martes, 23 de agosto de 2016

Disputas en el firmamento


‘Rabinos en disputa sobre un pique del Talmud’  (Carl Schleicher (h. 1860/70)

Aprovechando la calma con que nuestros políticos se toman las cosas efímeras de este mundo, dejemos por el momento también nosotros los temas de actualidad para engolfarnos en la especulación trascendente.
El tema etno-religioso no es extraño a este blog, donde en varias ocasiones se han tocado aspectos del Cristianismo, el Judaísmo y el Islam, por no mencionar el Nacionalismo Vasco en lo que tiene de etno-religión, que es casi todo: es su médula, como en el zelotismo judaico.
Hoy invito a una velada sobre etno-religión judía, pero sólo de una rama particular: el Judaísmo rabínico. Mucha gente no sabe, o  le tiene sin cuidado, que el Judaísmo es multiforme. El propio Cristianismo nació como secta judía, en competencia con saduceos, fariseos, esenios, canaítas (o zelotas), hasiditas (o píos)  y demás. Jesús se mostró distante y despectivo frente al saduceísmo; y aunque se opuso al zelotismo patriótico, pescó prosélitos en ese grupo,  como el apóstol Simón el ‘Cananeo’ –llamado así en Mateo y Marcos, por el ‘Canaíta’, que Lucas traduce bien al griego como el ‘Zelota’–.
Muy distinta fue su relación con el fariseísmo. Una primera impresión es de enfrentamiento radical, como se percibe in crescendo en el Evangelio de Juan, donde judíos y fariseos vienen a ser sinónimos (tomemos nota). Pero a la vez conocemos a prohombres fariseos amigos secretos de Jesús, como fueron Nicodemo y José de Arimatea. Lo cual apunta a un fariseísmo polifacético, donde la hostilidad al nuevo Mesías se refiere sólo a los ‘hipócritas’, no a los fariseos ‘sinceros’ o ‘israelitas de verdad’ (Juan, 1: 47). El más ilustre converso fariseo, que nunca dejó de serlo, fue Saulo/Pablo. Pablo es el apóstol que, paradójicamente, pone a disposición del mundo gentil el cristianismo nuevo; pero un cristianismo impregnado del fariseísmo de Saulo.
Para entrar en materia, aquí dejo el preámbulo, con esta premisa: el Judaísmo rabínico sería el heredero y continuador del Fariseísmo de tiempos de Jesús y de Pablo. Este judaísmo, representado hoy por los grupos ortodoxos – lo de ultra-ortodoxia no sé bien lo que es–, se funda en dos pilares: la Escritura, cuyo núcleo es la Torah (o Ley de Moisés), y la Tradición rabínica, centrada en el Talmud.
Ambos pilares son equivalentes. ¿O tal vez el Talmud tendría más peso que la Escritura? Esto último ya lo reprochaba por adelantado Jesús (Mateo, 16: 23), que no conoció el Talmud por hacer, pero sí a sus precursores, los fariseos. Los ‘lazarillos ciegos’, les llamaba, por esa manía  de preferir «las disquisiciones humanas a la palabra divina». Los judaísmos ‘no rabínicos’ (si vale la etiqueta) en parte están de acuerdo con eso de primar la Biblia Hebrea y restarle o negarle importancia al Talmud y sus excrecencias.
Porque el Talmud, con ser la base del Judaísmo rabínico –una base harto ancha y compleja, como se adivina con sólo mirar por el forro la serie de tomos que ocupa el Talmud Babilonio, bien aprovechados como muestra la página–, se rodea de comentarios, y en su enorme variedad temática dio origen a una literatura, de sustancia y peso muy desigual.
De paseo por el Jardín de las Maravillas
Hace unas semanas honraba mi soledad rural con su visita un jesuita especialista en Sagrada Escritura. Incidentalmente surgió el tema de la utilidad del Talmud, y del rabinismo en general, para entender la  Biblia. Donde, con cierto asombro, vi al religioso bastante abierto al respecto. Utilidad no sólo como herramienta filológica obvia, sino también (y de ahí mi sorpresa) por la eficacia de su método para la exégesis y la especulación teológica.
Eso me ha movido a asomarme otro poco a ese huerto. De paseo por la afueras, nada más, porque es un laberinto de mucho cuidado. Mi sobada ‘Antología del Talmud’, de David Romano (J. Janés, 1953), no me sirve aquí de mucho. Buscando algo más sistemático, heme aquí de bruces ante ‘El Judaísmo al descubierto’ (1711), del hebraísta alemán Eisenmenger, a quien no conocía de nada.
