«Escribieron al mundo todo un papel impreso, a que llamaron Proclamación católica»
(Francisco M. de Melo, Historia de los movimientos, guerra y separación de Cataluña, 1645)
En estos días de zozobra por y para Cataluña –para España igualmente, cómo no–, me ha dado por leer prensa atrasada. Papeles del Principado y de la Corte, sobre aquella otra zozobra y crisis de confianza mutua a mediados del siglo XVII.
Es instructivo conocer los métodos y argumentos de entonces para formar opinión pública, dando visos de razón a lo sentimental. Hoy creemos saber mejor cómo funciona esa máquina: propaganda, técnicas de persuasión y demás. Nada nuevo bajo el sol. La retórica y el teatro, como la sofística o la democracia, todo eso lo organizaron ya los griegos, grandes artistas de la persuasión. Pero la cosa en sí venía hecha muy de antes, porque el comecoco persuasivo o disuasorio, el mimetismo o simulación tendenciosa nos es innato, y muy compartido en el mundo animal, sin entrar en el maquiavelismo de las plantas, casi diabólico.
El agitador de masas sabe cómo conmoverlas sin conmoverse él mismo. Su trabajo es usar su cerebro en frío para caldear los ajenos. Actor que hace su personaje, sin dejar que éste le posea. Hoy invito a conocer a un fraile de entonces, maestro en esa habilidad.
Un agustino catalán hace carrera
La Guerra de Separación de Cataluña (1640-1660), sobre todo en su primera fase (1640-1641) –la mal llamada ‘Guerra de los Segadores’–, generó en paralelo otra ‘guerra de papel’: propaganda en forma de panfletos y de relatos ‘históricos’ o crónicas de sucesos. Imprescindibles los primeros, los panfletos, para entender los segundos, los relatos, en una aproximación actual a la realidad. Esa literatura, en gran parte olvidada durante siglos, ya recibe la atención que merece [1].
De aquellos panfletos cruzados, uno de los primeros por la parte catalana y el más conocido es la Proclamación católica, que ya se leía en Madrid en la segunda quincena de octubre de 1640, meses después de la Revuelta de los Segadores (7 de junio), que se saldó con el asesinato del Virrey cuando huía de Barcelona. Un hecho trágico que, a su vez, provocó la huida hacia adelante de Cataluña, a echarse en los brazos de Francia.
La proclama catalana no era el colmo en su género, ni por la elocuencia, ni por la erudición ni el estilo; pero hizo diana por su toque emocional sostenido de principio a fin. Ese fue el acierto, porque estos conflictos, ayer como hoy, para la gente llana son emocionales.
A este efecto, sin nombre de autor, el texto se ponía en boca de las corporaciones catalanas –Consejeros del General, Consejo de Ciento de Barcelona–, como la voz de un pueblo dolido, dirigida al que todavía era para ellos «la Majestad piadosa de Felipe el Grande, Rey de las Españas y Emperador de las Indias, nuestro Señor».
Eso en el frontis del panfleto, porque en páginas interiores Felipe IV era además para los proclamantes el padre, al que sería lástima verse forzados a repudiar. Todo porque una Cataluña inocente se veía atropellada por la violencia del Estado.
Nos suena. Aquello queda lejos, pero sigue sonando. En 1640, la Cataluña oficial encarnada en sus tres ‘brazos’ corporativos, alza la voz al Rey de España para que lo oiga Europa entera. La pretensión de internacionalizar los capitostes periféricos sus diferencias con España no es cosa de hoy. El testigo portugués Melo lo expresó entonces con ironía: «Escribieron al mundo todo». ¿Y qué es lo que escribieron al mundo mundial los próceres catalanes? «Un papel impreso, a que llamaron ‘Proclamación Católica’».
¿Quién hizo este trabajo de encargo? Fray Gaspar Sala y Berart (1605?-1670) era un fraile agustino nacido de padres catalanes residentes en Aragón. Muy joven toma el hábito en San Agustín de Zaragoza, y en 1635, a solicitud del convento de San Agustín de Barcelona, es destinado a la Ciudad condal con doble oficio: el púlpito y la enseñanza de Teología en el Colegio mayor de San Guillermo, de la misma orden. «Fue famoso predicador y profundo teólogo», dice una ficha biográfica. Si lo de predicador es muy cierto, de su Teología no dejó huella, ni profunda ni somera. Uno de sus sermones de entonces fue el titulado Panegyrico aniversario de los héroes catalanes difuntos, inmortales en sus hazañas (1639), cuyo encargo revela su compromiso con la alta sociedad catalanista.
Pero antes de eso, el agustino había debutado como arbitrista en torno a un problema endémico: qué hacer, en la gran ciudad, con la balumba de pobres y de vagos. Fray Gaspar proponía su solución en Govern politich de la Ciutat de Barcelona, per a sustentar los pobres, y evitar los vagamundos (1636), obra escrita en catalán [2].
Ya en esta ópera prima el autor no se presenta como un espontáneo diletante cualquiera. Cuando la dedica «al sabio Consejo de Ciento» –el alto órgano de gobierno de la ciudad–, cosa que no debía hacerse sin licencia, cita por sus nombres al conseller en cap y a sus cuatro adláteres en la junta de gobierno, como quien les conoce y trata, advirtiendo que toma la pluma «a instancia y petición de los señores Administradores y Trentadocena del Hospital de la Misericordia» .
