martes, 29 de mayo de 2012

Nos vamos al Infierno


J.M.W. Turner: El Ramo de Oro (‘The Golden Bough’), 1834. Tate Britain


Si alguien desea viajar al Otro Mundo, esta es la mejor temporada. Con la que está cayendo y la que se ve venir, hasta el menos picado de curiosidad por lo ignoto, o el más agarrado a esta realidad efímera, tienen motivo para desear ausentarse por un tiempo, mientras escampa. Cuenten conmigo, si en algo puedo ayudar, ya desde esta misma página.
Entre los viajes literarios al más allá hay que destacar dos tópicos: el Paraíso terrestre y el Infierno. Nuestro viaje de hoy será de esta segunda clase, lo que se dice en griego una catábasis o bajada al hondón del necrocosmos, el mundo de los muertos.
Decir ‘bajada a los Infiernos’ es pleonástico, ya que infierno significa ‘lugar inferior’, y sólo eso, nada de lugar de tormentos. Cierto que los héroes clásicos que se plantearon tal viaje vieron sombras o almas con diferentes destinos en diferentes lugares; pero el personaje a quien buscaban no era ningún malhechor condenado y atormentado. Orfeo baja para rescatar a Eurídice, Ulises desea consultar al adivino Tiresias, y Eneas quiere ver a su difunto padre con el mismo fin.
La ‘bajada al Hades’ más antigua se relata en el mito sumero-acadio de Inanna/Ishtar, que no es consultivo, sino un mito de rescate, como el de Orfeo. La diosa se aventura a colarse en el ‘País de Irás y No Volverás’, pero identificada y muerta tiene que ser resucitada y rescatada por su leal secretario Ninshubur, siguiendo instrucciones de Enki, el dios sabio, con templo y oráculo en Eridu.
Qué se le había perdido allí a Ishtar o Ester –la Venus mesopotamia–, no se sabe. Antes se pensaba que fue a rescatar a Dumuz (equiparado a Adonis). Excluida esa lectura, cabe pensar que la diosa del ‘Gran Arriba’ sólo fue a fisgar por la Casa de Lapislázuli de su hermana mayor y gran enemiga Erashkigal, la diosa del ‘Gran Abajo’.  Tal metedura de narices no hizo la menor gracia a la temible dama infernal, y a los Siete Grandes Jueces de aquel mundo tampoco.
Por otra parte, para practicar la ‘nequiomancia’ o consulta sacrificial a los muertos no es imprescindible ir a ellos: también se les puede evocar, como hizo Saúl con el alma del profeta Samuel, en el Antro de la Pitonisa de En-Dor [1]. De hecho, tampoco Ulises en la Odisea baja a ningún infierno. Llegado a un punto de contacto, es Tiresias quien sube a la cita, y con él otros muertos no invitados, atraídos por la nekyia, la ofrenda mortuoria del visitante [2].
Otra mito-topografía, no sé si más moderna o sólo diferente, sitúa aparte el ‘País de los Vivos’ –lo que en principio debió haber sido el Edén o Paraíso terrenal–, bien en algún país remoto, o ya en un Paraíso celeste, arriba de la bóveda del cielo. Todo esto es muy sabido y no debe distraernos.

El Canto VI
El viajero a Nápoles tiene la suerte de poder visitar muy cerca el escenario del Canto VI de la Eneida, situado en los Campos Flegreos, al oeste de la ciudad. Aquí un paisaje de origen volcánico en un área reducida de unos 20-30 Km2 juntaba los elementos reales e imaginarios que Virgilio elaboró para componer el libro nuclear a su poema.
No fue por casualidad. Desde joven, el mantuano era un napolitano adoptivo. Nápoles había nacido como ciudad griega focea, filial de Cumas, que pasaba por ser la más antigua colonia helena en Italia. En el ‘Siglo de Augusto’, la obsesión de Roma es dotarse de pedigrí homérico, y Virgilio acude con sus mitos y supuestas profecías sobre la Urbe y el propio Augusto. Mientras el panteón latino-etrusco se heleniza, Eneas y sus compañeros emigrados de Troya ponen pie en Cumas para convertirse en ancestros de las estirpes romanas más ilustres, incluida por supuesto la gens Iulia del emperador.