Es un trabajo que impone por su volumen y densidad. Las dos partes o tomos cubren más de 2.000 páginas, sin contar al principio las 16 de bibliografía rabínica y auxiliar utilizada (unos 300 títulos), más otras 80 páginas finales de índice alfabético a todo detalle. El método del autor consiste en ordenar citas textuales, a menudo extensas,  en su original hebreo-arameo –la ‘lengua de los sabios’–, con traducción y glosa al canto, en alemán. Los comentarios del propio autor son escuetos. Todo muy compacto.
No es, por tanto, una obra fácil. Por ello ha sido objeto de refundiciones o adaptaciones abreviadas, en inglés y en alemán. Ambas omiten las citas en hebreo-arameo, e incluso la traducción textual y glosada, que resumen libremente y alteran el orden. La consulta del original sigue siendo imprescindible.
Bien; pero a todo esto, ¿quién fue ese Eisenmenger? Y aquí mi primera sorpresa, al verle en la picota de los antisemitas, a título de corifeo. «Eisenmenger (Juan Andrés). Filólogo y antisemita famoso» –entra en frío la ‘Espasa’, que siguiendo más o menos a la ‘Encyclopedia Judaica’, incluso remacha los toques pertinentes, en especial el ‘significativo’ subtítulo completo de su libro: “Informe fundamental y verídico de cómo los obstinados judíos ofenden horriblemente y deshonran a la Santísima Trinidad, a la Santa Madre de Cristo, desprecian el Nuevo Testamento» etc. etc. También en la biografía alemana de J. J. Schudt (1664-1722), en Wikipedia, se menciona a Eisenmenger como «uno de los precursores del antisemitismo moderno».
Nuestro autor y Schudt fueron, además de contemporáneos y conocidos, colegas que en el cambio de siglo XVII-XVIII se interesaron por la suerte y la posible integración o asimilación cívica de las juderías alemanas. ¿Antisemitas?
Juan Jacobo Schudt
No conozco retrato alguno de Eisenmenger. Uno que he visto pegado  a la portada de su libro no es suyo, sino muy posterior, del filósofo G. F. Daumer, figura destacada en el ‘caso  Kaspar Hauser (1828-1833)’. Valga pues, siquiera para hacernos una idea del traje académico de época, el grabado de Schudt, al frente de su estudio etnojudáico ‘Curiosidades Judías’ (Jüdische Merckwürdigkeiten, 1714).
Tanto Schudt como Eisenmenger escriben desde la ‘superioridad moral’ del Cristianismo respecto al Judaísmo, en los albores de la Ilustración. Atrás quedó la controversia escolástica antijudía que se nutrió bien y mal en obras como el ‘Cabestro de los Judíos’ (Capistrum Judaeorum, 1267) o el monumental ‘Puñal de la Fe contra moros y judíos’ (Pugio Fídei, h. 1278), ambas del dominico aragonés Ramón de Martín, o Martínez.
El Puñal fue durante siglos arsenal de munición anti talmúdica, y estaba disponible en edición espléndida (París, 1651), enriquecida con material propio por el talmudista bordelés Joseph De Voisin, flamante autor de ‘La Teología de los Judíos’ (1647). De Voisín sigue el método de Martín: ir citando autoridades rabínicas en su original hebreo-arameo con traducción latina, con toda la fidelidad que permitía el estado del arte en la época. Un método que viene a ser el mismo de Eisenmenger. Sin embargo, éste no cita a Martini ni su ‘Puñal’.
Como tampoco cita prácticamente nada del ‘Caso Reuchlin’, que dio origen a las ‘Cartas de Desconocidos’ (Epistolae Obscurorum Virorum, 1515-1517), obra maestra de la sátira alemana renacentista, donde el judío converso Juan Pfefferkorn hace de malo intrigante. De esta controversia sólo menciona el nombre irrelevante del judío converso Víctor Carben, sólo para decir que su ‘opúsculo de los judíos’, impreso en 1550, era inencontrable (!).
Johann Andreas Eisenmenger (1654-1704), n. en Mannheim de buena familia funcionarial en la clientela del Príncipe Elector del Palatinado, siendo todavía niño pierde a su padre, pero el duque Carlos I Luis le protege y le ayuda a desarrollar su aptitud demostrada en el restaurado Colegio universitario de la Sapientia, en Heidelberg: el estudio de lenguas orientales, que perfeccionará en Inglaterra, Holanda, antes de volver a Alemania.
Su estancia más fructífera fue en Amsterdam –la ciudad del judío maldito de judíos Baruch Espinosa (1632-1677)–, donde se relaciona con sabios rabinos que le iniciaron en su literatura religiosa. Allí concibió y puso mano a la gran obra de su vida: un estudio sistemático del Judaísmo rabínico profesado en su tiempo, con sus diferencias más chocantes frente al Cristianismo. Diferencias que para un cristiano eran sinónimo de ‘errores’.
