Benedicto XVI en 2010, ante la efigie-relicario del papa S. Celestino V, tras el terremoto de 2009 |
La noticia de la abdicación de
Benedicto XVI bien puede decirse inesperada, pero no sorprendente. Lo habría
sido –y más que eso, impensable– en su predecesor Juan Pablo II. Wojtyla encarnaba
la idea o mentalidad del papa trascendente, sobrehumano, cuyo físico mortal es
mero soporte de una presencia divina indefectible, donde la renuncia no tiene
sentido. Ratzinger es más de la casta de los papas humanos, razonables y
dubitativos. Como Juan XXIII (Roncalli), Pablo VI (Montini), Benedicto XIV (Lambertini), que aunque no
abdicaron, lo habrían hecho sin aspavientos, de haber visto razón para ello.
Gregorio XII
Las gacetillas encarecen que la última dimisión papal ocurrió hace seis siglos. En efecto, en 1415
abdicó Gregorio XII. Pero aquella dimisión fue muy especial. Fue en la crisis del
Gran Cisma de Occidente, cuando en la Iglesia llegaron a concurrir hasta tres papas, con
gran incertidumbre de cuál fuese el legítimo, si alguno lo era. Una de las salidas
del atasco era la ‘vía de cesión’ o renuncia simultánea de los rivales, para
proceder a una elección limpia y segura.
En tal impasse prendió
también la idea del ‘conciliarismo’. El señor Papa, por muy Vicario de Cristo
y Jefe de la Iglesia que sea, no lo es tanto que no esté sujeto a la autoridad de la
misma Iglesia constituida en Concilio General.
El Concilio de Constanza
(1414-1418), convocado por el Emperador Germánico Segismundo para acabar con el cisma, actuó en consecuencia y presionó
a los tres rivales. Renunciaron Gregorio XII y el entonces llamado Juan XXIII: papa
y antipapa. Pero en cambio Benedicto XIII, Pedro de Luna, se mantuvo ‘en sus Trece’, y el Concilio no tuvo más remedio que deponerle en rebeldía (26 julio 1417).
La postura de Luna ha sido
criticada por muchos aspectos. Sería chiste fácil decir que no dimitió porque
era aragonés, o porque un español no dimite. Personalmente veo que su negativa,
aunque nada realista, era lógica –más que la de Gregorio–, en la línea de la idea
del papado absoluto, que terminaría trunfando sobre el conciliarismo. En Luna se
puede dudar de su acierto y rectitud en el punto de arranque –él había sido de hecho
el promotor del Cisma–, pero su firmeza hasta la muerte debería merecerle nota positiva para cualquier detractor del conciliarismo.
Celestino V
Remontándonos más en tiempo, encontramos
un renuncio algo más parecido al actual. Sólo ‘algo’. Celestino V fue
elegido papa el 5 de julio de 1294, y no había acabado el año cuando, el 13 de
diciembre, abdicaba voluntariamente.
Aquel papado meteórico fue muy particular. Tras dos años y tres meses de sede vacante, de pronto
el cónclave se pone de acuerdo y elige nemine discrepante a un ermitaño llamado
Pedro Angeleri (1215-1294), que retirado en una cueva del monte Morrone (2061 m), en
los Abruzos, imitaba la vida de San Onofre, San Macario Romano y demás Padres
del Yermo en su versión más hirsuta. Lo que no significa que el religioso fuese un zote,
pues tuvo formación monástica benedictina y era presbítero, con estudios clericales cursados en Roma. Pero su vida estaba
allí, en el paraíso solitario que hoy es Parque Natural del Abruzzo, absorto en la
contemplación y en pequeñas milagrerías aldeanas. Y de la noche a la mañana, ¡zas!,
ni obispo, ni patriarca, ni cardenal: papa, y por unanimidad.
¿Cómo así? Por supuesto, el de
Morrone no era ningún desconocido. Veinte años antes había ido a pie hasta León de Francia,
con ocasión del Concilio Lionés II (1273), para defender allí su propio estilo de vida religiosa. Aun así, su elección papal se hacía tan rara, que los propios
conclavistas reconocieron haberse movido ‘quasi per inspirationem’.
Sin hacer de menos al Espíritu
Santo, nada impide ver también manos políticas, tanto la seglar como la
clerical.
