jueves, 26 de marzo de 2015

Escapada a Tierra Santa (2)


Belén-Basílica-Estrella-DSCN5315-rec.JPG
 
El primero de marzo, domingo, cerca de la media noche embarcamos en Aerolíneas Turcas, Madrid-Estambul (4 h), Estambul-Tel Aviv (2 h).
Muy pronto nuestros anfitriones mostraron interés en que no voláramos con el estómago vacío, regalándonos con una cena. Del resto del viaje, se me grabó despertar de un duermevela y ver abajo, desde la tropopausa, el polígono inconfundible de Bolonia dibujado por las luces de la ciudad, como recordándome que tengo pendiente unos apuntes de viaje. Pronto asomaría  Rávena en la costa adriática,  con el mismo aviso.
Tras un alto de casi 2 horas  –con una de adelanto horario– regresamos a nuestro elemento natural de aeronautas, y vuelta la compañía aérea a la misma preocupación, ofreciendo un almuerzo sobre las nubes. Esta vez viaja al lado  nuestro una mujer joven, que deja su revista hebrea para pedir alimento kosher y lo consume, antes de dormirse. De lo cual deducimos que es judía.
En Tel Aviv todo fue sencillo a la entrada (de la salida ya hablaremos). Los pasaportes y una papeleta individual de permiso para seis meses, sin derecho a trabajo en Israel, ese fue el trámite. Allí  encontramos a tres compañeros de viaje y la furgoneta que nos llevaría a Belén.
El recorrido no me dijo gran cosa, sería por el insomnio. Subiendo de la Sefela –la Plana, para entendernos–, el nombre de Modi’im muy repetido en la autovía me trajo a la memoria la patria del sacerdote Matatías y sus cinco hijos Macabeos, el lugar donde estalló con un acto terrorista la primera intifada de la Historia: la resistencia  judía contra el ocupante sirio Antíoco (167 a. de C.).
El Judaísmo –a diferencia de los cristianos, en especial los católicos– no incluye en su Biblia las guerras macabeas, que al fin dieron lugar a una dinastía contemporizadora, con movimientos reaccionarios que le llevaron a su finiquito político, profetizado ‘post factum’ en los Evangelios. Judas Macabeo es héroe nacional para Israel. Sin embargo, cuando uno lee el libro I Macabeos, cap. 8, sobre la alianza de este caudillo con Roma, es imposible no recordar también a los Estados Unidos de América, como aliado incondicional de Israel en su guerra con el mundo árabe.  
Entrando en Belén, en el control de acceso a la zona A (bajo autoridad palestina), estrenamos experiencia de ese trámite que luego se nos haría familiar. «“Controles, controles, controles”, me dice Bassam Almohor. “Los llevamos dentro de la cabeza. Es que ni sabríamos qué hacer con la libertad de movimientos”». Esto que he leído en National Geographic de diciembre pasado, del explorador Paul Salopek, es lo mismo que oiré a nuestro guía Vladímir, que añade sarcástico: «Los palestinos somos la gente más documentada del mundo, como podéis ver. Aquí mi pasaporte español, mi cédula palestina, esta otra israelí, permiso israelí de trabajo (temporal y según dónde), etc. etc.»   
Belén  
A un paso del control fronterizo y del Muro, sobre la carretera de Jerusalén a Belén y Hebrón, está ‘Paradise Hotel ’, una empresa familiar cristiana en auge y en obras. El propio fundador, Sr. Abu Aita (q. e. p. d.), se hace presente en una foto de carnet muy aumentada, presidiendo la recepción. Por lo demás, como hotel, rigurosamente anodino. Tres relojes en fila dan la hora de otras tantas ciudades del mundo. Es parador tópico/típico de peregrinos de todas partes y razas, católicos, ortodoxos, protestantes. Estos días en el comedor hemos competido por el bufé con indios y africanos, pero también con oleadas de intrusos polacos, magiares, servios, ucranianos y otros europeos orientales, sin contar los americanos, japoneses y chinos.
Belén es, ante todo, la patria de Jesus de Nazaret. Antes lo fue de David, su antepasado y ‘verdadero’ fundador del primer reino judío, como suplantador del frustrado rey Saúl, que no gustó a Samuel profeta. Un precursor del judaísmo ultra-ortodoxo, en lo de poner y quitar gobiernos. Sin embargo, esa oriundez davídica no parece importar mucho a los ultra-judíos de hoy, que en cambio veneran un improbable sepulcro de su David en Jerusalén.
Belén ha sido ciudad de mayoría cristiana (hasta el 90 %, dicen). Hoy el cristianismo es minoritario y aun parece batirse en retirada.  
