¡Qué coincidencias se dan en la vida!
Anteanoche, el amigo D. Remero Becario se retiraba de la tertulia en el Blog de Santiago González, dejando en el plato un pincho de jamón ibérico de lo más apetecible. Un terceto de Lope de Vega sobre el jamón serrano de Aracena
Jamón presunto de español marrano
De la Sierra famosa de Aracena
A donde huyó del mundo Arias Montano
«¿Podría ser que estos versos, más que un elogio al jamón de Aracena no fueran sino una crítica, no muy sutil, hacia el señor Arias Montano?». «Una duda… que creo algún remero ilustrado (¿quizás D. Belosticalle?) me puede aclarar.»
Pues bien, justo a la misma hora, el interpelado Belosti andaba buscando por la red cierta información sobre Arias Montano y su supuesta marranía.
Coincidencia, eso es todo. Pero tan graciosa, y sobre tema tan ameno, que me dije: «Hay que contestar». Es lo que hago. Pero tal vez convenga primero presentar en dos palabras al aludido.
Benito Arias Montano (1527-1598), extremeño de Fregenal de la Sierra, fue un sacerdote y humanista español, graduado por Alcalá, hebraísta y sabio polifacético, contemporáneo de Felipe II, a quien sirvió especialmente como coordinador de la edición de la Biblia Políglota Regia (Plantin, Amberes, 1568-72), y como organizador de la gran Biblioteca de El Escorial (desde 1577). Hombre ejemplar, admirado de todos, pero celoso de su intimidad, rechazó una mitra y eligió para sí el retiro en una cueva de su propiedad en término de Alájar (Huelva), hoy Monumento Natural Peña de Arias Montano. Su figura, pronto esfumada, crecerá con el tiempo; su misterio también, en especial tocante a su debatida estirpe hebrea.
Con esta ficha por delante, vamos ya con el terceto.
« ...aprovecho para dejar aquí el primer buen anuncio hecho del jamón de mi tierra… El publicista fue un tal Lope de Vega».
Con que ya conocemos la fuente: El ‘Museo del Jamón’, del Ayuntamiento de Aracena, que con esa cita culta acierta al pleno en su reclamo. Aunque fuerza es añadir, con la pedantería propia de los dómines, que no cita bien del todo, porque Lope no escribió ‘presunto’, sino ‘presuto’:
Jamón presuto de español marrano
A medio camino del portugués presunto y del italiano prosciuto, el español presuto viene a ser lo mismo en origen: del latín perexuctus, desecado, ‘chupado’; con el prefijo per- expresivo de plenitud y cuidado minucioso. Aunque el portugués presunto pediría perexunctus, referido, bien a un adobo externo, o tal vez al vaciamiento de las venas del pernil fresco exprimidas con el dedo. Minucias, más para comentario mientras se degusta el jamón, a ser posible como recomienda el mismo Lope:
Vino aromatizado, que sin pena
beber se puede, siendo de Cazalla,
y que ningún christiano le condena:
¿Sólo, o con pan? Al gusto. Pero un buen cristiano y buen andaluz nunca prescindiría del pan, condimento universal y manjar por sí mismo. Por ejemplo,
Pan de Sevilla regalado y tierno,
massado con la blanca y limpia mano
de alguna, que os quisiera para yerno.
¿A quién va dirigido todo esto? Todavía no hemos dicho que los tercetos lopescos son de la Epístola ‘Al Contador Gaspar de Barrionuevo’ [1]:
Gaspar, no imaginéis que con dos cartas
avéis cumplido con dos mil deseos…
El amigo Gaspar, al servicio del Marqués de Santa Cruz como contador de la Armada, y también poeta a ratos libres, por motivo de trabajo ha de pasar el invierno a bordo, y no puede acudir a la cita y reunión de la Academia Sevillana. Él se lo pierde. No sólo la buena compañía, también lo que acompaña la buena compañía: el pan tierno, el jamón presuto, el cazalla bautizado; la Ribera y Arenal del Guadalquivir. Incluso el agua fresquita de alcarraza:
¿Agua del Alameda en blanca talla
dexáis, por el vizcocho de galera
y la zupia, que embarca la canalla?
Sigue la epístola jocosa atormentando al pobre contador con el recuerdo de las ‘comodidades’ de la vida en galera, incluidos ciertos polizones a bordo [vv. 40-42]:
¿Y a quién no causa (¡oh Contador!) espanto,
que aya en vuestra galera pulga, o chinche,
que cuente la batalla de Lepanto?
