miércoles, 3 de marzo de 2010

Banderías


«Has hablado como una mujer necia»  (Job, 2: 10).

Así reprende Job a la suya. No la llama ‘necia’, aunque acaba de comportarse como tal. Probablemente en tiempos de Job ya había personas que, como la madre de Forrest Gump, afirmaban que «tonto es el que dice tonterías». El santo y sabio varón es de otro estilo y no descalifica a la persona, solamente le amonesta que por sus dichos o hechos ella sola se descalifica.
Pues bien, con la misma energía mesurada del paciente Job hay que decirle al Diputado General de Guipúzcoa, Markel Olano, que ese letrero de título campanudo –Declaración institucional–, que ha puesto a la entrada de palacio es una gamberrada. Decírselo, y que él mismo saque la consecuencia.

¡Una ‘declaración institucional’ de la administración guipuzcoana! ¡A ver, a ver! Si para vizcaínos y alaveses siempre es comidilla la chispa de los guipuzes, figúrense ustedes ésta, frente a una sentencia conminatoria del Tribunal Supremo de la Nación. Al rojo vivo.

¿Y de qué dice que va el agravio, si puede saberse? ¡Vaya por Dios, qué decepción! Otra vez las banderas. El País Vasco tiene dos banderas cooficiales, como tiene dos lenguas. Respecto a las banderas, el Supremo ha recordado que existe un protocolo y hay que cumplirlo. Normal. Entonces va el Olano, y deja constancia gráfica de sus filias y fobias en materia vexilar a la puerta de su oficina.
Pues si el argumento no es nuevo, su expresión tampoco defrauda, ni por lo manida, ni por lo endeble. «Quien mal concibe, mal pare», solía decir un profesor mío, y qué razón tenía. El texto de la placa metálica es bilingüe, con algunas diferencias significativas en vascuence y castellano. El castellano menos cuidado y hasta incorrecto, acusando tal vez el impacto de su abandono en la escuela.

Para precisar lo que entiendo por diferencia significativa, me remito al doble final de una misma expresión del preámbulo:

El Tribunal Supremo Español... ha obligado a la Diputación Foral de Guipúzcoa a colocar la bandera española,

(castellano): en contra de su voluntad.
(euskera) : en contra de la voluntad popular (literalmente, ‘de los paisanos’: herritarren borondatearen aurka).

Las dos terminaciones son falsas, pero la segunda lo es más, amén de gratuita.

Entrando en la Declaración, comienza así:

Un país es un país, con su pasado y su futuro, cuando la mayoría de las personas que lo constituyen lo sienten como tal.

El ‘equivalente’ en vascuence sería éste:

Un país es país, pasado y futuro, cuando la mayoría de las personas que lo componen así lo sienten.

                                           Mal empezamos, Olano,
                                           en vascuence o castellano.

Mal punto de partida, esa ‘definición’ romántico-populista, que hace depender de la subjetividad irracional colectivizada la realidad de los entes jurídicos que son los estados.

Y claro, como enseña la lógica, posito absurdo sequitur quodcumque: de una premisa absurda resulta cualquier cosa. Que es exactamente lo que va a ocurrir. (resumo, aproximando al texto en euskera):

La bandera española, impuesta por la ley de la fuerza y por la fuerza de la ley, en contra de la mayoría de guipuzcoanos, y en contra de la capacidad decisoria de sus representantes, es una falta de respeto a la voluntad popular, negación del derecho a decidir en libertad.

Ahí queda eso. Con que «fuerza de la ley = ley de la fuerza». Y el Supremo utiliza la ley de la fuerza para faltar al respeto a Guipúzcoa. Excuso los vericuetos dialécticos para llegar a tan sesuda conclusión. Decidan otros si hay algo tipificable como delito y perseguible de oficio. Aquí nos quedamos con el lado bufo de una pataleta, escenificada por un histrión olvidado de la dignidad de su alto cargo, ante una inmensa mayoría de 300 ciudadanos adictos.

Con todo, la carcajada no nos impide ver aspectos sombríos de un gesto nada inocente. En particular, Markel Olano y su pusillus grex han hecho alarde de su visión banderiza de este país. Un país donde la brutalidad añeja, inveterada, suele tomar pie de naderías. Hoy, que si las banderas. Ayer, un cirio o candela votiva llevada en andas, como cuenta el banderizo impenitente García de Salazar en Bienandanzas e Fortunas (siglo XV):

«El diablo, que siempre se trabaja entre las gentes de poner homicidas, trabajóse entre estas gentes, que eran comunes y vivían en paz, de poner mal entre ellos...
Hecha aquella candela una vez, e yendo juntos para la llevar, entrabaron a las andas. E los que primero los trabaron queríanlas llevar en alto sobre los hombros, que decían en su vascuence ganboa, que quiere decir ‘por lo alto’. E los otros que trabaron después queríanlas llevar a pie so mano, e decían de vascuence oñaz, que quiere decir ‘a pie’. E tanto creció esta profidia (porfía), los unos diciendo ganboa –que la llevasen por alto–, e los otros oñas –que la llevasen a pie–, que hubieron de pelear e murieron muchas gentes de los unos e de los otros.»

