jueves, 16 de junio de 2016

Gure Matraka Dago



Nunca me ha convencido del todo la idea, tan bíblica, de que los países y sus fronteras son de derecho divino. Una idea que, en cambio, es dogma y razón de ser para los nacionalistas, según el ‘Cántico de Moisés’ (Deuteronomio, 32: 8):
Cuando el Altísimo repartió las naciones,
cuando clasificó a los hijos de Adán,
fijó las fronteras de los pueblos,
según el número de los hijos de Dios.
Dios era el padre de la gran familia divina, como Adán lo fue de la humana. Según eso, tantos ángeles o seres divinos, tantos pueblos o naciones con su territorio propio. Ni más, ni menos. Sólo hubo una excepción en el reparto: el ‘Pueblo Elegido’, Israel/Jocob, no le tocó a ningún ángel, pues Dios mismo se lo quedó:
Mas la porción de Yahweh fue su pueblo;
Jacob, su parte de heredad.

No sabré decir si esto último fue del agrado de Sabino Arana. Lo que no ofrece duda es el carácter religioso providencialista de su Euzkadi: ente primigenio, inmune a los avatares de las fronteras históricas. Sabino –lo más probable para mí– no se paró a pensar en los derechos de un pueblo judío sin estado, sencillamente porque los judíos no estaban de moda en su sociedad, y llevaban a cuestas el estigma de ‘Pueblo Deicida’, los que mataron a Dios, como puntualmente se recordaba cada año en la liturgia de Viernes Santo: oremus et pro perfidis Judaeis.

Juramento de ratificación del Tratado de Münster, 1648 (Gerard ter Borch,  Múnic) 
Aquel viejo reparto bíblico tuvo su versión seglar moderna en La Paz de Westfalia con sus tratados (1648). Dicha paz no acabó con las guerras, pero sentó los principios para un mapa de Europa más tranquilo, por el momento. Westfalia inspiró planteamientos nuevos en las relaciones internacionales y, frente a la idea feudal de herencias dinásticas, relaciones de vasallaje y derecho de conquista con la bendición de la Iglesia,  abrió paso a la idea de estado nacional moderno, independiente e inmune a la absorción por otro estado. Y aunque allí se trabajó casi exclusivamente sobre estados de soberanía hereditaria, el sistema medieval que vertebraba el Sacro Imperio quedó herido de muerte.

Wikipedia: cuidado con los intrusos
Una curiosidad de los Tratados de Westfalia, insospechada para sus redactores y firmantes, es que algunos verán allí la semilla del derecho de autodeterminación de los pueblos, y más concretamente del pueblo vasco. Abramos la Wikipedia en inglés, Peace of Westphalia (a día de hoy), y leemos:
«The treaties did not restore peace throughout Europe, but they did create a basis for national self-determination(Los tratados no restauraron la paz por Europa, pero crearon una base para la autodeterminación nacional.)  
Y aquí me permito una digresión, sobre una morcilla –en este caso, un ‘pintxo de txistorra’ más bien– que se ha colado en el artículo, por lo demás objetivo. ¡Qué raro! Y sobre todo, qué anacrónico: los diplomáticos de Westfalia en el siglo XVII, cuando el concepto de soberanía popular ni siquiera se planteaba, ellos ya dando ideas para… ¿adivinan para qué? Pues para el ‘konflicto’ vasco y para su solución, mediante la independencia de Euscalerría. Sí, digo bien, Euscalerría. Porque ‘picamos’ enlace en self-determination, y velay la foto, que no tiene desperdicio: 
Mural en Belfast, Irlanda del Norte,
reivindicando la libertad de Vasconia 

ASKATASUNA: No España / No Francia.
Autodeterminación para el País Vasco.
700 presos políticos
Partidos políticos prohibidos
Incidentes de tortura
Derechos civiles.

La falacia de siempre. Ceder el nacionalismo vasco a ETA y su brazo político. Identificar a determinadas comunidades con su fracción nacionalista. Dar como unidad política real lo que sólo es un imaginario político llamado Euscalerría. Impropiamente llamado así, País Vasco o de los Vascos, tal como concibe ese nacionalismo la identidad vasca.
