sábado, 2 de agosto de 2014

La Revolta dels 'agraviats' (1827) (1)





                                      «Cuando una nación se encuentra en ese estado de terrible crisis, que hace peligroso su presente e incierto su porvenir, basta un pequeño e inesperado suceso, un hombre osado, para decidir sus destinos, así como basta el brazo de un piloto para dar dirección a una nave, vacilante en su rumbo.» (Antonio Pirala, Guerra Civil, t. 1, l. 1, c. 1).


«La Historia no es maestra de nada», escribió alguna vez el maestro Caro Baroja, como contradiciendo a Cicerón con esa boutade . Y digo ‘como’, porque en realidad don Julio no discrepaba de Tulio. Lo que quiso decir, o al menos lo que suele ocurrir, es que la musa Clío tiene muy pocos alumnos aprovechados. Aun así, en crisis como la española actual no está de más desempolvar relatos viejos de ciento o doscientos años. Tal vez no sea tiempo perdido del todo.
Ahora, que me he desempeñado del compromiso con un curso de verano, vuelvo a mi ‘Belosticalle’ con sus diablejos íntimos. Y lo primero que encuentro hojeando libros pasados de moda es una página de la Historia del Catalans que me era casi desconocida: la ‘Revuelta de los agraviados, en tiempos de Fernando VII.
Es creencia muy común que cuando en la historia catalana moderna se habla de greuges (agravios), todos ellos se refieren a España como la eterna agraviante. Y no es así. El caso que vamos a recordar es ejemplo de lo contrario: de unos prohombres catalanes de pura cepa, y tan de pro, que se revuelven contra su Rey porque, preso de su juramento a la Constitución liberal del año 12, consiente que sus ministros masones avancen en la disolución de España. Esto en cuanto a los inductores de la asonada. Por su parte, los ejecutores materiales, partidas de payeses sin oficio ni beneficio al mando de jefecillos descontentos, es muy posible que cuando su boca gritaba vivas al Rey, su cabeza y su corazón estaba a otra cosa no tan abstracta.
En fin, algo así como si hoy un movimiento catalán ultraderechista y de honda raíz  popular invitase a Manuel Rajoy a aplastar, incluso manu militari, las veleidades secesionistas y federalistas, para imponer el absolutismo político más monolítico y más rancio.
Se llamó ‘revuelta’, porque los revoltosos en efecto se alzaron contra un supuestamente  permisivo Fernando, anulado por lo liberales, invocando «la necesidad de elevar al trono al Serenísimo Señor Infante don Carlos», su hermano y heredero. Estamos en 1827, y por tanto aquellos agraviados –o malcontents, como también se llamaron– fueron los primeros carlistas.
El episodio tiene bastantes punto oscuros, empezando por el de su primus motor, que por extravagante que parezca pudo ser el propio Rey Felón, tan retorcido siempre y un intrigante compulsivo. Fomentar (bajo control de su policía secreta) aquella intentona, tal vez fue maniobra suya para neutralizar al mosquita muerta de D. Carlos María Isidro, que tenía bastantes valedores.
Como revuelta, la de los descontentos fue típica catalana, de problemática catalana, quedando al margen la cuestión vasco-navarra o cualquiera otra. Que todo aquello fuese de inspiración ultra realista, ese es otro cantar, aunque es lo que sugiere su coincidencia con el área de influencia más directa de un grupo conspirador autoerigido en ‘Regencia de Urgel’, que veremos. La verdad, hoy apenas concebible, es que casi toda Cataluña fue un grito, en catalán o en castellano: «¡Viva Fernando, el Rey Absoluto!».
Situando el episodio
Fernando VII toda su vida hizo cuanto pudo por enfrentar a los españoles.
Liberado de Napoleón, lo primero que hace el Borbón  en cuanto pone pie en La Junquera es dar gracias a Dios: «Ya estoy aquí, en España; parece un milagro del cielo». Lo segundo: firmar un Decreto (Valencia, 4 de mayo 1814) diciendo no ser de su real ánimo –vamos, que no le daba la real gana– jurar la Constitución, declarándola junto con los decretos restrictivos del poder real «nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo».
Inauguraba así su primer período absolutista o ‘servil’ (1814-1820), cuyo acto más emblemático que otra cosa fue restaurar la Inquisición en sus reinos. Sólo cuatro meses después brotaban las primeras intentonas constitucionalistas, obviamente de signo liberal. Hasta que, el 1 de enero 1820, el alzamiento del Batallón de Asturias comandado por Rafael Riego puso carne de gallina a Fernando, que el 7 de marzo, ya anochecido, ante «la voluntad general del pueblo», proclamaba su propósito de enmienda y de jurar la Constitución de Cádiz: «Marchemos todos juntos, y yo el primero», etc.

