jueves, 14 de abril de 2016

Meditaciones en Poblet (1)

El fantasma de los monjes blancos

Es la tercera o cuarta vez que visito Poblet. En cambio, sólo una he estado en Santes Creus (o Santas Cruces) y en Vallbona de las Monjas, los otros dos monasterios del triángulo que mi prospecto-obsequio de la oficina de  Turismo Catalán titula, con suficiencia algo pomposa, ‘La Ruta del Císter’. Cada uno de los tres monumentos tiene su atractivo, siendo Poblet en Cataluña la representación más antigua, la más grandiosa –también la más zurrada y resobada–, del ideal que preconizó san Bernardo. «Populetum… toto orbe Christiano nulli secundum», exageraba un historiador de la orden, el burgalés fray Ángel Manrique (1577-1649) [1].
Bernardo de Claraval (1090-1153): ‘El último de los Padres de la Iglesia’, le llaman [2]. Refundador y reformador de la recién fundada y reformadora orden del Cister, a su manera, puso énfasis en los aspectos estéticos del hábitat monástico. ¿‘Estilo cisterciense’? No, pero sí. No como creación consciente, ni con técnica propia, pero sí como resultado y efecto inconfundible. Resolvamos la paradoja.
Todo vino de un panfleto polémico de Bernardo contra la federación monástica de Cluny, los cluniacenses o ‘monjes negros’, capitaneados por su coetáneo Pedro el Venerable (h. 1092-1156) [3].  También estos fueron reforma en su día, pero la relajación vino inexorable. Por llevarles la contraria, el flamante Císter se viste de blanco, el color de los ángeles buenos.
Dos arpías enfrentadas, en Silos

En tono mordaz,  un joven y siempre seguro de sí mismo Bernardo se permite ridiculizar a sus rivales, que a expensas de los pobres de Cristo malgastan en construcciones y ajuar suntuario. Edificios enormes con decoración absurda, irreligiosa, plagada de monstruos como el que imaginaba Horacio al principio de su Epístola Poética:
«Pintura de testa humana unida a cerviz equina,
miembros heteróclitos vestidos de vario plumaje,
mujer hermosa rematada en cuerpo de pez…»
Sin citar aquí a Horacio, Bernardo le tiene bien presente en su descripción de los lectorios –los lugares de lectura de los monjes (que solían situarse en el tramo más confortable del claustro mayor)– en los monasterios cluniacenses [4]:
«Allá veas una cabeza con muchos cuerpos, y al revés, un cuerpo con muchas cabezas. A un lado se distingue un cuadrúpedo con cola de sierpe; al otro un pez con cabeza de cuadrúpedo. Allí una bestia que por delante es caballo, tirando de unos cuartos traseros que son media cabra; aquí un animal cornudo remata en equino… Con tanta figura que ver, sobra libro que leer. Pues, ¿cómo centrarse en la lectura, en aquella selva de fantasías?...» (Apología, 12, 29)
Decidido: un claustro como el de Silos no era lugar recomendable para san Bernardo. Tampoco la novedad gótica de Saint-Denis junto a París, con sus ventanales policromados y figurados carísimos, siendo así que un simple vidrio blanco, vidrio cisterciense, dejaría pasar la luz del sol más limpia, y distrae menos al que busca a Dios.
Pero todo esto, con ser grave, no es lo que más incomoda al reformador en las iglesias del Cluny:
«Paso por alto las alturas inmensas, las larguras desmesuradas, las anchuras excesivas, los labrados suntuosos, los pintados curiosos, que distrayendo a los orantes les quitan la devoción, y para mí en cierto modo reproducen el rito antiguo de los judíos. Paso por que todo eso se haga en honor de Dios. Sólo una cosa pregunto, de monje a monjes, lo mismo que un pagano argüía a paganos:
Decid, pontífices: en lo santo, ¿qué pintan oros?
(Dicite, pontifices, in sancto quid facit aurum?)»
La cita es auténtica, y aunque suene como de algún autor eclesiástico, es del satírico Persio [5]. La vieja religión romana se preciaba de una tradición sencilla y pobre, con divinidades toscas como su ajuar, que el oro de nuevos ricos desvirtuaba: este es el hilo de la sátira persiana. Bernardo por su parte en seguida nos da la respuesta, su peculiar versión del papel que jugaba aquel oro y aquel decorado de lujo en los altares, en las reliquias y en las figuras de los santos.
Pero antes reparemos en algo muy notable: cómo un hombre que no pasó del trivium (instrucción secundaria), sabe hacer uso de sus trivialidades. Citar a los poetas, a Horacio, a Ovidio, a Persio… no quiere decir que se los haya leído enteros. La pedagogía de entonces ya tenía sus antologías de lugares comunes. De hecho, en las obras completas de Bernardo aparece Ovidio citado, y no una sino dos veces, por este dístico archiconocido (menos de don Mariano Rajoy):
Principiis obsta, sero medicina paratur
     Cum mala per longas invaluere moras.
Corta desde el principio,
que a burro muerto, la cebada al rabo.
Es del poema Remedios de amor, complemento del Arte de amar, un pábulo espiritual que seguramente no entraba en el programa severo de los lectorios cistercienses, al menos en tiempos de san Bernardo. Pues bien, con tan ligero bagaje, más la Biblia, aquel talento aplicado es uno de los oradores y escritores más brillantes de su siglo. Prosigamos.

