martes, 15 de noviembre de 2016

La maldición de San Siro (Cuatro horas por Pavía)



El jueves 20 de octubre madrugamos para tomar el tren de Milán a Pavía.
Desde la estación, el primer monumento que se ofrece es la Minerva colosal, obra de los años 30 del siglo pasado. Su autor, Francisco Messina. Restaurada en 2012, ha recobrado color y matices que la hacen nueva para los mismos pavianos. 
El original iba en tetas, como corresponde a una diosa. Pero la pudibundez se impuso, y el artista se vio obligado a velar los atributos ubérrimos bajo un babero en proporción. Castísima, por lo demás, con su túnica talar prestada del Auriga de Delfos. Abierta de aspas, la divinidad guerrera y sabia embraza el clípeo y la lanza, pero ésta con el hierro hacia abajo, aunque en principio era al revés. Si la mudanza pectoral se entiende, esta otra menos, para una era belicosa como fue la fascista. De hecho la llaman Minerva Imbelle, o no combativa. En su actitud estática, diríase una guardia de tráfico en carnaval.  Para este profano insensible: kitsch. Hasta que leemos en el pedestal:


En italiano, obviamente. La referencia al ‘Ateneo’ nos recuerda que estamos en una ciudad universitaria de alcurnia, de las más antiguas de Italia y de Europa, aunque no milenaria, para ser exactos. Pasaremos por allí sin falta.
Camino de la Plaza Mayor, o de la Victoria, voy meditando que este mismo recorrido lo hice hace sesenta años –como quien dice ayer–, y mi impresión es hoy la misma: una ciudad provinciana y más bien triste. Y no es porque también entonces encontré la misma bruma lombarda, con lluvia a ratos, creo recordar. Pavía me sigue pareciendo triste como ciudad. (Los pavianos no, cuidado.)
Turísticamente, lo más importante de Pavía es Pavía. Esta ciudad con historia larga y densa, aunque hoy parezca increíble, rivalizó con Milán y le oscureció en ocasiones. Aquí precisamente se acabó el Imperio Romano, cuando un reyezuelo bárbaro, Odoacro, depuso al títere Rómulo Augústulo (476).
Pero entonces Pavía era poca cosa. Ni siquiera se llamaba así, sino Ticinum: Villa Tesino, por el río que pronto desagua en el Po. De hecho, Borgo Ticino es como se llama Pavía la vieja, la barriada de la margen derecha cruzando el Puente Cubierto, aliviadero del río en aguas crecidas. Su ribera es de lo más pintoresco. Tomar unas fotos es casi una obligación, aquí como en tantos sitios, como si no las hubiera de sobra en Panoramio.
 


Lombardía, tierra de lombardos
A Pavía la hicieron grande los lombardos. El celtismo decimonónico pondrá en circulación nombres obsoletos, como los insubrios del milanesado, voconcios y otras yerbas. La conciencia nacional, sin embargo, es lombarda. Hoy casi nos sorprende que para los antiguos romanos todo el norte celtizado de Italia era galo: la Galia Cisalpina.  «Los levos y maricos edificaron a Ticino, no lejos del Po», dice Plinio [1].  ¿Y quién se acuerda hoy de levos o maricos, ni siquiera en Pavía?
Los langobardos o lombardos pasaron a la Historia como uno de los pueblos germánicos invasores de Italia más bárbaros, brutales, anárquicos y destructivos. Esa fama se la deben en buena parte a los papas de Roma, y a sus cronistas a sueldo. El papa político san Gregorio I el Grande (590-604) no se mordió la lengua al dictar su correspondencia y sus Diálogos, y por ahí le siguieron  otros colegas.
Cuentan que Gregorio, bajando un día del monte Celio al foro de Roma, vio a una muchachada de esclavos y esclavas a la venta, y llamándole la atención su belleza física se interesó por la procedencia de aquella carne fresca.
–Son anglos, Padre Santísimo. Y son paganos.
–¿Anglos? Querréis decir ángelos. Tanta hermosura no es de este mundo. A esa gente la queremos cristiana [2].
Los anglos, los ingleses puros y angelicales antes de su bastardeo con escoceses e irlandeses, con sajones y daneses –y por supuesto, mucho antes de la invasión normanda–, a san Gegorio le parecieron materia de primera calidad para recibir el Evangelio. Además, los anglos eran gente de lejos,  que nunca fueron amenaza para Roma. Esa era su gran diferencia respecto a otros bárbaros guapos o feos, paganos o cristianos, que caían sobre Italia como la langosta. Entre éstos, los peores (por más próximos), los lombardos.
El reino lombardo en su apogeo (744)
Sin embargo, de ellos se llama Lombardía la región más próspera de Italia; y mira que por esa llanura del Po y el Tesino ha pasado gente de todo pelaje. Más aún, el proyecto político de unificación italiana en los siglos VII/VIII por los lombardos –que les valió el odio y traición de la Roma papal en favor del Imperio Franco– fue prácticamente el mismo proyecto de los creadores del estado de Italia en el siglo XIX, a despecho siempre de la Iglesia.
Muchos de los vicios de la monarquía lombarda, incluida la querencia al magnicidio y asesinato político, no puede reclamarlas esa gente en exclusiva. Además, la mala impresión dejada en tiempos del fundador Alboíno (568-573) –y aun antes, durante la feroz guerra gótico-griega (525-543), con los lombardos a sueldo de Bizancio– se explica por el batiburrillo  de tribus ajenas que se pegaron a la hueste lombarda en su emigración a la Italia ostrogoda y el gobierno bizantino de Rávena. Eso sin contar la peste, que hizo estragos a mediados del siglo VI, con hambruna general; y ya se sabe que esas catástrofes no ayudan al orden público, todo lo contrario.
De todo ese mal recuerdo no poca parte se debió a la conquista de Ticino, que desde entonces se llama Papía o Pavía, nadie sabe bien por qué. Alboíno, como nuevo Moisés, condujo a los lombardos desde Panonia (en la actual Hungría), pasando por Austria, a las tierras prometidas y llanas de Po, que ellos mismos habían devastado en campañas anteriores, a sueldo del Imperio de Oriente. Así que, a diferencia de los israelitas errantes por el desierto, la migración lombarda fue una cabalgata. Hasta Ticino/Pavía.
Aquí toparon con la única resistencia seria, y eso sale caro. Tres años duraba el cerco, y el rey juró por Dios, al modo bíblico, que daría la población a todos los diablos.
Sin ayuda exterior, la ciudad tuvo que rendirse. La población sin embargo se salvó de puro milagro, como en aquellos tiempos sucedían las cosas. Lo cuenta el historiador lombardo Paulo el Diácono (m. 799). Cuando el vencedor entraba por la desaparecida  Puerta de San Juan –al oriente, cerca de la ‘actual’ Puerta Garibaldi, que tampoco existe (demolida en 1920)– el caballo de Alboíno se cayó, y no hubo fuerza humana para hacerle levantar. Hasta que alguien sopló al rey la idea de revocar su juramento. Y entonces sí, el animal se puso en pie, y el silencio medroso de los vencidos se trocó en júbilo, aclamando al bárbaro como si fuese su libertador. Si la ciudad iba a ser corte y capital del reino, tampoco perdían tanto.
Duomo, Regisole y Plaza Victoria