La obra es una de tantas en el tema de la beneficencia española anterior a la Ilustración, y en su mayor parte tiene un aire como de sermón predicable, sobre la caridad y la limosna. Sin embargo ofrece algunas particularidades que nos importan mucho. Y no me refiero al elogio que hace de la propia ciudad:
Barcelona, de fundación antiquísima, anterior en muchos siglos a Roma, pues la fundó Hércules, en arribada forzosa al pie del Montjuich por una tormenta. Ocho barcas de su flota se hundieron una tras otra, quedando sola la nona. Por eso el héroe llamó a su nueva ciudad Barca-nonia; corrompido en Barcelona.
De glorioso pasado, «en las armas potentísima, y así los autores extraños la llaman ‘belicosa’, cuyo poder causa terror y espanto a todos los príncipes de España, Francia y África…» La dedicatoria es un trasunto de laudes Barcinonae, anticipo breve de las laudes Cataloniae que desarrollará en la Proclamación.
El texto, en 63 folios, se divide en cinco libros. De ellos sólo me fijaré en el I, De los vagamundos, con un breve prólogo para distinguir entre estos ‘pobres válidos’ y los auténticos pobres, objeto del libro II, De los pobres débiles. Diferentes estos de aquellos como la realidad y la apariencia, o como lo verdadero y lo falso.
Tal distinción no tenía nada de original ni peculiar de Barcelona. La España de los Austrias menores era famosa por la picaresca y el hampa, allí como en Sevilla. Lo notable es que si Sevilla inspira a Cervantes su Rinconete y Cortadillo, con el Patio de Monipodio, a Salas su Cataluña y Barcelona le preocupan sobre todo por la delincuencia violenta; igual que a Cervantes el Bosque de los Ahorcados y el diálogo de Don Quijote con el bandolero Guinart. Entre los vagamundos de fray Sala hay pícaros, desde luego; pero lo que da el tono en semejante gremio es el maleante especialista en asalto, robo a mano armada y asesinato.
El niño aprendiz de vago se iniciaba robando fruta. De joven, ascendía a oficial cortabolsas. Y ya maestro adulto, se echaba a los caminos con arma homicida. Lo peor no era el trabajo en solitario, sino en partidas. Sus monipodios eran agencias del crimen, donde se alquilaban sicarios virtuosos de la estaca y el estoque a la clientela pudiente.
Como dice el refrán, por la caridad entra la peste. La limosna, esa gran obra de misericordia tan catalana –de la que tratan específicamente los libros III-IV del panfleto y se discurre en el II–, merece en este I una mención, porque aplicada indiscretamente a los falsos pobres los convierte en criminales:
«En Cataluña hay una costumbre santa y loable, que en las casas ricas de payeses, o masías, a todo pobre que llama se les da limosna cada día».
Pone el caso de Vich como ejemplo general. A diario se observa una cohorte de chiquillos que acuden a la limosna, y con la familiaridad con la casa se atreven al hurto: una gallina, legumbres y hortalizas, lo que encuentran. Al mismo tiempo aprenden a conocer el país y sus vericuetos, asignatura troncal de salteadores. Toda una carrera del crimen costeada ¡con la limosna!
Insisto, ladrones violentos y espadachines a sueldo los había también en Sevilla, como en Madrid. El autor se fija en una especialidad de sus vagamundos catalanes: «ayudar a sostener parcialidades, cargados de pedreñales». El pedrenyal era el arma corta de chispa, la favorita en Cataluña. Pudo citar como ejemplos autóctonos de bandolero a Juan de Serrallonga (1594-1634), ajusticiado dos años antes; o más antiguo, al celebérrimo Perot Roca-guinarda (1582-1635), de quien el cervantino Roque Ginart era trasunto.
Pero mentar siquiera a estos dos espejos del bandolerismo catalán no le pareció oportuno a fray Gaspar Sala. El primero, por cierto, llevaba su mismo apellido, Juan Sala: Serrallonga le vino de su mujer. En cuanto a ‘Perot el Lladre’, fue declarado enemigo del reino (1608), sólo tres años antes de recibir el indulto del Virrey de Cataluña, con destino a Nápoles como oficial de los Tercios (1611). Mal candidato, pues, para el ejemplario del padre Sala. Además, el historial delictivo de Perot mostraba que no se detuvo ante el sacrilegio; por ejemplo, cuando asaltó el palacio episcopal de Vich, o cuando robó dinero y alhajas en una iglesia… Decidido: algún día tocará denunciar ante el mundo los crímenes sacrílegos de la soldadesca extranjera, y entonces el autor de la Proclamación católica se alegrará de no haber aireado fechorías semejantes perpetradas por catalanes en su propia tierra [3].
Por eso, para demostrar la peligrosidad potencial de los vagamundos, incluso a nivel de motín, Sala prefiere llevarnos a Lyon de Francia (1529), donde
«un día se juntaron en gran número en la Plaza de los Cordeliers, y estando la ciudadanía descuidada subieron al campanario del convento y tocaron a rebato, aprovechando la confusión para saquear las casas vacías a mansalva, sin poderlos detener la justicia…» [4]
¿No podía ocurrir lo mismo en Barcelona? Vaya si pudo. En la revuelta de los Segadores, la gran mayoría no eran tales, sino gente del hampa bien dirigida y coordinada, pero sobre todo delincuentes del campo catalán, los mismos que «sostenían las parcialidades» al servicio de la pequeña nobleza.
