miércoles, 30 de diciembre de 2015

Tacos



Taco es voz rotunda, de origen misterioso, acepciones varias y derivaciones múltiples.
El taco de mi memoria infantil es ante todo el almanaque o calendario, a modo de bloque de hojas que se iban arrancando día a día hasta agotar el año. De ahí el tropo o adorno de expresar en ‘tacos’ la edad de las personas. En especial los capricornios de cabo de año, que por estas fechas estrenamos taco.
El almanaque de taco no nació en Bilbao, pero su versión religiosa fue de lo más bilbaina, desde que los jesuitas lo reconvirtieron a su ‘buena prensa’ (1886), como anejo de su revista El Mensajero del Corazón de Jesús.
Tanto es así, que el edificio de la redacción e imprenta de la revista, catalana de origen, era conocido como ‘la Casa del Taco’ (1886-1983). Casi 30 añ0s después, el padre Remigio Vilariño funda como sociedad anónima la editorial ‘El Mensajero del Corazón de Jesús’, eliptizada o secularizada hoy como ‘El Mensajero’. En ese edificio me dieron alguna vez trabajo como traductor de libros.
El taco de casa era religioso, con gran fidelidad al del ‘Corazón de Jesús’. Su rival muy a distancia fue, cómo no, el ‘Almanaque del Corazón de María’, otro taco que publicaban los claretianos, editores del archifamoso devocionario ‘Mi Jesús’ del padre Luis Ribera. Más tarde compré alguna vez el taco franciscano de Aránzazu, por practicar vascuence. Esto último era en los años de aquel franquismo que, como se sabe, tenía rigurosamente prohibida esa lengua en todas sus expresiones, según el mito canónico de la revancha nacionalista.
Aunque los tacos siguen existiendo, aquellos clásicos de pared ya no son tan populares. Además de información tan útil como el número de días transcurridos y restantes del año, gracias al taco se convertía en dato cotidiano la astronomía con su zodíaco y eclipses, el ciclo lunar y las mareas, junto con el año litúrgico y el santoral de cada día. También le reflexión se ejercitaba en algún pensamiento o máxima moral, a veces con marchamo de autor: esto era ‘un minuto de filosofía’.
Pero lo novedoso del taco venía escrito en el reverso de cada hoja, por lo que en rigor sólo debía leerse al arrancarla, al pasar de día. Y eso incluso cuando, con pedagogía un poco sádica, tras el acertijo o charada venía aquello de, «la solución, mañana». Cuántas veces pellizcabas aquel mañana –que, como en la realidad, era el hoy por su cara oculta–, levantando la hoja con cuidado, aunque siempre se notaba, y al fin tenías que darle de pegamín. Porque las hojas del taco no eran de las que se lleva el viento, como en el cine antiguo, donde un taco de hojas volanderas era el convenio para indicar cómo se nos va el tiempo.
La miscelánea de los reversos de taco dosificaba una cultura popular conservadora, equilibrada, directa y entretenida.
Aquel taco sigue vivo. Hacía un taco de años que no veía uno. Hojas sueltas, eso sí, olvidadas como registros entre las páginas de libros viejos. Y he aquí que por sorpresa tengo delante el de 2016, aguinaldo de mi mujer. Es prácticamente igual que los de antes, algo más chico, en mejor papel, pero sobre todo con un cambio sustantivo: las hojas están sujetas sólo por arriba, a modo de libro. ¡Adiós misterio de «la solución, mañana»!
Contemplo el taco y los recuerdos me aturrullan. Es la decrepitud. De joven y romántico leopardiano, todavía me rebelaba contra

el oscuro Poder que, para daño
común, impera de absoluto modo
en la infinita vanidad del todo

Hoy tampoco creo en esa versión alternativa del ‘diseño inteligente’: el Ciego rompe-relojes, frente al Relojero ciego, tal para cual.
Estamos en las Saturnales. O en su resaca, cuando el tiempo se convierte en agujero negro y la nada se diluye. Es la hora de vaciar el estómago... En voilà!

Saturnal

Un taco más. Este animal de noria
a cada ronda es más indiferente,
pues ni apetito ni temor se siente
donde da igual estaca o zanahoria.
Y es que las fotos fijas de mi historia,
por un punto fugaz inconsistente             
que ni nombre merece de presente,
pasan de ser futuro a ser memoria.

Muero a pedazos lo que se me olvida,
a chorro se me va sin poseerlo
lo que nunca viví ni de pasada.   

Yo fui lo que esperé sin nunca serlo,
y hora que la esperanza es fenecida,
memoria soy de no haber sido nada.      

¿Nihilismo? ¡No por Dios, todo lo contrario! Este minuto de filosofía es el ejercicio más sano de calentamiento para el carpe diem. La mejor meditación para el buen propósito de vivir y dejar vivir, que eso es ser buenos... «Si podéis», como nos advertía prudente y comprensivo san Felipe Neri. Con mi bienamado Cohelet, contradictorio, hedonista y sabio; mi Charlatán de cabecera (Eclesiastés, 7: 29):
«Dios hizo al hombre derecho. Ellos se lo complican de mil modos.»

La Casa del Taco (1886-1983)









miércoles, 23 de diciembre de 2015

La Buena Esperanza de Arroyuelo, en Burgos




Como en otros años por estas fechas, me atrae meditar sobre mitos de origen de nuestra cultura cristiana. Bien entendido que ‘mito’ no lleva matiz despectivo. El mito es una explicación que se ofrece como alternativa frente a una prueba racional apodíctica, que en este terreno rara vez o nunca tiene sentido.
Como punto de partida tomemos este objeto religioso: una imagen de Nuestra Señora de la Expectación o Buena Esperanza. A este tema dediqué una entrada, ‘La O de María’, seguida de ‘El fruto de tu vientre’  (17 y 18 de diciembre 2012). Allí pasábamos, desde la letra circular y exclamativa O (María de la O) como figura abstracta del seno grávido, hasta la audacia de las ‘vírgenes abrideras’ preñadas de sorpresas.
Hoy contemplamos una representación realista intermedia: una preñez a modo de epifanía, con el Niño formado a término, enmarcado en redondo por los pliegues del vestido materno a modo de matriz, irradiando luz la criatura, como vista por transparencia, antes del milagro de la ecografía. 