La catedral o Duomo es la mole más grande de Pavía. Una enormidad, una barbaridad, un monumento al espacio potencialmente infinito. Sólo gracias a su arquitectura interior nos damos cuenta de que tiene límites. Ahora cerremos los ojos, y como que estamos en una galaxia.
Sobre el proyecto inicial hay muchas dudas. Se habla de Bramante, y de una planta en cruz griega de brazos cortos. Fue el ideal en su género, en el Renacimiento. Pero como en Florencia o en Roma, también aquí se impuso la nave basilical. A los latinos nunca les han hecho gracia las cruces griegas, que aparte de alojar menos público, no separan bien al pueblo del clero. En Roma y en Florencia, la gran cúpula es clerical. Aquí no. La cúpula –la tercera de Italia en luz y altura– sólo marca el gran crucero, haciendo a la nave más corta de lo que es.
Se inician las obras en 1488, poniendo la primera piedra el obispo de Pavía y cardenal Ascanio Sforza, con ayuda de su hermano Ludovico ‘el Moro’ y el sobrino Juan Galeazzo Maria Sforza, duque de Milán. Por unos años todo iba bien. Pero unos años más tarde el duque languidece y muere en su castillo-palacio de Pavía. Es un secreto a voces que tío Ludovico le ha administrado un veneno lento para arrebatarle el poder.  La Tremouille, general de Luis XII de Francia que aspira al Milanesado, se apodera del Moro y le lleva a Francia. Encerrado en  el castillo de Loches, el cautivo muere de tristeza en 1508 o algo después. [Hace bastantes años estuvimos en Loches, y aunque era verano, daba grima aquella bóveda pintarrajeada por el Moro y el estrecho jardinillo donde vio la última luz.]
Total, que las obras se atascaron, y esta mole, muy repensada, es mayormente del Barroco tardío, incluido el tambor descomunal. El monumento está a ladrillo visto, a espera (es un decir) del revestimiento marmóreo.
Ampliar la nave supuso la demolición salvaje no de una, sino de las dos catedrales juntas que había: la de verano y la de invierno.  Ésta sobre todo, Santa María del Pópolo, fue una basílica paleocristiana de cinco naves, como el viejo San Pedro de Roma. El derribo se hizo de forma tan despreocupada, que ni advirtieron que debajo enterraban una cripta maravillosa. La cripta lombarda se ‘descubre’ en pleno siglo XX, con ocasión de otro derribo de casas viejas, y restaurada se visita. Pero leamos lo que sigue:
De la piqueta decimonónica se libró la Torre Cívica. Una de las ‘cien torres’ que tuvo la ciudad. De medidados del siglo XI, ladrillo sobre zócalo de mármoles antiguos reciclados. En el XVI le encasquetan un campanario, y la torre aguanta, entre otras razones porque se apoyaba en la catedral de verano, San Esteban. Esta se derriba para alargar el Duomo. Y no pasó nada… de momento. El viernes 17 de marzo de 1989, a las 9 en punto de la mañana y sin previo aviso, la torre se vino abajo dejando cuatro muertos, una pirámide de escombros, y el flamante cupulón tocado. En 1995 la catedral se cerró por obras hasta octubre de 2012, hace justo 4 años. Queda el testimonio de la ruina, a mano izquierda de la fachada de la catedral.
El empeño más atrevido, casi temerario, fue la cúpula, del siglo XIX. El Duomo  es emblemático en la silueta de Pavía, en la llanura infinita. Un capricho caro y bajo sospecha. Celebro haber visto por dentro lo que hace muchos años sólo vi por fuera –montaña de ladrillo en la bruma– y salí corriendo, porque perdía el tren a Milán, que no por otra cosa.
No salgamos de la catedral sin haber tenido noticia de la ‘Nivola’.
Llama la atención, en la concha del ábside –centro de interés principal del interior–, una tribuna con balcón de forja para un adefesio teatral barroco a base de angelotes, nubes o rocalla, rayos de luz convencionales y un rompimiento de cielo, que puede recordar un poco el ‘transparente’ toledano.
Viendo allí un armatoste a modo de cabrio, pensé que estarían restaurando un órgano de música, o algo así. Luego percibí que el objeto principal es una gran corona de espinas sostenida por dos efebos alados en la abertura de un conducto que lleva directamente a la Gloria.
Semejante aparato disimula una caja fuerte para guardar la joya del tesoro catedralicio: un relicario con dos o tres espinas de la corona de la Pasión. En los años 70 del siglo XVII se pensó que el lugar más seguro era en esas alturas, pero por si acaso, han puesto también una puerta moderna blindada.
Para bajar de allí la reliquia, aquella época teatral no podía conformarse con hacerlo de cualquier modo, sino que tuvo que idear una tramoya escénica: una gran cesta con una estructura de cobre en forma de nube (la nívola) bajo baldaquín de lo mismo, con ángeles custodios de madera y cirios encendidos. Y tal como entonces se hacían las cosas a conciencia, el proyecto y los cálculos de la máquina fueron obra de un matemático de la Universidad.
Aquí juegan también los piques de campanario. En el Duomo de Milán también tienen su deus ex machina para desplazar por los aires el relicario de la Vera-Cruz. No sé cual de los dos chismes fue primero, si aquél o éste de Pavía. Al pueblo sencillo le encantan. Y eso que no tienen la emoción de nuestro Misterio de Elche, donde suben y bajan personas, o del vuelo del ángel por la Plaza de Tudela el Sábado de Gloria, etc. etc., por no citar la bajada del Celedón vitoriano.
¿Tan antigua es, pues, la Nívola? Era, no es. Porque, ¡ay!, la verdadera nívola se perdió. Pavía es la ciudad eterna de los objetos perdidos. Creada por Napoleón I la República Cisalpina, los flamantes republicanos,  enemigos de la superstición, vendieron el cobre –es decir, la nube o nívola y su baldaquín–, de más provecho para las nuevas pilas voltaicas, ya estaba bien de embelecos clericales. Y cuando, a fines del XIX, se quiso reponer en marcha el artilugio, fue otro profesor de matemáticas, el rector del seminario Pedro Maffi (que luego fue arzobispo y cardenal) quien hizo la nueva traza de la Nívola, pero sin la nívola. 

En la Plaza del Duomo, mirando a la fachada, o más exactamente al cielo oriental, está el Regisole, una estatua ecuestre a la romana, sin estribos, con el brazo derecho en alto, que recuerda al Marco Aurelio de Roma. Es contemporáneo y hermano de la Minerva. Pero aquí el escultor Messina tuvo menos libertad todavía, pues el encargo era reproducir lo más exactamente posible un original destruido por unos espontáneos patriotas revolucionarios a finales del XVIII.