Aunque en su intención el viraje sería lo más breve posible, con todo se alargó tres años: el trienio liberal (1820-1823).
Una etapa que en principio, hasta julio de 1822, resultó moderada –como lo habían sido las Cortes de Cádiz–, dedicada a reformas políticas, sociales y económicas. Pero ¡ay!, entre éstas últimas hubo algún recorte sustancial de los diezmos, que mayormente recaudaba la Iglesia, algunas restricciones a la proliferación de hábitos y sotanas, algún nombramiento episcopal vetado, alguna encíclica papal interceptada.
Luego se pasa a mayores. El cierre general de conventos masculinos –salvo unos pocos de utilidad misionera para conservar las colonias– fue como una declaración formal de guerra a la Iglesia. Y eso que a muchos frailes no les dolió tanto dejar la vida claustral… Con que, si ya el liberalismo en sí era pecado a los ojos del clero (salvo excepciones), con esas y otras medidas de corte ‘masónico’ los frentes se polarizan.
El propio rey con su camarilla, al modo de un cáncer, conspira como un contra-estado dentro del Estado y al frente del mismo, mientras de boquilla y a regañadientes masculla la jurada Constitución. Por inciativa suya se crean juntas secretas realistas dedicadas a la difusión de rumores, la agitación y el alzamiento de partidas armadas. Provocación y carne de cañón, para poner en evidencia la tiranía de los liberales ante una Europa conservadora en auge.
1820: En Ariñez (Álava), primera partida absolutista. También en Álava, en Salvatierra, hoy predio de la izquierda abertzale, tratemos de imaginar por contraste la partida que en 1821 marchó sobre Bilbao, a gritos de “¡Viva Fernando Rey absoluto!”, llevando la batuta un Dr. Luzuriaga y un Pinedo escribano. Tiene que ser difícil explicarles estas cosas a los niños en la ikastola, sin los comodines de Franco y de la abolición de los fueros vascos. Pasar página es lo más cómodo. Seguimos. A fines de año había realistas en pie de guerra por todas partes, listos para la guerra civil.
A diferencia de los alzamientos liberales, urbanos y con apoyo de tropa regular, las partidas absolutistas son campesinas, capitaneadas sobre todo por ex guerrilleros contrabandistas, labradores, menestrales. En Cataluña, los cabecillas conocidos lo eran por el apodo: el Misas, el Trapense, el Caragol etc. Cosa ya más de bandoleros que de militares.
1821: Regencia de Urgel
Estas iniciativas dispersas se vertebran en Cataluña, en una institución realista notable: la Regencia Suprema de España durante el ‘cautiverio’ de Fernando. Regencia constituida en la Seo de Urgel por un civil, un militar y un eclesiástico: D. Bernardo Mozo de Rosales, Marqués de  Mataflorida, el general Joaquín Ibáñez-Cuevas, Barón de Eroles y D. Jaime Creus, obispo de Mallorca.
Todo una parodia, un déjà-vu. Sus manifiestos hacían recordar, ya muy de lejos,  el de ‘Los Persas’ cuando volvió Fernando (abril 1814); y el pretendido cautiverio nada tenía que ver con el del mismo rey en Francia como huésped de Bonaparte. Para completar el sainete, el rey repondrá su número de Valencia y mayo de 1814, con otro Decreto (1 de octubre 1823) declarando nulo y sin valor todo cuanto habían hecho los liberales en el trienio. Diríase aquel monarca en posesión de la máquina del tiempo.
La primera idea de aquel despropósito había salido del cerebro de un general vasco durangués que, por cierto, tiene calle en Bilbao. Don Francisco Ramón de Eguía (1750-1827), I Conde del Real Aprecio, gran enemigo de las Cortes de Cádiz y de su Constitución, vivía en Bayona, más que refugiado, escondido, hospedado en un cuartucho anejo a un pastelería, bajo el gobierno de la pastelera, una mujer que hablaba siempre a gritos. Al general le parecía que esta cualidad era un seguro de vida para él, temeroso siempre del puñal y del veneno. Lo cierto es que en aquel antro todo secreto lo era a voces.
El anciano general, que también gestaba en su caletre un salvador ‘Ejército de la Fe’, había escrito a Mataflorida invitándole a redactar un manifiesto sobre el origen viciado de la Constitución española, sus defectos y posibles mejoras etc., pidiéndole el borrador para enviarlo a imprimir en París, sin firma, para su divulgación por toda Europa. Accede el marqués y le envía lo pedido: ‘Los amantes de la monarquía, a la Nación Española y demás de Europa’. Eguía acusa recibo y dice que lo envía a José Morejón, de la Secretaría de Guerra y comisionado en París. Pero ni éste era comisionado, ni da por recibido el manifiesto, ni el papel se imprime.
Según eso, Mataflorida lo hace imprimir por su cuenta, y de acuerdo con el rey lo envía a las cancillerías. En suma, se trataba de hacer ver cómo el rey Fernando estaba de hecho cautivo de un Gobierno que sólo contaba con él para la firma de los decretos  y nombramientos. Y si el rey no era libre, alguien tenía que hacer sus veces.
Se crea por tanto una regencia, que de momento sólo cuenta con el marqués como presidente. El arzobispo de Tarragona y el barón de Eroles aceptan entrar. Pero el arzobispo tenía en su contra ser sólo electo, no confirmado por el Gobierno, que no se fiaba de él. Le reemplazará el obispo de Mallorca. En cuanto a Eroles, tipo singular, tenía ideas propias. Aquella maldita constitución del año 12, la ‘Pepa’, era la madre de todos los desastres.  Lo que los españoles necesitaban era otra nueva, basada en la tradición de los usos y fueros regionales.