A este tipo de empresas siempre se les busca a posteriori un motivo personal, alguna anécdota motivadora. Que para el caso fueron dos. En 1681, Eisenmenger habría oído a un rabino principal en una homilía despacharse contra Jesucristo. El Gran Rabino de Amsterdam era entonces David Lida, todo un peso pesado. Por si fuese poco, entre sus contactos en la misma ciudad nuestro hombre conoció a tres conversos al judaísmo, tres ‘malos cristianos’ que se habían hecho circuncidar. Cosas así no debían ocurrir, y el mejor preventivo era poner al desnudo, en alemán, las intimidades judaicas ocultas bajo el hebreo-caldeo. De ahí, ‘El Judaísmo al descubierto’.
Aquel estudio le llevará 19 años, entre Holanda, Francfort (donde conoce a Schudt) y Heidelberg; estudiando unas 200 obras judías, entre pequeñas y muy grandes, con gran esfuerzo que gasta su salud y patrimonio. Y aquí entra otra anécdota ‘explicativa’ como las dos anteriores. ¿Cómo tuvo este cristiano tanta entrada con los rabinos de Francfort y sus bibliotecas? Muy sencillo: el discípulo les engañó haciéndoles creer que pensaba en convertirse.
Este infundio tan repetido se basa en un doble malentendido. Es creíble, como escribió Schudt, que algunos rabinos, en cuanto veían a un cristiano curioso del Talmud o la Cábala, se les antojaba un judío en ciernes.  Pero al revés, cabe pensar, los mismos rabinos, que tampoco enseñaban nada gratis, ante los murmullos de su parroquia por aquella ‘venta de secretos judíos’ se justificarían alegando que el goy (el gentil) venía con ánimo de desprenderse de su prepucio, más que de su dinero.

Procesión cívica de judíos  (Francfort, 1716). De Schudt, Curiosidades judías

En 1700 ya estaba lista una tirada de 2.000 ejemplares, de los que algunos circularon privadamente, a manera de sondas como se estilaba. El autor estaba ansioso, por su libro y por su salud. La empresa de su vida le trajo dos cosas importantes, que al fin se quedaron en una. En primer lugar, su nombramiento de profesor de lenguas orientales en la maltrecha Universidad de Heidelberg. La segunda cosa fue el gran disgusto que le llevó a la tumba.
Las juderías pronto tuvieron conocimiento de ‘Entdecktes Judenthum’, que ellas traducían, ‘Eisenmenger al descubierto’. Conscientes de su peligrosidad, el lobby judío en la Corte Imperial no cejó hasta conseguir el secuestro de la edición, a expensas del banquero judío Samuel Oppenheimer. Hasta los influyentes Jesuitas se dejaron convencer de que aquel trabajo tan documentado de un autor protestante no era útil a la causa católica, y lo condenaron.
Francfort pertenecía a Prusia. De los 350 estados independientes en que salió dividida Alemania de la Guerra de los 30 Años y Paz de Westfalia –¡350 estados, se dice pronto, sólo en Alemania!: el sueño húmedo del nacionalismo no fractal–, Prusia era uno de los pocos grandes, donde al que tuvo se le dió más; el Palatinado, en cambio, fue uno entre los muchos pequeños y disminuido. Así, cuando el nuevo protector de Eisenmenger, el insignificante elector palatino Juan Guillermo de Neoburgo (1690-1716), quiso abogar ante el emperador Leopoldo por la publicación del libro, interesó en ello también al gran duque elector prusiano Federico III (1688-1713), que desde 1701 se llamará Federico I rey de Prusia, por servicios militares prestados al Imperio austríaco.
Federico I era rumboso y magnificente, a la vez que pío y tolerante en religión. La reina consorte Sofía Carlota seguía las ideas filosóficas e irenistas de su amigo y maestro Leibnitz. Los judíos del reino, aun lejos de la igualdad en derechos civiles, vivían prácticamente como los demás ciudadanos, y desde luego bastante más tranquilos que en otras partes. Al no conseguir nada de la corte de Viena, el propio rey Federico decidió reimprimir la obra. 
Para estorbarlo –se dice–, una comisión de judíos, con dinero de Oppenheimer (1704), hizo al autor la propuesta de comprarle la docena de ejemplares que le quedaban, por la suma astronómica de 12.000 guineas. Se dice también que él les pidió doble y mitad, y no hubo acuerdo. Pero me atrevo a decir que todo esto suena a falso. ¿A quién se le ocurre que iba a vender la obra de su vida por dinero? Si acaso, Eisenmenger les despachó con cajas destempladas, porque el mismo año muere de apoplejía. Lo que sí entra en lo posible es que sus herederos, nada desinteresados, una vez fallecido hiciesen la controferta.
