lunes, 11 de noviembre de 2013

A la política por la espeleología (1)


El luminoso ‘Viaje subterráneo’ de Nicolás Klim

El año pasado vi por encima un artículo de Umberto Eco, a modo de reseña literaria del Viaje subterráneo de Niels Klim (1745), la novela utópico-satírica del escritor noruego Ludwig Holberg (1684-1745).
Como el titulo me era desconocido, y el autor sólo me sonaba de nombre (por mi viejo y tan viejo, envejecido Perés) [1], guardé lo de Eco para más despacio. Y así quedó la cosa. Hasta que este verano, curioseando por la librería anticuaria de Google, tropiezo por casualidad con la misma obra, llamándome la atención que el original es anónimo y está en latín. Excelente, por cierto [2].
La enorme literatura de viajes imaginarios admite una división tripartita, ‘natural’ en cierto modo:
1. Viajes geográficos. El género primero y principal lo forman las expediciones y naufragios por la superficie terrestre. Lo que nos lleva, como subgéneros, a los viajes imaginarios submarinos y los aéreos.
2. Viajes astronómicos. Ascensiones más o menos pitagóricas a otros astros y otras esferas, empezando por la Luna.
3. Viajes subterráneos. Descensos a los espacios inferiores, desde simples antros cavernosos, hasta el ámbito subcortical y el centro de la Tierra.
Lógicamente, el viaje subterráneo, con escenario en nuestro globo,  bien puede ir por delante del astronómico. Pero el hecho es que los espacios siderales han estado siempre abiertos al ojo humano, ampliados desde Galileo y su anteojo; a diferencia del mundo subterráneo, oscuro e impenetrable. Una diferencia que, con todo el adelanto técnico, todavía se mantiene.
El viaje subterráneo  nació como mito religioso: la bajada a los infiernos. Infierno bien entendido, como espacio inferior o mundo de las sombras de los muertos, no necesariamente atormentadas.
Este género de relatos refleja las ideas que el hombre se ha hecho de ese mundo secreto y hermético hasta hace bien poco.
Uno de los primeros que propuso un modelo ‘científico’ del interior de la Tierra fue el jesuita Atanasio Kircher. El mundo subterráneo (Amsterdam, 2 tomos, 1665 y 1678), en sus textos y excelentes grabados, describe algo así como un gruyère, pero con las cavidades principales ígneas (pirofilacios) conectadas entre sí, formando un sistema circulatorio hidrogaseoso e ígneo, a temperaturas y presiones altísimas.
Sin embargo, bastante antes de atreverse a tanto, el mismo Kircher por precaución había anticipado sus ideas en un ‘preámbulo’ (prodromus), en forma de diálogos, que tituló Viaje extático II (Iter extaticum, Roma, 1657). La razón de llamarlo ‘Viaje II’ era que antes había publicado otro similar viaje astronómico.En efecto, era materia delicada, donde convenía ir con pies de plomo para no topar con la censura eclesiástica [3].
La precaución no libró a Kircher de sospecha. El primer viaje, sobre todo, como se ve en la reedición de ambos, producida e ilustrada por el consocio y discípulo de Kircher, Gaspar Schott [4].
