jueves, 26 de marzo de 2015

Escapada a Tierra Santa (2)


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El primero de marzo, domingo, cerca de la media noche embarcamos en Aerolíneas Turcas, Madrid-Estambul (4 h), Estambul-Tel Aviv (2 h).
Muy pronto nuestros anfitriones mostraron interés en que no voláramos con el estómago vacío, regalándonos con una cena. Del resto del viaje, se me grabó despertar de un duermevela y ver abajo, desde la tropopausa, el polígono inconfundible de Bolonia dibujado por las luces de la ciudad, como recordándome que tengo pendiente unos apuntes de viaje. Pronto asomaría  Rávena en la costa adriática,  con el mismo aviso.
Tras un alto de casi 2 horas  –con una de adelanto horario– regresamos a nuestro elemento natural de aeronautas, y vuelta la compañía aérea a la misma preocupación, ofreciendo un almuerzo sobre las nubes. Esta vez viaja al lado  nuestro una mujer joven, que deja su revista hebrea para pedir alimento kosher y lo consume, antes de dormirse. De lo cual deducimos que es judía.
En Tel Aviv todo fue sencillo a la entrada (de la salida ya hablaremos). Los pasaportes y una papeleta individual de permiso para seis meses, sin derecho a trabajo en Israel, ese fue el trámite. Allí  encontramos a tres compañeros de viaje y la furgoneta que nos llevaría a Belén.
El recorrido no me dijo gran cosa, sería por el insomnio. Subiendo de la Sefela –la Plana, para entendernos–, el nombre de Modi’im muy repetido en la autovía me trajo a la memoria la patria del sacerdote Matatías y sus cinco hijos Macabeos, el lugar donde estalló con un acto terrorista la primera intifada de la Historia: la resistencia  judía contra el ocupante sirio Antíoco (167 a. de C.).
El Judaísmo –a diferencia de los cristianos, en especial los católicos– no incluye en su Biblia las guerras macabeas, que al fin dieron lugar a una dinastía contemporizadora, con movimientos reaccionarios que le llevaron a su finiquito político, profetizado ‘post factum’ en los Evangelios. Judas Macabeo es héroe nacional para Israel. Sin embargo, cuando uno lee el libro I Macabeos, cap. 8, sobre la alianza de este caudillo con Roma, es imposible no recordar también a los Estados Unidos de América, como aliado incondicional de Israel en su guerra con el mundo árabe.  
Entrando en Belén, en el control de acceso a la zona A (bajo autoridad palestina), estrenamos experiencia de ese trámite que luego se nos haría familiar. «“Controles, controles, controles”, me dice Bassam Almohor. “Los llevamos dentro de la cabeza. Es que ni sabríamos qué hacer con la libertad de movimientos”». Esto que he leído en National Geographic de diciembre pasado, del explorador Paul Salopek, es lo mismo que oiré a nuestro guía Vladímir, que añade sarcástico: «Los palestinos somos la gente más documentada del mundo, como podéis ver. Aquí mi pasaporte español, mi cédula palestina, esta otra israelí, permiso israelí de trabajo (temporal y según dónde), etc. etc.»   
Belén  
A un paso del control fronterizo y del Muro, sobre la carretera de Jerusalén a Belén y Hebrón, está ‘Paradise Hotel ’, una empresa familiar cristiana en auge y en obras. El propio fundador, Sr. Abu Aita (q. e. p. d.), se hace presente en una foto de carnet muy aumentada, presidiendo la recepción. Por lo demás, como hotel, rigurosamente anodino. Tres relojes en fila dan la hora de otras tantas ciudades del mundo. Es parador tópico/típico de peregrinos de todas partes y razas, católicos, ortodoxos, protestantes. Estos días en el comedor hemos competido por el bufé con indios y africanos, pero también con oleadas de intrusos polacos, magiares, servios, ucranianos y otros europeos orientales, sin contar los americanos, japoneses y chinos.
Belén es, ante todo, la patria de Jesus de Nazaret. Antes lo fue de David, su antepasado y ‘verdadero’ fundador del primer reino judío, como suplantador del frustrado rey Saúl, que no gustó a Samuel profeta. Un precursor del judaísmo ultra-ortodoxo, en lo de poner y quitar gobiernos. Sin embargo, esa oriundez davídica no parece importar mucho a los ultra-judíos de hoy, que en cambio veneran un improbable sepulcro de su David en Jerusalén.
Belén ha sido ciudad de mayoría cristiana (hasta el 90 %, dicen). Hoy el cristianismo es minoritario y aun parece batirse en retirada.  