El rey de Prusia sacó 3.000 ejemplares (Berlín, 1711), sólo que poniendo en pie de imprenta Koenigsberg, ciudad que caía fuera de la jurisdicción imperial. (La edición príncipe sólo se liberaría casi 40 años después de impresa, con portada indicativa del evento.)
La edición prusiana exasperó incluso a la judería de Francfort, pero tuvo el efecto positivo de permitir que los propios sabios judíos tomasen conocimiento de primera mano. Algunos emitieron juicio, reconociendo al menos la autenticidad de las citas, lo correcto de las traducciones, en suma, la honestidad científica y humana del pobre Eisenmenger. El Rabinato sabía de sobra que aquella no era la obra de un botarate. Entre los informes previos a la impresión, unánimemente positivos, algunos llevaban la firma de un rabino.
Juan C. Wagenseil (1633-1705)
Pero llovía sobre mojado. En 1681 otro gran especialista en judaísmo rabínico, Juan Cristóbal Wagenseil, había publicado un título incendiario, Tela ignea Satanae (Dardos ígneos de Satán), dando a conocer al público académico hasta media docena de libros judíos anticristianos «arcanos e inéditos, extraídos de escondrijos europeos y africanos, y sacados a la luz».
El nombre de Wagenseil seguramente nos suena más en relación con la música. Sin confundirle con su descendiente el compositor vienés Jorge Cristóbal Wagenseil (1715-1777), Juan Cristóbal fue el primero que estudió la institución germánica de los ‘Maestros Cantores’ y publicó muestras de su música (1680), que dos siglos después inspiraron a Wagner (1868).
Pero volvamos a su liaison dangereuse con la Sinagoga. De su libro sobre la Sota (‘la mujer sospechosa de adulterio’) –uno de los tratados del Talmud– tal vez haya ocasión de comentar algo otro día, aquí sólo decir que demostró una erudición pasmosa, junto con un criterio tal vez no a la misma altura (1674). En cuanto a la obra citada, los ‘Dardos de Satán’, aquellos escritos anticristianos más bien olvidados que desconocidos se cerraban con el escandaloso Toledoth Yeshu (‘Historia de Jesús’), que fray Raimundo de Martín ya había puesto en latín en el siglo XIII.
Es un panfleto medieval, que aunque hoy se le resta importancia, en siglos pasados corrió como parodia de midrash hagádico (o historieta edificante). Aunque no sea obra canónica, recoge chismes sórdidos del Talmud  sobre Jesús Nazareno. Pero ojo, advierten judíos modernos: se trata de «un personaje del s. II a. de JC, que nada tuvo que ver con el Jesús Cristiano». ¡Hombre, esto debió avisarse a tiempo! De todas formas, la novelita judía no deja lugar a dudas, qué Jesús hace el gasto.
¿Era Wagenseil antijudío? No más que Eisenmenger. Ambos protestaron esperar la salvación de Israel –tal como ellos podían entenderla, obviamente–, y Wagenseil publicó un libro con ese título, ‘Esperanza de la Salvación de Israel’ (1705 y 1707). Y aunque pidió a las autoridades se prohibiese la circulación de ‘blasfemias’ judías, así como ciertas prácticas abusivas (como la usura), excluyó explícitamente como calumnias las imputaciones más graves que se hacía al judaísmo, empezando por el infanticidio ritual y el tráfico de sangre cristiana. En todo lo demás, los judíos no debían ser molestados. Llamar «sucio antijudío» (nasty anti-Jewish)  a un un sabio que dedicó su ciencia, su tiempo y su dinero a refutar en todo un libro la conseja del asesinato ritual es tener una idea algo peculiar del antisemitismo.
San Simón de Trento (1475). Supuesto asesinato ritual judío (Chronica Mundi)
En cuanto al antijudaismo de Eisenmenger, sólo un detalle. En el ‘Judaísmo al descubierto’ (1: 147) él mismo habla de otra obra suya paralela, con el mismo método expositivo, demostrando la verdad del Cristianismo con los argumentos del Judaísmo rabínico al pie de la letra. ¿Qué fue de esa obra? Se quedaría en proyecto, o no la pudo acabar. En todo caso, extraño plan, para ser de un ‘antisemita’.


¿Otro profesor de hebreo que no sabe hebreo?
La segunda sorpresa sobre Eisenmenger será que hay quien se permite dudar si conocía las obras que citaba; y lo que es más peregrino, si sabía algo más que rudimentos de hebreo. Sí, han leído bien. Ambas preguntas estupendas pueden verse nada menos que en el prestigioso portal-biblioteca Academia.org, en supuesta ‘reseña’ (review) de la obra por berenike (01-13-2013). 