La Señora, envuelta en manto de oro que le cubre la cabeza, está en pie sobre una medialuna plateada, las palmas juntas en oración, a la espera del parto inminente. Una corona de doce estrellas sin duda se ha perdido, porque la imagen en conjunto evoca el tema de la Parturienta de la Apocalipsis (12: 1-2): «Una Mujer vestida de Sol, calzada de Luna y coronada de doce estrellas está preñada...»

El relato apocalíptico no se refiere a la Virgen María, es otra historia. Por eso aquí no figura el Dragón dispuesto a devorar al «hijo varón que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro». Como tampoco nuestra parturienta «da alaridos con los dolores del parto» ni se retuerce «en el tormento de dar a luz»;  muy al contrario, está serena, impasible.

En Arroyuelo
Arroyuelo es un pueblo burgalés en la Merindad de Cuesta Urria, 4 km al N. de Trespaderne y unos 14 al SSE de Medina de Pomar. Su iglesia parroquial de San Nicolás data de 1277, según lápida del arquitecto, cuyo nombre está borrado como en castigo de su vanidad. En Arroyuelo está documentada una comunidad judía que estuvo adscrita a la aljama de Medina, bajo protección del Conde de Haro y los Velasco, aunque también la abadía de Oña tuvo aquí pretensión de señorío, y de ello da fe una imagen-relicario de san Íñigo o Éneco abad.
La Expectación de Arroyuelo es una talla del XVI tardío, desplazada de algún nicho de altar, colocada sobre una repisa y apoyada contra la pared, aunque con todo respeto, pues es imagen devota siempre adornada de flores. Fuera del detalle del Niño, la actitud de María sobre la medialuna sostenida por un querube es la tradicional en las representaciones híbridas de la Asunción e Inmaculada Concepción. No entro en más  detalles, pues sólo se trata de añadir este ejemplo a la iconografía mariana previa a la Navidad.
Todas las imágenes de la Virgen son convencionales. Incluso cuando un afortunado vidente –afortunada más bien–, en una aparición recibe instrucciones directas sobre cómo desea la nueva Advocación ser representada, el figurín es siempre a la moda. Sobre los rasgos de María seguimos hoy como san Agustín hace 1400 años. Por entonces proliferaban la imágenes marianas, y el buen obispo advirtió que ninguna podía dárselas de auténtica. Y eso que pretensiones no faltaban. En particular, supuestos retratos pintados del natural por san Lucas, como aquel que la emperatriz Eudoxia (m. en 404) regaló a su hija santa Pulqueria. Pero es notable que esta primera noticia de la habilidad del evangelista con los pinceles es de hacia 530, a un siglo de la muerte de san Agustín.


El Misterio
En la cultura grecorromana donde se expande el Cristianismo, las pinturas temáticas eran inseparables de su comentario verbal en prosa o en verso. Un texto muy de alcance para esta ocasión está tomado de una carta de san Ignacio de Antioquía a los cristianos de Éfeso (19: 1-3). Dice así:
«1. Al Regidor de este mundo se le ocultó la virginidad de María y lo que parió, así como la muerte del Señor: tres misterios ruidosos que se hicieron realidad en el silencio de Dios.
2. ¿Y cómo se manifestó a los siglos? Un Astro brilló en el cielo más que los demás astros, con luz indescriptible, cuya novedad causó extrañeza.  Los demás astros, con el Sol y la Luna, hicieron coro al Astro, que se creció brillando mucho más que todos juntos. Hubo inquietud, de dónde venía tal novedad sin par para ellos.
3. Desde entonces se disipó toda magia y desapareció todo vínculo de maldad. La ignorancia se borró, el Viejo Reino se destruyó, al manifestarse Dios hecho hombre, ‘hacia la novedad de la vida perdurable’, y tomó principio lo que junto a Dios estaba preparado. De ahí que todo se conmovió, porque se planeaba la abolición de la Muerte.»
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, después de san Pedro apóstol. Era pues una especie de papa cuando el papado monárquico de Roma era sólo un proyecto. En tiempos confusos, cuando las sectas cristianas tanteaban por diferentes vías su identidad, el converso obispo Ignacio fue de los que, siguiendo a Pablo, hicieron del cristianismo una religión mistérica organizada.
La transformación era de fondo. La primera especulación cristiana, buscando su autonomía con respecto al judaísmo, trabajaba sobre ‘profecías’: textos de la Biblia judía donde el entusiasmo nuevo y fresco creía descubrir alusiones al Mesías Jesús, en las circunstancias de su vida y muerte, más lo que se decía de su resurrección y desaparición camino del cielo. La nueva teología va más lejos e interpreta todos aquellos testimonios bíblicos y otros de nuevo cuño como ‘misterios’ de salvación, a la manera de otras religiones paganas de entonces.
Una característica de todas las religiones mistéricas –los cultos de Mitra o de Serapis, por ejemplo– era el acceso del adepto mediante un curso de iniciación secreta, seguida de un rito purificador que le convertía en miembro de pleno derecho de la sociedad religiosa. Por otra parte, las religiones mistéricas no se limitan al cumplimiento ceremonial de viejos ritos, cuyo significado incluso se desconoce. Su ritual es nuevo, como es también significante y operativo.  En fin, la religión mistérica propende a construir un sistema dogmático, donde el maestro, catequista o predicador rivaliza en importancia con el sacerdote, aunque el conflicto se evitará atribuyendo ambas funciones a las mismas personas de un clero adecuado, encabezado por el obispo.
El texto de Ignacio tiene resabios gnósticos. La gnosis (‘conocimiento’ en grado superlativo) fue, en general, una forma de teología mistérica que hacía hincapié en la ‘iluminación’ íntima del iniciado al percibir los misterios. A partir de ahí, el gnóstico no es sólo un hombre nuevo, sino un alumbrado.  El gnóstico ve lo que el vulgo no ve, y aun lo que todos ven él lo ve de otro modo trascendente.
Ignacio habla de la revelación de tres misterios que quedaron desconocidos para el Regidor o Arconte encargado del gobierno de este mundo. ¿El Diablo? Llamémosle así. En todo caso, un personaje que no entra para nada en el plan cósmico de Dios: un plan que traería, nada más y nada menos que la abolición de la Muerte, es decir, la Vida Eterna. Pues bien –y es lo más notable para nuestro caso–, de los tres grandes misterios que van a trastornar el universo, en dos de ellos juega papel esencial la Virgen-Madre. Incluso en el tercero, la Pasión de Cristo, los teólogos mariólogos posteriores la llevarán a primer plano, hablando de la Com-Pasión de María.
También merece consideración la forma expresiva de Ignacio, donde un signo profético –la consabida aparición de la estrella o cometa que anuncia a todo personaje de importancia– se convierte en la explosión de una Supernova que ilumina y enciende el Cosmos. O como diríamos en nuestra retórica moderna, un segundo Big Bang. Un evento temporal pero sin registro en la Historia del tiempo, porque es metáfora mistérica, que es como decir metáfora de lo metafórico. Meta-metáfora.