Un siglo de sangre y vileza, por semejante patochada. ¡Ay, don Sabino! Con qué facilidad este pueblo nuestro renunciaba a sus instintos naturales de paz y convivencia, por cualquier niñería. Aquellos ‘pariente mayores’ eran de armas tomar; gentes que, «cada uno en su tiempo e grado solían e acostumbravan fazer fuerça». Y todavía hay quien sigue así por la vida.

Esto no va por el señor Diputado, obviamente. Aunque a veces saque maneras de jaunchu, y añore los fielatos y los peajes, él es hombre de paz. Lo que le ocurre es que una determinada bandera le saca de quicio, una determinada Justicia no le gusta. Y para expresar su descontento, ¿qué hace? Pues va y ocupa un trozo de pared pública como si fuese suyo particular, a la puerta misma de su puesto de trabajo, clava allí su cartel de desafío, y llama o (como decían en lo antiguo) apellida a su gente y a todas las autoridades del país para que se sumen a su opción banderiza: «Ikurrina bai, espainola ez». Así, como un gamberrus vulgaris. ¿Con qué autoridad moral va a reprobar este sujeto las pintadas parietales de todo tipo?

La necedad obscena del gesto rebosa además en el motivo alegado: la bandera española es «una imposición». Toma descubrimiento. Toda norma legal es una imposición, y si la ignorancia de la ley no excusa de cumplirla, menos excusa su rechazo. ¡Una imposición! Y los impuestos que usted recauda, ¿no son impuestos?

Cuando Markel Olano se hizo con la Diputación –tengo entendido que sin ser su partido el más votado (como reprochan al lendacari López), corríjanme si me equivoco–, entró en un palacio con un decorado más bien ostentoso. Gustará o no, es lo heredado. El joven diputado, es de suponer, se habrá fijado en pinturas, vidrieras e inscripciones que están allí y se meten literalmente por los ojos. Y si entiende (o alguien le ha explicado) lo que significan, es probable que su sensibilidad patriótica se sienta herida cada vez que las mire. ¿Qué hacer?

Caben dos soluciones. Una (que no le recomiendo), hacer cubrir o incluso raer lo pintado y hacer añicos la vidriera de arte. Yo iría más por otra solución: mirar a otro lado.

Pues lo mismo vale para las banderas. Hacer como aquellos judíos, conversos a la fuerza, que al alzar el cura la hostia en misa miraban al suelo, y algunos con disimulo escupían. Si al diputado ciertos colores le hacen daño a la vista, vuélvala para otro lado, y hasta expectore, si le apetece. Pero, señor mío, la Diputación no es un bachoqui. La Constitución (de la que usted vive con los ‘impuestos’ que recauda), y la legalidad que de ella deriva, no es un menú para que cada cual se sirva a capricho: cargo sí, sueldazo sí; banderas, ésta sí, aquélla no, y de la tercera media y mitad…

Digo, a menos que uno sea objetor de conciencia; en cuyo caso la salida es dimitir. Pero no caerá esa breva.

4 comentarios:

  1. Aleccionador, Dom BELOSTI.

    Oñazinos y Gamboinos. Es para pensar que Jonathan Swift haya tenido acceso a esa historia, inspiradora de la eterna lucha entre Liliput y Blefescu por la elevada defensa del sistema óptimo de cascar un huevo, los unos por el lado ancho, los otros por el más estrecho.

    Estar regidos por liliputienses, a quienes pagamos con generosidad y les agradecemos los servicios prestados en faltarnos al respeto y esquilmarnos

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  2. LINDO GATITO dijo:

    «faltarnos al respeto y esquilmarnos».

    O, como decía mi abuelo: comernos la merienda y cagarse en el morral.

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  3. Complicada cosa la hermenéutica del capítulo 54 del Blundeeral, Maese Lindo Gatito.

    Maease Belosticalle. Siempre es un placer leerle, aunque el tema de hoy no sea agradable dada la estulticia del Sr. Olano.

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  4. Tenía ganas de leer algo sobre este tema, así que le agradezco la atención que le ha prestado. Yo sólo conozco la versión en español y me parece una pieza muy meditada y significativa, aunque suena a traducción. Es un buen panfleto, dice lo que piensa el nacionalismo. Lo increíble es la ubicación y el abuso y malversación de autoridad que supone. El hecho de que, al parecer, no haya una vía legal para atajar este retorcimiento perverso de la legalidad, es lo realmente preocupante. Tan preocupante como que la hubiera y no haya sido utilizada.

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