El marqués se inquieta; replica que la regencia en ciernes no está facultada para esto, no repitamos el abuso de las Cortes de Cádiz. Su papel se limita a salvar al rey de su Babilonia liberal, y a la nación de la anarquía.
Por otra parte, al marqués le avisan de que Eroles en París está en contacto con españoles partidarios del sistema representativo. Y en fin, Eroles anuncia al marqués que el gobierno galo ya tiene formado para España un consejo supremo de Regencia, formado por Eguía, con el Arzobispo de Tarragona, el obispo de Urgel y, entre otros, él mismo, Eroles. Más aún, desde París se ha formado la lista de los generales españoles gobernadores de las provincias. Por ejemplo, y siempre Eroles, éste entró por Perpiñán a controlar Cataluña y organizar allí las fuerzas realistas. Carlos O’Donell mandaría las de Navarra.
En suma, tocaban a vísperas del Congreso de Verona y del envío de los 100.000 Hijos de San Luis, con Angulema al frente, a liberar al rey Fernando.,
Los obispos en seguida entendieron que aquellos pasos no tenían mucho sentido para ayudar a Fernando, y que ante la fuerza extranjera, máxime con  otra invasión francesa, el paisanaje español se alarmaría peligrosamente.
A todo esto, el infante D. Carlos  también se movía, con su propio plan contrarrevolucionario que expuso al visto bueno del emperador de Austria y el zar de Rusia, ofreciéndoles parte del Perú a cambio de ayuda. (Total, Perú se va a joder entero, después de todo.) Y es que la brecha entre los realistas moderados (fernandinos) y los radicales (apostólicos) se abrió, hasta decantarse éstos por aquel varón pío, ortodoxo e íntegro, y no el botarate de su hermano mayor Fernando, nunca de fiar. Era el embrión del carlismo.
En 1822, el 7 de julio , una contrarrevolución palaciega en el Pardo es aplastada por la Milicia constitucional. El público abuchea, insulta al rey. La brutalidad cunde por ambos bandos. El período moderado del Trienio ha concluído. La guerra civil se ve venir, mientras las colonias americanas se ven ir sin retorno.
Ahora los absolutistas radicales se llaman apostólicos –por el Apóstol Santiago, que apadrinó junta en Compostela–, prestos al uso de la fuerza incluso extranjera para borrar a los enemigos de Dios. Y frente a las  logias de éstos, su comuna, carbonería y demás sociedades secretas, ellos crean las suyas propias. La más temible, siquiera de nombre: El Ángel Exterminador.
Los liberales por su parte tampoco se quedaban cortos. Pasemos por alto la puja de despropósitos, provocaciones y salvajadas, entre conspiraciones palaciegas y motines de signo absolutista sobre todo.
Todo esto preocupa en Europa, sobre todo cuando los liberales ‘exportan’ su revolución a Portugal, a Italia… Las potencias conservadoras huelen el contagio. Visto que la Regencia de Urgel es inútil, urge intervenir militarmente  ‘liberando’ al rey para que meta al país en vereda.
Los Cien Mil de San Luis y la Década Ominosa
De la expedición libertadora francesa poco hay que decir aquí.  
Plenipotenciarios de la Cuádruple Alianza (Austria, Rusia, Prusia y Francia), reunidos en el Congreso de Verona  para conjurar las agitaciones  europeas, por  inspiración de Chateaubriand, el ministro francés, habrían encargando a Francia resolver la cuestión española (noviembre 1822).
Con encargo o sin él, Luis XVIII de Francia ya lo tenía todo decidido, como hemos visto. Las últimas noticias sobre un Fernando VII vilipendiado incluso en público colman la medida. El 7 de abril de 1823 un ejército francés de 90-95 mil hombres pasa los Pirineos, y sin mayor dificultad restablece a Fernando en su absolutismo. El trienio liberal se había acabado.
Pero lo que ni el rey de Francia ni los demás aliancistas podían imaginar era lo único esperable: que el ‘primo’ español volviese a sus andadas, poniéndose al mundo por montera. Algunos franceses sí que le tenían calado. El invasor Duque de Angulema avisaba al ministro Villèle: «Os lo aseguro, toda estupidez posible se hará realidad». Chateaubriand no tardó en darse cuenta del error que fue reflotar a semejante déspota. En cuanto a los ultra-realistas, algunos empezaron a pensar en cambiar a Fernando, totalmente desprestigiado, por su buen hermano Carlos.
El hombre de confianza (por así decirlo) del rey era su confesor, el canónigo Víctor Damián Sáez, un ultra temible y coco de los liberales, repuesto en el poder como Secretario de Estado. No llegaría a fin de año. La presión francesa obligó a Fernando a destituirle, premiándole con la mitra de Tortosa.
El fetiche del absolutismo exaltado era, qué duda cabe, la Inquisición, abolida por las Cortes de Cádiz, restablecido por el absolutismo, y hostigada en el trienio liberal. Ahora se evitaba llamarla así, ni Santo Oficio, sino Juntas de la Fe para las ‘purificaciones’ políticas [1].
El ‘Manifiesto de los Realistas Puros’
En este contexto de la ‘Década ominosa’ aparece en 1826 un documento singular y todavía hoy enigmático por su fondo, forma y origen: el ‘Manifiesto que dirige al Pueblo Español, una Federación de Realistas Puros, sobre el estado de la Nación y sobre la necesidad de elevar al trono al Serenísimo Señor Infante Don Carlos.’