Este nick femenino, se repite allí mismo en otras reseñas de filología oriental, displicentes todas y pontificales. Gesenius, el autor del primer diccionario hebreo bíblico ajustado a la exigencia de la filología moderna, es bestia parda para berenike. La descalificación de Eisenmenger y su obra es total sin paliativos:
«Sólo para personas fuertes de estómago. Gustav Dalman llamó el trabajo de Eisenmenger compendio de todo lo hay de ‘repulsivo’ en el Cristianismo (a compendium of all that is ‘repulsive’ in Christianity), y una representación nada exacta del Judaísmo. ¿Todavía deseáis leerle? Bien, si habéis leído ‘El Talmud desenmascarado’ de J. Pranaitis, ya tenéis leída la mayor parte del cap. 2. Pranaitis lee a Eisenmenger y le plagia, incluso en sus errores.
Por ejemplo, Eisenmenger pretende haber leído el Talmud en hebreo. Quien tenga alguna idea del Talmud sabe que se escribió en una mezcla de hebreo y arameo. Además, Eisenmenger mismo copió, incluso citándole, a Johann Buxtorf. De modo que Eisenmenger no toma sus materiales directamente del Talmud. En segundo lugar, tenemos amplio espacio para poner en duda que Eisenmenger entendía el hebreo
La única buena razón para leer a Eisenmenger es para desacreditar a los que le han copiado, concretamente a Pranaitis y a Heinrich Laible, y de segunda mano a Robert Travers Herford, que copia por extenso a Laible.
Esto hace de Eisenmenger el fundador de la Gran Mentira. Y ustedes que pensaban que eso lo hizo Hitler. Por eso es por lo que este libro es sólo para gentes de buen estómago.»

Sólo pretender haber demostrado así que el profesor de lenguas orientales de la Universidad de Heidelberg no tuvo ni idea de gramática hebrea es una candidatura formal al grado de estulticia cum laude. Cuando el doctísimo Franz Delitzsch –no judío, pero tampoco simpatizante de nuestro autor, ni de libro como éste– examinó la obra con lupa, los lunares que detectó (¡en un conjunto de más de 2.000 citas!) no fueron de gramática elemental, ni desconocimiento de las fuentes, como denuncia berenike.

Cábalas judías: Dios en el Espacio
El Libro de Raziel en edición moderna
Empezando por la idea sobre Dios, que es el principio de toda religión, abrimos el «manuscrito y nunca impreso Libro de Raziel». Un libro cabalístico que dicho ángel reveló a Adán.  De ahí también el título de Gale Razeia (‘Revelaciones de Razías’), que es como lo citó el jesuita Martín del Río en sus Disquisiciones Mágicas. La obra se leyó mucho en el Renacimiento, cuando se plantea el proyecto de una ‘Cábala Cristiana’. Y antes aún, sin entrar en esos dibujos, el Raziel se leyó en la corte castellana de Alfonso X el Sabio, que ordenó su traducción al latín.
Dicho libro pone en boca de Rabí Ismael lo que le comunicó el Metatrón o ‘Gran Príncipe del Testimonio’, acerca de las dimensiones del Dios Yahweh en el espacio. Medidas expresadas en rebabs o miríadas (1 rebab = 10.000 millas). Pero no millas comunes, sino  celestes, donde 1 milla celeste = 10.000 millas de las nuestras.
Sobre esta base, el Ser Divino, sometido a una especie de bertillonaje cabalístico, encaja en esta ficha antropométrica:
«Desde la Casa de su Majestad hacia arriba, 118 rebabs (1.180.000 millas); y otras tantas desde dicho centro hacia abajo.
Altura de Yahweh: 236 x 1.000 rebabs.
Envergadura de brazo a brazo: 77 rebabs.
Distancia interpupilar: 3 rebabs.
Medidas craneocefálicas (largo y ancho): 3 rebabs.
Las coronas que lleva en la cabeza suman 60 x 10.000. en correspondencia con el número de los del Dios de Israel (o sea, las almas de los verdaderos israelitas). Por eso se llama el Dios Grande, el Poderoso y el Terrible.»
«A vuelta de hoja» (1:3), el mismo R. Ismael afirma haber visto personalmente al «Rey de los Reyes de todos los Reyes sentado en su trono alto y excelso, con sus ejércitos en posición de firmes ante él a derecha e izquierda», mientras otro Metatrón, ahora titulado ‘Príncipe de Ambas Caras’, le revelaba las dimensiones del Dios bendito, ocultas a toda criatura:
«Las plantas de sus pies pisan como escabel el mundo entero (cfr. Isaías, 66: 1), y la altura de los mismos mide 3 rebabs; desde las plantas hasta el empeine, 1.000 rebabs + 500 millas; desde el empeine hasta las rodillas, 19 rebabs + 4 millas en alto; de las rodillas a las caderas, 12 rebabs + 1.004 millas en alto. De las caderas al arranque del cuello, 24 rebabs. Altura del cuello: 30.000 rebabs + 800 millas. Largo de barba: 11.500 millas. La niña de su ojo derecho mide igualmente 11.500 millas, y lo  mismo la del izquierdo. Distancia entre hombros:  16.000 rebabs. De un brazo al otro: 12.000 rebabs; equivalente a la longitud de los dedos de la mano, unos con otros.»