El 'Regisole'  de F. Messina, inaugurado en 1937.
El antiguo 'Regisole', supuesto Antonino Pío, según aguafuerte de  César Bonacina (1650-1660)
El Regisol histórico pasaba por una obra maestra de la antigüedad tardía o mejor bizantina, y consta que estuvo aquí mismo desde 1024. Algún predicador del Trecento la pondría de ejemplo para la historia de Josué, que detuvo el sol [3], y así se quedó: Rige el sol. Como ‘primer ciudadano’ y emblema de Pavía, Regisol figura en el viejo sello de plata municipal.  Fue admiración de artistas, dibujado (el caballo) por Leonardo, imitado en el Renacimiento, y un icono popular misterioso, envuelto en leyendas. Se decía, por ejemplo, que en lo antiguo, por truco mágico o diabólico, caballo y caballero se movían como el girasol. Hasta que en 1796 una horda de paisanos ‘jacobinos’, a los que el nombre de la estatua les sonaba a ‘Rey Sol’, van y la derriban. 
Hasta aquí lo triste y estúpido. Ahora viene lo más estúpido y más triste. Los daños no eran grandes. Al pobre ‘rey’ le cortaron la cabeza, y al caballo se le rompio una pata delantera, que desapareció, pero todo el mundo sabía quién la tenía. Tal como estaba, el Regisol se guardó en el Ayuntamiento, en espectativa de destino, que para toda cabeza pensante en Pavía era la restauración, con o sin la pata del equino.
«A cabo de algún tiempo, la estatua desapareció sin que jamás se haya sabido en qué vino a parar». Eso dice pudorosamente mi fuente de información [4]. Pero otros creen saber que en 1809 los ediles en malhora se acordaron de aquel bronce, no para recomponerlo, sino para la chatarra, para costear no sé que obra pública. Si era en tiempo de elecciones, esta versión me convence.
Solución tan obtusa, lejos de hacer olvidar al Regisol, estimuló el interés arqueológico, y a los grabados antiguos (desde el siglo XIV) se añadieron otras conjeturas. En las representaciones antiguas y modernas llama la atención que el jinete usa estribos, lo que de ser correcto podría remitir a un diseño bizantino del siglo VI/VII. Pero no es el detalle arqueológico lo que me importa, sino el estropicio. Sin su oficina de objetos perdidos, Pavía sería mucho menos interesante.
De la Plaza del Duomo se pasa a la de la Victoria, muy oblonga –casi una calle ancha– con algunos edificios y soportales de interés, nada del otro mundo. Es peatonable, a condición de evitar el empedrado de cantos rodados. Desde el ángulo norte se aprecia lo descomunal del Duomo. Al pie, el lado sur de la plaza lo cierra el Broletto.

Broletto es como llaman al edificio del Ayuntamiento en Lombardía. Es diminutivo de brolo, que en italiano antiguo era el huerto de una casa, y de ahí el área de concejo. El Broletto de Pavía es pequeño y modesto, pero bonito, con su punto de destartalado. Es típico en el género, con su soportal donde se celebraba audiencia pública, su planta noble consistorial, accesible por escalinata exterior, y su torreta del reloj con ínfulas de hora oficial de pueblo. En este momento la esfera marca las 10:10 de la mañana.

Lo que nos trae aquí es la oficina de Turismo. Nos atiende una persona negra, varón, de lo más amable y voluntarioso, para los pocos recursos de que dispone. Lo anoto sólo por tocar a una diferencia respecto a mi visita primera. Italia es hoy una de las puertas de la invasión africana, con efectos incalculables. Si desde principios de la Edad Media el sur de Europa se tiñó de rubio nórdico, es de prever que este siglo XXI nos oscurezca.

Historias bárbaras
Para entender dónde estamos, bueno será volver de nuevo a Paulo Warnefrido el Diácono y sus historias lombardas.
Alboíno se enamoró de su Ticino/Pavía. Esta sería la capital de su nuevo reino (572). Un reino desvertebrado y débil, por su reparto entre duques autónomos, más aliados que vasallos del monarca de quita y pon.
Cartel de Rosmunda e Alboino  
(o La espada del Conquistador
de Campogalliani (1961)
Sólo un año después, Alboíno es asesinado en Verona, víctima de un apaño entre su mujer Rosamunda (o Rosmunda) y un amante de ella, un tal Elmiquio, al que propone matrimonio y reinar juntos. Hay quien supone con fundamento que detrás de la intriga estuvo el Hexarcado, es decir, Bizancio, por lo que se verá.
En realidad, quedarse con la mujer o la hija del vencido era casi de rigor entre aquellos bárbaros del Norte, y eso tenía que saberlo la propia Rosamunda, hija de un rey muerto y decapitado por Alboíno (567). Pero la leyenda no se sacia con eso; y por si fuese poco motivo para ella haber perdido al padre, y sobre todo tener ahora un amor nuevo, se añadió otro color de venganza. Alboíno, en un banquete en Verona,  en estado de euforia obligó delante de todos a su mujer-conquista a brindar a la salud y en el cráneo de su difunto padre, convertido en copa. Ella obedeció, pero meditando vengarse. 
¿En qué consistía el baciyelmo, digo, el copicranio que usaba Alboíno? El mismo Paulo el Diácono lo ha explicado de maravilla [5]:
«Alboíno había matado en batalla al rey Cunimundo, y de su cabeza cortada se hizo una copa para beber. Es la especie de copa que ellos llaman ‘scala’, y que en latín dicen patera».
Scala, transcribe el escandinavo skol, literalmente, ‘cráneo’: la palabra de brindis nórdico todavía vigente, aunque fuera del Halogüín ya apenas se usa beber en casco de cráneo humano. Pero se ve que ya en tiempos del historiador aquella barbarie estaba en desuso, porque él mismo comenta [6]:

«Para que nadie lo tome por imposible, lo juro por Cristo: yo mismo vi esta copa, con ocasión de un festín, en mano del príncipe Ratquis, que la mostraba a sus convidados».
Aunque habían pasado dos siglos, le creemos sin juramento, fuese o no la misma alhaja. Una pasada [7].
Satisfecha la venganza de Rosamunda, la pareja asesina se dispone a reinar. Pero ¡ay!, la asamblea de duques lombardos no está de acuerdo, y eligen por rey a uno de sus pares, que no tardará en ser también asesinado, esta vez sí, con oro bizantino.
Aquí reviento, si no les cuento a mis cándidos lectores el desenlace trágico de Elmiquio y Rosamunda. Ambos, junto con una hija de ella con Alboíno, huyendo de la justicia lombarda, se embarcan en una nave fletada ex profeso por Longino, el hexarca de Rávena. Aparte de la razón política que éste tuviera  para acogerles, Rosamunda le había hecho una propuesta imposible de rechazar: la astuta ha desvalijado el tesoro lombardo, y tiene nuevos planes con él. O no tan nuevos.  Y aunque la ex reina cierra este acto de su comedia dando su mano a Elmiquio, su corazón late de puro interés por Longino.
La suerte del lombardo burlado está decidida, y él lo sabe. Un día, al salir del baño, ella le ofrece el refresco de costumbre. Al beber, Elmiquio se da cuenta de que está envenenado, y obliga a la pérfida apurar el resto, muriendo juntos. Juntos también les enterraron. De la tumba de la mujer, algunos autores italianos mencionen este dístico leonino, con un bonito juego de palabras:
Hic iacet in tumba Rosa mundi, non Rosa munda:  
Non redolet, sed olet, quae redolere solet.
(Aquí yace en la tumba, no Rosa monda, sino Rosa mundana:
No huele tan bien como solía, pero vaya si huele.)