sábado, 12 de diciembre de 2015

Raza para todo



‘Castas’ de Nueva España: Nº 4. De Español y Negra, Mulata. Madrid, Mº. de América
«Toda cosa de valor es originada y presidida por la raza.
Por tanto, el principio racial es de aplicación universal» (La Raça, Prólogo)


Termino esta lectura del insigne racista catalán Rossell Vilar con la Parte III y última de su libro, La Raza, dedicada a la «aplicación del principio racial».
Aunque este ‘principio’ se da por explicado en la Parte I, la verdad es que no se le define en todo el libro, tan parco en compromiso científico y alérgico a las definiciones. Ni siquiera el tema y título de la obra, la raza, merece definición. ¿Para qué, si por intuición sabemos de qué va?
«Ahora que ya sabemos lo que es la raza, tal como la habíamos intuido…, se demuestra que este nuevo valor universal es aplicable a toda suerte de procesos políticos.»    
De hecho, la aplicación del mentado principio a casos históricos concretos será siempre circular o tautológica, además de maniquea: lo que el autor juzga bueno, lo anota al haber de la raza; lo negativo y malo,  es culpa del mestizaje.
En la nueva filosofía de la Historia rosselliana, los hombres son mayormente títeres inconscientes, manipulados por el único verdadero actor, la Raza. El autor no lo expresa literalmente así cuando habla de razas en plural, pero el paso al límite va implícito, puesto que habla de valor y principio universal, de Cultura y de Humanidad. Es más, sin este paso, su apartado último sobre el cese del imperialismo y la cooperación entre las razas carece de sentido.
De todas formas, en el peculiar humanismo de este veterinario de cría y remonta metido a mentor político, la conclusión del libro será trágica:
«Hasta ahora, la política ha tenido que ser imperialista por necesidad. La política de la libertad completa, individual y colectiva, tiene un nombre: política raciológica.»
Índice de la Tercera Parte
Parte III - Interpretación de la Política    
Cap. I. Colectividades desrazadas:
1. Aplicaciones del principio racial. 2. Civilización y cultura. Política zoológica. 3. Roma. 4. América.
Cap. II. Depuración racial:
1. Inconsciencia raciológica. 2. Depuraciones de primer grado. 3. Depuraciones de segundo grado. 4. Depuraciones complejas.
Cap. III. La consciencia raciológica.
1. Genealogía de la política. 2. El conocimiento. 3. La inteligencia. 4. La mentalidad. 5. El sentimiento. 6. Precisiones.
Adelanto que el capítulo III (sobre conciencia raciológica y sus efectos maravillosos en el individuo, el grupo y la humanidad entera) es absolutamente prescindible, por reiterativo y dogmático. No digo que el resto sea de mayor utilidad, pero al menos representa un poco de gimnasia mental.
«Los pueblos se dividen en razados y desrazados o mestizos; cuya diferencia se traduce en conductas distintas.»  Cultura y raza van de la mano (se repite por enésima vez). Una colectividad que dure mucho sin producir cultura, quiere decir que no constituye una raza. «Una colectividad desrazada puede vivir organizada, es decir, civilizada». Pero civilización, en su caso, equivale a usufructo de cultura ajena o mezclada. La civilización en general «es un producto multirracial, heterogéneo, confuso»; sólo la cultura es peculiar de raza. Según eso:
  1.       «Estudiaremos un pueblo activo durante un milenio, en que vivió absolutamente inculto, y esto únicamente porque no era razado. Por cuyo motivo no pudo realizar otra función que la imperialista, función que nosotros hemos clasificado por debajo de la propiamente humanizada, que es la cultura.»
      Ese pueblo fue Roma. Nuestro veterinario Rossell, con el bisturí de su ‘principio racial, se dispone a ofrecernos una disección magistral del cadáver de aquella bestia longeva, que no pudo elevarse a la condición humana por la culpa original de su mestizaje.
  1.        «Apurando la cuestión, señalaremos cómo las razas al desarrollarse realizan operaciones depurativas, a fin de poder ser más ellas mismas y dar, en consecuencia, mayor rendimiento de cultura.»
      El zootécnico experto en selección artificial de vacas lecheras va a probar cómo las razas humanas se auto seleccionan naturalmente para mejorar y aumentar la producción que les es propia: la cultura.
  1.       «Por último, se hará ver que la raza es la última y suprema elaboración evolutiva de los vivientes [sic] en tanto que conocimiento, y que la mentalidad es la resultante de este proceso biológico-cognoscitivo.»
Hasta ahora, los zoólogos hablaron de raza como categoría taxonómica, y los antropólogos tampoco pasaron de ahí. Rossell no es que haya ido más lejos, es que ha saltado a otra esfera donde –con toda modestia– la raza es un «valor nuevo y universal» . Universal sin hipérbole, porque

«el principio racial es igualmente aplicable a las demás cuestiones políticas no tratadas aquí, como a todas y cada una de las diversas manifestaciones humanas».

