martes, 30 de junio de 2015

La caza del Espejismo: mercaderes, astrónomos, anticuarios



Desde que Palmira cayó en manos del Estado Islámico, hace mes y medio, las noticias llegan con cuentagotas y muy confusas sobre lo que está ocurriendo allí. Últimamente se ha hablado de un par de monumentos volados con explosivos. Por experiencia, los más vulnerables al fanatismo inconoclasta de ISIS son los santuarios y las tumbas, focos de ‘idolatría’ (sic). Y algún escarmiento –lo dijimos– había que hacer.
Palmira la monumental es para sus conquistadores de hoy un refugio más seguro que la más segura fortaleza. Por eso instalaron sus reales en el corazón del yacimiento, utilizado como escudo arqueológico, a sabiendas de que el enemigo respetará lo que a ellos parece tenerles sin cuidado. Aunque tampoco es eso, pues conocen el valor de cualquier pieza vendible en el mercado, y lo mismo que se financian con la extorsión, no desdeñan el tráfico de antigüedades. El contrabando desde Siria se viene denunciando desde hace más de dos años, sin que cosas tales sean allí ninguna novedad, con tanta riqueza en descampado o confiada a custodios corruptos.
En estas circunstancias, una estrategia de combate moral que se me ocurre contra los desalmados es repasar la historia del redescubrimiento de aquel lugar maravilloso. La aventura de aquellos curiosos que nos devolvieron lo que el nuevo Califato nos vuelve a quitar para hacerlo añicos.