Enrique II y Leonor de Aquitania
El epitafio es auténtico, pero no de aquí. Pertenece a otra Rosamunda, de apellido Clifford, y estuvo en el coro de la desaparecida abadía de Godstow, junto al Isis ya cerca de Oxford. La bella Clifford, amante de Enrique II de Inglaterra, fue una de las queridas más discretas del rey, que para esconderla ideo un Laberinto. Pero buena era su consorte Leonor de Aquitania. La sagaz halconera, la ‘Reina de las Amazonas’ en la II Cruzada, la descubrió en su madriguera y la hizo envenenar (1176), según la leyenda [8].
Los lombardos, con sus resabios de paganismo, eran cristianos, pero en la variante arriana que aprendieron al bautizarse. Además, en su arrianismo sincero no fueron fanáticos como los vándalos, sino tolerantes como los godos;  y lo mismo que los visigodos bajo Recaredo (587), ellos también, por conveniencia, se irán pasando al catolicismo. En esto una reina fue decisiva.

El rey Authari (584-590), arriano, tuvo por mujer a la católica Teodolinda de Baviera (h. 570-628). Apenas viuda, se vuelve a casar con un primo del difunto, Agilulfo (590), también arriano, pero que quiera caer simpático a la Iglesia Romana. Católico fue el bautizo del príncipe Adaloaldo (602-626), apadrinado por el papa san Gregorio I (603). El vuelco religioso se prolongó siendo regenta Teodolinda en la menor edad del hijo (616-625), y en el breve gobierno de éste (625-626).
Teodolinda quedó asociada en la leyenda al emblema de la monarquía lombarda: la famosa Corona de Hierro. El protocolo del Sacro Imperio asumió el rito de ceñirse los emperadores dicha corona, como reyes de Lombardía. En San Miguel de Pavía, en mitad de la nave central, se señala el punto del supuesto lugar del trono para la ceremonia. Sin embargo, todo indica que los reyes lombardos no se coronaban, y como expresamente dice Paulo el Diácono, la dignidad regia se les confería mediante la entrega de un hasta o chuzo. De modo que tal coronación ritual en el Imperio sería una de tantas tradiciones inventadas ad hoc.

¿Y qué hay de la propia Corona de Hierro? La que pasa por tal, en el tesoro de la Catedral de Monza, es manifiestamente de oro, reforzada por dentro con una banda de plata pura, y bastante parecida a las coronas votivas góticas, como las del Tesoro de Guarrazar. La pedrería es semipreciosa, auténtica bisutería. El único hierro lo lleva en el nombre, y en la creencia de que esa corona contiene, o alguna vez contuvo, uno de los cuatro clavos de Cristo. La pieza, mutilada y manipulada, podría remontarse al siglo V/VI [9].

Con todo, no hubo todavía una conversión de la monarquía lombarda al catolicismo,, y la alternancia tolerante de reyes arrianos y católicos fue un handicap en sus relaciones con un papado cada vez más ambicioso.
Rothario (Roth-Haar, en alemán, el ‘Pelirrojo’, 636-652) fue un rey capaz como militar, político, gobernante y legislador (Edicto de Rhotari). Dueño de Lombardía y de la mayor parte de la bota itálica. Justo y equitativo para con los católicos. Pero era arriano, y tanto poder inmediato, atenazando la vía Flaminia que unía el Estado Pontificio con el Hexarcado, suponía un agravio para los papas del período, desde Honorio I hasta san Martín I. Cualquier incidente se amplificaba desde Roma como una prueba de la barbarie innata de los lombardos.

San Miguel el Mayor. El Tesino y Puente Cubierto
San Miguel Arcángel, por su condición de santo militar, fue muy de la devoción de los reyes lombardos. es la muestra local más cumplida del románico lombardo.  Una primera iglesia del siglo VII pudo ser la capilla de palacio. Tras el gran terremoto de 1117, se erige muy ampliado, la nueva basílica de San Miguel Mayor. Pero aquí sólo se celebró una coronación regia, en la persona de Federico II Barbarroja (1152). Las sucesivas tuvieron lugar en otras ciudades.



Llama la atención que la fachada es toda ella de piedra vista (arenisca), en vez del usual ladrillo de fondo con la piedra para destacar trazas y elementos decorativos. Las bóvedas son añadido del siglo XIV, y el conjunto fue muy ‘restaurado’ en el XIX, en especial la cripta lombarda. En la concha del ábside, un gran fresco de la Coronación de la Virgen (A. da Montebello, 1491) podría evocar ese pretensión de coronarse aquí los reyes. También quedan restos de frescos parietales.
Pieza de gran valor es un gran crucifijo de plata laminada, más de bulto la cabeza, de hechura prerrománica y atribuido al gusto y época de los Otones. Procede de un antiguo monasterio femenino de la ciudad, y lleva grabado el nombre de la abadesa Raingarda, lo que nos lleva a mediados del siglo X. El ‘Crucifijo de Abgar’, o de Teodota, se trajo aquí por seguridad, con ocasión de la revuelta revolucionaria de 1799 y supresión del monasterio.
Llamarlo ‘crucifijo’ no es del todo exacto, pues aunque esa es la postura de la imagen sobre la cruz, no lleva traza de clavos, ni siquiera de llagas en manos, pies y costado; como tampoco corona de espinas. En los crucifijos más antiguos, incluso en los románicos, era típica la apatía, sin expresión alguna de sufrimiento; pero el extremo peculiar de esta imagen tan viva, sin clavos, corona ni heridas, la rodeó de misterio. Y con el misterio, la leyenda: sería el ‘verdadero retrato’ de Cristo, mandado hacer de encargo por un amigo suyo, el famoso Abgar de Edesa [10].
Puente Viejo, Catedral y Torre Cívica. Del Almanacco dilettevole, 1832
Una de las glorias de la antigua Pavía fue su Puente Viejo, o Puente Cubierto, el más antiguo. Desde tiempo de Augusto hubo aquí puente romano de entrada a la ciudad por el Cardo, y todavía queda algún vestigio; pero el clásico puente Cubierto, de piedra y ladrillo, era del siglo XIV, con añadidos posteriores. El aditamento más vistoso era sin duda el edículo o capilla levantada en mitad del río en el XVIII. Todo ‘era’, porque de nada queda rastro.
¿Pero cómo, que no hay Puente Cubierto en Pavía? Cubierto sí, pero no Viejo. En 1944 los aliados bombardean los puentes de Pavía, derribando un arco del mismo. Reconstruirlo no era problema, pero así quedó en discusiones; hasta que alguién se salió con la suya y el puente entero fue dinamitado a conciencia. Para entonces ya estaba listo el proyecto de nuevo Puente Viejo, aguas abajo, iniciado en el 49. Cuando yo estuve aquí en el 56 parecía recién estrenado.
Sobre el portón de ingreso al puente, entre los escudos ducal y cívico, campea este letrero tan grande como su empaque o su cinismo (en italiano, obviamente):
SOBRE EL ANTIGUO PASAJE DEL CERÚLEO TESINO,
A IMAGEN DEL VETUSTO PUENTE CUBIERTO
DEMOLIDO POR LAS FURIAS DE LA GUERRA,
LA REPÚBLICA ITALIANA REEDIFICÓ