Para hacernos una idea de la suspicacia que rodeaba las especulaciones astronómicas y cosmográficas en general, echemos un vistazo a estas líneas y figura del Viaje extático I, o Astronómico (págs. 334-335 y fig. XII):
«Casi todos los nombres de las constelaciones están tomados de la Mitología Grecolatina… Para poner, aunque tarde, algún remedio, Julio Schiller, abogado de Augsburgo, publicó ‘El Cielo Cristiano’ (1627), donde cambiaba los nombres antiguos rebautizando a cada constelación con un nombre piadoso, convirtiendo la Osa Menor en San Miguel, la Cabellera de Berenica en el Azote de Cristo,  el Carnero en San Pedro, a Perseo en San Pablo, y así cada cosa. Pero la nomenclatura antigua está tan arraigada, que a la fuerza hemos de conservarla.»
Por suerte,
«Fuera de las estrellas enumeradas, con el telescopio se han detectado infinitas más, sobre todo en la Vía Láctea, en Orión, las Pléyades y las nebulosas celestes. Oye lo que dice Rheita sobre el particular, en carta a Juan Caramuel (Colonia, 24 de abril 1643):
“Ayer mismo, con estupor y suma admiración y contento, he descubierto con toda claridad el Sudario de la Verónica o Santa Faz, reproducida a lo vivo en las estrellas, más o menos en el signo de Leo, entre la línea equinoccial y el Zodíaco” etc.
(…)
Repite luego [5] que en la constelación de Orión vio una figura parecida a la Túnica Sagrada; por debajo de Leo, otra parecida al Sudario de la Verónica; en el signo de  Tauro, una especie de Cruz Teutónica; en Orión un Cáliz; cerca de la estrella Polar una a modo de mano cerrada con el índice extendido. Como también, en el tahalí de Orión o muy cerca, vio una estrella de tres cuerpos; y en las Pléyades un enjambre circular brillante, rodeando  algo parecido a un niño acostado.»
[Si el índice de la mano era el Digitus Dei, la estrella triple la Trinidad y el bebé acostado el Niño Jesús, con todo lo demás, bien se ve que la nueva Astronomía telescópica nacía cristiana. Hay que ver, qué argucias tenían que discurrir los curiosos del cielo, para quitarse de encima a los inquisidores.
Otra argucia era halagar la vanidad de los magnates, como hizo el mismo Rheita dedicando al papa Urbano VIII las lunas de Júpiter con el nombre de ‘astros urbanoctavianos’. Lo de las dedicatorias ya lo había ensayado Galileo, aunque no con mucho tacto, como es sabido.]
Un mundo dentro de otro
Frente al modelo concavitario o ‘gruyère’ de Kircher, prevalecerá el modelo ‘cebolla’ de Halley, con una corteza terrestre envolviendo capas concéntricas sucesivas de manto, en torno a un volumen central macizo o hueco.
Este modelo se presta, más que el anterior, a imaginar espacios vastísimos y hasta un mundo dentro del mundo, que justifique no sólo el viaje imaginario de exploración, sino la estancia en ínsulas y países con su cultura comparable a la nuestra.
Esta fue la idea de Holberg, encarnado en un alter ego al que llama Niels (Nicolás) Klim. Klim vive su aventura en 1665, es decir, la fecha de aparición del primer tomo del Mundo Subterráneo de Kircher, con un resultado en contradicción total con el modelo del jesuita.