Según eso, ¿es absurdo relacionar Westfalia con autodeterminación? No he dicho tal cosa, y a la Wiki me remito. Sólo critico los métodos, entre sutiles y burdos, de nuestros nacionalistas periféricos, para confundir información y propaganda, ciscando de paso una gran enciclopedia de todos, la mayor que vieron los siglos.
Enseñanzas de un Atlas de Historia Mundial
Pero a lo que iba. Si no tengo fe en el origen divino de la geopolítica, tampoco creo en la fijeza de las fronteras reconocidas, que esa sí tiene raíces en Westfalia. 
Recuerdo cuando en el colegio estrenamos un Atlas of World History, una colección de mapas murales sobre un caballete, abatibles como las hojas de un calendario gigante. Estaba en inglés, y leyendo allí ‘Mediterranean Sea’, sin dificultad deduje que sea era ‘mar’, y que en inglés el adjetivo va por delante. Fueron mis dos primeras nociones de la lengua inglesa. Y ya en plan de filólogo comparativo, también me pregunté por qué los ingleses prefieren ‘mediterraneano’ a ‘mediterráneo’, dos formas de decir lo mismo.
En fin, fuera de esas minucias, lo que entraba por los ojos volviendo aquellos mapas adelante y atrás era la mutabilidad de estados y límites. Esto era de lo que más se ocupaba la Historia, tal como nos la enseñaban entonces: guerras, agresiones, conquistas, tratados desiguales… Un teatro nada edificante, aunque perfectamente natural, tras haber traducido textos bélicos de Tito Livio, César, Salustio, más la Historia Sagrada aprendida en la Catequesis.
Entre la narrativa histórica sacro-profana y las fotos fijas del Atlas, la impresión era que las naciones y los pueblos nacen, se agitan, se pelean y mueren. Muchos, sin alcanzar el uso de razón. Y todos, o casi todos, entre dolor y violencia. Era lo recién vivido en nuestra Guerra Civil, y lo que estábamos viviendo con la II Guerra Mundial.
Jugando a los referéndums
Este mes hemos tenido ocasión de meditar sobre la enésima forma de agitación política que ha estrenado la Izquierda Abertzale, en su avatar de ‘plataforma ciudadana’  Gure Esku Dago (GED). El pasado día 5, domingo, en varios municipios vascos montaron un simulacro de consulta o referéndum sobre un eventual ‘estado vasco’ soberano o independiente. Cataluña dio la pauta, pero aquí se ha optado por dejar la iniciativa a GED, sin meter a los alcaldes y ediles en líos, más de lo justo y necesario.
El evento ha tenido la cobertura mediática de la RT vasca que cabía esperar, y otro tanto más. Nos explicaron  que se trata de una consulta ‘no vinculante’. ¡Eso faltaba! Lo que no aclararon es si tal experimento es legal. Para la alta magistrada de la Justicia Vasca, Garbiñe Biurrun –de afición sus pantallas, contertulia de plantilla en el programa de Klaudio Landa, SIML– debe de serlo, cuando lo calificó de civismo ejemplar, pues por lo visto se pone en ejercicio un derecho innato del ser humano. 
Dicho así, por toda una Presidenta de Sala del Tribunal Supremo de Justicia del País Vasco, sorprendería a quien desconozca la idiosincrasia de esta mujer y su querencia a meterse en compromisos incompatibles con la imparcialidad propia de su cargo, a juicio del Consejo General del Poder Judicial que se los veda. Uno de ellos, formar parte del Consejo de Dirección de GED, prohibición que la magistrada acató a regañadientes (diciembre 2015). Últimamente Dª Garbiñe ha estado en candelero mediático durante un mes que se tomó deshojando la margarita de presentar su candidatura a Lendacarina por el partido antisistema Podemos. Al cabo desistió, en atención a su carrera profesional, aunque también sin duda por la oposición frontal al PNV, al que tanto debe, y que la dejaría marcada.
La parodia de GED ha sido un primer tanteo, aprovechando el ínterin gubernativo, aunque por el resultado se ve que no ha caído en buen momento. La selección de municipios cobaya no ha sido al azar, sino sobre seguro: 32 de Guipúcoa, más uno de Vizcaya y otro de Álava. De los municipios guipuzcoanos, 23 eran del Goyerri y 8 del Alto Deva, más la villa de Azpeitia. Predio todo de Bildu y afines. Aun así, de un total de más de 125.000 personas «llamadas a las urnas» (sic), la respuesta no ha llegado al 30 %. La gente está a otra bola.
