lunes, 22 de octubre de 2012

Nobel fáustico (1)

               


Al Dr. Arturo Goicoechea,
en recuerdo de grata conversación en su casa.

Con Internet, los apuntes de clase son historia. Y el juicio de la Historia no creo que sea favorable a los finados, que en vida tampoco gozaron de buena fama. Un profesor tuve que no se andaba con distingos: «El peor libro de texto vale más que los mejores apuntes», repetía y repetía como para convencerse a sí mismo. Probablemente soñaba con llevar a las prensas las chuletas que recitaba desde el pupitre y el encerado.  
Este preámbulo trata de sugerir, y es la verdad, que en mis comienzos como  enseñante no me pasó por la cabeza compilar apuntes.
Y no es que no hicieran falta. Mi generación ha visto crecer y hacerse adulta a una ciencia estancada en su infancia desde el Neolítico. No exagero. La Biología, las ciencias de la Vida, a mediados del siglo XX habían acumulado fondos inmensos  de erudición contemplativa; pero lo que se sabía de utilidad práctica era casi todo ello conocido y explotado desde la revolución agrícola, hace 9.000 años. ¿Qué clase de ciencia era aquella donde todavía se nos hablaba de ‘teoría celular’, donde el evolucionismo tenía trato de ‘hipótesis’ y el mendelismo era un reglamento empírico? Hasta el creador de los Premios Nobel ignoró a la Biología, honrando al ramo como ‘Medicina’, o bien ‘Medicina y Fisiología’.
Hace medio siglo, el aspirante a biólogo al terminar su carrera se daba cuenta de que lo aprendido era rancio y obsoleto. Peor aún, que su perspectiva laboral más probable era prolongar la misma saga. Y no me quejo de los profesores que me tocaron, competentes en general y algunos verdaderos sabios, aunque ya un poquito mayores para pegar brincos por la revolución que se nos venía.
El tiempo entonces era mucho más lento. La España científica se sentía redimida desde 1906 con el Nobel de Ramón y Cajal y su ‘teoría neuronal’, con la gran verdad de la neurona como célula, y su dogma de la ‘polarización dinámica’, rigurosamente falso.
Severo Ochoa toma el relevo de sabio redentor en 1959, y todavía tres años después no era mucha la gente capaz de barruntar el desciframiento del código genético, entendido entonces como la revelación de un ‘dogma central’, no más verdadero: 



 Esto es: «El ADN codifica y produce el ARN, que a su vez dirige la síntesis de  las proteínas» (Francis Crick, 1958).
Sólo en 1962 vino el Nobel a consagrar la propuesta de James Watson y Francis Crick en 1953, sobre la estructura doble-helicoidal del ADN, modelo adecuado para la replicación del genoma o información hereditaria de la célula y del organismo. Pues bien, para entonces, el ‘dogma central de la Biología molecular’ ya estaba en entredicho para un disidente como Howard Temin, con base en una obviedad: existen  virus con ARN en vez de ADN. Desde 1963 la herejía prende, y el heresiarca Temin será Nobel 1975, junto con R. Dulbecco y D. Baltimore, por el descubrimiento de la transcriptasa inversa (1970).
La reacción del pope Crick fue como tenía que ser, digamos, retro-virulenta (1970).

