domingo, 31 de julio de 2011

Morir en euskera



Doña Garbiñe Petriati está que no le cabe la indignación en el cuerpo. Y eso que la comparte a medias con don Paul Bilbao. Al margen de sus sentimientos personales, es una indignación profesional, y eso es lo que nos importa, pues nuestro dinero nos cuesta.
En efecto, no se trata de ‘indignados’ a la moda, espontáneos y aficionados por amor a la indignación elevada a arte bella. Nuestra pareja, sin decir por eso que sean mercenarios, cobran. ¿Por indignarse? Claro que no, sólo cuando el guión lo pide. Lo que ocurre es que lo pide siempre; porque su profesión es de las que salen a disgusto diario. Petriati es la directora del Behatoki, el ‘Observatorio de Derechos Lingüísticos’, y con eso está todo dicho. ¿Qué otros derechos hay más insultados y conculcados en toda Euskal Herria? ¿Qué puede verse desde semejante atalaya que no sea horror?

[Hasta el nombre es infausto: behatoki, la sepultura. Ahora lo usan para decir ‘observatorio’; del verbo behatu. Pero eso es vasco-francés, porque en vizcaíno beatu siempre ha sido ‘enterrar’ (poner abajo, en la tumba), no ‘observar’.  Que tampoco iría descaminado, oiga: ‘Sepultura de los Derechos Lingüísticos’.]

En cuanto al Sr. Bilbao, su situación no es más risueña. Desde mayo de 2010 es el secretario general del Kontseilua, el ‘Consejo de los Organismos Sociales del Euskera’, y en estos quince meses no ha tenido para echar por la boca más que declaraciones biliosas. Bien quisiera él anunciarnos lo que la humanidad espera desde hace siete mil años: que por fin la lengua vasca se normaliza. Pues no. Según su Anuario de 2010, las administraciones navarra y vasca «no han avanzado en la normalización» y nuestra marcha es la del cangrejo, porque ambas han reducido sus ayudas, «con la excusa de la crisis». Hasta ahí podíamos llegar. Harto tiene la Corrupia con cebarse en nuestro empleo y bienestar, para que encima le dejen hincarnos el diente también por el euskera.
Bilbao y Petriati van de la mano. En realidad, fue él quien le cedió la dirección del ‘Observatorio/Sepultura’, una excrecencia del propio ‘Consejo’. Por eso comparten sinsabores, día tras día, sin otra compensación, ¡ay!, que el cobro de la nómina a fin de cada mes. Pan amargo, mojado en mocosas lágrimas y bilis atra.
Al rosario de atropellos a los derechos lingüísticos en un País Vasco y Navarro donde no se permite a la ciudadanía «vivir en euskera», acaba de sumarse el último, por ahora. Una Oferta Pública de Empleo (OPE)  para el Servicio Vasco de Salud (Osakidetza), que doña Garbiñe, sintiéndolo mucho,  pasará a sus servicio jurídicos, porque la puntuación del euskera pierde peso en el examen, y «vamos a analizar si judicialmente se puede hacer frente a la medida, por vulnerar los derechos lingüísticos de la ciudadanía euskaldun (sic)».
Y es que no es sólo la Policía Vasca, no es sola la Justicia Vasca –y no digamos nada de ese Comercio vasco, que se va de rositas sin pagar las multas que dictó el gobierno de Ibarretxe por no rotular y atender como es debido–. También Osakidetza, donde te curan, sí, pero a veces sólo en castellano.
 ¿Tan grave está la cosa? Peor: desesperada. Escuchando a una Petriati al borde del llanto, me pareció oírle contar no sé qué historia de un héroe de esa ciudadanía euscalduna, que lleva seis meses a las puertas de Osakidetza, esperando en vano a ser atendido en vascuence. Y esto sí que pone los pelos de punta.
Nadie venga con que hay enfermedades raras, con muy pocos especialistas  y (mala pata) ninguno vascohablante. Conocemos esos subterfugios. Seguro que esos médicos sin euskera –casi una contradictio in terminis, en este país– se colaron por la manga ancha en eso de la lengua. ¿Y cómo es que (¡en seis meses!) no se ha liberado del compromiso médico a ninguno, para que adquiera un mínimo de nivel lingüístico con que atender a quien lo exige? No estamos hablando de marroquíes ni de zíngaros. Se trata de un conciudadano, a quien se pueda tal vez dejar morir como un perro en la antesala de los servicios sanitarios. Unos servicios de competencia reconocida, salvo en lo esencial, como es el respeto al derecho lingüístico.