Holberg, autor conocido –el ‘Molière danés’ le llamaban, aunque su teatro participa por igual de la Commedia italiana– y persona de prestigio en el reino de Dinamarca,  prefirió para su utopía satírica el anonimato en las prensas de Leipzig, al abrigo de la censura danesa.
La historia empieza y acaba en un lugar real y un momento histórico: en la ciudad de Bergen –patria de Holberg/Klim–, «siendo cónsules de la misma J. Munthe y L. Seversen» etc., con referencia a eruditos locales también reales: Rasmus Abelin y Edvard Edvardsen. Sólo para despistar, leo en el Viaje comentado por C. G. Elberling (1866), que en torno a Bergen no hay ningún monte Flöien, sino Flöifieldet, y en él no hay tal caverna con sima, sino en el vecino Rathauen [6].
Por otra parte, todo ocurre 20 años antes de nacer Holberg, que recurre al consabido artificio del ‘manuscrito encontrado’:  un relato autógrafo del protagonista en primera persona , ejemplar único custodiado por Abelin, quien todavía vivía en 1686.  
Un viajero ilustrado como Holberg, que incluso había residido bastante tiempo en Inglaterra (1706-1708), conocía por supuesto los Viajes de Gulliver (1726). Sin planterar comparaciones, y por aparente que sea la diferencia de escenarios –viaje geográfico frente a viaje subterráneo–, 20 años de precedencia y un séquito de imitaciones deja a salvo la originalidad de Gulliver respecto a Klim, a la vez que explica el eclipse de éste. Y eso que el Viaje Subterráneo se tradujo al inglés a raíz de su aparición. Como también se tradujo a una docena de lenguas europeas, con muchas ediciones.
En españa es obra prácticamente desconocida, incluso tras la reciente traducción española para Abraxas, Viaje al mundo subterráneo, Barcelona, 2002. Un trabajo hecho al tirón de la última traducción italiana (1994).
Hace poco, en El Blog de Santiago González, alguien afirmó categóricamente: «un blog se hace o por dinero o por vanidad». Dado que lo mío no me vale dinero, valga de redención a mi vanidad el deseo de compartir el disfrute de estas cosillas.
No me propongo traducir el Klim, sólo algunos pasajes, para dar idea. Y lo haré alternando los textos con algunos comentarios aclaratorios, aunque la obra no es nada difícil.
Queda por decir algo del pobre Klim, después de su experiencia. Parece que el buen hombre cayó en estado catatónico progresivo, que toda Bergen, empezando por el párroco, malinterpretó como altivez, cuando era depresión o melancolía. Mientras tuvo fuerzas, solía subir a la boca de la cueva, meditando allí largo espacio, para volver luego a encerrarse en su biblioteca.
Su demencia en auge preocupó a su mujer, entre otras cosas porque a su marido, hablando en sueños, le daba por lo militar, como metido siempre en maniobras y batallas terrestres y navales. Tampoco era normal, para la idiosincrasia noruega de entonces, el que en la biblioteca del viajero subterráneo predominaran los libros de política. Esa materia no se consideraba lectura sana para el hogar.
Pero no perdamos más tiempo. Abramos de una vez el libro por el índice de capítulos.

