domingo, 17 de junio de 2018

Una invención histórica curiosa

La Navarra pre-Arista (716-840), según Garibay
Esteban de Garibay (1533-1599) es uno de los referentes más antiguos aquí en ‘Belosticalle’. Recordaré sólo una vieja entrada titulada con palabras suyas: «Portugalete, donde el vascuence fenece» (2009-o5-06). Cronista, historiador, genealogista, folclorista,  autobiógrafo, este mondragonés fue uno de los intelectuales vascongados de más relieve en la España de Felipe II.
Pero no voy a hablar de Garibay, sino de una propuesta suya por demás curiosa: regalarle al Reino de Navarra todo un siglo de preexistencia histórica.
Dicho de otro modo: ponerle a Navarra una prótesis delantera, que la hiciese parecer tan antigua como el Reino de Asturias, y por supuesto, mucho más antigua que Castilla. Bien entendido que semejante invento no era capricho de Garibay, sino lo que él entendía como su deber de historiador vasco: llenar un vacío histórico. Aunque fuese con una chapuza. Clío, la musa de la Historia, suele castigar así a sus niños malos [1].
Como es bien sabido, la Historia del Reino de Navarra empieza con el rey Íñigo Arista, en la primera mitad del siglo IX. El Reino de Asturias/León era un siglo más antiguo, pues tuvo su origen en Don Pelayo y la ‘batalla de Covadonga’ (año 716).  En todo aquel tiempo, ¿qué estuvieron haciendo los navarros? Los navarros, y los aragoneses también: partos ambos de los mismos montes Pirineos.

Cuestión previa: de qué Historia hablamos
En la Edad Media cristiana, las crónicas e historias particulares –en que se inspiran los historiadores ‘modernos’, como Garibay– eran como un apéndice de la Historia mundial, o Historia Sagrada, ajustada a un modelo de relato histórico que entonces se llevaba. Modelo que hoy llamamos ‘orosiano’, del hombre del que marcó la pauta: Paulo Orosio (m. 420).
Orosio fue un sacerdote español, discípulo y colaborador de San Agustín, que como autor de La Ciudad de Dios le encargó escribir una Historia Universal, muy usada después en la Edad Media.

Siguiendo el relato bíblico que parte de Adán, lo continúa hasta la caída del Imperio Romano y su tiempo presente de invasiones bárbaras. Todo ello leído en clave providencial, pues es la mano de Dios la que gobierna esta tartana traqueteante, cuyas riendas se disputan los conductores de pueblos. La Historia de Orosio fue uno de los libros más leídos e influyentes en la cultura cristiana medieval [2].
El telón de fondo es la Historia Sagrada, según la Biblia. Pero la Biblia no solo ofrece su versión (o versiones) de sus relatos, sino que da también su clave para valorarlos y encuadrarlos en un esquema cíclico de ‘Caída y Salvación mediante Pacto’. Esta teoría de la Historia se expresa sobre todo en el quinto libro de la Torah, el Deuteronomio, y por eso se habla de historicismo deuteronomista, o relatos tipo D [3].
La Historia tipo D es toda en blanco y negro: historia de buenos y malos, según que los personajes obedezcan o no la Ley de Dios. Historia cíclica providencial, donde el mal crece hasta un punto crítico, en que Dios ex machina interviene y hace escarmiento general, reservando y salvando a un grupo elegido, con el que renueva el pacto religioso foral (Berith), con base en la Ley vieja (Torah). Y así vuelta a empezar ciclo, hasta la siguiente caída y reparación y pacto. Un proceso que podríamos llamar inductivo y predictivo o ‘profético’ [4].
Me he extendido en todo esto por aclarar ideas de siglos atrás, y aun de tiempos más cercanos. Porque aquel sistema D bíblico funcionó en la Edad Media, y funciona todavía en sistemas políticos arcaizantes de raíz religiosa, como el nacionalismo vasco con su pactismo foral. Aquí, con la secularización, es lógico que se resienta la Lógica. Hoy en día el PNV prescinde de su fundador Sabino Arana, hombre religioso esencial tipo D. En el nuevo ‘pactismo foral’, la parte contratante Dios/Jaungoikoa es sustituida por el Estado. La incongruencia fetichista de la foralidad llega al extremo de seguir aplicándola a un hipotético estado vasco independiente: la República Foral de Euzkadi.
Aclaremos también que la denominación ‘tipo D’, o deuteronomismo, dentro del análisis crítico de la Biblia, es cosa bastante moderna. Su realidad, sin embargo, se percibió desde siempre, de forma intuitiva, desde Agustín y Orosio, seguidos de nuestros historiadores medievales y los foralistas modernos.
Fuero General de Navarra - El llamado 'Prólogo'
Así no es de extrañar la repetición de reminiscencias incluso verbales, sobre todo en las coyunturas de crisis histórica. Y no sólo en crónicas, también en contextos legales. El Fuero General  de Navarra, en su llamado ‘Prólogo’, comienza incidiendo en el tema de la pérdida de España por traición humana y castigo divino por medio de los moros, y su restauración también por obra divina mediante pacto legitimador de nueva monarquía foral.
En suma, las frustraciones históricas se explicaban «porque algo se ha hecho mal contra Dios y Fuero», mientras que los buenos tiempos eran fruto de una toma de conciencia nacional religiosa. La última versión ultra-D a la española la tuvimos en el nacional-catolicismo, que interpretó la Guerra Civil de 1936-1939 en clave de reconquista y sello de un pacto político-religioso entre el auténtico Pueblo español y Dios –representado por la Iglesia Católica–, con el caudillo Franco como mesías y garante.

