lunes, 8 de marzo de 2010

Al margen de Pagola (1)



Al margen, en doble sentido:

1. Sin entrar en el libro de José Antonio Pagola
 
2. Mirando desde fuera el ‘caso Pagola’.

El libro es, obviamente, Jesús: Aproximación histórica (Madrid, PPC, 2007); y por ‘caso Pagola’ entiendo la reacción suscitada por esa publicación exitosa.

No entro en un libro que ni siquiera he visto, mucho menos leído. Eso sí, a través de declaraciones del autor en entrevistas de prensa, como también de reseñas y críticas fiables, y por otros respetos, creo saber de qué va. Y francamente, esta idea más o menos aproximada no me ha despertado la curiosidad de hojearlo, que no tuve a raíz de su lanzamiento.
¿A qué viene entonces ocuparme de ello? Pues a que el ‘caso Pagola’, ese sí que me llama la atención, más que el libro. Me produce sensación de déjà vu. Esto me suena. Pues y cómo no, si ya sucedió antes, más de una vez. De hecho, es una historia bastante repetida. Hace un siglo fue el ‘caso Loisy’, con el éxito de su libro El Evangelio y la Iglesia (1902). Y hace más de tres, en el XVII, el ‘caso Simon’ en torno a la Historia crítica del Antiguo Testamento (1678).

Aquí es obligada una aclaración. Por respeto a don José Antonio Pagola, no es mi intención asemejarle a estos dos autores, ni equiparar su Jesús a las dos obras maestras mencionadas. Hablo de ‘casos’. Casos de autor/libro, con polémica sobre ortodoxia, sí, pero sobre un punto concreto de la ortodoxia que se suele pasar por alto, aunque es el nudo real de la cuestión: la inspiración de la Biblia.

Richard Simon (1638-1712), sacerdote francés, fue pionero de la crítica (estudio racional) de la Biblia, tanto en sus textos como su valor histórico. Empezó con el Antiguo Testamento –la Biblia Hebrea, para entendernos–, y de entrada no con éxito, pues ‘el gran Bossuet’, consciente de que su elocuencia nada valía contra aquel ariete, hizo sus buenos oficios ante el rey Luis XIV para que la policía secuestrara la edición en rama. Hoy Simón es un gigante de la ciencia, y Bossuet (como dice con su finura Loisy) en este punto sigue siendo útil para los cursos de literatura francesa.

Simón es figura algo lejana, cosa que no puede decirse del también francés y sacerdote Alfred Firmin Loisy (1857-1940). Cito su segundo nombre, porque fue también uno de sus seudónimos. El artículo enlazado puede completarse con este otro en su lengua materna, y para una información bibliográfica habría que empezar, cómo no, por el BB-Kirchenlexikon. Por aquí nos enteramos de que, desde el principio de sus investigaciones, a Loisy le preocupó saber en qué consiste exactamente lo que antes decíamos, la inspiración. Su tesis doctoral (1884), sobre la historia antigua de este dogma, fue rechazada.
Loisy no tuvo que esperar a morirse para entrar en el panteón de los Grandes Malditos. En 1908 el papa san Pío X le declaró excomulgado vitandus, vitando al pie de la letra: «persona que hay que evitar, y que ha de ser evitada por todos». «O sea, ni dirigirle la palabra», nos prevenía el profesor de religión a medie voz, quizá por si se nos ocurría hacerlo con aquel desgraciado, fallecido unos años antes. Y es que Loisy quedó como el paradigma de la herejía más monstruosa de todos los tiempos, el Modernismo. «Ese conglomerado de todas las herejías», pasó por una ‘definición’ aceptable, ahorrando así el esfuerzo de analizarla. De haberlo hecho, a lo mejor se habría visto que su mayor inconveniente era dejar en ridículo el tinglado de la Neoescolástica.

Curiosamente, el monstruo no era ningún descreído, ni siquiera un racionalista a tiempo completo. ‘Fermín’ era un místico, que escribió para su tumba este epitafio, dirigido al Dios de Loisy: «Qui tuam in votis tenuit voluntatem» (el que a tu voluntad se agarró con sus propósitos).

Tampoco fue un teólogo liberal como A. von Harnack (1851-1930), por ejemplo, al que tanto criticó La esencia del Cristianismo (1900); por la simple razón de que Loisy se abstuvo de teologizar, autolimitado ex profeso a la investigación histórica. Historia científica, tal como él la entendía, a la luz de los hallazgos de su tiempo. Una Historia no siempre atinada y nunca definitiva; pero lo bastante sólida para llevarse por delante un escuadrón formidable de molinos de viento, y dejar casi en las pastas para siempre jamás la Teología convencional sobre Cristo y la Iglesia.
Dos gigantes, ¡y qué diferentes! Frente a la Gran Guerra, el teólogo germano fue belicista imperturbable en su optimismo teológico. El profesor francés, en cambio, derivó a cierto pesimismo sobre la intervención providente de Dios en los asuntos humanos. Era más cuestión de sensibilidades que de discrepancia racional.