Viaje subterráneo de Nicolás Klim
Índice
Prefacio apologético
            
I.           Descenso del Autor al mundo subterráneo   
II.          Descenso al planeta Nazar                                         
III.        Descripción de la ciudad de Keba                 
IV.        La corte del Príncipe de Potu                            
V.           El país de Potu y su gente                                        
VI.        Religión de los potuanos                                    
VII.       Organización política                                                                  
VIII.     Academia    
                                                           
IX.        Viaje de Klim por el planeta Nazar                   
X.          Viaje al firmamento subterráneo                            
XI.        Navegación a tierras insólitas
XII.       Arribada a la costa de Quama                               
XIII.     Principio de la V Monarquía                               
XIV.      Klim, monarca subterráneo                            
XV.       La catástrofe                                                            
XVI.      Retorno a la patria y fin de la V Monarquía
Anejo de Abelino                                                                     

El año de 1664, pasados cum laude en la Universidad de Copenhague ambos exámenes, de Filosofía y Teología, con los votos de los tribunales respectivos, listo para  regresar a la patria, me embarco en una nave con rumbo a Bergen (Noruega); recomendable por mis títulos en ambas facultades, pero sin dinero.  Destino por mí compartido con los demás estudiantes noruegos, que de la feria de las Buenas Artes suelen volver a casa desplumados. Con viento favorable,  a la tercera jornada de próspera travesía entramos en el puerto de Bergen.
Así repatriado, más rico en saberes que en haberes, me mantuve algún tiempo a costa de mis deudos, llevando una vida precaria, aunque no desidiosa. Porque, iniciado en el estudio físico, para ilustrarlo  por vía de experimento, y explorar el carácter del país y las entrañas de sus montes, me pateé cada rincón de la provincia. No había peña que se resistiese a mi escalada, ni sima cavernosa tan tremenda que no probase bajarla, por si hallaba algo curioso y digno de examen. Y es que en nuestra patria tenemos muchas cosas desconocidas no sólo de vista, ni siquiera de oídas, que si las tuviese Francia, Italia, Alemania o cualquier otro país rico  en maravillas y apreciador de ellas, las tendríamos oídas, releídas y trilladas.
Entre lo más notable a mi juicio estaba la gran sima en lo alto del monte Flöien. La boca de esta cueva emite a intervalos un aura leve y no desagradable, que algunos han comparado a gemidos de una garganta o fauces que se abren y cierran alternativamente. Así los escritores de Bergen, empezando por el celebérrimo Abelino, y Eduardo el Conrector de la Escuela de Magisterio, persona muy bien impuesta en astronomía y física, la creyeron dignísima de ensayos filosóficos. Y hasta los viejos del lugar,  lamentando no poder hacerlo por sí mismos, animaban a los más jóvenes a explorar a fondo la caverna: mejor, según ellos y según el modelo de la respiración humana, aprovechando la fase aspiradora de la cueva.
Tales razones, junto con mi temperamento, me estimularon a pensar en el descenso a la caverna. Pero cuando abrí mi pensamiento a algunos amigos, me lo desaconsejaron como cosa de necio y desesperado.
Sus avisos, en mi caso, fueron contraproducentes, al juntarse a mi pasión de investigar las estrecheces domésticas. Sin recursos, y a disgusto de vivir entre los míos como gorrón, sin esperanza de salir a flote, me veía condenado a mendicidad perpetua, cerrado el camino a los honores y emolumentos, a menos que me diese a conocer por alguna hazaña audaz.
Decidido, pues, y preparado lo necesario para la expedición, un jueves con cielo sereno y no lluvioso salgo de la ciudad de madrugada, con idea de volver en el día, misión cumplida. Mal podía adivinar que, como otro Faetonte [7],
haciendo, de tumbo en tumbo,
largo recorrido aéreo,

arrastrado a otro orbe, sólo al cabo de diez años de andar de aquí para allá volvería a ver a los míos.
Se emprendió esta expedición el año de 1665, siendo cónsules en Bergen Juan Munthe y Lorenzo Severini; senadores, Cristierno de Bertholdo y Lorenzo Escandio.
Acompañaban al viajero cuatro mercenarios portadores del cordamen y garfios necesarios para el descenso. Fuimos derechos al Sandvico (Sandvigen), por donde es más cómda la subida al monte. Ya en la cumbre, llegados al lugar de la gruta de marras, cansados nos sentamos un rato para el almuerzo.
De pronto me sentí asustado, como presa de malos presagios. Me vuelvo a los compañeros: «Por favor, ¿alguien quiere probar suerte el primero?» La callada como  respuesta me reanima por completo.  Hago que me amarren con la soga, y así dispuesto al viaje encomiendo mi alma a Dios.
Ya a punto de dejarme bajar a la caverna, di a mis acompañantes algunas instrucciones de procedimiento: darme cuerda, hasta oírme gritar; aquí tensar la cuerda; y si seguía gritando, recoger de prisa.
Yo mismo llevaba en la diestra un garfio, para remover cualquier obstáculo en la bajada, y a la vez mantenerme suspendido entre las paredes.
Pero he aquí que a los diez o doce codos de descenso se rompe la soga. Lo supe por el griterío y lamento de los mercenarios, que muy pronto se apagó, mientras con velocidad admirable soy arrebatado a lo profundo, y cual otro Plutón (salvo empuñar el garfio en vez de cetro) [8],
trabajo y tierra pisada
al tártaro hace camino.