Monarquía navarra: La serie de Rada
Una de las primeras historias de España fue la de D. Rodrigo Jiménez de Rada,  arzobispo de Toledo por muchos años (1209-1247). Su obra, De rebus Hispaniae (‘Cosas de España’), conforme al modelo orosiano, contemplaba la invasión árabe y la reconquista cristiana de la Península como un continuo histórico providencial: la ‘Caída y Restauración de la España goda’. En este hilo, el episodio de Covadonga, chispa de la Reconquista, fue el precedente y el modelo para los otros focos de resistencia montañesa cristiana en Cantabria y el Pirineo, frente al invasor árabe.
El arzobispo Rada era navarro. Su Navarra era entonces un reino independiente, como cualquier otro de Europa: como Castilla, como Aragón. Sin embargo este intelectual europeo, ante Europa, se reconoce como español: español navarro. Para él, los diferentes reinos cristianos surgidos en la Reconquista eran un accidente histórico secundario, frente a lo sustancial: la recuperación de la España cristiana y católica de los godos, con la capital del reino en su propia sede arzobispal de Toledo. Cosa que a don Rodrigo le cuadraba de maravilla, en su empeño de ser el cabeza o primado de la Iglesia española. Por algo la crónica del ‘Toledano’ –como llamaban al navarro– circuló también como Historia Gótica [5].
Rada no introduce en su relato el Reino de Navarra hasta que lo necesita para continuar la historia de Castilla (De Rebus Hispaniae, 5, 21). Leámosle en romance añejo del traductor y continuador Gonzalo de la Hinojosa, obispo de Burgos, según códice del s. XV de la Universidad de Sevilla (¡y qué bien traducía el puñetero!) [6]:
Agora cuenta la estoria que, porque el linaje de los Reyes de Castilla e de León, después de la muerte del Rey don Bermudo e del conde don Sancho, fue menguado de homes, hubiéronlos por ende de heredar las mugeres. E por ende es menester, e no se puede excusar de contar cómo vinieron los reyes de Navarra por casamiento; porque estos casaron con las mugeres que heredaron en Castilla e en León, siendo destruidos de los moros por muchas veces los Reyes e los Reinos de Castilla e de León e de Navarra.
E dice así: que vino un caballero del Condado de Bigorra, e era mucho usado en armas desde pequeño, e era mucho ardido e esforçado en caballería, e había nombre don Íñigo. E porque este caballero era fuerte e experto en la lid, llamáronle por sobrenombre Ariesta; e moraba siempre en los montes Pyrineos, que son entre España e Gascuña. E después desçendió a los llanos de Navarra, e hubo y muchas batallas con moros e vençiólos, así que por sus grandes fechos hubo a ser Rey de Navarra.
E este don Íñigo Ariesta hubo un fijo que dixeron don García, e casólo aquel su padre con una dueña que había nombre doña Urraca, ca era del linaje de los Reyes godos.
Puntos notables del párrafo:
1. La España nuclear es el Reino de Castilla y León, continuador de la Monarquía asturiana.  
2. Navarra entrará en Castilla y León por reyes consortes de mujeres herederas: el primero, Sancho Garcés III el Mayor (1004-1035), por su matrimonio con la condesa de Castilla Munia Sánchez, pero con derecho él mismo, como biznieto del conde Fernán González, por su abuela paterna doña Urraca.
3. El primer rey electo de Navarra (sic) fue Íñigo Arista, oriundo del Condado de Bigorra (o Biguria, o como se diga).
4. Lo dicho no impedirá al cronista dar luego su versión de la primera monarquía arago-navarra.
Hasta aquí todo claro. Desde aquí, todo confusión. Confusión desde la muerte desgraciada de García Íñiguez (el hijo de Arista) hasta Sancho el Mayor (año 1000). El arzobispo Rada ignoró a un rey de Pamplona  y confundió a varios de sus sucesores. Así de corta le quedó la dinastía navarra, con solos cinco reyes, para cubrir más de siglo y medio) [7]:
1. Íñigo Arista. 2. García Íñiguez. 3. Sancho Abarca. 4. García Sánchez el Temblón. 5. Sancho el Mayor.
Un intruso: Annio de Viterbo, o la Historia como novela
Por desgracia, cuando empiezan a escribirse historias de España y de sus reinos, al final de la Reconquista, aparece en escena el italiano Annio o Nanni, o sea Juan de Viterbo (1437-1502), con sus Comentarios de las Antigüedades de Italia y de todo el orbe (1498). Este fraile dominico presumía de lenguas orientales y hasta de leer etrusco, la lengua misteriosa de sus ancestros. Con la misma frescura se las daba de arqueólogo, descubridor de objetos que él mismo había enterrado, como aquí los falsarios de Iruña/Veleya. Pero a diferencia de estos infelices, un falsario de enorme autoridad, no tanto por su preparación intelectual como por su amo, el papa español Alejandro VI, que le recomienda ante sus amigos los Reyes Católicos, en favor de la  política española de entonces, y le nombra Maestro del Sacro Palacio (1499), cargo que en la corte pontificia era el de asesor teólogo, y recaía siempre en un dominico.
¿Y qué es lo que comentaba fray Annio de Viterbo en sus Antigüedades? Textos de autores antiguos muy conocidos –Filón de Alejandría, Beroso el Caldeo, Manetón el Egipcio, Megástenes el Persa...–; pero textos unas veces manipulados por él, y la mayoría de su invención, en una miscelánea portentosa de disparates.
El libro XII de la obra trataba De los Españoles y sus 24 reyes primitivos. Precedía una Carta-prólogo del autor «a Fernando y su consorte Isabel, Reyes Cristianísimos [sic] de España» [8]. Esta dedicatoria contribuyó sin duda a prestigiar el fraude, sobre todo entre los españoles, algo pardillos en letras [9].   
Antes, como ahora, cualquier fabulación pasaba teñida de color patriótico. Y lo  mismo que se mentía sobre linajes y apellidos para hincharlos hasta reventar, como el sapo de la fábula, se construían mitos de origen nacionales. Tal y como había hecho Virgilio en la Eneida para magnificar a Roma y a la familia del emperador Augusto; pero en este caso español, mitos bíblicos ‘tipo D’.
Hasta los judíos españoles, dándose por aludidos en el Sefarad/España de la Biblia (Abdías, v. 20),  jugaron con el nombre de Toledo haciéndolo hebreo: Toledoth. Ellos fundaron la capital de España [10].
El mito como ripio, con más o menos carga pedagogo-ideológica, ha sido siempre la solución para rellenar el vacío de los orígenes. En mi escuela, siete siglos después de Rada y cinco de Annio, y sin tener ni idea de que existieron, los chiquillos les seguíamos repitiendo: el primer poblador de España, tras el fracaso de la Torre de Babel, fue Túbal, cuarto hijo de Jafet y nieto de Noé. Esto en cuanto a la tierra firme, porque la ocupación de las Baleares corrió de cuenta de su sobrino Tarsis, más entendido que tío Túbal en náutica y en ínsulas.
El abuso de los falsarios profesionales, como Annio y otros que vendrán  después, fue salirse de aquel pasatiempo inocente sobre la primera antigüedad, para invadir con sus imposturas la etapa histórica, la que rinde dividendos políticos.
Annio de Viterbo tuvo un alumno aventajado en Florián de Ocampo (Zamora 1495-1558). Cronista de Castilla, y luego de Carlos V (1539), este «maestro de la pseudo-historia española» (G. Cirot) se dedicó a llenar páginas con las mentiras de Annio. Ocampo era consciente de la sospecha que rodeaba al fraile dominico, pero se disculpó con que era lo que había, y en consecuencia él también metió de lo suyo.
Paradoja del oficio fue que a un cronista Ocampo novelero le sucediese (desde 1563) otro serio y honesto, Ambrosio de Morales (Córdoba, 1513-1591), que tanto tuvo que desmentirle en la misma Crónica –continuación de Ocampo (1574, 1577, 1586)– y sobre todo en su monografía sobre Antigüedades de las Ciudades de España.
[Tomemos nota de Morales. Luego nos sorprenderá con un hallazgo estupendo sobre la antigua Navarra, que seguramente dejó boquiabierto también a Garibay cuando lo leyó publicado.]