Monjes en discordia y arte de nuevo cuño
Sin discutir que se debate sobre espiritualidad entre religiosos, no se puede ignorar el trasfondo económico-político. Cluny era una máquina de poder envidiable, cuando Císter aspiraba a serlo. A Cluny, dos invenciones lo sacaron de la miseria. Una fue la estupenda del Purgatorio de los difuntos, con un nuevo estilo de sufragios automáticos mercantiles para sacar de aquel mini-infierno a los pobres seres queridos. En combinación con aquella, se crean rutas penitenciales de peregrinación. Jerusalén está en poder de los infieles, pero queda el viejo camino de San Pedro de Roma, y ahora la ‘Vía Láctea’, el nuevo Camino de Santiago a Compostela.
El mapa de los benedictinos negros se puebla de iglesias de peregrinación, que compiten en tamaño y lujo con las catedrales, con sus galileas o atrios, sus naves larguísimas y sus girolas, su cripta relicario, docenas de capillas, cada una con su altar o altarcito y su icono pintado y enjoyado, hierático como un ídolo, que no le quita el ojo al cepillo de las limosnas a sus pies. Cada monasterio tiene lugar de acogida para los peregrinos pobres, pero también buena hosteria para los que pueden pagársela.
Toda esta industria había convertido a Cluny, empezando por su gran Casa madre, en nuevo rico derrochador y a la vez enfermo de la hidropesía dorada. Y aquella ostentación figurativa en sus iglesias y monasterios, pretendidamente pedagógica, era otro invento extractivo diabólico, según Bernardo:


Efigie decorada
de Sainte-Foi (Conques)
«Hablemos claro: toda esa servidumbre de ídolos es truco de avaricia. Un artificio admirable de multiplicar el dinero. Se gasta como inversión, y cuanto más, mayor beneficio. Porque tanta maravilla suntuosa, con sólo verla, enciende a los hombres a ofrecer, más que a rezar. Es así como funciona ese ingenio extractivo, donde dinero llama a dinero. El mecanismo exacto no lo conozco, pero funciona: a más riqueza vista, mayor generosidad. El oro del relicario ceba el ojo y afloja el bolso. Se muestra la imagen preciosa de algún santo o santa, y tanto más santa parece cuanto más colorida. Allá corre la gente a besar, y de paso se les invita a dar. Y ese donativo de los pobres necesitados ya no revierte a ellos, sino a llenar el ojo a los ricos en el toma y daca... ¡Cuánto disparate! Si hasta el suelo del templo se adorna con figuras santas, sin la menor reverencia, donde un ángel recibe esputos en la cara, mientras los transeúntes machacan a pisotones el rostro de un bienaventurado…»
«Nada concitó mayor animosidad contra Bernardo que este panfleto contra los monjes cluniacenses. Estaban estos en tanto predicamento, que argüir contra ellos era visto algo así como criticar al mundo entero… Y no faltan quienes aquí acusen a Bernardo de celo excesivo.» Aunque en este comentario el editor de la obra bernardina, Juan Mabillon (monje benedictino negro, por cierto), hace como que no comparte la crítica, no puede ignorar lo que salta a la vista: el retorcimiento del hilo discursivo de la Apología, que para apretar mejor al contrario empieza ensayando el arma en cuerpo propio, criticando defectos de menor cuantía en el Císter, reprendiendo a sus cistercienses que murmuran de Cluny, cuando esta 0rden relajada lo que necesita no son críticas sotto voce, sino una invectiva en toda la línea. Aquí es donde Bernardo se aplica a fondo, y es con lo único que el lector se queda.
Esta sátira, que hará palidecer de envidia a un Juan Calvino [6] y otros censores de la Iglesia Católica, es obra auténtica de Bernardo de Claraval, también llamado el ‘Doctor Melífluo’, aunque su porte de asceta a duras penas dominaba y encubría un ánimo turbulento. En sus cartas no es raro encontrar explosiones de lenguaje violento o altivo. Una de sus biografías ‘auténticas’ le hace decir, hablando de su médico: «Estoy en manos de un bestia» (Cuidam bestiae datus sum). . La misma, a propósito de un robo de mayor cuantía: «Perdonemos a los ladrones: al fin, son romanos, y el dinero es demasiado tentación para ellos» [7].
En la práctica, la bernardina contra el exceso ornamental de Cluny se tradujo para el Císter en ordenanzas prohibiendo toda aquella hojarasca. El resultado fue dejar la arquitectura de entonces desnuda en su geometría funcional con su belleza intrínseca. Los propios constructores fueron los primeros en advertirlo, y en eso consiste el genio artístico cisterciense. Cosa que, por otra parte, ya estaba inventada en la tradición carolingia absorbida en el románico pirenaico. En Cataluña, por ejemplo, San Vicente de Cardona, románica pura (h. 1030), impresiona en su desnudez geométrica.
Por lo demás, nada es para siempre. También al Císter sus edificios se le quedaron pequeños, mientras volvía el gusto por la ornamentación historiada. La iglesia de Poblet, tres naves, mide más de 85 m de largo (sin contar el atrio), y a pesar de su gran altura, se rompió el crucero por arriba para encasquetarle, a modo de chistera, un cimborrio supergótico de nunca acabar. Hasta se recuperó algo de la denostada figurativa onírico-grotesca, nada menos que en el dormitorio de los monjes, como presidiendo sus ensueños.
Poblet a vista de ángel. Recinto interno