Los betlemitas tiene fama de buenos para el negocio. El primer árabe de Palestina que conocí era mercader, de Belén.  Allá por la navidad de 1956, a bordo de HMS Reina del Mar, regresaba a Chile con su mujer (y creo que prima), tras haber visitado a la familia en Tierra Santa. Simpatizamos, y él me contó horrores de lo que luego se llamó la naqba o ‘desastre’, en 1948,  cuando los judíos ensancharon su primigenio estado vaciando de árabes aldeas, barrios y pueblos enteros a punta de metralleta. Juan Amar (o más bien Qámar, que en árabe es Luna), hombre amable, tranquilo, edad como cincuenta y pocos años, me encareció mucho –«aunque usted ya veo que lo sabe, pero mucho gente no»–, que los árabes cristianos lo fueron de siempre, y no son musulmanes conversos ni cosa que lo valga. Él mismo tenía un hermano franciscano,  prueba irrefutable.
Me contaba también de su emigración a Chile, mozalbete con lo puesto, bajo la protección de parientes y amigos establecidos en el negocio de las telas, a empezar con el trabajo duro. «Con los mocos hasta la cintura y envuelto en mi propia mercancía, muerto de frío, yo he vendido paños a los pingüinos de Patagonia, señor. Es siempre así, y el que vale y lucha con la ayuda de Dios sale adelante.» Amar/Qamar era de los que, por haber luchado y valido, Dios les había ayudado. De ahí sospeché que mi amigo ‘turco’ aprovechó su visita a Palestina para reclutar a jóvenes viajantes para su negocio chileno. Así aliviaba un poco la penuria en la zona, bien que a costa de reducir la población cristiana.
Visitamos la tienda de recuerdos ‘Santa Catalina’, del Sr. Saliba Bandak –«Saliba vale por Cristóbal», explica Vladímir–, con su taller de talla en madera de olivo, típica industria betlemita. Objetos religiosos y profanos de estilo popular, un eufemismo para el caso. También es típica de Belén la labor de nácar, aunque hoy se la ve como de capa caída [1].
En Belén hay una pequeña fuente monumental. Donada por cierta ‘Intereuropean Union for Cooperation’ (I.U.C.) en 1999, la ‘Fuente de la Paz’  juega con los símbolos pétreos de la esfera y la estrella. Con lo que no juega la fuente es con el agua, un bien escaso, de modo que el polígono estrellado que sería su vaso es un recipiente seco de pedruscos y desperdicios. Por lo demás, la impresión general del Belén turístico es de ciudad reconstruida y aseada, aunque hay mucha manga por hombro.
Belén: Fuente de la Paz “Para hombres Cafetería ambulante
Siempre cuesta abajo, se llega a la Plaza del Pesebre. A la entrada, donde hubo una mezquita modesta, hoy se alza la misma corregida y aumentada a expensas del espacio  público, testimonio del auge islámico. Dos palmeras acentúan el tono arabesco del edificio con su alminar, todo ello de estilo mameluco.
Enfrente, al fondo de la plaza, lo que se ve no da idea de lo que vieron los peregrinos antiguos. La basílica de Constantino y Justiniano sigue siendo monumental por dentro, pero desde fuera desaparece en la envoltura maciza de tres conventos, griego, armenio y latino, con el espacio compartido a la manera local: aquí lo mío, ahí lo tuyo y acullá lo del otro. Lo principal –el coro y ábside de la basílica  de la Navidad con la santa Cueva que está debajo– es de los griegos. Los latinos, representados por la orden franciscana, ocupan el lado norte donde convirtieron una gran capilla en iglesia de Santa Catalina (1881), adosada a la cabecera de la basílica antigua, con puerta a la misma y propiedad o derecho de paso desde allí hasta la Cueva, en línea recta. También es latina la Cueva de San Jerónimo, parte del complejo subterráneo.
Este relato viene a cuento de una larga historia de enredo entre griegos y latinos, ortodoxos y católicos, por el dominio de los lugares santos. Por mucho tiempo los frailes del cordón estuvieron excluidos del uso de la basílica hasta 1852, gracias a Napoleón III en obsequio a su política y a su novia, Eugenia de Montijo.
Basílica y Cueva del Nacimiento
Ni siquiera se entra por la puerta principal, que no existe. Un postigo lateral miserable (‘Puerta de la Humildad’ la llaman, donde conviene agachar la cabeza), conduce a los visitantes de uno en uno a un atrio pequeño. Suele montar guardia algún monje, atento al atuendo de ellos y ellas. De allí, por unas puertas de madera muy bien labradas (lo que queda de ello), se pasa a la basílica, de cinco naves marcadas por 40 grandes columnas corintias monolíticas de caliza rojiza, más robustas que esbeltas porque les falta el basamento. El suelo bizantino estuvo por debajo del actual, y buenos restos de mosaico se descubren  retirando unas trampas de madera.