Con habilidad, Virgilio injerta su relato en el tronco mítico sagrado de los Libros Sibilinos, de origen troyano, que de sibila en sibila llegaron a poder de Deífoba, la Sibila de Cumas. Las sibilas fueron mujeres poseídas del numen de Apolo, que puestas en trance emitían oráculos o daban consejos. Esta Cumana tuvo el privilegio de una vida milenaria sin el de una eterna juventud. Por tanto,  ya en tiempo de Eneas, con sus 700 años a cuestas, era el vejestorio feo y malhumorado, pero robusto, que Miguel Ángel pintó en la Sixtina, junto con otras colegas más jóvenes y hermosas.
Los Libros Sibilinos, guardados en el Capitolio, fueron como la Biblia de Roma, obra de consulta para situaciones críticas. Escritos en versos griegos, en realidad eran sólo una reliquia, la tercera parte de una colección, que la Sibila de Cumas ofreció a Tarquinio el Soberbio por un precio que al rey le pareció  exagerado, pero que al fin hubo de pagar sólo por ese tercio, al quemar ella una y otra vez los otros dos sin rebaja alguna.
La verdad es que también ese resto se quemó en el incendio del año 83 a. de C., y el ejemplar en tiempos de Virgilio era una reconstrucción como mejor se pudo. Augusto se interesó mucho por ellos, pensando que se referían a él y su linaje. Pero su destino fatal era por lo visto el fuego, si es cierto que los hizo quemar el general Estilicón en 405 [3]. Pudo ser en un fanático auto de fe cristiano, o tal vez porque se utilizaban para criticar la política del bizantino. ¿Bien hecho? Coincidencia: sólo cinco años después (410) Alarico con sus godos saqueó la ciudad.
No se deben confundir dichos libros con los Oráculos Sibilinos, también en hexámetros griegos, y que figuran entre la literatura bíblico-apócrifa de origen judeocristiano. De los auténticos Libros Sibilinos (mejor dicho, de sus copias) sólo queda una pieza que anuncia el nacimiento de un hermafrodita, y lo que conviene hacer al respecto.

Profetisa cristiana

                                 Día de ira y pesadilla,
                                 arde el mundo cual cerilla,
                                 según David con Sibilla.

Todo el mundo conoce la primera estrofa del Dies irae, terceto monorrimo medieval donde la Sibila de Cumas y el rey David van del bracete anunciando el acabose. ¿Cómo así? La verdad es que si alguien sobra aquí es David, pues el profeta bíblico citable sería más bien Sofonías. Pero qué más da, Sofonías no cabe en el verso.
El caso es que en el siglo XIII todo el mundo creía que la Sibila de Cumas era una profetisa inspirada, que anunció el nacimiento del niño Jesús, según lo recogió Virgilio en la Égloga IV.
La cosa venía de atrás. A pesar de su fuerte carga pagana, a pesar también de compañía tan sospechosa como la Égloga II, de contenido homosexual –¡ah, «el pastor Coridón ardiendo por el bello Alexis»!–, el cristianismo triunfante bajo Constantino miró a otro lado y se quedó con aquello de:

         Ya la postrera edad del Cumeo cantar ha llegado:
                Un gran orden del mundo nace nuevo del todo;
         Ya vuelve la Virgen, ya vuelve de Saturno el reinado;
                Ya una nueva progenie del alto cielo baja.

En la misma vena, la sanción moral en el infierno virgiliano, con los malos en el Tártaro rodeados por el río de fuego Flegetón, y los buenos por los Campos del Elíseo departiendo sobre filosofía platónica, más algún otro toquecillo  espiritual, bastaron para canonizar el Cantar VI y la Eneida toda, junto con el poeta. Así, cuando Dante emprende su viaje al Más Allá, su guía y mentor será un Virgilio cristianizado. ¿Exageración? Para entonces (y no se me rían), ‘San Virgilio’ ya tenía nicho en algunos altares [4].

