sábado, 21 de noviembre de 2020

Tiranía insidiosa y sumisión voluntaria

Alternativa para el mano a mano

‘6 MESES 6’. Sensacional Corrida Benéfica en ayuda de la gente desfavorecida por la Pandemia, que no puede hacerlo todo ella sola. Mano a mano entre los dos siniestros del verduguillo. Compases de ‘Asalto a los cielos’, pasodoble torero.

Conque ya cumplimos un mes de estado de alarma. Se impuso por Real Decreto para medio mes, estirable y estirado a seis meses seis, en que el respetable permanecerá encorralado, su Parlamento en calderón, y sus representantes con bozal y mordaza en vez de mascarilla. El Gobierno se compromete (palabra de Sánchez): «Ni un día más, ni un día menos».

¿Y eso, como cuánto es para nuestro Epiménides, capaz de saltarse su propia paradoja de cretense mentiroso?: «Españoles, yo siempre os miento». Por de pronto, su socio podemita y vicario de gobierno ha dejado caer que la alarma dure hasta final de 2022. Una errata tal vez, pero intencionada para generar confusión, enseguida lo vemos. ¿Y entre tanto?

Pues en el entretanto, Su Sanidad el ministro Salvador (¡se llama así, lo juro!), Salvador Illa (que rima con mascarón de proa) cortaba por lo sano: el Real Decreto en vigor «no permite confinamientos domiciliarios» –tampoco negó que puedan incluirse, si procede–, pero sí «que cada comunidad autónoma ordene confinamientos perimetrales muy estrictos». Fuera de eso, hasta el 9 de noviembre se implantó el toque de queda nocturna general, dejando también a partir de esa fecha a discreción de cada autonomía esa forma de confinamiento a domicilio. A ver si me aclaro:

1. Confinamientos: perimetrales vs. domiciliarios 

He aquí juntas dos figuras de confinamiento, ya de uso habitual, aunque suenan raro y merecen comentario. Vamos primero con el sustantivo, según la Real Academia

Confinamiento

1. m. Acción y efecto de confinar

2. m. Derecho. Pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al de su domicilio

Bien, ¿y qué es confinar? Como verbo transitivo tiene dos acepciones:

Confinar: 

1. Desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria. 

2. Recluir algo o a alguien dentro de límites.

No es la única vez que el Diccionario nos confunde con un baile de acepciones. La 2ª del verbo corresponde a la 1ª del sustantivo y debería ir delante de la 1ª verbal, que se corresponde con el confinamiento del Derecho penal. Confinamiento penal que reúne tres condiciones:

1. Obligación de vivir temporalmente. (Menos mal: para eterno, el infierno basta).

2. Vivir en libertad. (Aquí tratamos de imaginar al pobre Dreyfus, condenado a vivir en aquel islote del Diablo, pero eso sí, en plena libertad. ¿De qué se quejaba?) 

3. Fuera del domicilio propio. ¡Tate! Pero entonces, ese ‘confinamiento en casa’, o confinamiento domiciliario, tan celebrado en la pandemia, es contradictorio in terminis. Sería menos incorrecto llamarlo arresto domiciliario.

Illa podría replicar que el Real Decreto no trata de confinamiento penal alguno, y por eso es correcto juntarle el adjetivo domiciliario. Miren, señores, en estas cosas, cuanto menos de explicar, mucho mejor. A cada cosa un nombre, y uno solo para cada cosa. De modo que, Diccionario en mano, confinamiento domiciliario es oxímoron.

¿Y el confinamiento perimetral? Todo confinamiento es perimetral, por definición, o no es confinamiento. Confín y perímetro para el caso sin sinónimos, latino uno y griego el otro, esa es toda su diferencia. Las dos palabras ya vistas, confinar y confinamiento, derivan del latino, que como nombre  sustantivo se define así:

Confín

2. m. Término o raya que divide las poblaciones, provincias, territorios, etc., y señala los límites de cada uno.

