El padre Juan Bonifacio Bagatta (1649-1702) fue un religioso de la orden de los teatinos, que enseñó filosofía natural en Verona y fue autor de una obra monumental de gran difusión: Admiranda Orbis Christiani (‘Las Maravillas del Mundo Cristiano’), Venecia, 1680, 2 vols. in folio.
Admiranda es una muestra típica de compilación barroca, que recoge unos 10.000 ejemplos de milagros clasificados de forma sistemática. Esto último, mucho más que la cantidad, marca la diferencia entre este monumento y los ‘miracularios’ al uso: relaciones de milagros referidos a un lugar, un santo, una orden monástica etc., a efecto de atestado canónico, o como literatura de propaganda.
Últimamente he andado entretenido con productos de ese género, época y mentalidad, y alguna muestra hemos visto aquí de polianteas y demás compilaciones profanas. Hoy propongo asomarnos a ésta ‘a lo divino’, que por su propia naturaleza tiene su punto de vista gracioso y divertido. Pero veamos primero cómo se gestó la obra, y cómo, lo que pudo haberse quedado en un Diccionario más, se convirtió en Enciclopedia novedosa, primicia de su género. Porque esta mutación fue el mérito personal de Bagatta.
En efecto, el autor, con toda honestidad, ofrece por delante la biografía de otro religioso de su congregación y paisano suyo, fallecido 30 años antes, que habría tenido la idea original.
El padre Luis Novarino (Verona, 1594-1650) fue un hombre leído y pío, que entre muchas ocupaciones halló tiempo para escribir «con admirable celeridad» y «monstruosa fecundidad de su ingenio», una miscelánea erudita sobre motivos religiosos, como indicaba el título: Electorum Sacrorum (Selecciones Sagradas). Cartas, anécdotas, epigramas, citas, todo venía bien para el tajo. Compilador nato, erudito sólido, pero a la vez falto de criterio, rondando la extravagancia. Para hacernos idea del humor de este clérigo, valgan estos títulos suyos:
Imán de corazones: la Vida de Jesús en el vientre de María.
Vida de María en el vientre de Santa Ana
El Paraíso de Belén, o sea, la Vida de Cristo en el Pesebre.
Vida de Jesús en el Desierto.
La sombra virginal (alabanzas a la Virgen).
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Aunque parezca mentira, cosas así tenían lectores, y lectores serios. Esta última obra de Novarino la veo citada por su contemporáneo español, el doctísimo Antonio de León Pinelo (h. 1595-1660), en su libro Velos antiguos i modernos en los rostros de las mugeres (Madrid, 1641) –‘ilustración’ o comentario a la Real Premática de las Tapadas (Felipe IV, 1639), que prohibió el burca a la española o mantilla–. Textos, por cierto, que convendría repasar antes de meterse en dibujos sobre el velo islámico [1].
Fuera de todo eso, Novarino dejó en proyecto, con materiales a pie de obra, la empresa magna que nos importa: la colección de milagros más amplia que se había visto. Para ello acudió a su propio memorión y emprendía una encuesta por correspondencia, cuando le sorprendió la muerte.
Bastantes años después, los papeles del difunto llegan a manos de Bagatta, que se fija en este inédito miraculario, y viéndole partido pone la obra a punto, «si bien con otro método y orden, pues él pensaba en un diccionario alfabético, como parece por un pequeño índice que dejó». En todo caso, muy verde debía de estar la idea, pues la portada de ambos tomos sólo habla de «algunos materiales reunidos por Luis Novarino», y en el segundo ofrece al lector «la obra prometida, aunque apenas concebida por él cuando murió».
Es de suponer que el plan del padre Luis era una más de sus compilaciones, en la vía trillada de la literatura prodigial: listas de paradojas, tháumata (maravillas), aretalogías, ostenta (monstruos) etc. Lo de Bagatta será otra cosa: es lo que podríamos llamar una ‘Historia Natural del milagro’, recogiendo de forma implícita la idea célebre que daba Aristóteles de lo monstruoso:
«Lo monstruoso (tò téras) es algo al margen de lo natural (parà phúsin); pero no totalmente contra natura, sino diferente de la norma natural. Porque contra la naturaleza, en lo que es fijo y necesario, nada se genera. Aquí se trata de desviaciones de la norma» [2].