En este contexto, y volviendo al terceto que nos ocupa, la pregunta era, si Lope alaba el jamón, o si critica a un marrano, un cristiano nuevo o converso, como podía serlo tal vez el sabio hebraísta. Pues bien, mi modesto parecer es que no hay contradicción entre lo uno y lo otro. El poeta aprovecha una alabanza para, a favor de consonante, asestar una puya.
¿Tenía algún motivo? Para un poeta como Lope, como digo, un buen consonante era razón para enemistarse con un vivo, cuánto más para lucirse a costa de un difunto. Porque la Epístola forma parte de las Rimas publicadas en 1602-1604. Esta producción poética ocupó su ingenio durante un período de sequía teatral, cuando Felipe II, de luto por su hija Catalina, Duquesa de Saboya, cierra el Teatro, primero en Madrid (noviembre 1587), luego en toda España (2 de mayo 1588).
Motivo personal, no, ninguno. Años más tarde, Lope de Vega se revelará gran admirador de Arias Montano, cuya erudición exprime por ejemplo para su epopeya, la Jerusalén Conquistada (1609), aunque evitará nombrarle en el poema. Sin embargo, cuando el sabio muere en Sevilla casi en olor de santidad, Lope de Vega se suma al velatorio con un epitafio como ablución de conciencia, por lo que antes no dijo [2]:
Aquí Montano reposa,
de la Biblia Sacra un Sol,
un Gerónimo español
y un David en verso y prosa.
No se acabará jamás,
aunque en estas losas cupo:
que si muchas lenguas supo,
son las que le alaban más.
Pero al tiempo de escribir la Epístola ‘del jamón’, el poeta era un bohemio amoral, y por supuesto, todavía no era sacerdote ni familiar del Santo Oficio. Sin embargo, toda su vida presumió de linaje montañés y cristianismo viejo. Aquí mismo, sin ir más lejos [vv. 236-237]:
Pobre nací: bien hayan mis mayores;
dezinueve castillos me an honrado
Y el admirado Arias Montano, que desde luego no era hidalgo de cuna, para muchos tampoco era limpio de sangre, con tanto Talmud a cuestas. Hasta su nombre, Benito como su padre, escondía malamente un Baruch original.
Curiosamente, el padre de Benito era un oficial escribano y relator del Santo Oficio. Por su parte, Benito hijo recibió el hábito de la Orden de Santiago en 1560, a la edad de Cristo, en San Marcos de León. El ingreso en toda orden militar iba precedido de riguroso examen de limpieza; y por otra parte, cualquiera no entraba en una orden, y menos en Santiago.
Ahora bien, todo eso, más que cristianía vieja, lo que demostraba es buena sombra protectora de gente importante, que no era sinónimo de gente limpia. Protegido, sobre todo, por el Rey, que en definitiva maneja la Inquisición española como instrumento político. Esto es muy sabido y no hace falta insistir.
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La Peña de Arias Montano - Mirador y Cuevas (No sé cómo estará aquello, después de tantos años) |
Porque este divertimento en respuesta a una invitación amable sólo cubre el compromiso de comentar la intención de un terceto. En este caso, la intención de lucir agudeza con el tópico de los conversos.
Por si fuese poco, la misma malicia veo repetida luego en otro terceto del mismo poema, donde dice de los que escriben sin propiedad [vv. 119-120]:
peores que la dama de mi tierra,
que dijo (en un baptismo) birlo, al volo.
Aquí el anotador de la Epístola explica cómo en el bautismo, al preguntar (en latín) el sacerdote al neófito si quiere ser bautizado, responden los padrinos en su nombre, «volo» (sí quiero). A la madrina del cuento, volo y bolo le sonaba igual, todo juego de bolos, y lo confundió con birlo.
La nota explicativa se detiene ahí, pero yo diría que hay más. Cómo ya vimos aquí, en otra historia (‘Insultar en Valdivielso’), el bolo o birlo por su forma peculiar se prestaba a tropos obscenos, alusivos a la circuncisión. En suma, el candidato de la historia era un judezno, y así lo confiesa al trabucarse la propia madrina.
Terminemos a lo Lopillo:
Ya no es razón para que más me extienda,
pues vuestro tiempo y mío tiene precio:
Quedad con Dios, Becario, y no os ofenda
este discurso tan prolixo y necio.
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Biblioteca de El Escorial, organizada por Arias Montano |
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[1] Lope de Vega, Rimas, II (Segunda Parte). Edición crítica y anotada de Felipe B. Pedraza Jiménez. Univ. de Castilla-La Mancha, 1944, págs. 277-305.
[2] Ibíd., pág. 331.