domingo, 12 de abril de 2015

Escapada a Tierra Santa (3)


Hebrón-Tienda cerrada-DSCN5478-red.jpg
Hebrón, que significa ‘sociedad’
Pues sí, señor: la raíz etimológica del topónimo da esa idea de compañía o alianza. De hecho, también se llamó Qiryat Arbac (Villa de Cuatro). Tal vez cananeos, amoritas, hititas y hebreos –cuatro etnias en sus barrios– pudieron convivir en paz, hace 3.500 años, donde hoy dos comunidades, palestina y judía, no se soportan.
Hebrón ha sido demasiadas veces noticia, por episodios virulentos. Las trifulcas habituales ni merecen comentario. Sin embargo, son la salsa amarga en que se cuecen los hebronitas de una y otra etnia.  Una vecindad tan estrecha, un disparate que genera fricción constante.
Añade calorías el aura religiosa de ciudad santa. Pero no una santidad como la de Jerusalén, donde cada religión tiene sus santuarios. Aquí el lugar santo es único, y los objetos venerados en él son los mismos para las tres religiones, judíos, cristianos y musulmanes: la Macpela, la cueva misteriosa con las Tumbas de los Patriarcas y Matriarcas bíblicos. En primer lugar Abraham, el titular del santuario, de quien descienden por igual israelitas y palestinos.  ¿Qué digo, Abraham? Aquí, de la arcilla roja de Hebrón, fue formado Adán, padre común de todos los humanos, y aquí en la misma cueva estuvo sepultado, junto con nuestra madre Eva.
Es un contrasentido que un mausoleo familiar tan sagrado, donde toda diferencia entre parientes mal avenidos debería dejarse fuera a la puerta, sirva de pretexto para el odio y desprecio recíproco.
Los signos externos de separación, restricción y control armado –israelita, por supuesto– son aquí omnipresentes. Los ‘colonos’ de Hebrón tienen fama bien ganada de prepotentes y violentos. Que también sea unos chulos tocapelotas, eso ya puede que sean habladurías; pero habladurías de youtubes harto elocuentes.


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El material no falta, divulgado sobre todo por B’Tselem - Centro Israelita de Información pro Derechos Humanos en los Territorio Ocupados. Esta organización, que cuenta con voluntario israelíes, palestinos y extranjeros, es paradójicamente una prueba a favor de Israel como democracia con libertades cívicas. Otra cosa es que las respete y se respete a sí mismo, en el estado de excepción que lleva consigo la ocupación de este territorio y las anexiones de facto.
En el archivo de B’Tselem hay de todo, desde lo trágico a lo abyecto y lo bufo. Ni siquiera faltan episodios de comicidad, desde luego involuntaria. De este género traigo aquí un par de secuencias de un mismo incidente, donde con un poco de buena voluntad puede captarse cierta vena de humorismo. Se trata de un colono, al parecer de origen ruso, a quien le ofende la bandera palestina en la azotea de un vecino palestino de arriba, y arrimando una gran escalera de mano trepa por ella hasta quedar él mismo atrapado en la consabida alambrada, puesta allí precisamente para disuadir a los intrusos. Si la situación del colono resulta chistosa, más todavía lo es su flema, en semejante brete, explicando al palestino que debe retirar su bandera porque estamos en Tierra de Israel.
La cosa se torna algo más seria con la intervención de los soldados (media docena, en total), pero sólo por un minuto, porque en seguida los actores recuperan su vis cómica. Pero a qué cuento yo la película, si a lo mejor todo es figuración mía, y el vídeo no tiene pizca de sal.