Los pensadores antiguos tenía una idea del milagro menos elevada, menos ‘teologal’ que nosotros. Milagro, del latín miraculum, lo que admira, lo que llama la atención porque es raro o inexplicable. Como el griego tháuma, maravilla. Lo mismo que téras o monstrum, ‘lo que se muestra’ con el dedo; o que ostentum, lo ostentoso o aparatoso. La escolástica trató de precisar el verdadero milagro: cualquier efecto que, al exceder toda facultad y orden natural, sólo cabe atribuirlo a Dios. A esta noción le buscó las vueltas el racionalismo deísta (siglos XVII-XVIII), arguyendo que el Ser Supremo no puede contradecirse a sí mismo violando sus propias leyes. La contrarréplica de la Teodicea, un tanto ingenua, fue considerar el milagro no como tal violación, sino como divina ‘dispensatio a lege’.
Los milagros a lo Aristóteles no entrañan ningún trastorno radical del orden en la naturaleza, sólo ajustes puntuales del mismo. Desviaciones de la norma. O ni siquiera eso: basta con una relación de causa a efecto donde se intuya la mano divina. A efectos jurídicos –la canonización de un santo, por ejemplo–, la mayoría de milagros testificados no pasan de ahí. Conforme avanza la ciencia, se abre el abanico de explicaciones naturales y el milagro cede terreno.
La propia ciencia antigua también reconocía sus secretos, sus maravillas. Precisamente en tiempos del inquieto padre Novarino había aparecido una obra de éxito, Thaumatographia naturalis (Amsterdam, 1633). Su autor Jan Jonston (1603-1675) era un polaco hijo de un escocés católico, huido de su país por la persecución religiosa. Taumatografía significa ‘descripción de maravillas’ –en este caso, maravillas naturales–, y en la portada del libro figuraba también la palabra Admiranda. Jonston se hizo un nombre como naturalista por las láminas que ilustraron sus libros de animales y plantas. Su famosa ballena macho varada, tan reproducida en diferentes réplicas, con las parejas de burgueses admirando aquella verga descomunal, ¿qué otra cosa era sino un tháuma, un milagro de la Naturaleza? Es más que probable que esta obra, de autor rigurosamente católico, algo tuvo que ver incluso con el título de nuestros teatinos.
Pero antes de hincarle el diente al Bagatta clasificando las maravillas de Dios, conviene recordar otra enciclopedia más antigua clasificando las maravillas del Diablo. El jesuita hispano-flamenco Martín del Río, en sus Disquisiciones mágicas (1612), libro II, ‘La magia demoníaca’, hizo una historia natural sistemática de otros milagros: aquellos –siempre con permiso de Dios, por supuesto– con que nos sorprende y a menudo nos engaña el Maligno. Del Río es para nuestro autor una de sus autoridades [3].
Las Maravillas del Mundo Cristiano
Admiranda Orbis Christiani se publicó en dos tomos en folio (Venecia, 1680), con reimpresiones en Italia y Alemania, pero no veo que hubo traducción a lengua vulgar [4].
Bagatta escribe una dedicatoria a Ranuccio II Farnese (1630-1694), 6º Duque de Parma y Plasencia. En ella se permite un juego verbal con el título:
«Te maravillarás, Príncipe Serenísimo, de que un desconocido postrado ante tu Excelencia te ofrezca con veneración una colección de Maravillas selectas», etc. [5].
Una segunda dedicatoria, en el tomo 2º, va dirigida «A las Almas de los Difuntos atormentadas en el Purgatorio». Al mismo tiempo que les agradece la ayuda prestada en una empresa «más ardua que el periplo de Jasón a la conquista del Vellocino de Oro, afrontando furiosas borrascas, toros ignívomos y el terrible Dragón custodio hasta retornar a la patria, como fabulan los poetas», se la brinda como sufragio y les pide «que esta dedicatoria valga de escudo contra los peligros que amenazan, contra las lenguas afiladas y los mordiscos de la envidia».
La división en dos tomos tiene su razón, divididas las maravillas en dos categorías generales, según se refieran al Macrocosmo, la Naturaleza o Gran Mundo exterior, o a su compendio a escala reducida que es el hombre, el Microcosmo o Mundo en pequeño [6].