Apuntes para una huelga
Cuando en 1968 se crea la Universidad de Bilbao, con carrera de Biología, contrató a este biologastro, ocupado en reciclarse absorbiendo el acoso semanal de las revistas Nature y Science, más la divulgación también semanal de New Scientist y la mensual de Scientific American.
Era partir de cero en todo: bibliografía, material didáctico, prácticas, laboratorio… Uno mismo tenía que improvisar en casa de la noche a la mañana las diapositivas en blanco y negro. 
(Vaya de anécdota: Una de mis primeras demandas para la docencia fue un atlas de Histología en diapositivas. Ahora menos, pero hasta hace bien poco me ha seguido llegando el mensaje regular de la Biblioteca universitaria, recordándome y reclamándome esa obra en préstamo y no devuelta desde hace cuarenta años. Tendré que advertirlo a mis herederos, para evitarles la sorpresa de un embargo por apropiación indebida de un bien público.)
En la Facultad de Ciencias, decir ‘Biológicas’ era referirse a una carrera más humanística que científica, orientada a la enseñanza y divulgación de conocimiento investigado en el extranjero. Una carrera elegida por mucho estudiante reñido con las matemáticas y, por supuesto, con la incipiente informática. Cuando entraron en la Universidad los primeros ordenadores en programas de ayuda a la investigación, si un biólogo solicitaba el suyo se le preguntaba con extrañeza para qué lo quería. Un ordenador en Biológicas sólo tenía sentido como máquina de escribir, en la secretaría del Departamento. 
Y es que, en efecto, la Biología se hizo ciencia la última de todas, porque siendo la más compleja ha sido también la última en disponer de utillaje técnico y, sobre todo, conceptual matemático.
En aquella kermés de las Universidades Autónomas (como la nuestra), los programas docentes se poblaron de asignaturas insólitas. Mi propuesta fue la ‘Biología Celular’, que coló. De ese modo, la rebautizada Universidad del País Vasco (UPV/EHU) es la primera en España que ofreció esa asignatura con ese nombre y además como troncal.
Ahí fue donde eché de menos un ‘libro de texto al día’, todo un oxímoron por partida doble, ya que en aquella erupción biológica donde ‘al día’ era literalmente cada hoy, todo libro nacía viejo, y más las traducciones. (De originales en español, ni hablar).
¿Apuntes? Aunque el viejo espectro conjurado volviese a rondarme, ¿de dónde sacar tiempo para escribirlos? Porque además uno tenía que encarrilar su tesis doctoral, sine qua non.
Y fue que sí. Al final de la Dictadura  se celebró una larguísima huelga de profesorado universitario, y esa fue la ocasión de acomodar al programa unos textos resumidos de artículos, con las referencias bibliográficas para consulta.
Para una mejor presentación de mis cosas, ya me había dado el capricho de sustituir mi fiel Olympia por una IBM ‘de bola’Con cuatro pelotitas impresoras y un lote de típex estuve en condiciones de ir dando a luz, entre retortijones nocturnos, una buena lechigada de panfletos encuadernables como Materia Cytologica, en homenaje a una tradición neolatina universitaria harto olvidada entre nosotros.
El remate sería registrar aquellos apuntes como libro, con ISBN, DL y ©, con advertencia de ser «publicación no comercial ni lucrativa» etc. etc., que fue como regalar cada edición o tirada a los estudiantes, que ellos mismos se hacían las fotocopias.
Aquel producto improvisado vino a ser una como seña identitaria de la asignatura. Tanto así que, convertidos algunos alumnos en colegas, en mi jubilación (1995) me lo devolvieron como obsequio:  un ejemplar en papel especial y encuadernado en tapa dura, con varias hojas ‘de cortesía’ a modo de álbum lleno de firmas y dedicatorias muy entrañables. Este regalo no vino solo. Le hacía pareja un microscopio Zeiss, antiguo modelo de hacia 1878, una preciosidad que algún día espero luzca en lugar más digno y más vistoso que mi aparador de recuerdos.
Para terminar con el libro-apuntes, me divierte señalar un efecto chusco. Con los años se ha ido repitiendo el que los premios Nobel de ‘Fisiología y Medicina’ recaigan en científicos y trabajos citados en Materia Cytologica, que para nuestro grupo íntimo se convirtió jocosamente en algo así como el  Oráculo sibilino que la Academia Sueca Karolinska consulta cada año cuando toca premiar ‘Medicina y Fisiología’, es decir, la Biología Celular y Molecular.
La última confirmación se ha producido este mes, cuando un joven Shinya Yamanaka –obviamente no mencionado en los apuntes– ha compartido premio con el vetarano inglés Sir John B. Gurdon, uno de mis héroes favoritos, con aquellos experimentos suyos de sustitución nuclear en óvulos de anfibio, desde 1964, tan elegantes y (sobre todo) tan genialmente interpretados.
El público y la Academia se fijan más en la aportación de Gurdon a la clonación celular y animal, a efectos prácticos de producir ‘células madre’ con fines de investigación y terapéuticos. Era en efecto la primera clonación de un  vertebrado. Pero para mí su verdadera hazaña científica que me sigue impresionando fue haber entendido y probado la reprogramación de los genes. Algo así como los instrumentos de  una gran orquesta, que suenan o callan de acuerdo con la secuencia musical  escrita en la  partitura. 
Fue una gran vía abierta al entendimiento de múltiples procesos y aplicaciones: diferenciación celular, desarrollo embrionario, regeneración y rejuvenecimiento de tejidos, como también por supuesto la producción de células troncales y estirpes celulares programadas a voluntad.
Hace tres años por estas fechas me referí al ‘Nobel de la vejez’ (18/10/2009). Ahora toca comentar un Nobel de la juventud, o mejor ‘Nobel fáustico’, porque sus perspectivas son infinitamente más amplias que un lifting, un crecepelo y un afrodisíaco, todo junto. Entonces, por modestia, me hice el sueco sobre mis viejos apuntes de clase como fuente de inspiración de los suecos. En vista de que reinciden, hoy me desquito revelando el secreto, uno de los mejor guardados de la rebotica del Nobel.
Pero yo no venía a hablar de mi libro, sino del experimento de Gurdon. Apasionante. Mañana lo vemos.