Aquí, en plan quisquilloso, se podría argüir que confín no es un límite espacial cualquiera, sino entre «poblaciones, provincias, territorios, etc.» . Es decir, que incluye la connotación  geográfica y administrativa en las restricciones que padecemos a cuenta de la pandemia. Ya; pero entonces siguen en pie lo dicho:

1. No puede, o no debería poder ser en el domicilio.

2. Sobra lo de ‘perimetral’, un pleonasmo gratuito.

¿O no tan gratuito? Tanto equívoco, tanta mudanza en un mismo decreto recién estrenado y con 17 aderezos autonómicos no puede ser maldición del azar, y sí ganas de fastidiar.

Una forma habitual de maltrato que usa la Administración para con sus administrados es envolverles las obligaciones ingratas en lenguaje críptico, tal que se entiendan mal y del revés. A esto se suele añadir en el País Vasco otra forma de tortura, que es dar las cosas en bilingüe vasco-castellano bien mezclado, que a la gente mayor sobre todo le priva. Pero sea en bilingüe o en román paladino, con esa odiosidad añadida la gente se fija menos en lo odioso del mandado. (De hecho, ya llevo aquí más de media página en una disquisición insustancial sobre gramática, cuando debería estar a lo que venía. Y todo por el señuelo de los confinamientos ‘perimetral’ y ‘domiciliario’. El truco funciona.)

Pero es que lo mismo se observa a otros niveles subalternos. Una persona amiga me pasaba unos Criterios de Aplicación sobre la Alarma Sanitaria (27 de octubre 2020), que por cierto venía todo en castellano, incluido este lema sobre el logotipo del Gobierno Vasco: «Euskadi, bien común». Tanta atención inusual a los raros usuarios contumaces del castellano en estos Pagos Históricos de habla propia pre-indoeuropea no quita para que este «documento elaborado por la Jefatura de la Ertzaintza» (o Policía Vasca) me deje perplejo ya desde el principio de su lectura, pero sobre todo porque, sin acabar de leerlo, ya supe que la propia policía había modificado la casuística.

Ateniéndome a lo recibido, el documento dice (o decía) así:



Se entiende por tanto que el vulgarmente llamado ‘toque de queda’ es para mientras dure el ‘estado de alarma’: medio año como máximo, si no hay prórroga.

A este ‘criterio Uno’ le siguen:

Dos – Limitación de la entrada y salida de personas en el territorio de la Comunidad Autónoma de Euskadi y de los términos municipales en los que tengan fijada su residencia.

Tres –  Limitación de la permanencia de grupos de personas en espacios públicos y privados: máximo 6 personas

Pues bien, tanto lo 2º, sobre el ‘confinamiento perimetral’ propiamente dicho, como lo  3º sobre ‘libertad de reunión’, no dicen palabra sobre la duración de la norma respectiva. Y eso naturalmente me llena de zozobra, alérgico que uno es a las multas. ¿Es por todo el tiempo que dure la Alarma, como en el caso del criterio Uno? Si es así, debió decirse en la Introducción, que afecta a todo el documento; o bien, repetirlo en Dos y el Tres.

A mí, ave diurna, el toque de queda es lo que menos me preocupa. Entiéndase, preocupante es todo lo que toca a derechos y libertades, máxime si son fundamentales. Me preocupa menos en cuanto me afecta menos, comparado con las visitas diurnas y reuniones con familiares y amigos, o con los desplazamientos ‘extraperimetrales’, si se permite el palabro. Medio año sin permiso para salir libre del paisito, qué digo, del municipio, y quién sabe si hasta del ‘domicilio confinal’ (si la cosa se pone muy fea), es una eternidad para quienes, por edad, no estamos ya para perder el tiempo enjaulados. De joven, yo me cruzaba con Horacio y nos saludábamos: 

– Carpe diem! Pilla el día, Belosti. 

Carpe, poeta.

Ahora la consigna es otra: 

– Carpe diem, metacarpe horam. 

(Ya sé que es una gansada, eso de ‘repillar la hora’, pero yo me entiendo.)

En suma, que el documento es inservible si, para salir de dudas, no acudes directamente a su fuente original, el Decreto 36/2020 (26-10) del Gobierno Vasco. Eso suponiendo que no se hubiese también modificado, y no era buscarle pies al gato porque así fue puntualmente, el 6 de noviembre.  