Por desgracia, no vimos el aspecto real de la basílica, que está en obras. De hecho, al entrar en aquella penumbra parece como si la columnata se hubiese vuelto dórica acanalada, envueltos los capiteles en lona y los fustes en tiras de madera.

Las obras de reparación de toda la techumbre empezaron en 2012. Era hora.  A fines del año anterior se había celebrado la Navidad latina el 25 de diciembre. Como cada año,  los ortodoxos proceden a limpiar el templo para su Navidad, que cae a principios de enero. Esa fue la ocasión, aprovechada por el Maligno, de convertir el lugar santo en campo de batalla.
Todo empezó al modo tradicional, cuando los monjes griegos y armenios, tras cruzar acusaciones de invadir maliciosamente los espacios respectivos, la emprenden a empellones y escobazos, unos contra otros. Y todo acabó también tradicionalmente, cuando la policía entra en acción para separarles a golpes de porra, sin hacer mucho caso  de los nomocánones y el fuero clerical. Miércoles, 28 de diciembre de 2011: otra fecha y página para las efemérides del esperpento religioso en Tierra Santa [2].

De la santa Cueva del Parto diré, con todo respeto, que me recordó una matriz o útero, con sus dos cuernos o trompas que son los túneles de bajada y subida por peldaños, y sus puertecitas góticas de mármol antiguas a derecha e izquierda del coro. 
Abajo y en medio al fondo, mirando a Oriente, entre ambos túneles y escalinatas, está el rincón sobre el lugar mismo donde María dio a luz, marcado por una estrella de plata de 14 puntas, en memoria de la que guió a los Magos desde Jerusalén  hasta aquí. La estrella, bien sujeta al suelo de mármol con 28 tornillos, también de plata pero chapuceros, recuerda una custodia con su viril redondo en medio, una ventanilla para ver la roca. Una orla en relieve atestigua:  
HIC DE VIRGINE MARIA IESVS CHRISTVS NATVS EST - 1717
En efecto, aquel año, tras la Guerra de Sucesión española, Felipe V agradecido por su victoria hizo dedicar una estrella de plata. Pero no la que vemos. La original fue sustraída (12 de octubre 1847), y no pudiéndose hallar, tras largo proceso el sultán turco mandó reponer otra semejante, «como recuerdo suyo imperial a la nación cristiana». Tanta generosidad no se tradujo en donativo alguno, y fue un franciscano español quien encargó esta copia fiel, colocada, eso sí, por un emisario de ‘la Sombra de Dios en la Tierra’ (23 de diciembre 1852).
A la ceremonia no asistieron los griegos, que siempre miraron mal aquel adorno latino y en más de una ocasión intentaron retirarlo. Y no sin razón, pues aparte de la arrogancia latina en sitio ajeno, la estrella invitaba a confundir el nacimiento de Jesús con la adoración de los Magos. En todo caso, a los buenos frailes no les cupo la menor duda de quienes fueron los cacos, y dónde escondieron su robo: en el monasterio de San Sabas, convertido en cueva de Alí Babá con los tesoros hurtados a los latinos.
Aparte del altar del Nacimiento hay otros recordatorios, en espacio tan estrecho, como si casi todo el Evangelio de la Primera Infancia de Cristo se hubiese desarrollado aquí. Que a mano derecha esté la piedra del pesebre donde María recostó al Niño, nada que objetar. Pero que justo al lado se abra el hueco donde un par de años después le adoraron los Magos, según Mateo (2: 9-11), eso implica que la Sagrada Familia se quedó a vivir en la cueva, y entonces ésta nada tuvo que ver con el overbooking del albergue, según Lucas (2: 6-7).
El cuerpo principal de la gruta se ve que estuvo revestido de cordobanes todo él, en un conjunto cuajado de colgaduras, cortinas, doseles e iconos que resulta abrumador. Por fortuna ya no es tan peligroso como antes, con tanta lámpara donde ardía aceite, aunque todavía se siguen encendiendo velas en equilibrio inestable. Hoy es día tranquilo, pero por Navidad y otras fiestas son miles y miles de personas que desfilan y se postran a besar la estrella, a tocar en ella un rosario, a sacarse la foto, a pasar de largo simplemente.
Rogad, ¡oh vosotras, mujeres preñadas!, para que no os llegue el parto aquí dentro, en una de esas celebraciones (Mateo 24: 19-20).
La Cueva de San Jerónimo
A pocos pasos de la Cueva natal hay otro complejo rupestre comunicado por un túnel, pero está tapiado y la puerta que hay está cerrada o condenada. Y así ha de ser, porque esta cueva ya cae bajo suelo ‘latino’, con la entrada desde Santa Catalina.
Tengo entendido, aunque yo no lo vi, que desde su territorio subterráneo los franciscanos pueden vigilar su estrella de plata por un orificio diminuto que perfora el tabique que cierra el túnel. Hay más de extravagancia que de religión en todo esto.
Por lo demás, viene a ser continuación de lo visto, con cavidades relacionadas igualmente con la Infancia de Jesús. Primeramente la alcoba de san José, donde soñó que el ángel le ordenaba la huída a Egipto con María y el Niño, por la matanza de Herodes. Viene luego una capilla con tumbas pequeñas en la roca, donde fueron enterrados unos cuantos niños Inocentes, escondidos por sus madres y asesinados aquí mismo. En este conjunto se integra el habitáculo que, según dicen, habría ocupado san Jerónimo.
Este erudito y sabio dálmata, escriturista, historiador y polemista, después de muchas andanzas vino a parar aquí desde sus 40 años, en 386, y aquí murió en 420. A un lado de su cueva se muestra su tumba vacía, porque sus huesos se trasladaron a Roma.
¿Por qué en Belén? Jerónimo tuvo un carácter difícil, irascible. Jerusalén era ciudad inquieta, disputadora, con mucho visitante; un buen sitio donde perder el tiempo.  Y él, entre sus muchos proyectos, traía como encargo de su difunto amigo el papa Dámaso la puesta a punto de la Biblia en latín: la Vulgata.
Para vivir y trabajar, Jerónimo contaba con la ayuda de admiradoras devotas y discípulas suyas. En particular la rica viuda Paula, junto con su hija Eustoquio (no nos distraiga la forma masculina), acabaron arruinadas en los proyectos del maestro y en los suyos propios de hostelería para peregrinos.
La verdad es que Jerónimo, el ‘Solitario de Belén’, como él mismo gustaba de llamarse y sigue llamándose, en esta cueva donde me encuentro era uno de los hombres más cultos y mejor informados de su tiempo. Por algo los humanistas le adoptarán como santo patrono.
Por otra parte, el motivo de Jerónimo en la Cueva de Belén ha generado una iconografía inmensa, junto con leyendas divulgadas sobre todo por los monjes de la autotitulada Orden de San Jerónimo (siglo XV).

Para Ghirlandaio (1480), la Cueva de Belén se trasmuda en confortable estudio, donde el santo luce la púrpura de cardenal: una dignidad que ni siquiera existía en su tiempo.

Otro atributo del santo es el león, en trasunto de la historia de Androcles, que vista por el Carpaccio (1502) es de lo que no se olvida. El juego que se trae el pintor con los hábitos de los monjes en estampida hace contraste cómico con la perplejidad del Santo, que no sabe cómo explicarles que el pánico es infundado porque la fiera es mansa.

 
A la Cueva de la Leche
La iglesia de Santa Catalina tiene un nártex a modo de claustro gótico, también moderno, con un San Jerónimo en medio herido de bala. Recordemos que la Basílica de la Natividad estuvo sitiada por la tropa israelita durante 39 días de 2003, en una operación militar que retuvo a militantes palestinos, pero también a civiles y religiosos encerrados en sagrado sin suministro eléctrico, entre otras medidas de presión para forzar su entrega.


"Donde se divisa, a la izquierda Belén; a la derecha, un asentamiento judío"
Desde el taller de Saliba se sube a una azotea, donde se divisa, por la izquierda, Belén-Centro; por la derecha…  Iba a decir: por la derecha, un escenario de recuerdos bíblicos. Pero, ¡ay!, lo que domina el paisaje es un asentamiento judío. Con el inevitable muro.
Hay que recurrir a fotos de archivo para recrear los olivares en la ladera, los campos de pastoreo y tierras de labor. Ya es imposible imaginar que por allí espigaba Rut, la joven inmigrante moabita, detrás de los segadores. Allí la conoce Booz y el encuentro termina en boda. Fueron los bisabuelos de David, el que de muchachito por estos pagos disputaba las ovejas de su padre Jesé al león y al oso (1 Samuel, 17: 36). Más  abajo se ve el Campo de los Pastores, donde se echa de menos a los ángeles cantando, «Paz a los hombres de bien».
El Campo de los Pastores. Bueno, uno de los campos, no el único. El guía Vladímir nos señala otros ‘campos de los pastores’. Como también nos habla de otros pastores actuales: el párroco latino, el ortodoxo, el pastor evangélico, «cada cual a su bola». Hoy con el ecumenismo se llevan mejor entre ellos. Pero él mismo, que es de la secta cristiana ortodoxa, nos recuerda cómo, no hace tanto, si una chica ortodoxa se casaba con un católico o protestante, las campanas de su parroquia doblaban a muerto.