Así estuve cosa de un cuarto de hora, cuanto pude conjeturar en semejante perturbación de ánimo, en espesa bruma y noche perpetua. Hasta que por fin brilló una luz tenue, como de crepúsculo, y luego apareció un cielo lúcido y sereno.
Bobo de mí, creía yo que por la repercusión del aire subterráneo, o por la fuerza de un viento contrario, me veía rechazado y, con el vaivén respiratorio de la caverna, vomitado a la superficie terrestre. Pero ni el sol que entonces veía, ni el cielo ni los demás astros me eran familiares, empezando porque eran más pequeños que los de nuestro cielo.  Creía, pues, o que toda aquella máquina nueva celeste era cosa de ilusión, por efecto del vértigo, o bien me figuraba ya muerto y transportado a las sedes del los bienaventurados.
Sólo que esta última opinión resultaba ridícula, empuñando yo aquel garfio y arrastrando un largo cabo de soga; pues bien se entiende que un cordel y un garfio no son utilidad al que va al paraíso, ni los celícolas pueden ver con buenos ojos un equipamiento como para conquistar por la fuerza el Olimpo, a ejemplo de los Titanes, molestando a los de arriba,
Finalmente, pensándolo mejor, deduje que me había trasladado a un cielo subterráneo, y ser verdad las conjeturas de los que afirman que la tierra es cóncava, y que por dentro de sus cortezas se contiene otro orbe menor que el nuestro, y otro cielo tachonado de sol, astros y planetas menores. Los hechos demostraron que acerté.
Ya duraba bastante el ímpetu de mi caída, cuando de pronto sentí que se aminoraba poco a poco, conforma me acercaba a un planeta o cuerpo celeste, el primero que topé en mi bajada. Dicho planeta fue agrandándose sensiblemente, hasta que,  a través de una atmósfera más bien densa que me rodeaba, pude reconocer sin dificultad montes, valles y mares [9].
Como ave que vuela bajo
por el litorial, rondando
los escollos donde hay peces,
así yo me vi volando
entre la tierra y la mar.

Entonces me di cuenta de que yo no nadaba en el aura celeste, sino que mi trayectoria,  perpendicular hasta entonces, se volvía circular.  A lo cual, el cabello se me puso de punta, temiendo verme transformado yo mismo en planeta o satélite de un planeta próximo, discurriendo en órbita para siempre.
Mas luego pensando que mi dignidiad no padecía detrimento por tal metamorfosis, y que un cuerpo celeste, o satélite del mismo, allá se andaban con un estudioso de la Filosofía muerto de hambre, me reanimo; sobre todo al sentir que, a favor del aura más pura y celestial en que nadaba, ni el hambre ni la sed me apretaban.
De pronto me vino a la memoria que en mi mochila había un pan de los que en Bergen llaman Bolken, que suelen ser de forma oval o más bien alargada, y decido sacarlo y probar si en este estado de cosas sigue siendo grato al paladar.  Pero al primer mordisco lo rechacé por inútil, convencido de que cualquier alimento terrestre me daría náusea. Pues bien, despedido el pan, no sólo quedó suspenso en el aire, sino que por maravilla empezó a describir en torno a mí un círculo reducido.
A partir de ahí vi claras las leyes verdaderas del movimiento, que hacen que todo cuerpo puesto en equilibro adopta la trayectoria circular. Con lo cual, el mismo yo que hacía un momento me  deploraba como juguete de la fortuna, empecé a hincharme, mirándome no ya como simple planeta, sino tal que por siempre iría acompañado de satélite, hasta poder codearme de algún modo con los astros mayores o los planetas de primera. Y sin poderlo remediar, lo confieso, tanto me ensoberbecí, que de haberme topado con todos los cónsules y senadores de Bergen juntos, les habría recibido con desdén, mirándolos como a átomos indignos de mi saludo y de rendirles mi garfio.