Ya en el Prefacio, el autor se cura en salud sobre el punto más delicado: la realidad de sus historias. Bagatta sabe muy bien que muchas de sus fuentes son turbias, y de hecho no hay jardín más tupido de flores artificiales que el jardín de los milagros. Pues bien, aquí el buen padre, lo mismo que su predecesor, tira toda crítica por la borda, porque su empresa se sitúa en la arena de lidia contra los protestantes. Los herejes –«los ateos más bien»–, en cuyos círculos no se producen milagros, se burlan de la milagrería católica. Cita en especial a Pedro Du Moulin, Sr. (1568-1658), «el calvinista más astuto y mordaz», que para negar la veracidad de tales supuestos apela nada menos que a san Agustín [7].
Abren la obra unos Prolegómenos sobre cuestiones previas:
- Qué es la Naturaleza en el Mundo, y que es el ‘orden natural’
- Qué es lo extraordinario o ‘fuera de orden’ natural, y que es ‘maravilla’.
- Qué partes constituyen la Naturaleza
¿Qué es propiamente milagro? Pregunta peliaguda. Habría que conocer exhaustivamente la Naturaleza y su orden y concierto. Eso significa que lo que es milagro para el ignorante puede no serlo para el sabio, y que lo que es o parece milagrosos a los sabios de hoy, no lo sea para los de mañana. La respuesta es necesariamente tautológica, aunque se la disfrace de agudeza.
La Escolástica con Santo Tomás de Aquino distinguía hasta tres niveles o grados teóricos de milagrosidad, de más a menos:
1º. El efecto, en su propia sustancia, supera toda fuerza natural en cualquier circunstancia de sujeto, lugar, tiempo y modo. Por ejemplo, pararse el sol a la orden de Josué; o compenetrarse dos cuerpos, como Cristo saliendo del vientre de María, o del sepulcro, o atravesando paredes. La presencia real de Cristo en la eucaristía supone un milagro de este tipo.
2º. El efecto supera las fuerzas naturales, pero no en cuanto a lo que se produce, sino en qué materia o sujeto se produce. Ejemplo: resucitar un muerto o recobrar la vista un ciego. La naturaleza de suyo da vida y vista, pero a su manera y orden, en el feto; no en cadáveres ni en pacientes de ceguera radical. (La resurrección de un cadáver descompuesto era el no va más en esta categoría, equiparable a los milagros de nivel máximo.)
3º. El efecto supera la capacidad natural, pero no en cuanto a la sustancia ni al sujeto y materia, sino en cuanto al orden y modo de producirse. Ejemplos: la concepción y parto virginal, traslación instantánea a distancia, curación repentina y sin medicina.
Esta tercera categoría, la ínfima, es con mucho la más frecuente, dice Bagatta. Debería añadir que también es la que más problemas ha traído, desde que se admite que tales operaciones (con permiso de Dios, obviamente) están al alcance de los diablos.
De todas formas, y para sortear las burlas de los incrédulos, en este libro no se hablará de milagros, sino de ‘maravillas’. «¿Que esto que te cuento a ti no te parece milagro? –dice el autor con sorna– Perfecto: retira lo de ‘milagro’ y déjalo en ‘maravilla’, pero disfruta admirando».
En cuanto al método de clasificación, el sistema de Bagatta será el mismo que él aplica en sus cursos de Filosofía natural y de Física en Verona:
El Macrocosmos o Mundo exterior consta de cuerpos simples, compuestos y mixtos:
Simples: Incorruptibles: Cielo, Sol, Luna, Astros etéreos
Corruptibles: Elementos: Fuego, Aire, Agua, Tierra
De estos cuatro Elementos se generan (¡por corrupción!) los cuerpos compuestos y mixtos. Unos son imperfectos: los Meteoros, generados en relación con los cuatro Elementos. Otros son perfectos, a saber, todos los demás compuestos que existen en el mundo. De estos perfectos los hay inanimados (Minerales) y animados, divididos a su vez en dotados de alma sólo vegetativa (Vegetales), otros de alma vegetativa y sensitiva, como todos los sensibles irracionales (Animales), y por último los dotados de alma racional (Hombre).
El Hombre como microcosmos es objeto de todo un mundo particular de maravillas, tanto en su físico como en sus cualidades morales, que ocuparán todo el Tomo segundo. “El Hombre es la medida de todas las cosas”: también del milagro.