La nueva Historia: Zurita y Garibay, frente a frente


Coetáneo de Morales fue Jerónimo Zurita y Castro (Zaragoza, 1512-1580), primer cronista del reino de Aragón (desde 1547). Con excelente formación humanística por la Universidad de Alcalá, dominio de lenguas clásicas y algunas  modernas, este gran profesional tuvo, por su cargo, los archivos abiertos, y bien que supo usarlos . Su gran obra histórica fueron los Anales de la Corona de Aragón, cuyo título no debe engañar, pues sin salirse de su tema propio aporta datos sobre toda España [11].
Más joven que Zurita y Morales, Esteban de Garibay y Zamalloa«de nación Cántabro, vezino de la villa de Mondragón, de la Provincia de Guipúzcoa»– publicó su Compendio Historial de España en Amberes, 1571. Para ser ‘compendio’, son 40 libros en cuatro buenos  tomos in folio, todo un Handbuch a la tudesca. El tomo III (libros 21-30), dedicado entero a Navarra. Aragón en cambio sólo ocupa la primera parte del tomo IV (libros 31-32); y el resto, tras unos elementos de heráldica (libro 33), es para Portugal (libros 34-35) y los Moros de España (libros 36 -40).
Los espacios ibéricos de Garibay
Si los orígenes de los pueblos son por lo general grises tirando a oscuro, los de Aragón y Navarra fueron negros y muy enredados. Garibay puso especial empeño en su Navarra, donde no tenía enfrente a ningún cronista oficial, considerándose él a sí mismo pionero en cierto modo [12]:
«Este reino [Navarra] tenía muy gran necesidad de ella sobre todos los demás reinos de España, así por la mucha negligencia de sus escritores, que con mas razón se podrían llamar multiplicadores de confusiones los unos sobre los otros, como por las grandes transmutaciones de su corona real… Muchas veces he dicho… que sola esta historia [de Navarra] me costó casi tanto como el resto de las de todos los reinos de España… Dura empresa, no agradecida nada de sus naturales, aunque esto importa poco o nada, por ser el Altísimo Señor el verdadero premiador de las cosas dedicadas a él y al beneficio de su pueblo cristiano.»
El interés por Navarra tenía algo de personal para el guipuzcoano [13]:
«Cuya Real Corona es tan antigua entre todas las de España, que en esto es igual a la de Oviedo y León, y antecede con centenares de años a todas las demás… Si las cosas de los Reyes de Castilla, siendo aquel reino no tan antiguo como el de Navarra, se escribió primero, fue por ser Castilla cosa tan conjunta con el reino de Oviedo y León…»  
Esta frase, con la paradoja de igualar a Navarra con Oviedo en antigüedad, es el anuncio de la operación quirúrgica que Garibay se propone aplicar al reino vascón, pues era cosa sabida que el primer rey convencional navarro, Íñigo Arista, vivió más de un siglo después de Don Pelayo, fundador de la monarquía de Oviedo.
Un cuadro simplificado y en colores dará idea del ‘problema’, a golpe de vista. La columna de la izquierda (en gris) es una escala regular del tiempo por cuartos de siglo. Siguen, como herencia del Reino Visigodo, las columnas de los primeros  reinos de la reconquista. El más antiguo, Asturias, desde el rey Fruela incorpora a  León y Castilla como reinos que heredan la antigüedad y primogenitura asturiana. Del lado derecho, las casillas azules marcan el retraso en aparecer Pamplona/Navarra y  Aragón como reinos.


Aragón/Navarra: La serie de San Juan de la Peña
Este problema de nacimiento tardío lo sintió Aragón más que Navarra, y desde luego no faltaron ingenios para solucionarlo, poniendo su patria a la altura de la que más. Así el monje anónimo aragonés que compuso la Crónica de san Juan de la Peña (siglo XIV) se figura a los cristianos huidos de la invasión árabe «haciéndose fuertes en las montañas de Sobrarbe, Ribagorza, Aragón, Berrueza, Arci, Orduña, Vizcaya, Álava y Asturias», por ese orden. Este documento tan tardío –pues su relato, hablando de memoria, se remonta a seis siglos atrás– no podía convencer a un Zurita, aunque llame a esta Crónica Pinatense, o de la Peña, «la historia general más antigua que tenemos de este reino»[14].
Y aquí es de recordar la visita que hizo el joven Garibay a su colega senior en Zaragoza (1566). Porque el guipuzcoano, en sus andanzas y averiguaciones navarro-aragonesas se hizo recibir por don Jerónimo. Y éste, que tenía ya publicados los dos tomos primeros de sus Anales, con todo lo tocante a aquel período de la historia pirenaica, muy generosamente le facilitó material de primera mano, que a él ya no le servía o no le interesaba. En especial –lo reconoce Garibay–, «la Antigua ‘Crónica de Aragón’, que está en el monasterio de San Juan de la Peña, la cual originalmente vi en poder de Jerónimo Zurita»[15].  Pronto veremos el partido que supo sacar Garibay de aquel manuscrito tan poco apreciado por el aragonés.