Para concluir:
«R. Ismael me dijo delante de su alumnado: “Yo y R. Aquiva somos garantes en esta materia, y que todo el que sepa las dimensiones de nuestro Creador y la alabanza del Dios santo y bendito tenga por seguro ser un hijo del Siglo Venidero”»
Es decir, el conocimiento de esta metrología divina asegura la vida eterna. Así, siendo tan importante esta ciencia, es natural que se repita en otras obras del género, como en las Othioth de R. Aqiba. Opúsculo también cabalístico, cuya atribución de autor es convencional, un seudo epígrafo. El título significa ‘caracteres o signos’ (letras, sobre todo). Allí se cita el Salmo 34: 19: «El Señor está próximo a los que tienen roto el corazón» ¿Como cuánto de próximo? Esta última palabra da pie a un comentario metrológico:
«En la Corte celestial, los ángeles al servicio más directo de la Majestad divina se mantienen a una distancia prudente de 36.000 rebabs. Y apelando a Isaías 6: 2, donde dice que “los serafines estaban por encima de Él» (mecal lo), la partícula lo expresa 36, referido a rebabs en sentido cabalístico . Esto indica que el cuerpo físico de la Majestad divina  mide 2.720.000 millas de largo.
De ellas corresponde, de riñones para arriba, 1.180.000, y de riñones abajo otro tanto. Pero esas millas no son como las nuestras, sino como las suyas (de Dios), a razón de 1 milla divina = 1 millon de codos, a razón de 1 codo divino = 4 palmos y una mano; pero un palmo de los suyos mide desde un cabo del mundo al otro cabo, según Isaías 40: 12, donde dice: “¿Quién metió el agua en el puño y abarcó el cielo con un palmo?”.»  
Y así sucesivamente. La conclusión inmediata es que, si de una parte el antropomorfismo es crudo en libros de curso legal en las juderías de Europa, tampoco evocan un canon estético praxitélico. Más bien un Dios, como queda dicho: grande, poderoso, pero sobre todo, sobre todo, terrible. Y a todo esto, el Metatrón de turno nos deja en ayunas sobre el misterio que encierra una información tan saludable.

Dios en el tiempo
Conocido Dios en su relación con el espacio, veámosle atrapado en el tiempo. ¿En qué se le va el tiempo a Dios? Aquí no es ya la Cábala, sino el Talmud nuestro primer guía.
«En segundo lugar, Dios es estudioso: ninguna ciencia se le escapa, y menos que ninguna la ciencia de las ciencias, la Torah o Ley divina. Según el Talmud (tratado Avoda sara (fol. 3, col. 2):
“Dijo R. Judas, citando al Rab: Doce horas tiene el día. Las tres primeras las pasa Dios sentado a estudiar la Torah. Las otras tres, sentado a juzgar el Mundo. Las otras tres, sentado, alimentando al Mundo. Las tres últimas, sentado jugando con Leviatán.”
Pero en el Targum de Jerusalén (traducción libre caldea del Pentateuco) se lee algo diferente:
“El profeta Moisés dijo: Cuando yo subí a lo alto, vi  allí al Señor del Mundo que partía el día en cuatro partes: Tres horas estudiaba la Ley, tres horas juzgaba, tres horas se ocupaba alimentando al Mundo, y en las tres restantes ayuntaba a los machos con las hembras”.»  
El monstruo Leviatán, en la conocida versión de  Thomas Hobbes (1651)
El monstruo Leviatán, especie de dragón marino, es según la Biblia hebrea el animal de compañía de Yahweh, su mascota o juguete vivo, según el Salmo 104: 26. De este pasaje salió también la idea de Dios echando de comer a sus criaturas “en las horas fijadas”.
La subida de que habla Moises se refiere al Cielo, no al Sinaí. Es algo que en la literatura apócrifa se repite hasta la saciedad: fijarse en un personaje bíblico o tradicional y hacerle subir al cielo en viaje de estudios, donde le van mostrando esto o lo otro. La Ascensión de Moisés ha dado mucho juego, del que quedan muestras como ésta, recogida en el Bamidbar Rabbah, un midrash o comentario religioso sobre el libro de los Números:
«R. Aha, citando a R. Hanina, dijo que Moisés en aquella ocasión de su ascensión a lo alto, oyó la voz de Dios, que estaba sentado estudiando la lección de ‘la Vaca Rufa’.»