2. El Tirano insidioso


¿Cómo calificar esa perversidad administrativa? Estos días pasados andaba yo de excursión por las
Partidas del Rey Sabio, y como las tengo a mano se me ocurre abrirlas de nuevo. 

Vayamos a la Partida Segunda, título I, que trata del poder temporal y del bueno y mal gobierno. Allí, junto al poder legítimo –emperadores, reyes y otros barandas de este mundo–, salen también sus contrahechuras y malas imitaciones que merman su  legitimidad. Pero hay una figura especialmente odiosa que merece capítulo aparte. Es el tirano, descrito en la Ley 10 [1]:

Tirano, tanto quiere decir como señor cruel que es apoderado en algún regno ó tierra por fuerza , ó por engaño ó por traición: e estos tales son de tal natura, que después que son bien apoderados en la tierra, aman más de facer su pro, maguer sea á daño de la tierra, que la pro comunal de todos. 

La tiranía no es sólo una mala forma de ejercer el poder. La tiranía empieza ya por la mala forma de tomarlo. El tirano se apodera de un estado, país y gente, por la fuerza, pero también por el engaño y la traición. La moción de censura que derribó a Rajoy y elevó a Sánchez no usó de fuerza o violencia, totalmente innecesaria, pero fue un despliegue de engaño, y de traición fue todo un paradigma. Porque traición fue tomar el gobierno del Estado con la ayuda y cooperación necesaria de sus enemigos jurados y perjuros. Y engaño fue rechazar solemnemente, por incompatible en lo político y lo ético, la alianza de gobierno que por lo visto ya estaba confabulada.

Hay en el texto de la Partida una nota distintiva del tirano, como ‘señor cruel’. Que no nos engañe esta expresión. Tomada  a buen seguro de las Etimologías, allí san Isidoro (explicando lo que es definir ‘por diferencia’) pone este ejemplo (1, 31) [2]: 

«¿Qué diferencia hay entre el rey y el tirano?: El rey es moderado y templado; el tirano es cruel.» 

En otra parte dirá que «el tirano es despiadado y nada complaciente (impius et inmitis; 2, 29. 7). Isidoro recuerda que «los más antiguos no hacían distinción entre tirano y rey; eran dos términos, griego y latino, para una misma cosa y significado… Más tarde vino el uso de llamar tiranos a los reyes peores y fuera de ley, los codiciosos de poder desmedido, que ejercían dominio cruelísimo en los pueblos» (9, 3. 19-20). 

En eso consiste la crueldad: ir uno a lo suyo, sin importarle nada de nadie. «Facer su pro, aunque sea a daño de la tierra». La condición propia del tirano está en sus fines y medios, no en sus modales, que pueden ser exquisitos, sin perjuicio de arrasar con todo el que se le cruce en su camino. Una glosa de la misma Partida lo explica: no vale que el tirano se disimule y trate a los súbditos con clemencia regia, mientras haya una facción tiránica favorecida [3]. Porque tiranía es gobernar sólo para los amigos a expensas del común, y eso es crueldad, hágase a la brava o por las buenas. Sigamos con el texto de la Partida.

Para salir con la suya, «siempre contra los del pueblo», el tirano se vale de ‘arterías’ o astucias, que según «los sabios antiguos» son tres: 

1ª. Mantenerlos «siempre nescios e medrosos», en estado de desinformación e inseguridad, que no se atrevan a levantarse ni discutir órdenes.

2ª. Fomentar «que hayan desamor entre sí, de guisa que non se fíen unos de otros», pues «mientras en tal desacuerdo vivieren non osarán facer ninguna fabla contra él»: cuanto más divididos menos se confabularán, por miedo de ser denunciados.   

3ª. Procurar «de los facer pobres, et de meterlos en tan grandes fechos que los nunca puedan acabar, porque siempre hayan que ver tanto en su mal, que nunca les venga á corazón de cuidar facer tal cosa, que sea contra su señorío».