Mapa Google-Earth, girado según la orientación del de De Jorio
  Cartografía de ultratumba
El mito dice que Schliemann descubrió Troya mientras iba recitando de memoria la Ilíada. El mito dice que los arqueólogos de Israel con la Biblia hebrea en la mano han ido poniendo cada cosa en su sitio. Hoy muy pocos se creen esto ni aquello, pero sigue en pie la pregunta: ¿Es posible seguir a Eneas por los Campos Flegreos usando el Canto VI a modo de GPS literario?
Como hay gente para todo, en mi pantalla tengo abierto en PDF al reverendo De Jorio, en su libro titulado Viaje de Eneas al Infierno y a los Elíseos [5]. En poco más de 100 páginas de lectura fácil, y a veces divertida, el autor ofrece una propuesta de turismo realmente original, tras los pasos del héroe troyano. Y para no perdernos, el texto se acompaña de un mapa con el itinerario numerado según los versos del poema, con los nombres poéticos y los modernos de cada lugar.
Andrea de Jorio (1769-1851) fue un canónigo napolitano nacido en la isla de Prócida, muy conocido como anticuario especialista en ‘vasos etruscos’ –como se solía llamar entonces a la cerámica griega en general– y en pintura pompeyana. Su fama, sin embargo, se debe sobre todo a la genialidad o la ocurrencia de haber conjugado arqueología  y etnografía, relacionando la gestualidad de las figuras y escenas antiguas con el lenguaje gestual de los napolitanos modernos.  Su libro ilustrado, La mímica de los antiguos investigada en la gesticulación napolitana, pasa por ser pionero en el género [6]. Es ciertamente de lo más original, igualmente entretenido y curioso, desenfadado cuando ilustra, por ejemplo, las formas de «far le corna», con todo detalle, en triple apartado (págs. 89-120):

1. De cuántas especies de cuernos hacen uso los napolitanos.
2. Ideas que ellos asocian a los cuernos, sin excluir el gesto y la voz cuernos.
3. Finalmente, si los antiguos tuvieron, en todo o en parte, las mismas ideas y usos, así como los mismo gestos de los modernos, respecto al cuerno.

El buen canónigo estaba convencido de que sus compatriotas y él mismo, como descendientes directos de los fundadores y habitantes de Cumas y de Parténope –la Palépolis o ciudad antigua, por contraposición a Neápolis (decir «la antigua Nápoles» es oxímoron)–, habían heredado el carácter de sus abuelos, y había continuidad real entre la mímica moderna y la antigua. Descartada esta pretensión, todavía el libro ha merecido los honores de una traducción al inglés comentada.
Con igual bonhomía se desempeña De Jorio en su paseo por el más allá. Su punto de partida es la playa de Cumas, lugar de desembarco de Eneas, subiendo luego a la acrópolis, donde Dédalo tomo tierra desde Creta, y al templo de Apolo, donde dejó como exvoto las alas artificiales que le sirvieron para volar, etc.
Con todo, ya don Andrés nos avisa que la topografía ha cambiado bastante desde aquello. Y no menos desde el libro hasta hoy, podríamos añadir. El mismo Averno de hoy, poblado de patos y pollas de agua, tiene muy poco que ver con el cráter lagunar hosco y desolado, de aguas sombrías y  mefíticas, cuyo nombre según la etimología popular significaba «sin aves», en griego, porque ninguna osaba impunemente sobrevolarlo.
Obviamente Virgilio no pudo hablar del Monte Nuevo, surgido en la erupción volcánica de 1538; pero aunque el acceso al lago sigue siendo el mismo, ya no se aprecia la hoz o garganta identificada como « fauces del Averno», borrada tal vez en el mismo o en otro episodio sismo-volcánico.
Por cierto, a los viajeros del Gran Tour aquí mismo a mano izquierda se les mostraba el Antro de la Sibila. Hoy en cambio se lo sitúa en la propia Cumas, bajo la acrópolis, en un lugar mágico espectacular. Así lo adivinó De Jorio, y en 1932 lo confirmaba el arqueólogo Amedeo Maiuri con aplomo no confirmado, ya que aunque hay allí mucha obra antigua, una buena parte de los restos, incluido el antro propiamente dicho, podrían ser de época virgiliana o incluso posterior.
¿Y qué más da? ¿Qué se hizo de los Campos Elíseos y del propio Elíseo, anegado todo en una marea prosaica de chalets y casas modernas? ¿Y el río de fuego? Porque lo más parecido hoy a un Flegetón sería la Solfatara, no incluida por De Jorio en su mapa.
Y es que los lugares mágicos son para soñar. En este caso, para imaginar una réplica subterránea, desdibujada y confusa, por donde acompañamos a Eneas en pos de la Sibila que con la Rama de Oro en su mano nos muestra la ruta.  