La Cueva de la Leche forma parte de un convento femenino. Tiene de particular que la roca es blancuzca, y más ahora, reformada  y limpiada a fondo la cueva (2007). Todo muy amanerado. La anomalía, en una zona de estratos rupestres pardo-rojizos, se explica por una leyenda apócrifa (siglo VI). Cuando la matanza de Inocentes –algunos en la propia Cueva de Belén, como hemos visto–, la Sagrada Familia antes de emigrar a Egipto se esconde aquí, y dando María de mamar al Niño, unas gotas de leche salpicaron la piedra, que se volvió blanca.
Desde entonces, la visita a la cueva es de efecto galactógeno y galactagogo para la mujer, aunque esto sólo se descubrirá mucho más tarde (siglo XIII). Lactantes cristianas y mahometanas, pero también  judías e infieles, ven mejorar en cantidad y calidad su secreción mamaria. Hasta el raspado de las paredes, sorbido con agua, funciona igualmente, y como tal se ha venido expendiendo esa roca en polvo, con ganacia triple: de fe, de limosna y de espacio cavernícola.
Hoy, con la dejación de la lactancia materna, la industria piadosa ha decaído, pero la Cueva de la Leche vale la visita, aunque sólo sea para meditar, desde una tribuna, a través de un vidrio incoloro e insonoro, el misterio del culto eucarístico practicado por las monjas de la Adoración Perpetua. Este género de devoción moderna es en realidad antiguo, inventado por un san Alejandro, que fundó en Bizancio el monasterio de los Acemetas (h. 400) –akoimêtai, los insomnes–, llamados así porque, turnándose en el sueño, siempre había monjes de guardia en el coro.

El Campo y Cueva de los Pastores
De este santuario, en su versión oficial latina, sólo voy a recordar lo que nos cuenta el guía, con la retranca que le es propia. Este lugar santo es a la vez lugar arqueológico, con restos desde la Prehistoria. Y aquí sale a escena el padre Corvo, franciscano, a quien Dios perdone. Porque estando al frente de esta parroquia con tan poca clientela, ocupaba sus ocios de cura como arqueólogo improvisado, con talante de coleccionista, excavando por intuición de ciego y espigando objetos, como Rut la cebada, para los museos de su orden.
Lo curioso es que el padre Corvo se hizo un nombre como arqueólogo de Tierra Santa, con discípulos y todo. Hoy su hazaña es irrepetible. Y no sólo por el Departamento de Antigüedades palestino, es que Israel no permite mover una piedra en lo que considera tierra suya.

Esto comentábamos, en el interior de lo que fue vivienda subterránea, reciclada como cisterna y viceversa, en el Campo de los Pastores de Beit Shaur, cerca de Belén. Aquí los franciscanos levantaron (1954) una iglesita «en forma de tienda pastoril», eso dicen, aunque cualquiera puede ver una mini-cúpula vaticana.

Siempre la Cueva
Todavía hubo ocasión de bajar al centro de Belén, por la tarde. Fue un acierto. Ya anochecido, la Basílica estaba abierta, y fue una experiencia andarla por todos sus rincones, iluminada y vacía para nosotros solos.
Y con la soledad y el silencio, la reflexión: ¿Aquí nació Jesús?
Si Jesús existió –y eso parece–, en algún lugar tuvo que nacer. Pero no aquí necesariamente. La candidatura de Belén se basa en un midrash judeo-cristiano, lectura  de una supuesta profecía, recordemos, interpretada por sabios judíos para uso y abuso de su señor, el rey Herodes. Tal es el relato de Mateo.
Lucas, por su parte, racionaliza el evento con su historia del padrón dictado por Augusto. Este trámite burocrático produjo el nacimiento de Jesús en Belén por casualidad, más que por designio profético.
El primero en situar la Navidad en una cueva próxima a Belén fue Justino el Mártir (siglo II), añadiendo que allí tambien le encontraron los Magos de Arabia guiados por la estrella (Diálogo con el judío Trifón, 78). Buen argumento para los franciscanos.
La tradición o ‘rumor’ sobre la santa Cueva era común en tiempos de Orígenes (s. III) y de san Jerónimo, que comentó cómo el emperador Adriano había levantado allí un jardín de Adonis con su santuario, con idea de borrar la memoria de Cristo.
En efecto, parece que aquí floreció el culto de Tamuz/Adonis, el dios del eterno retorno de la vida (como Osiris). Pero bien pudo ser, justo al revés de lo que entiende Jerónimo, que los cristianos adoptaran el antro pagano para reconvertirlo en la cueva evangélica del pesebre, donde nacio Jesús. En Belén de Judea, la patria de David, según las profecías.
Por lo demás, el parto en una cueva de animales no es nada increíble. El hábitat rupestre esta atestiguado en la zona hasta hoy, siendo unas veces la propia cueva la vivienda común de hombres y animales, o bien la cueva como bodega y establo debajo de una casa o posada.
En cuanto al culto de la Natividad, santa Elena en su peregrinaje y búsqueda de santos lugares da con éste, ya famoso en el siglo IV, y obtiene de su hijo el emperador Constantino una espléndida basílica cristiana, que no sería la actual exactamente, pero sí muy parecida.




[1] Cfr. E. Yidi Daccarett & al., El arte palestino de tallar el nácar: Una aproximación a su estudio desde el Caribe Colombiano. Bogotá, 2003. Con prefacio de Yasser Arafat y presentación del Prof. José Juan Amar Amar, chileno, Dr. en Psicología y acreditado especialista en psicología infantil. Los autores se enorgullecen de su descendencia palestino-betlemita en 1ª generación.  El motivo de partida del estudio es  un viejo ‘Escudo de la República de Colombia’ realizado en nácar por Bichara Isa Zogbi (Belén, 1923).
[2] Peor aún, en plena ceremonia religiosa en el Santo Sepulcro, Jerusalén (noviembre 2008), también entre armenios y griegos. Antes también los franciscanos y demás católicos solían tomar parte en las refriegas. Hoy, sin descuidar lo suyo, los ‘latinos’ se mantienen al margen de estos espectáculos.





lunes, 16 de marzo de 2015

Escapada a Tierra Santa (1)