El remedio que preconiza fray Gaspar es preventivo. Recoger a toda esa gente en hospicios, donde chicos y grandes vivan en régimen de internado. Allí los más jóvenes aprenderán alguno de los oficios más necesarios. También los mayores estarán bajo control, y el conjunto será una bolsa de trabajo, donde la buena sociedad recupere, en forma de menestrales y criados, el dinero que invirtió en limosnas para la institución.
Sala no presume de original. En España ya se había ensayado el ‘recogimiento’ de vagos, pero fracasó «por no haberse acertado en los medios». Por eso el libro V de su Govern politich lo tituló, Buen gobierno que rige en el Hospital de la Misericordia. Aquella ‘Misericordia’ barcelonesa ya tenía bastante, dedicada a sus auténticos pobres, y no era cosa de meter allí también a los falsos y a los candidatos a serlo, los cuales deberán tener sus propios centros de acogida. La Misericordia y su buen gobierno era sólo el modelo, para acertar con los medios que en España faltaron [5].
Volviendo al propio Gaspar Sala, el aplaudido predicador de cuaresmas enteras, así como del aniversario Panegírico de los héroes catalanes del año 1639 (24 de abril) [6], en noviembre del mismo año se recibía de doctor en Teología por la Universidad de Barcelona, que luego le nombró catedrático a perpetuidad. Bien entendido que esta posición no colmaba su curiosidad ni sus ambiciones. Se anunciaba el golpe separatista, en el que fray Gaspar estuvo comprometido como partidario del entreguismo al rey de Francia Luis XIII, lo mismo que el presidente del General, el canónigo Pablo Claris.
De 1640 es la Proclamación católica, una excusatio non petita, escrita a toda prisa tras los excesos catalanes de junio, que por supuesto ni se tocan. Es también el ultimátum del capo conseller Claris al rey de España. Con ayuda de Francia, la rebelión catalana triunfa en Montjuich (26 de enero 1641). La inesperada victoria aseguró de momento el proyecto de República Catalana bajo protectorado de Luis XIII de Francia, investido como Conde de Barcelona.
Lágrimas de reír
Retrato de Pablo Claris, en Lagrimas Catalanas |
Pero justo al mes y un día, Pablo Claris muere, y de su oración fúnebre de cuerpo presente en la parroquial de San Juan se encarga fray Gaspar Sala:
«Prediqué yo media hora, lo que hallé más a mano, porque no me dieron sino tres de tiempo para prevenirme.»
Aquel funeral improvisado, en que «el cielo ayudó al luto y al llanto, con nubes negras y con lluvia menuda», supo a poco, y el lunes siguiente, 4 de marzo, el Consistorio organizó otro funeral de campanillas en la capilla de la Diputación, dando a Sala una segunda oportunidad de lucimiento:
«Volviéronme a mandar predicar, para compensar con mayor estudio las cortedades del día del entierro. Llegó el lunes por la mañana, púsose delante la capilla un túmulo rodeado de hachas… Y yo, por mi devoción, y por el afecto que tenía al difunto, pedí licencia para poner alrededor del túmulo… las siguientes ‘empresas’, que son el alma del sermón fúnebre.»
No sé en qué lengua hizo su sermón el agustino. Si fue en catalán, sería el ‘moderno’, el que se hablaba en Barcelona, muy castellanizado. Aunque también pudo pronunciarlo en castellano, al menos así lo imprimió: Lágrimas catalanas, al entierro y obsequias del Illustre Deputado Ecclesiástico de Cataluña, Pablo Claris (Barcelona, 1641). La edición se adornaba con una estampa grabada de Santa Eulalia, más un retrato del difunto troppo vero, es decir, malencarado, con la divisa:
Sibi nullus, omnibus omnis fuit
(Fue nadie para sí y todo para todos) [7]
Pero lo más llamativo de la publicación es el escudo de armas en la portada. No el de Claris, por supuesto. ¿Adivinamos de quién? Pues claro que sí: del valido o primer ministro de Francia, el cardenal Richelieu, a quien Sala dedica la obra en términos adulatorios. Su Eminencia se frotaría las manos, si no se partió de la risa.
Las ‘empresas’ que puso fray Gaspar rodeando el catafalco, a modo de power-point predigital para explicar el carácter del finado, eran una serie de imágenes alegóricas, o emblemas, cada una con su mote o pie de figura. Por ejemplo:
«En la primera empresa (significando su constancia) estaba pintado un elefante, a quien tenía asido por la oreja el perro de Alejandro; y la letra que decía: NEC CAESUS CAEDAM»
Dicho así, más que una ‘empresa’ era un enigma para los no iniciados. Y así todas las otras. Esto creaba intriga, en el apogeo del barroquismo sacro-profano, cuando el público de los sermones se pirraba por tales acertijos, entendiéndose que fray Gaspar en la oración fúnebre los iría soltando uno a uno.
