domingo, 28 de febrero de 2016

Las muletas del saber


Thot, el dios de la escritura
En mi entrada anterior, sobre el plagio, procuré guardar las formas de la escritura superficial y frívola, como pedía el asunto de fondo, anecdótico, poniendo de salsa la justa para tan ruin perdiz. Ahora, rebañando la olla, veo materia para otro artículo de pasatiempo. Nos divertiremos un rato, como con las fotos viejas de familia y su prendería pasada de moda, recordando aquí otros disfraces de antaño, para vestirse de cultos y leídos incluso los zotes.
¿Desde cuándo? Los primeros vagidos de la escritura, en papiros jeroglíficos o en barros cuneiformes, son recordatorios, recetas y fórmulas para no estar siempre inventando la rueda. 
Exagerando a su aire, el divino Platón llegó a decir que el arte divino de Theut escribano no nos trajo más utilidad que producir chuletas para vagos. La escritura mató la memoria, y como daño colateral, el entendimiento [1]. Se ve que Platón no tenía idea de ‘memoria histórica’, y en su tiempo era menos necesaria que hoy la hemeroteca.
Ya vimos cómo la coartada moral de la pedagogía ha sido estirar la imitación al límite, sin llegar al plagio descarado y, sobre todo, ‘descarable’. Ahora bien, para imitar a un modelo hay que estudiarlo; y eso pide esfuerzo, luego no vale la pena, que silogizará Homer Simpson, destilando añeja filosofía parda.
Aprender de prisa estudiando lo menos posible. En persecución de esa quimera, la historia de la literatura pedagógica es mayormente la de los libros sucedáneos de libros: los compendios, extractos, selecciones, antologías.
Antología en griego, florilegio en latín, es ramillete: piezas y textos escogidos de un autor o una materia. Un paso más, y extractando antologías sobre diversas materias, el destilado resultante es la poliantea.
Poliantea, lugar florido: tropo elegante para designar una enciclopedia sobre tópicos o lugares comunes, ilustrados con textos y citas citables. Fue el título elegido por un clérigo humanista italiano para su nuevo diccionario enciclopédico [2].

Domenico Nani Mirabelli fue canónigo maestrescuela y arcipreste de la catedral de Alba Pompeya, la italiana Savona (Liguria). Pensando sobre todo en la juventud estudiosa de la retórica, define términos aclarando los más difíciles y enseñando el uso correcto. A este fin, despoja a más de 170 autores sacros, eclesiásticos y profanos, sobre tópicos varios de la cultura medieval. Pero el autor tampoco olvida a los adultos, que eran los que compraban los libros. Y como el árbol del saber es demasiado frondoso, limitará lo enciclopédico a los conceptos más generales: virtudes y vicios, el alma y el cuerpo etc., temas propios de la composición escolar y el púlpito, con enfoque moralizante.
La Polyanthea entró con buen pie. Desde la edición príncipe, 1503, hasta 1681 hubo al menos 41 ediciones. En ellas, después de Nani, meten mano otros autores, sobre todo Joseph Lang, que al hacerse catolico y quedarse en el paro «con mujer y cinco hijos a cuestas» tuvo que hacer dinero ampliando la obra como Nueva Poliantea (1607). Si la edición original en 680 páginas contenía unas 430.000 palabras, las ediciones definitivas (1620) llegarán a los 2,5 millones de palabras en  3344 columnas in folio de letra menuda [3].
Nani se beneficio, por supuesto, de obras anteriores; y en cuanto a las entradas originales, se ha detectado que siguió muy de cerca a Tomás de Irlanda en su Manipulus florum (1300). Sin citarlo, claro, y hasta el mismo título, Manojo de Flores, lo viste de griego, Poliantea. Así funcionaba la industria cultural en el nuevo empuje de la imprenta. No extrañe, pues, que los usuarios también olvidasen citar la fuente de su cultura improvisada. Sólo en este sentido se puede hablar de ‘diccionarios secretos’: aquellos que todo el mundo consultaba y copiaba sin reconocerlo [4].
Por lo demás, de ‘secretos’ nada. En mi modesta biblioteca tengo un ejemplar de Lyon, 1620, un mamotreto muy traído, manoseado y visitado hasta por los roedores. El final lleva una nota manuscrita de un censor bilbaíno:

