viernes, 12 de noviembre de 2010

Autos de Fe en Logroño


      El 13 de julio abrí una breve serie de reflexiones sobre el binomio Inquisición-Brujería, todo ello en relación con el Proceso de Logroño (1610). El Instituto de Estudios Riojanos ha organizado un curso de conferencias, que me ha dado ocasión de conocer otras novedades en torno a este IV Centenario.

De la mano con el Ministerio de Cultura, el Ayuntamiento ofrece hasta enero una exposición: Brujas, Inquisición, Auto de Fe: Logroño 1610-2010. Acompaña un hermoso libro-catálogo de los de leer y conservar. Muy bien ilustrado y comentado, incluye en facsímil las páginas del folleto impreso por Mongastón sobre el Auto de Fe (Logroño, 1611), más conocido en reediciones con apostillas de Leandro Fernández de Moratín (1811). Bastante insulsas, por cierto (las apostillas), no son de las que hoy se estilarían para ilustrar el original riojano.

El Auto de Logroño pudo haber sido uno de tantos, un episodio más de la cacería de brujas canonizada por el papa Inocencio VIII (1484). Como culminación del proceso inquisitorial, el ‘auto’ era un espectáculo de masas ejemplarizante, donde el público en general, adultos y niños, presenciaban la ejecución de los castigos, desde la humillación de los reos hasta su degradación social y ejecución en la horca o en la hoguera, en carne viva, en esqueleto o en efigie.

Un detalle había, que las estampas y el cine a veces representan mal. Los sambenitos o escapularios que distinguían a los reos, incluso los reconciliados con la Iglesia, no ardían con el cuerpo entregado al brazo seglar. Con muerte o sin ella, el sambenito se reservaba para colgarlo en la iglesia, a la vista de todo el mundo, traspasando la infamia de padres a hijos y nietos perpetuamente. Infamia con efectos prácticos harto sensibles, pues inhabilitaba para cargos de importancia y dignidades.

El Tribunal de Logroño

La Inquisición de este distrito se había trasladado de Calahorra a Logroño en 1570, cuando se hizo cargo de ella el inquisidor Jerónimo Manrique de Lara. Era éste clérigo hijo ‘barragán’ –o más técnicamente, ‘sacrílego’– del cardenal arzobispo de Sevilla e Inquisidor General don Alonso Manrique cuando era obispo de Córdoba (1516-1523), donde sacó tiempo para seguir su afición prolífica, y aun le sobró para desfigurar la mezquita-catedral con el injerto arquitectónico tan lamentado.

Más casto que el padre, o más discreto, don Jerónimo llegaría también a Inquisidor General, aunque apenas tuvo tiempo de significarse.

En Logroño se estrenó muy pronto con un primer Auto de Fe (18 de octubre de 1570), «con tanta autoridad y concurso de gente, que fue para alabar a nuestro Señor, a quien entendimos que se ha servido, y edificado al pueblo cristiano…».

El auto tuvo su obligada Relación; pero a diferencia del que nos ocupa, ésta no iba dirigida al público, sino al Consejo de Madrid. Gracias a esa circunstancia, disfrutamos del menú de la cena –púdicamente llamada ‘colación’– servida a los actores principales de aquel teatro, «los oficiales del Santo Oficio de Logroño, e penitentes, e algunos familiares que velaron la noche», y el almuerzo de la mañana del Auto  «a los dichos oficiales y familiares y otras personas, y a nueve ganapanes que llevaron las estatuas…» (A los penitentes, por lo visto, se les dejó en ayunas).

Las llamadas ‘estatuas’, en representación de los penados en rebeldía, eran en realidad peleles de lienzo con máscaras pintadas, con sus corozas  y escapularios, todo pintado.