Repasando el tomo de Navarra en el Compendio Historial, vemos a un Garibay obsequioso con el autor de los Anales de Aragón, el «notable varón Jerónimo Zurita» (ibíd., 3: 2; cf. 3: 21, 28, 118, 129...); «Zurita, a quien voy siguiendo» (3: 162), etc. etc.,  siempre con expresiones de respeto casi religioso. Si en algún punto tiene que enmendarle, lo hará «salva la reverencia de tan diligente autor» (3: 58).
Tanto bombo sin correspondencia no debe sugerir un idilio entre ambos historiadores, pues si Zurita obviamente no pudo citar a Garibay en la Parte I de sus Anales, ocasión y lugar tuvo de hacerlo en su posterior obra crítica latina, los Indices rerum, de 1578. Y aquí, al tratar de los orígenes confusos de Aragón y Navarra como reinos, sin nombrar a Garibay para nada, Zurita  prescinde por completo de la Crónica Pinatense, que para nuestro guipuzcoano fue la primera piedra de su edificio.

En el siglo XIV, con Aragón en apogeo, el Monasterio de San Juan de la Peña era el no va más de la esencia y tradición aragonesa. Lugar por tanto muy adecuado para la mitografía. El anónimo de la Crónica Pinatense, partiendo del arzobispo Rada y su rey Íñigo Arista, para rivalizar en antigüedad con Castilla metió por delante sin orden ni concierto cronológico otros nombres de reyes que le sonaban del archivo del convento, hasta cinco o seis, con este resultado:
1. García Jiménez. 2. García Íñiguez. 3. Fortún Garcés. 4. Sancho Garcés. 5 (y 6). Jimeno Garcés (con su hijo García). 7. Íñigo Arista.
Aquí Íñigo Arista ya no es el rey primero de Navarra, sino 6º o 7º de Aragón. Los reyes anteriores a Arista en la línea pinatense se llamaron los ‘reyes nuevos’. En realidad no lo eran, pues el anónimo cronista ni los descubrió ni se los inventó: simplemente, eran sucesores de Arista, que él repitió fuera de lugar, fuese aposta, o por un error explicable. De un lado, la alternancia de nombres y patronímicos; del otro, la facilidad de confundirse en la numeración romana. Por ejemplo, en el archivo aparecen donaciones de un García Jiménez el año 858 (DCCCLVIII); pero una C tal vez no se leía bien, y el monje adelanta un siglo, 758.
Lo más curioso es que, escribiendo en La Peña, el cronista pone el origen de la Reconquista pirenaica en Pamplona, no en la parte de Jaca. ¿Tal vez el monje anónimo de La Peña era navarro? En todo caso, a Garibay le vino de perlas para ensartar con algo que él había visto en Navarra, en su espigueo por el archivo de San Salvador de Leire.
Monarquía navarra: La serie de Leire
Leire era a Navarra lo que La Peña a Aragón: con su panteón de reyes, un monasterio nacional rico, con archivo rico, y por ende rico en fraudes. En Leire había un códice (luego perdido) llamado el Libro de la Regla, porque incluía una copia de la Regla de San Benito. Como sobraba sitio, se añadieron otros documentos, y en particular una lista sucesiva de los reyes de Navarra enterrados allí, los primitivos por este orden [16]:

1. Íñigo Garcés (Arista). 2. Jimeno Íñiguez. 3. Íñigo Jiménez. 4. García Íñiguez. 5. Fortún Garcés. 6. Sancho Garcés. 7. García Sánchez. 8. Sancho Garcés (Abarca). 9. García Sánchez (éste ya en 1074).
La lista, además de tardía era disparatada. Por ejemplo, a Íñigo Arista se le hace morir en 667 (mucho antes de la invasión musulmana); a su sucesor Jimeno, en 737; y al hijo de éste, Íñigo, en 812. García Íñiguez sólo reinó 12 años, sucediéndole su hermano Fortún Garcés, un pequeño Matusalén, pues primero estuvo cautivo en Córdoba, de donde le soltaron para ceñir la corona durante 57 años, y aún le sobró vida para dejar el mundo y meterse a monje en Leire, donde alcanzó la edad bíblica de los 120 años («límite de la vida humana tras el Diluvio») [17].
Dificultades que no se le escapaban a Garibay, aunque tampoco era hombre asustadizo.
Más infundios: el Reino de Sobrarbe y su Fuero
La Crónica Pinatense no podía colmar la vanagloria aragonesa, si sus flamantes ‘reyes nuevos’ pusieron su trono en Pamplona. Para llevárselos a Aragón y desde allí empezar su propia reconquista hubo que complicar el laberinto de patrañas con un desvío por tierras de Sobrarbe y Ribagorza.
Las iglesias románicas de Obarra, en el corazón de Ribagorza
La leyenda del ‘Reino de Sobrarbe’, con capital en Ainsa, fue creación de cronistas mayormente oscuros, a los que hicieron eco muy tardíamente el catalán Pedro Tomich (Conquestes e histories dels Reys d’Aragó. Barcelona, 1495) o el cisterciense aragonés fray Gauberto Fabricio de Vagad (Corónica de Aragón. Zaragoza, 1499). Y con el reino se inventó también el correspondiente ‘Fuero de Sobrarbe’: otro apócrifo que posiblemente no habría tenido tanto recorrido, sin el aval del Fuero General de Navarra, que en su llamado ‘Prólogo’ reprodujo este drama, de pura vitola orosiana y deuteronomiana:
«Estonz (entonces) se perdió Espanya de mar a mar entro a los puertos. Non fincó de Christianos , si non en Galicia et las Asturias et dacá Alava et en Vizcaya. Et de la otra part Baztán, la Berrueza, e Deiarri, Ansó et sobre Jaca et encara Roncal e Ensarasaz (Salazar), Sobrarbe e Aynsa. En estas montaynas se alzaron muy pocas gentes… e pusiéronse a cabayllos… entre a que fueron en estas montaynas de Sobrarbe plus de 300 a cabayllo, et non era ya ninguno sobre las ganancias et las cabalgadas… et fo envidia grant entre eyllos, e sobre las cabalgadas barayllaban (barajaban, reñían), e uvieron lur acuerdo que trasmetiesen en Roma per seyllar cómo farían al Apostóligo Aldebrano… e otro si a Lombardía que son homes de gran justicia… e estonz trasmetiéronles dezir que hobiesen Rey por que se cabdeyllasen. Et primerament que hobiesen lures establimientos jurados… et ficieron como les conseillaron. Et escribieron lures fueros con consello de Lombardos e franceses… e pues esleyeron rey…»
Este galimatías parte de la idea del doble foco de resistencia antimusulmana: uno occidental cántabro; y «de la otra parte», es decir en el Pirineo navarro-aragonés, un segundo foco centrado en Sobrarbe, comarca del norte de Huesca.
Muy poca gente, guerreros de a pie al principio, progresan hasta formar una mesnada de 300 jinetes dedicados a la incursión de pillaje. Hasta que llegó momento en que su campo de acción no dio más de sí, y con la falta de botín vino la discordia. Unos eran partidarios de unirse al foco asturiano, los otros de seguir por su cuenta. Caballeros al fin, acordaron poner el pleito en manos del ‘Apostólico Hildebrando’ y de los maestros juristas de la escuela Lombarda y Francesa. El consejo de los árbitros fue que se constituyesen en Reino y monarquía propia, con base en un Fuero acordado y jurado. Y así lo hicieron. Bonita historia.
En situaciones perplejas, Garibay proponía su ‘compromiso de verisimilitud’: componer el relato histórico de algún modo que, si no lo hacía verdadero, al menos lo pareciese. Un ejemplo magnífico de aplicación puede verse en su versión de este mismo episodio, que diríase estuvo el propio Garibay  allí presente. No importaba mucho el anacronismo de meter en danza a Hildebrando –el que fue papa Gregorio VII y floreció en la segunda mitad del siglo XI–, que es también cuando empezaban a brillar las escuelas de Derecho Lombardo (Pavía, Mantua, Verona, Novara), la friolera de tres siglos y pico después del comienzo de la Reconquista española. El cuento tiene sus reglas, pero también sus libertades con respecto al tiempo, al espacio y a la realidad.
El Reino y Fuero de Sobrarbe fue uno de tantos mitos históricos de largo alcance. En él se basó el pactismo cuasi-bíblico entre rey y súbditos –o entre estado y pueblo–, que por coyunturas históricas todavía colea en las autonomía forales. De allí se sacarán ideas, como la del ‘pase foral’ («se obedece, pero no se cumple», de tradición aragonesa), o incluso el ‘fuero de elegir rey’, con derecho de poder destronar al monarca por desafuero y elegir a otro, aunque fuese pagano (es decir, musulmán). Cosa esta última que se rechazó por «malsonante», según Garibay. Luego veremos de qué iba esa ‘alianza de civilizaciones’.
Pero esto ha de quedar para la siguiente entrega.
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[1] Para más detalles, Jesús Moya Mangas, Esteban de Garibay y la invención de la Navarra pre-Arista. HUARTE DE SAN JUAN. Geografía e Historia (Univ. de Navarra), 24 (2017): 9-50.
[2] Una copia del Orosio se incluye en el Códice de Roda (h. 990), con otros textos que conoceremos. La Historia de Orosio llevó el subtítulo ‘contra paganos’, porque entre los últimos paganos cultos del Bajo Imperio Romano se puso de moda culpar al cristianismo de los reveses, decadencia y caída de Roma, que abandonó la religión antigua.
[3] Dentro de la narrativa bíblica del Pentateuco cabe distinguir tendencias en cuanto a los temas elegidos y el modo de contarlos. Así desde el siglo XVII se distinguieron textos J frente a textos E, según se llame a Dios por su nombre propio, Jehová (o Yahweh), o bien por el nombre común Elohim (Dios). Y entre estos se distinguió más tarde, siglo XIX una temática y estilo ‘clerical’, de un hipotético Códice Sacerdotal (en alemán, Priesterkodex), o textos P. La categoría D (típica del Deuteronomio), que aquí interesa, es ya del siglo XX.
[4] El primer gran escarmiento divino fue el Diluvio universal, con la salvación de Noé y familia en el Arca, y un pacto celebrado bajo el Arco Iris. En el propio Deuteronomio, la gran ‘caída’ del pueblo hebreo fue dar en la esclavitud de Egipto, y su ‘salvación’ tuvo lugar en la noche terrible de Pascua –al paso del ángel Exterminador–, seguida del paso del Mar Rojo y del Pacto o Alianza del Sinaí, con base en las Tablas de la Ley, que aseguró al Pueblo de Dios la conquista de la Tierra prometida. Otro episodio notable del ciclo fue, en el siglo VI a. de JC, la destrucción del I Templo de Jerusalén y cautividad de los judíos en Babilonia, seguida de su retorno por decreto de Ciro, construcción del II Templo y renovación del Pacto promulgada con carácter rigorista y de limpieza étnica por Esdras.
El último episodio del ciclo fue, para los cristianos, el Nuevo Pacto que dio origen a esta nueva religión, teóricamente la definitiva. Esto no impedirá que a lo largo de la historia hayan surgido movimientos innovadores de carácter profético, como el del visionario abad Joaquín de Fiore (m. 1202), que anunció la nueva era del Espíritu Santo.
Lo del ‘pacto/fuero’ es de la mayor importancia. Los textos tipo D son catequesis sobre cómo leer y entender la Historia, pero sobre todo, cómo arreglarla mediante un pacto religioso nuevo o renovado, que asegure la continuidad del Pueblo elegido. El deuteronomismo, llave mecánica del ayer y el hoy, funciona también para abrir el futuro. Porque fuera del Pacto (o del Fuero) no hay salvación.
En cuanto al carácter predictivo del sistema, si fuese demostrable, convertiría la Historia en una ciencia exacta, como lo pretendió también el materialismo dialéctico a su manera. Pero dejando aparte a Marx y Engels, el historicismo deuteronomista es religión, no ciencia, y así su Historia no se dice propiamente predictiva, sino profética. De hecho, en la Biblia, el mantenimiento del espíritu deuteronomista fue en gran parte la misión de los profetas.
[5] Rada, uno de los hombres más cultos de su tiempo, políglota, diplomático influyente en cortes europeas y en concilios, fue a la vez hombre de acción. Artífice (dicen) de la Batalla de las Navas (1212) y jefe militar en aquella victoria ‘decisiva’ contra el Islam en España. En Santa María de Huerta (Soria), monasterio cisterciense donde fue monje profeso, se conserva su momia vestida de pontifical, junto a grandes pinturas al fresco donde se le ve dando la absolución general a las tropas antes de la batalla.
[6] La cita del cap. 123 del códice corresponde al texto latino De Rebus Hispaniae, 5, 21.
[7] El error de Rada pasó a las crónicas de Alfonso X el Sabio, Lucas de Tuy, Jaime I, Pedro III de Aragón etc.; y lo más notable, a historiadores críticos modernos como Juan Francisco Masdeu y Modesto Lafuente (Ximénez de Embún).
[8] El título de ‘Cristianísimo’ correspondía a los reyes de Francia. Fernando e Isabel eran Reyes ‘Católicos’ por lo menos desde 1496, dos años antes de imprimir Nanni su obra, por bula del papa Alejandro VI, o incluso antes. Con todo, el propio autor al tratar Del origen de la gente Española (cap. 3) termina: « Este es, pues, el nunca variado y muy verdadero origen vuestro, rey y reina Fernando e Isabel, príncipes Católicos».
[9] Julio Caro Baroja se ocupó de Annio de Viterbo en Las Falsificaciones de la Historia (en relación con la de España). Seix Barral, 1992. Sobre la mala influencia de Annio y su pseudo-Beroso en España, cfr. José A. Caballero López: ‘Annio de Viterbo y la Historiografía española del siglo XVI’.
[10] La breve profecía de Abdías, a propósito de una reinstalación en Palestina de los supervivientes del exilio, menciona entre los judíos a «los deportados de Jerusalén que están en Sefarad» para atribuirles «las ciudades del Neguev». El Targum y la vulgata Siríaca tradujeron Span o Ispán (España), y así lo recibieron los judíos llamados sefarditas. La Vulgata latina en cambio entendió el Bósforo y el griego de los LXX puso «los deportados desde Jerusalén hasta Efrata (Belén)». Sobre la supuesta toponimia hebrea en España, v. Dominique Reyre, ‘Topónimos hebreos y memoria de la España judía en el Siglo de Oro’. Criticón, 65 (1995): 31-53. Artículo interesante, pasándole por alto alguna licencia que otra, como decir de Garibay, «conocedor profundo del griego», o que «obtuvo el cargo de bibliotecario de Felipe II» (pág. 37, nota 23).
La supuesta fundación judía de Toledo/Toledoth (que significa Génesis, o Historia) era, desde luego, una patraña, pero sobre todo una coartada de los cristianos nuevos frente a los viejos y la Inquisición. Porque si el profeta Abdías  dijo verdad, ellos vinieron a España en la primera diáspora, cuando Nabucodonosor II de Babilonia destruyó el Templo de Jerusalén, y según se decía, traídos por él mismo, en el siglo VII antes de Cristo. Por tanto, no pudieron tener parte en la muerte de Jesucristo, ni en la maldición evangélica contra la raza judía. 
[11] Son cuatro tomos publicados en Zaragoza, dos a dos (1562 y 1579). El todo se suplementó con unos Indices hasta el año 1410 (1578) en latín, accesibles a toda Europa, y con la Vida de Fernando el Católico (1580). Sobre Zurita: Enciclopedia Aragonesa, s. v. ‘Zurita y Castro, Jerónimo’. José-Javier Iso, Presentación a los ‘Anales de Zurita’ (2008).
[12] Garibay, Discurso de mi vida, 3, 10; ed. J. Moya, o. cit., págs. 149-150.
[13] Compendio Historial, 3, 21,1.
[14] Tomás Ximénez de Embún, Ensayo histórico acerca de los Orígenes de Aragón y Navarra. Zaragoza, 1878. Historia de la Corona de Aragón. Crónica de San Juan de la Peña.  Textos latino y aragonés. Edic. de T. Ximénez Embún, Zaragoza, 1876 (con estudio introductorio). Carmen Orcástegui Gros, Crónica de San Juan de la Peña (Versión aragonesa). Edición crítica, Zaragoza, Instit. Fernando el Católico, 1986.
[15] Compendio Historial, 12, 13; 3: 26a.
[16] Cfr. José Yanguas Miranda, Adiciones al Diccionario de Antigüedades de Navarra. Pamplona, 1843;    s. v. ‘Reyes’, págs. 258-261.
[17] Génesis, 6: 3; Deuteronomio, 31: 2. Sin alcanzar el crédito de la lista Pinatense, la genealogía de Leire tuvo adeptos, y Garibay la aprovechó en parte. Su gran divulgador fue fray Antonio de Yepes en su Crónica de la Orden de San Benito, y lo más incomprensible es que el cronista navarro Moret le dio entrada en su Anales del Reino de Navarra.