La pregunta no ha sido sobre el famoso ‘derecho a decidir’, sino sobre algo más concreto: la soberanía o independencia. El enunciado, sin embargo, era un tanto retorcido; y para mayor sutileza, o por alguna otra razón, tuvo dos formas. En el Goyerri y en el municipio vizcaíno de Ispáster se preguntaba: ¿Desea usted ser ciudadano/na de un estado vasco soberano? En la comarca del Alto Deva, así como en Azpeitia y en el valle alavés de Aramayona, la misma pregunta se refería a ‘un estado vasco independiente, más explícito y más ajustado a la letra del referéndum modelo escocés de Septiembre 2014. En sustancia daba lo mismo, y así se computó el resultado global: 95,3 % a favor, 3,76 % en contra, y 0,94 % blancos o nulos.
La jornada ha sido un éxito, para el portavoz de GED, que encarecía el rigor de la consulta, celebrada con todas las formalidades y garantías -con observadores extranjeros y todo–, sin incidente alguno, en ese ambiente pacífico y festivo tan típico de este país tan festivo y pacífico de toda la vida, donde no faltó la mítica chalaparta o matraca, tan de aquí de siempre como la Cencerrada, el Olentzero y el eusquera batúa.
Terminaba el de GED su intervención anunciando más y más consultas por toda Euscalerría. ¿Hasta cuándo? ¡Qué pregunta! Hasta que salga lo que tiene que salir. Ni una más.
Sin entrar en el juego de analizar los resultados, optimista se me antoja este portavoz, Anjel Oiarbide, dado que la muestra no ha sido nada aleatoria. Con esta premisa, una respuesta inferior a ⅓ de la muestra total no es como para descorchar sidra de marca. Y que el independentismo venga representado por la casi totalidad de los que votaron significa que no llegan al 30 por ciento de esa muestra tan sesgada. Resignémonos: a este paso, muchas consultas de GED nos aguardan.
Consulta GED (El Correo)
No por previsible es de pasar por alto un detalle: la docilidad a la llamada ha sido inversa al tamaño de cada población. El récord lo lleva Cerain, 210 llamados, con un 72,9 % de respuesta, seguida de cerca por Gainza, 106 llamados y 72,6 %, y Mutiloa, 200 y 71,5 %. Todos los lugares que han respondido en más del 50 % son pequeños o muy pequeños, casi aldeas. Sólo cuatro superan el millar de convocados, y sólo uno, Ataun, los 1300.
Por el otro extremo, las localidades más grandes, las más tibias. Así Mondragón, con algo más de 19.000 votantes censados, responde en menos del 25 %. De estas villas mayores de 10.000 votantes, sólo Azpeitia se luce con un casi 40 %. Le sigue Vergara con casi el 30 %, pero Beasain se conforma con un 21 %. El farolillo rojo de toda esta parodia lo lleva Zumárraga, villa de casi 8.500 votantes, con una participación que no alcanza el 13,5 %.
La consecuencia inmediata sería que esta operación ha tenido algo de acoso coactivo, allí donde todos se conocen, en unas comarcas donde durante muchos años todo el mundo ha vivido con la barba al hombro, a cuenta de la patria. Cosa de tener en cuenta, a la hora de autorizar este tipo de iniciativas, si es que son legales, o de perseguirlas si no lo son. Porque lo que ha hecho GED y piensa seguir haciéndolo, es en definitiva entrometerse donde no deben los particulares, con el efecto de dividir a la población, aunque no fuera ese su propósito.
Y no sería esa la única razón para exigir que GED deje de dar la matraca con su agitación política. Hace un par de años por la misma fecha (8 de junio 2014), también remedando el independentismo catalán, GED  montó una cadena humana en los 120 km entre Durango y Pamplona. De ese modo malgastaba dinero público, por importe de 100.000 €, transferido a su cuenta de forma turbia por la Diputación de Guipúzcoa gobernada entonces por Bildu, con apoyo del PNV, «dentro de un supuesto paquete de medidas anticrisis» (¡!). En enero de este año, repuesto Markel Olano (PNV) como Diputado General,  un tribunal de justicia anulaba la operación. A Olano le faltó tiempo para cantar recurso. Y aunque no parece probable que prospere, menos aún lo es que se devuelva el dinero, como manda la sentencia, pues si algo sobró de aquella cadena, se lo habrán comido estas urnas.