Todo ello en relación fuertemente inversa con la presencia física, pues los asentamientos judíos propiamente urbanos sólo albergan a medio millar de almas, frente a la población palestina más numerosa de todo el sector, bastantes más de 100.000 sólo en la parte vieja.
En compensación, para su seguridad y defensa los colonos cuentan con una fuerza militar, donde tocan a dos soldados por barba, por lo menos. Y por lo más, los propios colonos gestionan su propia defensa paramilitar, porque cualquiera se fía de los políticos y sus cambalaches. Como los Acuerdos de Oslo/Olso.
En suma, que la fama de Hebrón no es buena, no tiene gancho turístico; y eso se nota, para satisfacción del elemento judío, que tampoco desea testigos de vista.
El Purim capicúa en Hebrón
No somos buscadores de impresiones fuertes, y menos mal, porque nos habríamos llevado chasco. Y eso que era el 14 del mes de Adar, esto es, la fiesta de Purim, especie de carnaval judío. Año capicúa 5775 de la Creación del Mundo (jueves, 5 de marzo de 2015)
Se dirá que muy bien, que es lo lógico, tener las fiestas en paz; y más las de jolgorio, como los carnavales. Ya; pero el Purim es un carnavalito que se las trae. Ese día y la víspera se lee en las sinagogas el rollo bíblico de Ester. Una historieta judeo-persa que, por si no lo recuerdan, tiene su culmen en este edicto del rey Asuero (¿Artajerjes?; s. V a. de JC):
«Que a los judíos de todas las ciudades les sea permitido asociarse para defender sus vidas y exterminar, matar, aniquilar a las gentes de todo pueblo o provincia que les agredieren a mano armada, junto con sus hijos y sus mujeres, y para saquear sus bienes» (Ester, 8: 11).
El desenlace fue que los judíos de todo el reino hicieron amplio uso de la real licencia para vengarse de todos sus enemigos. Tanto fue así, que «muchos habitantes del país se hicieron judíos, por el temor que éstos les infundían (8: 17). Sólo en la capital, Susa, mataron a 500 hombres un día, y el siguiente a otros 300. En provincias tampoco se quedaron cortos, matando a 75.000. Pero –precisa el libro santo, para dejar las cosas claras– «no saquearon sus bienes».
No era, pues, codicia lo que provocó aquella carnicería. Era que el valido Hamán, prototipo antisemita, había tramado una solución final para aniquilar a toda la judería del reino. Era su venganza de otro cortesano rival: el judío Mardoqueo, que no le hacía la reverencia de ordenanza.
Mardoqueo era uno de los deportados a Babilonia, que ahora bajo los persas se había hecho un sitio en la corte de Susa, descubriendo conjuras contra el monarca. Y bien que estaba avisado Hamán por sus consejeros, y hasta por su señora: «¡Ta. ta. ta! Si el tal Mardoqueo es judío, lo tienes claro» (6: 13).
Pero Hamán era tonto; y el tal Mardoqueo no sólo era listo, era el primo, el tutor, incluso el prometido o esposo de la nueva reina favorita, la cripto judía Ester. Porque  cuando el matrimonio del rey  Asuero con su reina Vasti da al traste, y se convoca concurso de bellezas para elegir sustituta, Mardoqueo no lo duda: su bella Ester se presentará y quedará ganadora.
Con esta hechura suya en el trono y en la alcoba regia, Mardoqueo no tendrá dificultad para deshacerse de su enemigo jurado. Incluso de sus hij0s, bailando todos en la misma horca con el padre. Lo demás ya lo sabemos, porque está escrito: matanza preventiva.
Oracional de Worms (s. XIII). Jerusalén.
Lo que no sabemos, o no tanto como quisiéramos, es qué tuvo que ver esta historia con una fiesta irania del Sorteo. Porque Purîm ni siquiera es hebreo. De hecho, en principio los judíos no la llamaban así, sino el ‘Día de Mardoqueo’ (2 Macabeos, 15: 36). En compensación, tampoco se sabe de ningún rey persa llamado Asuero –«el que reinó desde la India hasta Etiopía, sobre 127 provincias»–, ni de ningún rey en general tan insensato como para sancionar  una masacre así, con peligro de guerra civil, sin más base que el infundio movido por un ambicioso caza recompensas [1].
Historia o novela, el libro de Ester figura en ambas Biblias, la judía y la cristiana, como escritura inspirada por Dios, aunque es el único libro bíblico que en el original hebreo no le nombra ni le menciona para nada. Algo que llamó mucho la atención, y seguramente por eso los judíos y prosélitos de habla griega interpolaron aquí y allá plegarias y pasajes devotos, que contrastan con la profanidad del texto base.
Purim, las Suertes. Cuando se sacaban los pronósticos para el año, fue el día mal elegido por Hamán para la destrucción del pueblo judío. Fecha que se tornó en contra suya, de manera que Pur –la Suerte, la Fortuna, la Casualidad o el Destino, el efecto Mariposa, Dios aparte– fue esta vez el contrapunto de la Providencia divina, que en los otros libros religiosos de la Biblia se encarga de salvar a su pueblo.
El libro de Ester es un auto homenaje del judaísmo como pueblo o etnia, y un quebradero de cabeza para sus herederos y comentaristas cristianos, que nunca supieron bien cómo tomarlo. En la Edad Media, judíos y cristianos ilustraban ese libro de forma muy parecida. Pero mientras que en un rollo hebreo la miniatura habla por sí sola, en una biblia cristiana no se entiende bien a la heroína. ¿Figura de la Virgen María, intercediendo ante Cristo Rey por la salvación de los hombres? Vale, pero ¿quién es el ahorcado a instancias de Nuestra Señora?
Ester como intercesora por su Pueblo
Se echa de ver el paralelismo entre dos miniaturas medievales, judía y cristiana
(Códice de Ratisbona, Museo de Israel, y Libro litúrgico latino, Bodleyana de Oxford)
Ester, ¿una de las ‘mujeres fuertes’ de la Historia Sagrada? Una mujer más bien débil o anodina. Una reina consorte, que en una cuestión de vida o muerte para su pueblo sólo aporta su cara bonita. Judit (otra que tal historia judía), a la belleza juntó astucia y el vigor de su brazo. Ester es sólo una chica guapa, ni siquiera inteligente, sólo dócil y rubia marioneta de Mardoqueo.
Tal libro para tal fiesta. En la sinagoga, mientras se recita el rollo de Ester, el nombre de Mordejay o Mardoqueo es saludado con bendiciones, mientras que al malvado Hamán  el público le abuchea, pita, patea y toca la carraca. Luego viene la fiesta profana, con algún detalle de caridad para con el prójimo –judío, se entiende–, regalos a los niños y carnaval de disfraces.

