por Navarth
La escuela, el principal objetivo de los nacionalistas |
En febrero de 1895 Sabino acude al estreno de la zarzuela Vizcaytik Bizkaira (De Vizcaya a Bizkaia), de Resurrección María Azcue, y queda profundamente impresionado. Tanto, que dedica un número entero deBizkaitarra a analizarla exhaustivamente, y otro más a defenderla de las críticas. La obra consigue además que Sabino produzca unas líneas de un nivel superior al habitual bajo el título El teatro como medio de propaganda:
“Tanto más importante es indudablemente un medio de propaganda, cuanto de más extensión y de más intensidad sea a la vez, esto es, cuanto mayor sea el número de los sujetos a quienes alcance, y cuanto más profunda mella realice en ellos.”
“La propaganda consiste en convencer a la inteligencia y mover o persuadir a la voluntad. Puede convencerse a la inteligencia hasta un grado insuficiente para que la voluntad se determine a querer lo que aquélla le ofrece: este el estado de muchos que sí comprenden la doctrina patria, pero no lo bastante para determinarse a ser prácticamente patriotas. Puede moverse a la voluntad sin fundar su inclinación en un convencimiento claro de la inteligencia ; y en este caso el sujeto se entusiasma con entusiasmo vivísimo y sorprendente, pero su actitud es pasajera, y su impresión no pasa más que del corazón a la lengua, no trascendiendo a los actos de la vida práctica, a la disposición total del individuo”
En esto último se equivoca. En un movimiento de masas como el nacionalismo la inteligencia juega un papel muy secundario, y son las emociones las encargadas de “trascender a la disposición total del individuo”.
Sabino se dedica a analizar el valor propagandístico de los distintos medios a su alcance. El periódico es, para él, el más eficaz en cuanto a extensión (puesto que puede llegar a más gente) e intensidad en lo que se refiere a la inteligencia, pero no tanto en lo referente a la voluntad. Sin embargo el teatro:
“es muy trascendental en lo que toca a la voluntad. No convence absolutamente nada, pero mueve el corazón con poderoso ímpetu.”
Resurrección Mª Azcue
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El argumento de Vizcaytik Bizkaira es este. El joven Txomin se ve obligado a marchar de quinto al ejército español de donde vuelve completamente maquetizado, es decir, corrompido (los síntomas son inequívocos: ahora le gustan los toros). En lugar de ir a trabajar en el caserío con su anciano padre, pasa el tiempo en la taberna con Vives, el maestro maqueto del pueblo, que odia el vascuence y se encarga de completar la degeneración del joven. Mientras tanto se están celebrando elecciones de diputados para las Cortes, a las que concurren Borrego, maqueto, y Txanterrika, un buen patriota vizcaíno. Obviamente Borrego juega sucio e intenta comprar voluntades por medio del dinero, pero contra todo pronóstico Txanterrika alcanza la victoria con los votos de los baserritarras, los campesinos, que son “probes pero hondrados” y no se han dejado comprar. En el último acto Txomin, que se ha pulido todo su dinero en la taberna, culmina su depravación robando al cura, pero su propio padre, demostrando así su honradez, lo delata. Finaliza la obra con el alcalde del pueblo largando un discurso que condensa el mensaje de la obra (curiosamente en español cuando el resto de la obra es en vascuence), y exhortando al nuevo diputado para que defienda los intereses de la patria en Madrid consistentes en “arrancar de nuestro suelo las malditas quintas” e implantar una escuela vizcaína en la que se enseñe vascuence y se sustituya la geografía e historia española por la puramente vasca:
“Hoy a nuestros hijos, ¿no?, se les enseña quien fue Wamba y el moro Muza, pero de Jaun Zuría y de la Machinada no se les dice ni el nombre»
El argumento de la zarzuela entusiasma a Sabino, que realiza una sinopsis de la obra (cuya duración casi iguala a ésta) y ofrece un banquete en el Euskaldun Batzokoja al autor y los actores.