lunes, 14 de mayo de 2018

NosferETA



«Je peux dire qu’à partir de 14h00 aujourd’hui, le 3 mai, ETA a cessé d’exister.»
(Puedo decir que a partir de las 14.00 de hoy, 3 de mayo, ETA ha dejado de existir)

David Harland, director del Centro ‘Henri Dunant’ (Ginebra)
Nominalismo a la vasca
Que ETA diga que se desarma, se desmantela, se disuelve, se evapora, se desvanece..., no significa que deje de existir, si no renuncia a su nombre. Porque «todo lo que tiene nombre existe», según el proverbio vasco: izena daben guztiak izatea be badauke.
Es uno de los proverbios con más vocación metafísica de todo el vascuence. Como metafísica, un tanto rudo, hay que reconocerlo, pues se parece demasiado al argumento a simultaneo, el que empleó San Anselmo para ‘probar’ a sus ateos la existencia de Dios. Izena, izana: nombre = ser; o lo contrario: nombre ≠ ser ). Y es que en realidad ese refrán vasco y su argumento proviene de los cuentos mágicos, donde efectivamente basta con nombrar las cosas para que se aparezcan o desaparezcan; luego ya existían, y siguen existiendo.
Por lo demás, nada existe porque tenga nombre, aunque lo diga el refranero de los presbíteros Azkue o Barandiarán. Otra cosa es que hasta la difunta ETA para el nacionalismo siga existiendo a fuerza de nombrarla. Y eso es de temer que puede ocurrir; porque ETA, mal que nos pese a muchos, nos la han convertido en una institución vasca.
No es, por tanto, hacer mucha violencia al aforismo eusco-metafísico si lo enunciamos de este otro modo: «Todo lo que se nombra existe, y mientras se siga nombre seguirá existiendo». ETA no pegará tiros, no secuestrará ni extorsionará. No sembrará el terror ni socializará el sufrimiento, si eso ya no sirve para nada. Por lo mismo, el pueblo español se olvidará pronto de ETA. Qué digo, la tenía casi olvidada, desde que dejó de apretar el gatillo, de no ser por el recordatorio recurrente de estos montajes publicitarios, incluido el hasta ahora definitivo final de Cambó.
Donde ETA seguirá presente mucho tiempo es allí donde se la admira. El pueblo necesita héroes, y este pequeño pueblo vasco abducido carece de epopeya nacional. No será una presencia clamorosa, desde luego, aunque en reductos del país profundo todo es posible.