En la primavera de 1274, Carlos
II el Cojo de Anjou, rey de Nápoles, se coló en la sala del cónclave, teóricamente sellada, para meter prisa a los electores, porque él personalmente la tenía para que un papa bendijera su acuerdo con Jaime II de Aragón, para quedarse él también con Sicilia. Y aunque Carlos salió
despedido con cajas destempladas, fue la ocasión de airear unas profecías
frescas del santo ermitaño Pedro de Morrone, emplazando a la Iglesia para el 1º de
noviembre, con grave castigo si para entonces no sacaban papa.
Los historiadores más
suspicaces piensan que en aquel ajo anduvo también uno de los
conclavistas, Benito Caetano. Este cardenal ambicioso y calculador llevaba metida en su cerebro de jurista la idea papal gregoriana, que en nadie encajaba mejor que en él mismo. Y para ir derecho a este fin, el bueno de Celestino le sirvió de rodeo dilatorio. Aquella caricatura de papa silvestre sería su instrumento para dotar a la Iglesia de otro verdadero papa como Dios manda: Benito Caetano.
Personaje tan influyente, y a la vez tan rico, no tuvo dificultad en caldear entusiasmo hacia el electo profeta. Mas no todos tragaban el anzuelo. Fra Jacopone de Todi, franciscano ‘espiritual’ y poeta
popular religioso, aunque a sus ratos también satírico, se receló de la jugada,
y puso en circulación unas coplas donde pasaba
revista a la galería de tipos corruptos que formaban el nuevo paisaje del papa-ermitaño:
cardenales, prebendados, rábulas, todos y cada uno a sus gajes:
Chè farai, Pier da Morrone?
Sei venuto al paragone.
Eso, ¿qué vas a hacer? Separar el trigo de la cizaña, eso se queda para los ángeles del Juicio Venidero. ¿Qué vas a hacer tú, pobre monje sin experiencia del mundo?
Ahora bien, la historia del monacato nos advierte de mirar con más respeto a unos anacoretas, que a veces tenían de todo menos de simples. Pensemos por ejemplo en Francisco de Paula (1416-1507), otro ermitaño áulico, todavía popular hoy en día como ‘San Francisquito’, el Santuchu en Bilbao. En un tiempo en que reyes y príncipes, obispos y papas no movían dedo sin consultar con su astrólogo, un sujeto de la clarividencia profética del nuevo Francisco era un mirlo blanco para los reyes de Francia, que le pusieron jaula en su corte...
No divaguemos. Nuestro Pedro mostró tener su trastienda. Y en vez de correr en busca de los cardenales, les citó él a su terreno, que era también el de Carlos como rey de Nápoles. Montado en un asno y aclamado por las gentes, como Cristo en Jerusalén, hizo su entrada el nuevo papa en la ciudad de L'Aquila (Abruzo). Significativamente, llevaban la brida Carlos II y su hijo el príncipe Carlos Martel. Luego, en la bonita iglesia de Santa María de Collemaggio, extramuros, tuvo lugar la coronación de Celestino V, hechura a la vez de Caetani y de Carlos, aunque de momento más prisionero del rey que títere del cardenal.
Esto lo vio muy pronto Celestino, cuando quiso ir a tomar posesión de su verdadera sede, Roma, pero Carlos le ‘sugirió’ de forma tan respetuosa como persuasiva disfrutar de su hospitalidad, residiendo en el Castillo Nuevo de Nápoles.
Consciente de su verdadera situación, y en la duda (bastante común entonces) de si un papa puede abdicar, propuso tomarse unas vacaciones en su yermo, dejando como corregentes a tres cardenales. Esta solución obviamente no fue bien acogida. Fue entonces la hora de Caetani para ofrecer al papa sus servicios de gran canonista. Él mismo se encargó de redactar dos documentos, que se leyeron uno tras otro en consistorio de 13 de diciembre. El primero era una bula autorizando la abdicación de un papa por razones graves. Quitado así todo escrúpulo, el segundo documento leído era aplicación del primero, siendo renunciante el propio Celestino.
Lo que no sabía éste –o tal
vez sí, siendo profeta– era que con su abdicación firmaba su sentencia de muerte. Dueño Caetani de la situación, a los diez días se juntaba cónclave en el mismo Castillo Nuevo, donde en una sola jornada, el 24 de diciembre, Don Benito tendría su nochebuena ya como papa, con el nombre de Bonifacio VIII (1294-1303). Afirma Dante que sus dineros le costó, pues según dice, él le vio en el infierno de los simoníacos (Inferno, 19: 52-57). Y eso que aún no había muerto.