De estos cuatro Elementos se generan (¡por corrupción!) los cuerpos compuestos y mixtos. Unos son imperfectos: los Meteoros, generados en relación con los cuatro Elementos. Otros son perfectos, a saber, todos los demás compuestos que existen en el mundo. De estos perfectos los hay inanimados (Minerales) y animados, divididos a su vez en dotados de alma sólo vegetativa (Vegetales), otros de alma vegetativa y sensitiva, como todos los sensibles irracionales (Animales), y por último los dotados de alma racional (Hombre).
El Hombre como microcosmos es objeto de todo un mundo particular de maravillas, tanto en su físico como en sus cualidades morales, que ocuparán todo el Tomo segundo. “El Hombre es la medida de todas las cosas”: también del milagro.
Tomo 1. Maravillas en el Macrocosmos (7 libros). Referidas a:
1. Cielo 2. Elementos 3. Meteoros
4. Mixtos en general 5. Mixtos inanimados
6. Vegetales 7. Animales
Tomo 2. Maravillas en el Microcosmos (8 libros). Referidas a:
1. El diverso estado natural del hombre 2. Afecciones del cuerpo humano
3. El diverso estado sobrenatural del hombre
4. Dotes que adornan a algunas almas de fieles
5. Cosas tocantes a la Fe católica que profesa el hombre
6. La muerte del hombre. 7. La sepultura del hombre
8. La inmortalidad del alma racional
Cada libro se divide en párrafos que se desarrollan en serie numerada de casos o sucedidos. Al final de algunos párrafos se intercalan apéndices recogiendo ‘casos’ de maravillas permanentes en el tiempo. Aquí la filosofía es curiosa: no sólo es falso que los milagros sean cosas del pasado, sino que hay maravillas extraordinarias paradójicamente instaladas para siempre, como si por designio divino formaran ya parte del orden natural. Es el caso de las sangres de San Jenaro, San Pantaleón y alguna otra, que se licúan todos los años a fechas fijas.
Mérito de la obra
Ante todo, ¿estamos ante una obra seria? Hecha perfectamente en serio, no quepa duda. Incluso esa frivolidad de conceder a los lectores el derecho de no tomar en serio algunos relatos tiene su punto de ironía.
Obra para tomada en serio por nosotros, claro que no. El autor no criba sus materiales, simplemente abrevia lo que halla, atento sólo a colocar cada ficha en el casillero justo, según su plan. Muchos de sus informantes son fabuladores y meros propagandistas. Eso nada le importa a un Bagatta que, por otra parte, tampoco analiza géneros literarios.
Por lo demás, el que el autor se crea o no sus historias no tiene mayor importancia. Personalmente estoy convencido de su credulidad; más aún, en algunos temas es un adepto, como cuando se trata de aparecidos y visiones de ultratumba. Con criterios actuales, no queda títere con cabeza.
¿Entonces? Yo no he escrito este artículo para derribar lo que no se tiene de pie. La opinión de un voltaire sobre esta literatura ya la conocemos. Pero es que tampoco nos preocupa Voltaire en este momento.
A mi ver, Admiranda Orbis Chistiani tiene un valor considerable si uno piensa en el Motif-Index of Folk-Literature (1955-1958, 6 vols.) de Slith Thompson y, en colaboración con Antti Aarne, el sistema Aarne-Thompson de clasificación temática para la fábula –renovado en este siglo como índice Aarne-Thompson-Uther (ATU).
Nadie cree en los cuentos de hadas, ogros y dragones, pero nada más útil que su análisis sistemático para su interpretación, su evolución y la detección de ‘motivos viajeros’, por ejemplo. De igual modo, la gran obra de Bagatta tuvo el mérito de ser pionera como clasificación orgánica por motivos. Incluso en su tosquedad e imperfección es también útil para poner en evidencia dobletes, contaminaciones y leyendas viajeras.
Un botón de muestra
Nada mejor que una muestra para ver cómo funciona la obra de Bagatta. Elijo al azar, en el tomo I, el índice correspondiente a Maravillas del mundo inorgánico.
Libro V. Maravillas sobre mixtos inanimados.