Purim, fiesta judía de transgresión. Barrio de Me'a She'arim, Jerusalén
Para el judaísmo ortodoxo, el Purim es fiesta de evasión, de transgresión e inversión, donde el primer mandamiento es beber, «hasta no distinguir si maldices o bendices o Hamán o a Mordejay». Parece que hay un segundo mandamiento de fumar, imperativo sobre todo para los jóvenes, que obviamente aspiran el porro. Personas habitualmente morigeradas aguantan poco el vino puro, y a media tarde no es difícil ver a desinhibidos caballeros en actitudes equívocas, incluso alguno en plena calle durmiendo la turca sobre su vómito. Estos extremos se dan más en juderías grandes, como el barrio de Mea Shearim en Jerusalén.

 
No parece ser el caso de la judería de Hebrón, a juzgar por lo visto de pasada, que tampoco fue mucho. Un carnavalito como muy de pueblo, animado por una charanga y con un desfile, bajo el discreto encanto de las metralletas. Y del rabino, el señor cura, que muy en su papel baja a comprobar y registrar qué clase de espectáculo se ofrece. Fue lo único que me llamó un poco la atención. Nada del otro mundo. Porque el otro mundo, el de detrás de la reja, no festeja.


Sin embargo, hace unos años, la foto de un joven gamberro judío ortodoxo local invitando a un vaso de vino a una señora árabe que pasaba por allí ganó un premio que dio la vuelta al mundo. La propia fotógrafa Rina Castelnuovo se declaró horrorizada de lo que captó su cámara por pura chiripa.
Día exclusivo para judíos, en el apartheid propio de la ciudad. Por la mañana,  la chiquillería árabe salía de excursión en autobuses, o era recogida a jugar en patios y mezquitas. Los niños sólo distinguen entre fiesta y no fiesta, no entre fiestas propias y ajenas. Triste cosa ver a pequeñines a la ventana de casa, como preguntándose por qué mientras los niños judíos se divertían ellos estaban encerrados, a santo de qué ese castigo. A ellos nadie les había contado la historia de Ester.
A las Tumbas de los Patriarcas
Antes de entrar en Hebrón el turismo visita unos talleres de vidrio y cerámica, artesanía muy del lugar y muy antigua. La especialidad es el vidrio soplado, que al parecer no guarda secretos para algunas familias de aquí, auténticos dinastas en el arte.  De talleres de El-Jalil salieron y salen piezas de colores para las celebradas vidrieras ‘árabes’ en mezquitas e iglesias, incluso sinagogas, por todo Oriente. En realidad vidrieras mozárabes, creadas en Al-Ándalus o Sefarad; y estos hebronitas lo saben, porque son los descendientes y herederos de los que soplaron allende la mar.
De allí se pasa a la ciudad vieja, camino del santuario con las tumbas de Abraham y de Sara con su descendencia legítima.
El libro del Génesis (cap. 23) cuenta cómo Sara muere “en  Qiriat-Arba, que es Hebrón, en la tierra de Canaán”, a los 127 años de edad. Abraham, con tal ocasión, compra al hitita Efrón una finca con una cueva para sepultura.  La transacción se hace en público, con todas las formalidades, y esta fue la primera propiedad adquirida en el país por aquel forastero nómada.
Un sujeto singular, Abraham, al que su Dios le había prometido a perpetuidad el país entero y mucho más: “desde el Río de Egipto hasta el Río Grande, el Éufrates: quenitas, cadmonitas, hititas, perezitas, refaítas, amoritas, cananeos, guirgasitas y jebusitas” (ibíd. 15: 18-21). ¡Pues mira que no tuvo pueblos donde escoger, Yahvéh/Elohîm! Esta lista de gentes –algunas casi desconocidas o desaparecidas, minoritarias en todo caso–, incluye a los que dieron nombre a todo Canaán, los cananeos. Faltan en cambio los filisteos (o ‘cretenses’), que en tiempos de Abraham se supone no habían penetrado en el mismo país al que darían nuevo nombre, Palestina.