Sobrevivir en el Relato
La prueba de que una parte del Pueblo Vasco no tiene previsto dejar morir de olvido a ETA es que ya se nos anuncia su Relato. Un relato donde el fantasma de la banda asesina sea como aquel Ángel Exterminador, recurrente en la haggadá o relato ritual de la Pascua Judía: el que en la noche última de Egipto mató a la estirpe mala y respetó a la buena.
Gente generosa, los aberchales, conceden también a los demás, a los de ‘sensibilidades’ diferentes, construir sus relatos propios: «Ustedes lo cuentan a su modo, nosotros al nuestro. Nosotros tenemos la versión auténtica y todos los medio públicos para difundirla e imponerla en nuestra gente, ya desde la escuela. Pero ustedes mantengan la suya, no faltaba más.» Así nos invitan a los discrepantes a seguir nombrando a ETA, que es como insuflarle vida y existencia. Eso, o dejarles a ellos con su Relato único convertido en haggadá patriótica.
Una de las mañas a las que ETA con sus tentáculos político-sociales nos tiene acostumbrados es fijar ella siempre los tiempos para impartir doctrina, dar  explicaciones, amonestarnos y darnos consejos morales o de conducta: «Ahora toca a la sociedad vasca hacer esto, o dejar de hacer aquello». Con ocasión de disolverse vuelven a lo mismo (no podía ser de otro modo), pero esta vez llevando la insolencia al extremo de advertirnos, ahora que ellos se jubilan, que no nos aprovechemos para hacer trampas con lo que ha ocurrido aquí, no ya desde que ETA hizo su primera víctima, hace 50 años (junio 1968), sino desde «el bombardeo de Guernica» (abril 1937), hace más de 80.
«Nadie puede cambiar el pasado», filosofan. El futuro sí, y ellos saben cómo: vueltos «de cara al futuro, la reconciliación es una de las tareas a llevar a cabo en Euscal Herria». ¿Pero cómo, que no se puede cambiar el pasado? Si ETA tanto siente (o eso dice) el mal que ha hecho a ese pasado, en su mano tiene cambiarlo a mejor, a mucho mejor, reparando hasta donde pueda el daño moral y material que ha causado a todas sus víctimas, y colaborando con la Justicia en el esclarecimiento y sanción de tantas fechorías impunes.
Ese sí que sería un gran paso «de cara al futuro», con reconciliación o sin ella. Porque la reconciliación que nos recomienda ETA pasa por implicarnos a todos en su quimera de «conflicto político» del Pueblo Vasco con los estados Español y Francés, y en «una solución democrática», que para ETA significa conforme a su proyecto nacionalista.
Y ojo, que aunque la banda se va, su proyecto y razón de ser sigue en pie. De ahí sus advertencias. Primero a las gentes de aquí, los que nos tenemos que reconciliar: «La reconciliación… es un ejercicio necesario para conocer la verdad de modo constructivo, cerrar heridas y construir garantías para que ese sufrimiento no vuelva a suceder».  
–¡Pero estos tipos son incorregibles!
Lo son. «Conocer la verdad de modo constructivo», tiene narices … Cuando les parece, hablan de relatos múltiples, a la carta; bien entendido que relato-relato sólo hay uno constructivo, el suyo. Constructivo nacional. El único que garantiza que ETA no volverá a las andadas. O sí; porque (siguen advirtiendo), sólo «dando una solución democrática al conflicto político se podrá construir la paz y lograr la libertad en Euskal Herria».
ETA ha utilizado sus anuncios de despedida para lavarse la capucha y «reconocer el daño que ha causado en el transcurso de su trayectoria armada». Hasta pesarosos a su modo:
«Queremos mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas que han causado las acciones de ETA, en la medida que han resultado damnificados por el conflicto. Lo sentimos de veras.»
Porque, a ver si entendemos, la culpa de todo no la tiene ETA. La tiene el Conflicto, con sus víctimas colaterales, como en toda lucha armada:
«A consecuencia de errores o de decisiones erróneas, ETA ha provocado también víctimas que no tenían una participación directa en el conflicto, tanto en Euskal Herria como fuera de ella. Sabemos que, obligados por las necesidades de todo tipo de la lucha armada, nuestra actuación ha perjudicado a ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad alguna. También hemos provocado graves daños que no tienen vuelta atrás. A estas personas y a sus familiares les pedimos perdón.… »
¿Cinismo? Es posible que quienes redactaron este disparate lo hicieran conteniendo la risa, porque hablar de muertos «en la medida que han resultado damnificados» no es para menos. Cuando se pervierte el lenguaje de ese modo no es para entrar en valoraciones éticas, pero ‘cinismo’ es buena aproximación.
ETA distingue entre sus víctimas…, perdón, las víctimas del Conflicto, poniendo a un lado a las que «no tenían una participación directa» en el mismo, «ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad alguna». Total, para remitirse a «las necesidades de todo tipo de la lucha armada», como si se tratase de errores fortuitos y, por tanto, de daños colaterales.  
Aquí es obligado preguntar –por poner un ejemplo– qué necesidad de su lucha les llevó a lo de Hipercor (1987). Como también, a contrario, qué condición culposa se atribuye a las otras víctimas de ETA, las que a juicio de la banda incurrieron en alguna responsabilidad, que ella misma juzgó y sentenció a pagar con la tortura o con la vida. ¿Alcanzará esa supuesta responsabilidad a ser familia de guardiacivil y vivir en una casa-cuartel? Queda por ver dónde figurarán las otras víctimas, de las que a ETA no le pesa ni se arrepiente, en la haggadá del Ángel Exterminador nacionalista.
La miseria de los auto homenajeados en su acta de defunción y testamento político se hace notar hasta en el detalle de ponerlo en las bocas y rostros de un Ternera y una Amboto. Por lo demás, el montaje del Centro ‘Henri Dunant’ en Ginebra –más inteligente y discreto que la patochada de Cambo-les-Bains–, todo estuvo pensado, comme d’habitude, para escenificar el ninguneo y desprecio olímpico del nacionalismo vasco a quien aquí piense y lo vea de otro modo. Tanto ETA como PNV afectan de nuevo dirigirse al Mundo, aunque su mensaje sólo alcance a su mundo.
Ortuzar en el funeral de ETA
Cambó, Mayo 2018
Que conste, no soy yo quien junta esas dos siglas. El PNV se suma al mundo de ETA, haciéndose representar al más alto nivel en la ceremonia de Cambó. La ausencia del lendacari Urkullu no tiene misterio, la cabeza del partido la lleva Andoni Ortuzar.
Para qué ha servido ETA
¿Y qué ha dicho la boca del PNV que Ortuzar ostenta en su cabeza? Entre otras cosas, refiriéndose a la protagonista del entierro, la banda ETA, dijo quedar con las ganas de reclamarle «que conteste a la pregunta, para qué ha servido». Si no lo leo, no lo creo.