Asentamiento tras el Muro
Varias veces en mi vida hice planes para visitar Palestina. O como también se decía, la Tierra Santa. Y no sólo de paso, sino con idea de residir algún tiempo en el nuevo avispero, ¿por qué no? El estado de Israel estaba todavía en su primera década. Hoy no puedo reprochar que un joven confuso y desorientado como yo se dejase tentar por la aventura romántica de moda, cooperando en algún kibbutz sionista.
Para entonces mi mentalidad era laica. Imposible sin embargo olvidar lo que siempre dijeron los curas. La mayoría –y en esto convergían curiosamente con el sionismo religioso– estaban convencidos de que el sionismo político y laico no estaba de Dios y sería un fracaso, pues sólo al Mesías le compete la reunificación del pueblo judío. Algunos sin embargo lo veían de otro modo: el retorno masivo de judíos a Palestina era designio divino para la conversión de este pueblo, anunciada por San Pablo. Si acaso, era señal de la II Venida de Cristo, previa al Fin del Mundo. (La profecía de San Malaquías sobre los pocos papas restantes se citaba en apoyo.)
Cuando el conflicto árabe-israelí se enconó de mala manera, no sé por qué me prometí a mí mismo no poner pie en aquella tierra, en tanto no hubiese visos de arreglo justo. Y he aquí que de pronto, este mismo año, se me ofrece una ocasión de faltar a mi promesa. Considerando, pues, que (como agudamente observó Job) «la vida del hombre sobre la tierra es breve», y que de aquí a poco Jerusalén se habrá perdido mi preciosa visita, me dispensé del voto.
Ahora me gustaría escribir impresiones del viaje. Sólo impresiones, pues ni su duración ni el recorrido han dado para más y los contactos han sido muy limitados. No puedo ni quiero meterme a politólogo, y menos a juez en litigio tan endiablado, donde no sé de la misa la media.


En lo afectivo, sin embargo, puede mucho lo que uno ve y palpa, y yo lo que he podido ver estos pocos días es opresión prepotente del débil por el fuerte, con algo que no tiene otro nombre que expolio.
Mi ideal no es la equidistancia. Ecuanimidad, tal vez, mucho más difícil. Con lo que tengo escrito aquí sobre el Islam, no creo que nadie me tome por partidario acrítico de la causa palestina, que bien a pesar de la minoría cristiana es ya es en parte una causa islámica, y a este paso puede acabar siéndolo radical del todo.  
Me gustaría no molestar a nadie, y menos a buenos amigos que tengo judíos o pro-judíos. Concédanme el descargo de estar desinformado, antes de tacharme de obcecado. Y créanme al menos esto: a ningún palestino de los que hemos tratado (cristianos sobre todo, pero también musulmanes) le he oído despotricar contra los israelíes en general –el término ordinario que emplean, en vez de ‘judíos’–. Y eso que el tema de conversación versaba tal vez sobre agresiones tan molestas como puede ser la ocupación de tu vivienda, la destrucción de tus enseres o el vertido de desperdicios e inmundicias en tu espacio vital. A la recíproca, del lado judío nada puedo decir, pues no tuvimos oportunidad de recabar su opinión sobre los palestinos.  
Israel es un hecho histórico, independientemente de cómo se lo interprete. Es una realidad sin más vuelta atrás posible que una catástrofe de efecto incalculable a escala mundial. Lo que está muy en juego ahora es la viabilidad del estado palestino, y lo que está muy en duda es la voluntad seria y eficaz de Israel para que la criatura no resulte al fin un aborto ni un monstruo.
¿Que dónde hemos estado?
Buena pregunta. En la Tierra Santa todo está muy complicado, y una cuestión tan simple para cualquier viaje normal no tiene aquí respuesta fácil. ¿Israel? ¿Palestina? ¿Canaán? ¿Dónde diantre hemos estado?
     1. En pura lógica, Canaán sería el nombre más genérico, el más antiguo y el más legítimo: el que en la Biblia empleó el mismo Dios para designar el territorio prometido  a Abraham y a su descendencia. (No a toda, ni todo, según resultó luego. Las promesas divinas son siempre enigmáticas.) [1]
     2. Palestina ha significado y significa varias cosas:
      2. 1. En origen y etimología fue la tierra bíblica de los filisteos: gente no semita procedente de Creta según se pensaba (Jeremías, Amós, Deuteronomio…) [2]. Toman tierra por Egipto y lo que es hoy la franja de Gaza y se adentran por territorios cananeos, donde chocarán militarmente con otros advenedizos, los israelitas. El episodio del joven pastor David venciendo al gigante filisteo acorazado Goliat es tan emblemático como irónico, traspuesto a la cuestión actual israelí-palestina. Según eso, Palestina debería ser poco más que la franja de Gaza, y esa es la tesis de algunos israelíes para negar cualquier entidad política llamada Palestina.
      2. 2. Sin embargo, y por impropio que sea, Palestina se llamó a toda la franja entre el Mediterráneo y el Jordán con el Mar Muerto, desde el Líbano por el norte hasta el Mar Rojo. Fue el nombre atribuido a esa zona en el Mandato Británico otorgado por la Sociedad de Naciones (1922), donde Palestina se distinguía del territorio «llamado Transjordania» –independiente desde 1946 como Reino Hachemita de Jordania, o Jordania a secas.
Esta idea de Palestina no era nueva. Aparece ya en Herodoto (siglo V a. de JC), como parte específica de Siria, y lo mismo en autores griegos posteriores. De modo que los romanos no inventan nada cuando, tras ahogar la segunda revuelta judía, destruir el Templo de Jerusalén y provocar una diáspora, replantean políticamente toda la zona como Palestina (año 135 E. C.).
¿Y en tiempos de Jesús? Todo parece indicar que el término Palestina estaba en desuso. De hecho, no aparece ni una sola vez en todo el Nuevo Testamento, donde tanto se habla de ‘Israel’ e ‘israelitas’, tal vez por ideología profético-política, luego lo vemos.
El nombre de la Palestina romana se fija pronto en el mundo cristiano para designar el país de Jesucristo, la Tierra Santa: Judea, Samaria, Galilea, más un poco de la Jordania y el Líbano actuales.  
2. 3. Palestina es también el nombre del nuevo Estado Palestino, surgido a consecuencia de la partición del territorio del Mandato británico, recomendada por la ONU (1947), con idea de formar dos estados, judío y árabe. Uno y otro se declararon de forma unilateral: Estado de Israel (1948) y Estado Palestino (1988) [3]. El territorio palestino comprendía dos espacios separados: uno en la orilla oeste del Jordán y Mar Muerto, con la ciudad vieja de Jerusalén, y otro costero mediterráneo, la Franja de Gaza.
En esta Palestina hemos estado. Mejor dicho,  sólo en una parte de ella (no en la Franja de Gaza, incomunicada con el resto y con el mundo), una semana, con base en Belén. Por Palestina hemos hecho excursiones a Hebrón, a Jericó, a Nablus. También un par de recorridos por Jerusalén y una visita a Qumrán, lugar arqueológico bajo control israelita, igual que los accesos al Mar Muerto.
3. Israel .  Fue el sobrenombre bíblico impuesto divinamente a Jacob, de significado fantástico: ‘El que pudo con Dios’, o más modestamente, ‘El hombre que vio a Dios’ (Gen 32: 28-29; cfr. 34: 10). Es también el nombre elegido por el nuevo estado judío (1948), Estado de Israel, mejor que Tierra de Israel, Judea o Sión, cuyos ciudadanos son los israelíes o israelitas [4].  
Históricamente fue también el nombre de las Doce Tribus confederadas, los Beni Israel o Hijos de Israel, así como del reino de David y Salomón (Casa de Israel), mil años antes de JC. Al romperse en dos, el reino del norte hereda el nombre de Israel, y el del sur pasa a llamarse reino de Judá. Esta restricción oficial no es del gusto profético y no es respetada: Israel es el ‘todo Israel’ como pueblo y como país. El sentido profético-político influye en el Nuevo Testamento, donde ‘Israel’ e ‘israelita’ eran de uso corriente, mientras que Palestina ni se nombra [5].
Curiosamente, el líder sionista Teodoro Herzl –el ‘Vidente del Estado’, así llamado como principal promotor de la creación de Israel–, en su manifiesto seminal Der Judenstaat (‘El Estado de los Judíos’, 1896),  para referirse al territorio de implantación del mismo estado habla de Palestina. Israel sólo aparece una vez, en esta expresión: «Israel rezará por nosotros y por sí mismo» (en relación con los rabinos como intermediarios entre la Sociedad y Compañía  de judíos sionistas y las comunidades respectivas).
¿Israel, Palestina? Allí todo está muy liado, entreverado, inextricable, y pongo un ejemplo que no viene de ahora. 



