«He cavado mi Diario de mis días en el Putumayo –un texto muy voluminoso, en verdad, pues escribía día y noche, el tiempo que no me ocupaban los interrogatorios–…
Yo me encontraba aislado y hube de mantener la mente muy alerta, anotando cuanto observaba o llegaba a mis oídos. Lo hice con la mayor fidelidad humanamente posible, siempre con pluma o lápiz a mano, a menudo escribiendo a altas horas de la noche…
El Diario es bastante completo, y si tuviese libertad de publicarlo, daría una imagen de lo que pasa aquí, tan al rojo vivo como para convencer a cualquiera…
El Diario me vuelve a poner enfermo –positivamente enfermo– cada vez que lo releo; tan a lo vivo evoca aquella selva de infierno y toda aquella pobre gente sufriendo. Su virtud no es el lenguaje, es la fecha, y ser una transcripción fiel de lo que yo pensaba entonces y lo que pasaba a mi alrededor.
Si pudiese verlo mecanografiado… Pero el costo me aterroriza. Llevo gastadas cientos de libras de mi peculio en el Putumayo, y no veo motivo para seguir gastando.»
(R. Casement, en carta de diciembre 1912 [1])
Estos párrafos de Casement se refieren a lo que se conoce como Diario del Putumayo, testimonio escrito de su misión amazónica humanitaria de 1910, como diplomático del Reino Unido [2]. Así de satisfecho estaba un flamante Sir Roger de aquel documento escrito a conciencia, con tesón y mimo, a pesar de la salud quebrantada, con problemas graves de la vista por una inflamación ocular que casi le deja ciego, y en condiciones extremas, dos meses largos de viaje por la selva americana más remota.
El Diario del Putumayo, en la edición de A. Mitchell, cubre él solo 380 densas páginas, esto es, más del doble de la parte correspondiente en la obra de Vargas Llosa. «En los 75 días que cubre su Putumayo Journal, Casement escribió en total unas 250.000 palabras, a una media de unas 3.000 palabras por día» (A. M., pág. 279, nota 207). Se ve que el autor de El sueño del Celta ha bebido también de otras fuentes, y eso da valor a un relato que no es mero eco de Casement. La pregunta es, ¿qué hay de novelesco, y qué valor añade al reportaje? Hace muy poco ha aparecido un buen libro, The Devil and Mr. Casement (2010) por Jordan Goodman, retrato del personaje en el contexto de su visita a Perú, cien años atrás.
Fruto de aquel viaje, de aquellas notas y correspondencia, de los debates subsiguientes en el Parlamento británico, de los ecos de prensa y una opinión pública sabiamente dirigida, fue la publicación (1912) de un Libro Azul, o ‘Informe sobre el Putumayo’, versión amazónica de su ya famoso ‘Informe sobre el Congo’. No es necesario decir que en esencia era otra auto justificación de la ética colonial británica, sólo que esta vez con carácter auto exculpatorio.
Ahora bien, el Diario tenía entidad propia, y para su autor otro sentido personal, dentro de su cruzada pro Derechos Humanos, englobada ahora en otra cruzada más vasta, todavía secreta, contra todo imperialismo esclavizador de pueblos y destructor de culturas autóctonas. Era la justificación moral de la nueva cruzada del nacionalista Casement, liberador de la patria Irlanda. Será tema de otro capítulo.
La verdad es que, con tanto material y tan precioso a su disposición, parece como si el novelista Vargas Llosa se sintiese desbordado y hasta desmotivado. ¿A qué novelar, cuando la realidad es tan apasionante? Es la impresión como de desgana que saco en segunda lectura del final de esta parte de la novela; en especial desde las páginas 320 en adelante. Una crónica deslavazada de hechos de dominio público. Y por lo que toca a la psicología del héroe, un análisis poco convincente, sin duda por poco convencido.
La Cruzada del Putumayo
La etapa ‘africana’ de Casement se había cerrado con la publicación de su Informe, que en 1905 le reporta el reconocimiento público y varios premios por actividades humanitarias. Simultáneamente pide la excedencia del servicio diplomático, por motivos de salud. Coincide que, en 1905, se ha fundado la Liga Gaélica.
La etapa ‘africana’ de Casement se había cerrado con la publicación de su Informe, que en 1905 le reporta el reconocimiento público y varios premios por actividades humanitarias. Simultáneamente pide la excedencia del servicio diplomático, por motivos de salud. Coincide que, en 1905, se ha fundado la Liga Gaélica.
Las veleidades o simpatías de Casement por el nacionalismo nunca fueron un secreto. Había nacionalistas de todo pelo y grado, y muchos estaban en nómina del Gobierno, tanto en servicio civil como militar, incluso en cargos de alta responsabilidad. De todas formas, sería ingenuo pensar que el Gobierno en general y el Foreign Office en particular no llevaban cuenta de todos sus agentes. Nuestro hombre llegó a ser objeto de auténtico espionaje, y si alguien pudo no darse cuenta perfecta de ello, ése fue el propio Casement.