¡Perombrepordiós, Don Andoni!, no moleste a su difunta con esa duda  que cualquiera de por aquí le puede resolver. Usted mismo. Usted habrá oído la parábola del árbol y las nueces. Si su despacho en ‘Sabinechea’ es el mismo que ocupó Arzalluz, seguro que todavía la repiten las paredes.

Aplique la oreja, y ellas le explicarán cómo el terror de ETA ha servido para que la Constitución Española incluya cláusulas que no tenía por qué, pues para España son inútiles, pero a ustedes les sirven de maravilla, incluso contra  España.

El mismo terror armado ha servido para que un partido político, el que hoy preside Ortuzar, haya podido imponer a esta comunidad su nombre, bandera y demás parafernalia partidista, sin consultar al pueblo como es de rigor en democracia.

El mismo terror armado sirvió para que el PNV y otros partidos nacionalistas y separatistas tengan en el estado  un peso representativo exagerado, que les ha permitido practicar con los gobiernos de turno el chalaneo y el chantaje.

Hubo un tiempo atroz en que ETA diezmó a mansalva a los partidos no nacionalistas, que a duras penas cubrían sus candidaturas electorales. Listas que en lugares pequeños nadie se atrevía a votar, por no significarse. Fue tiempo de cosecha opípara para el nacionalismo. Y el PNV, en vez de denunciarlo y exigir por civismo y pura ética la suspensión de elecciones hasta recobrar la normalidad, ¡qué va!, entró en el juego con ventaja.

Hasta que tanta atrocidad etarra dejó de ser rentable, por el hastío y la reacción del público. Sólo entonces el PNV se sumó sin reservas a la repulsa de la violencia, mientras urgía la legalización de un brazo político de ETA, por su conveniencia: una izquierda nacionalista que, con sus alharacas marxistoides, espante al voto más conservador hacia ese partido que hoy pregunta, por esa boquita de Ortuzar, para qué ha servido el trabajo sucio de ETA.

Y ya para terminar: si un día los proyectos nacionalistas se hacen realidad, aquí como en Cataluña o en otras regiones, y si, como lo deseó Sabino con toda su alma, España se rompe, más de uno se acordará de ETA con reconocimiento.

Esta o muy parecida podría ser la respuesta de un ciudadano común no nacionalista, a la pregunta del buruquide, no muy discreta que digamos. Pregunta que refleja el fariseísmo  de quienes, en estas largas décadas de plomo y luto, nada tienen de qué arrepentirse, porque en ellos el acierto político es innato.
Vemos, por tanto, que aunque el PNV dice haberse personado en las exequias fúnebres de ETA como notario espontáneo del óbito, lo ha sido también de cierta apoteosis. La apoteosis del Relato. ETA no sube al Olimpo, pero tampoco fenece: se nos queda, como Nosferatu.
El conjuro de NosferETA
Cierto, disponemos de otro relato objetivo, documentado, sobre Los contextos históricos del terrorismo en el País Vasco y la consideración social de sus víctimas (1968-2010). Se trata del Informe Foronda, elaborado en la Universidad del País Vasco. Un informe que, además, se hizo «por encargo»  y «a instancias de la Dirección de Promoción de la Cultura, del Gobierno Vasco» a finales de 2013 y se fechó en Vitoria-Gasteiz, diciembre de 2014.
El problema con el Informe Foronda es que al PNV no le gustó, y por tanto el Gobierno Vasco desde el principio le aplicó su acostumbrada damnatio memoriae. Ese partido y ese gobierno prefieren por principio sus marcas propias y sus caldos propios. Para el caso, el Secretariado General de Paz y Convivencia, que Urkullu puso, él se sabrá por qué, en manos de Jonan Fernández. Fernández fue concejal de HB en 1987-1991, años plúmbeos en que tuvo más de una ocasión de condenar la violencia etarra y no lo hizo, ocupado más bien en contabilizar la violencia del Estado en sus diferentes formas. ¿Un converso? Nadie le ve así, él menos que nadie. Y aunque lo fuese, «los conversos, a la cola» (I. Anasagasti).
Jonan, buen ordeñador de teta pública, a cambio de flexibilidad ideológica, fue el creador de colectivos subvencionados, como el pacifistoide Elkarri, desdoblado en Lokarri con la misma utilidad pública de jugar a las palabras. Recordemos, JF/Elkarri empezó negando a ETA su atributo más preciado, la calidad terrorista, porque

«el lenguaje tiene cierta importancia, y ciertos calificativos no tienen mucha utilidad con vistas a una solución…; hay que utilizar un lenguaje y unas palabras para desbloquear el conflicto, y no para encorsetarlo más».
Elkarri/JF ha evolucionado, desde la equidistancia entre víctimas y verdugos a ser (en expresión de Santiago González) «sólo la bisectriz entre el PNV y Bildu». Cada vez que se aparece Jonan no puedo evitar acordarme de aquel Igor:
«¿Joroba…? ¿qué joroba?»
«Euskadi nunca fue víctima de un conflicto con el Estado, sino de un intento de imposición de un proyecto totalitario por parte de ETA». He aquí una de las tesis del Informe Foronda. ¿Cómo va a gustarle a Ortuzar, o a Jonan Fernández? Sólo que, desde su cargo oficial, no lo atacará por eso, sino porque «estigmatiza de forma genérica» al conjunto de la sociedad vasca, al reflejar su escaso apoyo a las víctimas de ETA. Según él, esa estigmatización «oculta la autocrítica que cada uno debe hacer en cada momento sobre cómo actuó con las víctimas, con la violencia….No puedo aceptar esa estigmatización de toda la sociedad sin atender a ningún matiz». ¿Que este galimatías no se entiende? Toma, de eso se trata. Una vez más, el combinador automático de cincuenta palabras hueras lo ha conseguido: dejar a todos con la boca abierta.
Con tan hábiles enterradores, hay vampiro para rato. ¡Vergüenza y lástima!
Un aspecto del Juego de Pelota de Hernani (Guipúzcoa) - Cortesía de Maite Pagaza