Comentando estas cosas con un colega nada sospechoso de anti vasquismo, saltó:
–Pero vamos a ver: para esas reclamaciones, ¿no tenemos al Ararteko? ¿Qué pinta entonces ese behatoki, y la Petriati con sus servicios jurídicos, que debe de costar todo ello un pastón?
Por supuesto que hay Ararteko, amigo mío. Pero entretenido como le tenemos con el asunto de los carteles machistas de Plencia, alguien tiene que hacerle llegar los abusos contra lo más sagrado que tenemos, que es el idioma.
Claro que hay Ararteko. ¿No hemos visto la foto de Lamarca ante una mesa de despacho con una torre babélica de carpetas? Pues demos gracias al Kontseilua y al Behatoki, que se han tomado la molestia de reunir esos miles y miles de casos de vulneración lingüística.
Ciudadanos somos muchos, cada cual hijo de sus padres, cada cual con sus preocupaciones mezquinas. Euskera en cambio sólo tenemos uno al que cuidar. Lo ideal sería un ararteco específico para esto solo. O dos, ararteca y ararteco: Garbiñe y Paul, por amor de la igualdad. Con servicios jurídicos mejor dotados, y todo lo demás que haga falta.
Obviamente, ni Paul ni Garbiñe van por ahí en sus personas detectando infracciones. Para eso nunca faltan espías, chivatos, provocadores o como se diga. Lo justo y equitativo sería remunerar a esta gente –si es que no se hace ya–, metiéndolos en nómina. Se podría crear una cohorte de esbirros, a la manera de los antiguos ‘familiares’ del Santo Oficio. Estos irían por comercios y oficinas, hospitales, juzgados, levantando atestados, denunciando infracciones; incluso provocándolas ellos mismos con astucia, que hay mucho vasco de pega.
Otro de los escándalos denunciado por el ‘Consejo’ que lidera don Paul Bilbao es el recorte presupuestario en la euscaldunización de adultos. ¡Ah! los adultos, esa que llaman «generación perdida» para el eusquera. ¡Con que perdida! Pues si no alcanza el dinero para euscaldunizarles se saca de donde sea. Por ejemplo, gravando a esos adultos con un impuesto especial. Desde que se murió Franco, tiempo han tenido de aprender. En esto de la lengua propia no tiene que haber bula para nadie, y menos para quienes, olvidando su derecho a vivir en euskera, tampoco han cumplido su deber de convertirse en interlocutores de quienes no renuncian a tal derecho.
En cuanto al héroe (¿o era heroína?) de Osakidetza, tal vez estemos a tiempo para salvarle, si sus fueros o sus huevos le consienten ser atendido por un galeno con pinganillos, como los del senador Anasagasti.
El eusquera es más que un lengua, una religión con sus santos apóstoles –como el behatu Paul o la behata Garbiñe–, doctores, confesores y vírgenes. Lo que nos faltaba, mártires. «Sangre de mártires, semilla de euscarianos», lo dijo Tertuliano. Como caiga el primero, miles le seguirán dispuestos, tras haber vivido en eusquera, a morir en eusquera. Derechitos al behatoki.
Y ustedes, Sr. Bilbao, Sra. Petriati, alegren esas caras, que da grima verles en pantalla. Bébanse el medio vaso de abajo. Y sobre todo miren a lo que importa, a ver cuánta gente con el currículo de ustedes ha escalado puestos de tamaña responsabilidad.
Sabemos que su labor es ingrata, de poco lucimiento y menor provecho social. Sabemos todo la mal que les cae el Patxi López y su camarilla de cicateros antivascos. ¿Pues qué esperaban?
Hay quien dice que esto se acaba, es posible. Razón de más para que, por favor, disimulen esas jetas y esos ceños, y no nos regañen como a malos vascos. Porque, si quieren que les diga, cada vez que les veo en ese plan, me hacen ustedes recordar tiempos pretéritos: los cuarenta años que me estuvieron regañando por mal español.
Doña Garbiñe, don Paul y demás familia: cada vez que asoman ustedes apago y me pongo a tararear sin darme cuenta la vieja canción donostiarra… Aquélla... Sí, hombre, con música del maestro Tellería… No recuerdo bien la letra, pero acababa más o menos así:

                            ¡Arriba, esquerras, a vencer,
                            que en Euskaña empieza a amanecer!



martes, 19 de julio de 2011

Cosillas de Berlanga



No es errata. El municipio de San Baudel es Casillas de Berlanga, lo sabemos. Pero aquí no se trata de eso, sino de pasar un buen rato contando cosillas sobre Berlanga de Duero. Entretenidas, sin mayor importancia.
En Berlanga dicen Yubería, con be, en vez de Yudería, la judería.  Al barrio judío hay que dirigirse en busca de María Jesús, la guía de visitas a la Colegiata, en el compás de ‘las monjas’. El convento de franciscanas concepcionistas ocupa, eso dicen, el solar que fue de la sinagoga de esta aljama, una de las principales de Soria.
La idea del convento femenino fue de los Duques de Frías y primeros Marqueses de Berlanga, fundadores también del monumento colegial (1526-1530). Su objetivo, sin perjuicio de la devoción, fue enclaustrar a su hijita doña Juliana, que les había nacido sorda, igual que otros dos hermanos.
La sordomudez era defecto que, en principio, quitaba la esperanza de hacer a la mocita abadesa, aunque también es verdad que un Tovar-Velasco y una Enríquez-Portocarrero no reparaban en ciertas minucias.
Más tarde, la misma doña Juana Enríquez traspasó a la hija a las clarisas de Medina de Pomar (Burgos); digo, si sería para tomar lecciones de habla, como sus dos hermanos, por el nuevo método de fray Pedro Ponce, benedictino en Oña. Otro día recordaré esta invención maravillosa. Hoy sólo hemos venido a que doña María Jesús nos explique la Colegiata.
No es el menor atractivo de la visita la propia dama cicerone que, como su colega en la Catedral de El Burgo, utiliza el acreditado método de recitar un texto memorizado con sonsonete.  Si el visitante hace alguna pregunta, la respuesta es en tono coloquial normal. Luego empalma el recitativo cadencioso, a veces repitiendo el último párrafo, si hubo interrupción.