Ingleses tenían que ser. Todos hemos tenido una vez la idea de avanzar hacia el arco-iris hasta pasar por debajo. Pero eso fue porque éramos niños. Aquellos ingleses debía de ser como niños grandes, cuando se propusieron andar por el desierto hacia el Espejismo hasta cogerlo con las manos, recorrerlo, medirlo y llevárselo a casa como recuerdo, en forma de notas y dibujos.
Cuando el Espejismo se hizo Piedra
En 1678 Timothy Lanoy y Aaron Goodyear, dos negociantes ingleses de la Compañía de Levante con base en la factoría de Alepo (Siria), picados por los relatos fantásticos que corrían sobre las ruinas de Tadmor/Palmira en el Desierto, organizaron una excursión con otros colegas y compatriotas para comprobarlo. No era cosa fácil entonces. Aunque la distancia se cubría en cuatro a seis jornadas, los caminos eran inseguros, e impredecible la recepción a la llegada.
No eran los únicos ingleses en Alepo, «ciudad llena de ellos desde 1632 hasta 1745» [1]. Pero ningún otro al parecer se había interesado en probar puntería en el Gran Desierto, conformándose con los cotos de caza de la Factoría en Sagkha Jebbul, cerca de la ciudad. Como tampoco nadie más dio razón de la Gran Ruta Caravanera del Desierto. Las iniciativas siempre son de individuos; como el joven Timothy, hijo del cónsul Benjamin Lanoy, con su colega y amigo Aaron.
Otros 14 compatriotas se les juntaron, «16 ingleses en total», más los servidores y mulateros, hasta 40 personas. Alguno de los gentlemen se alistó, más que otra cosa, por darle gusto al gatillo, a pelo o a pluma. Bien entendido que cualquier alarde armado por el desierto era desaconsejable.
Salieron con mal pie, la madrugada del 18 de julio. El 23 por la mañana, ya cerca de su destino, tras un primer contacto con un espía árabe, les salen al encuentro dos embajadores de parte del emir Melkam, príncipe de Tadmor. Zalemas de cortesía y mensaje del emir: «Sois mis amigos, y mi país es todo vuestro». Malo.  
Total, que habiendo ellos pedido protección por escrito durante su viaje «de pura curiosidad por las ruinas antiguas y sus inscripciones», la respuesta igualmente escrita fue que, sabiendo ellos descifrarlas, bien podían ser buscadores de tesoros; y que siendo los primeros francos (europeos) que visitaban Tadmor, su curiosidad les hacía peligrosos. Lo cual tenía arreglo previo pago de una ‘compensación’ por valor de 2.000 dólares, a elegir eso o la muerte.
Finalmente el emir se conformó con una rebaja del 25 % –todo lo que se pudo juntar–, y vueltos los ingleses por donde habían venido, el 29 de julio por la mañana entraban en Alepo. El único trofeo de aquella triste caza fue el texto griego de una inscripción monumental que copiaron.  
En cuanto al pérfido Melkam, devolviendo a los ingleses con lo puesto había firmado su propia sentencia. El bajá de Alepo, que valoraba mucho a la Compañía, no tardó en deshacerse de aquel emir-bandido abusón, atravesado a medio camino en la ruta del Éufrates.
Trece años después, en 1691, aquellos valientes no han olvidado el proyecto. Al contrario, aquella breve vista de las ruinas les animó a tentar la suerte de nuevo, en condiciones algo más seguras, con salvoconducto del reyezuelo «Assyne rey de los Árabes». Además, esta vez contaban con un experto en cultura clásica y curioso de inscripciones: el Rev. William Halifax, capellán en la colonia británica, tal vez animador de la aventura. Partieron el día de San Miguel, 29 de septiembre, y el 4 de octubre se pusieron en su objetivo.
De esta visita de cuatro días, el clérigo envió a un amigo profesor de Astronomía en Oxford, con carta dedicatoria en latín, una relación que anduvo traspapelada, hasta que finalmente vio la luz en las Philosophical Transactions de la Royal Society de Londres. En el vol. 19 (1695-97), tras la «Relación sobre cierta Ana Taylor, niña muy extraordinaria de unos seis años de edad, que en rostro etc. era tan grande como una mujer adulta; y de lo que apareció en la disección de su cuerpo» (págs. 80-82), inmediatamente figura la Relación de un viaje de Alepo a Palmira en Siria» (págs. 83-110), del reverendo. Era nada menos que el primer informe escrito sobre la Palmira monumental, y la primera noticia de visu.
No sin cierto desorden, en el mismo volumen de la revista se publicaba Un extracto de los Diarios de ambos viajes [1678 y 1691] de los Comerciante Ingleses de la Factoría de Alepo a Tadmor, llamada antiguamente Palmira» (págs. 129-160), seguido de una Relación sobre el estado antiguo de Palmira con breves observaciones sobre las inscripciones encontradas allí» (págs. 160-165). Este último artículo tiene de notable la firma: E. Halley.
Edmond Halley (1656-1742) es hoy, para los concursos de televisión, un astrónomo, aunque su doctorado era en Leyes, y su cargo universitario en Oxford el de profesor de Geometría. Cargo perfectamente compatible con la Secretaría de la Royal Society, que desempeñaba cuando escribe su reseña palmirena complementaria de los viajes susodichos, con énfasis en la epigrafía griega. Vamos, que el matemático Halley disponía de una cultura bastante general. ¿Quién dijo que los sabios universales del Renacimiento se acababan con Leibniz (1646-1716)?
Como astrónomo aficionado, Halley pocos años después caería en cuenta de que los cometas observados en 1531, 1607 y 1682 eran uno mismo, que volvería a principios de 1759, y sigue volviendo, lo hemos visto en 1986. El prestigio milenario de los cometas como mensajeros celestes ad hoc quedó muy tocado por aquella indiscreción de Halley. La revolución mecánica del cosmos era imparable.
Acabamos de ver también cómo el reverendo Halifax dedicó su trabajo sobre inscripciones palmirenas a un astrónomo, y ahora es otro astrónomo-geómetra el que las comenta. No era casual que estos entendidos en cielo entendieran en calendarios, cronología y toponimia antigua, donde aparte de fechas y fechos se habla mucho de eclipses, cometas, novas  y otros fenómenos celestes. Halley era además un calculista fenomenal de longitudes y latitudes terráqueas, y le interesa saber, comparando sus resultados con los de los del árabe Albatén o Albategnio (Al-Battani, m. 929), si las diferencias en las tablas antiguas y modernas permiten deducir que el eje de la Tierra ha variado desde entonces.
Halley admite la conseja bíblica sobre el origen de Tadmor fundada por Salomón, y sigue la opinión de Josefo, que la identifica con la Palmira de los griegos. ¿Pero de qué griegos? El primero que habló de Palmira fue el romano Plinio el Viejo, que por los años 70 de JC le dedicó esta breve entrada en su enciclopedia (Historia Natural, 5, 25):
«Palmira, ciudad notable por su situación, por las riquezas del suelo y sus aguas amenas, encierra sus campos en vasto entorno de arena, y como aislada de otros países por la naturaleza, a su propia suerte, entre los dos máximos imperios, el de los romanos y el de los partos: eterno quebradero de cabeza para unos y otros en discordia.»
Un oasis-isla en un mar de arena. Un paraíso que siempre tuvo algo de espejismo. Un sitio afortunado, a las distancias justas, a medio camino entre el Éufrates por el este y las grandes ciudades sirias, Émesa, Alepo, Damasco, en la ruta de la India abierta por Alejandro Magno.
Citada como Tadmor en documentos de Asiria y de Mari (II milenio a. de JC), así como en la Biblia, Palmira/Tadmor entra en la Historia el año 41 a. JC., al chocar Roma en su frente oriental con los Partos (el nuevo imperio Persa), pero no se somete hasta el año 14 de JC, bajo el emperador Tiberio, y eso con amplia autonomía. En este siglo I se produce la primera transformación de una estación caravanera en ciudad monumental, gracias al comercio y su posición, como resume muy bien Plinio.


