domingo, 16 de agosto de 2009
Hoy, San Roque
El pueblo cristiano prefiere los santos útiles. Le importa menos que sean especialistas o multiuso, con tal que sirvan de algo y se ganen la vela que consumen. De ahí también cierto reciclaje santoral, suplantaciones incluso descaradas, préstamos y trasiegos de vidas y milagros.
San Roque llegó a ser en el Barroco uno de los santos más populares, un okupa o heredero de nichos y ermitas que antes fueron de otros bienaventurados desventurados, por así decirlo, venidos a menos. Llegó con la Peste, y por la peste ganó la gloria y el fervor popular. Cesada la gran pandemia bubónica, el prestigio del santo sanador era ya imparable, e indiscutible su poder frente a otras plagas y otros bienaventurados curanderos.
La Peste entró en Europa en 1347/1348, con terrible virulencia hasta 1350, y ramalazos hasta fin de siglo. Quedó el recuerdo del caos, la desmoralización, orgías pecaminosas por aquí, penitentes flagelantes por allá. Pero también hubo gente abnegadas y no poca organización asistencial.
Eso sí, aquello no era la lepra de San Lázaro ni el fuego de San Antón. Era otra cosa. Y como siempre, a aprieto nuevo, santo nuevo. Así surge la figura de Roque en diferentes ciudades a la vez, como el hombre providencial al servicio del prójimo. Los rebrotes de peste en los siglos XVII y XVIII no harán sino ponerle de actualidad. Hoy, cuando los santos ya no sirven para nada de provecho, algunos como San Roque, titulares afortunados de iglesias y ermitas, han quedado a perpetuidad como patronos y pretexto de romería y fiestas populares.
A todo esto, ¿quién fue san Roque?
¡Ah! Esa sí que es buena pregunta. Porque si hay pocos santos tan inconfundibles como él en la imaginería, yo no conozco ninguno de fama comparable que tenga una leyenda tan confusa. Y aun diría más: San Roque podría ser un destilado y un refrito de diferentes héroes anónimos en distintos lugares, dedicados todos al mismo servicio hospitalario. De ahí el primer rasgo para explicar la aparente ubicuidad del santo: fue un joven 'peregrino'. Un catalán (de Montpellier), que pasó por Italia haciendo el bien y curando apestados. Como buen catalán, viaje de ida y vuelta.
A un personaje así le cuadra ser misterioso. Y aquí vino de perlas la leyenda de otro antiguo santo peregrino y 'hombre de Dios': San Alejo, noble romano, que por amor a la castidad en la noche de bodas deja plantada a su novia y se embarca para Tierra Santa, viviendo de incógnito en Oriente, hasta que agotado por el servicio del prójimo vuelve a casa, donde nadie le reconoce hasta después de muerto.
Así también, nuestro Roque –de la familia de los Roch o Roq, grandes señores del Rosellón, con algunos altos magistrados en Montpellier (pues parece que Roque era apellido, no nombre de pila)—, huérfano rico, cede a un tío suyo el gobierno de la ciudad y a los pobres su herencia, y peregrina a Roma. Un viaje que le lleva al encuentro con la Muerte Negra. Y para que nada falte a estas vidas paralelas, cuando al fin vuelva a casa, nadie le reconocerá. Como en la leyenda de Alejo, la imprescindible anagnórisis o reconocimiento final vendrá, como deus ex machina, gracias a un oportuno papelito que aparece en la mano del cadáver.
Leyendas, como digo, confusas. Tanto así, que los buenos padres bolandistas, al llegar en sus Acta Sanctorum al 16 de agosto se ven en un brete, hasta hacer esta protesta enternecedora: «Nosotros, siempre a favor de los santos…» (En su crítica del profeta Elías como fundador de la Orden del Carmelo, estos jesuitas ya tuvieron buena agarrada con los carmelitas; los mismos que ahora eran propagandistas acérrimos de San Roque.)
El primer problema es situar al personaje en el tiempo. La opinión más probable sería que nació hacia 1295 para morir en 1327. «¿Pero quién garantiza una cronología exacta del santo?», se preguntan.
Ahora bien, por muy a favor de los santos que un bolandista quiera estar, su erudición no le dejará comulgar con ruedas de molino. Y lo poco que encuentran de Roque es todo tardío, indocumentado y contradictorio; un collage de episodios, unos prestados, otros de relleno. Además, el desparpajo de los 'hagiógrafos' es asombroso. En Roma, el uno pone a Roque en contacto con un cardenal, que le presenta al papa; cuando es sabido que en aquel tiempo no había papas en Roma, porque vivían en Aviñón. Por otra parte, si muere en 1327 no pudo cuidar y curar a verdaderos apestados, porque lo plaga apareció más tarde en Italia.
