«Los historiadores de Roma opinan que tal estado social constituía una auténtica corrupción. En realidad, no había tal corrupción... No era corrupción, sino evolución del imperialismo hacia una de las formas más puras, la monarquía absoluta.
La revolución romana tuvo carácter exclusivamente local. Casi todos los historiadores han considerado las revoluciones como fenómenos sociales, que si bien ocurrían en un área geográfica determinada, su valor no obstante era progresivo y universal. No; las revoluciones son fenómenos dependientes de la raza o de su negación, y no se han de tener por hechos de gran envergadura, capaces de influir hasta cambiar la mentalidad de las razas o de las colectividades diversas.»
Preso de su lógica y su principio racial, el autor imagina una pulsión centrífuga separatista en las provincias de Roma. Tendencia obviamente de marchamo plebeyo, que al no haber dejado constancia histórica alguna, el autor la apuntala a su aire con verbos y adverbios potenciales:
«El proletariado de los países sometidos tal vez creyó que el proletariado de la metrópoli vería con simpatía el movimiento separatista, y si así fue, cometió un grave error, dado que la revolución romana, como todas las revoluciones de pueblos imperialistas, son [sic] extremadamente egoístas y nunca se rebajan a ayudar a un inferior, que para el caso habrían sido los pueblo sometidos…»
Desde Julio César hasta el final del Imperio, la Roma nunca edificante se vuelve obscena. Esto se puede aceptar, rechazar o matizar, pero no tiene mucho que ver con esta moraleja mecánica:
«La riqueza sólo se puede emplear de dos maneras. Por la primera, las razas la utilizan para desarrollar y exaltar la mentalidad; por la segunda, las colectividades desrazadas la gastan en los apetitos inferiores, instintivos o zoológicos. La riqueza en una raza sirve para fomentar la cultura, y eso como una necesidad de primer orden. En las colectividades mestizas, como no existe finalidad humanizada, la riqueza rompe las reglas que impone una vida social modesta y ahoga la sociedad con voluptuosas y estúpidas satisfacciones.»
 |
Camille Jullian por P. Sarrut (1924) |
Conclusión: al diablo con Roma. Muchos historiadores y filósofos han sido severos en su balance de la cultura romana, incluido el mismo Mommsen, o también Camille Jullian, el gran historiador de la Galia romana (citado por Rossell como Jullien) y Pierre Duhem... Pero a ninguno –ni siquiera a Gobineau (también citado)– se le ocurre atribuirlo al mestizaje, consecuencia de la invasión troyana de Eneas, o del no menos legendario rapto de las Sabinas etc. [2]
Ya en plan de moralista, más que de filósofo historiador, Rossell vuelve abajo el pulgar contra Roma (págs. 200-201):
«La vida de los pueblos, o se vincula al progreso humano, o carece de sentido. ¿Que aprovecha a la posteridad que una nación juegue a aristócratas, generales, dictadores y monarquías. La humanidad sólo debe gratitud a las colectividades que le han sido útiles, y Roma no lo fue ni podía serlo, pues su condición mestiza se lo vedaba. Toda población mestiza es un peligro permanente para la paz y para la cultura. La fatalidad biológica es invencible… Cualquier invención de imperativo categórico para guía de la vida de los pueblos es una ilusión. Los imperativos categóricos vienen todos dados por la evolución biológica. La cultura no es un invento, sino el producto natural de la mentalidad, como el glucógeno es producto de la glándula hepática.»
Se reconoce aquí una parodia del repetido aforismo atribuido a Cabanis (1757-1808): «El pensamiento es una secreción del cerebro, como el jugo gástrico lo es del estómago, o la bilis del hígado» [3]. La incongruencia estriba en que la raza de Rossell no puede segregar mentalidad como el cerebro de Cabanis segrega pensamiento. Una entelequia no es órgano fisiológico de nada. Para el ultra racista Rossell, sí. Según él (pág. 291),
«Roma fue una colectividad desrazada, y por tanto biológicamente degradada, como lo son todas las poblaciones mestizas, y así no pudo producir cultura, por carecer del órgano exclusivo que la elabora, o sea la raza… Todo lo que no es hijo de la raza es infrahumano, es decir, está más cerca del animal que del hombre humanizado o culto.»
«Muy cerca de Roma, al cabo de algunos cientos de años tras la desaparición del Imperio romano, se constituyen unas pequeñas repúblicas de base racial. Cada una de ellas, en el breve espacio de cuatro generaciones, dio más hombres a la cultura que, en una docena de siglos, la funesta Roma y las innumerables razas sometidas por ella.»