Así pues, 1º) desinformados e inseguros, 2º) divididos y desconfiados, 3º) empobrecidos y ocupados siempre en tareas sin término ni provecho: he ahí el pueblo ideal para el tirano perfecto, ayer como hoy. 

«E sobre todo esto» (es decir, además de esto), «siempre pugnaron los tiranos de estragar á los poderosos, et de matar á los sabedores, et vedaron siempre en sus tierras cofradías et ayuntamientos de los homes : et pugnaron todavía [= procuraron por todos los medios] de saber lo que se decía ó se facía en la tierra.» 

Fuera, pues, iniciativa y pensamiento; fuera libertades de asociación y de expresión. Censura y estado policíaco. Poder super informado controlando a un pueblo desinformado. Alfonso el Sabio todavía no habla de ministerio de la Verdad, pero ni falta que hace, se le entiende de sobra. Más llama la atención el que hace tantos siglos se dijesen cosas tan actuales.

En el texto magnífico de Alfonso el Sabio se echa de menos una característica de la tiranía: el viejo recurso imperial romano de panem et circenses (‘pan y circo’). No es que a Don Alfonso ni a su mentor san Isidoro se les pase materia tan importante en la cultura, pero que en su tiempo era antigualla [4]. El modelo económico imperial romano ya no funcionaba, y en la Edad Media los estados no tenían recursos ni talante para divertir a la plebe. Esta labor quedaba a cargo de la Iglesia con su calendario cargado de días festivos, ceremonias, observancias, penitencias, indulgencias y sermones. 

La Edad Moderna traerá novela y teatro a discreción, bien cepillado todo por la censura y no todo para todo el mundo. La llamada Edad Contemporánea añadirá los deportes de masas, que es en parte la vuelta al circo con sus gladiadores y carreras. Forma de distraer, como también de dividir.

 El ‘pan y circo’ tiene su versión actual en los populismos, como el de nuestros podemitas aplicados a sembrar pobreza desde el gobierno para poder abonarla y regarla con subsidios rentables en votos, mientras ellos controlan la televisión y programan la diversión colectiva.

Conste que estoy hojeando este tomo de las Partidas sólo por disfrutar de la prosa añeja, que a veces suena a palabra de Dios revelada. La Edad Media fue amiga de las ‘imágenes verbales’, y la del tirano fue una de sus predilectas. Imágenes verbales que la imprenta convertirá en iconos o imágenes visuales: los emblemas con sus empresas del Barroco. 



Por ejemplo, un escorpión con el mote, QUI VIVENS LAEDIT MORTE MEDETUR (el daño que hace de vivo con su muerte se cura), era símbolo del tirano: bicho dañino «cuyo asesinato lo convierte en remedio de las desdichas del pueblo». Así de fácil lo explicaba sin inmutarse el clérigo Picinelli, en referencia a la medicina popular, pero pensando en la muy clerical teoría del tiranicidio legítimo [5].

El texto medieval de las Partidas contemplaba obviamente el estado monárquico, pero su imago tyranni nos muestra una realidad intemporal, esencialmente la misma entonces como ahora en democracia monárquica o republicana. 

1. En el estado democrático moderno, tiranía es el ejercicio del poder ejecutivo eludiendo los instrumentos de control del mismo y burlando la división de poderes, de manera que genere inseguridad para la ciudadanía y, en definitiva, para el propio Estado.

El mismo texto invita a aplicar el método escolástico de las ‘diferencias’, para ver las que hay entre el tirano rudo del antiguo régimen y el sofisticado que se beneficia de la democracia representativa. Y la diferencia más notable es esta: 

2. Para implantar hoy la tiranía en democracia, el gobierno no precisa de más violencia que la legítima propia y exclusiva del Estado. La misma violencia que, llegado el caso, le bastará para reprimir cualquier intento de insumisión o revuelta interna.

De los enunciados 1. y 2. resulta como corolario que a fecha de hoy,  no quepa la menor duda,  España padece una tiranía no menos cruel porque sea anestésica, y por esto mismo más peligrosa que las de origen violento.


