lunes, 28 de abril de 2014

La patria como sinécdoque





A Candela,
en la servidumbre compartida del ‘imperativo testimonial’


Una de las señales de que estoy mucho más viejo que joven es que los aspectos negativos de la política, sin dejar de parecerme lamentables, cada vez me irritan menos. Y es que en la vida humana –o dicho con empaque metafísico, en la existencia individual– llega un tiempo en que uno percibe y siente lo que ya presentía por discurso metódico: el mundo mundial no me necesita, y la ilusión de cambiarlo se desvanece.
Al hablar de ‘política negativa’ pienso, por ejemplo, en la pulsión de los nacionalismos separatistas, que vocean la independencia como salida única de una supuesta  frustración colectiva como parte de España (lo ‘malo’ conocido), hacia otro acomodo como parte de Europa (lo ‘bueno’ por conocer). Porque nuestros nacionalistas catalanes y vascos se postulan como anti-españoles igual que pro-europeos. Y es admirable que, declarándose incompatibles con una España que les privilegia y les mima, no recelen nada de una Europa de pueblos ‘iguales’ todos a cara de perro, donde van a tener poco peso como estados menores, el día que entren. Y hasta entonces, a verlas venir.
El problema con esa mentalidad se complica si entramos en lo simbólico, como las banderas. «Española ez, ikurriña bai». La Ley dice: «Española sí, ikurriña también». ¿Quién integra o suma, y quién contrapone y resta?
Nunca fui patriotero, ni siquiera de niño. La bandera roja y gualda –la ‘monárquica’ la llamaban en casa– no la conocí hasta los siete años. Fue en la frontera de Irún, volviendo de un exilio más bien corto como refugiados en Francia (mayo-junio, 1937). Mientras hacíamos cola para identificación y entrada –por cierto, en una oficina mixta hispano-alemana– me fijé en las banderas del lado español, y casi me gano un soplamocos por preguntar como si tal cosa:
–Mamá, ¿qué bandera es esa?
–¡Baja la voz! ¿Tú quieres que nos tomen por rojos, o qué?
La única bandera española que yo conocía, y que había saludado en la escuela (primero en el grupo de Ibaizábal, en La Peña, luego en el de Concha) era la republicana:
–Rojo, amarillo y morau, la bandera del cagau.
–Rojo, blanco y verde, la bandera del moco verde.
Era toda nuestra discusión política sobre símbolos, entre chavales. Ni mis padres, simpatizantes del PNV, ni mis tíos, de ideología varia, ni siquiera el abuelo carlistón (aunque pacífico), me habían explicado lo evidente: que las banderas son mudables, como los regímenes políticos o incluso las fronteras.
Meses después de mi contacto con la bicolor, ya familiarizado con el nuevo régimen, veo la caída de Santander saludada en la cabecera de ‘La Gaceta del Norte’ con una franja rojigualda a toda página donde decía: «SANTANDER ES YA DE ESPAÑA», que me produjo escándalo: «¡Cómo! ¿Es que no lo era de siempre? ¿Acaso mentía el mapa escolar?».
Todas las escuelas, en acción de gracias, suspendieron las clases para llevarnos a la chiquillería desfilando a una misa de campaña bajo el Sagrado Corazón. Los zapatos me hacían daño, y para distraerlo discutí con otros compañeros si estaba bien aquella expresión del periódico: «SANTANDER, DE ESPAÑA».
Lo de Santander fue el comienzo de un rosario de ‘caídas’, una tras otra, festejadas por las escuelas públicas con el mismo ritual: desfile, misa de campaña, un bocadillo, ‘¡rompan filas!’  y a casita de asueto. Eso sí,  con los pies molidos.
Los colegios de pago pasaban de aquellas misas, pues no cobraban para eso. Así que, parte por aprovechar el tiempo y también como oposición al régimen, dejé mi querida escuela de ‘La Concha’ (sic), para sentar plaza en un colegio de los baratitos, el Corazón de María (7,50 pts./mes) en San Francisco. Y aunque por la distancia a casa valía por cuatro desfiles diarios, los pies no me fastidiaban.