Ni interacción mercantil, política, cultural, ni otras hierbas. El Renacimiento vino porque tenía que venir, desde que unas cuántas republiquitas italianas se constituyen en raza, como remate biológico de un proceso de depuración y raceo por atavismo en el Medioevo. Razas florentina, pisana, boloñesa, razas genovesa, lombarda, véneta, razas napolitana, amalfitana, salernitana, sin olvidar la purísima raza siciliana. Este hombre nos toma el pelo.
En efecto, asidos por los cabellos, como el ángel al profeta Habacuc (Daniel, 14: 33-39), en un pispás Rossell nos pasa el charco al Nuevo Mundo.
América, América
 |
Desembarco de negras para la venta
J. G. Stedman (1744-1797) |
«El continente americano se puede dividir en dos grandes partes, una de lengua inglesa, otra de lenguas española y portuguesa. En la primera existe una población importante de raza pura, aunque rodeada por una multitud de pequeñas porciones razadas y por una población inmensa mestiza. En cambio, en América Central y del Sur la nota dominante es el mestizaje, sin agrupamientos importantes de razas exóticas. Esta parte de América, sin embargo, tiene en su favor algunos núcleos más o menos numerosos de razas indígenas, en particular Méjico.»
Cogido el tranquillo de la explicación mecánica, a nuestro hombre se le ve venir: En la América anglosajona predomina el tipo nórdico, como hogar de cultura, junto con los negros, que son en realidad mestizos, y por tanto incultos:
«Si los negros actuales de los Estados Unidos fuesen de la misma raza, con la masa de población que componen, al presente habría creado una cultura, su cultura.»
«La República norteamericana, para conservarse tal como és, habrá de limitarse a la acción imperialista que realiza en Centroamérica y Filipinas, a expandir la autonomía de los pueblos sometidos, o a una sencilla función de control. Cambiar esta política por los métodos imperialistas que emplearon Roma y España significaría el comienzo de la decadencia del tipo nórdico que gobierna los Estados Unidos.»
En cuanto a la América latina, perdón, de lengua hispano-lusa, ya se sabe, un desastre, por efecto de la dominación española. Con una excepción:
«Sólo Méjico cuenta con una población indígena razada lo bastante numerosa… para dar pruebas de su existencia con la creación de una cultura propia. Cultura que, a medida que la población mejicana se vaya purificando, se irá desarrollando. El renacimiento mejicano no quedará aislado: otros núcleos raciales de América Central y Meridional, tarde o temprano, le seguirán.»
El Méjico salido de las revoluciones de 1910 y 1929 es, para Rossell, la gran esperanza de toda América latina, como la Revolución Rusa de 1914 lo es para los pueblos del Imperio de los zares. El caso mejicano le da pie a un análisis diferencial de los procesos de ‘depuración racial’ en distintos grados (tema del cap. II).
Depuraciones raciales
En la ‘Historia de salvación’ cristiana suele decirse que Dios redime al hombre sin el hombre, y aun a pesar del hombre mismo. En esta nueva teología laica sucede algo parecido. El deus ex machina que es la raza obra por su cuenta en nosotros, sin nosotros y aun contra nosotros:
«Las depuraciones raciales son procesos que se operan, por regla general, en discordancia entre la raza y los hombres que la componen. A través de la Historia, la raza aparece como entidad viviente, sin prisas, con tenacidad finalista sólo comparable a la de las categorías específicas superiores… Desconectada de la mentalidad, la inteligencia hace al hombre inconsciente acerca de la actuación racial. Los hombre por su inteligencia se oponen a menudo, por no decir siempre, a las conveniencias de la raza.»
Los caminos de la Raza son inescrutables siempre, pero de modo especial en la revoluciones: «en éstas, la oposición entre inteligencia y mentalidad ha sido la norma». Eso sí:
«Iniciado el proceso de depuración, ya no es la inteligencia y la voluntad de los revolucionarios lo que aporta la victoria. Quien gana la batalla es la raza… Los hechos están ahí. Sólo es cosa de saberlos interpretar en sustancia. Esta interpretación enseñará que la razón profunda de los hechos políticos y sociales está vinculada a la mentalidad, y en modo alguno a la inteligencia.»
