lunes, 7 de diciembre de 2009

Soliloquio, sobre pequeños mundos sostenibles



Fue en 1966/7. Con bastante desorientación tanteaba yo entonces algún tema de tesis doctoral, que bien a mi pesar parecía decantarse por la serología y análisis de grupos sanguíneos en población vasca. Las dificultades eran muchas y grandes. Sin embargo, entre ellas no figuró el franquismo. Aquella "represión a muerte de todo lo vasco" suena más truculenta hoy que entonces. Y eso que un estudio como aquél podía contemplarse sin demasiada violencia como contribución útil para los constructores del identitario material de la raza.

Muy pronto se supo en nuestras áreas de muestreo de qué iba el estudio, siempre en busca de personas no emparentadas y con ocho apellidos vascos, y ni una sola vez la guardia civil me llamó a capítulo. Hoy es el día en que no puedo presumir de heroísmo por la causa vasca, al menos por aquello, qué pena.

Las dificultades reales –en especial el ir por libre, sin ayuda económica y viviendo de un salario– habrían condenado el empeño, de no haber contado con una facilidad excepcional. El laboratorio del Instituto de Maternología y Puericultura –para la gente, 'La Maternidad', su nombre fundacional hasta 1954–, de la Diputación (entonces no foral) de Vizcaya, fue el más idóneo y a la vez hospitalario lugar donde realizar las pruebas serológicas.

A muchas personas debo gratitud, tanto en el trabajo de campo como de laboratorio. En este último es imborrable el recuerdo de una monja joven –en aquellos tiempos era normal la presencia de religiosas en tales menesteres–que me ayudó con su mucho saber y experiencia. Una laborante nada rutinaria, como demuestra este caso.

No mucho antes, el laboratorio se había dotado con un buen microscopio Leitz, con equipo de contraste de fases. Yo tenía alguna experiencia con esta novedad, de modo que me encargué de montarla y ponerla a punto. Era una técnica pionera para observar objetos transparentes sin fijarlos ni teñirlos, como es el caso de células y microorganismos vivos.

Un buen día sor Antonia me saludó con que tenía una sorpresa para mí. Era un tubo de ensayo con unos grumos verdosos en agua, un alga verde sin nada de particular. Lo interesante eran unos animálculos que ella había había visto al microscopio entre las células del alga. Agarro una pipeta para montar una gota de aquella suspensión. Pero no hizo falta. La preparación ya me estaba esperando bajo el objetivo del microscopio. Así era sor Antonia.

Aquella curiosidad suya me parecía admirable. Un laborante vulgar habría tirado sin más por el vertedero la disolución de fosfato contaminada con algas, inservible como reactivo. Ella no. Por dos razones. La primera, porque las contaminaciones en su laboratorio eran muy raras, y aquélla en particular era inédita. Y lo segundo, porque sí, porque antes de desechar un producto averiado, qué menos que dedicarle una última ojeada… Bromeando le recordé que así se había descubierto la penicilina. No fue por ahí aquel hallazgo, pero tampoco resultó inútil.

Por de pronto, me sirvió para contemplar por primera vez un rotífero vivo. Identificarlo como tal fue inmediato, con su típica 'rueda' de cirros en torno a la boca. Por otra parte, sus movimientos de flexión y desplazamiento a modo de sanguijuela lo situaban en el grupo de los bdeloideos (bdélla es la sanguijuela, en griego), por más que los pequeños rotíferos son un tronco animal que nada tiene que ver con las sanguijuela y demás gusanos anélidos.

Aproveché la ocasión para empollarme esa clase de rotíferos, de los que sólo conocía de oídas su propiedad más notable: los machos son desconocidos, de modo que la reproducción es por partenogénesis rigurosa. ¡Todos los bichejos del tubo eran rotíferas! Yo mismo tuve ocasión de verlas muchas veces en plena faena de poner sus huevos virginales y femeninos. Un auténtico parto, no sé si con dolor o sin dolor. Por cierto, ocasionalmente también paren hijas casi tan grandes como la madre. Un paso más, y ya tenía el nombre de género: Philodina, algo así como 'amiga de revolver'. Muy adecuado. De ahí no pasó mi ciencia taxonómica.