«ESPAÑOLES! El deplorable estado de nuestra amada patria y el eminente [sic] peligro en que se hallan, la Religión y el trono, por la casi consumada traición de nuestros gobernantes, han cubierto de luto el corazión de los buenos y llenado de terror a los menos fuertes de nuestros compatriotas…
Lo peor de todo es, que el mismo Monarca por cuyos soberanos derechos se han sacrificado tantas víctimas; el mismo príncipe a quien hemos arrancado dos veces de la esclavitud, comprando su libertad con nuestra propia sangre; Fernando, en fin, es un activo instrumento de la más maquiabélica conspiración que jamás vieron los siglos; ¡horrorizáos!»
El proposito del rey Fernando ha sido
«imponernos otra vez aquella cadena constitucional que rompió nuestro heroísmo, y despojar después a la nación de sus Américas!!!»
Y aquí empiza la lista de sus agravios:
Primero fueron «las llamadas Cortes de Cádiz» con «ese fatal liberalismo que abortaron para nuestro mal».
«Llegó Fernando 7º al territorio Español, y esta nación generosa la recivió con las mayores demostraciones de adeccion [sic, en cursiva] y de lealtad, sin embargo de que nadie ignoraba había cumplimentado a Napoleón, por los triunfos que al principio de la guerra, obtubo sobre nuestras tropas y además, todos sabían que nos llamaba salvages, porque tan constante u honrosamente le defendíamos.
Auto-atribuido a los auto-denominados ‘realistas puros’, el manifiesto es un alegato contra el desgobierno de España bajo el absolutismo de Fernando VII en el sexenio 1814-1620 y contra su real persona, deslegitimada por su ineptitud en toda aquella etapa:
«Seis años de errores, de atropellamientos, de robos y de todo género de males sustituyeron (sic) a la entrada de Fernando, y como este careciese de las luces más indispensables y aun de la energía necesaria para sostener sus propios crimenes, de aquí es que su gobierno, empezando por hacerse odioso a todas las clases, acabó por desacreditarse hasta el ridículo» .
«Un conjunto de inmoralidad y de bajeza semejante, no parece posible en ningun hombre; pero es forzoso decirla (sic): Fernando Septimo no es hombre: es un monstruo de crueldad; es el mas innoble de todos los seres::: es un cobarde…: es una verdadera calamidad para nuestra desventurada patria!
En el estado policial de Fernando,
«Los castigos han ocupado el lugar de las recompensas, y la emigración al extranjero se ha hecho ya una necesidad entre todas las clases, siendo el común azote de todos los partidos».
En conclusión:
«… la santa empresa a la qual os combidamos en el nombre de nuestro Salbador Jesucristo y de Pedro y Psblo sus Apóstoles; nuestro plan enfín, no es, ni será otro, que el de Salbar de un solo golpe LA RELIGIÓN, LA YGLESIA, EL TRONO, Y EL ESTADO.
Para esto se necesita, que ante todas cosas, derroquemos del trono al estúpido y criminal Fernando de Borbón, instrumento y origen de todas nuestras adversidades, y esta medida, por violenta que paresca, es absolutamente necesaria, pues está escrito que salus populi suprema lex esto. Es menester pues aèrrojarlo (sic) ignominiosamente, no solo del asilo del Palacio y de la Corte, sino también del territorio que hoy pertenece y del que pueda pertenecer en lo subcesibo a esta Monarquía.
Separemos de nuestro contacto y de nuestra vista la impureza de su persona, no sea que como el leproso de la Escritura, infeste en adelante qualquier cosa humana que se le acerque; y quando la Divina Providencia nos haya facilitado este primer paso [...], entonces, Españoles, sin más detención concluyamos la obra de nuestra verdadera regeneración política…
Hagamos resonar por el aire innos de alavanza para impetrar la ayuda del Todo Poderoso y pedirle que proteja nuestra obra. Pongamos en sus divinas manos los destinos futuros de nuestra amada patria con la sosobrante nave de la Yglesia y juremos como Cristianos, triunfar o morir en esta santa causa.
Finalmente, Españoles, proclamemos como gefe de ella, a la AUGUSTA MAGESTAD DEL SEÑOR DON CARLOS V, porque las virtudes de este Príncipe excelso, su conocido carácter y magnanimidad, y su firme adección [sic] al clero y a la Yglesia, son otras tantas garantías que ofrecen a la España, bajo el suabe yugo de su paternal dominación, un reinado de piedad, de prosperidad y de ventura.
He aquí, lo que os deseamos en Jesucristo, Nos, los miembros de esta CATÓLICA FEDERACIÓN, con el fabor del Cielo y la Bendición eterna. Amén.
Madrid, a 1º de Noviembre de 1826
De acuerdo de esta Federación, se mandó imprimir, publicar y circular.
                          Fr. M. del Sº Sº    SCRIO.»