La compraventa entre Abraham y Efrón es el primer contrato de ese género en la Biblia, y su elemento principal era la cueva de Macpela, que a pesar de su engañoso prefijo  escocés Mac es nombre hebreo, algo así como la ‘doble galería’. Sara estrena aquella morada de eternidad, seguida de Abraham, luego de su hijo Isaac y su mujer Rebeca, finalmente del nieto Jacob y su mujer Lía. La otra mujer, Raquel, se le había muerto al dar a luz a Benjamín en el camino de Belén, y allí la dejó Jacob sepultada.
Se comprende muy bien que la Cueva junto a Hebrón sea lugar sagrado para el pueblo judío, y que datos memorables de la sagrada Torá les traigan evocaciones emotivas. Lo que ya se entiende menos es que estas antiguallas, referidas a eventos de hace 3.500 años, y lo que es más grave, registradas sólo 1.000 años después, se aleguen hoy como título de propiedad, no ya del fundo o cortijo de la Macpela, sino de la ciudad entera de Hebrón con todo lo que la rodea, esto es, el país de Canaán-Palestina. Y puestos a fijar ‘fronteras seguras’, el Gran Israel de los soñadores más audaces: “del Nilo al Éufrates”. ¿Por qué no? Es palabra de Dios escrita en el Génesis.
Estas eran las meditaciones del viajero, camino de las Tumbas. Previo paso por el control israelita. Porque Hebrón es ciudad abierta y libre, pero virtualmente sitiada por Israel, en defensa de dos o tres asentamientos judíos intra-urbanos en expansión. Luego hablamos de eso.
Las Tumbas de los Patriarcas y Matriarcas se ubican en el Haram –lo ‘prohibido’, porque en efecto lo fue para todos los infieles (judíos y cristianos), cuando aquí mandaban los moros.
Recinto a modo de fortaleza con puestos de vigilancia, sobre basamento rectangular (60 x 34 m) de 12 m de altura, de factura herodiana.  Un misterio. Es como si el gran arquitecto y urbanista que fue Herodes el Grande hubiese querido levantar aquí una réplica en pequeño de su  Templo de Jerusalén, accesible por escalinatas. Y lo mismo que la explanada del Templo cubre el monte Moria, donde Abraham intentó el sacrificio de su hijo Isaac, esta otra de Hebrón cubría la cueva Macpela.
Digo misterio porque, sorprendentemente, en tiempos de Jesús era de dominio público una tradición muy distinta, según la cual la Cueva de los Patriarcas no estaba aquí, 40 km al S de Jerusalén, sino justo en dirección contraria, cerca de Siquem, en Samaria. Lo dice así el diácono Esteban en su último discurso al Sanhedrín en pleno, como demostrando que conoce bien la historia sagrada, y allí les dice textualmente, sin contradicción de nadie, cómo los restos de Jacob e hijos, fallecidos en Egipto, “fueron trasladados a Siquem y depositados en la sepultura que Abraham compró a precio de plata a los hijos de Hamor, el padre de Siquem” (Hechos de los Apóstoles, 7: 15-16).
Es obvio que, lo mismo que el Reino Israelita del Norte tuvo su propio templo, rival del templo judío de Jerusalén, también las tradiciones norteñas samaritanas discrepaban de las sureñas judías. Era lo natural. Y eso nos deja más perplejos, si cabe, ante la querella judeo-palestina por Hebrón, pues tiene bien poca gracia tanta disputa por una reliquia tan incierta.
Disposición de los cenotafios: 1: Sara. 2: Abraham; 3: Isaac. 4: Rebeca. 5: Jacob. 6: Lía. 7: José
Verde: Vista compartida. Azul: en la Mezquita. Rojo: Áreas judías
(La planta es fiel, pero no exacta en cuanto a vanos y tabiques, al menos hoy en día)
De paso a la mezquita, que antes fue basílica cristiana rehecha por los cruzados (s. XII), dejamos a la derecha el atrio o nártex, y a la izquierda otra mezquita que es el oratorio de mujeres, si no oí mal. Aquí, sobre las alfombras de oración, unas maestras entretenían a su chiquillería juguetona, a cuenta del dichoso Purim.
Entre los catafalcos de Sara y de Abraham, una dama encogullada