1. Piedras maravillosas que por obra divina: 1. Pierden la gravedad. 2. Pierden la dureza. 3. Piedras y montes que se trasladan. 4. Maravillas varias sobre piedras.
Apénd. 1.1. Maravillas pétreas que aún subsisten.
Apénd. 1.2. Huellas impresas en piedra que aún se ven.
2. Hierro. Maravillas en relación con el hierro que por obra divina: 1. Pierde la gravedad. 2. Pierde dureza y se ablanda. 3. Cadenas de hierro que se rompen. 4. Hierro vengador de la Justicia Divina.
Apénd. 2. Maravillas perennes en relación con el hierro.
3. Oro y plata. 1. Maravillas sobre oro y plata. 2. Anillos maravillosos de oro o plata. 3. Anillos de bodas celestes. 4. Monedas de oro y plata que por acción divina se aumentan. 5. Objetos que se vuelven de oro y plata; o también, oro y plata que se transforma en otra cosa.
Apénd. 3. Algunas maravillas perennes en relación con anillos.
4. Bronce de campanas. Maravillas sobre bronce de campanas. 1. Campanas que pierden el sonido. 2. Campanan que tocan por sí solas a la llegada de siervos de Dios, o en el traslado de reliquias. 3. Id. a la muerte de algunos santos. 4. Id. por diversas causas. 5. Maravillas varias sobre el bronce de las campanas.
Apénd. 4. Campanas que por prodigio perenne tocan por sí solas cuando alguien va a morir o amenaza calamidad.
5. Movimientos. Maravillas sobre movimientos espontáneos de seres inanimados. 1. Ídolos que se postran o caen. 2. Muros y paredes que se caen o se agrietan. 3. cárceles que se abren por sí solas. 4. Puertas que se abren de milagro. 5. Molinos que por sí solos muelen, o que se paran. 6. Sarcófagos de difuntos que se mueven por sí solos. 7. Líquidos que no fluyen ni se derraman. 8. Miedos varios y maravillosos de seres inanimados. 9. Movimientos maravillosos de montes y rocas. 10. Id. de imágenes. 11. Id. de cadáveres.
Apénd. 5. Movimientos perennes de seres inanimados.
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[1] Esta obra de Pinelo va precedida de unas ilustraciones genealógicas de interés para Vizcaya. Del mismo autor es la curiosa Cuestión moral: Si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico (Madrid, 1636) –que sí, que lo quebranta.
[2] Generación de los animales, 4, 4.
[3] Disquisitionum Magicarum libri VI, 1ª edición, Lovaina, 1559/60; 3ª y definitiva, Lion, 1612. Del libro II hay traducción española anotada con introducción y resumen general de la obra, por Jesús Moya (Hiperión, 1991), con prólogo de Julio Caro Baroja.
Aunque ya barroco, Del Río (1551-1606) es aún renacentista de mentalidad, y como tal distingue una ‘magia natural’ de lo que no lo es, por una parte; y por otra, en lo maravilloso/milagroso no natural distingue lo que es obra de Dios (teurgia, opus Dei) y lo que es obra del diablo ( goecia, o magia demoníaca). Las Disquisiciones se centran en esta segunda, porque la obra en conjunto se encuadra en la literatura sobre el fenómeno del supuesto satanismo y brujería, como algo fuera de lo normal. Y es que con la naturaleza erramos de dos modos principales: llamando a las cosas por nombre equivocado, o poniendo nombre a cosas que no son.
En este sentido, los últimos capítulos de ‘La magia demoníaca’, sobre apariciones de espíritus, son de interés para la historia del espiritismo.
[4] Tomo 1: xxviii + 494 + 22 págs.; tomo 2: xii + 542 + 38 págs. Facilita el manejo un índice alfabético copiosísimo en cada tomo, 60 páginas en total a dos columnas densas in folio.