Respuesta oficial: una Real Orden  de febrero/marzo 1827, ordenando perseguir «a los que expendan o retengan el infame libelo que se cita». Allí mismo se denuncia el documento como una «grosera ficción» o superchería, donde incluso la tipografía y letra era extrangera. Es decir que, según la policía, sería obra de emigrados liberales, cargando a los realistas el mochuelo.
En cambio, para los historiadores liberales, el panfleto era auténtico y emanado de alguna sociedad secreta absolutista: ‘Federación de Realistas Puros’, tal vez; o mejor, ‘El Ángel Exterminador’. La firma misteriosa del secretario (Fr. M. del S.º S.º) parecía apuntar a una sociedad secreta.
Sea como fuere, no consta que los realistas, ni puros ni mixtos, denunciaran ni repudiaran de inmediato aquel texto tan provocador.
Descalificaciones fuera, salta a la vista en el documento la chapuza ortográfica y léxica, junto con un mensaje inteligente y directo, sin concesión a la retórica al uso. El punto doctrinal más interesante es el principio de la ‘doble legitimidad’: la de origen y la de ejercicio. Fernando mantiene la primera, pero ha perdido la segunda. Esto justifica la opción ‘carlista’, pero de rebote sanciona la sublevación liberal de 1820, repudiada por los realistas de todo pelo.
He traído aquí extractos del documento por su curiosidad, y porque (dejando pendiente la cuestión de su autoría y la explicación de su lenguaje incorrecto) la mayoría de historiadores lo relacionan con toda una serie de mini alzamientos  populares de signo ultra realista, hasta cuajar en uno de mayor alcance y consecuencia trágica: la ‘Revuelta de los agraviados’ en Cataluña (1827)