A la entrada del santuario es de rigor descalzarse, y las mujeres cubrirse con cogulla. En un vestíbulo, por una ventana con reja se ve, revestido de damasco verde, el cenotafio de Sara bajo una cúpula. El de Abraham lo veremos luego, también a los pies de la basílica pero del otro lado.
Cenotafios de Isaac y Rebeca    -    Mihrab y mimbar                                          
        En medio del recinto gótico se alzan dos casetas con los cenotafios de Isaac y Rebeca (s. XIV). En la pared del fondo está el mihrab a la Meca, y a la derecha un mimbar o púlpito de madera tallada, obra de arte muy valiosa, traída de Ascalón. Ascalón fue intigua ciudad filistea, como Gaza. Y esto hace recordar una hazaña de Sansón el forzudo, que cuenta la Biblia. Estando allí de putas tuvo mala noche, y en su enfado sacó de quicio las puertas de la muralla, y cargado con ellas y con la tranca, por algún motivo especial vino a dejarlas aquí, en Hebrón (Jueces 16: 1-3). Puertas que en tamaño y peso allá le andarían a este púlpito. Mal precedente y ejemplo sentó aquel Juez de Israel: hoy esta ciudad está plagada de puertas, barreras y estorbos por todas partes.
Sansón con las puertas de Gaza a Hebrón  -  Estorbos en el acceso palestino a la Mezquita de los Patriarcas (foto Manoush)
De nuevo fuera del salón de oración, se visita el cenotafio del santo titular, el patriarca Abraham, en otro vestíbulo simétrico al de Sara. Estos dos son visibles la comunidad judía por unas ventanas a sus locales, como también disponen de entradas a la mezquita en ciertas solemnidades exclusivas, y en realidad cuando les da la gana. Esto es así desde la guerra de los Seis Días, porque antes tenían que rezar desde fuera, como ante el Muro de Lamentaciones en Jerusalén.
En la capilla u oratorio de Abraham, junto a la puerta a la mezquita, hay un nicho con reja donde se ve una pieza de mármol con la huella muy gastada de un pie humano. Para unos, marca lo que calzaba el profeta Mahoma, que en su Viaje onírico aéreo hizo aquí etapa, camino de Jerusalén y el Paraíso. Según otra opinión, más probable, sería ni más ni menos la pisada de Adán, que fue formado  por las manos de Dios aquí mismo, o muy cerca. De hecho, aquí en la Macpela estaba enterrado, junto con Eva, cuando Abraham hizo su compra. Añade la leyenda que, al entierro de Sara, aquella primera pareja humana y culpable despejó el lugar.
 
Bien, ¿y la Macpela? Muy cerca de la huella petrificada –’molde externo’, que dirían los paleontólogos–, pared por medio y ya en la mezquita, un templete trilobulado cubre un orificio como de dos palmos, con tapadera de metal agujereada. Un letrero arriba indica: “Al-Ghar al-Sharîf”; o sea, que el boquete da a la noble Cueva funeraria, donde al principio del mundo estuvo la entrada al Jardín del Edén, o Paraíso Terrestre Superior.
No es mucho lo que se ve, pero lo suficiente para hacerse idea de lo cambiado que está el lugar, desde que nuestros Padres comieron la manzana que tanta dentera trajo al mundo. La Cueva no se abre al público ordinario, aunque eso ya lo veremos, expertos como somos en controles. 
Pero no hay espacio para más elucubraciones, porque el almuédano llama a la plegaria de Mediodía, y los turistas estorbamos. Con un zapato calzado y el otro a medio calzar, pegando brincos sobre un solo pie, nos cruzamos por la escalinata con los caballeros islámicos que puntuales suben a la mezquita.


Hebrón, calle por calle, casa por casa
                  «¡Ay de los que acaparáis casa tras casa
y anexionáis campo a campo,
hasta ocupar todo el país
para vosotros solos!»  (Isaías 5: 8)
Aquí se inicia un recorrido por el zoco hebronita, con puntos de contacto con el asentamiento urbano judío. Una vecindad poco envidiable y muy difícil de entender. Porque esta es zona de ocupación militar, sujeta a ley marcial, pero sujeta también en teoría a un Derecho Internacional y un Derecho de Gentes, como también a un sentido común elemental: vive y deja vivir.

Pues bien, el recorrido por la vieja Hebrón, la Villa de Cuatro, la Ciudad Santa de los Padres y Madres comunes, es un víacrucis del desafuero  y violación de esos principios. Donde el zoco árabe es abovedado, menos mal. Hasta que un tabique cierra el paso. Donde no, la calle se cubre de cualquier modo con tela metálica, chapas o lo que sea, para proteger a viandantes y mercancías del aluvión de basura sólida y líquida que los vecinos de arriba, colonos urbanos con poca urbanidad, arrojan desde sus ventanas y azoteas. Aquí y allá, tiendas cerradas y portales en abandono, porque los dueños acosados y aburridos por el invasor optaron por irse.

No sería de recibo, tras una visita guiada de unas cinco horas en día festivo especial, pretender dar un reportaje, ni siquiera un testimonio de todo lo que se dice que ocurre, y tal parece por todos los indicios.  Entrar en una casa, subir por escaleras en laberinto, destartaladas, con los pisos vacío y saqueados, las puertas apalancadas o arrancadas, las paredes reventadas.
Arriba en el piso alto, con la típica cubierta en cúpula, una familia acosada resiste porque no tienen a dónde ir, siempre con alguien de guardia en casa, porque al menor descuido los colonos saltan por las azoteas, y ocupada esta última vivienda ya todo el edificio es suyo. Como ocuparon la de al lado, la de enfrente. Casa por casa, es la reconquista de Hebrón por los “300 valientes de Gedeón” (Jueces, 7).