(continúa)
____________________________________________
[1] Ramón Domingo Perés (1863-1956), Historia de las literaturas antiguas y modernas. Barcelona, R. Sopena, 1949.  
[2] Título completo: Nicolai Klimii Iter subterraneum, novam Telluris theoriam ac Historiam Quintae Monarchiae adhuc nobis incognitae exhibens, e Bibliotheca B. Abelini.  (Viaje subterráneo, donde se expone una nueva teoría de la Tierra, así como la Historia de la V Monarquía desconocida hasta ahora, procedente de la Biblioteca de B. Abelin) 3ª ed. aumentada y corregida. Copenhague y Leipzig, Chr. Pelt, 1754.
Que un nórdico culto del XVIII-XIX escribiese y hablase latín correctamente no es noticia, en una tradición literaria que se remonta por lo menos a Saxo Longus ‘el Gramático’ (hacia 1200). Todavía en tiempos de Holberg, «el danés pulido habla y escribe en latín a los amigos, se dirige en francés a las damas, en alemán a sus perros, y reserva el danés para soltar palabrotas a los criados». Holberg se resistió cuanto pudo a publicar su obra en danés. No le parecía lengua adecuada para ciertos conceptos expresados en la novela. Y eso que nuestro autor, reclamado por daneses y noruegos, gracias sobre todo a su teatro pasa por fundador de la literatura danesa. Dinamarca y Noruega estuvieron unificadas bajo la Corona Danesa desde 1442 a 1812, en que Noruega se independiza.
[3] Eran viajes imaginarios, aunque no de literatura de ficción. Con el adjetivo ‘extático’ el autor expresa que no estaba ni dormido ni despierto, sino fuera de sí, en éxtasis. En el Viaje I (Iter extaticum coeleste), llevaba el diálogo Cosmiel, el Ángel del Cosmos. El Viaje II se desarrolla en tres diálogos. El primero lo lleva Hidriel, pues se trata de hidrología. En los otros dos, el maestro vuelve a ser Cosmiel, explicando el aspecto exterior del Geocosmos (Diál. 2), para luego, previa exploración marina y submarina, adentrarse en el mundo subterráneo (Diál. 3, caps. 1-2).
[4] Iter extaticum Kircherianum. 2ª ed., Herbipoli (Wurzburgo), 1660; reimpr. 1671. Lo repite Schott en su Curso Matemático (1677), pág. 247 (para más fácil lectura ver aquí en Camena).
[5] Se refiere al mismo Antón Mª Schyrleo de Rheita (1604-1660), en otra obra, El Ojo de Enoc y Elías, 1645]. El capuchino Rheita se hizo famoso por sus descubrimientos con un telescopio suyo mejorado respecto al de Kepler y binocular, así como por un mapa de la Luna, donde tiene dedicado un cráter y el valle donde se sitúa (valle de Schyrleo y cráter de Rheita).
[6] Recordemos que desde 1706, Holberg no volvió a pisar Noruega. No conociendo yo Bergen, nada más puedo decir, salvo bajo palabra del docto Elberling.
[7] Volverer in praeceps longoque per aëra tractu (Ovidio, Metamorph. 2: 319-320).
[8] Labor, et icta viam tellus ad tartara fecit (Cfr. Ibid., 5: 423).
[9] (Cfr. Virgilio, Eneida, 4: 255.257)
Sicut avis, quae circum littora, circum
piscosos scopulos humilis volat aequora iuxta,
haud aliter terras inter coelumque volabam.


12 comentarios:

  1. Nadie le agradecera suficientemente el aporte cultural que hace a los que le seguimos, a unos mas que a otros, entre los unos me cuento. Nos descubre mundos, situaciones, conceptos que si bien en ocasiones cuesta encajarlos, por ignorancia, en la mayoria son una delicia. Solo lamento estar a tanta distancia, fisica, como para no tener al esperanza de escucharlo de viva voz.....¿o cabría esa posibilidad?. En cualquier caso, larga vida al Maestro.

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    1. Agradecido yo, halcón peregrino, por sus amables palabras. Y seguro estoy de que ave de tanto vuelo no reparará en distancias. Yo también estaré encantado de saludarle. Tengo base en Madrid, voy por allí con regularidad, y usted tiene mi dirección de correo.
      Con todo mi afecto, un saludo.