Termino esta primera reflexión con una observación empírica que me parece importante.

Tres religiones hay que se llaman ‘Religiones del Libro’: judaísmo, cristianismo, islam.

Las dos primeras se basan en la misma Biblia Judía, a la que los cristianos agregan una ‘segunda parte’, o Testamento Nuevo. Esto quiere decir que aquella ‘parte primera’ es Testamento Viejo. Lo cual, amén de ofensivo para los judíos, es un oximorón, por no decir insulto a la inteligencia del Revelador, que ayer decía una cosa y hoy la contraria. He ahí la puerta de entrada a la discusión crítica interna de los textos revelados.

La tercera religión de libro se basa en el Corán, revelado por Dios al profeta Mahoma, ‘el Sello de los Profetas’, que resume, perfecciona y cierra las revelaciones anteriores.

Las tres religiones han tenido y tienen creyentes de fe pura, sin mezcla de crítica racional. Sin embargo, hay una diferencia que nunca apreciaremos lo bastante. Mientras que el judaísmo y cristianismo han conocido estudiosos críticos, incluso radicales hasta la heterodoxia y hasta el descreimiento, y se han beneficiado de ellos, en el islam no se ha dado ese fenómeno.

Tanto la ortodoxia judía como la cristiana han podido condenar a los críticos de la Biblia, pero de algún modo han reportado beneficio, y hoy en día es posible a creyentes y agnósticos situarse en terreno racional común y dialogar en un mismo lenguaje. Eso es tolerancia.
El islam, en cambio, no ha asimilado una crítica similar para el Corán, en su texto y sus contenidos. Por eso el islam es puro mahometismo, con el reloj parado en la Edad Media, mientras las otras dos religiones tienen acceso a la modernidad. Todo ello gracias a la crítica del Libro.

Al ‘buen’ musulmán que, oprimido en el arnés de la ortodoxia oficial, busque una evasión para su espíritu, le cabe el recurso a la mística. Igual que al buen judío y al buen cristiano en la misma situación. De hecho, el sufismo funciona en el Islam, hasta donde lo permita el celo de los inquisidores locales. Y aunque la mística es por defición irracional, hay místicas que por lo menos llevan a la tolerancia.

A todo esto, ¿qué es un Libro Revelado? ¿qué es revelación? ¿Qué significa exactamente ‘palabra de Dios al hombre escrita’? Planteada en el siglo XVI la gran ruptura religiosa, ni la Reforma ni la Contra hicieron crítica de una ‘definición’, mera fórmula verbal gratuita y reñida con la evidencia.

Tal vez por ahí sea posible atisbar el quid del ‘caso Pagola’, en lo que tenga que ver con el pensamiento. Si es que hay meollo de pensamiento en el asunto, y no se reduce todo a la excelencia o mediocridad de un libro, a la celotipia por su éxito y a intrigas clericales entre bastidores políticos.

2 comentarios:

  1. La fe y la razón no se mezclan. No emulsionan (salvo acaso en los pucheros de Ferrán Adriá)
    Su contradicción es esencial, ontológica.
    Esto no significa que ambas no puedan coexistir en un mismo entorno cultural, quizá incluso, de alguna manera superpuesta o alternativa, en un mismo individuo, (aunque siempre tendrá algún pequeño tic en el ojo)

    Estoy de acuerdo con Vd. en felicitarme de vivir en un mundo en el que ambas pueden coexistir, aunque no siempre de forma pacífica.

    Lo contrario, vivir en un entorno monocolor de fe o de razón, no se parece nada al Paraíso. Se parece, y mucho, al otro sitio.

    Saludos cordiales.

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  2. No haga broma, Monsieur, a costa del buen Adriá, que usted como buen gourmet- poeta sabe que, al menos en cocina y parnaso, “todo es posible”.

    Yo no sé cómo repartía monsieur Loisy su tiempo y sus hemisferios cerebrales, para salir a la vez crítico aventajado y espiritual impenitente.
    Lo que si sé es que escribía de maravilla, y sus cartas apologéticas Autour d’un petit livre (sobre su 'caso') son una delicia que tengo siempre en cabecera, junto a los Diálogos de Luciano y el Elogio de la Locura.

    Usted, querido Sans-Foi, es un preste de la paradoja, sin que ello le impida profesar el principio de contradicción y de tertio excluso.
    Cómo lo hacemos, cómo vivimos esa doble vida mental y estética, no deja de ser un misterio para nosotros mismos.

    ¿Verdad que es sano que usted pueda publicar si le peta unos versículos satánicos, y yo reírselos, sin que nos pase lo que al pobre Rushdie? Europa debería financiar escuelas serias de crítica coránica, y sólo nos quedaría apostar lo que tardábamos a ver a los ayatolas en el paro.

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