En la azotea de esta familia palestina en paro, junto a la antena de televisión que delata todo  su potencial de lujo, campean los bidones metálicos para el agua, que en Hebrón  es escasa para los palestinos. Algunos recipientes están agujereados. “Por los colonos judíos”,  se lamenta la señora con una criatura en brazos, mientras el hermanito que ya sabe andar muestra sus habilidades de equilibrista por aquellos parajes que hoy, por ser fiesta judía, puede recorrer tomando el sol, pero mañana no, porque su cabecita podría cruzarse en la trayectoria de una pedrada.
Aquí conviene andar siempre con la barba al hombro, porque consumada la ocupación tiene mal arreglo. Puede suceder, por ejemplo, que el palestino se encuentre tapiado el camino de su casa a la calle, y al negársele autorización para abrirse otra puerta tenga que salir y entrar por la ventana. Si es planta baja, como en la foto, menos mal. Un primero o segundo piso tiene la solución más difícil.
Claro que, a fuer de prudentes, habría que oír también a la otra parte, palabra contra palabra. Lástima que los colonos, que ya han tomado los pisos de enfrente, estén hoy en la fiesta, porque estos nuevos inquilinos desde sus nuevas azoteas purificadas y remozadas podrían dar otra versión muy distinta. Estos agujeros en los bidones del agua, esta ruina y miseria, es porque los árabes son así. ¡Si hasta viven de ello! Todo esto es parte de una maniobra para desprestigiar a Israel, al verdadero Israel. Una maniobra árabe, creída por los papanatas europeos y por una minoría israelita de imbéciles suicidas que no han entendido la gesta bíblica de estos colonos singulares. Iba a decir su ‘cruzada’, pero no, que son hebreos. Dejémosla en gedeonada. Es su reconquista de Hebrón, corazón de la patria irredenta para 300 guerreros que sólo sueñan con volver al útero materno de Sara.
No, no ha habido oportunidad para hablar con judíos, que aquí o son colonos o soldados. Afortunadamente la Red es generosa en testimonios de israelitas judíos, incluso rabinos, que a título personal o a través de organizaciones denuncian el atropello de sus compatriotas hebronitas a la población civil palestina, y recuerdan a su Gobierno la obligación especial que le incumbe, como potencia ocupante, si Israel es un estado de Derecho.
Tampoco faltan impresiones de turistas judíos, como esta Dª. Raquel Barenblat, que vio en partes lo mismo que nosotros, o muy parecido. Sí, tengo la impresión de no ser nosotros los primeros que trepamos a estas azoteas, conversamos con las mismas familias y utilizamos un servicio de restauración algo peculiar, de lo más hospitalario.
En efecto, es corriente comer en casas particulares, que alimentando a visitantes se alimentan ellas mismas. El propio dueño sirvió a todo el grupo, apretujados en sillones y sofás en la sala-comedor de la familia, bandejas de arroz con pollo, humus, refresco.

«Un solo choque basta para que todo salte en pedazos»

A los postres, se puede apostar a que aparece un joven de la familia con un portátil y pasa a los invitados un vídeo hablado en árabe, con subtítulos en hebreo, y comentado de viva voz en inglés. A estas alturas ya tenemos la certidumbre de que el vídeo no es primicia de estreno. 
 
¿Propaganda? Dura palabra para alguien que cuenta sus propias cuitas. Porque el vídeo elegido por nuestro joven le concierne a él y a su gente. Muestra en directo cómo una provocación de los colonos se tradujo en ruina y cierre del negocio del anfitrión, su señor padre.  La conclusión suena a oída: “Aquí en Hebrón, empecemos los palestinos o empiezen ellos, el pato siempre lo pagamos nosotros”.
Fin de fiesta
Un paseo por la parte baja siempre ayuda a la digestión. No tanto la del almuerzo palestino, sino el vídeo de los subtítulos hebreos. Pero también otros detalles que van apareciendo aquí y allá. A veces lo que parecen minucias, pero no lo son.
Por ejemplo, la camiseta de ese niño judío en la fiesta. Para este jovencito, es la prolongación por otros medios de sus pedreas con los palestinos de su misma edad. «Estos canaqim nos caen pequeños»: toda una cita bíblica.
Los anaqim fueron los habitantes primitivos de Hebrón, masacrados por Josué y exterminados luego por Caleb, que en el reparto de la Tierra Prometida reclama y recibe en propiedad esta villa, la vieja Qiryat Arba, donde hace una limpieza étnica total (Josué 14: 6-15).
Los anaqim, según la tradición, eran hombrachones (más que otros cananeos), auténtica raza de gigantes. Al menos así los pintaron, llenos de miedo, los exploradores enviados por Moisés a espiar el país que se dispone a invadir: «Al lado de esa gente, nosotros hacemos papel de saltamontes, y así nos veían ellos a nosotros.»  (Números 13: 33). Sólo Caleb, el explorador por la tribu de Judá, levanta la moral del pueblo –junto con Josué, el caudillo en ciernes–. A Caleb le gustó toda esta montaña del sur, en especial Hebrón, y decidió ser aquí  el primer colono, pues los anaqim eran para él poca cosa.
Según eso, ‘anaqim’ debe de ser uno de los insultos que se cruzan los muchachos en sus batallas. Del otro bando, el palestino, no lo sé, aunque puedo sospecharlo. No es por dar ideas, y menos a escolares; pero Caleb en hebreo significa Perro, y ‘Caleb de Judá’ es justo lo que usted está pensando: el insulto antisemita ancestral, que seguramente se oye también en las pedreas. Aquí falta una pedagogía de la compasión. Y al niño hay que inculcarle compasión, porque él por sí mismo no la aprende.
Dejando atrás el zoco y charanga del Purim, una calle amplia y vacía en la parte baja se ha convertido en icono de la segregación que aquí impera. Tiendas cerradas y precintadas, en lo que fue corazón del comercio turístico. Para los palestinos es Shari’ al-Shuhadâ, la Calle de los Mártires.
Buena parte de la calle está reservada a judíos y turistas, y parte es peatonal para los palestinos. Estas restricciones a la inmensa mayoría de los habitantes de una ciudad son una humillación añadida (Calle del Apartheid la llaman ahora), pero también una sanción económica brutal, que sin aportar nada a la seguridad de los judíos facilita la labor a los ocupas.
‘Ojo por ojo’, todos tuertos (de momento)
Pero no todo el comercio clausurado es árabe, los pasos llevan también a una serie de locales judíos. Valle de Hebrón se llama esta calle. ¿De aquí tomarían nombre los jerónimos catalanes para su monasterio desaparecido, cerca de Barcelona (s. XIV)?

