1. El sofisma biológico. Una falacia común es equiparar las lenguas del mundo a especies vivas, y aplicar a su conjunto las propiedades y leyes de los ecosistemas y de la evolución biológica. En particular, nuestro ‘babilonios’ –los entusiastas de Babel, a lo Patxi Baztarrika– encarecen el valor intrínseco de las lenguas minoritarias como parte de una comunidad y sistema lingüistico, y su pérdida como empobrecimiento semejante al de la biodiversidad.
El sofisma, como todos, tiene un color de verdad. Así como hay una evolución biológica de las especies, hay una evolución de las culturas, con un paralelismo entre ambas que interesó ya al propio Darwin.
Dicho esto, hay que precisar que para la evolución cultural ese paralelismo sólo puede referirse al de la especie humana; una evolución ‘atípica’, a efectos de selección natural. Con esa restricción, queda por concretar hasta qué punto ese paralelismo es causal, con base en supuestas raíces biológicas de la ‘cultura’. Un elemento singular de la cultura es el lenguaje; cuya raíz neurobiológica es cierta, y que interesa a la genética.
Aquí se quieren hacer fuertes los babilonios, como si el lenguaje de un grupo humano fuese una seña de identidad más que simbólica, biológica. Seudociencia pura, pues los expertos saben que la evolución lingüística es mucho más rápida que la genética en general, y concretamente la de los genes supuestamente implicados en la fenomenología del lenguaje. No sin razón se ha inventado para el origen de las lenguas un nombre, glosogenia, que lo distinga del de las especies, filogenia.
La representación arborescente, aplicada a cosas que nada tienen que ver, puede dar pie a deducciones disparatadas. Nadie discute la base neurobiológica del lenguaje. Eso es mucho, pero eso es todo. Esa raíz biológica se refiere al lenguaje en sí, no a las lenguas particulares y su evolución por familias, ni al árbol lingüistico que las representa.
2. Perder la lengua, perder el alma. Un grupo humano puede perder su lengua ‘propia’ por diferentes razones y en diferentes procesos, sustituyéndola obviamente por otra incluso muy extraña, sin que biológicamente ocurra nada, y menos que nada un genocidio. Genosuicidio más bien, en el caso del euskera. Otra cosa es que la aculturación incida en las estructuras sociales, cosa muy frecuente.
En otras palabras: el vascuence se puede perder sin que la vasquidad se resienta en lo más mínimo. Es una verdad, por mucho que fastidie a nuestros conciudadanos nacionalistas, es su problema.
«Extinguido el euskera, el alma misma de nuestro pueblo habría de morir» (Iñaki Azpiazu, 1958).
Tonterías, padre. La realidad es que el vasco a lo largo de la historia ha prescindido muchas veces del vascuence, casi siempre por su voluntad y conveniencia, para seguir tan vasco en castellano, en inglés o en tagalo por el ancho mundo, como lo fue en su aldea.
La recíproca se ha dado menos, por razones obvias, pero se ha dado. Caso, por ejemplo, de niños incluseros adoptados en caseríos. Eso sin olvidar la vía media. Mi tío abuelo Fermín, con dos dedos de enjundia de maqueto viejo, se casó aquí con una vasca, y juntos a duo desarrollaron un dialecto doméstico que, según parece, les sentó mucho mejor para su convivencia que cualquier bilingüismo babilonio. Él y ella jugaban a las lenguas como jugaban al sexo, porque les gustaba, sin imaginar que su juego lingüístico iba a mover algún día tanto dinero.
El número de lenguas en el mundo se calcula en unas 6.000. Algunas con muy pocos hablantes, muchas en vías de extinción y casi todas minoritarias, prácticamente sin valor comunicativo extragrupal. Aquí vuelve el símil de las especies en peligro, la pérdida de biodiversidad. Otra vez la misma falacia, porque las lenguas no constituyen un sistema que tenga nada que ver con los ecosistemas; las interacciones son completamente distinas, los equilibrios también. En especial, la extinción de una lengua no tiene por qué parecerse a la de una especie.
3. Darvinismo lingüístico. Hablar de ‘Darvinismo lingüístico’ es pura metáfora. Sólo quiere decir que hay lenguas que, en concurrencia con otras, retroceden hasta desaparecer. Una manera de ‘explicarlo’ es calificarlas de menos útiles o de inútiles. Lo de la utilidad, por supuesto, es estimativo (“útil, según para qué”).