«Demolido por las Furias bélicas»: ¡Hombre, que no! Que en 1948 la guerra ya había terminado. Lo del «Tesino cerúleo» pase; y lo de «a imagen del vetusto» pase también, mientras no diga «a imagen y semejanza», porque eso sí que no. Grabados de época, fotografías, una maqueta de 1938, más la memoria de los más viejos del lugar: todo concuerda en que el Puente Viejo era mucho más bonito, mejor proporcionado, y hasta tenía más ojos. Y para más bochorno del que lee el letrero, aquel viejo puente del siglo XIV era técnicamente superior. Este nuevo ha salido de tan mala calidad que, desde la fecha en que casi lo estrené, el hormigón ha cedido, y está bajo vigilancia por si cualquier día hay que cerrarlo.
Por eso nos dejó perplejos otra lápida que han puesto en medio del puente, frente a la ermita de San Juan Nepomuceno. Está en alemán y dice así: «A menudo me acuerdo del hermoso Puente de Pavía».
La frase es de una carta de Einstein a una amiga paviana, en octubre del 47, o sea en vísperas de la voladura definitiva del monumento dañado por la aviación. Para conmemorar a Einstein, vendría más a cuento otra inscripción con el parecer del sabio (si es que alguna vez lo dio) sobre el estropicio de su hermoso puente. Y ahí que lo dejo, porque empieza a ponerme malo tanta voladura.
Volviendo sobre nuestros pasos –tras haber visto Santa María de Belén, otra iglesia lombarda en el Burgo– entramos por la Calle Nueva (el cardo) de parte a parte hasta la Universidad. Pero pasamos de largo, para dar un vistazo al Castillo y de allí a San Pedro in Cel d’Oro, porque sería pena que nos cierren esta iglesia y es más de mediodía.
Por el camino repasamos otro poco de historia lombarda.

Más historias bárbaras. Cenit y caída del Reino Lombardo
El último gran rey lombardo, el mayor de todos, fue Liutprando (712-744). Él y su cuñado y amigo el franco Carlos Martel fueron los dos hombres más poderosos de Occidente. Gobernante, legislador, economista y devoto. En sus monedas de buen oro de ley muestra su efigie, y en el reverso su fe en San Miguel Arcángel.
En la siempre delicada entente de los reyes lombardos –me refiero a los ‘buenos’– con la Iglesia, a Liutprando le tocó templar gaitas al papa Gregorio II (715-731). Al principio hubo buen rollo entre ambos poderes.  Pero algunos duques lombardos iban a lo suyo, y aunque el objetivo eran territorios bizantinos, el Padre santo se producía como si se le metiesen en casa. De hecho, Liutprando cedió algunas de sus conquistas al papa.
Estalla entonces la guerra por las imágenes sagradas. El emperador bizantino León III Isáurico ordena destruirlas (herejía iconoclasta). Si Gregorio II no obedece, será depuesto y aténgase a consecuencias.  Se cruzan palabras fuertes. Dos cartas de Gregorio a León suenan tan radicales en la defensa del absolutismo papal, que algunos hasta dudan sean auténticas, como si Bonifacio VIII o Inocencio III se adelantaran de siglo. Aspavientos, porque el papa para nada quiere la ruina del imperio, que traería el odiado dominio lombardo. Eso sin contar con la emergente fuerza de la Medialuna.
La herejía iconoclasta fue desastrosa para Bizancio. Liutprando se aprovecha para ganar territorio casi de balde. Si alguna vez mete mano en territorio del papa pide disculpas, sin perjuicio de su intento, que es hacerse el amo de Italia. No es fácil decidir cuál de los dos jugadores era más zorro.
Desde luego, a los papas no les importaba la amistad de los últimos merovingios, los que la Historia llama ‘reyes holgazanes’. Los franos eran fuertes gracias a sus mayordomos de palacio. Invencibles casi, como bien sabían los lombardos, que en sus correrías tramontanas siempre salieron trasquilados.
Los últimos reyes lombardos fueron Astolfo (749-756) y Desiderio (756-774). Ambos católicos, y ninguno de ellos hostil ni peligroso para el papado como tal, fuera de su apetito de independencia y estados propios.
La conquista de Italia por los francos era inevitable. Pero es paradoja de la Historia que todo un Carlomagno, para heredar de su ex-suegro Desiderio el reino lombardo, solo obedeció a su destino cuando le instó a ello el papa Adriano I (774). Después de todo, también su padre Pipino el Corto se hizo con la corona de los ‘reyes holgazanes’  tras consulta al oráculo romano (750):
–¿Es avisado mantener reyes que no gobiernan?
–Más vale tener un rey capaz de gobernar. Por autoridad apostólica, os invito a tomar la corona real de los Francos.
La respuesta oracular del papa  san Zacarías (741-752), que si bien se lee puso en entredicho nuestra monarquía constitucional, pudo decir lo mismo en otras palabras:  «Sea rey de derecho el que ya lo es de hecho». Así la Santa Sede le tomó gusto a su nuevo papel de quitar y poner coronas.

El Castillo. San Pedro en Cielo de Oro y el Arca de San Agustín
El que llaman Castillo, con foso y puente levadizo etc., es en realidad gran palacio ducal de los Visconti. Su gran parque natural, que estuvo todo él cercado, se extiende al norte en una legua, hasta la Cartuja de Pavía en el otro extremo. Este parque fue el escenario de la Batalla de Pavía entre Francisco I de Francia y Carlos V (1525).
El vasto cuadrado sólo conserva tres cuerpos y dos torreones mirando a la ciudad. El resto lo destruyeron los franceses del mariscal Lautrec en represalia (1527). Pero ya antes el rey Luis XII de Francia había expoliado el lugar. La rica biblioteca de manuscritos, organizada bajo asesoramiento de Petrarca, tomó el camino de París, junto con las colecciones de armas, tapices, alhajas, quedando sólo las paredes desnudas. La ocupación napoleónica militariza el edificio, y por poco no acaba con él. Hoy el Castillo restaurado aloja el Museo Histórico de la ciudad.
Muy cerca de aquí estuvo la Ciudadela. A ella vamos por la calle Liutprando, a visitar San Pedro in Cel d'Oro. Después de San Miguel, la segunda más importante del románico lombardo local. Aquí está la famosa Arca de San Agustín, una de las metas del viaje.



