Ayer salía en los periódicos y hoy lo repite la tele: La Cámara Vasca ha votado que la Ley está para ser cumplida… Miento, no todas. Lo acordado en sesión memorable el 24 –aprovechando que Febrero rima con Tejero– ha sido instar el cumplimiento de una ley concreta, la de ‘Memoria histórica’ (2007); y no toda ella, sino uno de sus preceptos, quizá el más paradójico en una ley de memoria: la retirada de ciertos recuerdos.
La iniciativa partió de Aralar. Cosa rara, a primera vista, que a un partido independentista vasco le entre celo por una ley española. Se dirá que se trata de la simbología franquista, pero no vale. El franquismo es de mal recuerdo también para gente no nacionalista. Yo diría incluso que, por más que el nacionalismo se atribuya la palma del anti franquismo, muchos no se la cedemos. Esta urgencia de Aralar se explica mejor con Sortu a la vuelta de la esquina. Hay que espabilarse, que la parroquia a repartir es la misma.
En Aralar, en el nacionalismo vasco en general, militan muchos hijos de carlistas y otras yerbas, que no tuvieron problemas bajo Franco. También legiones de nacionalistas sobrevivieron con relativo acomodo, como procuró hacerlo casi todo el mundo. Refunfuñando, eso sí, y también mordiéndose la lengua un poco, a ver quién no. Y cuando nadie lo esperaba, cuando pocos creían que eso iba a suceder, Franco se nos murió a todos en la cama. A todos, incluso a la ETA de entonces. Así, a fecha de hoy, ciertas valentonadas hacen sonreír recordando el refrán, «a moro muerto… »
Sí, muchos tenemos mal recuerdo del sistema, en especial los que lo aguantamos de principio a fin; desde que la guerra civil se anunció por signos en el cielo (antes del 18 de julio del 36, por supuesto), hasta el 20 de noviembre de 1975, cuando el Caudillo se nos apagó a todos y cada uno en nuestra cama, sin más agresores que su equipo médico y familia. Sin más tiros de sus adversarios que los tapones de champán, y eso pagándonos nosotros. Tal vez por eso, el personaje y su régimen nos repugna tanto o más que a Aralar y compañía. Pero le aborrecemos mejor, más de razón y menos de alharacas.
Un poco de Heráldica…
Como digo, hoy repetían la noticia. Y aunque el día ha estado lluvioso, antes que sea tarde, bajo a Bilbao a tomar unas malas fotos del escudo grande de la Plaza Moyúa.
¿Por qué éste, precisamente? Es uno de los mayores, si no el mayor, una bilbainada. También el más señalado en la lista negra. Pero no es por eso. Es porque tiene para mí un recuerdo muy especial.
En los años 40-42 del siglo pasado, nuestra pandilla de críos incluía a ‘los Andaluces’, Alejandro y Luisito Zobaran, destacados arietes futbolísticos. El patio del Colegio San José estaba justo enfrente de su casa, en Elcano, donde su padre tenía también el estudio de arquitecto.
A veces, los más amigos nos juntábamos allí a merendar algo y oír música de un gramófono de maletín, tumbados en la tarima. Era un local destartalado, como improvisado. De hecho habían venido de Almería, toda la familia, por el proyecto de un edificio colosal. Las trazas de la futura Delegación de Hacienda en Vizcaya se desplegaban sobre un gran tablero de dibujo, y algunas por el santo suelo.
Eran los primeros planos que veía en mi vida, y me impresionaron tanto que casi decido ser arquitecto. Hasta creo recordar que el proyecto tenía bastante más altura, figúrenselo, comiéndose literalmente una plaza que por aquel entonces quedó de las más bonitas de Europa.
No puedo recordar si el escudo en lo más alto del edificio lo dibujó el propio don Antonio, o se lo dieron dibujado. La cosa no daba para muchas alegrías. Aun así, cualquiera advierte que, tal como hoy se ve, no responde a la ortodoxia heráldica de la época. Falta la divisa «UNA GRANDE LIBRE», como también el yugo y las flechas. La primera, en letras de bronce, evidentemente ha sido arrancada; lo otro también, si es que fueron un par de apliques metálicos, eso no lo recuerdo. Tampoco se lee el «Plus Ultra», que a diferencia de lo otro, hoy sigue siendo constitucional.