Fray Tomás de Berlanga y su lagarto
 Dentro del templo, junto a la puerta, cuelga de la pared ‘el lagarto de fray Tomás’. No son raros estos ‘monstruos’ a la entrada de iglesias importantes. A veces, como el gran ‘topo’ de la catedral de León, representan el poder maligno, que de noche destruía la labor de la jornada. Pero eso aquí no nos vale, porque este ‘lagarto’ es en realidad un caimán disecado. Muy apolillado, casi irreconocible hasta hace poco, hoy tras la restauración lo identificaría incluso su donante del siglo XVI.
Fray Tomás (h. 1490-1551) es una institución viva en el lugar, donde nació y vivió retirado sus últimos años. Fraile dominico, en 1510 pasó a la isla Española (Santo Domingo) y fue todo un personaje en la política de la conquista, encargado por Carlos V de componer (en vano) la discordia entre Pizarro y Almagro, sobre límites territoriales.
Para entonces (1535), fray Tomás era obispo de Panamá y hombre muy respetado por su prudencia y vastos conocimientos, también en ciencias naturales, cosmografía y náutica. Él llevó de Canarias a América el plátano (según Fernández de Oviedo), y a cambio trajo el tomate [1].
Con todo, su figura cayó en discreto olvido, del que emerge al divulgarse los programas televisivos sobre las Islas Galápagos, tan unidas a Darwin y el Origen de las Especies. Porque en efecto, el descubridor del Archipiélago fue el dominico de Berlanga. Durante su misión a Lima, una calma chicha en combinación con las corrientes de Humboldt y el Niño le llevó a avistar islas nuevas, que fue situando y bautizando, abordando también alguna (la Floriana,  en marzo de 1535).
El descubrimiento quedó algo confuso, en parte porque las circunstancias, tal como se contaron, recordaban más o menos la leyenda de San Brandán. Fernández de Oviedo, que al parecer apreciaba a fray Tomás, aunque trata de la querella que motivó el viaje, no veo que diga palabra de aquellas islas. Finalmente la candidatura del dominico al descubrimiento queda confirmada por hallazgos documentarios recientes [2].
Mucho me place –después de lo escrito aquí sobre la Orden de Predicadores– destacar, entre muchos miembros interesantes, a este fray Tomás Martínez Gómez. Que así se llamaba, aunque también le ponen Enríquez: siempre la obsesión nobiliaria, para dar lustre a un hijo de labradores oscuros.
Nada más grato que conocer a los dominicos fuera del papel de inquisidores; al contrario, como fray Tomás y como su cofrade Bartolomé de las Casas, amparando a la población indígena frente a sus explotadores, los ‘encomenderos’. En mi opinión, con dos ventajas del berlangués frente a Las Casas:
1) todo indica que fue más ponderado y ecuánime en sus juicios; y
2) su atención a los problemas humanos no le impidió interesarse también por la Naturaleza y el desarrollo.
Fray Tomás fue ambicioso, tal vez por su sentido pragmático. Desde la Española,  unificó bajo su mando todos los conventos de su orden en América, los fundados y por fundar. Ya de obispo, se hizo con la exclusiva de ciertos impuestos y empresas que le convirtieron en hombre de negocios muy próspero, remitente de oro y recursos a su tierra para obras pías y socorro de numerosa parentela de Martíneces y Gómeces. Cosa muy esperada entonces de los tíos indianos, y admitida incluso entre religiosos, mucho más si eran obispos.
De su vista empresarial da idea bastante su proyecto de canal interoceánico de Panamá, y el abandono del mismo, calculado el enorme costo.
En 1544 tuvo el buen acuerdo de renunciar al cargo, para disfrutar un otoño dorado en su patria chica, donde mucho se le recuerda. Todo hay que decirlo: en buena parte, gracias a su ‘lagarto’.
¿Cuál fue su intención para hacerlo colocar donde lo vemos? La costumbre de mostrar rarezas se extendió mucho en el Renacimiento y el Barroco . Algunas eran a la vez que vistosas utilitarias, como las conchas enormes de tridacna usadas como benditeras.
Pero a menudo había intención moral. Más moderno que este caimán es otro valenciano, en el atrio de ‘El Patriarca. Éste animal vino vivo a poder del arzobispo san Juan de Ribera, que lo crió, y finalmente lo mandó disecar y colgar en el atrio de la capilla, “para que los fieles aprendan a guardar silencio en el lugar santo”. Por lo visto, el saurio del santo arzobispo-virrey era de pocas palabras. No sería de muchas más el de fray Tomás, si vino a Berlanga amojamado.

Milagro en Berlanga
Aunque recuerde un título de película de García Berlanga, lo que voy a contar es historia verdadera. Qué digo, contar; casi revelar, porque esto lo sabe poquísima gente, incluso en la propia Berlanga.
La Colegiata se titula de Nuestra Señora del Mercado. Que no es ningún misterio mariano, sino el mercado o feria que allí delante se celebraba cada año por la Candelaria, del 2 al 9 de febrero, con gran golpe de público.
A la feria de 1587 llegan, entre los feriantes, dos hermanos plateros de Huete (Cuenca), Pedro y Bautista Rodríguez. Algo retrasados venían, porque al Pobre Pedro por el camino le había dado una jaqueca que le tuvo tres días perdidos, sin poder  siquiera abrir el ojo derecho.
El día 9, último de la feria, que cayó en lunes, oyen misa en la colegiata. El doliente debía de parecer un jamelgo de picar toros, pues como buen jaquecoso se había encasquetado un ‘tocador’ que le tapaba el ojo y la parte dolorida.
Les habían hablado de las virtudes de un Santo Cristo nuevo, depositado en la iglesia hacía poco por su dueña, doña María Girón, mujer del Condestable y Duque de Frías don Juan Fernández de Velasco. Era una hermosa talla italiana  en marfil, de poco más de un palmo, sobre cruz de ébano.
El ‘Cristo de Lepanto’, le decían. Uno de tantos que para la ocasión bendijo el papa san Pío V. Uno de ellos se guarda en El Escorial, regalo del pontífice a Felipe II. Esto otro se lo había dado Sixto V al Duque en 1585. Y aunque pasaba (y pasa) por haber asistido a la batalla de 1571, blandido por un fraile capuchino en el fragor del combate, lo contrario era más cierto: que no estuvo allí, pues el fraile capellán no fué a Lepanto, sino a Chipre, y además se murió en el viaje. Es lo que me consta por documentos que, una vez más, pulverizan bonitas leyendas.
Este crucifijo pidió ver y tocar el migrañoso, con esperanza de curarse, pues perdido el negocio de Berlanga, todavía les quedaba la superferia de Tendilla, en la Alcarria, que se abría el 24 y duraba un mes, con mucho negocio de paños finos, joyas y plata.
El sacristán de la colegiata le mostró la imagen. Lo que después pasó entre el enfermo y el Cristo figura en un atestado expedido tres días después, a instancias de un clérigo en representación de doña María. Cuya sustancia es, que

habiendo ido el dicho Pedro Rodríguez platero a le adorar, y habiéndole adorado al dicho santo Crucifijo, y puesta la corona de él en el ojo que tenía enfermo y malo, fue nuestro Señor servido que luego al punto se le quitó la dicha enfermedad y dolencia que tenía, y totalmente quedó y está sano y bueno; y nunca más ha tenido la dicha enfermedad.
De lo qual se vio y manifestó clara y distintamente, así porque el dicho Pedro Rodríguez se quitó luego el tocador que tenía puesto en la cabeza, y abrió y cerró y pestañó el ojo, lo qual no podía hazer de antes…”

Aquella instancia tenía por objeto que el Corregidor de la villa, licenciado Garibay Zuazola, ordenase una encuesta pública en forma, “para que conste… y venga a noticia de todos el dicho milagro”. Curioso: la dueña del Santo Cristo pide tal “justicia” al juez nombrado por su marido, de quien dimana el poder señorial –simbolizado aquí por el rollo de Berlanga, el más vistoso de la provincia–.
No menos curiosa la deposición de un fray Antonio Escudero, franciscano, comisario de la bula. El cual como ‘testigo’ (sic) declara bajo juramento:

Que, el miércoles de la ceniza próximo pasado, este testigo confesó y comulgó al dicho Pedro Rodríguez, y en todo lo que le trató y comunicó en lo espiritual y temporal coligió de él ser un hombre muy honrado y buen cristiano…, y le tiene por persona que piadosamente [no] dejara de decir verdad, especialmente con juramento y en negocio tan grave como este.