El Imperio Romano: mil años perdidos

El autor se muestra informado en historia romana, bebiendo de buenas fuentes como Leon Homo, Theodor Mommsen, W. Warde Fowler, o Foustel de Coulanges [1]. Pero a todos ellos les va enmendando la plana cada vez que no se ajustan a su tesis.  
Así, sobre la revolución romana del s. II a. de JC, cuando el capitalismo y patriciado en connivencia se hacen con el poder y el voto de la clientela plebeya urbana, repercutiendo el gasto en las provincias a merced de magistrados rapaces (pp. 284-285):
«Los historiadores de Roma opinan que tal estado social constituía una auténtica corrupción. En realidad, no había tal corrupción... No era corrupción, sino evolución del imperialismo hacia una de las formas más puras, la monarquía absoluta.
La revolución romana tuvo carácter exclusivamente local. Casi todos los historiadores han considerado las revoluciones como fenómenos sociales, que si bien ocurrían en un área geográfica determinada, su valor no obstante era progresivo y universal. No; las revoluciones son fenómenos dependientes de la raza o de su negación, y no se han de tener por hechos de gran envergadura, capaces de influir hasta cambiar la mentalidad de las razas o de las colectividades diversas.»
Preso de su lógica y su principio racial, el autor imagina una pulsión centrífuga separatista en las provincias de Roma. Tendencia obviamente de marchamo plebeyo, que al no haber dejado constancia histórica alguna, el autor la apuntala a su aire con verbos y adverbios potenciales:
«El proletariado de los países sometidos tal vez creyó que el proletariado de la metrópoli vería con simpatía el movimiento separatista, y si así fue, cometió un grave error, dado que la revolución romana, como todas las revoluciones de pueblos imperialistas, son [sic] extremadamente egoístas y nunca se rebajan a ayudar a un inferior, que para el caso habrían sido los pueblo sometidos…»
Desde Julio César hasta el final del Imperio, la Roma nunca edificante se vuelve obscena. Esto se puede aceptar, rechazar o matizar, pero no tiene mucho que ver con esta moraleja mecánica:
«La riqueza sólo se puede emplear de dos maneras. Por la primera, las razas la utilizan para desarrollar y exaltar la mentalidad; por la segunda, las colectividades desrazadas la gastan en los apetitos inferiores, instintivos o zoológicos. La riqueza en una raza sirve para fomentar la cultura, y eso como una necesidad de primer orden. En las colectividades mestizas, como no existe finalidad humanizada, la riqueza rompe las reglas que impone una vida social modesta y ahoga la sociedad con voluptuosas y estúpidas satisfacciones.»
Camille Jullian por P. Sarrut (1924)

Conclusión: al diablo con Roma. Muchos historiadores y filósofos han sido severos en su balance de la cultura romana, incluido el mismo Mommsen, o también Camille Jullian, el gran historiador de la Galia romana (citado por Rossell como Jullien) y  Pierre Duhem... Pero a ninguno –ni siquiera a Gobineau (también citado)–  se le ocurre atribuirlo al mestizaje, consecuencia de la invasión troyana de Eneas, o del no menos legendario rapto de las Sabinas etc. [2]
Ya en plan de moralista, más que de filósofo historiador, Rossell vuelve abajo el pulgar contra Roma (págs. 200-201):
«La vida de los pueblos, o se vincula al progreso humano, o carece de sentido. ¿Que aprovecha a la posteridad que una nación juegue a aristócratas, generales, dictadores y monarquías. La humanidad sólo debe gratitud a las colectividades que le han sido útiles, y Roma no lo fue ni podía serlo, pues su condición mestiza se lo vedaba. Toda población mestiza es un peligro permanente para la paz y para la cultura. La fatalidad biológica es invencible… Cualquier invención de imperativo categórico para guía de la vida de los pueblos es una ilusión. Los imperativos categóricos vienen todos dados por la evolución biológica. La cultura no es un invento, sino el producto natural de la mentalidad, como el glucógeno es producto de la glándula hepática.»
Se reconoce aquí una parodia del repetido aforismo atribuido a Cabanis (1757-1808): «El pensamiento es una secreción del cerebro, como el jugo gástrico lo es del estómago, o la bilis del hígado» [3]. La incongruencia estriba en que la raza de Rossell no puede segregar mentalidad como el cerebro de Cabanis segrega pensamiento. Una entelequia no es órgano fisiológico de nada. Para el ultra racista Rossell, sí. Según él (pág. 291),
«Roma fue una colectividad desrazada, y por tanto biológicamente degradada, como lo son todas las poblaciones mestizas, y así no pudo producir cultura, por carecer del órgano exclusivo que la elabora, o sea la raza… Todo lo que no es hijo de la raza es infrahumano, es decir, está más cerca del animal que del hombre humanizado o culto.»
«Muy cerca de Roma, al cabo de algunos cientos de años tras la desaparición del Imperio romano, se constituyen unas pequeñas repúblicas de base racial. Cada una de ellas, en el breve espacio de cuatro generaciones, dio más hombres a la cultura que, en una docena de siglos, la funesta Roma y las innumerables razas sometidas por ella.»
Ni interacción mercantil, política, cultural, ni otras hierbas. El Renacimiento vino porque tenía que venir, desde que unas cuántas republiquitas italianas se constituyen en raza, como remate biológico de un proceso de depuración y raceo por atavismo en el Medioevo. Razas florentina, pisana, boloñesa, razas genovesa, lombarda, véneta, razas napolitana, amalfitana, salernitana, sin olvidar la purísima raza siciliana. Este hombre nos toma el pelo.
En efecto, asidos por los cabellos, como el ángel al profeta Habacuc (Daniel, 14: 33-39), en un pispás Rossell nos pasa el charco al Nuevo Mundo.