El cual seguí siendo útil a Gran Bretaña. En 1906 le vemos reincorporado al Foreign Office, como cónsul para los estados de Sao Paulo y Paraná (Brasil). La mayor parte de 1907 la pasa en el puerto cafetero de Santos; pero a principios de 1908 es destinado al puerto cauchero de Belem do Pará, en el estuario del Amazonas. Llega allá el 21 de febrero, a bordo de un vapor donde viaja también desde Madeira otro pasajero de 1ª clase, Julio Cesar Arana, el rey del caucho peruano.
Gran Bretaña fue la primera potencia que se dio cuenta del potencial económico de la selva amazónica. Las expediciones de Spruce, Wallace y Bates en los años 1850 fueron botánicas, con especial atención al caucho. Las plantas caucheras en América fueron dos principales, de los géneros Hevea y Castilloa, de látex blanco y negro respectivamente. Éste era de mejor calidad, pero menos rentable. El boom cauchero levantó ciudades como Manaos e Iquitos, en los años 80.
(Había aventureros de todas partes, también de origen irlandés. Fitzcarraldo es como sonaba en la selva el apellido Fitzgerald, propio original del terrible cauchero peruano Carlos Fermín Fitzcarrald (1862-1897), que en la película de Werner Herzog (1982) es Brian Sweeney Fitzgerald, irlandés soñador. Megalómano y melómano a la vez, en los años 1890 se empeña en construir un Teatro de Ópera en Iquitos para llevar allá a su ídolo Caruso. Le encarna Klaus Kinski, el mismo que, también para Herzog, hizo de Aguirre (1970). Por cierto, transportando por trochas selváticas, a hombros de indígenas, un vapor desmontado en piezas (1894) –no descomunal y entero, como en la película–, el barón nos hace recordar la hazaña del propio Casement, transportando otro casco similar con destino al río Congo [3].)
Pero al mismo tiempo, la misma Gran Bretaña vio que aquella riqueza podía serle más rentable en otra parte. Fue la hazaña prometeica, el robo, no del fuego, sino del caucho prohibido: 70.000 semillas de Hevea brasiliensis se sacaron de contrabando, y aclimatadas dieron origen a plantaciones racionales en el SE asiático.
Entre tanto, Arana e Inglaterra juntos pueden hacer negocios. Casa Arana Hermanos pasó por empresa modelo, que en 1907 se transforma en Peruvian Amazon Company (PAC), con domicilio social en Londres y mucho capital británico. El propio César Arana era figura respetable en la City.
Hasta que, en 1909, el periódico The Truth publica declaraciones de un joven ingeniero alemán, W. Hardenburg, venido de la selva para contar a la prensa el ataque armado a una estación cauchera colombiana por fuerzas de la PAC con apoyo militar peruano. La opinión pública se alarmó, el Gobierno británico se alarmó de la alarma, y Casement fue el hombre indicado para un remake de lo del Congo. Con una diferencia: ahora una compañía inglesa aparecía como culpable. Su nueva misión debía adaptarse a esa circunstancia.
Para entonces, 1909-1910 la nueva industria asiática del caucho ya era competitiva. Sonaba la hora de arruinar la producción americana.
El pretexto moral fue que desde 1890 –mucho antes de lo de Hardenburg, y antes también de crearse la PAC–, al elevarse la demanda mundial de caucho, en la Amazonía se resucitó la esclavocracia y explotación del indio, juntamente con el caucho. Así lo precisó muy oportunamente el cónsul Casement, según testimonio de su gran amigo y colaborador filantrópico Morel.
De los numerosos indios amazónicos, una de las naciones más aisladas eran los witotos o huitotos, una cultura impregnada de ritualismo, resumida por un cacique al etnólogo alemán Theodor K. Preuss con laconismo magistral: «Trabajamos para bailar». Estos indios fueron especialmente explotados y diezmados por los caucheros blancos. Allí el negocio del caucho se complicaba por la disputa fronteriza entre Perú y Colombia, con agresiones y refriegas recíprocas que cogían a los indios en su fuego cruzado.
Ahora el gran Arana era el gran villano, y sus bases caucheras, como ‘Colonia Indiana’, o La Chorrera, visitada por Casement con detenimiento, eran centros explotación criminal.
Pues bien, todo cuadra en los diarios de Casement, en su cronología, con la realidad del mercado cauchero. Coincide que al tiempo de la denuncia la compañía anglo peruana de Arana operaba en la vasta región fronteriza en disputa entre Perú y Colombia. Incluso admitiendo compromiso moral del jefe de Casement, Sir Edward Grey, hay quienes recelan que el humanitarismo fue tapadera del imperialismo mercantil, junto con la intriga política. En abril el cónsul viaja Amazonas arriba para supervisar las obras del ferrocarril cauchero Madeira-Mamaré. Desde 1872, la empresa era una locura, pero Casement emite buenos informes. En todo caso, se llevó adelante, con pérdidas humanas por millares hasta su conclusión en 1912, cuando el caucho amazónico ya no valía nada, porque le sustituía con ventaja las plantaciones de Indonesia.