Oriol Junqueras, chuleta en mano, emite su fórmula de ‘acata miento’ a la Constitución

Por otra parte, la Constitución Española, tan garantista de los derechos y libertades individuales, incluso hasta el exceso, se protege mal ella misma y al Estado frente a sus enemigos internos. La situación presente es un ejemplo pavoroso. Hemos franqueada la puerta del Cuerpo Legislativo a quienes al entrar, por todo juramento, escupen en la Carta Magna. Una vez dentro, los grupos y bloques enemigos del sistema negocian sus votos al precio que ellos marcan, que puede ser incluso su entrada en el Gobierno, con poder para cambiar a su favor las reglas del juego. Esta debilidad institucional, hábilmente manipulada por el tirano en ciernes o en ejercicio, le facilita mucho su empresa, mientras él esté en condiciones de asumir el coste de entropía, si vale la metáfora termodinámica.

Añádase a esto una eventual catástrofe –mejor si es de impacto internacional o mundial como la pandemia–, y el tirano ya tiene la coartada perfecta para una tiranía incluso radical, que él podrá llamar ‘izquierdismo progresista democrático’, o como guste, pero que en realidad abocará en una revolución social reaccionaria y antidemocrática (nomina, flatus vocis). 

3. Sumisión voluntaria 

Así entendida, la tiranía es un mal sin paliativos. Sea o no el peor de los (des)gobiernos posibles, la imagen del tirano es tan torva a lo largo de la historia política, que parece lógico y natural que provoque repulsa. En efecto, la vida recelosa del déspota es un tópico, por lo menos literario. Pero si el tirano duerme a medias, con un ojo abierto como se dice de las liebres, más es porque otros desean ponerse en su lugar, que por miedo a improbable sublevación de la masa.

Cierto que ha habido levantamientos contra la tiranía, y revoluciones que han derribado una autocracia tal vez para imponer otra más dura. ¿Cuántos de esos movimientos han sido rigurosamente ‘espontáneos’ de principio a fin? Sólo pequeñas algaradas puntuales, casi siempre sin éxito. La masa para levantarse necesita fermento, que por eso se llama levadura. Alguien tiene que inocular esa levadura en las masas predispuestas, y esa es la función de los agitadores, necesaria pero de corto recorrido si el movimiento carece de liderazgo.

¿Por qué los súbditos aguantan al tirano, si es tan malo? Pregunta que llama a esta otra: ¿por qué los humanos aceptaron ser súbditos de rey, malo ni bueno? Los teóricos del origen de la autoridad se enfrentan a una incógnita cuya solución depende de qué calidad social es la masa humana: homo homini homo vs. homo homini lupus. Primero, decidir si la libertad brota de un instinto elevado a la categoría de valor natural humano; o si por el contrario la libertad es un lujo y artificio de la civilización. Segundo, estimar qué proporción de egoísmo y altruismo nos caracteriza, como individuos y como conjuntos humanos. 

Es instructivo escuchar a los filósofos, ideólogos a lo Hobbes o Rousseau. Como biólogo, en este campo espero más de los antropólogos y primatólogos que estudian las estructuras grupales, con sus relaciones internas de dominancia y sumisión y con sus mecanismos de control del espacio, de los recursos y de las dimensiones de grupo. Y lo que parece es que somos una especie animal familiar y mini social por naturaleza, que por largo proceso selectivo nos hemos ido domesticando y super socializando, hasta ver como propios intereses ajenos que en principio deberían dejarnos fríos o tirantes. 

Esto de la auto domesticación es de la mayor importancia en la historia de los movimientos sociales. Es la base del sometimiento voluntario a la voluntad ajena, que los tiranos, agitadores y demagogos han de conocer y manipular para ser eficaces.