[5] Siguiéndole la vena podríamos añadir nosotros que maravilla fue cómo el buen duque pudo aceptar un padrinazgo que implicaba desembolso. En efecto, el Ducado había arrastrado una penuria financiera crónica, que en tiempos de Ranuccio se agravó, primero por la guerra franco-española (1648-1656), que en la Península italiana no respetó aquel territorio soberano neutral; pero sobre todo por la II Guerra de Castro, movida por el papa Inocencio X (1649), que llevó a la confiscación de esta ciudad por la Cámara Apostólica. La Paz de los Pirineos (1659), firmada entre las dos potencias en la Isla de los Faisanes, dio respiro a Ranuccio para alargar el rescate, que finalmente no tuvo lugar por negativa del Papa (1666). Paradójicamente, esta renuncia o pérdida de Castro supuso para el ducado un alivio, ya que ahorró el desembolso de casi un millón de escudos en oro y plata, contantes y sonantes. Con todo, el dedicante Bagatta no incluyó tal milagro en su libro.
El juicio de la Historia en general fue benévolo para Ranuccio. Aquí sin embargo, Bagatta se propasa en la coba, muy de época por lo demás: «Deje la Corte quien quiera ser piadoso» (Exeat aula, qui volet esse pius). Eso decía un viejo refrán, que el Duque ha vuelto del revés:
«¡Todos los buenos a la corte de Ranuccio, palestra de piedad!... Añado: Si los graves son atraídos al centro, el imán al polo, la paja al ámbar; también tu Excelencia atrae con cierto magnetismo y fuerzas arcanas esta Obra. Ningún lugar más indicado para ella que tu gran Biblioteca, no menos rica que las de Alejandría, Bizancio y las demás, antiguas y actuales.»
El efecto llamada se hizo sentir sobre todo entre teatinos y jesuitas, a un estado escrupuloso en su respeto a no tasar las rentas eclesiásticas. Suprimida la Compañía de Jesús por el papa Clemente XIV (1773) y expulsados los jesuitas de España y otras naciones, muchos secularizados de mérito tendrán acogida en Parma.
[6] Al parecer, Novarino mantuvo correspondencia pidiendo información para su proyecto. Bagatta por su parte anuncia su propósito de recoger materiales para un Suplemento o tomo 3º, a cuyo efecto pide ayuda a los lectores.
[7] Petrus Molinaeus, Vates (‘El Vate, o sobre preconocer el futuro, y de los profetas buenos y malos’), 5, 14 (Leiden, 1640, págs. 447-448).
Para el obispo de Hipona, el arma de los milagros y exorcismos exitosos, esgrimida por ambas partes, los hacía inútiles en la controversia. Por lo demás, en diversos lugares se muestra convencido de que los milagros fueron cosa del pasado, y en África al menos no se producían, para que los cristianos se apoyasen más en la fe que en el espectáculo.
Cierta contradicción se observa en relación al hallazgo de las reliquias milagrosas de San Esteban (415), que de Palestina llegan a la provincia africana, provocando un delirio milagrero que aconsejó aplicar control eclesiástico. De esta bonanza echó mano san Agustín al redactar el libro 22 de la Ciudad de Dios, anotando en el cap. 8 a la cuenta del santo protomártir un miraculario de actualidad, que también circuló por separado como ‘Milagros de las reliquias de San Esteban’. Du Moulin emite la poco probable sospecha de ser una interpolación espuria, «pues el mismo santo Padre reconoce muchas veces que en África y en su tiempo no hubo milagros». Cfr. J. Moya, Las máscaras del santo. Espasa, 2000, págs. 63-69 (‘Invenciones santorales’).
Desde el fin de semana, esperando a que algún valiente se atreviera a hablar de los milagros. Pero nadie se arriesga. Así que, que no se diga :
ResponderEliminarYo, a los milagros siempre les he tenido manía. Porque, con mi abuela estábamos todo el día rezando el rosario, haciendo novenas, yendo a Lourdes, para pedir "nuestro milagro" ; que se curasen mis padres, y volviera mi familia a ser como antes.
Y mi padre se murió, y mi madre nunca se curó, y siguió pasando, durante toda su vida, grandes temporadas hospitalizada.
Así que, empecé a pensar que esos milagros que nos contaban eran arbitrarios, al buen tuntún, ni merecidos ni de justicia. Y a imaginarme qué habría ocurrido con la hija de Jairo, con esos ciegos y esos paralíticos que de pronto podían ver, y andar, con Lázaro, que tenía que ponerse de nuevo a trabajar, y a aguantar a sus dos hermanas...( yo siempre comprendí a Marta, pero María me ponía de los nervios )
Y , llegué a la conclusión de que, quizás ese milagro les habría puesto su vida del revés, y que era incluso posible que en algún momento hubieran lamentado haber sido miraculados...