El tal miércoles pasado era literalmente “ayer”, la víspera de la declaración. Ese día de penitencia, el padre Comisario bulero andaría ocupadísimo, como un feriante más en su tenderete, voceando sus bulas para que las gentes pudiesen aligerar la abstinencia cuaresmal. Los feriantes a buen seguro no escaparon al celo del religioso, que aparte de colocarles las sendas bulas les invitaría a cumplir con pascua. Los buenos plateros, producida la curación el lunes y citados a declarar, obraron sabiamente acudiendo al fraile a confesarse con él y cumplir con Pascua a cambio de la papeleta correspondiente, y de paso captarían su benevolencia comprándole bula. Fuera de eso, el fraile no conoce a su penitente de nada, y así es bien poco lo que puede ayudar.
Las versiones del enfermo curado y de otros dos testigos, con ser tan pocas, tienen el mérito de ser divergentes. Como por lo demás suele ocurrir en estos milagros un poco embarullados. Según Pedro, lo que él hizo fue pasar un rosario por la cabeza del Cristo, y al hacerlo cayó rodando por el suelo la pequeña corona de espinas, que todos buscaron y él mismo, a pesar de su jaqueca, encontró y puso en contacto con el ojo doliente, quitándose el dolor al instante. Y lo que es más extraño, nunca después acá ha sentido ninguna cosa de la dicha enfermedad”. Es decir,  en dos días y medio no le repitió la migraña. Una curación definitiva, lo que vulgarmente se dice.
Divergente es también el sacristán o ‘sagrariero’. Del incidente de la corona caída, lo que a él le importa es que volvió a su lugar en la cabeza del crucifijo, sin mayor protagonismo en la cura milagrosa, que fue obra de la imagen entera. Cada versión responde a las preocupaciones del testigo, como suele ser en estos casos.
Así, sin fiscal ni abogado del diablo ni informe pericial, el corregidor Garibay dio por concluido el expediente. No se llamó a ningún médico que dictaminase sobre el mal y la curación; y para teólogo fue suficiente el fraile bulero.
Nos quedamos con la curiosidad, o si se prefiere, con las ganas de saber si Pedro Rodríguez tenía antecedentes de jaqueca, que con tanta presteza se auto diagnosticó.
La jaqueca es una patología epileptoide, tan conocida como inciertas son sus causas, y aleatorios sus remedios. Entre estos, sin embargo, no se contempla el contacto con una corona de espinas, aunque sea la de un santo Cristo. También es sabido que los ataques remiten por sí solos, durando por lo general no más de tres días, y a veces el alivio se produce con rapidez. Fuese jaqueca “de libro”, u otra forma de cefalea seudo-jaquecosa, o en fin, alguna neuralgia facial, no entremos en ello, pues ni pone ni quita mérito al milagro.
En realidad, ni siquiera conocemos el objetivo real de la supuesta averiguación y “justicia” reclamada por la Duquesa. En plan especulativo, recordemos que en 1587 se tramaba la conquista de Inglaterra con aquella gran Armada que pasó a la Historia como ‘la Invencible. En tal ambiente de entusiasmo religioso prebélico no quedaron sin promocionarse los “Cristos de Lepanto”.
El Cristo milagroso es inútil buscarlo hoy en la Colegiata de Berlanga. Doña María Jesús nada dice de él. Con buen acuerdo, su propietario don Juan, ya viudo de doña María, sopesó el riesgo que corría una pieza tan pequeña, de materiales preciosos como el marfil y el ébano, a riesgo de dejarse la corona, y quién sabe si el bulto todo, entre dedos demasiado devotos. Berlanga se quedó sin milagro.
El Cristo lepantino, o a lo menos elefantino, vino a parar al mismo convento que la sordomuda doña Juliana. En el museo de Santa Clara de Medina podemos verlo, entre el legado artístico de don Juan Fernández de Velasco. Por cierto, sin la corona de espinas. ¿Qué habrá sido de ella?





__________________
 [1] Gonzalo Fernández de Oviedo,  Historia general y natural de las Indias. I p., l. 8, cap. 1,  10; ed. J. Pérez de Tudela, BAE, Madrid, Atlas, 1959, 1: 248.
[2] Estrella Figueras Vallés, Fray Tomás de Berlanga. Una vida dedicada a la Fe y la Ciencia. Soria, 2010.
[3] Archivo de Sta. Clara, Medina de Pomar, sig. 01.39 (Berlanga, 12 Febrero 1587).
[4] Ibíd., Perg. 150, 6): Certificación del crucifijo (Roma, 1 Mayo 1586).



lunes, 11 de julio de 2011

‘El que bien lee’








       Ayer me he ganado diez de los buenos apostando al trile poético en ‘Zapaterías rimadas’. Será falta de costumbre pero, a la verdad, estoy más ufano que un euscobildubatueco con alcaldía.

– “Apúntese diez, don Belosti” –, sonó la voz cavernosa del maestro Monsieur de Sans-Foy desde las tripas de la máquina.

Todavía me pellizco y casi no me lo creo.

       Honor tan raro (y que puede que nunca más se repita) no puedo esconderlo bajo el celemín. Con que, mezclando lo jocundo a lo grave,  me permito colgar aquí el mismísimo icono que, exprimido y glosado generosamente en liras impecables por el propio Archipoeta, todavía me dio de sí para un epigrama.

       Con moraleja y todo. Como dice el proverbio latino, ‘de buen lector es enmendar erratas’.



Qui bene legit, multa menda tegit
                  (Cuidado con la pintura)

Narciso enamorado
de sí con flecha de su propia aljaba,
al óleo pintado,
cayéndole la baba,
se mira Alfredo Pérez Rubalcaba.

De Alfredo la pintura
cual linfa la carátula refleja;
su voz-eco murmura
con amorosa queja:
“Juntos yo-tú, tú-yo, qué gran pareja”.