Nec caesus cedam, ‘Ni despedazado soltaré’: ¿qué tenía eso que ver con Pablo Claris? Muy sencillo. Un perro, que atendía por Peritas, era el favorito de Alejandro Magno para la caza. Presa que hacía, no la soltaba. Dice el cuento que el tal can trabó por una oreja a un elefante, con disgusto de Alejandro, que ordenó cercenarle la cola. De nada sirvió, ni tampoco cortarle una a una las cuatro patas. Aburrido el amo, mandó decapitar al perro, y aun así quedó la cabeza colgada de la oreja del elefante. Moraleja:
«De esta calidad fue la constancia de nuestro difunto Claris: no desistió del primer intento, hasta la muerte.»
Mal empezamos, si las lágrimas catalanas son de risa. Porque si el elefante era España y Claris era el can, el cartel era de chiste: Don Felipe IV con la cabecita del gozque catalán colgada de la oreja, como un pendiente. Richelieu al menos, seguro que lo pilló por el lado cómico, bastante le importaba a Su Eminencia un simple canónigo como monsieur Clarís.
Así iba describiendo el predicador, a golpe de conceptos y retruécanos, las virtudes cívicas del caudillo separatista. Muy significativa la empresa XII:
«La hidra de Hércules con seis cabezas, y una cortada: significando los seis del Consistorio, y la cortada el difunto; con la letra que decía: UNO AVULSO. Es a saber, si se corta una, nace otra. Así muerto Claris insigne, nacerá otra cabeza… Otras empresas puse, que por no ser prolijo las dejo».
Decididamente, la lógica no era el fuerte del ‘profundo teólogo’ fray Gaspar, que en esta historia moral confunde al bueno y al malo. La Hidra era un monstruo maligno, y comparar al General de Cataluña y sus Seis cabezas (tres diputados y tres oidores) con una hidra enfrentada a Hércules el bueno –España, para el caso– era un insulto a la cordura. Pero hombre de Dios, ¡si usted mismo reconoce a Hércules como el fundador de la Barca-nonia /Barcelona!
Empresa particular fue el propio blasón de armas de los Claris: «una Luna, puntas abajo, como que va a ponerse; y añadiendo un mote latino que diga: Moritur, et oritur [8].
Fray Gaspar ha dicho que aquellas empresas eran «el alma del sermón fúnebre». Sin embargo, en el texto que hizo imprimir no sigue ese programa, evocando alguna que otra como de paso, más el escudo de armas de los Claris. Por ejemplo, a «la granada que revienta para salvar a sus granos» se refiere a mitad del sermón. Tal vez en un primer boceto el orador se entretenía y pensaba entretener con tales florituras. En todo caso, el acto religioso fue todo él de afirmación política, tras la victoria catalana sobre España:
«Asistieron convidados los Conselleres de Barcelona, junto con los Deputados y Oidores. Llenóse la capilla de los más lucido de la Ciudad, comenzó la música la misa de Difuntos, y prediqué el siguiente sermón. En el cual he ingerido lo que dije en el entierro, y ampliando algunos conceptos.»
El sermón fúnebre por Pablo Claris, el 4 de marzo en la Capilla de San Jorge de la Diputación de Barcelona fue pura munición política, y su publicación en castellano la convertía en un proyectil más en la guerra de papel. Cataluña no estrenaba independencia, consciente de que eso era imposible por entonces. Alejada la amenaza española, desempolva sus oropeles pactistas para festejar su luna de miel con su nuevo soberano, el rey de Francia. Claris ha muerto, y con él el proyecto de una República Catalana autocéfala. Toda la sublimación del difunto que el orador va desplegando ante su auditorio de próceres refleja frustración y fracaso político. No otro nombre merece el reconocer que todo el logro del héroe Claris ha sido sacudir de Cataluña el yugo de Castilla, total para cambiarlo por el de Francia.
El tono del sermón es abiertamente antiespañol. Siguiendo una tradición muy catalana en la oratoria sacro-política, abundan los paralelos tomados del Antiguo Testamento o Historia Sagrada. Así, en paráfrasis más atrevida que atinada, comparando la muerte de Claris y la de Saúl, con la endecha de David (“Callad, no lo sepan las ciudades filisteas”), el orador exclama:
«No divulguéis, Señores, esta muerte, ahogad los suspiros, porque no los lleve el aire a los escuadrones del enemigo… Cállese esta muerte, Catalanes. Silencio, no oiga llorar el enemigo esta pérdida. No alentemos con nuestro llanto u cobardía… Cállese su muerte, por no dar este alegrón a gente excomulgada.»
Olvidando, como digo, los jeribeques conceptuosos de la alegoría, Gaspar Sala escoge referentes bíblicos que evocan el momento fundacional que creía vivir Cataluña. Claris ha sido el Moisés que ha despertado a su pueblo, le ha trazado normas y camino y le ha guiado hasta la tierra prometida, a cuya vista muere sin gozarla él mismo.