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  2. Muy divertido. Y tiene mérito hacer que un libro tan antiguo, y de viajes para más inri, sea tan entretenido ( tengo que confesar que Los Viajes de Marco Polo, e incluso La Odisea, me aburren muchísimo - en cambio, la Illiada, está entre mis favoritos de todos los tiempos, y se la solía leer a mis hijos de pequeños, con lo que cada uno tiene su propia copia, en la traducción de Rieu, claro, y son forofos de Hector, de Ajax, de Diómedes- )

    Muchas Gracias Profesor Belosticalle como de costumbre, ha sido un placer, y espero con impaciencia la continuación.

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    1. No cantemos victoria, amiga Viejecita.
      El humorismo es relativo y cambiante. El mismo Aristófanes, o Luciano, a veces no tienen gracia sin un comentario, y con él tampoco. Las alusiones pierden sentido, y explicadas pierden la sal.
      Holberg, contemporáneo algo mayor de Voltaire y una generación después de Newton, paga tributo a preocupaciones cosmofísicas que hoy están apolilladas para el lector común.
      No sé ni cómo me atrevo a sacudir estas pieles. Me da grima que los anglosajones y otros europeos hablen de ellas, y aquí nada.
      Como digo en el artículo, el Viaje subterráneo se tradujo al español hace una década. No sé si del latín, del inglés o de qué lengua. En todo caso, sin pena ni gloria. En un par de años fue libro descatalogado. Una pifia.
      Mi experimento aquí se reduce a unas pocas muestras del libro, y que cada persona amiga de este blog se haga su idea. ¿Divertido? Pues divertido. ¿Pelmazo? Pues pelmazo Belosti…, digo, Holberg.

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  3. Buenos días
    hice ayer temprano un comentario, sinsorgo sin duda, pero los Hados del Blogspot y cierta inepcia propia se lo tragaron y anda rebotando por los intestinos blogosféricos sin que nadie lo pueda pescar.
    Con el Tumba, timba, leí en esta casa y hoy no sé que de la vanidad o el dinero. Imagino al joven profesor de brillantes calificaciones con su Bultaco visitando a su moza con la vanidad que corresponde y algún dinero para café. Las vanidades de juventud, las vanidades del amor, ay, ¿Es qué sin vanidad nos peinaríamos por la mañana? ¿Es qué sin dinero pagaríamos la luz? Las tazas tienen su medida y su tiempo y de todo se nutre uno. Hoy lo vemos como a un "viejo profesor" con moza y sin Bultaco, vemos a un hombre sencillo y complejo, perplejo y sabio, cansado y con ansia de aprender y compartir. En mi ordenador no se mete como un troyano, yo lo busco. Es mi vanidad la que me trae a esta casa, la vanidad de acercarme a los mejores y por vanidad presumo de que el profesor me reconoce, me saluda y me aprecia.
    El profesor se asombra donde nosotros vemos rutina. Sabe que nos atrae y una vida dedicada a la enseñanza no se apaga fácilmente y nos deleita e instruye. Bendita vanidad.

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    1. Querido amigo Tumbaollas, creáisme que doy por bien perdido ese comentario de ayer –si realmente era sinsorgo, que lo dudo–, pues a cambio recibo precisamente hoy, fiesta de San Millán de la Cogolla, este otro que me estoy aprendiendo de memoria. Por vanidad, desde luego, y porque está escrito de puta madre. De entrañable pura-putísima madre. Creáismelo, porque sabéislo.

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    2. Muchas gracias querido.
      ¿nos veremos mañana en Cámara?

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    3. Con camisa limpia y planchada, los dos.

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    4. O sea, los tres. Estupendo Neo. Nos vemos.

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    5. ¡ Eso, Eso, !
      Restriéguennos a los que vivimos en pleno secano, que ustedes, son de, y viven en , Bilbao
      ¡ La Capital del Mundo !

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    6. «Bilbao, la capital del Mundo»

      ¿Se refiere al Mundo Subterráneo? Porque espere y verá, Dª Viejecita.

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