De su retrato al fin
casto beso en la boca deposita,
pringando de carmín
la suya, pues (¡maldita…!)
‘Rocín pintado’, el rótulo acredita.

Si la razón, absorta
en vanidad y yerro, despertara
atenta a lo que importa,
debajo de esa cara
leer ‘recién pintado’ aconsejara.




sábado, 9 de julio de 2011

La columna de San Baudel: ¿Estilitas en Soria?




(A Pussy-Cat, con mi agradecimiento)






La ermita de San Baudel de Berlanga, vista por fuera, no promete la maravilla que es por dentro. Y eso sin contar la que sería en su esplendor pictórico intacto [1].

       Una vez dentro, sorprende la gran columna central palmeada por ocho arcos de herradura. Sorprende y desconcierta; porque ese sustentáculo es desproporcionado y funcionalmente superfluo, para tan poca techumbre.  San Baudel es en esencia un cubo construido en torno a un cilindro, sin otra función que guardarlo.
Esta impresión se confirma al ver que el fuste de la columna sostiene un historiado edículo con aberturas entre las nervaduras de la palmera. Qué pudo esconderse o mostrarse allí, no consta. Unos hablan de relicario o joyero, otros de un ‘ostensorio’…  Lo no creíble es que un espacio tan elaborado, con su cupulita interna de estilo hispano-árabe califal, casi invisible desde abajo, se hizo para nada.

Visité por vez primera San Baudel hace la friolera de 45 años, cuando los raros transeuntes acudíamos al ayuntamiento de Caltójar, donde estaba la llave en poder del secretario. Este señor, amable y servicial –no sé por qué, en mi recuerdo le llamo siempre “don Ángel”–, nos rogó le enviásemos algunas fotos del interior, que a veces se las pedían.
Salió a colación el tema de la columna; y fue entonces cuando le di al buen señor mi impresión: a mi juicio, fue la morada de un estilita. ¿Había oído él alguna vez tal cosa? Rotundamente dijo que no. Yo tampoco lo había visto en Mélida, Lampérez, Gómez Moreno, ni en la Summa Artis de Pijoan.
De entonces acá he procurado ampliar mis nociones sobre estilitismo, visitando también las ruinas grandiosas de San Simeón (Qalat Samán), en el desierto de Siria. Y siempre me ha rondado San Baudel [2].

Oír campanas
Casualmente di con un libro donde, junto con una foto como las enviadas por nosotros al secretario de Caltójar, se reproducía la idea de que en San Baudel, sobre la columna, pudo habitar un… estagirita.  Como suena; y que Atienza me sea testigo:

“Se trata, sin lugar a dudas, de un lugar concreto en el que se encerraría el caballero-freire para pasar un tiempo indeterminado en soledad meditativa. Un espacio equivalente a la columna de san Simeón el Estagirita.” [3]

“Sin lugar a dudas, … se encerraría…”. Es admirable el discurso de los ocultistas en sus cosas; con qué soltura saltan de la certidumbre a la hipótesis, y viceversa, sin más pértiga que una coma. Confieso que me divertí mucho imaginando una secta aristotélica perdida en el yermo soriano; los adeptos recorriendo por su orden los espacios iniciáticos de la capilla, hasta encaramarse por último en el Árbol de la Vida, encerrándose en el edículo a investigar en clave esotérica, ¡qué sé yo!, el Perihermeneias… o mejor, las Escuchas admirables… (¿Apócrifo, las Escuchas? ¡Pues razón de más!).
Aparte el lapsus –estagirita por estilita–, Atienza ha tenido lectores. Y como en la leyenda del racimo de uvas, que un anacoreta cedió a su compañero, y de mano en mano dio la vuelta al yermo para tornar a su origen, así pasó conmigo. En otra visita a San Baudel (1990), el joven guarda del monumento, Agustín B., a media voz y sin mucha convicción, me revelaba mi propia doctrina expresada allí mismo años atrás.
Ahora, en la Red, la cosa ya parece de dominio público, aunque por lo que veo, se repite de forma mecánica y no documentada. Un ejemplo:

“Incluso se ha apuntado la posibilidad de que fuera el lugar de retiro de algún ermitaño, que viviría subido en lo alto de la columna, al estilo de Simón el estilita.”

Veamos de traer algo de luz. Aquí puede ayudarnos el libro ya citado alguna otra vez, Las máscaras del santo, con capítulo especial sobre ‘Los santos estilitas’. El autor por su parte sigue a la autoridad en la materia, el jesuita bolandista Delehaye. Imprescindible es también la  Antioquía del dominico Festugière [4].  

       Vivir con fuste
¿Pero hubo alguna vez santos estilitas? La gente se lo pregunta, como Jardiel si hubo Once Mil Vírgenes [5]. La respuesta es que, en efecto, las 11.000 compañeras de santa Úrsula son leyenda, mientras que san Simeón Estilita el Viejo (h. 390-459) hizo escuela durante siglos.