Vuelve a sonar el eco de la mística cristiana, paulina para el caso: la Raza confunde a los sabios e inteligentes de este mundo. El absurdo y locura de la Cruz de Cristo ahora es el absurdo de la Mentalidad de la Raza.
En la depuración raciológica se distinguen tres grados:
1º. Cuando una raza procura obtener la libertad política.
2º. Procesos de depuración interna, intra racial.
3º. Procesos complejos, en los estados compuestos, donde las razas pugnan, unas por su grado 1º (independencia), otras por el 2º (purga o depuración).
Esta división, teórica y universal a primera vista, esta pensada ex profeso para etiquetar tres ejemplos muy concretos que al autor le interesan. Más que su clarividencia, nos va a dejar atónitos su desenvoltura.
Depuraciones de primer grado
Una primera sorpresa nos aguarda aquí, en forma de paradoja: «Para que una raza procure la libertad es menester que la raza lo quiera». Paradoja sólo aparente, ya que la voluntad de la raza no coincide con la voluntad consciente de sus individuos, que ni siquiera suelen tener noción de la raza en la forma definida, y cuya libertad política no va ligada necesariamente al inconsciente racial. De un lado, «hasta las colectividades desrazadas sienten la necesidad de independencia». Del otro, «el que una colectividad sea una raza no significa que sienta la necesidad de liberarse políticamente».
No es cosa fácil de explicar, pero ahí están los hechos. Ofrecer hoy la libertad a cualquiera de las razas de Italia sería perder el tiempo, del mismo modo que durante la Revolución francesa Cataluña rechazó las propuestas de independencia que lo hicieron Robespierre y Couthon; «propuesta renovada luego, inútilmente, por Napoleón» [4].
«La guerra, sobre todo cuando se pierde, suele ser motivo de liberación de razas sometidas… Otras razas deben la independencia al cambio de religión (guerras religiosas del XVI)... Una raza bien razada encuentra más facilidades para ser libre, como Noruega de Suecia. En cambio, en las razas mestizas de las repúblicas centro- y suramericanas la independencia y depuración se realizaron turtuosamente…»
Una vez más, la cuestión no es ventilar caso por caso si Rossell está en lo cierto, sino qué pinta su ‘principio racial’ –inconsciente o no– en hechos que tienen explicaciones políticas mucho más obvias y constatables.
Depuraciones de segundo grado
Aquí el sujeto es la raza en libertad, bien sea con estado propio, o en estado compartido por diferentes razas libres.
Viene primero el ejemplo de Estados Unidos, «gran mosaico de razas, amén de los mestizos en circulación» [sic]. El gobierno central con el Acta Johson (1924), restrictiva en cantidad y calidad de la inmigración, favorecía «la tendencia natural interna del país».
Sigue Méjico, en vías de limpieza racial:
 |
‘Castas’ de Nueva España (Miguel Cabrera, 1763)
|
«Actualmente ha llegado a reducir la población blanca a un 15 %. Más de la mitad de los mejicanos son de raza pura, el resto mestizos de indio… La eliminación constante de sangre exótica aumentó el vigor de la raza y su afán de depurarse. La Revolución de 1910 puso la tierra en manos de los indígenas, sus legítimos propietarios. La de 1929 representa, además de la continuación depurativa de la sangre, la de la mentalidad»
«El despertar racial americano sólo exige el sacrificio de adoptar la civilización material que domina el mundo, para que las razas se hagan fuertes y puedan emprender la regeneración mental.»
Y es que, bajo el barniz de cultura impuesta, el alma india sigue intacta, y en cuanto a religión no es para nada católica:
«Estos indios [de la América española] cualquier día nos sorprenderán con una declaración semejante a la de los “iroqueses, mohakos, oneidas, onendages, cayugas y seucas, los cuales en una reunión cerca de Montreal han anunciado oficialmente su intención de retornar al culto de su antiguo dios Gitchi Manitou, dado que los dioses de los blancos les han quitado las tierras, la libertad y los derechos”.» (‘Le Matin’, 2 de noviembre 1927).
Rusia y su doble revolución
Como tercer ejemplo demostrativo de su teoría, Rossell se fija en Rusia. Rusia es un ‘más difícil todavía’, porque
«así como Méjico sabe que tiene un problema racial corpóreo, la Rusia revolucionaria no se proponía ni ha hablado jamás de cuestiones raciológicas. No obstante, la revolución rusa fue una gran depuración racial. A partir de 1917, en Rusia ha habido no una revolución, sino dos: la de Kerensky y la de Lenín.»