“Vista de las Ruinas de Palmira, alias Tadmor, tomada hacia el Lado Meridional»

(Parto la panorámica en dos para que se aprecien mejor los detalles)

Los diarios de viaje publicados por la Royal Society, y en especial el grabado panorámico de Palmira, revelaron a la sociedad culta que el mito era real y valía la pena. Pero no se produjo una avalancha de exploradores, no digamos turistas. Las condiciones para viajar allá eran heroicas. Lo que sí hubo fue una ola de comentarios con revisión de las fuentes antiguas.
   
        Una monografía a nombre de un tal Abednego Seller (1646?-1705): The Antiquities of Palmyra etc., Londres, 1696, se vendió muy bien y se tradujo por lo menos al alemán.


Y eso fue todo, o casi, por entonces; por un largo entonces. Tan largo, que invita a preguntar si el gran público se tomó muy en serio la famosa panorámica palmirena [2].
Los trabajos generados bajo aquel estímulo se centraron sobre todo en la crítica de aquel momento histórico del Imperio Romano en su choque con la gran potencia oriental de entonces, la Nueva Persia. Un choque donde Palmira pudo quedar aplastada y absorbida sin pena ni gloria. Sin embargo, contó con dos figuras de gran visión política: el rey Odenato y su viuda la reina regenta Zenobia. Todo ello destilado de fuentes tan turbias como la Historia Augusta, y tan confusas como los cronistas bizantinos. Dejémoslo así.
Y de pronto, la ‘palmiromanía’
Medio siglo después de los viajes de Lanoy, Goodyear y Halifax, y como fruto de medio mes de exploración febril in situ, sale a luz en francés y en inglés la primera obra arqueológica ilustrada sobre Palmira.
Uso la edición francesa: Les ruines de Palmyre, autrement dite Tedmor au Désert. Paris, 1819. La uso, e invito a usarla. No voy a detenerme en este álbum magnífico, pues lo único que me interesa es poner enlace directo a esa edición de F. Didot, para que los  lectores disfruten de sus láminas hojeando por sí mismos el libro que puso de moda la ‘palmiromanía’, en Arquitectura y Artes Decorativas.
Los emprendedores eran, una vez más, tres ingleses con gran experiencia viajera en el Grand Tour continental. Sus nombres: Robert Wood,  James Dawkins y el amigo de éste John Bouverie. Zarpan de Nápoles en mayo de 1750 para regresar allí mismo en junio de 1751. Un año, un mes y un día de viaje, en que se incluyó la visita a Palmira y otra también obligada a Baalbek. Por desgracia, Bouverie murió accidentalmente en Turquía (septiembre 1750), sin llegar a ‘descubrir’ la Maravilla del Desierto.
"Dawkins y Wood descubriendo las Ruinas de Palmira"
Óleo de G. Hamilton (1758)