Pues bien, aquí se despliega el escaparate de los agravios padecidos por la judería hebronita. Pero no sólo de parte de los árabes, sino del propio ejército de Israel, con el que los colonos mantienen tensa la cuerda:
«Las tiendas en esta calle fueron cerradas por razones de seguridad, después de que los árabes emprendieron la agresión terrorista contra los residentes judíos en la ciudad, en septiembre de 2000.»
Algo más explícito el inglés (para forasteros):
«Estas tiendas fueron cerradas por las IDF por razones de seguridad, después de que los árabes comenzaron la ‘Guerra de Olso’ [sic, y no parece errata, sino desdén a los Acuerdos de Oslo] (aka La Segunda Intifada) en septiembre 2000, atacando, hiriendo y asesinando a judíos en esta vía pública.»
Bastante más antiguo se recuerda este otro agravio:
«Estos edificios se construyeron sobre suelo adquirido por la Comunidad Judía en Hebrón, en 1807, Y ROBADO POR LOS ÁRABES, DESPUÉS DE ASESINAR A 67 DE LOS JUDÍOS DE HEBRÓN, EN 1929. ¡Pedimos justicia! ¡Devolvednos nuestra pertenencia grande! (La Residencia Judía en Hebrón).»
Nada que objetar, salvo que en Hebrón, según se dice, no quedan descendientes herederos de los antiguos propietarios.
La Masacre del 29 fue uno de los episodios más vergonzosos ocurridos bajo el Mandato británico. Compras masivas de fincas e inmuebles, por o para intereses judíos, despertaron la alarma en Palestina, y en distintos lugares se produjeron actos de violencia antijudía. Curiosamente, en Hebrón no era de esperar una reacción así, pues reinaba larga y fructífera convivencia pacífica entre los árabes y la minoría hebrea, 2.000 personas, casi el 10 % de la población de entonces. De hecho, muchos judíos se salvaron amparados por sus amigos y  convecinos árabes.
La venganza llegó tardía, pero segura. Tal día como hoy, es decir, en la fiesta del Purim de 1994 (que aquel año cayó en 25 de febrero, coincidiendo con el Ramadán), el Dr. Benjamín o Baruc Goldstein, judío de Brooklyn, Nueva York, inmigrante, médico militar retirado  y colono del asentamiento inmediato de Qiryat Arba, vestido de uniforme y armado con rifle de asalto ‘Galil’ y varios cargadores (todo ello propiedad de las IDF), hizo acto de presencia en la sagrada Mezquita de Abraham, repleta de varones musulmanes orantes vueltos a la Meca, o sea de espaldas, y entrando por esta misma puerta estrecha donde estamos, ante la tumba de Sara, les disparó ráfagas a voleo, matando a sangre fría a 29 e hiriendo a más de un centenar.
Su obra de exterminio quedó inconclusa, al agotarse la munición. Pero sólo de momento. El pánico y estampida sobresaltó a los centinelas judíos de la mezquita, que también dispararon, aumentando así el número de bajas palestinas.
En cuanto a Goldstein, no pudo ser llevado a juicio, para ser internado no en una cárcel, sino muy probablemente en un psiquiátrico por algún tiempo. Vacíos sus cargadores, los supervivientes de la mezquita se tomaron la justicia, linchando en el sitio al vengador de lo del 29.
Que conste: esto de la venganza no es sospecha, fue ocurrencia de Goldstein. El propio presunto asesino lo había explicado así a correligionarios suyos. La víspera, tras la lectura del rollo de Ester, con los silbidos y pateos de rigor, les recordó de forma críptica el saldo de aquella vieja cuenta pendiente. Nadie le hizo mucho caso de momento, pero todos entendieron a posteriori el paralelo entre el amigo Baruc de carne y hueso y el Mardoqueo de la leyenda sagrada [2].
En verdad, hay veces en que uno divaga y piensa que algo de razón tuvo el Concilio de Trento: que los libros de la Biblia no son para leídos por cualquiera. El Dr. Goldstein no era católico sujeto a los decretos conciliares. Pero no quepa duda, la lectura de Ester le sentó mal.
Hemos conocido la Calle de los Mártires. Un nombre que de entrada puede desconcertar, porque ‘mártir’ es término gastado y maltratado. Esa fue también mi primera impresión, lo reconozco. Tal vez por eso, unos carteles muy oportunos en la misma calle explican quiénes fueron esos mártires de verdad: las víctimas mortales de Goldstein en el Haram Sagrado.
