martes, 25 de septiembre de 2012

En Oña, ‘Monacatus’



       El año pasado el monasterio de San Salvador de Oña (Burgos) se hizo milenario (1011-2011). Esa efeméride lo hizo idóneo para ambientar nueva versión de ‘Las Edades del Hombre’, con título algo enigmático:  Monacatus [1]
        ¿Por qué Monacatus? No se me alcanza la intención del barbarismo –si es que la hay–, pues si el problema con Monachatus era la fonética, mejor ponerlo en castellano: Monacato.  La edición de ‘Las Edades’ del año pasado (2011, Medina del Campo / Medina de Rioseco) –sobre la Pasión de Cristo–  se tituló correctamente Passio, sin que a nadie se le ocurriese escribir Pasio. Es más, el reclamo decía así: «Passio - aPassiónate en las dos Medinas» De parecida veta vemos aquí, en Oña, un «MOÑACATUS».
       El monacato hoy en día no goza de gran predicamento social. ¿Tuvo más prestigio en otros tiempos? El papel de esa institución en la Historia ha sido enorme, y así raro sería no haber tenido detractores  y críticos. Razón de más para el envite al público, con una exposición temática de calidad, en el marco de un monasterio con solera, que por sí mismo es una atracción cultural y turística de primer orden.
       Ahora bien, ¿cumple esta exposición? La estadística diría que sí. Más de 100.000 visitantes en un trimestre, para una localidad tan a desmano como es Oña, es satisfactorio según la empresa.
        Pero la pregunta no va por ahí, sino por la adecuación entre lo que se promete y lo que se da, y cómo se da, de modo que el público en general se haga idea, o mejore la que tiene, de lo que ha sido el monacato en Occidente. Una realidad tan vasta como pretérita, de la que nos quedan insignes reliquias culturales, más una supervivencia casi simbólica, dedicada sobre todo a la preservación y el culto de su legado patrimonial.
       Y aquí observo que los diseñadores de Monacatus se han impuesto dos o tres limitaciones muy patentes:
       1. Una, la más explicable, haberse centrado de forma obsesiva en la espiritualidad monástica. En torno a ese eje se han agrupando aspectos formales de tal género de vida, su organización y programa del día a día. Queda fuera el monacato como empresa mundana, con sus aristas y sus facetas oscuras.
       2. La segunda, una visión sexista del monacato, representado por las distintas reglas y órdenes en su rama masculina, sin apenas mención de las ‘órdenes segundas’, las monjas.
       3. La tercera, más que limitación, es más una carencia o intento fallido. Los capítulos en que se articula la muestra de objetos con sus paneles expositivos no dan, a mi modo de ver, un hilo conductor lo bastante claro y pedagógico para que el simple laico de hoy se forme idea del monacato real histórico, más allá de una abstracción pía y edificante.
       Y no podía ser de otro modo, si hemos entrado con aquel mal pie de sublimarlo todo, mientras se ignora la cruda realidad de un monacato cargado de contradicciones, ya en su misma idea.  Despachar con un  destilado edulcorado y limpio de toda traza de alcaloide humano es faltar a la verdad del monacato.
       Esta crítica mía subjetiva no toca al interés o la calidad, pero ni siquiera al acierto del lugar y de la muestra seleccionada: conjunto de objetos materiales que vale la visita. Pero insisto, una cosa es el alarde de riquezas y de arte, otra el dotar a esa muestra de un sentido informativo que no se limite a una clientela devota, y cubra también las preocupaciones de otro público ajeno a la decantada ‘dimensión pastoral’.
       Es verdad que ‘Las Edades del Hombre’, en cada edición de la saga, ha ofrecido el respectivo y cumplido Catálogo, con sus buenas imágenes y fichas, más unos cuántos artículos generales. Está muy bien eso de poder llevarte a casa tales recordatorios, máxime si con razón o sin ella se prohíbe absolutamente hacer fotos y vídeos, como ocurre en Oña, salvo en el claustro del monasterio.
       Y aquí es donde se me podría decir que el catálogo Monacatus –siempre sin la hache– en su primera parte cubre esas carencias que noto. La réplica sería, entonces, qué tiene que ver toda esa información con la segunda parte y su programa en forma de capítulos propios. En suma, a qué viene esta mezcolanza de objetos, y más irónicamente, cuántos visitantes adquieren el catálogo.