El monasterio-empresa, en el pre capitalismo europeo
A diferencia de Cluny, ávido de donativos, y que a menudo se comportaba como auténtico gorrón, el Císter de Bernardo no quería regalos de los reyes y señores. Lo que esperaba de ellos era la cesión de lugares y condiciones donde ganarse la vida con su industria. Aplicando un conocido ejemplo, no les interesaba recibir la cesta de peces, ni siquiera la caña de pescarlos (que esa ya la tenían ellos), licencias de pesca, y aguas para  instalar piscifactorías.
El monasterio cisterciense ideal era el autosuficiente. Quien quiera hacerse una idea siquiera remota de lo que eso significa, repase los libros populares de John Seymour y otros apóstoles del tema, empezando por la agri- y horticultura. Esta fue la base de la economía medieval, complementada con industrias de transformación; la primera de todas, la panadería, seguida de la quesería, la bodega, destilería etc.
En la idea originaria del Císter, el monasterio llevaba doble vida, según horario: la vida del coro y la del trabajo, a partes iguales. Esta teoría pronto dio paso a otra solución más llevadera, y sobre todo más práctica: repartir ambas tareas. La comunidad monástica principal se dedicará exclusivamente al coro y a tareas intelectuales. La labranza y demás trabajos manuales recaerá sobre otra comunidad de legos ‘conversos’ (o barbones), auxiliada eventualmente por seglares ‘donados’ (voluntarios con compromiso temporal), más los siervos y esclavos del monasterio.
Toda esta gente cargaba con el trabajo físico en condiciones de generar excedentes de valor económico. Incluso donde faltaba buena tierra de labor, como en Gales, los cistercienses se hicieron pastores y productores de lana, origen de la industria textil lanera británica [8].
El mismo ideal de autosuficiencia puso a la orden en cabeza del desarrollo técnico industrial, mientras la colocación de sus excedentes les hizo fuertes en el comercio y las finanzas. Más tarde los economistas hablarán mucho de la ‘ética protestante’ en el desarrollo del capitalismo. No se debe olvidar que primero fue el monasterio-empresa precapitalista, cuyo modelo fue el Císter.
El lego y el ‘donado’ –auténticos pilares económicos de la ‘pobreza’ bernarda– eran hombres devotos, sin la menor duda; pero muchos de ellos, al ser admitidos en el monasterio, mejoraban de condición socioeconómica. A propósito se contaba un anécdota chusca [9]:
Un campesino llama a la puerta de un monasterio solicitando ser converso. Postrado ante el abad, éste le hace la pregunta ritual:
–Hermano, ¿qué pides?
La respuesta acertada era: “Pido la misericordia de Dios y la de vuestra Orden”. El muy simple, sin embargo, fue sincero:
–Pido pan. Mejor si es blanco, y buenos pedazos.
Este buscaba alimento. Otros, seguridad. En todo caso, la separación entre ambas comunidades en la iglesia, el refectorio y el dormitorio, la prohibición a los legos de usar libros y alfabetizarse etc. acentuó la relación amos-criados dentro de los muros, mientras en las granjas los conversos despreciaban al campesino seglar.
Así que el sistema funcionó mientras hubo bonanza de legos y donados, es decir, hasta mediados del siglo XIV. Entre 1350 y 1450, esta mano de obra gratuita escasea. La Peste negra primero, la elevación del nivel de vida después, redujeron la proporción de legos anulando su importancia económica. Con el recurso a jornaleros y al arriendo a campesinos, la rentabilidad decae.
En todo eso, Poblet fue un caso bastante típico. Lo crea el Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV el Santo en 1151, cuando a san Bernardo aún le quedaba un par de años de vida. Entre monjes negros y blancos, el conde no tuvo duda. Su idea era repoblar ‘Cataluña la Nueva’, ganada a los moros, salvo el nido de Águilas de Siurana y algún reducto más. Al efecto, contrata con la Abadía de Fontfroide en Provenza  la fundación de una filial en Populetum (Poblet, la Alameda) en la Conca de Barberá (Tarragona).
Aquel exordio berengueriano no fue brillante. Sólo en 1163, muerto el Conde, se inician obras de cantería, ya reinando su hijo y de la reina doña Petronila, Alfonso II el Casto de Aragón (reinado: 1164-1196). Dejamos el matrimonio y reparto de coronas para otra meditación y capítulo.
Poblet alcanzará su apogeo material en el siglo XIV, con señorío ‘de horca y cuchillo’ –jurisdicción civil y criminal– sobre unos 60 lugares y una decena de villas.