El pasaje de la pobre Vaca Rufa (mejor que Roja), cuyas cenizas se usaban en un rito purificador, surge de improviso en el libro de los Números (cap. 19). El Moisés del comentario rabínico no ve a Dios, pero le oye, pues los antiguos siempre leían en voz alta, aun estando solos. (Leer uno para sí todavía era raro en el siglo V de n. E.).
Aquí la intención de R. Aha era probar el origen de una halakah o precepto legal; pero estas historias giraban en torno a la enorme importancia que daban a su profesión los rabinos, como sucesores de los escribas y fariseos. Estudiar la Torah era la ocupación más sagrada, de la que el mismo Dios daba ejemplo. He aquí otra muestra, que nuestro autor toma del Targum de los Cantares (5: 10) y en la Exposición del Pentateuco de R. Manasés de Recanati (s. XIII):
« La asamblea de Israel se puso a entonar la alabanza del Señor del Universo, diciendo: “Yo he de servir al Dios que de día se viste una túnica blanca como la nieve y estudia los 24 libros de la  Torah, los Profetas y las Escrituras; de noche en cambio, las seis parte de la Mishnah”»
Así que de día Biblia Hebrea, que consta de 24 libros, y por la noche Talmud, que tiene como núcleo la Mishnah.
Recepción de la divina Torah - Haggadah de Sarajevo
Escuelas por abajo y escuelas por arriba
Tanto estudio no lo guarda Dios para sí, convertido Él en maestro de escuela. Así en el Yalqut Shimoni, o ‘Colección de Simeón’, una frase de Isaías da pie a este comentario:
«Empieza diciendo que, desde la destrucción del Templo, Dios ya no juega, sino que se dedica a la enseñanza:
“¿Pues qué hace, entonces, en aquel cuarto del día? –recordemos, cuando jugaba con su Leviatán–. Se sienta y se ocupa en enseñar a los chiquillos de escuela la Torah; como está escrito (Isaías, 28: 9): ¿A quién enseña la ciencia? ¿A quién explica la  lección? A los recién destetados, a los retirados del pecho”.»
«En tercer lugar, enseñan que en el firmamento celeste hay yeshivas (escuelas superiores), donde los rabinos difuntos y otras personas estudian con aplicación, incluso los demonios. En dichas  escuelas de vez en cuando se levantan fuertes discusiones contra Dios, y el propio Dios sale vencido por sus oponentes.  
De las escuelas superiores está escrito en el cabalístico Yalqut Rubeni Gadol (‘Antología Mayor’), tomado del Libro del Misterio (Peli’a):
“Sabe, que ninguna escuela superior hay aquí abajo, que no tenga su correspondiente allá arriba. Así, cada una de las escuelas superiores aquí abajo tiene arriba una potencia y un sombra (entiéndase, un ánngel de la guarda) que le cubre. Y si aquí abajo hay mil escuelas, otras tantas hay arriba.”
Así también en el libro Emeq ham-Melek (el Valle del Rey)... está escrito acerca de R. Isaac Luria:
“A veces el profeta Elías (de bendita memoria) se le aparecía y le enseñaba los secretos de la Ley. De modo que finalmente cada noche su alma era llevada a la Escuela superior de arriba, asistida por cohortes de ángeles serviciales protegiéndole en el camino, hasta dejarla allí en la Academia del Firmamento.
Como le preguntaran, ¿qué escuela elegía para sentarse a aprender?, dijo que “unas veces la escuela de Rabí Aqiva, otras la del Gran Rabí Eliezer, y algunas también elegía la Escuela de los Profetas”.
También en el Midrash Qoheleth se lee lo que sigue:
“Dijo R. Yohanan: Todo aquel que se esfuerza en la Torah en este mundo, en el mundo que viene no dormirá, sino que será llevado a la Escuela de Sem, Heber, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y Aarón.”
Por otra parte, en Yalqut hadash (o ‘Colección Nueva’) se recoge esta enseñanza del Zohar:
“Dos escuelas superiores hay, la una por encima de la otra. La una es la Escuela del Firmamento, la otra es la que está más arriba. En ésta, la suprema, no se admiten discusiones ni debates, cosa que sí se da en la Escuela del Firmamento. Y todas las cuestiones que se plantean allí se resuelven en la Escuela Suprema. Ahora bien, en un futuro, se alejarán también en la Escuela del Firmamento las discusiones y debates; y por eso se dijo: Haya paz en tu muralla y reposo en tus alcázares” (Salmo 122: 7).»  
