«Que quede claro:
Mientras yo sea presidente del Gobierno, ni se celebrará ese referéndum que algunos pretenden, ni se fragmentará España [bis].
Que quede claro».
Esto ha dicho Rajoy, poniendo gran énfasis retórico, anteayer sábado 25 de enero de 2014 en Barcelona, eligiendo como escenario una convención de su partido.
Tan contundente como para echarse a temblar, a la vista de sus promesas electorales y otras convicciones suyas. Porque Rajoy es un político que se explica poco, y cuando lo hace suele ser a golpe de «estoy convencido», o incluso «profundamente convencido», de esto, de lo otro, o de lo de más allá. «Mientras yo sea presidente del Gobierno»: ¡cuán corto nos lo fiáis!
Don Mariano asumió la Presidencia el 15 de septiembre de 2011 con mayoría super absoluta. Puede que entonces ni él ni sus ministros del área económica conociesen al céntimo el balance ruinoso de España, herencia del gobierno anterior socialista. Concedamos. Pero la gran crisis financiera mundial ya se había declarado el 15 de septiembre de 2008, y ninguna cabeza pensante en el gobierno ni en la oposición pudo estar ni siquiera profundamente convencida de que aquello no iba con nosotros. Aun así, el nuevo señor de España no dudó en valerse de aquellas mentirijillas pueriles de su antecesor en el cargo, para justificar el incumplimiento de sus propias promesas electorales, y lo que está más feo, para vaciar el espíritu de las mismas. Rajoy tal vez ha hecho sus deberes según «el arte de lo posible», pero no puede decirse que los haya hecho bien. No ha sido honesto con sus votantes ni equitativo con la sociedad que gobierna.
Otro gran problema que encontró sobre su mesa –el desafío catalán– tampoco era nuevo. En 2005 el Parlament, alentado por Rodríguez Zapatero, aprobó una propuesta de Estatuto de Autonomía que las Cortes Generales aceptaron en 2006 y Cataluña ratificó en referéndum, pero que se vio sustancialmente amputado por sentencia del Tribunal Constitucional en junio de 2010. Se entiende que esto generó frustración y hasta pudo incrementar la hueste soberanista. La cual, por su parte, nunca ha contemplado ningún Estatuto como estación de término, ni allí ni en el País Vasco. De hecho, el estreno de grandes gestos secesionistas en Cataluña tuvo lugar antes de la sentencia; y en su primera edición bajo mandato de Rajoy el pretexto fue la negativa a un Pacto Fiscal similar al Concierto Económico vasco.
“Y porque soy así”
En la ‘diada’ 2008, cuatro días antes del estallido de la crisis económica mundial, se había celebrado un simulacro o ensayo de referéndum independentista en 167 municipios de Cataluña. Se calcula que los ciudadanos convocados sumaron 700.000, participando 200.000 (cerca del 30 %), con el resultado de un 95 % por la secesión y sólo un 3,5 % en contra.
Por supuesto, la selección de municipios no fue aleatoria y sí muy sesgada. De modo que si la farsa y lo que costó no sirvió para aproximar siquiera la tendencia política de Cataluña en su conjunto, sí valió en cambio para confirmar lo ya visto: que en España algunas autoridades autonómicas pueden saltarse la legalidad sin padecer consecuencias civiles ni penales.
Eso era en tiempos del gobierno del PSOE. Pero con el PP la cosa siguió igual, si no peor. Un gobierno catalán corrupto y entrampado huye hacia adelante, buscando la impunidad con el señuelo de la independencia. La ‘diada’ 2012, 11 de septiembre, se organiza una manifestación monstruo en Barcelona, y la siguiente 2013 se ofrece a Europa y al mundo entero el gran circo catenario: una nación que quiere ser estado y no puede, encadenada contra su voluntad a España.
Una España que se comporta con Cataluña no sólo como potencia extranjera opresora de sus libertades, su cultura y su lengua, sino incluso como explotadora económica al estilo clásico colonial. «¡España nos roba!», vocifera el President autonómico, como quien pide socorro a la Interpol, a la Unión Europea y a la ONU juntamente.
La respuesta de Mariano Rajoy ha sido un mutismo largo de dos años, dedicados a prodigar favores económicos al catalán insaciable, como si lo del robo tuviese fundamente. El Presidente presenta esa pachorra como virtud: «prudencia», concretamente. El ‘beneficio del tiempo’, que decían los malos médicos de antaño para no hacer nada. Con este hombre no va la sabiduría del ‘principiis obsta’, atajar el mal en sus comienzos. Mariano es más evangélico (aunque sin ironía): «Dejad que crezca la cizaña, para que así se distinga bien del trigo»; o como lo expresa él mismo sin tanta parábola: «para no crear tensiones adicionales».
Es que, además, él es así: «Y porque soy así, y continuaré siéndolo». Bravo. Para encontrar un desplante parigual en boca de otro presidente hay que retroceder en el tiempo, hasta la era Zapatero, otro narciso enamorado de su ‘talante’.
Rajoy recibe a Artur Mas y encaja sus sablazos en febrero y septiembre 2012. La consulta, muy bien, gracias. ¿Para qué cambiar, si el primo de Madrid paga religiosamente?
El 26 de julio de 2013 el catalán le envía una carta donde le habla nada menos que de un Consejo Asesor para la Transición Nacional de Cataluña, como organismo efectivo que ya tiene estudiadas las vías jurídicas hacia la consulta secesionista. No es todavía un ultimátum, pero sí una carta de apremio y, a la vez, de desprecio a la Constitución española («en el plazo más breve posible, con los marcos legales que establezcamos»).