Tampoco se sabe quién ni cuándo le canonizó. Lo que dice por su cuenta otro biógrafo es que, reunido el Concilio de Constanza «para suprimir la herejía de los griegos», el mismo Concilio en 1414/1415 declaró a Roque santo abogado contra la peste, por haber librado de ella a la ciudad. Pero, como bien notan los citados autores, ni el concilio se juntó allí para ese fin de acabar con el cisma de Oriente, sino con el de Occidente, ni consta que por aquellas fechas hubiese peste en toda la zona, ni (por decirlo en dos palabras) nada de nada, pues para entonces ya nadie se acordaba del tal Roque.
De un santo se puede ignorar casi todo, menos una cosa: su muerte. San Roque estuvo a punto de morir contagiado, y en efecto habría sido un hermoso fin para un héroe de la caridad. Pero no fue así, porque mientras estuvo enfermo y abandonado de todos, un perrito caritativo impidió que muriese de hambre trayéndole en la boca el pan de cada día, hasta que se curó. Fue entonces cuando emprende el viaje de vuelta a casa. Para más intriga, en algún lugar le toman por espía y da con sus huesos en la cárcel. Unos dicen que fue en el norte de Italia, otros que en su propia patria, Montpellier. En cualquier caso, parece que murió en la mazmorra olvidado, tal vez sin sacramentos, cinco años después.
Naturalmente, la cosa no podía quedar así, valiente final. Por eso, los mismos que habían adornado el nacimiento de Roque con una 'anunciación' celeste, y su vida como bebé con las repetidas historias de rechazar la teta los días de ayuno, etc. etc., ahora imaginan al carcelero viendo por la mirilla de la celda a un joven resplandeciente que ayuda al preso a bien morir, dejando luego discretamente un carnet de identidad entre los dedos del cadáver.
De un santo así, las reliquias abundan de forma prodigiosa. Omitiendo detalles prosaicos de su cráneo, espinazo y otras piezas de su osamenta, baste citar para muestra su bordón de peregrino, del que existen varios ejemplares, siendo el más famoso y copiado el de París, llamado el 'bordón hexápodo' porque mide seis pies.
Aunque también, por otra parte,se afirma que en 1485 el cuerpo entero de san Roque fue robado y llevado a Venecia. También ahí ven los bolandistas algún problema. Aunque en verdad, más problema es darle cuerpo a un fantasma que cambiárselo de lugar, pienso yo. En todo caso, otros dicen que para entonces estaba en Arlés y no se movió de allí. Y lo de Venecia, bienvenido sea, si ha dado pie al Tintoretto y otros artistas venecianos para pintar tantas superficies.
La devoción de San Roque ha tenido grandes promotores en los franciscanos y capuchinos, por la pretensión de que fue terciario de la Orden. Tampoco esto último lo ven los bolandistas nada claro. Y si ellos no lo ven, menos lo verá un lego como yo, que además escribo en un pueblo donde San Roque es sólo un santo más, en nada comparable a San Antón, nuestro patrono, que sin hacer concesiones al veraneante, tiene su fiesta en el crudo enero.
No obstante, con esto de la porcina peste o gripe A, sin cura científica hasta la fecha, decid conmigo por si acaso: Sancte Rocche, ora pro nobis.
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Pues, en el pueblo donde resido provisionalmente, Arenys de Mar, hoy han celebrado la festividad por todo lo alto.
ResponderEliminarDe muy buena mañana, unos mozos vestidos de blanco con la típica faja roja y las espardenyes catalanas van gritando por las calles "Obrin les portes que ja és aquí Sant Roc" y entran para, a continuación, rociar a todo dios con agua de colonia para librarle de la peste.
Los 'macips' y las 'captadores'
ResponderEliminarBienvenida su doble ilustración, amiga BALSERA.
ResponderEliminarEfectivamente, desde el siglo XVI las cofradías de San Roque se multiplican en la Península, y algunas llegaron a tener patrimonio bastante para organizar festejos de cierto relieve.
La iconografía del santo es curiosa, dentro de lo convencional. Sin llegar al virtuosismo de los Sansebastianes, efebos apolíneos, la pierna enferma de Roque fue pretexto para un desnudo parcial. El bubón inguinal se desplaza pudorosamente al muslo, en llaga abierta. Y aquí juega el enredo del can, que a veces olvida el pan para lamer la herida, como al pobre mendigo Lázaro.
De paso, el mismo perrillo le da al dueño cierto aire filosófico, a lo Diógenes el Cínico.
En la imagen que he puesto, se echa en falta el bordón ‘hexápodo’, y tengo la impresión de que, más que de peregrino, lo que lleva es un hábito como de franciscano. Estos frailes siempre han barrido mucho para casa, y de hacerles caso, medio santoral les pertenece, a través de la ‘Orden Tercera’.
Un afectuoso saludo.