O sea, también aquí las instituciones se implican en una quimera que no tiene cabida en la Constitución Española, ni tampoco en las disposiciones de la Unión Europea o de las Naciones Unidas.
Cada cual es muy dueño de desear ser ciudadano español o no serlo; o serlo de un estado vasco, o de la república de Magonia, o de los cuernos de la Luna. Eso no debe importarle a nadie para hurgar en el censo electoral y zascandilear por los buzones, con vistas a montar una consulta que ni siquiera el Gobierno se puede permitir, mientras no se cambie la Carta Magna. La cual, además, atribuye a las Fuerzas Armadas la misión de garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional (art. 8.1); Fuerzas cuyo mando supremo corresponde el Rey (art. 62, h). Es verdad que los actos del Rey han de ser refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los ministros competentes (art. 64.1), siendo éstas personas refrendatarias las responsables de los actos del monarca (art. 64.2). Ahora bien, dado caso de que el Gobierno se inhibiese manifiestamente ante una intentona separatista, o peor aún, colaborase con ella, algún mecanismo habrá para que tal misión de las Fuerzas Armadas se cumpla, sin que nadie pueda hablar de golpismo, todo lo contrario.
Autodeterminarse: ¿quién y para qué?
El nacionalismo vasco, en su apetito victimista insaciable, apela a los «derechos históricos de los territorios forales», que la Constitución «ampara y respeta» (Disposición Adicional Primera, 1). Digo, el nacionalismo ‘moderado’, pues al otro le tiene sin cuidado lo que venga de ‘Madrid’. Este texto, como bien indica su posición en la Carta, es un añadido improvisado, inconcreto y no bien redactado cuando habla de ‘derechos de territorios’, donde habría estado mejor, ‘derechos en territorios’. El territorio no tiene derechos, no es sujeto de derechos, aunque puede ser ámbito de ejercicio de los mismos. No es ninguna sutileza, porque los nacionalistas, en efecto, creen en los derechos del solar patrio y del caserío, como hablan también de los derechos del vascuence. Razón de más para escribir claro y sin figuras retóricas. Ahora bien, tales ‘derechos históricos’ (cualesquiera que sean), en ningún caso puede incluir el derecho de autodeterminación, pues a renglón seguido, cualquier reajuste del régimen foral viene limitado por el marco de la Constitución.
Una pretensión muy repetida –últimamente también por el lendacari Urkullu– se basa en este reconocimiento constitucional de los Derechos Históricos para ponerlos al margen de la propia Constitución, o lo que es igual, por encima de ella y antes que ella. Para eso se apela al Estatuto de Autonomía del País Vasco (‘Estatuto de Guernica’, 1979), que también tiene su Disposición Adicional sobre los Derechos Históricos, bien curiosa:
«La aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico
De nuevo, la redacción al servicio del equívoco. Si los redactores de la Constitución se abstuvieron de precisar cuáles son los derechos históricos, los redactores del Estatuto vasco lo ponen más difícil todavía, con ese modo potencial que aumenta la imprecisión hasta hacer inútil el texto.
«Los derechos que como tal (Pueblo Vasco) le hubieran podido corresponder, en virtud de su historia».  ¿Hase visto una reserva y cautela más pintoresca? A los nacionalistas negociadores del Estatuto que lograron hacerla pasar –uno de ellos gran amigo mío desde muchos años– debió de parecerles el colmo de la maestría en redactar ‘letra pequeña’. Y menos mal que también la otra parte contratante anduvo lista en meter la suya: «de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico».  Otra que tal. ¿Tú conjugas en modo potencial? Pues yo, en subjuntivo. ¡Dichoso consenso! Así no es como se escriben los buenos textos legales, borrando con el codo lo escrito con la mano, en una ceremonia de confusión:
1.  Impreciso el sujeto de los derechos: el ‘pueblo vasco’. Para el Estatuto de Guernica no hay más ‘pueblo vasco’ que la población actual de las tres provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, ni más derechos históricos que los de las mismas. Una trinidad de Provincias que históricamente no han funcionado como pueblo único, sino cada una por sí con sus foralidades respectivas, y por eso se llaman ‘territorios históricos’.