«Merece ponderación lo que solía decir nuestro difunto a los que, vencidos de sus méritos y trabajos, le pronosticaban y aun con certeza aseguraban altísimas remuneraciones y mercedes del Rey nuestro Señor Luis XIII. “Testigo me es Dios (decía), que no solamente no pretendo lo que podría esperar, pero lo aborrezco, y me alancean el corazón los que con estos devaneos maculan el candor de mi intención.” Y para comprobación de esta verdad, afirmaba y juraba que cuando se le ofreciese premio alguno, por alto que fuese, no lo había de aceptar de ninguna suerte, por que nadie pudiese llegar a pensar que lo que había hecho tenía tanto de útil para sí, como de interés para su Patria…»
Y aquí el predicador aventura un concepto arriesgado: ¿En qué mostró más Cristo su amor al hombre? ¿en morir crucificado o en darse en la eucaristía? «¿Por dónde sale éste?”, se mosquearía el auditorio. Pues iba nada menos que a comparar a Claris con Cristo:
«¡Oh ilustre Diputado! muchas finezas obraste por tu patria. Por ella perdiste la vida, rindiéndola al cuchillo del trabajo, a los golpes de las ansias. No pudo hacer más por Cataluña, que morir trabajando por ella. Pero cuando… contemplo la aversión que tenía al premio de sus trabajos para argumento del candor de su intención, digo que esta fineza es mayor entre mayores…»
¿De qué murió Claris? Tal vez de un resfriado que agarró en la noche larga invernal de Montjuich, subido a la muralla de la Ciudadela, para seguir la peripecia. También se especuló con el veneno, como era inevitable. Pero no; fray Gaspar tiene su teoría:
«¡Ay, señores! Si preguntáis al difunto, “¿de qué habéis muerto?”, con toda propiedad nos puede responder: “Pro honore vestro. Por vuestra reputación, por la honra de Cataluña, por lo decoroso de mi Patria. El trabajo de estos cuidados me quitó la vida… Como Fénix me abraso, para que renazca mi Patria mejorada.”»
Las oraciones fúnebres no suelen ser ocasión de chismorreo sobre los defectos y vicios del finado. Ésta no quebranta la norma. Al contrario, a estas alturas se ha convertido en panegírico santoral, donde sólo falta que el orador sagrado proponga abrir a Claris el proceso canónico, si se digna hacer algún milagro. ¿Acaso no los hizo Don Carlos, el Príncipe de Viana, cuando murió en Barcelona (1461), alzado contra su padre Juan II de Aragón y rey consorte de Navarra?
Claris acumuló muchos agravios del rey de España, del Virrey, del valido Olivares y de las castellanos. Todos los aguantó sin respuesta. Hasta que la soldadesca española profanó la eucaristía en algun lugar de Cataluña, y eso fue intolerable para su devoción personal:
«Era devotísimo de este augustísimo Sacramento, y en la catedral de Urgel, de donde era canónigo, había fundado renta para cien velas que ardiesen en el monumento el Jueves Santo, perpetuamente cada año. Y así, en las ocasiones de resolverse, no obstante las injurias hechas por los castellanos al Principado…, no se acordaba sino del agravio hecho al Santísimo Sacramento. “Esta causa (decía) es de Dios”…»
Convertir la causa catalana en guerra de religión, al estilo de aquel siglo, será leitmotiv de la Proclamación católica, como veremos en otro artículo. Aquí nos quedamos con la palabra del panegirista, que vuelve a comparar a Claris con Moisés:
«Por esta razón juzgo que en la sagrada Escritura no hay varón cuyos progresos vengan más ajustados a nuestro difunto, que los de aquel capitán famoso Moisés. ‘El amado de Dios y de los hombres’...»
El paralelismo vital entre ambos caudillos, el hebreo y el catalán, es plutarquiano, y como se mostró en la muerte, también en la cuna. Fray Gaspar descubre con agudeza la relación entre el infante Moisés sacado del Nilo y el rito de la ‘extracción’, tan original para sortear en Barcelona a los diputados y cargos:
«Moisés quiere decir ‘extraído de las aguas’. Y eso es ser diputado, pues para serlo en Barcelona los sacan por suerte de una urna llena de agua, donde en unas cuentas de madera andan nadando los habilitados.»
Y aquí aprovecha para volverse a las autoridades y aplicarles el cuento:
«Ceremonia que predica a Vuestra Señoría la obligación que tienen de mirar por el pueblo. Salidos del agua, como Moisés. Extracti: extracción llamamos en Cataluña… para que sepan que salen de allí, no para el descanso del oficio, sino para la obligación… de oponerse a cualquier orden que contravenga a los privilegios y al estado privilegiado de Cataluña…»
De pronto el predicador, como para espabilar a un auditorio soñoliento, se permite tensar el hilo en tono demócrata-populista. Pero no hay cuidado, es sólo un truco oratorio:
«‘Extraídos de las aguas’. ‘Aguas’ en la Escritura santa significan el ‘Pueblo’... No metidos en las aguas, sino salidos de las aguas y superiores a ellas. Así nos pinta el Génesis al Espíritu de Dios… No zambullidos en las aguas, sino superiores, desapegados de ellas; eso es ‘extracti’.»