América, América
Desembarco de negras para la venta
J. G. Stedman (1744-1797)
«El continente americano se puede dividir en dos grandes partes, una de lengua inglesa, otra de lenguas española y portuguesa. En la primera existe una población importante de raza pura, aunque rodeada por una multitud de pequeñas porciones razadas y por una población inmensa mestiza. En cambio, en América Central y del Sur la nota dominante es el mestizaje, sin agrupamientos importantes de razas exóticas. Esta parte de América, sin embargo, tiene en su favor algunos núcleos más o menos numerosos de razas indígenas, en particular Méjico.»
Cogido el tranquillo de la explicación mecánica, a nuestro hombre se le ve venir: En la América anglosajona predomina el tipo nórdico, como hogar de cultura, junto con los negros, que son en realidad mestizos, y por tanto incultos:
«Si los negros actuales de los Estados Unidos fuesen de la misma raza, con la masa de población que componen, al presente habría creado una cultura, su cultura.»
«La República norteamericana, para conservarse tal como és, habrá de limitarse a la acción imperialista que realiza en Centroamérica y Filipinas, a expandir la autonomía de los pueblos sometidos, o a una sencilla función de control. Cambiar esta política por los métodos imperialistas que emplearon Roma y España significaría el comienzo de la decadencia del tipo nórdico que gobierna los Estados Unidos.»
En cuanto a la América latina, perdón, de lengua hispano-lusa, ya se sabe, un desastre, por efecto de la dominación española. Con una excepción:
«Sólo Méjico cuenta con una población indígena razada lo bastante numerosa…  para dar pruebas de su existencia con la creación de una cultura propia. Cultura que, a medida que la población mejicana se vaya purificando, se irá desarrollando. El renacimiento mejicano no quedará aislado: otros núcleos raciales de América Central y Meridional, tarde o temprano, le seguirán.»
El Méjico salido de las revoluciones de 1910 y 1929 es, para Rossell, la gran esperanza de toda América latina, como la Revolución Rusa de 1914 lo es para los pueblos del Imperio de los zares. El caso mejicano le da pie a un análisis diferencial de los procesos de ‘depuración racial’ en distintos grados (tema del cap. II).
Depuraciones raciales
En la ‘Historia de salvación’ cristiana suele decirse que Dios redime al hombre sin el hombre, y aun a pesar del hombre mismo. En esta nueva teología laica sucede algo parecido. El deus ex machina que es la raza obra por su cuenta en nosotros, sin nosotros y aun contra nosotros:
«Las depuraciones raciales son procesos que se operan, por regla general, en discordancia entre la raza y los hombres que la componen. A través de la Historia, la raza aparece como entidad viviente, sin prisas, con tenacidad finalista sólo comparable a la de las categorías específicas superiores… Desconectada de la mentalidad, la inteligencia hace al hombre inconsciente acerca de la actuación racial. Los hombre por su inteligencia se oponen a menudo, por no decir siempre, a las conveniencias de la raza.»
Los caminos de la Raza son inescrutables siempre, pero de modo especial en la revoluciones: «en éstas, la oposición entre inteligencia y mentalidad ha sido la norma». Eso sí:
«Iniciado el proceso de depuración, ya no es la inteligencia y la voluntad de los revolucionarios lo que aporta la victoria. Quien gana la batalla es la raza… Los hechos están ahí. Sólo es cosa de saberlos interpretar en sustancia. Esta interpretación enseñará que la razón profunda de los hechos políticos y sociales está vinculada a la mentalidad, y en modo alguno a la inteligencia.»
Vuelve a sonar el eco de la mística cristiana, paulina para el caso: la Raza confunde a los sabios e inteligentes de este mundo. El absurdo y locura de la Cruz de Cristo ahora es el absurdo de la Mentalidad de la Raza.
En la depuración raciológica se distinguen tres grados:
1º. Cuando una raza procura obtener la libertad política.
2º. Procesos de depuración interna, intra racial.
3º. Procesos complejos, en los estados compuestos, donde las razas pugnan, unas por su grado 1º (independencia), otras por el 2º (purga o depuración).
Esta división, teórica y universal a primera vista, esta pensada ex profeso para etiquetar tres ejemplos muy concretos que al autor le interesan. Más que su clarividencia, nos va a dejar atónitos su desenvoltura.

Depuraciones de primer grado
Una primera sorpresa nos aguarda aquí, en forma de paradoja: «Para que una raza procure la libertad es menester que la raza lo quiera». Paradoja sólo aparente, ya que la voluntad de la raza no coincide con la voluntad consciente de sus individuos, que ni siquiera suelen tener noción de la raza en la forma definida, y cuya libertad política no va ligada necesariamente al inconsciente racial. De un lado, «hasta las colectividades desrazadas sienten la necesidad de independencia». Del otro, «el que una colectividad sea una raza no significa que sienta la necesidad de liberarse políticamente».
No es cosa fácil de explicar, pero ahí están los hechos. Ofrecer hoy la libertad a cualquiera de las razas de Italia sería perder el tiempo, del mismo modo que durante la Revolución francesa Cataluña rechazó las propuestas de independencia que lo hicieron Robespierre y Couthon; «propuesta renovada luego, inútilmente, por Napoleón» [4].
«La guerra, sobre todo cuando se pierde, suele ser motivo de liberación de razas sometidas… Otras razas deben la independencia al cambio de religión (guerras religiosas del XVI)... Una raza bien razada encuentra más facilidades para ser libre, como Noruega de Suecia. En cambio, en las razas mestizas de las repúblicas centro- y suramericanas la independencia y depuración se realizaron turtuosamente…»
Una vez más, la cuestión no es ventilar caso por caso si Rossell está en lo cierto, sino qué pinta su ‘principio racial’ –inconsciente o no– en hechos que tienen explicaciones políticas mucho más obvias y constatables.

Depuraciones de segundo grado
Aquí el sujeto es la raza en libertad, bien sea con estado propio, o en estado compartido por diferentes razas libres.
Viene primero el ejemplo de Estados Unidos, «gran mosaico de razas, amén de los mestizos en circulación» [sic]. El gobierno central con el Acta Johson (1924), restrictiva en cantidad y calidad de la inmigración, favorecía «la tendencia natural interna del país».
Sigue Méjico, en vías de limpieza racial:

‘Castas’ de Nueva España (Miguel Cabrera, 1763)


«Actualmente ha llegado a reducir la población blanca a un 15 %. Más de la mitad de los mejicanos son de raza pura, el resto mestizos de indio… La eliminación constante de sangre exótica aumentó el vigor de la raza y su afán de depurarse. La Revolución de 1910 puso la tierra en manos de los indígenas, sus legítimos propietarios. La de 1929 representa, además de la continuación depurativa de la sangre, la de la mentalidad»
«El despertar racial americano sólo exige el sacrificio de adoptar la civilización material que domina el mundo, para que las razas se hagan fuertes y puedan emprender la regeneración mental.»
Y es que, bajo el barniz de cultura impuesta, el alma india sigue intacta, y en cuanto a religión no es para nada católica:
«Estos indios [de la América española] cualquier día nos sorprenderán con una declaración semejante a la de los “iroqueses, mohakos, oneidas, onendages, cayugas y seucas, los cuales en una reunión cerca de Montreal han anunciado oficialmente su intención de retornar al culto de su antiguo dios Gitchi Manitou, dado que los dioses de los blancos les han quitado las tierras, la libertad y los derechos”.» (‘Le Matin’, 2 de noviembre 1927).