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[1] 1 Samuel, 28: 3-25.
[2] Odisea, cantos X-XI. Todavía hay una segunda nekyia en el canto XXIV, harto sospechosa de ser interpolación.
[3] Rutilio Namatiano, De reditu suo, 2: 52. Bibliotheca Classica Latina, 126: Poetae Latini Minores, N. E. Lemaire, Paris, 1825, t. 4, p. 171. Cfr. ibíd. Excursus VIII, pp. 196 y ss
[4] Cfr. John W. Spargo, Virgil the Necromancer: Studies in Virgilian Legends. Harvard Univ. Press, Cambridge, Mass., 1934, pp. 100 y ss. (Chap. 3:  ‘Saint Virgilius’?).
[5] Andrea de Jorio, Viaggio di Enea all’ Inferno, ed agli Elisii secondoVirgilio. 2ª ed., Napoli, Stamperia Francese, 1825.




6 comentarios:

  1. El maestro D. Belosticalle escribió:

    Como hay gente para todo...

    Y menos mal, escribo yo. Si así no fuera, no me hubiera deleitado leyendo su entrada.

    Muchas gracias D. Belosti. Espero, como agua de este Mayo que ya termina, la siguiente cita.

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    1. Ya me gustaría despedir a Mayo con otro capítulo. No sé cómo iremos de tiempo.
      Un gran saludo, amigo Asturianín.

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  2. Maestro Belosticalle, se supera usted. Amenísimo, este viaje a los infiernos. Y realmente no sé dónde consigue usted encontrar joyas como este estudio de la mímica napolitana.

    Por cierto, el año pasado estuve en Turín, y parece ser que allí se encuentra otra de las puertas del infierno (concretamente en la Piazza Statuto).

    Un abrazo.

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    1. Gracias, querido Navarth. Todavía molido, pero con ganas de sacar género, poco a poco.

      La Mímica de De Jorio es muy salada, amén de interesante. Lo más curioso es que el autor, como arqueólogo profesional, concebía su estudio del lenguaje gestual de sus paisanos napolitanos como un instrumento para interpretar la imaginería clásica.

      Me he preguntado hasta qué punto pudo influir en Darwin para su libro ‘La expresión de las emociones en el hombre y animales’, otra obra pionera en su género. Desde luego, el inglés no cita al italiano, pues a lo que parece no tuvo noticia de su libro. He aquí una referencia ilustrativa al respecto, en ’Electronic Antiquity’.

      En efecto, suelo poner notas al pie, no por ostentación o ánimo de fardar, sino muchos veces como pretexto para mostrar la riqueza bibliográfica inmensa que ofrece la sección Google Books, tan generosamente. Es mi modesto homenaje. Es admirable la entrega de esas bibliotecas y personas que, a cambio de nada, se toman el trabajo de poner al alcance de todo el mundo unos tesoros desconocidos o inaccesibles.

      Por otra parte, me recuerdo a mí mismo que voy atrasado en el seguimiento de sus investigaciones en su blog. La serie actual es también apasionante.

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  3. D. Belosticalle escribió:

    Ya me gustaría despedir a Mayo con otro capítulo. No sé cómo iremos de tiempo.

    No tengo prisa, Maestro. No tengo prisa. Y sé, por experiencia, que lo verdaderamente bueno se hace esperar. Lo del "agua de Mayo" era una simple figura retórica.

    Cuídese. Un saludo, con mis respetos.

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