La parafernalia simbólica franquista no vino de golpe. En cuanto al escudo, la prensa del 38 se prodigó en descripciones divulgativas, que pronto aprendimos, de copiarlas al dictado en la escuela. Fue mi primer baño de Heráldica, la noble ciencia del Blasón, aquel lenguaje técnico lleno de gules y sinoples, oros y platas, ondas de azur…
Pues bien, una de las cosas que más se grabaron en mi infantil memoria histórica fue el énfasis de aquellos textos en que el escudo no era nuevo, sino aproximación al primer escudo de España, el de los Reyes Católicos, con el añadido de las Columnas de Hércules y divisa de Carlos V. Eso sí, el «TANTO MONTA» se sustituyó por el «UNA, GRANDE, LIBRE», que tampoco es ninguna blasfemia.
… Y otro poco más de ignorancia
Por eso sorprende la persistencia de errores comunes acerca de tal escudo. El primero, llamarlo ‘franquista’, como si fuese un engendro del ‘Movimiento’, o Franco hubiese hecho de él un uso personalista. En este sentido, franquista fue el estandarte y guión personal del Caudillo (1940), pero no un escudo nacional historicista.
Con la misma ligereza nuestros talibanes llaman ‘águila imperial’ al Águila de San Juan, que usó Isabel la Católica en recuerdo del día en que fue Princesa de Asturias (27-12-1473). Pues nada, hombres, ‘imperial’. Sin entrar hasta qué punto un ave emblemática es asignable a una especie zoológica concreta (aquí, Aquila heliaca), lo incorrecto heráldicamente es llamarla imperial, como lo fue la bicéfala de Carlos V. En fin, puestos a ver franquismo por todas partes, el yugo y las flechas se les antoja invento de la Falange.
Esta ignorancia supina o de mala fe trae muchos inconvenientes. Un ejemplo: En Bidaurreta (Oñate, Guipúzcoa), las pobres monjas clarisas han llevado fama de españolistas y hasta franquistas –‘seculares’ (esta vez sí)–, porque desde hace 500 años, en la fachada de la Trinidad, el escudo franciscano está flanqueado por una pareja de escudos gemelos con el águila, el yugo y las flechas. Escudos que puso allí el fundador, Juan López de Lazarraga, no tanto en doble alarde de franquismo, como por su condición de Secretario de los Reyes Católicos.
De paso digo lo que siento. Sin ser ni de lejos un isabelino devoto, de esos que piden se haga santa a la Reina Católica, lo que ningún vasco enterado negará es el predicamento que doña Isabel tuvo aquí como Señora de Vizcaya, requerida en la pacificación de bandos y otros problemas graves, y gran aficionada a lo vascongado y a los vascos –los de entonces–, por su lealtad.
He mentado la palabra ‘talibanes’ y no ha sido lapsus. Pienso (si parva licet componere magnis, o salvada la proporción) en los Budas de Bamiyán (2001). Para los mulás afganos eran ídolos paganos, y para mí también. Como el escudo de Moyúa: a los de Aralar les recuerda el franquismo nefasto, a mí también.
La diferencia tiene un nombre: superstición. Para mí el escudo de Moyúa (cuando me fijo en él, o sea casi nunca) es un despertador de memoria histórica, un testimonio de algo que fue y un aviso de algo que nunca más debería ser. En cambio, para mis conciudadanos de Aralar y compañía diríase que es peor que eso, algo terrible, insufrible, como es terrible el coco nunca visto, y es insufrible el dolor nunca sentido en carne propia.
Señores políticos, no seamos supersticiosos y dejen las piedras en paz. Lo que fue y estuvo mal, ya lo hemos cambiado, felizmente. ¿Que la Ley de Memoria sirva para reparar injusticias, atropellos, olvidos? Pues venga. Pero invocarla para conjurar fantasmas es pueril, e imaginar que quitando escudos se enmienda la Historia es de chiflados.
A tiempo estamos
De todos modos, aún me cabe la esperanza de que ese escudo descomunal de Moyúa me sobreviva. Si, como dicen, el motivo de la moción y acuerdo parlamentario es cumplir la Ley, ésta permite salvar objetos de valor arquitectónico.
Además, está el precedente de otro escudo monumental, el de Vizcaya. Un buen día, la Diputación decidió que «menos lobos», y quitó el recuerdo de nuestros Señores los López de Haro. ¿Simpleza? Dejémoslo así. Sin embargo, en el Palacio Foral de la Gran Vía el gran escudo esmaltado ahí sigue, a vista de todos. Sus lobos, que se sepa, no han mordido a nadie.