El 'Discurso' de La Boëtie en edición anónima
 y retitulado (Reims, 1577). Drouot

Viene aquí a propósito el ensayo famoso sobre La servidumbre voluntaria, aunque el verdadero título parece ser ‘El contra uno’, que dice mucho más. Por algo se explotó luego como panfleto en las guerras de religión en Francia, antes de caer en olvido. Obra principal de Esteban de La Boëtie, mediado el siglo XVI, es un ejercicio juvenil demasiado académico pero muy original sobre el fenómeno de la aceptación social de un monarca, cuando lo lógico sería que, fuera de alarmas sociales de vida o muerte, una sociedad sana no arriesgue tanto su libertad como para cederla a un señor y eventual tirano. El Uno sobre todos, y a menudo contra todos, sin oposición de los sometidos, es una anomalía que el joven autor trata de explicar con un muy notable verbo reflexivo: s’apprivoiser; amansarse o domesticarse. Repetido hasta tres veces, he aquí el punto del argumento, traducido con alguna libertad por aligerar la lectura:

«Pongamos un país cuyos habitantes han dado con un sujeto eminente, del que han recibido pruebas de gran previsión para cuidarles, valor para defenderles y cuidado para gobernarles. Si de ahí en adelante ellos se domestican a obedecerle y confiarse hasta darle ciertas ventajas, yo me pregunto si sería prudente ir a más y sacarlo de donde hacía el bien para ponerlo allí donde podrá hacer mal…»  

«¿Qué nombre merece la aberración de dejarse la muchedumbre, no ya gobernar, sino tiranizar por uno solo? Sufrir los descaros y crueldades no de un ejército enemigo, no de un Hércules ni un Sansón, sino de un tipejo que casi siempre resulta ser el más cobarde y flojo de toda la nación... ¿Cobardía? No, porque todo defecto tiene límite. Dos pueden ser cobardes ante uno, incluso diez; pero que mil, un millón, mil ciudades no se defiendan de uno solo, eso ya no es cobardía…» En efecto: eso se llama mansedumbre, eso es domesticidad. Esa es la fuerza del tirano: disponer de una granja humana incapaz de rebelión. «Son los pueblos mismos los que se dejan, o más bien se hacen merendar vivos, pues con sólo hacer huelga serían libres.» 

« Hay tres clases de tiranos: por elección del pueblo, por la fuerza de las armas y por sucesión dinástica. De las tres, la más repulsiva, la más insoportable, la primera.»  En efecto, la figura del tirano electo es la perversión total de la democracia, nos dirá este gran admirador de la República de Venecia, que él idealiza: «Un puñado de gentes viviendo tan en libertad, que ni el peor de todos querría por nada ser el rey, allí donde la única ambición admitida es la del que mejor guiará y cuidará el mantenimiento de la libertad.»

¿Acaso la población veneciana había escapado a la ley de la domesticación? De ningún modo. La democracia ideal sólo admite aproximaciones; pero en todo caso una aproximación razonable requiere cierta educación en y para la libertad, con una mayoría avezada a pensar por su cuenta en lo inmediato y cotidiano, y con una élite instruida en la historia y la previsión del futuro. En el polo opuesto se sitúa la tiranía del Gran Turco, que según La Boëtie mantenía a su súbditos en brutal ignorancia. 


La ‘paradoja de La Boëtie’ –la servidumbre voluntaria en ataraxia, entusiasmo o felicidad, no en resignación– se ilustra bien con un dicho atribuido a Federico II de Prusia. Con ocasión de una batalla, un observador extranjero a su lado contemplaba con la boca abierta la infantería de línea disparando con precisión, impertérrita en su avance bajo una lluvia de fuego enemigo. A sus expresiones admirativas asentía de cabeza Federico, que sólo añadió este comentario:

Señor mío, todo eso lo hace la instrucción castrense, y de ella se encarga el Viejo Dessauer. Lo que ya es milagro y está en manos de Dios, es que toda esa canalla no se revuelva y la emprendan a tiros contra nosotros. 


4. Tiranía en democracia

Cierro la monserga con un clásico que parece de encargo para lectura en pandemia.

1. La escuela del perfecto tirano. En El Príncipe de Maquiavelo, el capítulo 18 pasa por ser uno de los más ‘maquiavélicos’ de toda la obra del secretario florentino. Su título: ‘Cómo la fe ha de ser guardada por los príncipes’ (Quomodo fides a principibus sit servanda). ‘Fe’ es aquí la palabra dada y la lealtad en mantenerla y cumplirla.