Dado que el malvado principal de la obra es el maestro maqueto, casi inmediatamente otros profesores empiezan a mandar cartas de protesta a los periódicos, y Sabino emprende la defensa de Azcue con su brío habitual:
“Callen la boca maketa, y recogiendo los trastos váyanse con la música pedagógico-maketil a cualquiera región de España (...) Pero eso de venirse acá, donde nadie los ha llamado, (...) de Andalucía, o de (...) Castilla, o de cualquier otra región más o menos incivil y africana de España, y que luego de ser tratados a pan y manteles, de percibir sueldos como no los prometen en parte alguna de su patria y de cobrarlos con la puntualidad más rigurosa, se atrevan a levantar la voz contra la dada por bizkainos, por hijos de este país, que hablan así en el uso de su derecho porque ven la ruina de su Patria amada... eso es inaudito cinismo y desvergüenza propio sólo de españoles”.
Los maquetos deben, pues, estar callados para que les sea perdonado habitar en Vizcaya sin el consentimiento de Sabino. Pero también hay voces que denuncian el trato despectivo que la obra dedica a los no vascos. Por ejemplo, el Diario de Bilbao:
“Sin la nota exagerada que domina el Viscaitik Biskaira (...) la zarzuela sería más digna de elogio. El señor Azcue debe tener en cuenta que, en las mil comedias, dramas y juguetes que se estrenan en toda España, jamás se elige un vascongado para acumular sobre él todo género de perversidades”
A lo que responde Sabino:
“Si en ninguna parte del mundo se le retrata al euskeriano como en Vizcay’tik Bizkai’ra al maestro maketo Vives, es porque en todas partes es unánimemente reconocida la natural nobleza de su carácter. Que hay excepciones es innegable (...) pero tal es el carácter peculiar del euskeriano. Y cónstele que las excepciones serán tanto más numerosas, cuanto la raza euskeriana más se roce con la maketa; la cual por su carácter genuino es vil, rastrera, servil y fementida.”
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Decidido a crear su propia obra, Sabino escribe los dos primeros actos de De fuera vendrá [1] en enero de 1897, y el tercero en enero de 1898. De acuerdo con sus planteamientos sobre extensión de la propaganda, el argumento no es excesivamente sofisticado, y está al alcance de cualquier espectador independientemente de su nivel intelectual e incluso de su estado de vigilia. Por una parte están los buenos, en los que concurren dos circunstancias, a) ser de raza vasca y b) ser nacionalistas. El dramatis personae los presenta así:
- Juan, joven bilbaíno, posición alcanzada, viste boina.
- Ignacio, de 19 años, hijo de Don Cándido.
- Don Crisóstomo, anciano sacerdote bizkaino.
Por otra parte están los malos, los maquetos que están invadiendo e infectando Vizcaya:
- Don Filomeno Cordero y Halcón, natural de Burgos. (No hace falta decir más)
- Santiago, mozo de cuerda, gallego.
El primero es un parásito, un timador y un gorrón sin escrúpulos que pretende seducir a la bella Anita, actual novia de Juan, para hacerse con su fortuna. El gallego es el tonto, que con sus frases terminadas permanentemente en “u” pretende aportar el tono cómico a la obra. Además es el encargado de realizar los trabajos más indignos, porque como dice el propio Juan, “tengo que echar mano de uno de estos maketos, porque los vascos no valen para estos oficios”.
Hay que decir que la bella Anita ni siquiera interviene en la obra. Tal vez por la escasa consideración que merece a Sabino la mujer (“el nacionalismo de la mujer y la carabina de Ambrosio, pata”), tal vez por no distraer el celo patriótico del público hacia otro de distinta naturaleza.
Entre los buenos y los malos hay un tercer grupo formado por Don Cándido de Erekakoetxea, acaudalado padre de Anita, y Don Inocencio. Los nombres no son casuales. Ambos son vascos, pero están aletargados: no son conscientes de la situación de postración y peligro extremo en que se encuentra su raza (no son conscientes ni de la raza ni de su postración) Son, pues, maketófilos [2], la tercera pata en la singular visión de Sabino.