Quisiera terminar con una nota amena; otro recuerdo también humano y no tan lejano en el tiempo. Pues verán, una vez Hacienda, a un buen amigo mío y a sus vecinos de la Villa, les embargó el piso.
Fue (como ocurre siempre con Hacienda) de la manera más tonta. La alcaldesa Pilar Careaga, en uno de sus berrinches con la Virgen de Begoña, le quitó a la Virgen la calle, que por algún tiempo pasó a llamarse Mari Aguirre. Aquel baile de nombres, amén de ofender al cielo, lió al vecindario con Correos y con el fisco, hasta hacerles en Boletín Oficial dicha publicidad gratuita. Finalmente, restaurado el callejero y aplacada la ‘Amachu’, los cuitados, no sin algún quebranto económico (como ocurre siempre con Hacienda), firmaron finiquito en Moyúa, bajo la égida de cierto escudo...
De mi voto, siga como está.
La pregunta de la semana.
ResponderEliminar¿Pueden ser tontas las gentes de un país que votan a ZP dos veces?
Uy.
...hay quien fuma a pesar de saber que es nocivo...y quien bebe...y quien se droga...Alcanzar un equilibrio mental y corporal no esta a la mano de todos.
ResponderEliminarHay algo más triste que ser ignorante: demostrar en cada acto la profunda carencia de conocimientos de la historia del pueblo en el que has nacido.
ResponderEliminarHa sido un gran placer leerle, señor Belosticalle. Un saludo afectuoso.
Señor Belosticalle, muy interesante su análisis. España -y eso, de momento, incluye a Bilbao- tiene un grave problema de digestión histórica. Que ese escudo se quite o se quede es el menor de nuestros problemas. El gran problema es que no somos capaces de crear un discurso histórico coherente y sosegado. O si lo somos no hay el menor interés, por parte de ciertos poderes que podríamos llamar fácticos, en darle pábulo. Por ejemplo, Francia es una República y, sin embargo, tiene perfectamente asumido -y glorificado para padecimiento de las demás naciones y en especial de la española- su pasado monárquico. ¿Recuerda vd., en cambio, cómo se puso cierto eximio espectador, español, de un partido de ténis en Sidney, allá por el año 2003, cuando, por error, tocaron el "Himno de Riego" como himno de España?. El delegado de Deportes dijo que aquello era una ofensa a toda la Nación española. Yo, como historiador, me pregunto,¿y por qué era una "ofensa para todos los españoles" un himno que fue aceptado incluso por la monarquía en compañía de la actual "Marcha granadera" en ciertas épocas?
ResponderEliminarHe ahí el problema. Hasta que cierta gente entienda que el Patriotismo no pasa por fusilar, una y otra vez, a partes concretas de nuestro pasado -ni mejor ni peor que el de otros europeos-, el problema persistirá. Le recomiendo, para no dar más vueltas al asunto en tan poco espacio, nuestra revista de Historia online http://bitacoradepedromorgan.wordpress.com. Especialmente el contenido de los números de diciembre de 2010, enero de 2011 y febrero de 2011. Tratamos de traer cordura al discurso histórico español con esta publicación, pero tenemos nuestras dudas, mirando a la televisión, al cine y a los kióskos, de donde sólo sale el sonido del mismo disco rayado cuando se habla de Historia de España. ¿Como es posible que treinta y cinco años después de acabada la Dictadura aún se dé carta de naturaleza a la mayor parte de sus nauseabundas ideas sobre la Historia de España basadas, fundamentalmente, en el slogan "por la decadencia del imperio español a la Dictadura per saecula"?.
Ahí tiene un tema interesante para Belosticalle. Un saludo.
Puesto que la carga de trabajo actual me impide venir con puntualidad, acudo con retraso.
ResponderEliminarEn cuanto a la “memoria histórica”, ese invento de Zapatero destinado a hacer encajar la historia en su fantasía, poco se puede hacer. Zapatero tiene poco o nada que ofrecer, y pretende existir como contraposición al mal (es decir, a la derecha) Por eso, cuanto más oscurezca a ésta, más brillante será su negativo, es decir él. No se entienda con esto que pretendo defender la dictadura. Defiendo que es él, Zapatero, quien la necesita para vivir. En este sentido, la Ley de Memoria Histórica no es un accidente, sino que es fundamental para él.
De paso, he dejado un comentario en su entrada precedente. Un abrazo.