6 comentarios:

  1. Profesor Belosticalle


    Pero yo no venía a hablar de mi libro, sino del experimento de Gurdon. Apasionante. Mañana lo vemos.

    ¿ De verdad lo va a poner mañana ? ¿O es una figura retórica ?
    He leído esta entrada de hoy, y la de hace tres años sobre los telómeros, y me ha recordado mis viejísimos tiempos de estudiante ( estuve tres años en medicina, y lo dejé, como se hacía entonces en mi ambiente, cuando me casé ) Así que he vuelto a hojear el Samson Wright, con el que disfrutaba muchísimo entonces, y que sigo conservando, aunque después de casi 50 años se habrá quedado totalmente desfasado.
    Si lo de poner a Gurdon era una figura retórica, pondría usted bibliografía para enterarse bien del experimento?

    ¡¡¡ Muchas Gracias y
    Por Favor !!!

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    1. Mi querida amiga, me ha encantado lo que me dice de su vocación médica.

      Yo como biólogo no curandero nunca estudié por la Fisiología del maestro Wright, pero me encanta la máxima de Rabí Aqiba que el muy judío puso como lema en su libro:

      «Hijo mío, si el ternero quiere mamar, más ansía la vaca darle la teta».

      Cuando escribí ‘mañana’ (o sea, anoche) me refería a mañana, o sea mañana 23; aunque puede que sea mañana otro día, porque ando algo ocupado y posiblemente un pelín cansado. Pero de retórica nada, en ello estoy, tal vez por aquello mismo de la vaca y el ternero.

      Eso sí, pasando a limpio la entrada pensaré en usted.

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  2. Ha sido delicioso leer esta narración sobre la evolución de las ciencias biológicas. He tenido el honor de conocer a don Severo y debo decir, don Belosti, que tenía en común una cosa con usted: sólo con mirarlo, despertaba un afecto entrañable. Cinco minutos de charla y caías rendida ante su humildad y su grandeza.

    Seguro que ese paralelismo tiene alguna conexión profunda con el arcano de la elección de los Nobel cuyo secreto nos ha desvelado.

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    1. Gracias, Carmen.

      De la comparación con don severo Ochoa me quedo con la humildad. De grandeza, nada.

      Y paralelismo, amiga mía, es la desesperanza del encuentro. Por eso dice usted bien, ‘paralelismo’, y no por ejemplo, ‘convergència i unió’.

      Frivolidad fuera, hoy releo este texto del otro Nobel científico nuestro, don Santiago, de gran actualidad y compromiso político.

      Y me pregunto: ¿dejó don Severo Ochoa algo parecido?
      No le he seguido en esa línea, y me gustaría conocerlo.

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  3. Pues ya he conseguido ponerme al día en la lectura de sus imprescindibles entradas. A la espera del relato del experimento de Gurdon. Nada puedo aportar en esta materia aparte de mi total atención. Un abrazo.

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  4. Querido y admirado maestro: me he sentido abrumado y honrado con la dedicatoria. Siempre es un placer conversar con un sabio, más aún si la Biología forma parte de lo hablado. Dicen que no somos sino repúblicas celulares y siempre ayuda la consideración de las leyes del organismo para situarse en estos tiempos convulsos. La patología celular (cáncer, autoinmunidad) se corresponde con la patología social y bueno sería educar a los ciudadanos en la rex biológica para dotarles de un marco básico de reflexión que evitara diatribas y conflictos ruidosos pero irrelevantes.

    Al núcleo lo que es del núcleo y a la membrana lo que a ella le corresponde. Hay una tendencia a desplazar al genoma, a lo ancestral, cuestiones membranosas. La memoria nuclear es rígida, probablemente adecuada, con aval evolutivo y deja poco margen para el error y el aprendizaje. La memoria de membrana es todo lo contrario: sometida al ensayo-error, abierta al aprendizaje. La falacia del ser es una falacia nuclear que ahoga las dinámicas membranosas del estar, de la interacción libre y azarosa con la realidad.

    Los dogmas siempre han sido exitosos. Procuran una engañosa placidez cognitiva que no es sino pereza mental y una treta para defender posiciones previamente adquiridas. Los años tienden a convertir en dogma todo lo que uno da como cierto pero afortunadamente hay quien, como es su caso, se salta la norma y no cierra el círculo perfecto de la verdad.

    Necesitamos la Ilustración Biológica pero nada hace pensar que estemos a sus puertas. La Biología se nos muestra mediáticamente reducida a lo molecular (genes y proteínas). Todo es Química, pero una Química sin Historia. Por ello se agradece esa conjunción suya de lo biológico con lo histórico.

    Repito: todo un lujo tenerlo en nuestra mesa.

    Un abrazo

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