El vascuence, por ejemplo, es perfectamente inútil para la difusión global de ideas, y es superfluo para la vida social entre vascos que disponen de un idioma común, el español. ¿O sea, que no sirve para nada? ¿o al menos, para nada ‘bueno’? Claro que sirve. En las familias y pueblos que conforman su mapa lingüístico tradicional, el vascuence es el vehículo normal de comunicación efectiva y afectiva. En el otro extremo, allí donde se lo ha querido ‘normalizar’ a lo bruto, ha traído disfunciones y problemas. Entramos en otra historia.
¿Hay algún criterio para distinguir los usos buenos y los perversos (o abusos) del euskera? A mí se me ocurre uno muy fácil de medir: el gasto. Es un hecho objetivo que, de todas las utilidades atribuidas a esa lengua, aquellas cuya bondad nadie le discute salen gratuitas o muy baratas: su cultivo familiar y social en las áreas de arraigo, su enseñanza en las mismas áreas, las cadenas mediáticas para tales usuarios, las facilidades para el aprendizaje optativo… Todo eso, además, es de enorme eficacia, porque nace del afecto, y el precio es económico. Por el contrario, cuando se trata de ‘normalizar’ a troche y moche, contras viento y marea, los costos se disparan en pura pérdida. Cierto que el vascuence genera puestos de trabajo, y hasta llena el bolsillo de algunos, pero siempre a expensas del común y sin retorno de beneficio.
4. Y de la Babel doméstica, ¿qué? Curioso contrasentido: el nacionalismo que abomina del Estado, entre otras cosas, por monolítico y totalitario, le copia ese mismo vicio que tanto dicen odiar. Así la construcción nacional vasca no tiene en cuenta para nada la aplicación fractal de sus esquemas a los territorios históricos, y por debajo de ellos a merindades, valles o digamos, cantones. Muy al contrario, hay más disposición a fagocitar territorios vecinos, que a reconocer derechos de secesión en los propios o apropiados. Zazpiat bat y punto; porque sí. Ni siquiera el mapa lingüístico real se tiene en cuenta, salvo para borrarlo.
Pues si tan bonita y tan buena es Babel, que la recomendamos para Europa, ¿por qué no se aplica el cuento en casa? Babel, ya la teníamos aquí, en forma de dialectos del vascuence. Pero antes hay que preguntar: ¿dialectos?
La palabra dialecto no tiene buena prensa. Se ha abusado mucho de su acepción como habla inculta, lenguaje de segunda o tercera división. Como aquí no nos interesa la trifulca, nos quedamos con dialecto como variedad local de una misma lengua.
La frontera entre lengua y dialecto es borrosa. Un criterio de distinción es la inteligibilidad recíproca. Si los hablantes competentes de Cataluña, Valencia, Rosellón y Baleares se entienden bien entre sí, es que comparten, llámese catalán o de otro modo. En ese sentido se puede admitir que el gallego y el portugués son dialectos de una misma lengua, aunque la pronunciación (sobre todo la brasileña) limite la comprensión a la lengua escrita.
El caso del vascuence no es tan sencillo. Hace poco un buen amigo mío lo daba a entender con este ejemplo. Recordando don Jesús Mari Txurruka sus comienzos como profesor de Biología en euskera, en la UPV/EHU de los años 80, hubo de referirse, por supuesto, a la carencia de léxico científico en aquel entonces, pero también a la bisoñez del propio euskera unificado (batua), para un hablante nativo vizcaíno:
«A mí me enseñaron a decir ‘jausi jatazen’ (‘se me cayeron’, en vizcaíno), y tuve que convertirlo en un ‘erori zitzaizkidan’ (lo mismo, en batua). Como pueden ver, sólo se parecen en la ‘n’ del final.»
No soy filólogo, y no sé cuántos filólogos identificarían ambas expresiones como de una misma lengua. Lo que se observa es que muchos euscaldumberris no siguen bien, sin traducción a la vista, el vizcaíno Peru Abarca de Moguel; y nada digamos de un vascuence auténtico pero antiguo como el de Lazarraga (siglo XVI).
En teoría, nadie discute que los dialectos vascos, reliquia y testimonio del vascuence auténtico, son una riqueza en peligro de extinción. Sin embargo, en la prolija Babel de Baztarrika no veo nada en su defensa, ni la menor referencia a los derechos de los vizcaínos a ser oídos en su dialecto propio. O sea que “consejos vendo que para mí no tengo”, y “en casa del herrero cuchillo de palo”. Lo que es bueno para Europa, por lo visto, no conviene para casa, donde se hace tabla rasa de las hablas dialectales nativas, reemplazándolas por otro dialecto o neolengua artificial. Replicarán que no es así, y que se aplaude el cultivo de los dialectos. Sólo de boquilla. A los euscaldunizados alaveses les da igual, porque vienen casi todos del castellano. Pero sé de vizcaínos ‘nativos’ que han visto cerrado el acceso a puestos de trabajo por no dar el perfil de batúa. En el País Vasco Francés tiramos dinero para suplantar los dialectos autóctonos. La bonanza ha sido sobre todo para los guipuzes.