Aquí el discurso se vuelve épico, al pintar la victoria de Montjuich como éxito personal y casi milagroso de Claris, «movido de este Espíritu superior a las aguas» –es decir, por encima del pueblo, aunque por amor al pueblo–; en una sublimación a posteriori realmente ingeniosa:
«No había por nuestra parte forma de ejército: ni de franceses que nos defendiesen, ni de catalanes que nos defendiésemos. No obstante toda esta necesidad, con ánimo y valor intrépido concluyó (a vista del enemigo) la entrega del Condado…
No fue esto necesidad, sino amor. Fuéralo, si pudiéramos en esta ocasión escoger: o el morir a manos de los castellanos, o el entregarse al Rey Cristianísimo, una de dos. Pero el negocio estaba en términos que uno y otro podía suceder: entregarse, y morir juntamente. Y así no nos entregamos por no morir a manos de castellanos, sino por no vivir sujetos a ellos. Y cuando nos vimos amenazados de muerte, y a dos dedos de la espada, nos pareció más honroso morir con nombre de vasallos de un Rey que nos favorecía con sus armas [¿!], que de un Rey que nos depopulaba (despoblaba) con las suyas.
Esta resolución no nos aseguraba la vida, pero nos consolaba en la muerte. Y esta acción fue amor fino, y no necesidad; porque si esta fuera la causa impulsiva, antes nos obligaba a pedir pactos al enemigo pujante, que entregarse a un Rey cuyos ejércitos no teníamos presentes.»
Tanto retruécano sólo trata de reforzar la tesis extravagante de una ofensiva española de exterminio. Conjurada hábilmente, no con la ayuda efectiva de Luis XIII, sino comprándole su protección nominal, «su nombre formidable a la nación castellana».
«Después del favor del cielo, la mayor fortificación que tuvo Barcelona en Monjuyque fue el nombre de Luis, Rey de Francia. Porque al batallar con los enemigos, cuando los nuestro, catalanes y franceses, gritaban, “¡Viva el Rey de Francia!”, las sílabas de este regio nombre, cual trueno pavoroso, los aturdía…»
Y vuelta al tema de la guerra santa como pretexto de la traición:
«La causa de Cataluña era de tal calidad, que para su defensa, solas las armas y nombre de este gran monarca venían ajustadas al intento. La causa principal y el motivo impelente de las armas de Cataluña es el agravio sacrílego, hecho al Santísimo Sacramento del altar por las armas castellanas. Y para defender a Dios sacramentado no se puede hallar fortificación más propia que las armas de los Cristianísimo Reyes.»
Nótese el silencio absoluto sobre el episodio de los Segadores, lo mismo aquí que en otros textos de Sala y la propaganda oficial. La Revuelta de los Segadores, el ‘Corpus de Sangre’, con mucho retraso darán pie a un mito romántico, en los antípodas de la percepción coetánea, fuese catalanista o felipista. Los propios separatistas de entonces preferían pasar página de aquellas ‘aguas revueltas’. En el sistema jurídico del Antiguo Régimen, la postura de rebeldía no era bien vista, ni motivo de orgullo para las clases privilegiadas y las personas cultas, incluso en provincias aforadas y aferradas al pactismo.
El premio de un patriota
Como el capítulo va siendo largo, dejaremos para otro lo principal, que es el argumentario de la Proclamación católica y la respuesta que tuvo. Acabo, pues, con algunas noticias sobre el personaje que la escribió y que nos ha hecho el gasto de hoy, fray Gaspar Sala.
Si Sala, que tanto alabó a Claris por su desinterés (“Todo para todos, nadie para sí”), hubiese tenido que pronunciar su propia oración fúnebre, no habría podido jactarse de lo mismo. Su traición tuvo su paga, no sé si a la altura de sus ambiciones. No obtuvo ninguna mitra, cosa que por otra parte le habría marcado, cuando las mitras catalanas estaban prácticamente en bloque a favor de Felipe IV. Lo que hizo el Rey de Francia fue nombrarle su predicador de cámara y cronista oficial (1642); y en un reparto de abadías vacantes a predicadores que agitaron desde el púlpito en pro de Francia, a fray Gaspar le cayó nada menos que San Cugat del Vallés.
Esta merced sentó muy mal, empezando por la Congregación de monjes San Benito, que protestaron. Como protestó también el gobernador José Margarit –en su juventud bandolero, de los de alcurnia–, nada simpatizante de fray Gaspar Sala. En ninguna parte leo que el agustino se pasara a los benedictinos. Tal vez fue sólo ‘abad comendatario’, con derecho a la administración y a la renta pero sin función de gobierno. Lo cierto es que el beneficiario se agarró a su abadía como una lapa, y esto le desprestigió más aún, pues era voz común que el religioso necesitaba la renta, porque tenía querida y varios hijos que mantener [9].
Con la reintegración de Cataluña a España, el abad Sala pasó a Perpiñán, siempre reclamando su título. Finalmente, en el perdón general de Felipe IV, fray Gaspar fue rehabilitado y confirmado en su dignidad. Hay quien dice que murió en su monasterio de San Cugat.
Notas:
[1] Cfr. María Soledad Arredondo, ‘Armas de papel. Quevedo y sus contemporáneos ante la Guerra de Cataluña. La Perinola, 2 (1998): 117-151.; Literatura y propaganda en tiempo de Quevedo: Guerras y plumas contra Francia, Cataluña y Portugal. Iberoamericana/Vervuert, 2011.
[2] El catalán que adopta es el hablado, o ‘moderno’: «No he volgut usar lo catala antich, sino lo modern, y que tots parlen: perque los demes auctors llatins y castellans componen ab llegues modernes, y no antigues» (Al lector). La obra se imprimió en Barcelona, en casa de Sebastián y Jaime Mathevat, impresor de la Ciudad y su Universidad.