Rusia y su doble revolución
Como tercer ejemplo demostrativo de su teoría, Rossell se fija en Rusia. Rusia es un ‘más difícil todavía’, porque
«así como Méjico sabe que tiene un problema racial corpóreo, la Rusia revolucionaria no se proponía ni ha hablado jamás de cuestiones raciológicas. No obstante, la revolución rusa fue una gran depuración racial. A partir de 1917, en Rusia ha habido no una revolución, sino dos: la de Kerensky y la de Lenín
La revolución del equipo de Aleksandr Kerensky (1881-1970) tuvo que ser un aborto, como correspondía a políticos «imbuidos de cultura occidental, es decir, de mentalidad desrazada, que no supieron sintonizar con el pueblo, y éste se les fue de las manos». Suprimida la autocracia zarista, su revolución se redujo a poner a Rusia en la vía de la democracia mediante una «libertad del momento, ocasión que los pueblos no rusos del Imperio aprovechan: Polonia para recobrar su independencia; Finlandia, Estonia y Lituania, la autonomía».
Libertad, ¿para qué, si no es al servicio de la raza? Para ese viaje kerenskiano no era menestar alforja revolucionaria.
«Afortunadamente para Rusia, un hombre bien razado [sic] aparece en escena. Lenín es el autor de la segunda y verdadera revolución rusa. Desde el golpe de estado de los Soviets da comienzo la Revolución en provecho exclusivo de Rusia.»

“El cam. Lenin LIMPIA la Tierra de basuras”


Está bien que Pere Màrtir se destape, no ya como izquierdista y revolucionario, sino como exponente de lo que la izquierda radical catalana y española veía en 1930 como modelo social para este país, y lo que sería muy pronto la praxis del Frente Popular. Para la  Izquierda Republicana del diputado Rossell, el derrocamiento de la Monarquía española, como el de la autocracia rusa, no era un fin en sí mismo. Ni siquiera la autonomía o independencia de Cataluña era la meta. ¿Cuál pues?
El objetivo final quedaría fijado desde que levantó cabeza el Partido Comunista: rusificar a España, convertida en satélite de un nuevo Imperio, bajo la dictadura del proletariado instalado en el Kremlin:

Somos los hijos de Lenín,
y a vuestro régimen feroz
el Comunismo ha de abatir
con el martillo y con la hoz.

Joven guardia, Joven guardia...