Bueno, no escribo más, que ya me he pasao.
Pero que conste que el hilo me ha divertido muchísimo.
Y que muchas Gracias.
Amiga mía, ha sido una ilusión muy especial encontrar su comentario, tan sabroso.
EliminarY tan único, por ahora y por las trazas. Empezaré por esto. Son días de incertidumbre política, que reclama todo interés, muy por encima de mi curiosidad personal por temas obsoletos, donde además no siempre se acierta en el justo tono. Es verdad que no he contado nada del otro jueves. Las notas al pie son prescindibles, sin otro objeto que justificar lo que digo y dar pistas, allá si alguien desea comprobarlo. De todos modos, pienso que muchos amigos lectores todavía me toman por lo serio, más de lo que yo quisiera.
Y voy con mi Dª Viejecita. Hace usted unas confesiones desgarradoras, que revelan familiaridad con los personajes de la religión y hasta con su psicología («yo siempre comprendí a Marta, pero María me ponía de los nervios»; o eso del buen Lázaro despertado de su sueño eterno para «ponerse de nuevo a trabajar, y aguantar a sus dos hermanas»).
Sobre Lázaro resucitado, el Evangelio de Juan tiene un rasgo de humor negro. Días antes de la última Pascua de Jesús, estando éste en busca y captura, se presenta en Betania, en casa de su amigo, que le ofrece una cena por todo lo alto. Mucha gente acudió a verlo, no sólo por Jesús, sino por el difunto resucitado. Y añade Juan que «los archisacerdotes quería matar también a Lázaro, porque por su causa muchos judíos se pasaban al bando de Jesús» (Juan, 12: 10-11). Lo cual, dicho así, tira con bala con cierta gracia.
De este Lázaro –que como usted bien sabe, no tuvo nada que ver con el mendigo de la parábola, que se murió de hambre junto al portal de un rico pancista, porque los perros andaban más listos a pillar las sobras, y al pobre sólo le lamían las úlceras– no se supo más hasta los siglos VIII y X, en que circula la leyenda de que Lázaro el resucitado fue obispo de Chipre, donde muere mártir, y a su hermana María la identifica con la Magdalena de los Evangelio sinópticos. Treinta años tenía cuando resucitó para vivir otros 30.
Para mayor complicación, tenemos también la leyenda provenzal que hace desembarcar a Lázaro, con sus hermanas Marta y María, María Magdalena y más golpe de gente, en Saintes-Maries de la Mer. De La Camargue, él se fue a obispar en Marsella y morir mártir. Aunque también en Borgoña los de Autún le hicieron obispo suyo, y recuerdo haber visto su calavera, hace muchos años, en un altar de la catedral. (Después he vuelto, y ya no estaba allí.)
Vamos, que como usted bien dice, trabajo no le faltó al caballero Lázaro en su segunda salida.
Y encima le colgaron el cuidado de la lepra y ‘mal de San Lázaro’, los lazaretos etc., por confundirle con el otro pobre de las llagas.
No le aburro más, que para trabajos, los de usted.
Siempre agradecido a sus visitas y atinadas observaciones.
Querido Profesor Belosticalle
ResponderEliminarUsted no me aburre nunca. Y son especialmente bienvenidos estos hilos en los que no tiene protagonismo nuestra situación política actual.
Le agradezco mucho que haya seguido la historia de Lázaro. No había nunca hecho el "rapprochement" entre lo de la lepra, los lazaretos y él. Supongo que la estación de Saint Lazare también será en su honor.
Sí conocía lo de Saintes-Maries de la Mer, ( una zona, muy de cátaros, creo , ¿ sería influencia de la escéptica y trabajadora, y gruñona Marta ?).
Pero, por mucho que me hayan demostrado con toda clase de escritos, que María, la hermana de Lázaro, era la Magdalena arrepentida, siempre me he negado a creerlo. Que para poder arrepentirse, hay que haber transgredido, y lo de hacer de hetaira, en aquella época, era una transgresión muy grande, que se castigaba con la muerte, y esta María, me pareció siempre cursi y ñoña, de las que están pendientes de si se han distraído un instante, escuchando el trino de un pájaro durante el rezo.