(Concluirá)

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[1] Uno de los enemigos más acérrimos del Santo Tribunal fue el hebraísta catalán  Antonio Puigblanch (1775-1841), de Mataró, que ya durante las Cortes de Cádiz y bajo el seudónimo de Natanael Jomtob había publicado La Inquisición sin máscara (Cádiz, 1811). Obra polémica, pero documentada, que valió a este ex seminarista liberal el destierro a Londres. Allí la refunde y aparece traducida al inglés, con el nombre del autor (1816, 2 tomos). Vuelto a España en el trienio liberal, Puigblanch se significa como diputado exaltado, y en 1823 se exilia de nuevo para siempre.

martes, 1 de julio de 2014

El peregrino en su patria y el patriota en la ajena




El 27 de enero pasado, Vertele.com criticaba un capítulo de la serie americana ‘Intelligence’ (CBS) por confundir churras con merinas, o lo que es más difícil, terroristas etarras con terroristas musulmanes, en uno de sus episodios.
«A ‘Intelligence’ le falla la inteligencia con España: etarras-musulmanes es la última gran pifia de las series USA».
Para confirmarlo, se insertaba este fotograma de la serie, donde aparece un informe en letra menuda sobre cinco fotos de supuestos etarras muertos: cinco sujetos
«del grupo terrorista vasco que, o son vascos de madre y padre árabes, o los guionistas americanos han cometido un nuevo “epic fail” con nuestro país, suponiendo que cualquier organización terrorista que opere (o haya operado) en cualquier parte del mundo debe estar relacionada sin ninguna duda con el terrorismo yihadista».
Al diario nacionalista vasco ‘Deia’ le faltó tiempo para hacerse eco de la noticia. ‘ETA árabe’: la gran metedura de pata de las series americanas [sic, en plural]. Bajo ese título, el día siguiente martes 28 en la edición de la mañana  se reproducía la información tal cual. Citando a Vertele, el periódico resumía el argumento general de la serie ‘Intelligence’, centrada en un agente de los Estados Unidos provisto de altísima tecnología:
«Hasta ahí muy normal, pero según informa la web vertele.com, los guionistas de la serie se han hecho un "pequeño enredo" en el tercer capítulo de la misma. El lío comienza con una acción del FBI en Madrid para "capturar a cinco miembros de una célula durmiente del grupo terrorista vasco",  para ser interrogados por actividades terroristas en España y Estados Unidos.
La gran sorpresa llega cuando al mostrar en pantalla las fotos de los terroristas... tienen claros rasgos magrebíes. Y ahí no queda la cosa. En un popurrí de desatinos, los guionistas han creado una miembro de la CIA "destinada a la operación madrileña-vasco-yihadista" y también hablan de una "policía federal española"...»
‘Deia’ reproducía el mismo fotograma. Pero donde su fuente veía árabes, el periódico vasco precisaba magrebíes. [Esto de los parecidos es caprichoso. Mira por dónde, a mí el primero de la izquierda me recuerda un poco el gesto de Martín Garitano.] No tiene mayor importancia. A los guionistas americanos les suenan campanas del 11-M, y de ahí se sacan no sé que compadreo entre etarras y yihadistas islámicos. Despistados siempre en nuestras cosas, no han captado el imposible metafísico que rezuma el Informe Erkoreka-PNV sobre el 11-M (7 de junio 2005), que a pesar de su brevedad encuentra sitio para descartar a ETA de aquella masacre 56 veces.
«La gran sorpresa llega cuando … ». ¡Yihadistas-etarras, a quién se le ocurre! En fin, un enredo de ficción, una bobada de la que ni nos acordaríamos, de no ser por otras noticias frescas –estas sí sorprendentes– en El Correo:
«Un yihadista de Bilbao muere combatiendo en Siria» (13 de junio)
