Un folleto y un vizconde
Allá por el año de 1913, recién nombrado Jefe del Gobierno Eduardo Dato, iba el hombre rellenando con nombres propios su organigrama. Unas casillas le salían fáciles, otras más difíciles, y alguna se le atravesó. Como la alcaldía de Madrid.
Una tarde soleadita de octubre estaba don Eduardo sentado en un banco del Paseo del Prado con su amigo el político malagueño Francisco Bergamín, y entre otras cosas le contó su problema:
―A ver tú, Paco, ¿a quién pongo aquí de alcalde?
―Ponle a eza.
―¡Anda!, pues tienes razón. Eza, ya está. ¿Cómo es que no se me había ocurrido?
Así Eza, el 2 de noviembre, era alcalde de Madrid. Efímero, como casi todos entonces; y en su caso más, porque el año siguiente dimitía
[No sería el último caso de nombramiento por equívoco. Sesenta años después, el estrafalario Julio Rodríguez Martínez fue ministro de Educación y Ciencia (9 jun. 1973 a 3 ene 1974) por confusión con otro, aunque no se sabe cierto con quién; probablemente, con su tocayo el bioquímico Julio Rodríguez Villanueva.]
Volviendo al banco del Prado, ‘eza’, la propuesta de Bergamín (esto lo han adivinado), era ‘esa’, una señora despampanante que pasaba por allí, imponiendo a los dos caballeros un breve silencio admirativo, roto por la ironía ceceante del malagueño. Y Eza, con mayúscula, era el noble de ese título, el Vizconde de Eza.
Por lo demás, la anécdota puede ser tan auténtica o tan apócrifa como la otra, sin ningún inconveniente.
¿A qué viene este preámbulo?
Estos días he tenido ocasión de revolver rincones de la biblioteca –harto descuidada, con esto de San Internet (cuya solemnidad hemos celebrado hoy precisamente) –y hete que en las guardas de un libro aparece encartado un folleto viejo de un siglo, pero con título de rigurosa actualidad: ‘El problema del paro forzoso’. Bueno, lo de ‘forzoso’ suena anticuado. ‘Paro’ a secas, es lo mismo. En fin, que me ha picado la curiosidad y he leído la “conferencia dada el día 11 de marzo de 1910 en la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia por el Excmo. Sr. VIZCONDE DE EZA”.
Editaba el folleto la Asociación Internacional para la Protección Legal de los Trabajadores (Sección Española), con algunas informaciones sobre esta Sección constituida en 1907 y actividades suyas. Por ejemplo, presidía la Junta Directiva Eduardo Dato, y en el Consejo Directivo leo entre los nombres que me suenan Gumersindo de Azcárate, Adolfo Buylla, José Canalejas, Miguel Figueras, Gabriel Maura Gamazo, Pedro Sangro y Ros de Olano, Juan Vázquez de Mella… El órgano de la Sección se titulaba España Social, dirigido por el famoso y malogrado políglota Julián Juderías, que entonces preparaba un título en verdad legendario: La Leyenda Negra (1914, 1917). ¿Verdad que nos suena la expresión? Pues es de Juderías.
Otro del Consejo era obviamente el Vizconde de Eza. Pero mientras todo el mundo en el folleto tiene nombre y apellido (o apellidos), sólo el Vizconde se emboza en su título nobiliario.
A mí, como biólogo, lo de ‘Vizconde de Eza’ me sonaba solamente como nombre de un buque oceanográfico muy apetecible, puesto a flote el año 2000. Pido por ende disculpas a sus simpáticas Excelencias y Grandes de España Don Felipe Froilán y Dª Victoria Federica –ambos de Todos los Santos –de Marichalar y de Borbón, por mi incultura genealógica que no me ha dejado reconocer de inmediato en el Vizconde a su bisabuelo paterno, don Luis de Marichalar y Monreal (Madrid, 1873-1945).
Eza era, como el Tomás Moro de Erasmo, un “hombre de todas horas”. O como él mismo se autodefine en el exordio de su intervención, un móvil perpetuo en toda suerte de empresas, con entrega sincera, aunque inevitablemente superficial en algunas.
Porque esa es la impresión que se saca de la charla –mejor que conferencia– de don Luis, reflejo de lecturas amplias y sin duda bien asimiladas: Bourguin, Varlez, Booth, Keeble, Lazard, Lavergne y Henry, Beveridge, Les Cases… Los intelectuales hispanos de entonces no solían ser investigadores, pero tampoco estaban desinformados.
Por lo que el propio autor confiesa (“obediencia debida” dice, nada menos, en el exordio; pág. 5), se ve que Dato tenía un problema con la conferencia programada que se echaba encima sin orador, y como en un ensayo o anticipo de la anécdota del Prado se dijo: “Eza, es mi hombre”.
Más incógnitas que ecuaciones
Tras la captatio benevolentiae en la línea retórica de antaño (“¿qué voy a decir que vosotros no sepáis?”), el orador esboza el
“contraste que a menudo se nos presenta (no hace muchos días le hemos presenciado en Madrid mismo a través de las calles) entre la vida, la animación y el bullicio de las grandes poblaciones, y esos obreros que nos salen al encuentro pidiéndonos limosna; y lo que es peor, de otros que no la piden, porque su dignidad no se lo permite, y sin embargo llevan días y meses sin encontrar ocupación…”
El paro es hoy en día una institución. Entonces era sólo un problema, que aquí se parcheaba con
“sumas anualmente concedidas por el Estado, las Provincias y los Municipios a un verdadero reparto de limosnas…, esas obras públicas, todos esos jornales, todos esos paliativos, remedios de momento a los cuales se acude para evitar una cuestión de orden público”.