[3] Almudena García González, La figura de Juan Sala Serrallonga en ‘El Catalán Serrallonga y Bandos de Barcelona». XII Congreso Internacional AITENSO… : 195 y sigs.
[4] Fue lo que en la historia de la ciudad se conoció como la ‘Grande Rebeyne’ o gran motín. Que no tuvo el carácter que aquí le da nuestro filántropo, para su intento, pues fue una de tantas revueltas motivada por la carestía de grano. El 18 de abril la ciudad se cubrió de carteles convocando para el domingo, 25, asamblea popular en los Cordeleros (franciscanos), para agenciar trigo en los graneros de los acaparadores. Ese día varios miles de personas escucharon una soflama, antes de acudir al saqueo del pósito municipal, y fue entonces cuando un toque de rebato en la torre de Saint-Nizier dio la señal de pillar grandes mansiones burguesas –muchas de ellas de banqueros y comerciantes italianos establecidos en Lyon–, así como conventos y abadías.
[5] ¡Cómo podía el agustino adivinar que, en un futuro, su Colegio de San Guillermo, desamortizado, pasaría a formar parte del complejo de instituciones benéficas de la ciudad, incluida la nueva Casa de Misericordia!
[6] Este panegírico aniversario se predicaba el 24 de abril, el día siguiente a la fiesta se San Jorge, y se insertaba en una misa de réquiem por todos los difuntos catalanes beneméritos. Andrew Mitchell (pág. 23) recalca la singularidad de este aniversario, diciendo que no conoce paralelo en Castilla ni otras partes de España en la época. Esto sería reflejo de una conciencia nacional propia. Sin ponerlo en duda, la costumbre catalana se ajusta a los usos de las cofradías, donde a la fiesta titular seguía la conmemoración de los difuntos en el año. Lo que a su vez reproducía el uso litúrgico general, que coloca tras la fiesta de Todos los Santos la conmemoración de los difuntos. El sermón de Salas es explícito en cuanto al carácter expiatorio y sufragial del aniversario.
[7] Antes del panegírico va un ‘Relación descriptiva del Difunto’:
«Era de buena estatura (que en la desmesurada se disipan los espíritus del alma, y en la pequeña se embarazan); el rostro algo tirado, el pelo entrecano, el color trigueño, y quebrado, los ojos vivos algo grandes y salidos, la nariz un poco aguileña, los labios gruesos: con que se manifestaba a los fisonómicos varón entero, firme, verdadero, discretamente severo, y prudentemente arriscado… Era en el trato grave, pero alegre: en el hablar agradable, pero conceptuoso: en el andar fogoso, pero remirado. Era en el vestir modesto, pero aliñado; en su proceder honesto, en aconsejar acertado, en resolver maduro, en executar promptíssimo, en acariciar amoroso, en agasajar urbano, en reprehender severo, en negociar astuto, en persuadir eficaz… No aspiró a mayor fortuna que a la de Canónigo de la Cathedral de Urgel…»
[8] Pero La Adarga catalana habla de ‘creciente’. Claris de Berga trae de azur un Creciente de plata
[9] Cfr. Nùria Sales, “Els segles de la decadència (Segles XVI-XVIII)”, en P. Vilar (Dir.), Història de Catalunya, Edicions 62, Barcelona, Vol. IV, 1989, pág. 371.
No sabe uno cómo agradecerle, mi admirado don Belosti el buen rato que me ha hecho pasar con tan divertida página. Aderezada con el rigor del historiador y la airosa retranca al describir y desmenuzar la peripecia del abad agustino.
ResponderEliminarLástima que los que hoy aspiran a conseguir la republiqueta desconozcan, como creo que desconocen los avatares de aquel intento. La inquina contra el Austria castellano de entonces que les hace siervos del Borbón francés y la rodilla doblada ante el Austria extranjero medio siglo después contra el Borbón que asoma.
Una vez más le declaro mi sincera admiración. Y mi afecto.
Mirlopica
El afecto es mutuo, Don Pedro. Respecto a lo demás, tampoco tiene tanto mérito, pues todo brota del odio animal a Cataluña y a Barcelona que uno, como español, lleva dentro. ¿O es que no se nota? ¡Pues qué frustración!
EliminarUn abrazo.
Estupenda crónica Querido Profesor . Muchas gracias.
ResponderEliminarAhora toca releerla una y otra vez, para sacarle todo el jugo, mientras una espera a la próxima entrega, manteniendo al mismo tiempo los dedos cruzados para que por algún milagro el secesionismo mentiroso aprovechategui y victimista de algunos catalanes, y no sólo de catalanes, se rinda a la realidad evidente, y dejen sus cansinas cantinelas.
¡ No caerá esa breva, por desgracia !
No caerá, mi querida Viejecita. Esos milagros son de los que no existen.
EliminarGrumete.
ResponderEliminarMaestro, cincuenta días han pasado desde su último post. Pero como siempre, la espera merece la pena. No conocía yo al Abad Gaspar Sala, así que he pasado las últimas horas familiarizándome con él. Nada puedo añadir al zumo que habéis hábilmente extraído de tan inesperado limón: así son las cosas. Aunque luego venga ese invento de la “postverdad”, tan de moda.