Cuando los sarracenos conquistan por primera vez Cerdeña (705), Liutprando negocia el rescate de los huesos de San Agustín de Hipona, que estaban en Cáller. Traídos de África, estaban en oferta. Nada barata, por cierto, y lo que le vendieron por bueno al buen rey, como tal lo escondió en lugar secreto en su cripta de San Pedro, al cuidado de monjes benedictinos. Allí se supone que está también el rey enterrado.
En muchas de estas criptas hay un pozo. El de esta era milagroso: cada año, el 28 de agosto, el agua subía hasta desbordar, para devoción de los peregrinos, por gentileza de San Agustín en su fiesta.

La basilica románica lombarda, de tres naves, es soberbia. Consagrada en 1132; bien entendido que lo que vemos es una restauración desde su ruina casi total: toda la nave derecha es moderna. El celebérrimo ‘Cel d’Oro’ –cielo de oro– no existe, ni nadie sabe cómo fue. Lo mencionan Dante, Petrarca, Boccaccio. ¿Lo vieron? ¿o ya entonces era sólo un epíteto? Porque la bóveda de la nave central es de finales del siglo XV. De la riqueza artística tan celebrada queda muy poco.



El Arca de San Agustín, en mármol blanco, es obra de autor desconocido, por encargo de un prior agustino (1362). Era un acto hostil de los eremitas agustinos frente a los canónigos regulares, en disputa sobre la legitimidad de origen agustiniano, así como el derecho de custodia. Los canónigos se enfurruñan, y el Arca se monta ‘provisionalmente’ en la sacristía de los frailes.
Como monumento funerario, pasa por ser de los más bellos de su época. Como otras arcas de su género, cuenta en relieves la vida y gloria del santo; pero ésta ofrece «el programa iconográfico más extenso de todo su siglo». Su geometría equilibrada y estática repira serenidad, aligerado el volumen por el acierto de la cámara funeraria central, y el conjunto de casi cien estatuas y numerosos relieves. Lástima de iluminación, aunque eso tendría fácil arreglo.




Debajo del alto presbiterio, a la lombarda, la cripta es un pastiche moderno. Moderna también la urna funeraria, supuestamente de Boecio. “San Severino Boecio mártir”, para ser exactos, según la inscripción híbrida, que empieza en latín y acaba en italiano (chapuza de enmienda):

CORPUS S. SEVERINI BOETII MARTIRE

Como más adelante hemos de encontrar de nuevo a Boecio, volvamos a san Agustín y su Arca, que tiene una historia movida. En el siglo XVIII padeció tres traslados y estuvo desmontada mucho tiempo. Su colocación actual data de 1900, y sólo entonces se juntaron las reliquias del santo. Reliquias contenidas en un cofrecito de plata descubierto por casualidad en la cripta (1695), certificadas por bula del papa Benedicto XIII (no Pedro de Luna, por supuesto).
Todavía vivo la emoción que me causó el Arca en mi primera lejana visita, cuando la sillería del coro se llenaba de frailes. Y el refectorio también, se supone. Hoy quedan unos pocos atendiendo a la iglesia, vendiendo souvenirs en la coqueta sacristía. Puestos en lo fatal, sería triste que los sarracenos vuelvan un día a ser dueños de los despojos del santo africano... Y aquí corto el rollo, porque un venerable padre agustino de elevada estatura avisa que cierra.


Universidad de los Estudios de Pavía
De la Universidad de Pavía diré poco, porque es ponerse y no acabar. En las ciudades universitarias de solera, siempre me impresiona el encuentro con los valientes que hicieron las ciencias y las artes. Por ejemplo, de los juristas, aquí enseñaron y aquí murieron el famoso Baldo (1400), discípulo del gran Bártolo, y Jasón del Maino (1514), con los que a menudo me encuentro en mis ocios de jubilado. También Curcio el Viejo, o sea Francisco Corti (1495) ...
Estudio de Pavía. Lápida sepulcral de Curcio el Viejo,
dedicada por su hijo Bernardino Curcio el Joven
Aquí enseñó Lorenzo Valla, el que destapó el infundio de la ‘Donación de Constantino’ al Papa, un fraude nada piadoso, mero ‘título colorado’ para la pretensión de la Santa Sede a tener estado propio.
De los científicos ni quiero acordarme ahora, porque dan materia para otro artículo. Spallanzani, Volta, Mascheroni, Lombroso, Scarpa, Golgi, Natta… Mencionaré sólo las colecciones del Museo Universitario, por su riqueza y originalidad. Porque vaya si es original encontrarse de golpe con  la cabeza de un profesor de Anatomía, no en mármol, sino en carne y hueso, conservada en formol. Y no un profesor cualquiera. Con talento y estómago, y gracias a la abundante materia prima del vecino hospital de San Mateo y de la Inclusa, Antonio Scarpa (m. 1834) metió a Pavía en el mapamundi anatómico, aparte de haber invertido el fortunón que ganó en colecciones de arte que todavía se disfrutan.
Esta Universidad es de las más antiguas de Europa. La segunda de Italia, después de Bolonia (y eso hay quien lo discute), y anterior a Padua. Aunque también podría ser sólo la sexta, detrás de Bolonia, Padua, Nápoles, Roma y Perusa. Cualquiera se mete en el jardín de las prioridades académicas. En todo caso, es más moderna que París, Mompeller, Oxford, Cambridge y Salamanca, sin citar a Palencia. ¿Y si suponemos que la fundó el rey Liutprando? ¡Ah!, en ese caso, Pavía se lleva la palma.
Creada por el emperador Carlos IV (1361), a instancias de Galeazzo Visconti II. Decaída en los siglos XVI-XVII, cuando el gobierno español se vuelca en Milán, renace en la segunda mitad del XVIII bajo el dominio austríaco, en el impulso iluminista de María Teresa y José II.
Sin embargo, ya en la alta Edad Media hubo aquí escuela desde Carlomagno, o incluso en tiempo de los lombardos. Entonces se trataba sobre todo de formar escribanos o notarios para el registro de diplomas.
Arriba cité el ‘Edicto de Rhotari’, primera codificación del derecho lombardo para lombardos. Detrás de eso tuvo que haber un equipo de juristas. Por cierto, dense la curiosidad de leer los dos o tres primeros artículos de ese código, y ya me dirán ustedes si no conocía su oficio:
1. Si alguien osare maquinar en privado o tramar conjura contra la vida del Rey, páguelo con la vida y confísquese su hacienda.