No así en cambio el interés experimental. Obviamente era un caso de simbiosis entre un animalillo específico y un alga también más o menos específica, en compañía de bacterias y otros microorganismos, en un medio acuoso rico en fostato. ¿Qué ocurriría si convertíamos aquel sistema en un mundo cerrado, sin otro aporte externo que la luz? Teóricamente, el metabolismo fotosintético del alga serviría para la respiración aerobia del rotífero, y en parte para su alimentación, completada con la ingestión de bacterias, cosa bien visible al microscopio. A su vez, el metabolismo respiratorio y excretor del animal liberaba el dióxido de carbono y el nitrógeno indispensables para la planta, y la sal o sales disueltas en el agua harían el resto. Y en fin, la descomposición de cadáveres y detritus mantenía la población microbiana.

Pensado y hecho. Con una pipeta y unos tubitos hematológicos preparé unas cuantas muestras precintadas herméticamente, y en una gradilla las coloqué junto a una ventana, donde les diese la luz a su ritmo normal. Uno de los tubos lo reservé para muestreo, para seguir periódicamente el estado de mis ecosistemas cerrados. En estas muestras fue donde pude observar la reproducción virginal y puesta de huevos de un tamaño regio. Digo, en proporción al tamaño de unos seres microscópicos, aunque debo añadir que mis bdeloideos, iluminados bajo cierto ángulo de reflexión, se hacían perceptibles a simple vista como puntitos brillantes.

El experimento salió redondo, en el sentido de que funcionó durante un par de años, hasta que una mudanza con agravante de olvido me hizo perder la pista de los tubos. Un experimentador menos bisoño, más curioso y preparado, habría sacado chispas de aquella oportunidad, un modelo sencillísimo, magnífico campo para una tesis. Pero ¡ay!, yo entonces estaba absorto en los entresijos de la raza vasca, amén de otras preocupaciones, incluida la vital de pane lucrando. No me disculpo. Me faltó una cualidad que distingue al científico de casta: cognoscere tempus visitationis suae, en palabras del Evangelio de Lucas (19: 44).

Hoy los rotíferos, y concretamente los bdeloideos, se estudian con avidez bajo todos los aspectos, en especial para sonsacarles el secreto de su vida 'asexual' sana –unisexual, propiamente–, que contra todo pronóstico les ha permitido existir durante 80 millones de años con pleno éxito en su femineidad de estricta observancia. Y lo que les quede. Habremos desaparecido nosotros de este mundo, y ellas seguirán solteras, ajenas al vicio de la lujuria aunque, eso sí, esclavas de la gula. Da gusto verlas tragar, recogiendo la cabeza cada vez que degluten, para enviar la presa al 'molino'.

Entonces se sabía mucho menos de los rotíferos, como de todo. Pero ya lo que se sabía era de llamar la atención. No sólo su partenogénesis, también su capacidad de deshidratarse y parar la vida cuando las condiciones vienen mal dadas, para luego revivir como si tal cosa. Anhidrobiosis se llama; una forma de criptobiosis. O la eutelia: propiedad de tener cada individuo el cuerpo formado por un número fijo de células, el mismo para toda la especie. Una caja de sorpresas.

Recuerdo la impresión que me hizo la estabilidad de aquel sistema simbiótico tan simple y económico. Sistema, por otra parte, muy singular. Con su capacidad de vida latente y reviviscencia, estoy seguro de que mi linaje de rotíferos con sus algas preferidas sigue vivo en alguna parte, aunque los tubos de ensayo estén reducidos a polvo.