Sabino Arana en su jardín
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Para Sabino es maketófilo todo vasco que se resiste a dejarse iluminar por él. Todo vasco que no pasa el tiempo llorando por la pérdida de la patria y odiando ferozmente a los maquetos. Todo aquel, en suma, que no comparte su visión de las cosas, o que defiende opciones políticas distintas de la suya. En la obra, Don Cándido representa a los fueristas, y Don Inocencio a los tradicionalistas.
Como digo, Cordero planea casarse con Anita para acceder a la fortuna de su padre. El noble y nacionalista (valga la redundancia) Juan la pretende, pero, ay, ella es mujer y por tanto voluble. El hermano de Anita intenta tranquilizarlo:
“¿Cómo quieres que ahora te sustituya por otro?, y más siendo el nuevo un español de pura cepa, ella, que siempre se ha mostrado tan nacionalista como nosotros (...) Yo te aseguro que si mi hermana se casa con un español, no la hablo más en la vida.” [3]
Aunque en privado no las tiene todas consigo:
“¿Será posible que un español entre en mi familia? ¡Será posible que mi única hermana venga a ser mujer de un maketo? (...) Si tal acontece ¡juro por la sangre de mi raza, que he de largarme al fin del mundo, para no ver más a quienes así y por un plato de lentejas, menosprecian a su raza y venden a su Patria!”
Tampoco Juan está muy tranquilo, y en su deambular por las calles nos ofrece los momentos más líricos de la obra:
“Aquella bandera española que, al sentir el torpe beso del Eolo de su patria, se agita voluptuosamente, y ya se despliega y eleva sobe el asta de popa que la suspende para recordarme su dominación en esta tierra nuestra, ya se repliega con sarcástico gesto de famélica arpía” [4]
El caso es que el maléfico burgalés ha conseguido convencer al padre de Anita de que tiene una gran fortuna, y pugna por acceder a un empleo público en la Diputación con la ayuda de éste. También Juan aspira al mismo empleo, y busca su propio enchufe a través del cura Don Crisóstomo. Éste simpatiza con la idea, porque es muy partidario de conceder los empleos “a los hijos del país, y de preferir, aún entre éstos, el bizkaino a los demás”. Don Cándido se atreve a objetarle esos favoritismos:
“Pero debe usted comprender, Don Crisóstomo, que esas diferencias entre vascongados y castellanos no se harmonizan muy bien con el espíritu de igualdad que caracteriza la Religión Católica: Todos somos hermanos; todos somos hijos de Dios: todos por consiguiente...”
En ese momento Don Crisóstomo, adelantándose unos años a Orwell, desarrolla una compleja teoría para explicar que la religión católica, y el propio Jesucristo, entienden que todos somos iguales, sí, pero unos más iguales que otros:
“Pues si a Jesucristo, con ser Dios, no le plugo sustraerse a esa natural predilección que el hombre tiene por ciertas personas o por ciertas cosa, ¿cómo la Religión va a condenarla y prohibir el proceder conforme a ella?”
Don Crisóstomo sabe, además, que es antinatural que un maqueto obtenga un empleo en competencia con un vasco:
“En los Estados Unidos, en Inglaterra y en cualquier nación que no sea la propia nuestra, y esa que tenemos al sur, es preferido el vasco al individuo de la raza latina que habita esta península, para cualquier empleo que sea. Y tanto es así, amigo Don Cándido, que si el vasco que busca colocación en esos países dice que es español, ¡ya se ha divertido!; mientras que si dice que es vasco, en todas partes le reciben de mil amores. El nombre de español les es odioso; el de vasco les es grandemente simpático. ¡Tal concepto tienen de las cualidades del uno y el otro pueblo, y del abismo que separa a estas dos razas!”