La palabra estilita (literalmente ‘columnista’; de στλος, columna o pilar) aparece en la literatura cristiana desde el s. V, para designar a los ascetas que practicaban subidos sobre un fuste a cierta altura sobre el suelo. Podía ser un simple poyo, o una columna de verdad. Y desde Simeón hubo costumbre de cambiar de percha el asceta por otras más altas, como en señal de progreso. La mudanza podía resultar complicada, si para no pisar tierra el estilita había que montarle un andamio a modo de puente.
El plinto o capitel donde se instalaba el monje se rodeaba de un pretil en torno a una garita o cobertizo. Aquello era su morada fija. Simeón, que debutó como estilita en 412 sobre un pilar modesto, pasó sus últimos 17 años sobre una gran columna de 40 codos (18 m y pico), de la que sólo queda el muñón de la base.  
Para una vida así, el estilita dependía de otros. Para atenderle en lo material y espiritual, para hablarle en privado, tocarle o hacerse tocar etc., se accedía hasta él por una escalera de mano, aunque la iconografía conoce también columnas huecas con puerta y husillo.
La columna –en el caso de Simeón y otros– ocupaba el centro de una pista delimitada por una mandra o murete para separar al asceta del mundo exterior, de la gente, de su público [6]. Como en el circo. Un circo religioso.
A todo esto, el profano en el tema se estará preguntando qué género de chiflados fueron aquellos. Tiene razón, y más de la que él piensa, aunque el fenómeno no es tan simple de explicar. La literatura técnica mística hablaba en efecto de manía, locura por Dios, o por Cristo. A san Simeón acudía muchísima gente, por devoción, por curiosidad, y también por diversión y burla. De hecho, la pronunciación bizantina admite en griego juego de palabras entre ‘estilita’ y ‘empicotado’, expuesto a pública vergüenza.
Como locura o extravagancia colectiva, el ascetismo en Siria alcanzó cotas singulares. Los autores hablan de filosofía, pero nada de especulación; era sobre todo ascesis o entrenamiento, deporte, atletismo, competición y campeonato. Era su método de negarse a sí mismos y acercarse a Dios. Simón fue ‘pentatleta’ que destacó en varias especialidades, empezando su carrera en subterráneos, hasta coronarla en las alturas. De espeleólogo, a alpinista, diríamos hoy. El sufrimiento de aquellos hombres (y algunas mujeres) era sufrimiento atlético, más que penitencial. Su meta era trascender la realidad material ingrata y superar las limitaciones físicas. Algo que ver con el yoguismo, y también con sus ribetes de exhibicionismo.
El primer biógrafo y más fiable de Simeón fue su joven paisano Teodoreto, obispo de Cirra, que escribe hacia 440/444, esto es, en vida del héroe, que por cierto le sobrevivió. En la misma obra, titulada Historia religiosa, Teodoreto presenta una galería de santones del país. Son muestras de gente, casi toda ella rústica, que ‘huye del mundo’ en una época harto dura y deprimida.
Uno de los héroes es un tal Teleleo, que con dos ruedas de carro se hizo una jaula en forma de tambor, la colgó de una horca pública, y metido en ella estuvo diez años quieto en posición fetal. “Es obvio que no puede hablarse de personalidad ‘normal’, y nos gustaría saber cómo andaba de salud mental aquel atleta de Cristo, o qué se proponía demostrar.” [7]

Volver a San Baudel
¿Y en España?

“Que yo sepa, ninguna autoridad parece haber mencionado estilitismo peninsular. Y sin embargo creo que Castilla posee intacto el monumento más completo del mundo, en relación con este tipo de ascesis: la ermita de San Baudel en Casillas de Berlanga (Soria).” [8]

Delehaye conocía bien el culto que tuvo en España dicho santo. Lo que no conoció directamente fue nuestro San Baudel de Berlanga. Y dado que el mártir francés no fue ningún estilita, tampoco hubo razón para mencionarle en el libro.
Consta, por otra parte, que los mozárabes bajo el Islam reciben influjo de corrientes espirituales y ascéticas orientales. El orientalismo de San Baudel es patente (no digo ‘palmario’ por evitar el chiste malo). ¿Hay algo más? Pues sí, y qué gran paradoja: quien jamás vio el sitio va a ser nuestro guía.
Abrimos por una página donde “Delehaye, sin saberlo, parece estar describiendo nuestro monumento soriano”.

Paralelismos arqueológicos
Se trata de otro estilita más moderno que Simeón, san Lázaro Galesiota (968-1054), llamado así por haber vivido 41 años –la segunda mitad de su larga vida– en el monte Galesio (el Alaman Dagh), al norte de Éfeso. De aquello no queda nada, salvo una biografía con datos que nos importan.
Por ejemplo, que “al edificarse las iglesias, las columnas quedaban englobadas en la construcción.”
Para expresar la instalación de un estilita se decía: “Entró en la columna”.
Luego cada estilita acomodaba el habitáculo a sus preferencias o necesidades. En el caso de Lázaro, la columna, presidiendo el coro de los monjes, tenía una capillita aneja donde le decían la misa. (Compárese con el alzado de San Baudel.)
Para hacernos más idea, desde el coro y con una caña larga, de las de encender y apagar luces, se alcanzaba al estilita en su nicho. Lo sabemos por la anécdota de un monje joven que se dormía en el coro. El padre abad le reprende, y a la vez le indica una caña, con encargo de darle con ella si le ve dormirse. El novicio lo toma en serio, y a punto estuvo de dar cañazo al abad, sorprendido en la humana flaqueza, si no le detiene un compañero.
Precisando más la integración columna-coro-templo, Delehaye dice:

“No es mera hipótesis. Moribundo el padre, llaman al monje Jonás para que le visite. Sube por la escalera de mano, y se asoma a la celdilla estrecha dentro de la columna. Halla a Lázaro inmóvil, y creyéndole muerto abre la ventanilla y avisa a los hermanos.” 

En fin, un último detalle, muy en el espíritu deportivo o competitivo de aquellos hombres. Practicando en la especialidad, Lázaro oye hablar de una mujer estilitisa metida en una garita sobre su columna, con las piernas colgando por unos orificios. Deseoso de imitarla, introduce en su columna las modificaciones pertinentes.

¿Nos chocarían estos datos si los hallasemos en algún manuscrito relativo a San Baudelio? Pues tengamos en cuenta que al referirnos al Galesiota y a nuestro hipotético estilita soriano hablamos de  contemporáneos. La única diferencia es que del monte Galesio sólo queda lo escrito, sin monumento, y en San Baudelio tenemos  el monumento intacto, sin escritura. Ambos se completan maravillosamente.
Y aquí sí que podemos añadir, “sin lugar a dudas”, que de haber tenido Delehaye noticia de la columna soriana, toda nuestra especulación sería una verdad comprobada. Por desgracia, cuando el jesuita ultimaba su obra, para San Baudelio empezaba el calvario que condujo a su expolio (1922).   
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[1] Baudel(io),  Baudul(io)...: variantes del nombre de un oscuro mártir de Nimes, recordado en los calendarios mozárabes. Confundido a veces con san Baudilio de Zamora, también mártir, del que al menos se indica fecha (288). Otro Baudilio es san Baudolino, confesor y patrón de Alejandría, Italia (s. VIII).
[2] Teógenes Ortego Frías, La ermita mozárabe de San Baudelio en Casillas de Berlanga – Caltójar. Almazán, 1987. Agustín Escolano Benito, San Baudelio de Berlanga. Guía y complementarios.  Necodisne, Soria, 2005. De Ortego Frías es el alzado que nos sirve de referencia.
[3] Juan G. Atienza, La ruta secreta de los Templarios.  Martínez Roca, Madrid, 1979.
[4] Hypolite Delehaye, Les saints stylites. Bruselas, 1923; reimpr. 1962.  A.-J. Festugière,  Antioche païenne et chrétienne. París, 1959, págs. 388-401. J. Moya, Las máscaras del Santo. Madrid, Espasa, 2000, págs. 298-320.
 [5] Enrique Jardiel Poncela, Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? Novela del donjuanismo. Madrid, 1931.
[6]. En griego mandra es redil (de ovejas), nombre cariñoso que daban los monjes a su convento; de ahí archimandrita, el superior de la mandra.
[7] Las máscaras, o. cit., pág. 302.
[8] Ibíd, pág. 315.