El pobre Rossell, fallecido prematuramente de hepatitis (1933), no llegó a disfrutarlo. Habría visto lo ajustada que estuvo a su visión romántica de la mentalidad ancestral catalana y española aquella intentona mimética de lo extranjero. Y hacía falta ser idiota para no entender que, en ese desafío, la derecha más conservadora recogería el guante, con todas las de ganar.
Pero sigamos descubriendo, de la mano inocente de Rossell, la verdadera raza rusa, con su ‘economía racial’ y todo. Veamos por qué misteriosos caminos el ‘alma rusa’..., perdón, su mentalidad, a despecho de la humana inteligencia va a lo suyo irracional:
«Con la más plena inconsciencia, la Revolución rusa ha realizado una doble depuración racial. Por un lado, ha restablecido fundamentalmente la economía a su medida racial, y por otra banda [¡cuidado que escribe mal este hombre!] ha resucitado la cultura autóctona. El comunismo de Rusia es parcial. El Estado es comunista, pero no el individuo
«Lenín, antes de llegar al poder, escribía y hablaba en perfecto comunista. A menudo pasa que la función inteligente ahoga la mentalidad, pero en los momentos críticos ésta vuelve por sus fueros, sólo que en vez de expresarse en palabras se traduce en hechos. El primer decreto que firma Lenín el día siguiente del golpe de estado fue para reclamar una paz democrática y expropiar sin indemnización a los poseedores de la tierra. Publicado el decreto, “los campesinos realizaron su propio programa, aplicando sus propios métodos” [5]
El decreto fue sancionado en el Código Agrario del Gobierno soviético (1922): la tierra se reparte entre los campesinos como lo decida el soviet local, corregido más o menos por los funcionarios del poder central…»  
¡Por favor! Una vez más, Pere Màrtir aplica su método correcto de informarse sobre el tema, para luego ajustar el argumento del informante a la horma de su ‘principio racial’. La comparación entre el leninismo agrario de la NEP (Nueva Política Económica) y el sistema cuasi levítico de expropiaciones y redistribuciones de tierras en la Rusia del antiguo régimen la toma nuestro autor de Borís Nolde  [6].
Lenin como marxista resultó más afín a Groucho Marx que a don Carlos; un oportunista con principios de recambio y un pragmático a favor de viento. En plena ruina de la Guerra Civil rusa, (1917-1922), no tuvo más remedio que dar marcha atrás y trazar una nueva política económica (NEP), o ‘capitalismo de estado’ (1921), que produjo bienestar, pero a la vez una clase social explotadora, los nepmany (hombres de la NEP).
Lo que fuera estratégico y provisional vino con vocación de quedarse, y el propio Lenin habló de «NEP en serio y para largo». Stalin, tras deshacerse de su rival Trotsky, reveló tener ideas propias y desechó la NEP para implantar su economía de Planes Quinquenales (desde 1928), con el koljoz  o granja colectiva como unidad de base agraria. La resistencia de los kulaks (campesinado de clase) fue reprimida con ferocidad (1929-1930). De hecho, gran parte de la reforma fue nominal, y mucho pretendido koljoz funcionó de hecho como el viejo artel o cooperativa agraria.
A todo esto, Rossell escribe (pág. 312):
«Lenín se puso, sin duda alguna, en descubierto para con la doctrina comunista, pero se ha de convenir en que él ha establecido radicalmente en su país la economía agraria, tal como la raça la sentía. El éxito que obtuvo Lenín con la ‘NEP’ es precisamente fruto de esta fusión constante y límpida entre las masas campesinas y el hombre que las gobernaba (2). Y en eso radica la gloria de Lenín.»
Nuestro autor andaba algo atrasado de noticias, por lo que se ve. La nota (2) remite a Guido Migtioli [sic siempre, pág. 312,  313 bis, 314], Le village soviétique.  Guido Miglioli (1879-1954) fue un abogado y político católico de izquierdas, cuya ficha policial fascista (1929) le honraba como «uno de los subversivos más peligrosos para el régimen». Dedicado a la cuestión agraria italiana, en 1926 hizo una estancia de seis meses en la Unión Soviética estudiando los resultados de la reforma agraria bajo la NEP [7].
El nuevo estado soviético tenía entonces muchos visitantes, que veían lo que se les mostraba, en unos sitios la realidad, en otros el teatro propagandístico (aun sin llegar a los decorados y bambalinas a lo ‘aldea Potemkin’), y por todas partes estadísticas, muchas estadísticas. Los hubo incluso que nada vieron más que la idea que traían formada. Miglioli fue de los que volvieron entusiasmados, y él de los que más, declarando a Rusia su segunda patria. Sin embargo, a la hora de exiliarse de Italia no se fijó en aquel país de maravillas, sino en una segunda patria más convencional, como era París. Aquí, tras un segundo viaje a Moscú (1927), publica en francés la obra citada, La aldea soviética (París, Librairie du Travail, 1927). Seguirá años más tarde La collectivisation des campagnes soviétiques (Paris, Rieder, 1934), obra más sistemática y ponderada. Pero Rossell no llegó a conocerla.
Como tampoco parece haber sabido gran cosa del giro político y socioeconómico soviético después de Lenin. A nombre de Lenin corrió un testamento político (1924),  que de su discipulado no dejaba títere con cabeza, y donde el gran hombre parece darse cuenta, demasiado tarde, de que no ha hecho sino legar al camarada Stalin un imperio mucho  más despótico y policíaco que el zarista. Por alguna razón, en La Raça no se menciona a Stalin, y desde luego, un zootécnico tan avisado como Rossell no parece haber vislumbrado las dotes del dictador para convertir la herencia de Lenin en la famosa granja orwelliana.
José Stalin con Máximo Gorky (1931)
El último referente en este artículo es Máximo Gorki. Sólo dos párrafos antes, en prueba de su principio racial, el autor ha saludado el concierto de las repúblicas y territorio autónomos de la Unión, desarrollando cada minoría en libertad su cultura y economía propia,  (pág. 313). De pronto, el foco se concentra en Rusia. La Rusia de Gorki bienamada, aunque el escritor –por motivos de salud (no vayamos a pensar)– eligió como segunda patria Sorrento. Aquí se mantuvo a buenas con Lenín, como luego lo estará con Stalin, pues entre foto y foto de propaganda lo suyo era escribir:
«El alma del campesino ruso, espejo de toda la población rusa, no es comunista. De muchos siglos acá, dice Gorki, el campesino ruso sueña un Estado que no tenga por qué influir en la voluntad del individuo ni en su libertad de acción; un Estado sin poder sobre el individuo. Este campesino, que ha encontrado en Lenín a su intérprete, será el que haga rica a Rusia, y por esta riqueza será posible la producción de cultura. El comunismo tampoco ha triunfado en la industria y en el comercio. La realidad así lo muestra. Sin embargo, el alma rusa ha vencido; una victoria exclusivamente racial. El destierro de Trotzky adquiere un alto significado: el destierro de lo exótico, lo contrario al modo de ser de la raza».
Sin comentario.
Conclusión
Con lo visto es más que suficiente y no voy a seguir a nuestro mulomédico Quirón/Rossell en su teoría de las ‘depuraciones (raciales) complejas’, ejemplificada en la Revolución Francesa. No perdemos gran cosa, porque la mecánica explicativa va a ser siempre la misma. La interpretación del Terror como lucha interracial haría reír en materia menos trágica (pág. 335):
«Acabamos de mostrar cómo el principal factor de la Revolución Francesa fue una lucha racial. Ahora quisiéramos probar cómo los demás factores ocuparon un lugar secundario pero no extraño a la raciología, ya que se hallaban bajo dependencia inmediata de la misma. Trataremos incluso de demostrar que el término de la revolución fue también un acto racial.»
Risible es igualmente el recurso a los atavismos a modo de duendes, que «como toda cosa viva tienden a organizarse» [!].
El capítulo III de esta tríada, y final de la obra, trata de la ‘genealogía de la política’ como doble toma de conciencia: somática y raciológica. 

Rossell académico: Memoria sobre razas en Cataluña
«Creemos haber demostrado que la raza es un hecho concreto, pues que agrupa a hombres de la misma condición; un hecho general, porque engloba a toda la humanidad. La raza es tan rica de contenido, que nos ha permitido crear una ciencia nueva, y todavía ofrece la seguridad de fundamentar en ella una política, una economía, una moral y una filosofía
En vez de abundar en citas reiterativas, se me ocurre ofrecer una salida curiosa y de más provecho.
La palabra raza se repite en el texto del libro más de 900 veces, sin que ni una sola se aventure una definición propiamente dicha. Los adjetivos más frecuentes son los geográficos o gentilicios (raza nórdica, anglosajona, etc.), o bien los correlativos (pura/impura, dominante/dominada etc.). Se dan también los verbos razar/desrazar, con sus participios razado/desrazado.
Pues bien, para aclarar en lo posible el alcance del sustantivo raza, tal vez ayude un listado orgánico de los adjetivos racial y raciológico con sus concomitancias. En cada caso pongo referencia de página o páginas como ejemplo. Dado que el libro carece de índice analítico de voces, me he valido del OCR de la descarga, que viene sin depurar y es sólo aproximativo. Aun así, espero que funcione y sirva.
Lema ‘racial’:
cuestión racial, 344; fase racial (la evolución entra en f. r.), 160;
diagnóstico racial, distinción racial, 100; carácter racial (la mentalidad, c. r.), 109, 150; alma racial (profundidades del a. r.), 218; aptitudes raciales,  363; mecanismo racial, 241; naturaleza racial (o específica, vs. n. zoológica, como partes constitutivas del Derecho), 294; energía de expresión racial (Spengler), 125; finura racial (del indígena, frente al mestizo), 190; valor racial (la cultura, v. r.), 237, 246; economía racial, 311;
núcleo racial (alejamiento del), 244, 247, 265-267, 269-270, 305; patria racial, 195;
estabilización racial, 159; alteración racial,  33, 195; pureza racial, 197, 208; depuración racial, 270, 308;
liberación racial (movimiento de), 204; defensa racial, 156; victoria racial, 314;
memoria racial (pérdida de m. r.), 15; conocimiento racial (poseer el c. r. = « ser regenerado o puro»), 208; conciencia racial (o somática) vs. conciencia raciológica, 352; inconsciente racial, 80
principio racial, 278
política racial 240 (v. política raciológica)