“Y ya que hay un problema, ¿cuál es su extensión?, ¿cuál su intensidad?” El conferenciante se alegra de que nadie le haga esa pregunta temible,
“porque en España, por casualidad [sic, en cursiva], carecemos de los datos precisos…, no hay datos, ni cifras, ni estadísticas…: no sabemos más que el dato de Madrid [¿?] y de algunas que otras capitales de provincia, muy pocas, en que periódica, constante y fatalmente, en algunas épocas del año –que coinciden con las del invierno–, hay obreros… entre los cuales se reparten, pocas o muchas, unas cuantas papeletas de trabajo para obras municipales”.
España era entonces un país rural, con una estructura agraria estancada, irreformable. La gran masa de los labradores autónomos luchaba por la subsistencia. Todos ellos conocían el paro estacional. En el mejor de los casos, funcionaba el sistema medieval mutualista de las cofradías religiosas, montepíos y arcas de misericordia, o sus derivados laicos. Y en cuanto a otra gente del campo, buena parte de los ‘ocupados fijos’ en España, como también en otras naciones de Europa, podrían incluirse en el gremio de ‘los Santos Inocentes’ (a lo Delibes): siervos ucrónicos de señores anacrónicos.
Demasiado problema. Las derechas conservadora o liberal entendían, si acaso, del campo, donde cosechaban frutos y votos, quedando el obrerismo urbano para feudo de izquierdas embarulladas, hostiles entre sí, carne de utopía y demagogia.
Un problema injertado aquí en otro problema, el de la incultura general. A él apuntaban libros como los que publicaba en Valencia Sempere; como uno que también tengo de John Chamberlain, El atraso de España (sin fecha, pero hacia 1909), “traducido del inglés” por Cazalla. Este era el seudónimo de Tomás Jiménez Valdivieso, que con esa mistificación de un supuesto autor británico se autorizaba y promovía ventas [1].
Ociosidad, vagancia, discapacidad, huelga, cierre patronal, despido, paro estacional, paro técnico…; todo análisis debía partir de distinciones y definiciones exactas, hasta acotar el problema y abordar sus causas, antes de aventurar remedios. Pero una vez claros (más o menos) los conceptos, el paso siguiente, el diagnóstico, era del todo imposible por falta de datos estadísticos. Las únicas oficinas algo enteradas del quién es quién en el país eran... ¡las de Hacienda!
En 1907 se había declarado una crisis pública muy grave, la llamada ‘de las subsistencias’. Pues bien, cuando el Gobierno se dignó abordarla “no se le ocurrió a nadie estudiar la cuestión en el Ministerio de Fomento ni en la Dirección de Agricultura…, no: se estudió en el de Hacienda”.
Hacienda –¡la de entonces, claro!– era también la única fuente de información para “conocer una vida económica, que suponemos existe en España, y acerca de la cual carecemos en absoluto del primero de los datos que nos es preciso para empezar a organizarla; a no ser –ironizaba don Luis – que sigamos yendo al Ministerio de Hacienda a preguntar cuál es la Industria…, en qué forma y medida la Industria se presenta en España”.
“Esto nos retrata de cuerpo entero. ¿Hasta cuán seguiremos sin propósito de la enmienda? ¿Ni quién preconizará la creación de un órgano, llámese o no Dirección de Industria…?”
Con toda esa carencia a cuestas, Eza nos va a sorprender con una estadística algo peculiar y más bien simplista, para un diagnóstico tan peliagudo, que al conferenciante ni le ha pasado por la cabeza. Pero como veo que se me apaga mi cabo de vela de hoy, quede el resto para mañana.
____________________________
[1] Cfr. Luis M. Lázaro Lorente, Las escuelas racionalistas en el País Valenciano. Valencia, 1992, pág. 17.
(Concluirá)
Me ha fascinado su entrada. He recorrido por cuestiones que no vienen al caso viejos archivos y he captado la falta de datos o la terrible destrucción en la Revolución del 34 o la Guerra Civil de las fuentes; pero su entrada es mucho más.
ResponderEliminarSi llego a saber que escribe con velas virtuales escasas le habría mandado un alijo, que no sé dónde meter, que nos llegó en malhadada hora por culpa de bombilla Sebastián. Mañana mismo se lo remito para que no haya lugar a que se interrumpa una entrada por culpa de las dichosas velas.
Estupenda entrada, admirado Belosticalle. Espero que su nuevo cabo de vela le permita terminar esta noche la segunda parte
ResponderEliminar¿Un error en la designación? Eso podría explicar el gran enigma actual: por qué España se ha dotado de un Presidente tan impecablemente incapaz. Tal vez, en las primarias que llevaron a José Luis a la Secretaría General, algunos mandarines del PSOE discutían sobre a quién poner para fastidiar a Bono. Y tal vez en ese momento en la tele aparecía Mr. Bean, y alguien lo señaló jocosamente. No sé, no sé.
ResponderEliminarEs curioso como se repie la historia, la anecdota de Aza me recuerda a la designacion de Rjoy como sucesor del ansarisimo, pasaba por ahi y le toco en elhombro....De esos polvos estos lodos
EliminarAdmirado Belosticalle, el fin de semana pasado estuve haciendo turismo, y visitando el museo provincial de la ciudad donde me encontraba, ví un cuadro de hace un siglo que retrataba también nuestra actualidad, porque en él salían unas gentes comiendo en una institución que alimentaba a los pobres. Es triste tener que seguir viendo estas escenas en una era de pretendido progreso imparable.
ResponderEliminar