Fabulación compulsiva
B de Bernardo, capital en página decorada.
Canonizado san Bernardo, la severidad
ornamental de la orden se relaja
El Císter bernardino tuvo un gran sentido de la propaganda. Lo hemos visto en la polémica con Cluny, y se demuestra en la primera historia de la orden, los dos ‘Exordios’, el pequeño y el grande.   Casi todas las religiones han cojeado del mismo pie, el císter no tuvo la exclusiva. Sólo que ahora hablamos del Císter, y cualquiera diría que el plan divino era cubrir la Borgoña, Francia y el mapa de Europa con abadías cistercienses.
En especial, el aparatoso Exordium magnum es una obra desconcertante, de difícil deglución. Tan difícil de interpretar y tragar como lo es la personalidad del propio creador Bernardo. Dicho Exordio a ratos deja de ser historia, y más parece el bloc de notas de algún remoto adelantado de Freud registrando sueños y fantasías de pacientes. La misma perplejidad producen otros escritos cistercienses publicitarios, como El libro de los milagros, la Historia de los milagros, o incluso el Cronicón Claravalense, sin contar la Vida fantástica que escribió Juan Ermitaño (1181), a poco de la canonización, en obsequio de ilustres devotos. Este Ermitaño debió de ser hombre de mucha moral, para decir en el prólogo: «Quien se propone escribir vidas de santos debe primero enmendarse de mentiras».  
Algo anterior es el Libro de los milagros (1178), de Herberto, un español que fue monje de Claraval y finalmente obispo en Cerdeña. Fué el primero que habló de un muerto resucitado, con los recuerdos del difunto en el más allá, su alma camino del infierno, obligada por  san Bernardo a volver al cuerpo para salvarse. Era el arreglo de una historia más sencilla: un coma por caída de caballo, curado por el santo; que no es poco, pero la devoción pedía algo más fuerte.
En 1145 llega a Europa la noticia de la caída de Edesa, en Oriente. Bernardo reacciona proyectando una II Cruzada que se publica el mismo año y es acogida con frialdad. El propio abad de Claraval se encarga de la propaganda, y con su verbo hace el milagro, primero en Francia. En vista del éxito, pasa a Renania (1146-1147) y durante cuatro meses, al frente de una comitiva de obispos, abades,  clérigos y escribanos recluta  gente. El efecto superó toda expectativa, pero a la vez se produjo un fenómeno inédito. Aunque a Bernardo ya se le atribuían milagros, jamás se había visto cosa parecida. A 3 de enero de 1147 ya circulaba una primera entrega de Milagros, y quince días después la segunda. Una tercera y última tampoco se hizo esperar mucho. Es la Historia de los milagros realizados en el Viaje a Alemania.
«Más que relato, proceso verbal, dialogado en su mayor parte, tejido de milagro único en su género. El abad de Claraval aparece menos como predicador de la Cruzada que como taumaturgo. El número de curaciones es prodigioso. No menos de 235 paralíticos o cojos, 172 ciegos, 3 locos o locas, no sé cuántos sordos y mudos… Y eso que el registro no es completo, aseguran los compiladores. Ni los más entusiastas pueden creer lo que están viendo» [10].
Estaría fuera de lugar aquí hacer crítica de esta literatura. Los propios historiadores del Císter hoy en día pasan como por ascuas sobre estas historias narradas con pelos y señales, con nombres de testigos. Entre los miraculados figura algún señor obispo, y entre los confirmantes hay cronistas y notarios principescos. Diríase que san Bernardo, olvidando su verdadera misión, se ha montado una gira de autopromoción santoral rodeado de escribanos. ¿Prueba del apoyo divino a la guerra santa? Extraña prueba, desmentida muy pronto por el fracaso de la Cruzada bernardina.