Figúrate que estás en el templo del Santo Sepulcro, lugar santo para toda la cristiandad. Pues bien, si te dispones a entrar al sagrado edículo por la Capilla del Ángel, toda la gran rotonda que lo rodea, más el ambulatorio y girola, es de propiedad común; pero en la misma rotonda, detrás de una capillita copta, el ábside del fondo a poniente pertenece a los sirios, con un pasadizo armenio a la derecha y otro también copto a la izquierda; pero el terreno que pisas es católico latino, como lo que hay más al norte a tu derecha fuera de la rotonda, mientras que a tu espalda el gran coro y ábside principal del templo, aunque se llame el Catolicón y tenga en medio el ‘Ombligo del Mundo’, es ortodoxo griego; y todavía otra capilla axial absidal más al este es de los armenios, igual que toda la gran capilla o iglesia que hay detrás, titular de la fundadora Santa Elena, menos la capilla aneja de la Invención de la Santa Cruz por la misma santa, que es latina. Ahora bien, el edículo del Santo Sepulcro (1810) es de diseño ortodoxo y financiación rusa. Las lámparas que lo alumbran por dentro están repartidas entre griegos, latinos, armenios, más una que es copta… También la Iglesia de la Navidad en Belén está repartida entre griegos, latinos y armenios; et ita porro.
Aquella maraña religiosa tradicional tiene ahora también su versión política en el intríngulis de los territorios ocupados, donde la tan celebrada sapiencia del juicio de Salomón brilla por su ausencia. No sólo el cuerpo del niño, cada miembro de la criatura y cada porción de miembro vivo está en división permanente, y a no ser por los letreros, los controles y el muro divisorio, no sabría uno decir si está en Palestina, en Israel, o con un pie en cada territorio.
El cáncer palestino
La guerra de los Seis Días duró del 5 al 10 de junio de 1968. Desde entonces, la ocupación militar del territorio palestino por Israel es la más larga en nuestros días. También la más singular del mundo, por la demo-cirugía que el ocupante aplica en el suelo y pueblo ocupado. Una implantación y colonización progresiva, que es ya una forma de anexión descarada.
Y eso que la víspera de la victoria, el 9 de junio, el ministro de Exteriores de Israel Abba Eban tranquilizó a su aliado incondicional, Estados Unidos, asegurando que Israel no buscaba expansión territorial ni tenía aspiraciones coloniales. Si era verdad, se ve que desde entonces su política ha virado en redondo.
Hay una frase muy citada y que se quiere dar por apócrifa, del difunto Ariel Sharon al nieto de Churchill, sir Winston S. Churchill III, en un encuentro privado (1973):
–¿Qué piensan hacer ustedes con los palestinos?
–Un sandwich de pastrami.
–¿Y eso cómo?
–Pondremos una capa de asentamientos judíos entre los palestinos, y luego otra semejante todo al través de la Orilla Occidental, de modo que en cosa de 25 años ni las Naciones Unidas ni los Estados Unidos, nadie sea capaz de separarlo.
Auténtico o no, es muy del estilo de ‘Arik’, y en todo conforme con la estrategia del hombre que, tras sellar acuerdo como primer ministro para seguir la Hoja de Ruta hacia la Paz, en apretón de manos con su homólogo palestino (Aqaba, 2003), se restregó la suya alegando que eso de «congelar los asentamientos bien estaba como figura retórica». Los asentamientos son necesarios porque nuevas familias israelitas necesitan hogar; pero hogares seguros y bien comunicados, cada poblado con su entorno de ‘crecimiento natural’. Así lo explicó a Colin Powell, Secretario de Estado norteamericano, cuando éste visitó la zona (2003):
–¿O es que quiere usted que una embarazada tenga un aborto, sólo por vivir en un asentamiento?
Pues eso. Las gráficas hablan por sí solas. En particular muestran cómo en 2013 este tipo de ocupación se dispara de forma salvaje:
Licencias de construcción en asentamientos, por cuatrimestres (datos de Israel)
Bajo la ocupación, Palestina padece doble cáncer; o un cáncer de doble efecto, el de hoy y el de mañana. El cáncer palestino son los asentamientos judíos y su interferencia en el muro. Es como una metástasis generalizada. Puede empezar por una vivienda rodante, o un grupo de ellas. Aparecen luego luego las excavadoras y maquinaria pesada, se acondiciona el terreno, se levantan edificios, se traza la carretera, el tendido el eléctrico, la valla alambrada y electrificada, la conducción de agua…
El agua sobre todo. Israel controla los acuíferos de la zona, los explota en su beneficio y, salvo la lluvia en cada terrado, tasa a Palestina los recursos hídricos.  En Israel, el gasto diario de agua es de 300 l/persona. El colono o residente en asentamiento dispone de un 20 % más, mientras que un palestino ha de arreglarse con la quinta parte de un colono. Bueno, tampoco exageremos: también les cabe a los palestinos  el recurso de reciclar aguas residuales: las escasas propias, pero sobre todo las muy sobradas de los asentamientos, cuyos desagües suelen empalmarse a la red fecal palestina y sus arroyos.
Los ‘beneficios’ que ofrece el gobierno israelí a los ‘colonos’ por ocupar los asentamientos, más que aliciente o privilegio pueden llamarse soborno. Incluyen exención de impuestos, garantías varias, préstamos blandos… Los maestros, por ejemplo, gozan de antigüedad, facilidades de alojamiento, reembolso de desplazamientos etc. Nada tiene de extraño que últimamente se haya incrementado la demanda, con nuevo oleada de inmigrantes judíos de Rusia y Este de Europa sobre todo, pobres pero patriotas como ellos solos. También algunos de América Latina.
Llama la atención que un judío recién llegado a Israel se vea instalado de inmediato con una bicoca de ventajas en territorio palestino, en las tierras mismas que fueron del vecino árabe, expropiadas manu militari y recalificadas, o cultivadas tal vez ahora por los colonos. Para contraste, los refugiados forzosos palestinos tienen vetado el retorno a sus tierras de origen, y el palestino en general lo tiene fácil para verse bloqueado en el país o expulsado del mismo.
Por toda compensación, los palestinos de siempre disfrutan de un alto muro, sólido, alambrado y electrificado, con algún paso más o menos próximo que se abre y cierra a voluntad del ocupante. Un muro que, eso sí, si están de humor para ello pueden decorar a su gusto, sin propasarse, porque hay cámaras de seguridad a intervalos y torretas de vigilancia armada.
¡El Muro! Comenzado en 2004, ya dejó atrás los 700 km, y sigue... Nadie discute a Israel el derecho a asegurar su frontera incluso imitando a los chinos y su muralla. Pero eso no tiene nada que ver con el Muro, que se levanta fuera del suelo propio, con ‘redondeos’ siempre a favor. Allanando casas, calles, huertos, lo que encuentre en su trazado; y que en vez de bordear al propio Israel rodea y encierra a los palestinos.
Muro y asentamientos en Palestina, Ribera Occidental
(Abril 2007)
Es para meditar, cómo el pueblo humillado por los guetos y juderías durante siglos castiga a su adversario civil confinándolo en una cerca, mejor dicho, en un rosario de espacios cercados, a lo Bantustán. Pero de nuevo, no exageremos: en caso de disconformidad, cabe el recurso a la Justicia. Militar, por supuesto, aunque recurrible ante la Corte Suprema. La de Israel, obviamente [6].
La paradoja del muro es que sólo separa una parte. La parte palestina queda separada de la judía, del resto del mundo y hasta de sí misma. Para el turista que viaja por Israel, el muro es prácticamente invisible.  Del lado palestino, en cambio, es ubicuo, deprimente, exasperante. Con los asentamientos sucede lo mismo: desde Israel apenas se distinguen.
Aquella justicia sabia de Salomón, incluso en el reparto de bebés, se echa mucho de menos por toda esta parte de su reino que es hoy Palestina. Laberinto de enclaves, carreteras, fronteras, controles y muros, donde un árabe he de recorrer cada día 10, 20 km o más desde su casa a su huerto, que tiene al lado, o a la escuela, el hospital o dispensario, a la tienda que dista 50 o 100 metros, al puesto de trabajo. 
Al llegar a Belén, lo primero que se nos ofreció fue el muro. Fue nuestro primer recorrido, y objeto de otra visita especial, porque de verdad la merece. Entre las curiosidades del muro de Belén –que por cierto, marca ya el límite con Jerusalén–, tal vez la más notable sea el asa que forma, sólo para englobar la Tumba de Raquel. Gracias a él (y a la falta de tiempo) no he visto este monumento que nunca faltó en los libros ilustrados y guías de Tierra Santa, «a medio camino entre Jerusalén y Belén»:
Aquí se puso de mal parto la bella Raquel, con tiempo apenas de ver y nombrar a su pequeño, Ben ‘Oní (Hijo de mi Pena). Su marido Jacob se apresuró a cambiar al niño aquel nombre por otro de mejor agüero, Ben Yamín (Hijo de la Diestra, o de la Buena Ventura), y aquí dejó enterrada a la pobre difunta.
El muro sorprende visto desde cerca y desde lejos, desde tierra y desde el aire. Pero nada más sorprendente que verlo crecer a cámara rápida, como en este vídeo (7:13 min.):