2. Indeterminados los derechos a los que no se renuncia. ¿Derechos todavía por descubrir en los archivos forales, tal vez? ¿Algún indicio de ellos, por lo menos? ¿Y quién decide cuáles podrían corresponder a quién?  En fin, ¿cómo se puede actualizar lo desconocido?
Textos así no sirven para nada en Derecho, aunque pueden servir para desestabilizar la política. Y menos mal que la hipotética actualización de potenciales derechos se haría siempre «de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico», que eso allá en su día se verá. Entre tanto, lo ya establecido en la Constitución no puede ser más claro: ella es el marco supremo, donde no tiene sitio la autodeterminación o la independencia.
¿Con que no? Pues veamos cómo lo vuelve del revés el nacionalismo ‘moderado’:
«Si no hubiéramos conseguido las cláusulas de reserva de nuestros derechos originarios, la demanda del derecho a decidir únicamente podría sustentarse en un principio democrático generalista. El reconocimiento de los derechos históricos en la disposición adicional del Estatuto es por ello la afirmación de una realidad política que es ajena y desborda a la constitución española, con un titular colectivo de derechos históricos (el Pueblo Vasco) con capacidad de autodeterminarse o decidir su futuro en base a nuestra personalidad histórica. Y que puede llevar a un futuro de independencia nacional, al que se habría de llegar a través de un proceso de desarrollo y actualización de las libertades históricas.» (Joxan Rekondo, ‘Socializar el derecho a decidir’)
No es cosa de refutar semejante falacia –empeño por otra parte inútil–, pues si la actualización del régimen foral (que se funda en esos derechos) sólo se admite en términos constitucionales, eso significa que  los Derechos Históricos sólo se respetan y amparan en la medida en que caben en la Constitución. Lo contrario sería abrir la puerta al posible y nada deseable retorno de los ‘Parientes Mayores’, por poner un ejemplo histórico genuinamente vasco.
[Lo dicho no quita un ápice a mi aprecio por la labor de mi admirada amiga Itziar Monasterio y su equipo investigador, en su recuperación documentaria del derecho civil foral, de que hablé en alguna ocasión; véase, ‘Peluquería Francesa’. Hoy el Parlamento Vasco trabaja en restaurar ciertos aspectos de la peculiaridad foral, con base en esos estudios y otros similares. Esta empresa podrá despertar entusiasmo, simple adhesión, frialdad o rechazo –empezando por la intención identitaria–; pero los juristas y demás técnicos asesores y redactores de proyectos se atendrán, es de esperar, a criterios modernos y constitucionales.]
El nacionalista vasco puede clamar cuanto guste por sus derechos históricos, pero no debería olvidar que su ideología no partió de esos derechos contemplados desde la racionalidad.  El nacionalismo sabiniano tuvo origen en la ocurrencia o ‘revelación’  de los hermanos Arana Goiri (1882), según la cual «los vascos no somos españoles», y por tanto tenemos derecho a «nuestra independencia de origen que tuvimos». De aquel mito nacería mucho después (1932) la celebración del Aberri Eguna, el día de la patria vasca. Y el mismo mito produce ahora el engendro de las consultas populares, que lanza la plataforma ciudadana Gure Esku Dago, con sus simulacros de referéndum de autodeterminación nacional.
Con todo, conociendo a mis paisanos, les haría injuria quien no les creyera tenaces hasta conseguir lo que se propongan, con o sin la venia del Derecho internacional, que tampoco ampara el secesionismo, ni siquiera el vasco, otro día lo vemos. Por eso no veo imposible del todo que el viejo Atlas de mi colegio, tarde o temprano, tenga un nuevo mapa que, como gusta decir por aquí, «ponga a Euskadi en Europa» , o «a Euscalerría en el Mapamundi». Podría suceder, sobre todo, si los gobiernos de España no se toman a sí mismo en serio. Y no me llevaré un berrinche por eso, que conste, aunque sí lo sentiría, como ya se siente aquí mismo, o en Cataluña, en Israel y en cualquier país o estado donde lo identitario marca y divide a la ciudadanía, en detrimento de la igualdad y de esa libertad de la que tanto presumen.