La revolución del equipo de Aleksandr Kerensky (1881-1970) tuvo que ser un aborto, como correspondía a políticos «imbuidos de cultura occidental, es decir, de mentalidad desrazada, que no supieron sintonizar con el pueblo, y éste se les fue de las manos». Suprimida la autocracia zarista, su revolución se redujo a poner a Rusia en la vía de la democracia mediante una «libertad del momento, ocasión que los pueblos no rusos del Imperio aprovechan: Polonia para recobrar su independencia; Finlandia, Estonia y Lituania, la autonomía».
Libertad, ¿para qué, si no es al servicio de la raza? Para ese viaje kerenskiano no era menestar alforja revolucionaria.
«Afortunadamente para Rusia, un hombre bien razado [sic] aparece en escena. Lenín es el autor de la segunda y verdadera revolución rusa. Desde el golpe de estado de los Soviets da comienzo la Revolución en provecho exclusivo de Rusia.»
 |
“El cam. Lenin LIMPIA la Tierra de basuras”
|
Está bien que Pere Màrtir se destape, no ya como izquierdista y revolucionario, sino como exponente de lo que la izquierda radical catalana y española veía en 1930 como modelo social para este país, y lo que sería muy pronto la praxis del Frente Popular. Para la Izquierda Republicana del diputado Rossell, el derrocamiento de la Monarquía española, como el de la autocracia rusa, no era un fin en sí mismo. Ni siquiera la autonomía o independencia de Cataluña era la meta. ¿Cuál pues?
El objetivo final quedaría fijado desde que levantó cabeza el Partido Comunista: rusificar a España, convertida en satélite de un nuevo Imperio, bajo la dictadura del proletariado instalado en el Kremlin:
Somos los hijos de Lenín,
y a vuestro régimen feroz
el Comunismo ha de abatir
con el martillo y con la hoz.
Joven guardia, Joven guardia...
El pobre Rossell, fallecido prematuramente de hepatitis (1933), no llegó a disfrutarlo. Habría visto lo ajustada que estuvo a su visión romántica de la mentalidad ancestral catalana y española aquella intentona mimética de lo extranjero. Y hacía falta ser idiota para no entender que, en ese desafío, la derecha más conservadora recogería el guante, con todas las de ganar.
Pero sigamos descubriendo, de la mano inocente de Rossell, la verdadera raza rusa, con su ‘economía racial’ y todo. Veamos por qué misteriosos caminos el ‘alma rusa’..., perdón, su mentalidad, a despecho de la humana inteligencia va a lo suyo irracional:
«Con la más plena inconsciencia, la Revolución rusa ha realizado una doble depuración racial. Por un lado, ha restablecido fundamentalmente la economía a su medida racial, y por otra banda [¡cuidado que escribe mal este hombre!] ha resucitado la cultura autóctona. El comunismo de Rusia es parcial. El Estado es comunista, pero no el individuo.»
«Lenín, antes de llegar al poder, escribía y hablaba en perfecto comunista. A menudo pasa que la función inteligente ahoga la mentalidad, pero en los momentos críticos ésta vuelve por sus fueros, sólo que en vez de expresarse en palabras se traduce en hechos. El primer decreto que firma Lenín el día siguiente del golpe de estado fue para reclamar una paz democrática y expropiar sin indemnización a los poseedores de la tierra. Publicado el decreto, “los campesinos realizaron su propio programa, aplicando sus propios métodos” [5]
El decreto fue sancionado en el Código Agrario del Gobierno soviético (1922): la tierra se reparte entre los campesinos como lo decida el soviet local, corregido más o menos por los funcionarios del poder central…»
¡Por favor! Una vez más, Pere Màrtir aplica su método correcto de informarse sobre el tema, para luego ajustar el argumento del informante a la horma de su ‘principio racial’. La comparación entre el leninismo agrario de la NEP (Nueva Política Económica) y el sistema cuasi levítico de expropiaciones y redistribuciones de tierras en la Rusia del antiguo régimen la toma nuestro autor de Borís Nolde [6].
Lenin como marxista resultó más afín a Groucho Marx que a don Carlos; un oportunista con principios de recambio y un pragmático a favor de viento. En plena ruina de la Guerra Civil rusa, (1917-1922), no tuvo más remedio que dar marcha atrás y trazar una nueva política económica (NEP), o ‘capitalismo de estado’ (1921), que produjo bienestar, pero a la vez una clase social explotadora, los nepmany (hombres de la NEP).