Historia de Santa María Egipciaca 
Mural en San Salvador de Oña (h. 1370)

              Ideal y realidad
       El monaquismo cristiano, sea cual sea su origen, es todo él una paradoja. De entrada, los textos evangélicos supuestamente ‘fundacionales’ no se refieren al monacato. «Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y ven, sígueme» (Mateo 19: 21 = Lucas 18: 22): he ahí la profesión de pobreza. «Hay eunucos auto castrados por la causa  del Reino de los Cielos» (Mateo 19: 12): he ahí el voto de castidad. Sólo que esos ‘consejos evangélicos’ no tratan de votos, de profesiones o de vida monástica. Es más, el voto definitivo del monacato, la obediencia al abad o a los superiores, ni se menciona en el Evangelio.
       Pero el ingenio en las familias monásticas ha sido fecundo. Los franciscanos en particular excedieron toda medida, hasta pretender que Cristo con los doce apóstoles y setenta y dos discípulos constituyeron una auténtica orden frailuna, mendicante para más señas. Más aún, ausentado el fundador, toda la comunidad cristiana se habría organizado a modo de terciarios franciscanos, con aquel comunismo de bienes y afectos que se describe en los Hechos de los Apóstoles (2: 44-47).
       Monje (monachus, μοναχός) significa literalmente ‘el que vive solo’, fuera de sociedad. El monje típico era el ermitaño o ‘habitante del yermo’. Un género de vida que,  para la cultura que incubó al cristianismo, era de fieras, no de seres humanos. La sociabilidad innata pronto transformó los eremitorios en cenobios, y la vida religiosa comunitaria se llamó monacato.
       Irrumpe en sociedad en la segunda mitad del siglo III, y  ya es notable que lo haga con tanto ruido, para ser un movimiento automarginado y silencioso en sus principios. De todas formas, las noticias del ‘primer monacato’ que nos han llegado sobre todo por san Atanasio están muy noveladas, y nada digamos de su imitador san Jerónimo.

       Huida del mundo, ¿por qué? ¿Terror a la persecución de Decio (250)? ¿Crisis económica? ¿Protesta contra un cristianismo corrupto? ¿Angustia escatológica, preparación para el fin del mundo? ¿Adaptación de formas de vida ya ensayadas en el judaísmo tardío: nazareos, piadosos, temerosos de Dios, esenios, terapeutas…? Todas las hipótesis caben.

       Frente a una sociedad esclava de convencionalismos y corruptelas, el monje automarginado, el anacoreta en su retiro, es el auténtico filósofo y hombre libre. Este icono propagandístico, de impronta cínica, causó sensación diletante y casi romántica entre las clases letradas del Imperio. Pero a efectos prácticos importa más el monaquismo cenobítico real organizado por san Pacomio y otros maestros de ascetismo en Egipto, sobre bases económicas serias y con estructura de corte cuasi militar.
       Muy pronto se da la bipolaridad o síndrome del ‘solitario en Babel’, cuando comunidades enteras, lejos de desentenderse del mundo, se aventuran a cambiarlo, generalmente por las buenas, pero sin excluir la violencia, llegado el caso. A veces los obispos les utilizan como fuerzas de agitación y choque, cosa lógica sobre todo donde los monasterios fueron seminarios de obispos. El colmo de la paradoja se da en la Edad Media con las órdenes militares, un monacato con vocación de violencia.
       En Occidente durante la Alta Edad Media (siglos V-XI) el monaquismo autóctono, espontáneo y autónomo se ve absorbido poco a poco por otro monacato institucional regular, más vigoroso, fomentado por la Iglesia y enriquecido por la nobleza. La regla de San Benito por poco no llega a copar el monopolio, seguida de lejos por la de San Agustín y algunas más.
       La llamada ‘crisis del Milenio’ coincide con el ascenso de Cluny, gran monasterio benedictino que es a la vez foco de reforma y de poder, como cabeza de toda una orden cluniacense, seminario de obispos y papas. Y como reforma llama a reforma, de aquella hipertrofia opulenta y decadente (benedictinos negros) se segrega Cister y su orden cisterciense (benedictinos blancos).
       Cluniacenses y cistercienses, dejando aparte sus méritos respectivos espirituales e intelectuales, aunque siguen una misma Regla de San Benito, adoptan economías muy diferentes: Los cluniacenses acumulan donaciones y limosnas a cuenta de sufragios, mientras que para los cistercienses el monasterio es autosuficiente por el trabajo, con excedentes mercantiles, sin descuidar por ello la nueva fuente de ingresos que eran los sufragios e indulgencias. De ahí la competencia y rivalidad entre las dos órdenes hermanas, tan opuestas, y no sólo por el color de los hábitos. Con todo, como suele ser, todos vinieron a para en lo mismo, en una sociedad clasista donde la promoción requería estudios, mientras el trabajo servil era cosa de siervos y plebeyos.
       Este es en sustancia el monacato  que contempla la exposición de Oña. El siglo XIII trajo una novedad revolucionaria. Lo esencial sigue igual –profesión, votos, regla, hábito, vida en común, clausura. Pero ya no hay casas autónomas ni abades perpetuos, sí en cambio más democracia. Los nuevos conventos son más abiertos, los religiosos reciben y salen a la calle, tratan con la gente y se hacen llamar ‘hermanos’ (fratres > frailes).  Dicen misa, confiesan, predican, enseñan, ayudan y son misioneros… ¡Ah! y no sólo aceptan regalos, como todo buen monje, sino que también piden y mendigan.
       De estas órdenes mendicantes –franciscanos, dominicos, carmelitas, agustinos etc.– se trata poco en Monacatus, cuyo polo de atención es el monacato benedictino.