Otros habían descrito horrores, Casement descubre genocidio. El resultado fue una retracción de la inversión, el crack amazónico, y en definitiva, el abandono de tribus enteras a su suerte.
En 1911 Casement, que una vez más ha cumplido bien el papel encomendado, recibe su recompensa y es ennoblecido con el título de Sir, mientras el Parlamento británico debatía sus informes. Casement, que todo ese tiempo se deja querer de sus superiores y del público, en 1912 alega motivos de salud (muy verdaderos, por otra parte), para pedir la excedencia del servicio diplomático y se retira definitivamente en 1913. Desde entonces se implica más y más en la causa nacional irlandesa. Y lo hace en términos no ya de militancia, sino de protagonismo. Pero ese es capítulo para otro día.
Para terminar por hoy: Como anticipando la película de R. Joffre, The Mission (1986), Casement añora una especie de ‘reducción’ jesuítica o franciscana, donde los nativos estén protegidos en la moral por misioneros, pero en la material también por su propia fuerza armada. De hecho –cosa impropia de un diplomático–, él mismo suministraba armas y munición a jefes indios y hasta planeó un levantamiento armado en 1911 (v. pág. 207-208). ¿En qué medida iba por cuenta propia, o siguiendo instrucciones de los alto? No tengo respuesta, pero lo de la misión, con cuatro franciscanos irlandeses, funcionó por breve tiempo. Hasta la debacle definitiva.
(Continúa)
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[1] Cit. por A. Mitchell, The Amazon Journal (1997), pág. 36
[2] Angus Mitchell (ed.), o. cit. Me he beneficiado ampliamente de la generosa disponibilidad de esta obra en Libros Google, para asomarme al texto del diario de Casemente y a las preciosas anotaciones del editor, junto con su introducción impagable, que volveré a utilizar.
[3] Cfr. Mitchell, o. cit. pp. 244-245, nota 191).
He esperado, antes de leer esta parte, hasta haber leído la correspondiente de Vargas Llosa. El caso es que voy muy despacio, primero porque estas últimas semanas tengo poco tiempo libre, y porque estoy compatibilizando con otras lecturas (aprovecho para recomendarle, si no lo ha leído aún, ‘Castellio contra Calvino contra Castellio’, de Stephan Zweig, editado por El Acantilado)
ResponderEliminarEfectivamente, una crónica que parece hecha con desgana. Y, lo que es peor, la psicología de Casement resulta cada vez menos convincente. Hay algo, además, que chirría, y pienso que puede ser esto: este relato está hecho para ser escrito todo el rato en primera persona. De este modo, sería Casement el que nos estuviera dando su versión particular, y entenderíamos así que estuviera distorsionada (como la visión de Salieri en Amadeus) Asumiríamos, por ejemplo, que Casement podía tener buenas razones para mentirnos al contarnos que algunos de los episodios de sus relatos íntimos (los más escabrosos) eran una mera fantasía. Cuando es Vargas Llosa quien lo hace, nos da la impresión de ser un narrador omnisciente, sí, pero un tanto parcial. Además, con frecuencia Casement produce la impresión de ser perfectamente estúpido. En fin, espero impaciente la tercera parte de su crónica. Saludos
Navarth, yo también estoy demorando el remate de mi análisis, en parte porque cada vez más el tal Roger Casement me parece menos interesante, por no decir más despreciable, que tampoco es eso.
ResponderEliminarCierto que estos días ando mal de tiempo, pero tarde o temprano debo reconocer –y aprovecho su nota para adelantarlo– que mi admiración inveterada a Vargas Llosa me ofuscó en una primera lectura, mientras que ahora, con algo más de información y reflexión, creo que no tiene mucha idea de su personaje.
Yo partía del mito de un Casement de altura moral. En este momento (y no me refiero a los Diarios negros, en los que creo mucho menos que Vargas Llosa parece creer), me parece un tipo mediocre y cínico; con un ramalazo fatalista, que podría relacionarse con su afición al juego de envite, me gustaría calar un poco más en este extremo.
Dice usted: “Con frecuencia Casement produce la impresión de ser perfectamente estúpido”. He sonreído, recordando lo de Santiago González: llamar ‘imbécil’ no como insulto sino como expresión piadosa. Claro que usted se refiere al personaje de la ‘novela’, y así es, no precisamente para mérito del autor.
Sobre todo, me cuesta dar forma a lo que pienso sobre el Casement ‘nacionalista’. No tengo que ir muy lejos, aquí mismo tengo el observatorio de ambiciosos poli-milis salvapatrias , y trato de sortear el escollo de una transposición simplista, total para concluir que esos tipos, aquí como allá y acullá, tiene todos aire de familia. Desde luego, mi Casement no perteneció al grupo de los idealistas, si es que tal especie existe en lo político.
Y aquí lo dejo, no sin añadir que gracias a usted se me ha calentado el motor para acabar lo emprendido. Y gracias también por su sugerencia de Zweig, que ese sí que fue buen artesano de personajes vivientes.