2. Si alguién junto con el Rey tramare consejo sobre la muerte de otro, o cometiese homicidio por orden de aquél, en nada sea culpable; ni tampoco él ni sus herederos a partir de entonces sean objeto de reclamación ni molestia ninguna.

Y explica así esto último:
«Porque puesto que creemos que los corazones de los reyes están en manos de Dios, no es posible que hombre alguno pueda imputar a aquel que recibió del rey la orden de matar.»  

En fin:
3. Si alguien intentare poner pies en Polvorosa fuera de la provincia, tenga pena de muerte y confísquese su hacienda.

A la sombra de las Cien Torres
Dejando a la izquierda el antiguo Hospital de San Mateo (de mediados del XV), absorbido por la Universidad, andamos la plaza Leonardo da Vinci, hacia unas torres de ladrillo (siglo XII).
Hay tres torres juntas, una muy reforzada. La de enfrente lleva un reloj. Son de las pocas que quedan en una ciudad que en otro tiempo estuvo erizada de torres. Un cronista local llegó a contar hasta 160, incluidos los campanarios de las iglesias. Spelta (1597) contó más de quinientas estruturas en forma de torre, asegurando que aún quedaban en pie un ciento por lo menos. Pavía era la Turrígera, la ‘Ciudad de las Cien Torres’.
Dicen que a partir del milenio, pasados los terrores del fin del mundo, picó entre los nobles la fiebre de las torres privadas; fiebre que en los siglos XI-XII da en delirio o turrimanía. Verdad es que algunas no estaban bien hechas, porque ya en el XIV muchas estaban desmochadas, otras caídas y bastantes al caer. Desde entonces, aquel furor turrígeno se vuelve al revés, furor turriclástico. Y si antes los municipios quisieron poner coto al número y altura de tales excrecencias urbanas y tan molestas, en 1584 se prohíben las demoliciones, con parecido éxito.
La más buscada por los forasteros era la Torre de Boecio. Severino Boecio,  fue un romano de la nobleza tardía, político, filósofo y pedagogo. Acusado de alta traición, con razón o sin ella, el rey ostrogodo Teodorico (490-526) le hizo encarcelar y ejecutar en Pavía (525), siendo enterrado en San Pedro, como hemos visto.  La ejecución tuvo lugar en el Campo Calvenzano, lugar pantanoso en la ribera del Tesino.
Teodorico era arriano y Boecio católico: razón bastante para ponerle corona de mártir. Un mártir cefalóforo: en días brumosos algunos veían en Calvenzano un espectro decapitado paseando por allí con la cabeza en brazos.

Pero Teodorico no se fue de rositas. Su pronta muerte disparó las leyendas. Remordimientos y terrores le persiguieron como unas Furias. Una vez le pusieron a la mesa una gran cabeza de pescado, y en ella reconoció a Boecio que le llamaba con la mirada. De allí a poco murió. Y así como Boecio sería canonizado, el rey se convirtió en biotanato o muerto viviente. Y como, además de Pavía, tuvo corte en Verona –no exactamente, sino en Rávena–, Teodorico pasó al folclore como Dietrich de Berna: el correlato masculino de Holda/Berta en  la ‘Caza Salvaje’.

Sin embargo, de todo el torreamen paviano, el ejemplar más pintoresco fue sin duda la Torre del Pizzo in Giù (o del Pico Abajo). Antes hemos saludado al jurista Jasón del Maino. Pues bien, era fama que esa torre fue promesa de su padre, si el hijo se graduaba, cosa que hizo con honores (1466), convirtiéndose de inmediato en profesor de la Universidad desde 1467.


Como indica el nombre, era como una torre boca abajo, con base piramidal invertida y apoyada de punta sobre un pilar adosado a una esquina de la casa. En su forma definitiva, la torre estuvo calada por logias a todo viento, en dos pisos.
La torre se derribó en 1715 por el capricho de algún vecino que la veía peligrosa. Derribar primero y catar después, porque en seguida se vio que la estructura estaba trabada por dentro  a la perfección, con buenos clavos de hierro.
Hoy sólo queda el recuerdo, estampas antiguas, alguna pintura. Lamentaciones, a porrillo. ¿Tan difícil sería reproducir algo tan singular, tan simple y de tanto efecto?
Cripta de San Eusebio. La maldición de San Siro



En esta ‘visita de médico’ hemos visto cosas reales, pero muchas más con la imaginación. En medio de la plaza de Leonardo de Vinci, por un cobertizo, se baja a la cripta más antigua de Pavía, también la más importante porque perteneció a la catedral arriana y tiene capiteles lombardos prerrománicos únicos. Es todo lo que queda de una iglesia románica transformada por completo en barroca y demolida finalmente en 1923. La cripta es del siglo VII (primera mitad), reformada en románico en el XI. La presentación actual es de los años 30-60 del siglo pasado. Entonces se comprendió el mérito arqueológico de esta reliquia olvidada, de la que habló Paulo el Diácono.

Por éste se sabe que el rey lombardo Rothari levantó la catedral arriana para su obispo Anastasio. Pero pronto se hizo notar la presión católica, por parte de Teodolinda. Anastasio se hace católico, y a la muerte del obispo Magno le eligen a él (668-680). La catedral arriana se consagra ahora en honor de san Eusebio (el obispo de Milán, supongo).