       Luz y sombra
       La vida monástica tuvo amigos y enemigos, entusiastas y críticos, admiradores y burlones.  Los propios monjes han sido, de siempre, grandes propagandistas de lo suyo. Como también, paradójicamente, las peores difamaciones antimonásticas salieron de los monasterios, al chocar sus intereses y sus celos.
       Tal vez no sea esta la tribuna para ensalzar los méritos de la vida religiosa, que para eso está Monacatus, y no lo vamos a mejorar ni igualar.  Falta en cambio allí el contrapeso necesario, para que la gente entienda por que el monacato decayó y muchas órdenes se extinguieron, como es de ley en todo lo humano.
       El principal defecto que se achacó a los monjes, desde muy pronto, fue cierto narcisismo que les llevó a mirar su propio género de vida, no ya como ‘estado de perfección’ cristiana –que acaso lo sea, no entro en ello–, sino como un estatus de cristianos de primera clase, por encima de los seglares e incluso de los clérigos sin votos. Teóricos del monacato han comparado la profesión religiosa a un segundo bautismo, atribuyendo a las observancias y los hábitos una virtud de salvavidas y un seguro contra el siniestro total –la condenación eterna, del que carecen los seglares, auténtica carne de infierno.
       Para entender las luces y sombras del monacato, puede ser útil comparar las antiguas órdenes religiosas con algunas instituciones modernas relacionadas con el poder, el dinero y la captación de influencias y recursos: fundaciones, ONGes, pero sobre todo los partidos políticos. Es un campo vasto para investigar convergencias y puntos de coincidencia, posiblemente.

       La celda del monje
       Hay un punto de la exposición Monacatus, donde el visitante es invitado a visitar una ideal ‘celda monástica’. Es un espacio sugerente en su desnudez y carga simbólica. Aquí dentro de este cubo, el monje es auténtico solitario, con un catre y un ventanuco a la luz.
       Ahora bien, este monasterio de Oña se hizo benedictino cuando los monjes de esa regla no disponían de celda individual ni de intimidad propiamente dicha, orando, comiendo, durmiendo, leyendo, trabajando y defecando en espacios comunes.
       Sólo algunos monjes obtenían permiso para vivir aparte en ermitas. Por su parte, los cartujos y otros monjes siempre vivieron como ermitaños, cada uno en su apartamento o casita.
       La celda individual en los cenobios se generaliza en el XVI, y más pronto que tarde se van introduciendo mejoras y confort… salvo en las etapas de abandono, cuando el monje apenas era un huésped de paso en el monasterio. De aquel siglo era en Oña la ‘monjía’ «con sus 63 celdas provistas de alcoba, despacho y sala».
       De las celdas de Oña a finales del XVIII algo dejó escrito el jesuita Arzalluz, con datos y textos del monje fray Íñigo Guerra, que nos hacen verlas muy distintas de aquella otra celda imaginada [2]:

       «Entre las celdas existían cuatro que eran verdaderos palacios, con perjuicio de algunos a quienes se había despojado de la suya; y era éstos tan espléndidos, que el del Padre Maestro Rico… se podía comparar en magnificencia y lujo al del más poderoso Grande de España. Y estos palacios, claro está, no se hallaban vacíos. Además del lujoso mobiliario, abundaban en ellos los vinos generosos, dulces de toda clase, chocolates exquisitos etc.»
       «Las comidas extraordinarias en la celda… eran también muy frecuentes. Se iba introduciendo la costumbre de tener criado personal, y las expresiones “mi criado”, “la ración para mi criado”, sonaban a insolencia en los oídos del padre Guerra.»
       «La división de las rentas introducida por Cluny degenera lastimosamente, y comienza la costumbre de pagar a cada monje una pensión con que atienda a algunas de sus necesidades y se provea de vestido, despensa y rapé. Se generaliza el peculio, se trabaja para ganar…»
       «El padre maestro [de novicios] era “un muchacho que por su aspecto no se distingue de los novicios mismos”. Pretendió el cargo y se lo dieron, “sin haber dado pruebas de su idoneidad…”. Su ocupación “siempre fue aprender a tocar el violín, cuidar de su pajarera, pasearse y divertirse como uno de tantos, y pretender cuantos empleos vacaban”.»

       Un primer aviso ya sonó en 1809, cuando el rey intruso José I Bonaparte por decreto de 15 de agosto suprime las órdenes religiosos y cierra los monasterios y conventos.
__________________________________________
        [1] Monacatus, ‘Las Edades del Hombre’, Edición XVII, en el Monasterio de San Salvador de Oña, Burgos; 23 de mayo a 4 de noviembre 2012. Monacatus. Catálogo de la Exposición. José Enrique Martín Lozano (coord.). Valladolid, Fundación Las Edades de Hombre; Salamanca, Gráficas Varona; 2012, 492 págs.
       [2] Nemesio Arzalluz, S. J., El monasterio de Oña. Su arte y su historia. Burgos, Aldecoa, 1950.  No confundir a este jesuita con su más conocido  hermano, el político Xabier Arzalluz.



12 comentarios:

  1. Admirado Belosticalle gracias por su magnífica entrada. Aprendí con ella mucho más que en mi vista a Oña el pasado miércoles 19.

    ResponderEliminar
  2. Profesor :
    Estoy fascinada con esta entrada.
    ( Me crié con mi abuela, yendo al rosario de la aurora, a la misa del amanecer en Urgull, y leyendo vidas de santos, etc etc. ) Y en un momento dado estuve en un tris de ingresar en un cenobio. Pero lo de la obediencia, y lo de la humildad, me echaron para atrás, ya entonces.
    Y ahora estoy fuera. Aunque mantenga muchos de los ideales estéticos de entonces.

    No voy a ir a Oña, como no voy apenas a museos cuando viajo (y viajo ya muy poco, y casi siempre para visitar a mi hijo "el emigrante" ).
    Veré si puedo comprar el catálogo sin tener que ir. Como me compraré el libro de Arzallus brother.

    Pero
    ¿ Recomendaría usted algún libro más, que no sea hagiográfico, como los que yo leía en mi juventud, sobre las órdenes monásticas ?
    ¿ Y sobre las órdenes militares ?( Tengo el de C.Torres, pero está en castellano antiguo, y medio apolillado...) Siempre he soñado, ( aunque en mi familia lo nieguen), con ser descendiente de los templarios, de cuando fueron disueltos, y quemado en la hoguera Jacques de Molay,

    Muchas Gracias
    y Por Favor

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Venerable Viejecita, si lo mejor es enemigo de lo bueno, no será malo que, visto su reiterado interés por el invento de San Bernardo –las Órdenes Militares–, y en especial el Temple, empecemos la propuesta bibliográfica por ahí.

      Ante todo, nuestro amigo Feroz tuvo no hace mucho la gentileza de enviarme este librito descolgable, de lectura fácil:

      Bordonave, G., La vida cotidiana de los Templarios en el siglo XIII.

      Espero que a usted también le guste.