Fuera de eso, ¿recordamos cómo el primer maestro, san Simeón, se ejercitó primero bajo tierra, antes de ascender a su plinto? Pues como para recuerdo de aquello, en el ángulo S de San Baudel, a pocos pasos de la columna, se abre una cueva muy adecuada para el retiro.

martes, 5 de julio de 2011

Domingo: santo gris en blanco y negro (y 3)



El santo y su máscara. Los Predicadores
He llamado a Domingo ‘santo gris’ porque yo lo veo gris. En cambio, san Francisco, contemporáneo suyo más joven, casi parece un conocido. Y eso que sé que sus vidas mienten, como era casi de rigor en las vidas clásicas de santos, sus panegíricos y leyendas. Porque el santo, por lo general, es sólo un pretexto para vender otras cosas: entretenimiento, consejos, propaganda.
La literatura santoral –lo que se entiende por Hagiografía– presenta a los santos enmascarados por sus promotores. Pero no de cualquier modo. Las máscaras se ajustan a tipos genéricos, que el crítico tiene que descifrar. ¿Que rascamos, y debajo aparece un rostro humano? Estupendo. ¿Que nada de nada? Suele ocurrir, y tampoco es tiempos perdido, porque al menos se desenmascara al propagandista.
Conozco un libro que trata de eso y se titula así: Las máscaras del santo [1]. Con esta advertencia:

“He decidido no tocar en este estudio las figuras de fundadores de órdenes religiosas… En estos casos, la distinción entre el individuo y la pieza literaria se complica por el factor añadido del entusiasmo de sus discípulos.” (pág. 20).

Pienso que el autor fue prudente. Esos santos fundadores son sin duda los tipos más (y peor) enmascarados por sus biógrafos. Cuando un religioso de los siglos pasados rompe a hablarnos de “mi gran Padre san Fulano”, o de “el excelso Patriarca de mi gloriosa Orden”, lo que nos va a presentar no es a un ser humano, sino un mascarón de proa tras el que navega la cofradía en pleno. La vida típica de ‘santo fundador’ es la exaltación y la justificación de un ‘nosotros’. Esto último es precisamente lo que me interesa en estas reflexiones. Hoy en día los santos no parece que interesen mucho, salvo como iconos de grupo [2].
Tampoco las órdenes religiosas están en candelero. Sin embargo, la Historia de Europa no se entiende sin ellas. Por fijarnos sólo en un aspecto, los monjes y los frailes en la Edad Media fueron potencias socio-económicas, aunque muy diferentes. Sin saber nada de Economía (o por eso mismo), sólo para comparación ilustrativa, yo diría que los monasterios me recuerdan a la banca, mientras que las órdenes mendicantes se parecían más a los partidos políticos.
Siguiendo el símil, el gran partido religioso-político que fue la orden de Predicadores –los dominicos– incluía en su programa dos ‘valores’ prioritarios: ortodoxia e inquisición. Dos valores que unidos se traducen en intolerancia. Los dos se repiten plasmados gráficamente en sendos murales de propaganda, en el ‘Cappellone’ de los Españoles, en el convento florentino de Santa María Novella. Dos ‘triunfos’ se enfrentan allí: el de la Ortodoxia, representada por Santo Tomás de Aquino con su Suma Teológica; y el de la Iglesia Militante, defendida sobre todo por santo Domingo y sus Domini Canes.
Pero dos ‘valores’ –ortodoxia e inquisición– que con el tiempo han dejado de serlo. Ya se sabe que la tolerancia es valor muy moderno y muy poco extendido todavía, y sería anacrónico proyectarlo a siglos pretéritos. Para el historiador eso no es problema. A menos, claro, que el historiador sea dominico a la defensiva.

Inquisición
Es comprensible que los dominicos deseen sacudírsela de encima, la Inquisición. El padre Mandonnet, y otros con él, han insistido en que santo Domingo no fue inquisidor, ni el Santo Oficio fue cosa peculiar de la Orden. Lo primero es cierto; lo segundo, menos. Pero la verdad es que lo uno y lo otro han sido tesis suyas.
El cargo de Inquisidor General (‘el Gran Inquisidor’ de la literatura) en España lo tuvo primero fray Tomás de Torquemada (1483-1490), seguido de fray Diego de Deza. “Y nadie más”, añade Mandonnet. ¿Le parece poco? Torquemada diseñó la máquina represiva. Para su convento de Ávila pintó Pedro Berruguete el Auto de Fe presidido por Santo Domingo.
Anacrónico, pero genuino. La leyenda de la orden atribuía al fundador aquel mismo cargo. ‘Primer Inquisidor’, le llaman los biógrafos, que hasta recogen su ‘primera sentencia’. Bien curiosa, por cierto:

“Domingo, Canónigo de Osma y mínimo Predicador: salud en Cristo.
Reconciliamos a Poncio Rogerio… mandándole:

Que tres domingos continuos sea llevado desde la puerta de la villa hasta la iglesia recibiendo azotes.
Que en toda su vida no coma carne, ni güevos, ni leche, ni manteca, salvo los días de Pascua de Resurrección, del Espíritu Santo y de la Natividad del Señor;
Y que ayune tres cuaresmas al año, sin comer en ellas pescados, ni güevos, sino yerbas o frutas.
Que ayune tres días cada semana, toda su vida; y en aquellos días no coma pescado, ni cosa guisada con aceite, ni beba vino, si no fuere con dispensación, o en los grandes calores del estío…
Que traiga dos cruces en los pechos, una sobre el lado derecho y otra sobre el izquierdo (que es como las aspas de los sambenitos)
Que oiga misa todos los días.
Que las fiestas esté en vísperas.
Que rece por las horas canónicas del día, por cada una, diez veces el Páter noster, y por maitines veinte veces.
Que guarde castidad.
Que los primeros días de cada mes se presente con esta sentencia ante su cura, para que vea cómo vive; etc.
Y que no guardando todo lo susodicho (por menosprecio), sea habido por hereje, perjuro y excomulgado, y apartado de la comunión de los fieles.” [3]