Durante años, mi filodina fue sólo un recuerdo grato. Pero desde el cambio de siglo, más o menos, periódicamente salen noticias sobre los bdeloideos. alguna tan apasionante, como el descubrimiento de que, si no pueden intercambiar genes entre sí mediante el sexo, como (casi) todo el mundo, gozan de habilidad singular para pescarlos de otros organismos con los que conviven, incluidos de los residuos de sus banquetes.

Hoy se pueden recordar y recrear estas cosas, hasta con música:




Ahora, con esta matraca sobre sostenibilidad en el cambio, y esa cita pintoresca de Copenhague, con sus 'dos semanas para salvar el planeta', vuelvo a representarme aquel experimento dieciochesco de 'recipientes sellados', realizado con unos conocimientos decimonónicos y una perspectiva ecosistémica ya del siglo XX, aunque todavía sin el enfoque molecular que ha traído el XXI.

Más pronto que tarde, desaparecemos, llevándonos con nosotros eso que pomposamente llamamos 'inteligencia' o 'razón'. Bien es verdad que nos habremos llevado por delante otras muchas especies, dejando una biosfera mucho más pobre y devastada que la que nos acogió como 'hombres nuevos' hace 200 millones de años, y que desde entonces nuestros ancestros habían mantenido prácticamente intacta hasta nuestro tiempo, al no contar con estímulos ni con medios para saquearla a placer.

Y a todo esto, quedan rotíferos para rato, aptos para sobrevivir sin contratiempo, por ruin que sea la biosfera que les dejemos. Porque esa es otra de esos bichejos. Reacios a las radiaciones ionizantes, aguantarán impasibles aunque decidamos despedirnos con un holocausto nuclear.

–Bien; y todo, ¿para qué?

–¡Ah!, esa es otra cuestión. No mezclemos debates.

5 comentarios:

  1. Hay que ver, Belosti amigo... las especies que se crían en los Pozos de Ciencia.
    Un abrazo y gracias por su bonita historia natural.

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  2. MONSIEUR, remedando a los viejos calendario de taco, se me ocurre este 'minuto de filosofía':

    Los pozos de la ciencia se nos abren por doquier. Su peligro: caer en ellos. Su problema: dar con la soga.

    ¿A que parece 'de taco'? Bueno, a lo mejor es que 'es' de taco.

    Lo que aprovecho para quejarme de que yo también tengo un problema de mandíbula batiente con su andanada de ayer al Constitucional.
    (No he podido leerle hasta esta mañana, en copia de don SURSUM.)

    Manifiestamente inmejorable.

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  3. Fascinante la completitud de ese pequeño universo fosfatado, querido BELOSTI.

    En cuanto al hombre, aunque disponga de ocho apellidos vascos, no sé qué decirle. Un amigo comenta: el hombre... somos idiotas.

    Pero la cumbre de Copenague no me suscita ninguna simpatía.

    Un abrazo.

    PD. Esos puntitos brillantes, los rotíferos, si te pillan la planta del pie ¿morderán o harán cosquillas?

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  4. Amigo BELOSTI, como estoy ocupado en gollerías varias, no leí en su momento el magnífico artículo suyo sobre el emperador Constantino, de cuyos crímenes poco se nos informó a los de mi quinta, ya que estábamos en lo de mitad monjes y mitad soldados y eso dejaba poco tiempo para cosas más banales que unos buenos milagros.
    Le he dejado un comentario ahí mismo.
    Un cordial y amistoso saludo.

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  5. Interesante historia de monjas, microscopios y ecosistemas cerrados. Yo me sé de una peña que practica estos experimentos con personas y sustancias quimico-étnicas. Los rotíferos vascoholics no tienen millones de años, pero pesados sí que son. Y sí, hacen perder el tiempo, y nos distraen de los rotíferos que verdaderamente merecen la pena.

    Pasaba por aquí porque me he encontrado esto:

    http://www.hispashare.com/?view=title&id=8075

    He pensado que podría entretenerle. Santificadas o no, cada época tiene sus viñetas y sus modelos heroicos. Sin duda vamos hacía bdeloideos menos interesantes, pero bueno. Un saludo.

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