«Ser leal a la palabra, vivir con integridad y no con astucia, es ‘loable’, y eso lo entiende cualquiera. Sin embargo, nuestro tiempo ofrece la experiencia de príncipes que han hecho cosas grandes sin preocuparse de ser fiables, y que con astucia han sabido marear los cerebros de la gente; y que al fin han superado a los que tuvieron por fundamente la lealtad… Un señor prudente no puede ni debe guardar la palabra cuando el hacerlo se le vuelve en contra y ya no se dan las circunstancias que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero dado que son mezquinos y no te van a guardar la suya, tampoco tú estás obligado a ellos. Además, a un príncipe nunca le faltarán ocasiones legítimas de dar color a la inobservancia. Porque esta manera de ser hay que saber colorearla bien y ser gran simulador y disimulador; y la gente es tan simple, y tan obediente a las necesidades del momento, que el que engaña siempre encontrará a quien se deje engañar.» 

Maquiavelo en su vida política tuvo especial contacto con el papado y le interesaron personalidades como Julio II o el español Borja, Alejandro VI.


«De los ejemplos frescos no quiero callar uno. Alejandro VI jamás hizo ni pensó en otra cosa que en engañar a todo el mundo, y siempre halló motivo para hacerlo. No hubo hombre más eficaz en aseverar una cosa afirmándose en ella con mayores juramentos, y que menos la guardase. Con todo, los engaños siempre le salieron a pedir de boca, porque conocía bien esta parte del mundo.»  

«Además, un príncipe no necesita tener todas las cualidades antedichas; lo que no puede excusar es que parezca tenerlas. Tanto es así, que me atrevo a decir esto: tenidas y observadas siempre, son dañosas; mientras que pareciendo que se tienen, son útiles. Por ejemplo, parecer piadoso, leal, humano, íntegro, religioso. E incluso serlo; pero manteniéndose con la mente dispuesta de modo que, si hace falta no serlo, tú puedas y sepas mudar a lo contrario…» 


La regla es buena para todo príncipe, máxime si es recién llegado al poder. 

«El príncipe  nuevo está más dispensado de observar todo aquello que hace buenos a los hombres. Por lo mismo, ha de tener el ánimo dispuesto a girar a favor  de los vientos y variaciones de fortuna; sin salirse del bien, si puede, pero sabiendo entrar en el mal, si es necesario.

«Otra cosa que un príncipe debe cuidar muy mucho es que jamás le salga de la boca cosa que no esté llena de estas cinco cualidades, a saber: que a vista y oído parezca todo piedad, todo lealtad, todo humanidad, todo integridad, todo religión. Esta última cualidad es, de todas, la más necesaria; digo, la apariencia de tenerla. Los hombres en general juzgan más a ojo que a mano; porque a ver todos llegan, pero a tocar, pocos. Todo el mundo ve lo que pareces, pocos palpan lo que eres; y esos pocos no se arriesgan a oponerse a la opinión de los muchos, que tienen a su favor la majestad del Estado.» 

«Algún príncipe de los tiempos presentes, al que no está bien nombrar, no predica otra cosa que paz y fe, y de la una y la otra es acérrimo enemigo. Y la una y la otra, de haberlas él observado, más de una vez le habría dejado sin la reputación o sin el estado.»

Todo el mundo está de acuerdo en que este príncipe «de actualidad, cuyo nombre mejor para callado» no era Pedro Sánchez Castejón, sino Fernando de Aragón el Católico, nombrado varias veces en la obra, y que para muchos sería el prototipo de de toda ella. Maquiavelo su admirador excusa nombrarle aquí donde le atribuye la peor tacha en un gobernante: no ser de fiar. Si yo traigo aquí todo esto, no es por dar ideas a ningún ‘cretense’ en el gobierno, sino para que no salga con otra falsa tesis o manual de narcisismo donde se atribuya en política la invención de la rueda.

______________________________________

[1] Las Siete Partidas del rey Don Alfonso el Sabio… por la Real Academia de la Historia y glosadas por el Lic. Gregorio López. París, 1845, t. 2, pág. 17.