En fin, como siempre que puedo, unos links de descarga.
“Lagrimas Catalanas...” …buscarlo en Google Books directamente o utilizar el siguiente link:
https://books.google.es/books?id=8Z9icreA2b0C&printsec=frontcover&dq=%22lagrimas+catalanas%22&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwiO9Zytwr7XAhUCuxQKHYxdAr8Q6AEIJzAA#v=onepage&q=%22lagrimas%20catalanas%22&f=false
Para “Epitome de los principios y progresos de las guerras de Cataluña…….”
http://bibliotecavirtualdefensa.es/BVMDefensa/i18n/consulta/resultados_ocr.cmd?buscar_cabecera=Buscar&id=472&tipoResultados=BIB&posicion=2&forma=ficha
Para la “Proclamación católica…..”:
http://www.iberoamericadigital.net/BDPI/CompleteSearch.do?languageView=es&field=todos&text=Gaspar+Sala&pageSize=1&pageNumber=1
Y por último, para el “Govern Politch…”, directamente buscar en Google Books o:
https://books.google.es/books?id=7-vCos-OeHMC&pg=PP13&lpg=PP13&dq=%22Gaspar+Sala%22+%22Govern+politich%22&source=bl&ots=vksKPn18Uh&sig=K7Iu3E8TWlyfefE3vmmKc7S1l3Q&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwijpOTGvr7XAhVHF8AKHdHkB8oQ6AEIKTAA#v=onepage&q=%22Gaspar%20Sala%22%20%22Govern%20politich%22&f=false
Pero quiero añadir el texto desnudo de dos trocitos, que no párrafos, de dos de sus obras.
El primero procede de la presentación de las “Lagrimas Catalanas….“ al cardenal Richelieu, a quien aclara que no le envía la edición impresa por iniciativa propia, sino por orden (eso son algunas indicaciones o deseos) de personajes poderosos en su entorno. Y el pobre Gaspar Sala pasa las 12 paginas de presentación reptando por los suelos haciendo un panegírico exagerado del cardenal. Veamos una muestra:
“…… por ser Vuestra Eminencia de las aguas doctrinales mar extenso, del tesoro de la sabiduría, rico erario, del contrato de las letras, populoso emporio, y de toda la erudición, Mecenas Soberano……….. Finalmente, todo el Orbe divulga, que si las letras y virtudes son aguas, es V. Eminencia su mar: si flores, su tronco: si líneas, su centro: si estrellas, su Sol: si armas, su Marte: y si perfección Su Eminencia. …”
Y así doce páginas. Ahí es nada. Si fuese santo, sería patrono de los pelotas. Aunque eso era característico de la época.
El segundo, mas serio, es el comienzo del “Epitome de los progresos….”:
“A TODOS: Escribo en poco cosas grandes para que se vean presto, porque con la dilación no gane la mentira a la verdad la possession en los sucesos. No ay enemigos que entre si se alaben, sino el vencedor y el vencido: este para excusar su vergüenza, aquel para acreditar su valor. No puede negar el vencido la vitoria, pero procura menguarla con imposturas.”
Pues ahí queda.
Gracias, maestro. A la espera de la segunda parte.
Oficioso, eficiente, imprescindible señor Grumete: ante todo gracias por los enlaces y también por las citas, en especial la segunda y última. Eso de correr a contar la historia en versión propia, por ganar «la posesión en los sucesos» es muy bueno. A mí también me llamó la atención, y ha sido usted muy oportuno en traerlo.
EliminarSabe que cuento siempre con su ayuda.
Don Belo, que bien lo paso leyéndole. Lo suyo se repite: Instructivo y distraído.
ResponderEliminarLo del Gobernador José Margarit también es para nota. Escarbaré sobre este personaje.
Lo del independentismo catalán es raro. Primero independencia y después ejercito. Hoy , en el Mundo, cuentan que en la investigación han visto pruebas que demuestran que una vez llegada la independencia tenían intención de poner en Cataluña la mili obligatoria. Han jugado a construir un país como el que construye un castillo de arena junto a las olas.
Muchas gracias por sus letras.
Napo
Margarit… Escarbe, escarbe, amigo Napo. Personajes como éste son clave para entender la Guerra de Separación, no sólo en el contexto de la guerra franco-española, sino como guerra civil entre catalanes, que dejó a Cataluña despoblada y en la miseria, el pueblo llano sacrificado sin piedad a las ambiciones de las viejas familias enfrentadas.
EliminarLeo por ahí que, tras el cerco terrible de quince meses a Barcelona, el defensor de aquel cementerio, ya en salvo al norte del Pirineo, alegaba como mérito haber tenido clavada todo aquel tiempo a la fuerza española para que no pudiese atacar a Francia.
Temible por lo valiente, pero más por la falta de escrúpulos, el mismo Margarit se jactaba de haber hecho miles de bajas al enemigo envenenando el tabaco que les vendía. Gente dura.
He disfrutado mucho con su relato, Don Belosti. No he podido evitar que su lectura me trajera a la cabeza al bisbe Novell, emprenyat sucesor de esta saga de "patriotas" catalanes de canonjías, birrete y palio.
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