Uno de los cuidados de Bonifacio fue retener a Celestino preso, por si a alguien se le ocurría reponerle. El año siguiente, 1295, consigue fugarse, pero es localizado y a mediados de mayo detenido. Un año después moría en su última cárcel, una de las más siniestras de toda Italia. Según unos, envenenado, o de hambre según otros, por orden de su carcelero, Bonifacio. Un nombre, Boni-facio, que ya entonces daba para chistes.
La dimisión de Celestino fue juzgada muy contrariamente. Para Dante que, sin nombrarle, también vio su sombra en el Infierno, fue un acto de cobardía (Inferno, 3: 59-60):
vidi e conobbi l’ombra di colui
che fece per viltà il gran rifiuto
Los comentaristas mayormente dan por cierto que el pasaje se refiere a Celestino, y que ‘la gran renuncia’ era abdicar del papado. Pero la
vileza o cobardía no se ve por ninguna parte. En todo caso, el círculo infernal de Celestino está muy por arriba del de su verdugo.
En fin, algunos otros abandonos papales se citan, pero no haremos mucho caso por ser
remotos y poco claros.
¿Pero puede un sumo pontífice renunciar? Hombre, a primera vista, si un papa
puede ser depuesto por alguien, con más razón puede ‘deponerse’ a sí mismo. Y
papas depuestos, sin contar antipapas, se citan al menos nueve.
Alguno tan curioso como Benedicto IX (1032-1044), verdadero ‘papa-guadiana’
o de quita y pon para las facciones romanas. Pero eso era en el ‘siglo de hierro’
del Pontificado.
Lo que no dejará de sonar, con ocasión del próximo cónclave, es que con
esta abdicación Benedicto adelanta el fin de los tiempos. En efecto, en la
Profecía de San Malaquías él hace el penúltimo de la lista de papas, con el lema personal de Gloria olivae. Un título cuyo acierto sólo ahora se ve; porque oliva
es la aceituna, pero también su árbol, el olivo. Pues eso: ‘tomar el olivo’.
Algún intérprete hispano ya se lo habrá explicado así a al papa.
¿Y detrás? Pues detrás, penitenciágite. Porque según la misma
profecía, «en la persecución extrema de la Santa Iglesia Romana, se sentará
Pedro Romano, que pastoreará las ovejas en muchas tribulaciones. Pasadas las
cuales, la (Ciudad) de las Siete Colinas será destruida, y el Juez Tremendo juzgará a su
pueblo. Amén.»
Aunque también es posible que el vaticinio hable en parábola, y lo que
llama persecución y tribulaciones represente la gran crisis de valores y de ideas
que, al parecer, ha superado al anciano José Luis Ratzinger.
Y en verdad tiene que ser angustiosa paradoja: saberse uno infalible, y al
mismo tiempo no saber qué decidir sobre cada problema que surge a cada
paso.
En estas circunstancias, un espíritu reflexivo y científico tal vez no sea
la cualidad más recomendable, según algunos. Incluso habrá quien añore una
vieja estampa de otros tiempos: en plena borrasca, agitada por las olas, la Barca de Pedro
pilotada por Cristo en persona, mientras su Vicario, un relajado Pío IX, inspirado por el Espíritu
Santo y un buena copa de Montefiascone, resuelve el crucigrama y los acertijos
del diario.
Muy bueno, D. Belosticalle. Instructivo y ameno, como es costumbre en usted.
ResponderEliminarY yo que me alegro por Benedicto XVI. A pesar de mi absoluta falta de fe, me dio mucha penita ver como pasó los últimos años de su papado el anterior Papa, Juan Pablo II. Son personas a las que, sin conocerlas más que a distancia, les acabas cogiendo cierto cariño.
Muchas gracias por sus entradas, Maestro. Por esta y por las anteriores. Siempre es un placer leerle.
Necesitaremos que el Santo Padre sea reflexivo, sin duda. Del vaticinio es preludio nuestro presente.
ResponderEliminarComo siempre, encantada por la lectura :)
Maestro Belosticalle, grande lo de: Y en verdad tiene que ser angustiosa paradoja: saberse uno infalible, y al mismo tiempo no saber qué decidir sobre cada problema que surge a cada paso.. Tal vez en ello resida el misterio.
ResponderEliminarProfesor Belosticalle
ResponderEliminarA mí este papa me gustaba mucho. Porque estaba en su papel, de jefe de una religión a la que le tenemos cariño, pero con unas reglas prácticamente imposibles de cumplir si uno vive en el mundo actual. Y seguía defendiendo la oración, la castidad, el sacrificio por los demás, el amor al prójimo... Y se le veía tan bien educado, tan afable, y tan "no de este mundo ", que me parecía enternecedor.