[2] San Isidoro, Etimologías. Edición bilingüe, BAC, Madrid, 1982.

[3] Partidas, ibíd.: Sed neque tyrannicae factionis perversitas laudabilis erit, si regia clementia tyrannus subditos tractet.

[4] El tema de los espectáculos, juego y teatro se desarrolla en Etimologías, libro 18, como materia anticuaria.

[5] Mondo simbolico. Milán, 1653, pág. 241. Filippo Picinelli (Milán, 1604-1679) fue canónigo agustino de Letrán y abad de su congregación. Esta su obra principal apareció primero en italiano (1653) y luego en latín, con varias ediciones ampliadas en ambas lenguas. El mismo emblema con otras empresas era aplicable a objetos diferentes: Cauda semper in ictu (La cola siempre a herir); o bien, Amplexatur ut perdat (Abraza para matar), etc.


AMPLEXATUR UT PERDAT










10 comentarios:

  1. Como siempre profesor, un placer leerle y aprender de sus enfoques a temas actuales desde la sabiduría que procura la experiencia de la historia, aunque a veces, como en este caso, sea dolorosa, muy dolorosa, diría yo si me lo permite. Ante el tirano siempre queda el consuelo de lo escrito por Santo Tomás de Aquino, el Padre Mariana y Thomas Jefferson, entre otros porque de la reacción de la sociedad española, en este caso, creo que no me consuela nada, ni el magnífico tratado de Boecio acerca del que procura la Filosofía. Gracias por su "consuelo".

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Don Asperillo, usted me hace recordar ‘La Consolación de la Filosofía’, que creo fue el primer libro filosófico que cayó en mis manos, de aquella Biblioteca Bergua.
      Por supuesto, devorada la introducción con la triste historia del pobre Boecio en capilla, la verdad es que al texto en sí no le hinqué mucho el diente. Se notaba que había sufrido poco en la vida, y así el libro más leído de la Edad Media decidió que mis alabanzas eran prescindibles.

      Eliminar
  2. ¡ Qué maravilla Querido Profesor !
    Volveré una y otra vez a su texto, para no perderme nada, pero me han dado ganas de ir a leer las Siete Partidas, que tengo entre los volúmenes heredados del abuelo de mi madre, y que nunca me había inspirado la mínima curiosidad.
    Muchas gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Viejecita, si usted tiene esa herencia de las 'Partidas' en su biblioteca y edición venerable, aproveche y léalas en su tiempo libre. Nunca defraudan. Abra usted por la Primera Partida, título XIII, 'De las sepulturas': El proemio es filosofía, y aun teología de la buena, que ríase usted de Pedro Lombardo en yunta con Santo Tomás de Aquino.

      Eliminar
  3. ¡Qué maravilla leerte siempre, maestro Belosti, querido Jesús.
    Cómo siempre, procedo a reenviar el texto a todos aquellos de mis contactos que merecen y gustan aprender todos los días. Yo lo releeré nuevamente.
    T&T

    ResponderEliminar
  4. Escribió Borges que al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías. Si embargo, resulta algo “heavy” saltar desde el renacentista príncipe Fernando de Aragón ensalzado por Nicolás Maquiavelo y Baltasar Gracián hasta el posmoderno príncipe Pedro Sánchez al que glosan José Luis Maquialelo de León, los editoriales de “Lo País” y Carmen la de Cabra.
    Fantástico análisis, querido Maestro. Es todo un placer leerle.
    Un gran abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jose Luis Maquialelo de León
      ¡ Que bueno !

      Eliminar
    2. Maese Lemuel, estoy de acuerdo con Viejecita en celebrar su Maquialelo de León y demás liliputienses que cita. Un abrazo.

      Eliminar
  5. Un saludo gozoso a tutti quanti y, querido Th&Th, bienvenidos sus rebotes. “Donde no hay publicidad resplandece la verdad”, repetía La Codorniz. Tan falso como lo del buen paño, que en el arca se vende. (Pues el no tan bueno, usted me dirá.)

    ResponderEliminar