La supuesta condena se habría leído en la catedral de Tolosa, en el primer Auto de Fe de la Historia (h. 1207), donde “hubo 300 relajados (según la pluma que menos cuenta), que pertinaces se arrojaron a las llamas del brasero, sin que los refrenase la predicación milagrosa de mi Santo Padre e Inquisidor…” [4]. También en España habría celebrado un auto de fe en presencia del rey san Fernando III, quien “llevó a cuestas la leña para quemar a los herejes”. En fin, que santo Domingo:

“con este oficio tan de su celo… empezó a empadronar a los que hallaba culpados, escribiendo sus nombres, edades, sexos, estados y calidades de cada uno. Dispuso cárceles, previno torturas, buscó vidas, censuró costumbres, inquirió doctrinas…, hecho un argos, cuyo afecto todo era ojos que ya arrojaban lágrimas compasivas, ya llamas celosas.”

Los dominicos no inventaron el Santo Oficio, ni lo controlaron en exclusiva. Pero nadie como ellos se ha jactado de esa gloria. Toda la emblemática del Santo Oficio es dominica, empezando por las insignias y el patronato de san Pedro Mártir. Con eso, más textos como los citados, se explica la necesidad de un esfuerzo a la defensiva. Un esfuerzo en la línea de la llamada ‘purificación de memoria’, preconizada para el Año Santo 2000 por la Santa Sede. 
 ¿Purificación de memoria…? ¿Y eso qué es?:

“Consiste en el proceso ordenado a liberar la conciencia personal y colectiva de todas las formas de resentimiento o de violencia, que la herencia culpable del pasado pueda habernos dejado; y ello mediante una evaluación renovada de los eventos implicados, histórica y teológica, que lleve –si resulta justo– al correspondiente reconocimiento de culpa, y que contribuya a un camino real de reconciliación.” [5]

Repensar la Historia en descargo de conciencia: otra forma de ‘recordar’, qué duda cabe. Lenguaje “ligeramente opaco” (slightly opaque), en expresión irónica de Edward Peters [6]. ‘Purgar la memoria’: la expresión en sí y su definición, tomada del documento pontificio Memoria y reconciliación, a más de uno le evocará recetas prodigadas últimamente en España, tanto para el mal de memoria histórica sobre la Guerra Civil, como sobre todo en relación con el ‘conflicto’ vasco.

Ortodoxia
Los dominicos se han autoproclamado siempre campeones de la ortodoxia, encarnada en el sistema tomista, con sanción eclesiástica oficial. Para ellos, la Suma Teológica ha sido un libro casi inspirado –“Bien has escrito de mí, Tomás”, dijo en cierta ocasión Jesucristo–, que en el Concilio de Trento se colocaba junto a la Biblia y el Derecho Canónico.
No se discute el mérito de tal sistema para su tiempo. Su influencia ha sido grande, con más imposición que convicción. De hecho, el monolito tomista ha sido una barrera al pensamiento moderno, más que las demás escuelas escolásticas, y en contraste con la apertura de pensadores franciscanos, Escoto, Ockam... (Como ironiza el franciscano protagonista de ‘El nombre de la rosa’, aludiendo al tomismo: “Si yo tuviese respuesta para todo, estaría enseñando en París”.)
No sé qué frutos positivos habrá dado la Summa, usada como oráculo y contestador automático, ni si se contrapesa el lastre de derivados suyos nefastos. Pienso, por ejemplo, en aquel engendro dominicano titulado Malleus maleficarum, que en el siglo XV quiso dar marchamo ‘científico’ a la caza de brujas. Tampoco cabe ignorar el triste papel del inquisidor dominico fray Jacobo de Hochstraten, primero como oscurantista en el ‘caso Reuchlin’ y las Cartas de Desconocidos (1515-1517), y luego como intolerante censor de Lutero [7].
En embos casos le hizo pareja su cofrade Silvestre Mazzolini, Maestro del Sacro Palacio. Este título y cargo – especie de maestrescuela o mentor y censor de la casa y corte papal en asuntos doctrinales–, ha estado siempre en manos de dominicos, como exponentes de doctrina segura, aunque no sea cierto, como ellos pretendieron, que la tradición se remonte al propio santo Domingo.
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[1] Jesús Moya, Las máscaras del santo. Subir a los altares antes de Trento. Madrid, Espasa, 2000. Prólogo de Luis Carandell.

[2] Es el caso de otro santo dominico, san Valentín de Berrio-Otxoa –sic, con ‘de’ nobiliaria y con tx de Ochoa, aunque este ‘mártir’ murió hace siglo y medio–, de actualidad como aspirante al patronato de Vizcaya. Con la misma congruencia ortográfica ha opinado la diputada de Cultura: «Me gustaría que un vizcaíno fuera patrón de Bizkaia».

[3] F. de Posadas, Vida, o. cit. (ed. Córdoba, 1701, pág. 124, añadiendo: “Esta fue la primera sentencia que dio mi glorioso Patriarca… donde se conoce el celo y la discreción con que midió el castigo al cuerpo del delito.”

[4] Ibíd. pág. 131.

[5] Del documento pontificio Memoria e reconciliazione: la Chiesa e le colpe del passato.

[6] Cfr. E. Peters, en CATHOLIC HISTORICAL REVIEW, 91/1 (2005): 105-121. Es recensión de la obra colectiva, Praedicatores, Inquisitores. I.The Dominicans and the Medieval Inquisition. Acts of the 1st Internatonal Seminar on the Dominicans and the Inquisition (W. Hoyer, ed.). Roma, Istituto Storico Domenicano, 2004. El ensayo introductorio, de Grado Giovanni Merlo, lleva por título ‘Predicatori e inquisitori: Per l’avvio di una riflessione’ (págs. 13-31), donde se acude a la ‘purificación de memoria’.

[7] Véase Epistolae Obscurorum Virorum / Cartas de Desconocidos. Edic. de Jesús Moya, Universidad de Málaga, 2008.