«Expurgué esta Polyanthea conforme al Expurgatorio nuevo del Sto. Officio de la Inquisición, yo don Martin de Luxarra, comisario del dicho Sto. Officio en Vilbao a 26 de henero de 1623» Firma: D. M.în [Martín] de Luxarra.
Réplica airada, también manuscrita, de un anónimo:
«Pues fuiste un bruto que cortaste páginas»
La protesta en sí no me parece mal. Aunque, la verdad, no veo que al libro le falte página ninguna. Como tampoco he podido hallar los expurgos de Don Martín. Tal vez el anónimo era algún adelantado del escrache, que ni siquiera vino de consulta. Su nota es posterior a la censura en más de un siglo, cuando ya la gente se atrevía con la Inquisición por bajines, y era de buen tono censurarla, siempre desde el anonimato.
El señor comisario, por su parte, tal vez se limitó a poner su nota de trámite, a efectos de cobro, pues a lo que parece era puntilloso en esto último, como vamos a ver.
Allá por 1612 en el puerto de Bilbao se arrastraba un litigio entre el comisariado de la Inquisición de Logroño y el corregimiento, a cuenta de los derechos (y deberes) en la ‘visita’ de barcos, por si traían matute. La visita era doble, civil e inquisitorial, y era previa a todo desembarco de personas y mercancías. El inquisidor y el vista de aduana tenían que ir de acuerdo, cosa que no siempre ocurría.
La Inquisición buscaba sobre todo biblias y otros libros protestantes, que teóricamente podían esconderse en cualquier tonel o embalaje, y un celo excesivo perjudicaba al comercio marítimo, máxime si se cobraba por cada efecto revisado y con cargo al flete. Téngase en cuenta que el comisario se hacía asistir de un alguacil o familiar del Santo Oficio y de un notario, que también querían cobrar.
Pues bien, el año indicado, el Consulado de Bilbao ofrece abonar por todo el ‘servicio’ de inquisición la suma de 2.000 reales anuales, a repartir entre los tres: el comisario, que lo era nuestro D. Martín Luxarra, el alguacil, un tal felipe Hortiz de Luengas, y el notario Pedro Fernández del Campo. Se aceptó la propuesta, que incluía también eliminar chanchullos algo feos. Estos caballeros se abstendrían en adelante, con ocasión de su visita, de toda transacción en el buque, sacando mercancía sin pagar derechos.  De lo que se entera uno por Internet, que no por el Labayru.
Así redondeaba sus ingresos este hijo y nieto de los Luxarra, navieros y mercaderes con base en Bilbao y Sevilla, pues Don Martín era a la vez el párroco de San Antón, casi todo un obispillo en Bilbao, como quien dice [5].
Elogio del saber postizo
Pocos años después de la censura de mi Poliantea, todo un Naudé proclamaba (1627) que para buena información nada como buena biblioteca [6]. Y aquí agárrense: una donde no falten (págs. 41-42)
«todas suertes de lugares comunes, diccionarios, misceláneas, varias lecciones, colecciones de sentencias y demás repertorios, porque es camino andado y materia lista para los que saben usarlo con provecho. Bien entendido que también hay muchos que hacen el milagro de hablar y escribir sin haber visto más libros que esos. Por eso se dice que el Calepino, o sea cualquier diccionario, es el puchero del enseñante; y aun pondría yo, el de muchos y muy famosos personajes…»   
El gran erudito francés es indulgente con el uso de tales instrumentos (pág. 43),
«tan útiles y necesarios, ya que la brevedad de nuestra vida, y lo mucho que hay que saber hoy en día para entrar en la categoría de los doctos, no da lugar a hacerlo todo uno mismo. ¿Qué hay de malo en tomar prestado de los prestamistas? Con tal que se haga como pide Séneca, de modo que si se viere de dónde se toma, al menos parezca otra cosa diferente de como  allí era (Epíst. 8).»
Siempre la misma broma, sobre el modo correcto de colocarse y lucir las plumas ajenas. Se acerca la era de Jean Mabillon (1632-1707), la crítica pisa en sólido, la ciencia poco tiene que temer, y mucho que reír, a cuenta de los seudo sabios de poliantea. Ya en el siglo XVIII aquellos adminículos son trastos viejos, aunque de alcance todavía para predicadores y gente así [7].

