A mi Ana, y a todas las Anas.
Vergine madre, figlia del tuo figlio. Con este par bien puesto de oximorones abre San Bernardo su panegírico en honor de María, desde el púlpito del empíreo, ante la Corte Celestial. Al menos, eso dice Dante que vio y oyó, al abrir el último canto de su Comedia.
Entre los oyentes del Doctor Melifluo, una Matrona reventando de orgullo pasea la vista por aquel excelso auditorio, como diciendo a todos los inmortales: «¿Qué os parece? Maravilloso, ¿verdad? ¡Pues la madre y la abuela SOY YO…!»
En efecto, la Matrona no se sienta en un lugar cualquiera, sino a juego con San Pedro, nada menos:
Di contr' a Pietro vedi seder Anna,
tanto contenta di mirar sua figlia,
che non move occhi per cantare 'Osanna'.
Disculpable ripio: Ana… 'Hosana'. ¿Y por qué había de virar los ojos una santa para entonar el 'hosana'? Quiere decirnos el divino Alighieri, que tan embelesada estaba la buena Señora oyendo las alabanzas de su Hija, que ni se acordó de volver la vista al trono del Dios Trino para rendir alabanza. Disculpable ripio en el poeta, y disculpable falta de protocolo en la Santa.
En la mitología cristiana, Santa Ana vino a ocupar el lugar de alguna diosa desplazada. Lo que no sabemos es de quién. Teniendo en cuenta su función parental, se ha pensado en distintas divinidades genésicas, patronas de la fecundidad, la gestación y el parto.
Pero por la fonética del nombre, la figura más parecida sería la itálica Anna, si ésta misma no fuese un misterio. Anna Porenna se hizo más popular como Perenna, porque en latín daba juego de palabras: la 'Patrona de Todo el Año, y de Todos los Años'.Mejorando el desiderátum de Alicia, que se conformaba con celebrar el no-cumpleaños, Anna no descansaba un solo día, aunque sin renunciar a su fiesta propia. Noche gozosa de plenilunio, plazas y descampados florecidos de tenderetes de ramaje, más bien indiscretos, donde las parejas se encuentran, retozan, se invitan, brindan todos por todos, tantos años de vida cuantos vasos de vino aguante el cuerpo… Así lo pinta Ovidio, bien como descripción de lo real o sólo como propuesta de futuro. Porque no lo olvidemos: la Roma preautonómica de Augusto ya practicaba el deporte de inventarse tradiciones propias.
El matrimonio Joaquín/Ana vino a ser una protesta lógica contra los evangelistas Mateo y Lucas, que por motivos políticos se limitaron a recoger supuestas genealogías de Jesucristo sólo por parte de su padre José. Al afirmarse la idea de Jesús sin padre carnal, hijo virginal de María, se hizo inevitable dar nombre a una pareja de la tribu de Judá y linaje de Jesé por David. Ana, la abuela de Jesús, recibe el nombre bíblico de la madre del gran profeta Samuel, el artífice de la monarquía hebrea y el que finalmente consagró a David como rey dinástico.
Todavía hubo algún forofo que, rizando el rizo, imaginó concepción virginal también para la madre de la Virgen. Vade retro! Contra semejante idea, el clero encarga a los imagineros que representen a Joaquín y Ana en casto abrazo. Así les vemos en equilibrio subidos sobre el Árbol de Jesé, de la mano maestra de Gil de Siloé, en la catedral de Burgos, Capilla de la Concepción o de Santa Ana.
Ya tenemos dos nombres, dos personajes; sólo falta la novela. Nos la cuenta el apócrifo Protoevangelio de Santiago. Con intriga desde el principio; porque la pareja elegida, gente importante entre los primates de Israel, lleva muchos años estéril. ¿No sufrieron el mismo contratiempo Abraham y Sara? Así se muestra mejor el poder divino, anunciándose por una señal.
Esta vez, la señal para Ana mientras oraba en su huerto fue ver una pajarita incubando en un nido. «¡Ah, si yo fuese como ella!...» Sólo decirlo, y hete aquí al ángel de turno, portador de buena esperanza...
Mas no todo iba a ser así de simple. Aquella preñez tardía levantó murmullos. En situaciones tales se aplicaba una ordalía peligrosa: beber ambos sospechosos la 'copa maldita'. Por supuesto, el veneno letal no hizo efecto.
«¿Fue monógama Santa Ana? ¿Tuvo sólo a la Madre de Dios?» Valientes preguntas. Pues valientes o no, se las hacen sin rodeos los padres 'bolandos', es decir, los jesuitas autores de la saga monumental Acta Sanctorum.
Entre los siglos XV-XVI santa Ana estuvo muy de moda, sin que su devoción impidiera entre los sabios disputas furiosas, con algún insulto que otro, de rigor entre humanistas teólogos. La opinión más exagerada quería que la santa fue trígama consecutiva, con una hija María de cada marido. Lo resumen estos versos del siglo XIV:
Anna tribus nupsit, Joachim, Cleophæ, Salomæque;
Ex quibus ipsa viris peperit tres Anna Marias,
Quas duxere Joseph, Alphæus, Zebedæusque.
Prima Jesum, Jacobum Joseph cum Simone Judam
Altera dat, Jacobum dat tertia datque Joannem.