Lo que fuera estratégico y provisional vino con vocación de quedarse, y el propio Lenin habló de «NEP en serio y para largo». Stalin, tras deshacerse de su rival Trotsky, reveló tener ideas propias y desechó la NEP para implantar su economía de Planes Quinquenales (desde 1928), con el koljoz o granja colectiva como unidad de base agraria. La resistencia de los kulaks (campesinado de clase) fue reprimida con ferocidad (1929-1930). De hecho, gran parte de la reforma fue nominal, y mucho pretendido koljoz funcionó de hecho como el viejo artel o cooperativa agraria.
A todo esto, Rossell escribe (pág. 312):
«Lenín se puso, sin duda alguna, en descubierto para con la doctrina comunista, pero se ha de convenir en que él ha establecido radicalmente en su país la economía agraria, tal como la raça la sentía. El éxito que obtuvo Lenín con la ‘NEP’ es precisamente fruto de esta fusión constante y límpida entre las masas campesinas y el hombre que las gobernaba (2). Y en eso radica la gloria de Lenín.»
Nuestro autor andaba algo atrasado de noticias, por lo que se ve. La nota (2) remite a Guido Migtioli [sic siempre, pág. 312, 313 bis, 314], Le village soviétique. Guido Miglioli (1879-1954) fue un abogado y político católico de izquierdas, cuya ficha policial fascista (1929) le honraba como «uno de los subversivos más peligrosos para el régimen». Dedicado a la cuestión agraria italiana, en 1926 hizo una estancia de seis meses en la Unión Soviética estudiando los resultados de la reforma agraria bajo la NEP [7].
El nuevo estado soviético tenía entonces muchos visitantes, que veían lo que se les mostraba, en unos sitios la realidad, en otros el teatro propagandístico (aun sin llegar a los decorados y bambalinas a lo ‘aldea Potemkin’), y por todas partes estadísticas, muchas estadísticas. Los hubo incluso que nada vieron más que la idea que traían formada. Miglioli fue de los que volvieron entusiasmados, y él de los que más, declarando a Rusia su segunda patria. Sin embargo, a la hora de exiliarse de Italia no se fijó en aquel país de maravillas, sino en una segunda patria más convencional, como era París. Aquí, tras un segundo viaje a Moscú (1927), publica en francés la obra citada, La aldea soviética (París, Librairie du Travail, 1927). Seguirá años más tarde La collectivisation des campagnes soviétiques (Paris, Rieder, 1934), obra más sistemática y ponderada. Pero Rossell no llegó a conocerla.
Como tampoco parece haber sabido gran cosa del giro político y socioeconómico soviético después de Lenin. A nombre de Lenin corrió un testamento político (1924), que de su discipulado no dejaba títere con cabeza, y donde el gran hombre parece darse cuenta, demasiado tarde, de que no ha hecho sino legar al camarada Stalin un imperio mucho más despótico y policíaco que el zarista. Por alguna razón, en La Raça no se menciona a Stalin, y desde luego, un zootécnico tan avisado como Rossell no parece haber vislumbrado las dotes del dictador para convertir la herencia de Lenin en la famosa granja orwelliana.
 |
José Stalin con Máximo Gorky (1931) |
El último referente en este artículo es Máximo Gorki. Sólo dos párrafos antes, en prueba de su principio racial, el autor ha saludado el concierto de las repúblicas y territorio autónomos de la Unión, desarrollando cada minoría en libertad su cultura y economía propia, (pág. 313). De pronto, el foco se concentra en Rusia. La Rusia de Gorki bienamada, aunque el escritor –por motivos de salud (no vayamos a pensar)– eligió como segunda patria Sorrento. Aquí se mantuvo a buenas con Lenín, como luego lo estará con Stalin, pues entre foto y foto de propaganda lo suyo era escribir:
«El alma del campesino ruso, espejo de toda la población rusa, no es comunista. De muchos siglos acá, dice Gorki, el campesino ruso sueña un Estado que no tenga por qué influir en la voluntad del individuo ni en su libertad de acción; un Estado sin poder sobre el individuo. Este campesino, que ha encontrado en Lenín a su intérprete, será el que haga rica a Rusia, y por esta riqueza será posible la producción de cultura. El comunismo tampoco ha triunfado en la industria y en el comercio. La realidad así lo muestra. Sin embargo, el alma rusa ha vencido; una victoria exclusivamente racial. El destierro de Trotzky adquiere un alto significado: el destierro de lo exótico, lo contrario al modo de ser de la raza».