Aquel primer Auto tuvo 41 penitenciados, entre más o menos herejes, judaizantes o islamizantes. Sólo nueve de ellos fueron ‘relajados’ –entregado al verdugo civil para la pena máxima–, aunque por fortuna ninguno en persona, por ausencia, fuga, defunción o suicidio. De esto último hubo un caso: un vasco «de La Bastida, en Biarne» –es decir, La Bastide-Estratte (Béarne)–, el cual «estando preso en Calahorra, en el Santo Oficio, se desesperó y echó de un corredor abajo, y luego murió». Persona piadosa, debía de tener un retintín luterano muy molesto a los oídos de los inquisidores, pues el individuo citaba textos de la Biblia en apoyo de que «solamente se había de rogar a Dios, y no a los santos, porque los apóstoles habían sido unos buenos hombres y estaban muertos». A diferencia de otros penados extranjeros, éste ni siquiera estaba avecindado en el país, pues era un tratante. Su indiscreción, o mejor la malevolencia ajena, le costó la vida, quemándole la Inquisición en efigie y confiscando cuanto se le pudo pillar.

Venzo la tentación de comentar otros reos del mismo auto, remitiendo a la fuente: el artículo clásico de José Simón Díaz, ‘La Inquisición de Logroño (1570-1580)’, en el Nº 1 de BERCEO (1946).

Pronto también se reanudan en Logroño los procesos por brujería, que habían hecho ya famosa a la Inquisición en Calahorra, aunque ninguno tuvo la resonancia de 1610. Curiosamente, el primer proceso logroñés (1576) se abre con resonancias como de precedente siniestro. Una moza ex bruja, Catalina de Areso, dio nombres de personas supuestamente brujas, con sus juntas en una cueva de la sierra de Uli y en «otras danzas y congregaciones». Sumada a esto la información recogida por el comisario Camús y otra del alcalde del valle de Larrauri –de iniciativa civil, no eclesiástica–, se investigó a un conjunto en que figuraban «también criaturas, digo muchachos y muchachas de poca edad». Pero, a diferencia del ‘caso Zugarramurdi’, «por muchos halagos y rodeos y blandicias» no se les sacó nada en limpio.

El Proceso de 1610 llevó a la hoguera a 11 personas, cinco varones y seis mujeres. De los 11, cinco se quemaron en ‘estatua’, por haber fallecido en la cárcel.

La Relación que reproduce el Catálogo de Logroño empieza así:

«Este Auto de la Fe, es de las cosas más notables que se han visto en muchos Años, por que a él concurrió gran multitud de gentes de todas partes de España, y de otros Reinos.
Y Sábado 6 días del mes de noviembre, a las dos de la tarde, se comenzó el Auto, con una muy lucida y devotísima procesión, en que iban, lo primero siguiendo, un rico Pendón de la Cofradía del Santo Oficio; hasta mil familiares, comisarios y notarios de él, muy lucidos y bien puestos, todos con sus pendientes de Oro y Cruces en los pechos…
…De todos los monasterios de la comarca habían acudido tanta multitud de religiosos, que vino a ser tan célebre y devota la procesión, como jamás se ha visto…
… A lo último, iban a caballo los Señores Inquisidores, Doctor Alonso Becerra Holguín, Licenciado Juan de Valle Alvarado y licenciado Alonso de Salazar y Frías… »

Este último, el más joven de los tres, se había atrevido a emitir voto particular, contrario a las muertes. Bien estaba el escarmiento; pero en este caso él tenía sus razones para temer algún error judicial irreparable.

Con todo, nadie  sospechaba que de allí a poco el mismo inquisidor iba a emprender una encuesta demoledora, demostrando que todo el proceso había sido un castillo en el aire. Sin negar la existencia de brujas en abstracto, su conclusión será que el caso vasco-navarro había sido todo él un montaje, una fábrica de brujos y brujas imaginarios, creados por una investigación viciada de prejuicios.

Muy ajena a esto, convencida de estar prestando gran servicio a Dios y la Iglesia, aquella procesión tenía por destino un gran cadalso o tablado en la ribera extramuros, donde se plantó la gran Cruz Verde de la Inquisición, entre «vistosos faroles, con familiares de guarda» toda la noche».