Otro ejemplo. Al hablar de la entrada de Alboíno en Pavía, mencionamos la Puerta de San Juan. Llamada así por la vecindad de una basílica de San Juan Bautista. Bellísimo y muy venerable templo lombardo, era como la réplica de San Miguel. Tanto así, que las autoridades ‘competentes’ en el siglo de las Luces debieron de pensar que con una bastaba. De hecho, en 1805, con la reducción general de parroquias, San Juan se unió a San Miguel, y el edificio se destinó a la piqueta, y entre tanto sirvió de polvorín. En 1815 por lo visto hubo dinero para el derribo, y San Juan fue demolida sin dejar rastro.
No imaginemos una iglesia en ruina o desatendida. Al tiempo de amortización todavía la servían 15 curas y una docena de clérigos. Tampoco pensemos en laicismo anticlerical ni furia del averno. El edificio lo compró el Cologio Borromeo por su superficie, para ampliar sus jardines.
Terminal y esclusas del canal navegable, Naviglo Pavese, en sus buenos tiempos
Pasemos por alto el desencuentro de Pavía con sus canales. En especial con el Teresiano y su terminal o escala de esclusas maravillosas. Por ceñirnos a edificios religiosos, entre iglesias y conventos de los que sólo queda el nombre, sólo en el casco viejo se cuentan 37, y de otros 16 quedan restos. Hay 22 desafectados, que por lo menos se han salvado. Abiertos al culto, en la misma área quedan sólo 16, incluido el oratorio de S. Juan Nepomuceno, en medio del Puente Cubierto. Según eso, del total de lugares de culto registrados  en el centro histórico de Pavía ‘funciona’ apenas uno de cada seis.
«En Pavía, quien abre la ventana de casa lo hace a menudo sobre restos de una basílica romana (¡?), o sobre vestigios de un monasterio fundado por alguna reina, o sobre un huertecillo que fuera el jardín privado de un palacio real. E il pavese si sente sempre un po’ di stirpe regale».
Esta conclusión entre optimisma, o irónica tal vez, es de Cesare Angelini (1886-1976), un cura enamorado de su ciudad. Otros pavianos son más rigurosos en su juicio sobre una Pavía que ha ido desapareciendo a ritmo bastante más rápido que lo normal, y con menos fundamento. Es la ‘maldición de San Siro’.
San Siro fue un varón apostólico, apóstol y primer obispo de Pavía, santo legendario. No es corriente que los santos maldigan, y menos que los santos obispos maldigan a la ciudad que ellos mismos trajeron a la fe. Por otra parte, no hay acuerdo en la fórmula precisa de aquella maldición. Otros la llaman ‘profecía’, y eso está mejor:
«Siro en su vejez tuvo una rápida visión profética del futuro. Lo que la gente recuerda como su maldición podría ser más bien una intuición o profecía. La ciudad nacida sobre el río perezoso, pero grande y traicionero (dijo el santo) sólo se irá renovando a precio de sangre y división. Sufrirá treinta asedios, y doce veces será destruida, de ellas muchas por los propios habitantes. En un mundo laborioso y diligente, ella se ahogará en la desidia, la pereza y el aburrimiento. El vecindario tiene por destino odiarse el uno al otro. Todo impulso renovador vendrá siempre de fuera, y ninguno durará más de una generación»
Esto ya suena algo distinto de lo del angelical Angelini. Y como a todo esto ya hemos almorzado y tomado el café, es la hora del tren para la Cartuja. Hasta otro día.

P. S. – De lo dicho nadie deduzca que visitar Pavía no vale la pena. Lo que no se debe hacer es dedicarle sólo unas horas. Hay que pasearla entera. Perderse en la ciudad donde perderse es imposible, porque es encontrarse en ella. 
Y sobre todo: lo que no se debe hacer, ni en Pavía ni en ningún otro lugar del mundo, es ir con calzado inadecuado y pies no católicos. No digo que veamos con los pies; pero con buenos pies y bien calzados, las cosas se ven de otro modo.
_________________________
[1] Historia Natural, 3, 17.
[2] Ver la anécdota en su expresión original en Beda, Historia eclesiástica de la nación de los Anglos, 2, 1, § 89, al año 605. Paulo Diácono especifica que ocurrió «antes de asumir el honor del pontificado».
[3] Josué pró el sol y también la luna; Josué, 10: 12-13.
[4] P. F. P., La Torre del Pizzo in Giù. Almanacco dilettevole per l’anno Bisestile 1832. Pavía, 1832, págs. 8o-86.
[5] Historia de los Lombardos, 1, 27.
[6] Ibíd., 2, 28.
[7] Ibid. Lo cuenta también con más adorno de detalles el historiador Agnelo (o Andrés) en el Libro Pontifical de la Iglesia de Rávena, p. 339 (MGH Auct. antiq., 1. Script. rer. Langobardicarum et Italicarum saec. VI-IX).
[8]  Cfr. Camden's Britannia abridged, Londres, 1701, 1: 308. S. S. Capsoni, Memorie istoriche della regia città di Pavia, (Pavia, 1788), 3: 191, lo cita de James Beeverell, Les délices de la Grand Bretagne et de l'Irlande. Leiden, 1707, 3: 589 (original en francés). El affair entre el rey y la Cliffor se supo en 1174 y se cerró dos años después, cuando ella es retirada al  convento y fallece. La leyenda del veneno sería contaminación, por la historia de Rosamunda la de Alboino.
[9] Estudios y análisis técnicos en 1993-1994 demostraron, en particular, la ausencia de hierro; y sin hierro, no hay clavo, y sin clavo no hay reliquia. Sobre el particular véase:  ‘Corona Ferrea’.

[10] La leyenda del ‘rey’ san Abgar –que mantuvo correspondencia con Jesucristo, según Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica–,  se asoció a diferentes iconos ‘auténticos’ del Señor, algunos formados de milagro, sin mano de artista: las que llaman imágenes aquiropitas.






8 comentarios:

  1. Soberbia visita. Dan ganas de visitar Pavía.

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  2. D. Belosti, yo fui a Pavia allá por el 90, y aunque vi la catedral, que poco despues se derrumbó en parte en un terremoto, pude ir a la cartuja que me parecio exquisita. Veo por su escrito que me perdñi una gran ciudad, pero no me arrepiento, la Certosa de Pavía es un monumento de los que entran muy pocos entre mil.

    Gracias por tan detallada descrición.

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  3. "Esa fama se la deben en buena parte a los papas de Roma, y a sus cronistas a sueldo."

    Don Belo, que poco han cambiado algunas cosas.

    Como siempre lo suyo: Instructivo y distraído. Gracias.

    Tendré que volver a leerlo con más detenimiento.

    Napo

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  4. Maravillosa visita guiada a la ciudad de Pavía. Muchas gracias, cicerone Belosti

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  5. ¡ Sensacional ! ¡ Gracias Querido Profesor !
    Menos mal que al final dice usted que hay que visitar Pavía con tranquilidad, con tiempo, y con buen calzado , porque el subtítulo ( cuatro horas por Pavía ) me había llenado de complejos. Que yo he utilizado felizmente más de cuatro horas, sólo en una primera lectura de ésta su crónica, así que, para visitarlo todo, y preparar las diferentes narraciones, y las reproducciones de época, y todo lo demás, habrá sido un trabajo de meses, por no decir de toda una vida... Ustedes sí pueden estar cuatro horas nada más, que ya se lo saben y lo conocen todo de antes, y con unos minutos les basta para poner un visado en cada lugar...
    A mí, que ya no viajo, este viaje suyo me va a entretener , con bibliografía incluida, durante ni se sabe el tiempo.

    Muchas Gracias a los dos.

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  6. Qué gozada, don Belosti. Texto que estoy guardando y con el que recorreré Pavía. ¡Qué lujo tener sus escritos!

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  7. Amigos míos, ustedes tan benévolos como siempre.

    D. Ciudadano, ahora estoy poniendo a punto otro relato especial de visita a la Cartuja, que en efecto puede pasar por una maravilla del mundo, en el más perfecto contraste con la maravilla de El Escorial.
    D. Th/Th, si visita Pavía será una ilusión que me recuerde usted por estos apuntes. Como lo que son, no una guía formal, ni mucho menos.
    Viejecita, no sé si mis citas le interesarán todas por igual. Le recomiendo sobre todo el ‘Almanacco dilettevole’ (1832), cuyo enlace acabo de poner en atención a usted. Las historias de Beda y de Paulo el Diácono, que cito del latín, no tendrá usted dificultad para encontrarlas en traducción inglesa (también en español, posiblemente).

    A todos un saludo.

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