Rajoy acusó recibo y anunció respuesta para «en su momento». Momento que tuvo su anunciación –haciendo de ángela gabriela la Vicepresidenta S. S. S.– y se produjo el 14 de septiembre.
El parto alumbrado es asombroso. Lejos de repudiar don Mariano aquel engendro de ente jurídico-político fantasmagórico –el citado Consejo para la Transición catalana–, el informe ‘técnico’ del mismo es admitido a un «exhaustivo análisis». «Respecto a las cuestiones que plantea» el catalán (la consulta soberanista y el modo de realizarla), añade Rajoy a Mas, «paso a manifestarle mi criterio».
¿Y cuál es ese ‘criterio personal’ de todo un Presidente de Gobierno de España? Pues que siendo él «una persona comprometida plenamente con el diálogo como forma de resolver las diferencias políticas o de cualquier otra índole… desde la exigible lealtad institucional y desde el respeto al marco jurídico que a todos nos protege y que a todos nos vincula», por su parte «el diálogo no tiene fecha de caducidad…».
Pero hombre, Presidente: el interlocutor ya tiene fijada su meta y su camino. Incluso ha hecho suya la expresión de Junqueras, el líder de Izquierda Republicana: «consulta ‘sí’ o ‘sí’». O bien, para decirlo con sus propias palabras de usted, don Mariano, ante los suyos en la convención del sábado:
«quien ya ha decidido todo unilateralmente, ya decidió que va a hacer una consulta unilateralmente, ya decidió la fecha, unilateralmente, ya decidió las preguntas, unilateralmente, y si me apuran, hasta ya decidió las respuestas...»
¿De veras cree el Presidente que un sujeto así va a admitir de él una lección de lealtad institucional? Un estribillo como «sí o sí» no admite otro diálogo perpetuo que «no y no». Sin reparar en ello, Rajoy terminaba su carta apelando, como siempre, a sus convicciones:
«Estoy convencido de la extraordinaria relevancia que Cataluña tiene para el conjunto de España, y de la riqueza, pluralidad y singularidad de la sociedad catalana. Pienso asimismo que los vínculos que nos mantienen unidos no pueden desatarse sin enormes costes afectivos, económicos, políticos y sociales. Y por supuesto, quiero también transmitirle la firme convicción de mi Gobierno de que hemos de trabajar en el fortalecimiento de esos lazos y huir de los enfrentamientos. Debemos hacerlo desde la lealtad recíproca y el fomento de la corresponsabilidad en las dos direcciones.
Convencido de que juntos ganamos todos y separados todos perdemos, le invito a que ejerzamos responsablemente nuestra función como gobernantes democráticos con lealtad hacia los ciudadanos y las instituciones que representamos en estos momentos de dificultad económica y social que padece nuestra sociedad.
Quedo a su disposición para trabajar conjuntamente y ofrecer así la mejor respuesta a las necesidades reales de todos los ciudadanos».
No es probable que la primera convicción de don Manuel –la relativa a Cataluña– ablande las entrañas fenicias del Sr. Mas. Invocaciones a «la lealtad recíproca» tampoco son como para impresionar a un sujeto que te acusa de ladrón mientras te sablea y arrambla con lo que puede antes de abandonar el barco.
Además, aquí no se trata tanto de lealtad entre dos cargos públicos o dos instituciones de gobierno, sino de lealtad de todos a una misma Ley: la Constitución. «Huir de los enfrentamientos», sí, pero no a todo trance; porque si un Presidente autonómico quebranta esta lealtad, el enfrentamiento se hace inevitable, y un Presidente de Gobierno no tiene más remedio que aplicar los instrumentos para el caso. Todo reglamento de juego incluye sanciones.
«He procurado ser prudente para no crear tensiones adicionales. Y porque soy así, y continuaré siéndolo. Pero eso no está reñido con dejar las cosas claras… Ni se celebrará ese referéndum…, ni se fragmentará España».
Bien dicho, Presidente. Pero mejor que para leído en una convención de partido, haberlo escrito en la respuesta a la carta de Artur Mas. Mejor que hablarle de «diálogo sin fecha de caducidad», que ese sujeto es muy capaz de entenderlo como que a usted le encanta el mareo de la perdiz.
«¿Por qué digo esto?», se pregunta don Mariano ante los suyos; y él mismo se responde: «Porque la Ley no lo permite: así de simple» . ¡Ah!, pues la Ley tampoco permite, ante prohíbe taxativamente muchas cosas que en Cataluña se hacen, y no pasa nada. Hay que llegar hasta el golpe de estado, para que este Jefe de Gobierno advierta que eso es ilegal.
Ya hacia el final de su perorata, el Presidente se permitió ironizar sobre el proyecto secesionista, todo maravilloso y positivo, según lo presentan. Fue la parte más floja del discurso, incoherente incluso por culpa de un baile de los papeles. Si el plan de Mas es imposible por ilegal, ese es el nudo del argumento, sin enredarlo con juicios de valor que no vienen a cuento, pues la Historia enseña que los patriotas muchas veces anteponen la independencia a la prosperidad y otros valores materiales.
El argumento de Rajoy es débil cuando hace hincapié en cosas aleatorias, como la salida de la UE «sine die» (?), la salida del euro, con otras incógnitas de naturaleza económica. En cambio no menciona el inconveniente principal de la aventura, a saber: involución política, injusticia y fractura social, tiranía y recorte de libertades. Todo ello inherente a una secesión traumática de esencia nacionalista.
Esta meditación quédese para otro día.