      En más macizo, aquí a mano tengo un par de títulos, uno sobre las órdenes militares en general, y otro sobre el juicio a los templarios. Los tengo en original, pero están traducidos:


      Desmond Seward, Te Monks of War (The Military Orders). London, Folio, 2000, 338 pp., ilustr. Es la última edición revisada.

      Traducción:
      D. Seward, Los monjes de la guerra. Barcelona, Edhasa, 2004.

      Sobre la traducción castellana, esta referencia, con algún comentario destemplado (no destemplario).

      Malcolm Barber, The Trial of the Templars. London, Folio, 2003, 382 pp., ilustr. (Reproduce texto de la edición corregida de 1993).

      Traducción:
      M. Barber, El juicio de los Templarios. Madrid, Complutense, 1999.

      Un saludo, hasta pronto.

      Eliminar
    2. Profesor y Maestro Don Belosticalle

      Muchísimas gracias por la información y el enlace.
      Voy inmediatamente a Amazon, a ver si tienen los dos ingleses, y para meterlos ambos en mi carrito ( que además me toca hacer un pedido ya, así que tanto si es para el kindle, como si sólo los tienen en tapa dura, o blanda, o incluso de segunda mano, espero estarlos leyendo en pocos días.
      Y me voy corriendo al enlace , a ver si consigo descolgarme también el libro que le mandó Don Feroz ( es que soy un poco brutita para esas cosas, bueno, para casi todas ).

      De cualquier manera
      ¡¡¡ Muchísimas gracias!!!
      Me espera una temporada divertidísima.

      Eliminar
  3. Muchas gracias.
    Ya puestos podrían haber usado MOÑACHATUS como si fuera un chiquitero pasadito de Asterix. Lógicamente la che pronunciada [ʧ].

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Rebárbaro, amigo Tumbaollas.
      No es mala idea, y si lo desea puedo proponerla al comisario de Monacatus, don Agustín Lázaro, que tengo entrada con él. Aunque dirá que llegamos tarde.

      Eliminar
  4. Escribió usted, Maestro:

    Para entender las luces y sombras del monacato, puede ser útil comparar las antiguas órdenes religiosas con algunas instituciones modernas relacionadas con el poder, el dinero y la captación de influencias y recursos: fundaciones, ONGes, pero sobre todo los partidos políticos. Es un campo vasto para investigar convergencias y puntos de coincidencia, posiblemente.

    Maestro D. Belosticalle: Supongo que no me/nos dejará con la miel en los labios e investigará ese campo. Y que ampliará esta magnífica entrada sobre la vida monástica. (*)

    Muchas gracias, Maestro.

    (*) Espero que, por favor, lo haga. [Es un cariñoso guiño a la amiga (no tan) Viejecita].

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estupendo, Don Asturianín
      Y muchas gracias por el cariñoso guiño.
      (Por cierto; ¡que manía tiene todo el mundo en negarme el privilegio de considerarme vieja ).

      Espero , Profesor y Maestro D. Belosticalle que se anime y nos siga deleitando en el vasto campo de la historia de las órdenes militares.

      Muchas Gracias y
      Por Favor


      Eliminar
    2. Algo habrá que hacer, sí señor.

      Eliminar
    3. ¡Que bien !
      Yo ya tengo uno de los libros, el de Barber en el Kindle, el de Seward lo tengo esperando en mi carrito, y el de Bordonove, que le mandó Don Feroz, aunque no he conseguido descargármelo, porque había que darse de alta en no se qué, y yo ya no me fío de darme de alta en nada, lo he encontrado, junto con muchos más del mismo autor y de los mismos temas ( templarios, reyes Valois, etc ) en el Amazon francés. Así que mucho mejor todavía, porque practico el francés de paso... ( en el San Sebastián de mi época, todos hablábamos francés, y se me estaba olvidando hasta que llegó el Amazon a Francia )

      Pues eso
      ¡Muchas gracias!
      y Por favor no abandone la idea..

      Eliminar
  5. Interesantísimo Don Belosticalle, algo que es habitual en este blog. Me uno a la petición de Asturianín de investigar más sobre las semejanzas entre grupos de poder aparentemente tan distantes (o no) como monasterios y partidos.

    ResponderEliminar
  6. impresionantes imágenes y fantástico documento, me ha resultado muy interesante lo que has puesto, gracias y un saludo para el blog!

    ResponderEliminar