Mucho mejor que los antecesores que llegué a conocer ; Pío XII, tan aristocrático y con esa pinta tan espiritual, pero tan distante también ( y tan poco enterado de según qué cosas ), Juan XXIII, al que no le perdono que suprimiera el gregoriano y el latín en las ceremonias religiosas, Pablo VI , que me parecía muy inteligente pero muy politicastro, y no digamos Juan Pablo II, tan , tan, tan , que suenan las tres, como suele una decir cuando prefiere no especificar... (Al primer Juan Pablo, no lo cuento porque se murió enseguida ).
A ver ahora a quien nos eligen. Porque aunque parezca que ya lo que diga el Papa no importa nada, la verdad es que todavía sigue teniendo muchísima influencia. Y la historia que usted nos ha contado del papa ermitaño, no parece que anime mucho a la confianza en la inspiración del Espíritu Santo...
¡¡¡ Y Muchas Gracias !!!
Don Belo, distraido e instructivo. Gracias.
ResponderEliminarLa entrega a Jesucristo no tiene un sólo camino. El anterior Papa eligió sufrir su puesto abrazado a la cruz de por lo menos su incapacidad física. Nada que objetar. Yo aún lo quise y admiré más por eso.
Ahora este hombre decide renunciar. No creo que sea huir. Es entregar la conciencia de una incapacidad a la causa de la Iglesia. Aún lo quiero más.
El anterior me enseño a verlo y escucharlo. Benedicto XVI me ha puesto a leer todo lo que ha escrito y dicho.
Entre los dos me han hecho mejor persona. Creo. Se lo agradezco.
Napo
Agradezco en conjunto sus comentarios, más valiosos porque nacen de convicciones distintas, coincidiendo todos nosotros en el respeto a una decisión personal muy importante para una institución de tanto peso como la Iglesia.
ResponderEliminarHe evitado entrar en el campo de las especulaciones sobre los ‘verdaderos’ motivos que haya podido tener el papa, aparte de su alegada (y visible) fatiga.
Los problemas que él ve superiores a su fuerza no se agotan en el campo de la Doctrina, la Ética y la Justicia. La propia máquina de la Iglesia, el Vaticano y sus finanzas, sus mafiosidades etc., a un alma noble tienen que darle retortijones de barriga. Y no digamos si, en el círculo más íntimo, todo un papa descubre que se le ningunea, o que sus pajes le hacen la petaca, o le sacan vídeos en calzoncillos para ganar unos cuartos.
Me cuesta creer que nada de lo dicho, por ingrato y doloroso que sea, haya sido determinante para tumbar a Benedicto. Entre otras razones, porque Ratzinger es perro viejo en la Casa y se las sabe todas.
Supongo que él vuela más alto, y que Dante no podría, ni por ripio, hablar de viltà, cobardía o apocamiento.
Estoy convencido, D. Belosticalle, que la única razón de la renuncia ha sido su evidente deterioro físico. Si llega a tener una salud como la que debería tener un hombre de unos sesenta y pocos años, tengo la certeza que alguno llegaría corriendo hasta el otro lado de Los Alpes, desde Roma.
ResponderEliminarMuchas gracias, Maestro Belosticalle. Siempre es un placer leerle. Aún más, cuando se complementa la entrada con los comentarios.
Un abrazo.
Doña Pussy Cat ha puesto en La Argos
ResponderEliminareste enlace a un artículo de Boyer sobre la renuncia del Papa.
A mí me ha encantado. Y lo de que todo ese ritual tenía que ser un suplicio para un pensador como él, a diferencia de ser "su salsa para un actor como el polaco Woytila " (el texto entrecomillado es mi manera de contarlo, que Boyer escribe muchísimo mejor que yo, pero no me apetece estar copiando y pegando ), eso ha sido la guinda para mí.
http://www.caffereggio.es/2013/02/14/el-papado-como-infierno-de-miguel-boyer-arnedo-en-el-mundo/
Maestro, me ha encantado y estoy muy agradecida de que nos haya contextualizado las anteriores renuncias papales.
ResponderEliminarTAmbién me ha gustado mucho la entrada anterior, la tenía pendiente.
A sus pies, como siempre.
Interesantísimo, as usual. ¡Qué gran historia hay para ser contada con Benedetto Gaetani!
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