De ese modo, la misma riqueza que tanto se alaba para imponerla en el Parlamento Europeo, o para la novísima extravagancia de introducirla en el Senado de España, de puertas adentro se destruye con el implante del dialecto artificial, que a efectos de la metáfora es como una planta transgénica invasiva. Un transgénico de cardo borriquero entre fragantes fresas silvestres. Un idioma que tampoco es resultado de una convergencia natural, y que se parece bastante a la cirugía que se practicaba en la cama de Procrusto.
5. El babilonio sin esfuerzo. Larramendi tituló su primera gramática vasca ‘El imposible vencido’ (1729). El título se refiere al propio libro. Una lengua tan difícil como la vascongada parecía a muchos irreductible a reglas gramaticales. Larramendi demostró que no hay nada de eso, y que a diferencia de otras muchas lenguas, el vascuence es muy regular y muy lógico.
Pero nada de campanas al vuelo. Vencer el imposible-posible de gramatizar la lengua, no era lo mismo que vencer otro imposible-invencible de verdad: convertir el vascuence en una lengua como otras, sencilla, atractiva y aprendible. De hecho, la hazaña de Larramendi no hizo aumentar el número de los euskaldunas o vascohablantes, y muchísimo menos el de los escribientes, que en vascuence son aves muy raras. El propio Larramendi discutía y publicaba casi todo en castellano.
Ante el logro –costosísimo, pero logro– de la euscaldunización masiva de jóvenes, muchos sénecas de aldea han aplicado aquí la lógica de la fábula: «Admiróse un portugués / de ver que, en su tierna infancia, / todos los niños en Francia / supiesen hablar francés...» Luego viene la terquedad de los hechos: esos mismos jóvenes por mayoría se dejan de vascuences para expresarse ‘en cristiano’. De donde resulta inútil –costosísimo, pero inútil– el meritado logro.
Concluyo, pues, con una ojeada a otra propuesta sorprendente para dar vida a un euskera ya tan super protegido, pero siempre marginal y preagonizante. Y aquí debo citar a otra personalidad también amiga mía, la profesora lingüista y académica vasca Karmele Rotaetxe (2009).
«La norma del euskera… conocida como vasco unificado, es difícil… Las formas, en especial verbales, propuestas por filólogos (no por lingüistas)… son utópicas y complicadas. Demasiado para ser empleadas con fluidez por hablantes normales. Esto debió parecerle escandaloso a un colega mío de Euskaltzaindia, para quien el euskera no es más difícil que el castellano porque un niño aprende en la cuna por igual una u otra lengua… » [vamos, otro lógico ‘a la portuguesa’]
«Sé –por haber sido la primera en demostrarlo hace tiempo– que el vasco es lengua aglutinante y que este rasgo fundamenta su estructura. Pero las formas verbales... suponen un hándicap… Quizá habría que cambiar la filosofía frente a la norma vasca… Es obvio que mi propuesta no cabría en distinto contexto político.»
Vamos entendiendo. Frente a un sánscrito perfecto, pero inasequible, un prácrito de andar por casa. Frente al euskera batua, euskera basura (con perdón). Un batúa desaglutinado, que se pueda chamuyar sin esfuerzo, sin dejar de pensar en castellano.
No sé qué acogida habrá tenido la propuesta simplificadora de doña Karmele. Supongo que mala en general. Más exactamente ninguna, a efectos de humanizar el euskera de las oposiciones. Lógico, amiga mía. Para eso se creó la norma, para poner pegas y controlar resultados, no para beneficiar al vascuence.
No sé qué acogida habrá tenido la propuesta simplificadora de doña Karmele. Supongo que mala en general. Más exactamente ninguna, a efectos de humanizar el euskera de las oposiciones. Lógico, amiga mía. Para eso se creó la norma, para poner pegas y controlar resultados, no para beneficiar al vascuence.
Belosti: Lo leo regularmente y me quedo siempre asombrado de su erudición y de su sentido común. Luis.
ResponderEliminarBelosti: Gracias por sus magníficas entradas. Luis
ResponderEliminarHay otro problema con la asimilación esa de una lengua en extinción con una especie en extinción. Es absurda. Con una especie se pierde información; su código genético, por ejemplo. Pero un lenguaje no lleva información, solo es una forma de codificar la información.
ResponderEliminarEsa comparación idiota realmente debería ser así: todas las especies de la tierra comparten la misma lengua genética. Solo hay una.