Nutrida promoción de una escuela superior ortodoxa en Cincinnati, Ohio
Todo buen rabino concibe no sólo la tierra, sino el universo entero como una red de redes interactiva de ciencia bíblica, donde el debate se alarga y enriquece de día y de noche, y donde su profesión no conozca el paro:
«Respecto al profesorado en dichas escuelas, no lo forman sólo los rabinos difuntos, sino también ángeles. Tocante a los rabinos difuntos, he aquí lo que está escrito en el Talmud, tratado Sanhedrín:
“Todo aquel que enseña la Tora en este mundo se merece enseñarla en el mundo venidero, como se dijo: El que enseña, seguirá enseñando” (Proverbios, 11: 25).
Así R. Aqiva, como también R. Eliezer y demás, enseñan allí como lo hicieron aquí en el pasado. En cuanto a los ángeles profesores, esto es lo que se lee en la Colección nueva tomado del libro Tikkuney Zohar Hadash (‘Correcciones del Zohar’, o el ‘Nuevo Zohar’):
“La Casa de Shammay y la Casa de Hillel tienen sus respectivos maestros, que son Miguel y Gabriel, y el que decide entre ambos es Uriel.”»
Por lo demás, el programa de toda esa red de escuelas de arriba y de abajo es siempre sobre lo mismo: la Torah. Los otro 19 libros de la Biblia (Profetas y Escrituras) son accesorios, para explicar aquellos cinco primeros.
Sinceramente, la teometría cabalística me deja frío, porque de Cábala no entiendo papa. En cambio, me cae  simpático ese optimismo de los rabinos en su empeño de agotar la Ley, fantaseando sobre ángeles y almas difuntas discutiendo en el firmamento estrellado. Llevando la contraria si se tercia al mismo Yahweh, hasta cerrarle la boca –la blasfemia más hermosa que he oído nunca, y mira que en el Talmud las hay–. Si esto es antisemitismo, casi estoy por declararme antisemita y hasta judío. Sigamos.
El Decálogo, que tan sencillo parece al hombre común, en una tertulia de rabinos se vuelve galimatías, y entender la Torah requiere Dios y ayuda. «¡No puedo con ella!»: elocuente expresión de un desesperado Rabí Aqiva.
Esta protesta del gran sabio conmueve a Dios, que pasa el asunto a su ministro de Saberes y Entenderes, el arcángel Sangazel. El cual secuestra a Moisés «en otro lugar», tras la cortina del Santasantórum, y allí le pone a prueba, por no decir tortura: la fantasmagoría de todas las generaciones de sabios judíos que trabajaron para entender al gran legislador de Israel. Moisés impertérrito no suelta prenda, él es un mandado, con sus limitaciones, que ya le advirtió al Señor: «A mí no me líes en esto, que soy tartamudo. Búscate a otro, y que le aproveche» (Éxodo, 4: 13).
Pero mejor nos lo cuenta la fuente consultada por Eisenmenger:
«En el librito Los Caracteres, de R. Aqiva se lee:
“Moisés vio la sombra de R. Aqiva proyectada en la Cortina del tabernáculo divino. Estaba sentado, combinando los trazos de cada uno de los caracteres o letras de la Torah, de donde deducía 365 sentidos diferentes. Lo cual le hizo estremecer, y temblando decía: ¡No puedo con las palabras de la Torah! Como se dijo: Por favor, Señor, envía a otro”.
 El Dios Santo, bendito sea, tenía claro (¿o no tan claro?) el pensamiento de Moisés. ¿Y qué hizo el Santo, bendito sea? Le puso en contacto con Sangazel, príncipe de toda sabiduría y entendimiento. ¿Y qué hizo éste? Agarró a Moisés y se lo llevó a otro lugar, y detrás de la cortina del mismo le presentó a miríadas de espectros de sabios y de peritos, miembros del Sanhedrín y escribas. Los cuales tomaron asiento para ir investigando los sentidos de la Torah, la Micrah (o Lectura bíblica), la Mishnah (o Repetición, el núcleo del Talmud), el Midrash (o Ensayo doctrinal) normativo, el narrativo y el  auditivo (o histórico), las Toseftas (o Adiciones al Talmud), tratando de aclarar lo que quiso mandar Moisés desde el Sinaí”, etc.»     
¿Pero cómo fijar lo que cambia de la noche a la mañana? Lo dice el Bereshit rabba, el gran comentario judío al Génesis: “No pasa día tras día sin que el Santo Dios, bendito sea, renueve la norma”. Sin Boletín Oficial del Firmamento, el pobre rabino va a tientas, y lo del lazarillo ciego no es enemistad cristiana, es la pura realidad...
¡Pero qué horas son estas! A cada día su afán, que dijo el Sabio. Mañana, si Dios quiere, amanecerá otro día.


(Conclu-tinuará)