Cerremos esta meditación evocando a la madre muerta. Bernardo perdió a su madre siendo niño. Aleth o Aletta (¿Alicia, Isabel?), aquella orfandad le marcó de por vida. A menudo creía verla y oírla, sus consejos, sus regañinas. Bernardo y su hermano Andrés jugaban a veces a que veían a la madre.
Aquella mujer, cada día más idealizada y más borrosa, tuvo su sustituto en la Virgen María. El trato con ésta era afectivo. Se muestran estatuas de la Virgen que, al ‘Ave, María’ de él, se inclinaron respondiendo, ‘Ave, Bernardo’. Alguna vez, sin embargo, la relación fue más íntima.
Bernardo expresó sus emociones al respecto en forma de Comentario al Cantar de los Cantares, un poema dramático bíblico que de filial no tiene nada, pues su erótica es de otro género. Ahora bien, allí el novio alaba los pechos de su novia, «mejores que el vino» (1: 1); dos pechos retozones «como cabritillos gemelos»  (4: 5). Un buen sitio, piensa ella por su parte, para tenerle a él recostado en medio (1: 12).   
Entre las leyendas místicas marianas, es conocida la ‘mamada’ (lactatio) de san Bernardo. La versión original es cruda: María abraza a Bernardo como a su bebé, e introduciéndole el pezón en la boca le amamanta. Luego vendrá la censura y las representaciones edulcoradas. En la de Murillo ni siquiera hay contacto físico, sólo un rayo de leche exprimida por la Señora. Aquí, por supuesto, María no alimenta al santo abad, solamente se dispone a dar el pecho a Jesús niño.
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[1] Ángel Manrique, Anales Cistercienses, Lion, 1642, 4 t. (Obra dedicada al Rey de España Felipe IV ‘el Grande’.
[2] San Bernardo fue canonizado en 1174, sólo veinte años después de su muerte. Sin embargo, no fue Doctor de la Iglesia hasta tiempos modernos, en 1830.
[3] Epístola apologética al abad Guillermo de San Teodorico. En Opera Omnia, ed. de Dom. Juan Mabillon (2 vols. en 4 tomos), 4ª ed., París, Gaume, 1839. Este panfleto es uno de los primeros opúsculos bernardinos, h. 1125, cuando san Pedro el Venerable iniciaba su abadiato en Cluny.
[4] Apologia, 12, 28-29; en Opera, 1: col. 1243.
[5] Sátira 2, v. 67, y n no importa aquí si la lectura correcta es ‘en lo santo’ o ‘en lo sagrado’.
[6] Pienso sobre todo en su ‘aviso’ burlesco sobre las reliquias (1543). Jean Calvin, Traité des reliques. Introd. y notas por Albert Autin. Paris, 1921. El título del panfleto es Advertencia muy útil sobre el provecho que reportaría a la cristiandad si se hiciese inventario de todos los cuerpos santos y reliquias que hay tanto en Italia como en Francia, Alemania, España y otros reinos y países, por Monsieur Jehn Cavin. Prevaleció el título más conciso, aunque menos propio, Tratado de las reliquias. En esta vena satírica Calvino es un adelantado del Pascal de Las Provinciales (1655-57).
[7] E. Vacandard, Vie de Saint Bernard. 4ª ed., París, 1910, 2. tomos. Las citas en t. 1, pág. xlii, con referencia a la Vita II del santo, 1, 4, 33 y 3, 7, 24.
[8] Louis J. Lekai (cisterciense), Los Cistercienses: ideales y realidad. Barcelona, Herder, 1987; cap. 22 (Los hermanos conversos), págs. 433 y sigs.
[9] Lekai, o. cit., pág. 439.
[10] Vacandard, o. cit., pág. xxxii.