Como la que encontrará Peter Burmann el Viejo (1668-1741) en su poema alegórico latino El Sueño o Viaje a la Arcadia Nueva (1710). Una turba de escribientes tumbados por los suelos, entre montones de polianteas, arramblando con avidez tesoros ajenos, rapiñando de los ‘lugares comunes’, rellenando en breve tiempo resmas y resmas… Buena ocasión para recitar toda la panoplia de
Léxicos y  glosas, analectas, teatros, medulas,
   Métodos, tesoros, bibliotecas también
Fascículos, flores, sintagmas, símbolos, selvas,
   Noticias, tablas, lámpara, linterna,
Delicias, frases, guías, proverbios y llaves,
   Atrio, vestíbulo, puerta, camino, vía,
Con las otras ayudas usuales, que al pobre en ayunas 
En libros gordos le suministran yantar... [8]

Erudición a la violeta
En el Siglo de las Luces, ‘cuando Europa hablaba francés’ (Marc Fumaroli, 2001), suele decirse que la sociedad culta española se dividió en dos bandos, afrancesados y castizos. Los primeros, todavía sin connotación política. No tan sencillo. Aun quitada la hueste mayoritaria de castizos incultos, quedaba el bando de los afrancesados castizos debatiéndose en su contradicción. ¿Regeneracionistas ilustrados? Dejemos eso.
Estos intelectuales laicos, cuyo prototipo suele parecerse a Jovellanos, necesitaban una criatura, caricatura de sí mismos, en la que descargar su mala conciencia. 
Otro del grupo y de su misma edad, el militar José Cadalso, sacó el retrato-robot de aquella categoría grotesca y hasta le puso nombre: Los eruditos a la violeta (1772). Cadalso publicó esta sátira como José Vázquez, con su segundo apellido. El éxito le movió a añadir un Suplemento el mismo año: una antología literaria humorística. También compuso El buen militar a la violeta, pero no se publicó en su corta vida.
Cadalso presenta su panfleto, Los eruditos a la violeta, como «curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones para los siete días de la semana». Tras una dedicatoria a Demócrito y Heráclito, el filosofo del reír y el del llorar, entra en materia el Lunes, y en la oración de apertura describe a su público como
«tanto erudito barbilampiño, peinado, empolvado, adonizado, y lleno de aguas olorosas de lavanda, sanspareille, ambar, jazmín, bergamota y violeta, de cuya ultima voz toma su nombre mi escuela».
Este será el programa:
Lunes: Idea general de las ciencias
Martes: Poética y Retórica
Miércoles: Filosofía antigua y moderna
Jueves: Derecho natural y de gentes
Viernes: Teología
Sábado: Matemática
Domingo: Miscelánea.
La miscelánea dominical, además del repaso de lo aprendido, proporciona tintura de otras ciencias de adorno:  Historia, Lenguas vivas, Blasón, Música, Viajes, Crítica.