Sabino probablemente no lo sabe, pero con el cura nacionalista Don Crisóstomo acaba de crear un arquetipo universal. Por su parte Juan comparte el planteamiento general sobre el mercado laboral nacionalista:
“Sí... la plaza no creo que me la llevará ninguno de esos siete maketos, por más que uno de ellos dice que ha estado empleado en la Diputación de Murcia”
Es decir, hay siete competidores y uno al menos parece aportar mejor experiencia laboral que él, pero Juan no concibe que le madruguen la plaza porque, a fin de cuentas, él es vasco y los otros maquetos. Al final todo el mundo tiene claro que el empleo se va a obtener por enchufe; de lo que se trata es que el enchufe recaiga en alguien de raza vasca
De fuera vendrá es un drama (al menos para Sabino), porque de los tres grupos representados, el de los verdaderos vizcaínos (los vascos por raza y nacionalistas-racistas por vocación) es muy escaso, y la alianza entre maketos y maketófilos acaba triunfando. En efecto, Cordero obtiene la plaza, y con ella a la voluble Anita, no sin antes confesar a los espectadores que piensa practicar el adulterio a mansalva. La obra termina con Juan e Ignacio anunciando su intención de emigrar a California, donde esperan no encontrar más maquetos, y con una sentida invocación de Don Crisóstomo:
“¡Oh Dios mío! Veo que una terrible maldición tuya pesa sobre nuestro pueblo, mercantilista y metalizado como el judío.
Más tú Señor (añade prudentemente) ¡bendito seas!”
La obra no llegará a publicarse, porque su mensaje desconsolado no encaja con el nuevo ambiente optimista (para Sabino) generado en 1898 por la derrota española en Cuba y Filipinas, y por su propia elección como diputado provincial por Vizcaya, aupado por los euskalerríacos de Ramón de la Sota y su periódico Euskalduna.
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[1] "De fuera vendrá quien de casa te echará". Dicho popular que Sabino aplica al maqueto, que viene de fuera para llevarse a las mujeres, y acaparar el trabajo, de los vascos.
[2] Sobre los maketófilos hablará Sabino extensamente en este artículo: Ellos y nosotros.
[3] Ignacio (o Sabino) no concibe que una mujer de raza vasca se enamore de un español. Se dice que en cierta ocasión el futuro Carlos IV manifestó a su padre la gran ventaja que suponía tener sangre real para evitar los cuernos porque, lógicamente, ninguna mujer podría sentirse atraída por alguien de inferior rango. Carlos III se quedó mirándolo y le dijo “hay que ver lo tonto que eres, hijo mío”.
[4] No deja de ser curioso que el movimiento de la bandera española resulte voluptuoso para el joven nacionalista vasco.
«Pues si a Jesucristo, con ser Dios, no le plugo sustraerse a esa natural predilección que el hombre tiene por ciertas personas o por ciertas cosas, ¿cómo la Religión va a condenarla y prohibir el proceder conforme a ella?»
ResponderEliminarEl cura Don Crisóstomo «adelantándose unos años a Orwell»...
Y otros cuántos años más, a Mons. Setién, que vino a decir los mismo que el cura: «A ver dónde dice la Escritura que un padre debe amar por igual a todos sus hijos…»
Ciertamente el teo-paternalismo bíblico no es la mejor pedagogía social: eso del Dios arbitrario que prefiere a Abel, a Isaac o a Jacob, y a los otros que los parta un rayo; porque sin zafarrancho entre hermanos, generación tras generación, la Historia Sagrada sería aburrida.
Pero al menos el Cristianismo alardea de cierta superioridad moral respecto a la Ley Antigua; como para que los curas, en su asumida función paterna respecto a los fieles, no busquen coartadas bíblicas a sus preferencias políticas ‘naturales’.
Don Belosticalle, lo que más daño ha hecho a la fe de los "otros" vascos: Los curas Vascos-vascos, prófugos del trabajo esforzado, educados en el seminario sectario y tardocarlista, dotados de la displicente superioridad que da el ser "los elegidos", desparramando su odio decimonónico sobre las cabezas de trabajadores que creían en la bondad de Dios...Luchando por mantener al País Vasco atado a leyendas muertas y esquemas sociales imposibles.
ResponderEliminarEn fin...
Sísifo.