Sin comentario.
Conclusión
Con lo visto es más que suficiente y no voy a seguir a nuestro mulomédico Quirón/Rossell en su teoría de las ‘depuraciones (raciales) complejas’, ejemplificada en la Revolución Francesa. No perdemos gran cosa, porque la mecánica explicativa va a ser siempre la misma. La interpretación del Terror como lucha interracial haría reír en materia menos trágica (pág. 335):
«Acabamos de mostrar cómo el principal factor de la Revolución Francesa fue una lucha racial. Ahora quisiéramos probar cómo los demás factores ocuparon un lugar secundario pero no extraño a la raciología, ya que se hallaban bajo dependencia inmediata de la misma. Trataremos incluso de demostrar que el término de la revolución fue también un acto racial.»
Risible es igualmente el recurso a los atavismos a modo de duendes, que «como toda cosa viva tienden a organizarse» [!].
El capítulo III de esta tríada, y final de la obra, trata de la ‘genealogía de la política’ como doble toma de conciencia: somática y raciológica.
 |
Rossell académico: Memoria sobre razas en Cataluña |
«Creemos haber demostrado que la raza es un hecho concreto, pues que agrupa a hombres de la misma condición; un hecho general, porque engloba a toda la humanidad. La raza es tan rica de contenido, que nos ha permitido crear una ciencia nueva, y todavía ofrece la seguridad de fundamentar en ella una política, una economía, una moral y una filosofía.»
En vez de abundar en citas reiterativas, se me ocurre ofrecer una salida curiosa y de más provecho.
La palabra raza se repite en el texto del libro más de 900 veces, sin que ni una sola se aventure una definición propiamente dicha. Los adjetivos más frecuentes son los geográficos o gentilicios (raza nórdica, anglosajona, etc.), o bien los correlativos (pura/impura, dominante/dominada etc.). Se dan también los verbos razar/desrazar, con sus participios razado/desrazado.
Pues bien, para aclarar en lo posible el alcance del sustantivo raza, tal vez ayude un listado orgánico de los adjetivos racial y raciológico con sus concomitancias. En cada caso pongo referencia de página o páginas como ejemplo. Dado que el libro carece de índice analítico de voces, me he valido del OCR de la descarga, que viene sin depurar y es sólo aproximativo. Aun así, espero que funcione y sirva.
Lema ‘racial’:
cuestión racial, 344; fase racial (la evolución entra en f. r.), 160;
diagnóstico racial, distinción racial, 100; carácter racial (la mentalidad, c. r.), 109, 150; alma racial (profundidades del a. r.), 218; aptitudes raciales, 363; mecanismo racial, 241; naturaleza racial (o específica, vs. n. zoológica, como partes constitutivas del Derecho), 294; energía de expresión racial (Spengler), 125; finura racial (del indígena, frente al mestizo), 190; valor racial (la cultura, v. r.), 237, 246; economía racial, 311;
núcleo racial (alejamiento del), 244, 247, 265-267, 269-270, 305; patria racial, 195;
estabilización racial, 159; alteración racial, 33, 195; pureza racial, 197, 208; depuración racial, 270, 308;
liberación racial (movimiento de), 204; defensa racial, 156; victoria racial, 314;
memoria racial (pérdida de m. r.), 15; conocimiento racial (poseer el c. r. = « ser regenerado o puro»), 208; conciencia racial (o somática) vs. conciencia raciológica, 352; inconsciente racial, 80
principio racial, 278
política racial 240 (v. política raciológica)
Lema ‘raciológico’:
doctrina raciológica (francesa), 344;
principio raciológico (pról), 9;
punto de vista raciológico, 354; considerada raciológicamente (reacción termidoriana en la Revolución Francesa), 340;
constitución raciológica (en razas dominadas), 318;
destino raciológico (de paìses), 209;
inconsciencia raciológica, 154, 301, 325, 356; conciencia raciológica, 345, 353, 360-361, 363; despertar raciológico, 307; vibración raciológica, 245; sentimientos raciológicos, 322;
depuración raciológica, 303, 339, 394;
política raciológica, 312, 346, 360, 364 (final del libro)
Lema ‘raciológicamente’:
raciológicamente puras (clases), 197;
raciológicamente censurable (acto) 190.