8 comentarios:

  1. Querido Profesor Belosticalle.
    Después de dos semanas de ausencia forzosa, es un placer venir a leerle.
    Muchas gracias.
    Y he ido corriendo a san google a ver si encontraba alguna de esas imágenes censuradas de la "lactatio" y he encontrado bastantes en este enlace. Pena no saber copiar imágenes individualmente...
    https://manuelmoramorales.com/tag/egispto/

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    1. ¡Ah, lo sabía, lo sabía!...

      Pero ante todo, bienvenida. Y acabo de enterarme del porqué de su ausencia, ya lo siento, con mi deseo de total y pronta recuperación.

      En cuanto a su aportación de hoy, créame, estaba seguro de ella. Aunque al tal M.M.M. se le nota un tanto de mala leche, pero su cosecha gráfica es meritoria.

      Lo de pegar figuras en los comentarios, yo no sé si Blogger lo permite (en WordPress sí se puede).

      Pronto espero publicar la segunda meditación populetana. Para usted solita (y guárdeme el secreto), le adelanto el título: “¡Matadlos a todos! El Císter y la guerra santa” Por favor, no me falle. Con esta sequía de comentarios, me da un poco de miedo quedarme hablando solo.

      Una vez más: salud a usted y familia, con un beso. Lo sentiré aún más si no podemos vernos en Vitoria.

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    2. Querido Profesor
      Muchas gracias por su bienvenida. A veces me da la sensación de que le gafo, y que bajo el nivel de los posts visitantes, y espero a que haya otros con más merecimientos. ¡ Menos mal que hay algunos de sus lectores forofos de los de verdad que siguen comentando, aunque no nos cuente usted cosas de Vascongadas, ni de política, ni de viajes envidiables por el mundo ! A mí, estas entradas , con mis infancia y juventud ultra católicas, me gustan una barbaridad, que vuelvo a terrenos familiares, aunque transitados por usted con muchas más información y rigor de los que yo acostumbraba.
      Muchas gracias de nuevo y un abrazo

      PS : desde luego, a Vitoria, el sábado, no podré ir, que además de lo de mi germanófilo, está mi hijo pequeño, el "cerebrito emigrante", y , al menos en principio, se marcha el día 30, así que tengo que aprovechar mientras está... Pero si les da a todos un abrazo de mi parte, se lo agradeceré.

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  2. No esta usted solo....aunque se lo parezca.

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    1. No me lo parece, apreciado Halcón peregrino; sólo digo que me da repelús la idea, no de estar sino de hablar sólo. Por lo demás, el contador de visitas me certifica lo que usted dice. Gracias a este chisme de blog, buen puñado de personas saben que existo, y yo les cuento lo que se me ocurre y creo que puede ser curioso, útil a alguien, tal vez. Unas veces se mete el remo más que otras, siempre sin mala idea...

      Gracias por su saludo: breve y penetrante, como de halcón, un ave admirable.

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  3. Buenos días, maestro y seguidores. Vengo tarde a esta entrada pero la he disfrutado mucho. La historia de la Iglesia es abrumadora para mí por densa y en su mayor parte desconocida. Brevemente ¿Qué fue de Cluny?

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  4. «Brevemente, ¿qué fue de Cluny?», pregunta don lolo.

    ¡No le pide a usted nada el cuerpo, amigo mío! Intentaré complacerle:

    Suprimidas las órdenes religiosas, el que fue mayor monasterio y, desde luego, el mayor templo de la cristiandad occidental, sucumbe a la Revolución Francesa (1798). Una década después, convertido en inmensa cantera, empieza la demolición de la obra románica para la venta de materiales de construcción (1807-1820).
    Sólo se salvan en parte los brazos meridionales de los transeptos mayor y menor: aquél con su campanario, y éste con la capilla Borbón, gótica.

    En el siglo ilustrado no se apreciaba gran cosa la arquitectura medieval. En cambio se respetaron edificios barrocos del monasterio, que están en uso civil. Cuando visité Cluny, hará un par de años, en el enorme palacio abacial estaban celebrando una muy sentida conmemoración patríotica.

    Para hacerse una idea del aspecto actual, aquí tiene una vista.

    Muy interesantes:

    1. De la todavía modesta Cluny II a la definitiva Cluny III, destrucción y anejos:
    https://www.youtube.com/watch?v=_4p8xzNIiZM

    2. Cluny III: Reconstrucción 3D:
    https://www.youtube.com/watch?v=LZICn_PlCFg

    3. Aspectos de lo que fue y la demolición:
    https://www.youtube.com/watch?v=jXCMAMd1Xlc

    4. Cluny: el tiempo reencontrado:
    https://www.youtube.com/watch?v=Yw-Id_GX4io

    Un saludo.

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  5. Muchas gracias. Es usted un sabio espléndido, con toda la polisemia.

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