Lema ‘raciológico’:
doctrina raciológica (francesa), 344;
principio raciológico (pról), 9;
punto de vista raciológico, 354; considerada raciológicamente (reacción termidoriana en la Revolución Francesa), 340;
constitución raciológica (en razas dominadas), 318;
destino raciológico (de paìses), 209;
inconsciencia raciológica, 154, 301, 325, 356; conciencia raciológica, 345, 353, 360-361, 363; despertar raciológico, 307; vibración raciológica, 245; sentimientos raciológicos, 322;
depuración raciológica, 303, 339, 394;
política raciológica, 312, 346, 360, 364 (final del libro)

Lema ‘raciológicamente’:
raciológicamente puras (clases), 197;
raciológicamente censurable (acto) 190.
___________________________________________
[1] L. Homo, Las instituciones políticas romanas, pág. 176 (en francés); T. Mommsen, Historia de Roma (tomos 4 y 7); W. W. Fowler, Roma (trad. catalana), pág. 287; F. de Coulanges, La Cité Antique, pág. 289.
[2] Camille Jullian (1859-1933), marsellés, autor de Histoire de la Gaule. En el tomo 6, cap. 6 (La obra de Roma), Rossell podía regodearse en juicios negativos como éste (6: 545):
«Pensemos, antes de compartir el entusiasmo de los antiguos por el edificio romano, en los millones de cadáveres que sirvieron para edificarlo, y en los que fueron necesarios para mantenerlo en forma. ¿Quién sabe si, a fin de cuenta, la paz romana no ha costado más sangre a la Galia que le habría costado su independencia?»
Por descontado, Jullian tampoco achaca la pobreza intelectual romana al mestizaje.
[3] La frase sintetiza todo un párrafo de Pierre-Jean-Georges Cabanis, Rapports du physique et du moral de l’homme, Paris, 1850, t. 1, IIe Mémoire (Histoire physiologique des sensations); Trad. española:  Relaciones de lo físico y moral del hombre. Paris, J. Smith, 1826, t. 1, pág. 244:
«Para formarse una cabal idea de las operaciones de que resulta el pensamiento, es preciso considerar el cerebro como un órgano particular, destinado especialmente a producirlo; así como el estómago y los intestinos a obrar la digestión, el hígado a filtrar la bilis, las parótidas y glándulas maxilares y sublinguales a preparar los jugos salivales. Al llegar las impresiones al cerebro, le hacen entrar en actividad; como al caer los alimentos en el estómago, le excitan a la secreción más abundante del jugo gástrico, y a los movimientos que favorecen la propia disolución suya.»
La obra se publicó en 1802, 2ª ed. 1805, las demás fueron póstumas:  3ª 1815, 4ª y 5ª 1824.
[4] Pág. 304. «En la Convención, el 7 de Prairial, Milhoud y Soubrany proponen anexionar Cataluña a Francia. Couthon responde que es mejor hacer de Cataluña una República independiente, a modo de barrera allá donde acaban los Pirineos»; Albert  Mathiez, La Révolution Française, 3: 191.
Propuestas similares hubo, en el otro extremo de la cordillera, para el País Vasco. Así, con la invasión napoleónica de España (1808), el proyecto de República Fenicia del senador francés Dominique Garat –rebautizado como Txomin Garat en el callejero nacionalista bilbaíno–. Proyecto que Napoleón rechaza, entre otras cosas, por la pretensión vasca de mantener fueros. De ahí que suene algo extraño eso de que Napoleón quisiera algo parecido para Cataluña, pero sobre todo que lo quisiera «en vano».
[5] Boris Nolde, L’Ancien Régime et la Revolution Russes…, pág. 180.
B. Nolde
[6] El barón Borís Nolde (1876-1948), ex profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Petrogrado, miembro del Tribunal de Arbitraje de La Haya y del Instituto de Derecho Internacional, fue subsecretario de Estado para asuntos extranjeros bajo el Gobierno Provisional ruso. Encarcelado por los bolcheviques, exilado finalmente en 1919, el mismo año publicaba en La Revue des Deux Mondes (vol. 54, 15 nov. 1919) un artículo, ‘Le Règne de Lénine’, exponiendo la misma tesis de continuismo económico agrario, señalando la discrepancia total entre la praxis del colectivismo soviético y la teoría comunista ortodoxa, pero sin meterse en dibujos raciológicos.
Para el Antiguo Régimen, otro referente de Rossell es Paul Léroy-Beaulieu, ‘Le colectivisme’, p. 97  (ver la 5ª ed., p. 97).
[7] Cfr. Claudia Baldoli: Guido Miglioli. Percorsi di un esule cattolico nell’Italia del dopoguerra. Cfr. Giuseppe Sircana, MIGLIOLI, Guido, en Dizionario Biografico degli Italiani, vol. 74 (2010); Franco Leonori, Angelo dei contadini o bolscevico cattolico? (30Giorni, n. 12, 2004)


De la Hipiátrica de Jerocles:
euforia de una yegua curada de diarrea