eso que era el único diario en vascuence. Con lo que es la agresividad mercantil, y en siete años nadie ha aprovechado la ocasión de ocupar el nicho. ¿Pudor? ¿temor reverencial, por así llamarlo?

Que conste que el párrafo anterior está escrito con todo mi respeto a Egunkaria y su gente, lo mismo que todo lo que precede es respetuoso para con Vasconia y el vascuence. Si a alguien le sorprende este aviso, le ruego relea el artículo y verá que es así. Me duele, a estas alturas, encontrarme con esto.

5. Caligo futuri. La hazaña lograda con el vascuence en una generación es tan asombrosa, por lo irracional, que es lógico preguntarse hasta dónde y hasta cuando, y si tamaño esfuerzo y despilfarro es sostenible indefinidamente.

Somos un caso sin parangón en nuestros días, fuera del revival hebreo. Pero con diferencias notables: el hebreo se ha convertido en la lengua necesaria del estado de Israel, frente a una Babel judaica cosmopolita; es la lengua añorada por todo judío; y el hebreo, lejos de ser lengua ágrafa, es lengua sabia. El euskera no es nada de eso. El punto común del hebreo moderno con el euskera batua tiene que ver más con la política que con la cultura: el hebreo ha sido pieza clave en la construcción nacional sionista del estado judío.

Otra referencia obligada para el nacionalismo es el gaélico. Como ha ocurrido con otras lenguas, la primera fijación escrita tuvo objetivo misionero. Los monjes escoceses, irlandeses y galeses fueron escritores cultos en su vernáculo como en latín. Se habla incluso de un intento de monjes gramáticos en el siglo VII, afirmando la superioridad de su lengua gaélica sobre la latina. Misioneros por Europa, van dejando huellas en gaélico por todas partes.

El gaélico no ha conocido nada parecido a una ‘normalización’ como la del euskera. Incluso en la Irlanda independiente, el buen sentido común se ha impuesto, y no parece que a la gente le seduzca la faena de volverse bilingües, si en inglés pueden ser y sentirse irlandeses de pleno derecho. Y mira que el nacionalismo irlandés, como el escocés, tienen sus posos de resentimiento histórico frente a Inglaterra.

¿Futuro del euskera? Como no soy adivino, no puedo barruntarlo. 

Lo más probable –lo más lógico, al menos– es que el día que deje de ser rentable, la gente se desprenda de él como de lastre inútil. Hoy por hoy, el batua es lo menos parecido a un móvil perpetuo; es un motor renqueante que sin gasolina se para. En eso coincido con Baztarrika, aunque él no puede permitirse decirlo con tanta franqueza. No puede reconocer que la política lingüística es un bluf, que el euskera es un híbrido de ariete político y de gran negocio, o que es un escándalo que para que la lengua vasca sobreviva en la Universidad hay que premiarla con un coeficiente salarial ¡de 1,2! –no es una errata, son 20 puntos de entrada sobre ciento–, para los profesores que desarrollen al menos la mitad de su trabajo en ese idioma. O me pagas a tocateja, o me paso al castellano. 

«El futuro del euskera pertenece a la ciudadanía»: así se titula el epílogo de Babel o barbarie, con esta indicación: «Huyendo de los tópicos». Curioso modo de evitarlos, cediendo a uno tan manido: la voluntad ciudadana, la voz del pueblo. Muy de fiar no seremos, en cuando a entusiasmo lingüístico, cuando este capricho del vascuence para la construcción nacional, aun con Dios y ayuda, nos está costando una mina.

Lo dicho, amigos: ayer nuestros padres nos mintieron, y hoy los hijos de nuestros padres nos toman el cabello.



4 comentarios:

  1. Con las lógicas diferencias el fenómeno expuesto sobre el vascuence se puede extrapolar a otras regiones de España. Se gastan ingentes cantidades de dinero en que los niños aprendan supuestas lenguas autóctonas (todas han creado su euskera batua para unificarlas).
    En Valencia, en los lugares que conservaban el valenciano que eran muchos pos cierto, hace 30 años, los padres decían a los maestros que les enseñaran castellano, que el valenciano ya se lo enseñaban en casa. Algunos de estos padres eran gente sin estudios, labradores, artesanos,... que tenían el vlenciano como de lengua de comunicación para la familia, el pueblo, su entorno inmediato, pero que comprendían que el español era la lengua franca.

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  2. Magnífica serie de artículos D. BELOSTICALLE. En Galicia, donde el nacionalismo no tiene ni de lejos la misma fuerza que en el País Vasco o Cataluña, también hace furor el empeño de la normalización lingüística. Aunque el gallego es desde hace años el principal idioma vehicular en la enseñanza, no parece que los impulsores de la normalización hayan cosechado grandes éxitos. Un estudio reciente indica que la mayoría de nuestros jóvenes, que no han oído hablar en las aulas otra cosa que gallego, se expresan preferentemente en castellano y lo dominan mejor que su supuesta "lengua propia".
    Siempre me ha sorprendido que unas políticas lingüísticas que atentan contra el sentido común, son costosas, suponen una molestia para los ciudadanos y pueden mermar la calidad de la educación cuenten con el apoyo de todas las fuerzas políticas en condiciones de gobernar. El "consenso" que respalda estas políticas sólo existe en las élites y no responde a las querencias y necesidades de la sociedad ¿Cómo hemos podido llegar a esto?

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  3. Sí, yo también aplaudo la serie. Ha merecido la pena la melonada de Bastarrica, para poder recibir el regalo de Belosticalle.

    Gracias.

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  4. Gracias, caballeros, amigos.

    Como dijo el gran Quevedo: «Pues que amarga la verdad, / quiero echarla de mi boca», etc.

    No dejemos que la bilis se nos pudra dentro, porque según Galeno (Medicina parva, pág. 358) es cosa mala: da calenturas y enfermedades muy serias, y lo que es peor, afea el cutis con manchas oscuras.

    Pero, por otra parte, tampoco imaginemos que la razón es todopoderosa, incluso cuando está de nuestro lado, porque el chasco suele ser morrocotudo.

    Mientras haya público fácil, cívicamente inculto, los charlatanes de feria seguirán haciendo el agosto.

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