Estos viajeron eran ya románticos de verdad que, por ejemplo, perciben la lectura de los clásicos de manera distinta si la hacen en los lugares de los relatos, contemplando los mismo paisajes bajo la misma luz y captando las mismas sensaciones que percibieron los personajes de historia o de ficción. Al menos, eso afirma Wood con todo candor en el  prefacio de la obra.
Sin embargo, su principal interés era arquitectónico. En este sentido su maestría salta a la vista. Cierto que se tomaron libertades reconstructivas, pero siempre con respeto, o siquiera con formalidad. Así por ejemplo, en la plancha 4: “Elevación de la gran entrada del patio del Templo”, explican:
«Se ha advertido (ver la explicación de la plancha precedente) que este pórtico ha sido destruido por los turcos. Aquí, sin autoridad alguna, se restablece el frontón; pero las columnas y su distribución particular se han copiado según el pórtico anterior (ver planchas 13 y 14).»
Por esos y otros detalles fueron objeto de críticas –hoy perdonadas–, mientras aquellas planchas desataban cierta epidemia y hasta furor, que podríamos llamar ‘palmiromaníaco’ para las incidencias más graves. A propósito, veo citado el elegante Palacio de Wörlitz, obra neoclásica de F. W. von Erdmannsdorf, aunque no veo mención de Palmira en la wiki-biografia del arquitecto.





Ahora sí. Palmira y Baalbek van a formar la pareja estrella del turismo en Siria, hasta que para formar la indispensable Tríada Siríaca –creo que estoy a punto de escribir una tontería– se les une San Simeón Estilita, aunque sólo tenga en común la grandiosidad.



Sobre estas ruinas venerables, en especial las dos primeras, caerá luego un diluvio de textos declamatorios filosófico-románticos, que nosotros dejaremos pasar hasta que escampe, repasando las láminas del W&D, comparándolas con fotos actuales.
En particular pongo aquí su panorámica, para comparación con aquella primera de la Royal Society. Salta a la vista la impresión de que el reverendo Halifax y compañía vieron demasiadas columnas en pie. Esto decepcionó e incluso irritó a más de un viajero, tal vez harto de la molestia. Así el Honorable Charles L. Irby y James Mangles, comandantes de la Royal Navy, que visitaron Palmira en 1818. 
Tras reconocer la innegable impresión del conjunto visto desde las torres funerarias, comentaba Mangles que los dibujos de W&D hacen demasiada justicia a unos restos arquitectónicos de baja calidad dispersos por un cementerio de ruinas sin títere con cabeza. ¡Encima, los árabes siempre ávidos de lucro les sacaron por la entrada 600 piastras! Y a dar gracias, porque aquellos jeques convertían con la mayor facilidad su hospitalidad en secuestro con fuerte rescate.


W&D, Pl. 19. Artesonado monolítico de mármol con plafón zodiacal
Por supuesto, en el álbum de visitas palmireno no todos los comentarios eran así de negativos. Gente mejor atendida, seguramente. En particular, por aquellas fechas, reinaba en Siria una Zenobia a lo moderno: dama disfrazada de hombre, sin escándalo de los árabes que la saludaban como la ‘Malike’ (la Reina), precisamente por su extravagancia ...
Han acertado. Estamos a punto de conocer a Lady Hester Stanhope. Visitante gozosa de Palmira, y monumento ella misma visitable, de carne y hueso. Pero no son horas, y ya vamos pasados de kilobites, así que para próxima lo dejo.
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[1] D. Carruthers, The Desert Route to India. Asian Educational Services, 1929, pág. xxv.
[2] Las Philosophical Transactions se reimprimieron, en entero y en abreviado. También otras revistas reprodujeron aquellos primeros apuntes de viaje. Sin ánimo bibliográfico, y sólo para dar idea de cómo circularon estas noticias en sus fuentes primarias, como es la línea de esta bitácora, enlazo esta edición de 1722: The Philosophical Transactions of the Royal Society of London ..., 3ª ed., Volumen 3, London, 1722.
Cap. 2 (Cronología, Historia, Antigüedades), XL. 1. A Voyage of some English Merchants a Aleppo to Tadmor; by Mr. Timothy Lanoy, and Mr. Aaron Goodyear, 489. 2. A second Voyage to Tadmor; by . . . communicated by Mr. Tim. Lanoy, and Mr. Aaron Goodyear, 492. 3. An account of Tadmor; by Mr. Will. Hallifax, 503. 4. Remarcks on these Antiquities; by Mr. Edm. Halley, 518. Sigue: XLI. An Inscription in the Language of the Palmyreni; by Mr. Octavian Pulleyn, 526.