¿ La Magdalena ella ? ¡ Thanks, but no thanks !
En efecto, el Quartier Saint-Lazare tomó nombre del lazareto de París, que según la norma se instaló fuera de la ciudad, pero a corta distancia (porque los religiosos entraban a pedir limosna), y al mediodía, a resguardo de los ‘malos aires’ (según la higiene de entonces.
EliminarEl primer hospital de San Lázaro estuvo en Jerusalén.
Con las Cruzadas, bastantes caballeros contrajeron la lepra y se curaban allí. Algunos se sumaron a la comunidad y finalmente se alzaron con la institución, creándose (siglo XII) la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén, con doble particularidad: se especializaron en cuidar leprosos y, en principio, los caballeros tenían que ser leprosos. Pronto fueron dispensados de esta última obligación, realmente pesada y dura.
La orden ha sido restaurada y funciona. El célebre Dr. Albert Schweitzer, Nobel de la Paz, fue caballero de San Lázaro.
Cuando se construye la Gare Sain-Lazare, aquello era todavía ‘banlieue’ –bonita palabra, que como usted sabe, significó ‘la legua de bando’: distancia de destierro para indeseables, a la redonda de la villa–.
El mismo barrio había dado nombre a los ‘lazaristas’ de San Vicente de Paul, que se instaló allí, aunque no fue congregación de enfermeros, sino de misioneros predicadores.
Estupenda aclaración
EliminarMuchas Gracias y
¡Feliz Domingo !
Lo de siempre: empiezo a leer el texto que nos ofrece, don Belosti, y a las pocas líneas tengo que dejarlo, no sin antes relamerme anticipando su próxima lectura ya con un ánimo mejor dispuesto para su disfrute a poro abierto y mayor provecho.
ResponderEliminarSolo una nota al margen: el Dr. Schweitzer fue magníficamente retratado por el no menos magnífico -y orwelliano por sus excesos- fotógrafo W. Eugene Smith, el mismo al que hace poco don SG subió a la palestra en su blog con la foto de sus dos hijos pequeños dirigiéndose hacia la luz o quizás abandonando el paraíso...
Dejo al final tres enlaces a fotografías canónicas del afamado y prestigiosísimo -en su época- Dr. A. Schweitzer, realizadas por E. Smith. El doctor, además de una figura deslumbrante por su labor en Gabón fue también un extraordinario intérprete de Bach (amén de filósofo y teólogo, según las malas lenguas).
¿Conoce usted la obra del doctor, don Belosti? Si es así ¿cómo ha envejecido?
http://culturemmag.com/wp-content/uploads/2013/11/12-albert-schwvizer-c-The-Picture-Collection-Inc..jpg
http://carloscarballeira.com/wp-content/uploads/2014/02/Smith-A-Man-of-Mercy-1954.jpg
https://artblart.files.wordpress.com/2011/11/mgb11_p_smith_08_albert_schweitzer-web.jpg
Querido amigo Albatros, celebro verle por aquí. Las fotos que enlaza del Dr. Schweitzer, soberbias.
EliminarHe citado a Schweitzer incidentalmente, no por conocer de él gran cosa por vía directa. De joven oí hablar de él y me hice la idea de que fue un talento polifacético, misionero médico en África, y que periódicamente volvía a su mundo civilizado para dar conciertos de órgano, como medio de recaudar fondos para su hospital. Se decía que podía tocar la obra entera de Bach de memoria. Nunca tuve ocasión de escuchar ni un solo compás de sus ejecuciones al órgano, y mira por dónde, gracias a usted, veo que algunas se pueden hallar en la Red. Realmente era un maestro y un redescubridor del maestro Juan Sebastián.
¿Que si ha envejecido, y cómo? Supongo que sí, que su mito ha envejecido. Schweitzer perteneció a la cultura colonial romántica, y hoy eso no es de buen gusto.
Pero –volviendo al tema lenguaraz que usted toca– su búsqueda teológica me parece de mérito en su tiempo, en la línea del protestantismo liberal, reflexionando (más que investigando) sobre los orígenes históricos del cristianismo, sin omitir la realidad histórico de Jesús. Cosa que por otra parte era impensable entonces entre clérigos católicos, en plena caza de brujas en el aquelarre llamado ‘Modernismo’.