Aquellos religiosos claretianos enseñaban bien –a palmetazos, eso sí–, y aun siendo muy del régimen y castrenses, tampoco ignoraban que su alumnado pertenecía a familias de todo pelaje, máxime en aquella zona y ‘barrios altos’. Cada mañana, en formación ante las tres banderas –la española flanqueada por la del requeté y la falangista , abríamos la jornada cantando los respectivos himnos: ‘Oriamendi’, ‘Cara al sol’ y la ‘Marcha real’ con letra postiza de Pemán. (Antes, en la escuela, todavía cantábamos el ‘Salve, bandera’ de Sinesio Delgado, que acertadamente se quitó, supongo, por su deriva derrotista, con aquello de «España en las desdichas grande», «las chozas de los míseros labriegos» y el sórdido final: «Manchada con el polvo de las tumbas, teñida con la sangre de los muertos».)
Cuento estas minucias porque aquella experiencia escolar me marcó de relativismo algo escéptico. No sólo en cuanto a banderas e himnos, también en cuanto a fronteras. Esto último confirmado más tarde, cuando el profesor de Historia Universal estrenó un gran ‘Atlas of World History’ sobre un trípode, cuyos mapas se abatían al devenir de los siglos, mostrando juntamente la inventiva y la caducidad de los estados y los imperios.
Por eso me intriga, y aunque ya no me irrite también me aburre, por un lado la pertinacia de los nacionalistas en lo suyo, como quien se siente en posesión de la Verdad, y por otro su desproporción en anteponer lo adjetivo a los sustantivo, los accidentes a la sustancia, aireando símbolos y ritos mientras ocultan su proyecto totalitario.
No sé en Cataluña, pero aquí en el País Vasco lo de la bandera es patológico. Todo lo que desprecian en la española, que al fin es laica, lo exageran con la bicrucífera, mimándola como ‘la ikurriña’ –en femenino castellano, aunque se precian con razón de que el vascuence no tiene género para los entes inanimados–, bailándole aurrescus y atribuyéndole sacralidad. El súmmum de lo religioso es la escena final de espatadanza, cuando los danzantes se postran en adoración, mientras el abanderado ondea sobre ellos la ikurriña como si fuese el Espíritu santo cerniéndose sobre las aguas.
El último capítulo de la saga vexilícola (siempre en el mismo plan) lo acabamos de ver en San Sebastián, con ese acto de desagravio a la ikurriña, sólo porque la Constitución obliga a poner a su lado la española.
¿Es eso un agravio? ¿Lo es la sentencia del Tribunal Supremo obligando a cumplirlo? Para el nacionalismo eso parece, de no ser porque ‘canta’ la demagogia y también la incongruencia de imponer lo mismo que se critica: banderas muchas y grandes. Esta vez ha sido Martín Garitano, de Bildu, pero antes fue Markel Olano el del agravio. Poco importa, pues, que el PNV por estrategia no haya acudido al esperpento.
Tampoco importa el que la nueva ikurriña desagraviada no haya podido ser tan alta ni tan grande como la querían los aquejados de megalomanía típica totalitaria. Ellos la imaginaron pensando (como siempre) en Madrid y en la Plaza de Colón, que para escenario, ¡caray!, es algo más ancha que la de Guipúzcoa.
Como se sabe, Garitano se vino al suelo, y fue una portavoz la encargada de excusar el «bonito discurso» que traída preparado el diputado, con un comentario sosete sobre lo duro que ha sido para la institución foral verse obligada a cumplir la ley. Un extraño aurresku coronó el rito. Callaré lo que pensé al verlo, por políticamente incorrecto. Me gustaría mostrarlo, pero no me ha sido posible dar con fotos ni vídeo.
Un placa al pie del mástil pretenderá en lo sucesivo explicar al paseante y justificar qué hace allí «LA IKURRIÑA, LA NUESTRA». ¿Nuestra, de quién? Vuelvo a recordar aquella expresión franquista, «Santander es ya de España». «Nosotros, los vascos y las vascas, este pueblo… ». La patria como sinécdoque.  