[3] Ch. L. Irby, J. Mangles, Travels in Egypt and Nubia, Syria, and Asia Minor; during the years 1817 & 1818. London, 1823, págs. 267 y sigs.


6 comentarios:

  1. ¡ Qué gozada Muchas gracias !
    En cuanto haga un par de gestiones urgentes, voy a todos los enlaces.
    ( Cómo me gustaría ser inglesa, o galesa, o escocesa ; esos sí que eran unos señores en el buen sentido, aunque de vez en cuando les diera por asesinar a prostitutas en Whitechapel, o por ir a defender la unidad de los árabes que luchaban tribu contra tribu, y por tanto no tenían fuerza ninguna... )

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    1. Gracias a usted sean dadas, perseverante Viejecita.

      Es usted gran premio para el trabajo que cuesta el rebusco y extracto de textos y fuentes originales, como marca de la casa.

      Y si este whisky le parece menos malo, no haga usted –no hagan ustedes– como el escocés del anuncio, como que lo escondía para él solo. Pásenlo a los amigos, a sus contactos, un poco de publicidad discreta, pues el buen paño en el arca no se vende: la polilla se lo come.

      No todo interesa a todos; pero lo ignoto, eso sí que no interesa a nadie. Y siendo el esfuerzo el mismo, cuanto más aproveche, mejor.

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    2. Querido Profesor Belosticalle

      Yo creo que tiene usted muchísimas visitas a su blog ; cienes y cienes. Pero que sólo se atreven a escribir los que de verdad saben, aparte de alguna insensata a la que no le importa que se note que no sabe nada de nada, pero que desee agradecer públicamente las ventanas que usted abre a su curiosidad...

      Pero, aunque mi recomendación no vaya nunca a ser una garantía válida para nadie, le prometo recomendar a todo el que pueda que vengan aquí a escribir, para que no piense usted que sus escritos se vayan a apolillar por falta de comentarios..

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  2. Don Belosti, utiliza usted la misma treta que aquellos magníficos escritores de folletín*: nos deja a Lady Hester de señuelo... y picaremos con tanto disfrute como siempre y aún más si cabe, que bien dice usted eso de que ahora las columnatas son de carne y hueso, muchos más atractivas, dónde va a parar.

    Lady Hester, Teresa de Ávila, Amélia Earhart... ¡ bandieu, quelles femmes !

    * Lo de "folletín" suena a poca cosa pero si miramos los nombres de los que utilizaron este modo difusión encontramos Los tres mosqueteros de Dumas, Los Miserables de Victor Hugo, o a Stevenson, Dickens y Salgari, entre otros. Y a Galdós, of course... Buena compañía, así que siga, siga, no pare, con la sugerente Lady Hester, la reina del desierto, como Palmira.

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  3. Qué maravilla de relato de viajes Don Belosti. Consigue que el lector más sedentario sentado en un sofá - ‘couch potato’, que dicen con acierto los ingleses - se imagine convertido en un Quatermain. Espero ansioso la segunda parte.

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  4. Amigos Albatros y Navarth, cuánto bueno.

    En lo de folletinesco estoy de acuerdo, y hasta puedo avanzar una confesión justificativa.
    Mi vida académica coincidió con una larga revolución de la Biología, donde cada semana había que agarrarse a tres o cuatro revistas serias, de sorpresa en sorpresa, para contarles a los alumnos la última novedad que uno mismo acababa de deglutir. Total, que los cursos tenían algo de folletín, atisbando siempre por dónde irían los próximos descubrimientos.
    Y es que casi todo se puede folletinizar, siempre que sea cosa apasionante. Aquella experiencia la tengo por positiva.

    Me llena de satisfacción su impresión sobre estos relatos, teniendo en cuenta que son a la vez evocación de una aventura irrepetible por aquellas regiones.

    Abrazos.

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