En medio del estupor y horror internacional, el Gobierno israelí fue el primero en condenar un acto de barbarie tan negativo para su política calculada de asentamientos irreversibles. Muchos colonos, empezando por los de Hebrón, aprobaron la hazaña, y el cortejo al entierro fue numeroso. El verdugo en olor de martirio.
Hoy no llama tanto la atención, y menos aquí en el País Vasco, que un terrorista pueda tener admiradores y merecer aplauso público. Goldstein, después de todo, sólo era un lector aprovechado del rabino Meir D. Kahane, compatriota suyo de Brooklyn. Como era también un buen feligrés del rabino Moshe Levinger, apóstol de las apropiaciones judías en territorios ocupados, digo, prometidos. Levinger (Jerusalén, 1935-  ) fue el animador personal de la invasión de Hebrón, tan peculiar, en 1968. El año anterior, él mismo había fundado con ayuda estatal el asentamiento de Qiryat Arba.
En su tumba, Baruc Goldstein figura como “el Santo Médico”, donde nunca faltan al estilo judío las piedrecillas del recuerdo (buena idea: se marchitan menos que las flores). ¿Y por qué no? Allí todos le recuerdan –y los años no hacen sino añadir pinceladas y relieve al retrato– como un tío legal, un profesional siempre dispuesto a ayudar en su especialidad de urgencias y primeros auxilios. Lástima que un arrebato le llevó a olvidar, no el Juramento Hipocrático (que según dicen, no va con los médicos judíos ortodoxos), sino su condición humana.     
Su entierro nocturno fue presidido por el rabino en jefe del asentamiento ilegal, Dov Lior, amigo personal del difunto, que en su oración fúnebre sólo tuvo elogios para “un santo varón, llevado a la desesperación” por la vileza del Gobierno de su país al firmar los acuerdos de Oslo (1993). “Barukh ha gever”, fue el lema bíblico de la homilía.
‘Barukh ha Gever’: expresión tomada del profeta Jeremías, que en su contexto propio significa “Bendito el Varón”, aunque aquí vale también “Baruc el Macho”. Es además el título del libro de Michael Ben-Horin, en nombre de la asociación ‘Amigos de Baruch’ (1995). Héroe igualmente de otro título con el mismo juego semántico: ‘Baruch pode umatzil’ (Baruc, Redentor y Salvador, 1998). Un nuevo Mardoqueo.
Pero dejemos esa tumba en su paz.  Hay otras mucho más importantes en la Cueva de Macpela. Bajemos a ellas, una espeleología nada difícil. Pero no hoy, que con tanta velada no me queda vela. Mañana será otro día, para otro cuento de Las Mil y Una Noches.  
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[1] Tras discutir varias hipótesis, De Vaux cita un pasaje interesante de Herodoto (3, 68-79), sobre el mago usurpador Gaumata a la muerte de Cambises, su desenmascaramiento por Otanes con ayuda de su hija, del real harén persa, la ejecución del mago y el escarmiento popular contra esta ralea, como origen de una fiesta llamada la ‘Masacre de los Magos’; cfr. R. de Vaux, Ancient Israel: Its Life and Institutions. London, 1965, págs. 514-517.  
Interesante también es, para una ambientación babilonia, la semejanza de nombres: Mardokeo y el dios Marduk, Ester y la diosa Istar, así como la palabra pûru = suerte o destino, en acadio. Por otra parte, en hebreo cabe juego de palabras (y muchas fiestas se fundan en equívocos) entre pûr, suerte y una raíz pûr = prr, que significa ambas cosas, destruir y sacudir (como para echar la suerte).

[2] Cfr. Jerold S. Auerbach, Hebron Jews: Memory and Conflict in the Land of Israel. Rowman & Littlefield Publ., 2009, págs. 123 y sigs.





2 comentarios:

  1. Querido Profesor
    Estoy disfrutando enormemente con su crónica sobre Israel.
    Le mando un correo

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  2. Sentimientos ambivalentes. Comparto con Dª Viejecita el disfrute de su crónica y a la vez, me siento abrumado por una realidad tan dura y tan retorcida

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