«Una procesión lucida»

El día siguiente al amanecer

«salieron de la Inquisición, lo primero 53 personas…: 21 hombre y mujeres que iban en forma y con insignias de penitentes, descubiertas las cabezas, sin cintos y con una vela de cera en las manos; y los 6 de ellos con sogas a la garganta, con lo cual se significa que habían de ser azotados.
Luego se seguían otras 21 personas con sus sambenitos y grandes corozas con aspas de reconciliados…
Luego iban cinco estatuas de personas difuntas, con sambenitos de relajados, y otros cinco ataúdes con los huesos de las personas que se significaban por aquellas estatuas…
Y las últimas iban seis personas con sambenitos y corozas de relajados.
Y cada una de las 53 personas, entre dos alguaciles de la Inquisición, con tan buen orden y lucidos trajes, los de los penitentes, que era cosa muy de ver.»

Un plano antiguo de la ciudad, en la Exposición, señala el recorrido aproximado de aquel cortejo, donde como se ve, lo devoto no quitaba lo lucido, acompañando una turbamulta estimada en 30.000 curiosos: todo Logroño multiplicado por diez.

No pienso hacer como don Leandro, salpicando de agudezas la descripción de un festejo público, cuyo plato fuerte eran los seis infelices que con tanta compostura iban los últimos al quemadero. Por ellos empezaría la ejecución, no sin antes –y esto es sí que me subleva, no puedo remediarlo– tener que aguantar «un sermón que predicó el Prior del Monasterio de los Dominicos, que es Calificador del Santo Oficio».

En el mismo lugar –hoy ‘Parque de la Memoria’–, un corro de jóvenes olmos recién plantados rodea una placa sencillísima con los nombres de las once víctimas quemadas en persona o efigie. Todas murieron negando su condición  brujeril. Todas…

«excepto una…, María de Zozaya, que fue confitente… Y por haber sido Maestra, y haber hecho brujos gran multitud de personas, hombres y mujeres, niños y niñas, aunque fue confitente se mandó quemar, por haber sido tan famosa Maestra y dogmatizadora.»

La casualidad lo ha dispuesto así. A un paso del sitio, reliquia industrial, se yergue una chimenea de fábrica. La evocación de los hornos crematorios es inevitable.

4 comentarios:

  1. Solo comentar un detalle. Si D. Alonso de Manrique no hubiera "cristianizado" la Mequita, quizá no hubiéramos llegado a conocerla. Por otra parte su blog me parece magnífico. Un saludo

    ResponderEliminar
  2. Estimado Anónimo: certera su observación; y créame, contaba con que alguien me la haría, aun tomada por mí la precaución de calificar el injerto arquitectónico cordobés de ‘lamentado’, no ‘lamentable’.

    Desde luego, sería anacrónico atribuir a un obispo del XVI sensibilidades de hoy y criterios de conservación extraños a la época. La mezquita –buena parte de ella (incluido el mihrab y la maqsura)– se salvó, como usted dice, gracias a haberse ‘cristianizado’; o más exactamente, ‘recristianizado’, pues allí estuvo la basílica visigoda de San Vicente.

    Dicen que a Carlos I no le hizo gracia la operación: que pudo haberse aplicado una cirugía más conservadora. No sé hasta dónde será verdad ese enfado, pues con mayor razón pudo el emperador aplicarse el cuento en la Alhambra. Valga la anécdota para decir que un cambio más discreto era posible, y que lo de ‘lamentado’ empezó pronto.

    Le agradezco su apreciación de mi trabajo, y bienvenido es usted y sus comentarios.

    ResponderEliminar
  3. Impresionante blog e impresionante post don Belosticalle. Me ha puesto la piel de gallina.
    Saludos,

    ResponderEliminar
  4. Muy completa tu explicación.
    Gracias por tomarte el tiempo de subirla.
    Saludos.

    ResponderEliminar