Surrealismo de manicomio. Y aquí machacando, por imperativo testimonial.


(Crédito de foto: DEIA)

18 comentarios:

  1. Querido Belosti, le agradezco la dedicatoria, el delicioso texto y hasta el pesimismo inevitable.

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    1. Yo soy el agradecido. Y no sólo por el aprecio que usted hizo de mi expresión.

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  2. No puedo estar más de acuerdo con lo expuesto. Una cosa es la ley que debería ser respetada y acatada sin alharacas, porque es la que nos garantiza una sociedad de ciudadanos y no de súbditos, de iguales y no de castas, y otra cosa es lo que ocurre al amparo y pretexto de esa banderas alrededor de las cuales se forman bandos y bandas, tan estridentes como el sonido de las bandurrias.
    Hay un libro excelente de Paul Tabori, "La historia de la estupidez humana". Resulta divertido leerlo, pero es fácil que se cambie la gracia por la maldita la gracia que al final nos sumerge en pura melancolía... o sea, como la propia palabra indica, de un humor negro de mil diablos.

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    1. Debo de conservar el libro en alguna parte. Muy sobado y sin el último cuadernillo. De joven fue lectura favorita, y recuerdo que siempre lamentaba no fuese el doble de grueso, por lo menos. Sus historias de multas y otros castigos a las plagas animales eran saladísimas.

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  3. Lo importante es defender gure ikurrina sin desmayo.

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    1. Aunque también hay desmayos de amor. ¿Podría ser el caso?

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    1. Cada día con su afán, D. Tumbaollas.

      Mi deserción del colegio claretiano por otro de postín, el de San José de la Montaña, fue por una oferta económica imposible de rechazar. Un monaguillo titular en los agustinos era como un canónigo en miniatura. (De hecho, así nos vestían a los monagos en la procesión mensual del santo. Con sus colores, asómbrese usted: los titulares de rojo, y los extras portafaroles, unos de amarillo y otros de morado. Los de rojo siempre detrás.)

      Ahora bien, aunque le veo algo enterado, ¿dónde encajaría eso en el discurso de hoy?

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  5. Querido D. Belosti, me atrevo a señalarle una errata en su escrito: "en una oficina mixta hispano-alemana". Supongo que quiso decir hispano-francesa. La otra tendría que esperar todavía unos añitos. En desagravio por mi atrevimiento, le he mandado un correo.

    No sabía los versos de Sinesio Delgado, que tiene calle en Madrid. ¡Menudo cenizo, el tío!

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    1. No, no hay errata, mi Feroz amigo, aunque puede decirse más claro. Nada de promiscuidad hispano-gala: las aduanas respectivas estaban una a cada lado del Puente Internacional. Lo notable es que en la española-nacional, junto a los funcionarios nacionales en la oficina de visados el control de pasaportes y personas lo llevaban también alemanes. Serían de la Gestapo, supongo, parte del trato con Alemania por la ayuda militar (bombardeos etc.).
      Tampoco puedo dar detalles, porque yo y mi hermana éramos críos, pero mi madre lo hizo notar, y luego en Fuenterrabía lo comentó con el familiar que vino a avalarnos.

      Me ha hecho gran ilusión abrir su correo y encontrar el libro de Tabori, que ayer elogiaba D. Lindo Gatito. Disfrutaré volviéndolo a leer, entre otros del mismo tema, que ahora vuelven a interesarme. Gracias y un abrazo.

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    2. D. Belosti, me está bien empleado por imprudente. Ya me extrañaba a mi, que cometiese usted una errata así de gorda. Los nazis debían estar entrenando para el día de mañana.

      Me dedicaré a leer, aprender y callar que es lo más sensato para no quedar como un besugo. Un abrazo para usted también, maestro.

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    3. Pero yo no quiero que se calle. ¿Y si hubiese sido una errata, una distracción? Esta en concreto no lo es, pero haberlas haylas, sin contar los enormes vacíos de información y de memoria…

      Errar es humano, es venial. El pecado mortal es mentir.

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  6. Maestro BELOSTI, ¡pero qué bien escribe usted! Un gustazo leerle, tanto por el fondo como por la forma de sus escritos.

    Reciba un fuerte abrazo,

    Urbi et Orbi

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  7. Querido Profesor Belosticalle
    Como siempre, una gozada. Y más aún imaginarle de pequeño.
    En relación con la foto ; veo que todo son chicos. Y que están todos encogidos y con una rodilla en tierra después de su Espatadantza. Mi curiosidad. Habiéndose "encogido " tan en caliente, ¿ ninguno de ellos se había convertido en chica al enderezarse ?

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    1. Viejecita, ovejita descarriada con ideas propias, veo que insiste usted en poner en solfa todo un cuerpo de doctrina secular sobre ‘geometría variable’.

      Pero mujer, unos gudaris en trance de recibir los Siete Dones no están sujetos a las leyes físicas. El deliquio les convierte en ángeles, que como usted bien sabe no tienen sexo.

      Un beso, de todas formas, para que sea buena.

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    2. Gracias Querido Profesor
      Lo procuraré

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  8. Pues al menos en tierras de Burgos hay un baile semejante: allí con cualquier pendón o bandera. Hay que agacharse porque al que le toquen con el mástil tiene que ir a servir al Rey. Una forma de reclutar, eso cuentan.

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