Nacionalismos de padre conocido
Algunos parecen creer que Israel se inventó como consecuencia del Holocausto. Cierto que Hitler sin quererlo contribuyó a su creación, y hasta cabe especular si de forma decisiva. Pero el Sionismo –incluido el político– venía muy de antes, y si Teodoro Herzl puede con razón ser considerado profeta, entre sus previsiones no veo que entrase la gran persecución nazi.
Israel fue el fruto de un nacionalismo sui generis. Y como nacionalismo, me resulta inevitable evocar otro nacionalismo contemporáneo que nos cae cercano, el vasco. También sui generis. Se dirá que todos los nacionalismos lo son, o pretenden serlo. Sí, pero unos más que otros.
No equiparo, ni siquiera comparo por vía de contraste, a dos personas con sus ideales. Siendo yo coautor (con Fernando Navarro) de ‘El Patriota insufrible’ (2014), supongo que nadie me crea capaz de equiparar a un Teodoro Herzl con Sabino Arana, ni el proyecto razonable y razonado de un Estado Judío, pensado para extinguir el odio antisemita, con el engendro aranista de Euzkadi, fruto de la ignorancia de lo propio y del odio al extraño imaginario. Aclarado esto, recordemos algunas coincidencias notables:
T. Herzl y S. Arana
Fueron dos personajes contemporáneos, Teodoro Herzl (1860-1904), Sabino Arana (1865-1903). Los dos estudian Derecho, aunque el primero acaba la carrera con grado de doctor, mientras Sabino abandona. Los dos cultivan el periodismo y, con menos fortuna, el teatro. Los dos son de buena presencia y lucen barba florida . Los dos tienen su clímax de ‘revelación y conversión’, idealizado y mitificado por ellos mismos. Para Herzl fue el ‘caso Dreyfus’ (desde 1894), con su marea de antisemitismo francés, que él conoció siendo corresponsal en París [7].  Arana por su parte, como san Agustín de Hipona, para su conversión elegirá  el tópos literario de la ‘voz en el jardín’ [8]. Los dos son activistas políticos; los dos videntes o profetas de un nuevo estado.
Herzl era un judío austrohúngaro de ascendencia en parte sefardita o española, pero de familia liberal,  ‘asimilado’ o ‘emancipado’ él mismo –germanizado, para entendernos–, y su contacto con la cultura judía tradicional era tan corto como su conocimiento de las lenguas yiddish y hebrea, un vacío que procurará llenar en parte. Arana, a su vez, de familia carlista y plenamente española, de cultura urbanita, en contacto muy superficial con la cultura campesina y con total desconocimiento del vascuence, que nunca llegará a dominar.
Herzl elabora su panfleto ‘El Estado Judío’ en la segunda mitad de 1895. Por entonces, Sabino Arana es huésped en la cárcel bilbaína de Larrínaga, en relación indirecta con haber fundado el mismo año su Partido Nacionalista Vasco.
En fin, aquí traigo una coincidencia curiosa y divertida. Como es sabido, Sabino Arana nace en Albia, ‘república’ anexionada luego a Bilbao. Teodoro Herzl en sus años mozos anduvo afiliado a un club estudiantil llamado precisamente Albia, del que se dio de baja cuando tomó la voz cantante un socio agitador antisemita.
Arana y Herzl no se conocieron, eso creo, aunque el judío visitó España en 1891. Tampoco conozco de Arana ninguna referencia al plan de Herzl. Otra cosa es que, tras la II Guerra Mundial, el nacionalismo vasco se encandiló con el nuevo estado de Israel, y no sólo en sus aspectos político-jurídicos y sociales, o su pedagogía lingüística del neohebreo, sino también y más por su prestigio en materia policial y de inteligencia. ETA por su parte admiró mucho el mapa sionista del Gran Israel, así como el terrorismo fundacional israelí y las  organizaciones marxistas pioneras.
Por lo demás, Herzl era laico y personalmente ateo, aunque su plan comprende al judaísmo en todas sus opciones, incluyendo a rabinos en su funcionariado. Arana en cambio era católico integrista, pero a su aire (como en todo): propugna la separación entre la iglesia y el estado, sin perjuicio de que su lema político sea ‘Los vascos para Euzkadi, y Euzkadi para Jaun Goikoa’ (para Dios). Algo de esa contradicción alcanza también al Estado de Israel.
Y es que, al fin, hablamos de nacionalismos, y de dos nacionalismos de raigambre religiosa y mítica; etnicistas ambos, con incidencia en los respectivos proyectos y ordenamientos políticos y cívicos. Dejémoslo así, que yo había venido a hablar de mi viaje. Otro día será.