«El yihadista vasco fallecido en Siria cobró ayudas sociales hasta después de muerto» (28 de junio).
Así que es absurdo que alguien de ETA sepa ni que existe el Yihad islámico, y en cambio podría hasta ser realidad que alguien de Al-Qa’eda es o se hace pasar por vasco y bilbaino, al menos para cobrar nuestros subsidios en vida, en ausencia, y hasta difunto.
Al personaje de la noticia también le conocemos por imagen, que no reproduzco. No sé ni me importa si sus rasgos son magrebíes, árabes o meramente vascos. Enamorado de su fusil de asalto, el dedo siempre al gatillo, la cara es casi lo de menos.
Reduan Bensbi al-Tanyawi, supuesto marroquí de Tánger empadronado en Baracaldo, ha estado cobrando del Gobierno Vasco la RGI durante cinco años, incluido el tiempo de su dedicación como militante yihadista desde 2013, muerto en acción el 21 de marzo de este año en Lataquia (Siria). Un héroe. Un quinquenio de percepción de ayuda social, «cinco años, en los que no residió en Euskadi durante largas temporadas» –lógico, si se debía a la causa de Alá–. Un mártir, al que «LANBIDE le seguía ingresando 836 euros mensuales» cuando ya gozaba del Paraíso. Como si las huríes cobraran sus servicios en moneda infiel.
La pregunta no es sólo cómo ha sido posible una cosa así. Ahora que, al parecer, lo yihadista no quita del todo lo vasco, y viceversa, uno siente curiosidad por saber si el Reduán este es, o ha sido, nuestro único compatriota vasco en contribuir al bien común de esta comunidad de tan peculiar manera. Si este Reduán es, o ha sido, el único vasco subvencionado con el dinero público social para dedicarse a la guerra santa y la restauración del Califato.
[ Paso por alto la desfachatez de una administración vasca, que a una madre minusválida con su hijo estudiante menor de edad, sin ninguna razón ni explicación les tiene retirada toda ayuda, tal vez considerándoles afortunados de que les viven los abuelos pensionistas ... Es otra historia: los vascos en la indigencia por paro y enfermedad, pero que no gozan del chollo de pertenecer a una minoría cualquiera de las preferentes para las ayudas, simplemente porque les tocó nacer vascos de hogares corrientes ... Es un clamor. Quién no conoce casos parecidos.]
A esa pregunta objetiva elemental –¿de que va esta broma macabra?– se suma la eterna pregunta introspectiva. La euskopregunta por antonomasia: ¿quién es vasco?
Ya sé, desde ‘El euskarabajo de Wittgenstein’, que lo nuestro no tiene solución, precisamente por ‘nuestro’. Todo lo vasco es insondable e inescrutable. Pero como bien decía Gracián, no hay río tan profundo que no se le encuentre vado; y esta vez el mérito ha sido de doña Cristina Uriarte,  consejera de Educación, Polingüi y Cultura del Gobierno Vasco.
Hablando de lo suyo, la polingüi, que es ante todo y sobre todo gastar nuestro dinero sin tino ni tasa en la promoción del vascuence, salió a cuento la euscaldunización de «los y las adolescentes inmigrantes» (pues nadie olvide que se reparten en dos sexos inmiscibles). Y preguntada sobre qué entiende su Consejería por «adolescentes inmigrantes», doña Cristina los (aunque no las) definió así: «Extranjeros, procedentes de otros países u otras comunidades autónomas».
Como hay que volver a machacar en esto de la ‘normalización lingüística’, con otras perversiones del lenguaje nacionalista, aquí me limito a señalar esa contribución de la consejera Uriarte a vadear el piélago de la vasquidad, con su definición luminosa.
En una primera aproximación, es vasco el que no es extranjero, y es extranjero el que procede de allende nuestra muga. Proceder: ahí está el busilis. El Diccionario de la Real Academia lo define:

4. intr. Venir, haber salido de cierto lugar. El vuelo procede de La Habana. El inmigrante a Álava procede de Treviño.
Ya; pero esa es la acepción cuarta del término. La primera, y sobre todo la segunda, es la que vale.
1. intr. Dicho de una cosa: Obtenerse, nacer u originarse de otra, física o moralmente.

2. intr. Dicho de una persona o de una cosa: Tener su origen en un determinado lugar, o descender de cierta persona, familia o cosa.

Sin ánimo de apuntar a nadie, un nacido en la Cochinchina Amarilla de padres vascos y que venga a establecerse aquí nunca será inmigrante, porque tampoco es extranjero. Es vasco, porque procede de aquí. Por el contrario, éste otro que vino al mundo en el cogollo de la Villa de Don Diego, hijo de padre bilbaino y madre begoñesa, pero nieto y bisnieto de españoles inmigrantes a Vizcaya; éste, digo, jamás de los jamases será vasco él ni su progenie, porque no proceden de aquí.

–Pero yo he nacido aquí, yo soy autóctono.
–¿Autóctono? Y un cuerno. La autoctonía vasca no te la regala la tierra vasca. La llevas en tí o no la llevas, nazcas donde nazcas.
Acabáramos. Lo vasco se define por donde Sabino dijo: por los ocho apellidos vascos, como voz de la sangre vasca. Es la genética, tontines, es la raza. Mejor que el bilbaino, el vasco sí que puede nacer donde le dé la gana.
Tal vez doña Cristina no esté de acuerdo con mi interpretación. Tal vez no esté de acuerdo consigo misma, pues en el trance de vadear el río vaciló de forma ostensible. Tal vez no farfulló exactamente ‘procedentes’, sino ‘provinientes’, sutil diferencia. «Provenir. Dicho de una persona o de una cosa: nacer, originarse, proceder…» Lo que la consejera dio a entender, lo que toda la prensa le entendió, no tiene vuelta de hoja.
Yo no creo que la Sra. Uriarte sea racista a sabiendas, si eso le cumple. Pero ¡ay! el subconsciente nos la juega, a todos nos pasa. La próxima vez piense más, exprese mejor y pronúncielo más claro.
Adiós mi ilusión de la Eusko Esfinge suicidada.