Este reparto semanario hace recordar el que, unos años antes, había trazado el guipuzcoano Conde de Peñaflorida para su academia doméstica en Azcoitia, y que en 1763 llevó a la fundación de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, que tanto impacto tuvo en la Ilustración española, al menos momentáneo. Como ya expuse en otra ocasión (‘Provincias exentas’-5), las sesiones diarias en casa del Conde se ajustaban a un programa parecido:
 Lunes: Matemáticas; Martes: Física; Miércoles: Historia y Literatura; Jueves: Música;  Viernes: Geografía; Sábados: Actualidades; Domingos: Concierto.
L' Accademia dei Pugni  (Antonio Perego, Milán, 1766)
¿Se estaba burlando Cadalso de los ‘caballeritos de Azcoitia’? No, pero también. José Cadalso no podía burlarse ‘en serio’ de una sociedad a la que él mismo pertenecía. Sin embargo, como demócrito inteligente, también se ríe de sí mismo; como los de la Bascongada sabían hacerlo.
Esto es lo que Menéndez Pelayo no pudo reconocer a sus aborrecidos ilustrados. Si a don Marcelino la sátira en prosa de Cadalso le parece buena, es «precisamente  porque en ella se retrató de cuerpo entero, siendo como era hombre de instrucción varia y superficial, aunque de culto y despejado ingenio» [9].
Pero además –y por eso la sátira es tan buena, como para que el maestro no le vea la verdadera gracia–, al resumir en un cursillo hebdomadario el aprendizaje universal de lo divino y humano, Cadalso está proponiendo una paradoja fáustica: la imposibilidad de saber, en absoluto. Bajo el barniz de ligereza festiva, Los eruditos es obra que también hace pensar. Heráclito y Demócrito, en la proporción justa.
Lo que sorprende y fue chiripa, habida cuenta de los tropiezos de algunos de la Bascongada con el Santo Oficio, es que al bueno de Cadalso no le cayera encima ningún cuervo comisario, ni siquiera por su estupenda lección de Teología del Viernes, con este exordio:
«No sé por qué se ha escrito tanto sobre la Teología. Esta facultad trata de Dios. Dios es incomprensible. Ergo es inútil la Teología. Este silogismo se aprenderá de memoria, y se repetirá con sumo desprecio hacia los Teólogos.
Sin embargo de esto, para que no me echéis en cara que falto a lo que prometo, y que no os enseño Teología, escuchadme y seréis tan teólogos como yo.»
Menos broma que esa podía costar un susto, y que lo diga el pobre Samaniego, el fabulista, encerrado en el Desierto de los Carmelitas de Baracaldo por una chiquillada [10].
Comentando estas cosas con mi amigo Mikel Bilbao, este gran andarín y archivo viviente de datos me recordaba el origen vizcaíno de José Cadalso, con solar en Zamudio. Así que he vuelto allá, sólo para sentir mucha pena y vergüenza. El caserío blasonado, del siglo XVI-XVII con elementos del XV, sigue en abandono y en franca ruina. 
He conocido la inscripción. Mejor dicho, las dos. La moderna (sin año) dice:

JOSÉ DE CADALSO
EN QUIEN LAS ARMAS Y LAS LETRAS DE ESPAÑA TUVIERON VALEROSO PALADÍN
DIO SU VIDA EN EL SITIO DE GIBRALTAR EL AÑO 1782
LOS AMIGOS DEL PAÍS Y EL CENTRO CULTURAL BILBAÍNO EN MEMORIA DE SU LINAJE VIZCAÍNO


La lápida propia del edificio, bajo el escudo, explica:

XR ESTA ES LA CASA DE CADALSO
15?? Y SUS ARMAS GANADAS EL AÑO DE

Sostiene el escudo de armas un águila bicéfala con el toisón de oro, atribuyendo su concesión a Carlos V [11].
Cadalso. Un solar y linaje vasco-español, o vizcaino-castellano, que a nadie parece interesar en su propio pueblo, salvo para normalizarle la grafía: Kadaltso
Somos así, la madre que nos parió. He dicho.
______________________________________

[1]  Tot o Theuti, el dios escriba con cabeza de ibis (o de babuino); inventor de la escritura, del cálculo y otras ciencias, como también de los juegos de azar (tabas, dados). Identificado con Hermes/Mercurio. Según el mito platónico, él ofreció al faraón Tamus sus artes, entre ellas la escritura como ‘fármaco’ de la memoria; a lo que el faraón opuso reparos.  Platón, Fedro, 274c-275b
[2] Polyanthea (Saona, 1503). Cfr. Wikipedia: Poliantea; Repertorios y misceláneas. Sagrario López Poza: «Polianteas y otros repertorios»; Íd., “Florilegios, polyantheas, repertorios de sentencias y lugares comunes. Aproximación bibliográfica”. CRITICÓN, 49 (1990): 61-76.
[3] Ann M. Blair, Too much to know: Managing Scholarly Information before the Modern Age. Yale University Press, 2010. Vista de ejemplares de la Poliantea original (Basilea, 1512)
[4] Lo de ‘diccionarios secretos’ va por Víctor Infantes. “De officinas y polyantheas: los diccionarios secretos del Siglo de Oro”; en Homenaje a Eugenio Asensio. Madrid, Gredos, 1988.
[5] El mismo que en 1609 autorizaba a un coadjutor a celebrar el bautizo de una niña Marina Sáez de Larrazábal Redondilla, nacida en Belosticalle. La cual, en 1630, se casó en la misma calle y casa de los Larrazábal con un inglés que vino a Bilbao, llamado Guillermo Franquelin (Franklin). http://pidrebocardo.blogspot.com.es/2016/02/un-antepasado-ingles-william-franklin.html
J. C. Galende y B. Santiago, ‘Las visitas de navíos durante los siglos XVI y XVII: Historia y documentación de una práctica inquisitorial.’ DOCUMENTA & INSTRUMENTA, 5 (2007): 51-76.
[6] Gabriel Naudé, Advis pour dresser une Bibliothèque. Reimpr. de la 2ª ed. (Paris, 1644), Paris, 1876, págs. 41 y sigs.
[7] Sobre predicadores ‘gerundianos’, cfr. José de Isla, Fray Gerundio, 1: 26: «Si presumen de eruditos, las citas de los autores agrados y profanos etc. etc. son el ruidoso aparato con que asombran a los que no saben. Este farrago en cualquiera parte se recoge, y cuando más, prueba que revuelven índices y polyantheas.»
[8]
Et, Polyantheis congestos inter acervos,
Alterius cupidine diripiebat opes.
Deque locis furans communibus omnia, grande
Promebat parvo tempore scriptor opus.
Lexica cum glossis, analecta, theatra, medullae,
Thesauri, methodi, biobliotheca, penus.
                           Fasciculi, flores, syntagmata, symbola, silvae,
Notitiae, tabulae, lampas, acerra, faces.
Deliciae, phrases, suadae, proverbia, claves,
Atria, vestibulum, ianua, porta viae.
El quae praeterea ieiuno sueta supellex
Materiem crassis suppeditare libris.
Petri Burmanni, Somnium sive Iter in Arcadiam Novam, (Oratio X)  (1710) pág. 212.
[9] Menéndez Pelayo, Historia de las ideas estéticas en España. 1: 1273. Cfr. Tertulia de San Sebastián, en la fonda madrileña de ese nombre, y los asiduos a ella.
[10] El autor de las Cartas Marruecas, sólo sufrió un destierro civil oficioso, al atribuírsele (con fundamento) el Calendario manual y guía de forasteros en Chipre (1768).
[11] Leyendo el año 1564 como fecha de la inscripción, se entiende que el escudo había sido concedido con anterioridad por Carlos V, ignorándose el cuándo ni la fecha de los méritos. De leer 1504, éstos se habrían hecho en Italia, a las órdenes del Gran Capitán, año de la conquista de Nápoles, cuando Carlos era un niño de 4 años, entendiéndose que la concesión fue posterior. Si se pudiese leer (muy difícil o imposible) 1524, nos pondríamos en tiempos del Emperador y en la toma de Fuenterrabía a los franceses, a las órdenes del Condestable Íñigo Fernández de Velasco, el conquistador de Navarra.


[El cuadro representa ‘L’Accademia dei Pugni’ (Antonio Perego, 1766), institución contemporánea de la de Xabier Munibe, Conde de Peñaflorida, y fundada por un coetáneo suyo, Pietro Verri (1728-1787) en su casa de Milán (1761), con otros varios intelectuales, como el célebre César Beccaria. Verri introdujo el Iluminismo en Milán, y tuvo como órgano de expresión Il Caffè (1764-1766).]