[1] Canaán era el nombre de un nieto de Noé, hijo de Cam, el epónimo de los camitas. Cuando el patriarca diluviano se embriagó, a sus dos hijos menores, Cam y Jafet, les hizo gracia verle desnudo, mientras el mayor Sem le cubría piadosamente las vergüenzas. Por eso Noé vuelto en sí maldijo a los burlones. Pero fuese por trabalenguas etílico o por otro misterio, en vez de Cam dijo Canaán. Y esa fue la razón y pretexto de los israelitas, el pueblo elegido de Dios, para negar todo derecho a los habitantes de la tierra prometida cuando ellos la conquistan desde el este, cruzando el Jordán, más o menos al mismo tiempo que otro pueblo marítimo invasor, los filisteos, penetra desde el oeste.
[2] De hecho, una parte del litoral hacia el año 1000 a. de C. se llamó el Neguev de los Cretenses (1 Samuel 30: 14), relacionados con los filisteos (Ezequiel,  25: 16 y Sofonías 2: 5). Eran inmigrantes dentro del conjunto de los ‘Pueblos de la Mar’, para los habitantes de Levante.
[3] Al final del Mandato británico, las Naciones Unidas (1947) recomiendan la participación del territorio en dos estados, uno judío y el otro árabe, con Jerusalén como ‘cuerpo separado’ bajo régimen internacional especial.
[4] En fuentes no bíblicas, Israel es el Reino del Norte, con capital en Samaria, borrado del mapa por los Asirios (721 a. de JC). Anterior al reino es la Estela de Merneptah (Museo de El Cairo), celebrando una victoria del faraón sobre distintos pueblos (h. 1208 a. de JC), entre ellos un supuesto Israel (?) «aniquilado hasta su semilla» (?).
[5] por ejemplo Mateo 2: 20 21 («Muerto Herodes, he aquí que un ángel del Señor se aparece en sueño a José en Egipto: –Despierta, toma al niño y a su madre y pasa a la Tierra de Israel… » Tierra que, por lo que sigue, comprendía la Judea y Galilea, el espacio de Jesús.
[6] En 18 de febrero 2011 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas votó un documento de condena de todos los asentamientos israelitas en territorios ocupados después de 1967, con apremio a Israel y Palestina para cumplir con el Mapa de Carreteras compatible con una solución de dos estados. Todos votaron a favor, menos EE. UU., que impuso su veto.
[7] No hay duda que el caso Dreyfus fue impactante para Herzl. Pero sus biógrafos admiten que no fue ni determinante ni detonante respecto a su proyecto sionista, aunque el propio autor aprovechará a posteriori el impacto del caso para sus fines, mitificando incluso su influjo en lo personal.
[8] San Agustín, Confesiones, 8, 12, 29. Para el caso Arana tenemos una supuesta charla de Sabino  con su hermano mayor Luis por el jardín doméstico de Albia, donde éste le abre los ojos sobre la contradicción de ser a la vez vasco y español. Esto habría sucedido «el año 82…, una mañana». (En  la versión y mito oficial del PNV, la mañana de Pascua, precisamente).