[Ana, con tres casada, Joaquín, Cleofás y Saloma,/ de sus tres maridos parió Ana a las Tres Marías,/ que unidas a José, Alfeo y Zebedeo, respectivamente,/ a Jesús la primera tuvo; a Santiago, a José y a Simón Judas / la segunda; la tercera a Santiago y por último a Juan.]
Por si había dudas, intervino una célebre visionaria, santa Nicolette, conocida popularmente como Coleta († 1447). Esta santa franciscana tenía por costumbre invocar a muchas santas, siempre que fuesen vírgenes. Quiere decirse que Ana no era santa de su devoción. Tales descuidos se pagan, aunque en este caso no hubo castigo, sólo una advertencia. En una de aquellas invocaciones, se le aparece Santa Ana en toda su pompa y gloria, mostrándole a sus tres hijas como tres soles, junto con todos sus nietos, todos santos: a María la de Santiago, llevando en brazos y de la mano a sus cuatro vástagos Santiago el Menor, Simón, Judas, y José llamado el Justo; a María Salomé, llevando igualmente a Santiago el Mayor y a san Juan Evangelista; pero por delante de ellas, a María con el niño Jesús. «Para que te enteres (le dijo), cómo no hace falta ser virgen, ni siquiera tener un solo marido, para hacer las cosas como Dios manda. Toma nota.» Muchos propagandistas y buenos tuvo en aquel siglo santa Ana. Sin embargo, a santa Coleta en este aspecto se la recuerda sobre todo por el detalle de los tres maridos.
Santa Ana ha inspirado una iconografía muy singular. Hay figuraciones 'normales' de la santa con la Virgen María niña –a veces enseñándola a leer la Biblia o a rezar el rosario, o simplemente mostrándola, o llevándola de la mano en sus primeros pasitos−. Las que muestran a Santa Ana con la Virgen en brazos vienen a ser réplicas de la Virgen con el Niño, salvo que en aquéllas muchas veces María ya no es tan niña. Pero la forma más curiosa es la trinitaria, en serie portante y casi siempre hierática: Santa Ana llevando a María, y ésta al niño Jesús. Es frecuente que María sea una adulta en pequeño, y a menudo Ana es joven, casi como hermana de su hija. Leonardo llevó el modelo a extremo de extravagancia equívoca. (¿Es realmente pintura religiosa?)
En suma, nuestra Santa del día se presta al oximorón y a la paradoja casi irreverente. Ocurre siempre, en los misterios demasiado sublimes. Si la dantesca «hija de su hijo» tiene madre, ésta bien puede llamarse la Abuela de Dios. De Dios-Hijo, por supuesto; y por pura lógica (aunque cuesta imaginarlo), Madre de Dios Padre, y también de Dios-Espíritu Santo. Si todo cupiese en la lógica no habría misterios.
Aunque santa imaginaria –¿o quizá por eso?−, Santa Ana ocupa lugar de honor en la lista de Auxiliadores (el nombre en hebreo significa 'favor', 'gracia'). Tomemos nota también nosotros, aleccionados por santa Coleta.
Ma perchè'l tempo fugge che t'assonna,
Qui farem punto, come buon sartore
Che com'elli ha del panno fa la gonna.
(Paradiso, 32: 138-140).
Una pregunta, sr. Belosticalle, completamente fuera de tema. Si se puede.
ResponderEliminarPor una experiencia estrictamente familiar, tengo la idea de que el término "vasco", tan extendido hoy, estaba mucho más restringido en la época de mis abuelos. Recordando tanto lo que hablaban las ramas vascoparlantes y de ámbito rural, como las ramas erderoparlantes y urbanitas, me queda la impresión de que ellos el término "vasco"era algo que solo usaban para "pelota vasca", para "Pais Vasco" (el de Francia), y poco más. Que la idea de "cultura vasca" es algo que les hubiera producido una carcajada, y que el término aplicado a una persona les hubiera resultado directamente ofensivo.
Pero claro, solo tiro de recuerdos, y de una población no estadísticamente significativa. Y además no puedo preguntar, porque no queda nadie vivo de la generación de la que hablo. Para colmo, mi conocimiento de la literatura local no es escaso, sino inexistente. Y en este dilema, me he atrevido a imaginar que el blog de Belosticalle podría ser la solución a mi ignorancia.
La pregunta es. ¿En qué contexto / significado figura el término "vasco" en la literatura de, digamos antes del majadero de Arana? ¿Aparece con su significado moderno con alguna frecuencia? Por supuesto digo esctrictamente "vasco". No vale ni euskérico, ni euskalerríaco, ni vascongado, ni cualquier otra variable que podría parecer comparable, pero es bien distinta.
Muchas gracias, en su caso, y en su no caso también.
Slds.
Estimado PLAZAEME, su pregunta es muy interesante, aunque de entrada le digo, sin ironía ni modestia hipócrita, que su confianza en mi autoridad es infundada, y con toda seguridad le voy a defraudar.
ResponderEliminar“Le voy”, digo, porque ya estoy reflexionando sobre ello.
Desde luego, no es cuestión fuera de lugar, aunque requiere algún espacio. ¿Qué le parece si, tras invocar a San Ana y a los Catorce Auxiliadores, le dedicamos una entradita? Lo haré con mucho gusto. Tal vez nos aclaremos un poco sobre cuestión tan trascendental como pintoresca: qué significa exactamente ‘vasco’.
Gracias por su visita. Pronto estoy con usted. Un cordial saludo.