Los betlemitas tiene fama de buenos para el negocio. El primer árabe de Palestina que conocí era mercader, de Belén.  Allá por la navidad de 1956, a bordo de HMS Reina del Mar, regresaba a Chile con su mujer (y creo que prima), tras haber visitado a la familia en Tierra Santa. Simpatizamos, y él me contó horrores de lo que luego se llamó la naqba o ‘desastre’, en 1948,  cuando los judíos ensancharon su primigenio estado vaciando de árabes aldeas, barrios y pueblos enteros a punta de metralleta. Juan Amar (o más bien Qámar, que en árabe es Luna), hombre amable, tranquilo, edad como cincuenta y pocos años, me encareció mucho –«aunque usted ya veo que lo sabe, pero mucho gente no»–, que los árabes cristianos lo fueron de siempre, y no son musulmanes conversos ni cosa que lo valga. Él mismo tenía un hermano franciscano,  prueba irrefutable.
Me contaba también de su emigración a Chile, mozalbete con lo puesto, bajo la protección de parientes y amigos establecidos en el negocio de las telas, a empezar con el trabajo duro. «Con los mocos hasta la cintura y envuelto en mi propia mercancía, muerto de frío, yo he vendido paños a los pingüinos de Patagonia, señor. Es siempre así, y el que vale y lucha con la ayuda de Dios sale adelante.» Amar/Qamar era de los que, por haber luchado y valido, Dios les había ayudado. De ahí sospeché que mi amigo ‘turco’ aprovechó su visita a Palestina para reclutar a jóvenes viajantes para su negocio chileno. Así aliviaba un poco la penuria en la zona, bien que a costa de reducir la población cristiana.
Visitamos la tienda de recuerdos ‘Santa Catalina’, del Sr. Saliba Bandak –«Saliba vale por Cristóbal», explica Vladímir–, con su taller de talla en madera de olivo, típica industria betlemita. Objetos religiosos y profanos de estilo popular, un eufemismo para el caso. También es típica de Belén la labor de nácar, aunque hoy se la ve como de capa caída [1].
En Belén hay una pequeña fuente monumental. Donada por cierta ‘Intereuropean Union for Cooperation’ (I.U.C.) en 1999, la ‘Fuente de la Paz’  juega con los símbolos pétreos de la esfera y la estrella. Con lo que no juega la fuente es con el agua, un bien escaso, de modo que el polígono estrellado que sería su vaso es un recipiente seco de pedruscos y desperdicios. Por lo demás, la impresión general del Belén turístico es de ciudad reconstruida y aseada, aunque hay mucha manga por hombro.
Belén: Fuente de la Paz “Para hombres Cafetería ambulante
Siempre cuesta abajo, se llega a la Plaza del Pesebre. A la entrada, donde hubo una mezquita modesta, hoy se alza la misma corregida y aumentada a expensas del espacio  público, testimonio del auge islámico. Dos palmeras acentúan el tono arabesco del edificio con su alminar, todo ello de estilo mameluco.
Enfrente, al fondo de la plaza, lo que se ve no da idea de lo que vieron los peregrinos antiguos. La basílica de Constantino y Justiniano sigue siendo monumental por dentro, pero desde fuera desaparece en la envoltura maciza de tres conventos, griego, armenio y latino, con el espacio compartido a la manera local: aquí lo mío, ahí lo tuyo y acullá lo del otro. Lo principal –el coro y ábside de la basílica  de la Navidad con la santa Cueva que está debajo– es de los griegos. Los latinos, representados por la orden franciscana, ocupan el lado norte donde convirtieron una gran capilla en iglesia de Santa Catalina (1881), adosada a la cabecera de la basílica antigua, con puerta a la misma y propiedad o derecho de paso desde allí hasta la Cueva, en línea recta. También es latina la Cueva de San Jerónimo, parte del complejo subterráneo.
Este relato viene a cuento de una larga historia de enredo entre griegos y latinos, ortodoxos y católicos, por el dominio de los lugares santos. Por mucho tiempo los frailes del cordón estuvieron excluidos del uso de la basílica hasta 1852, gracias a Napoleón III en obsequio a su política y a su novia, Eugenia de Montijo.
Basílica y Cueva del Nacimiento
Ni siquiera se entra por la puerta principal, que no existe. Un postigo lateral miserable (‘Puerta de la Humildad’ la llaman, donde conviene agachar la cabeza), conduce a los visitantes de uno en uno a un atrio pequeño. Suele montar guardia algún monje, atento al atuendo de ellos y ellas. De allí, por unas puertas de madera muy bien labradas (lo que queda de ello), se pasa a la basílica, de cinco naves marcadas por 40 grandes columnas corintias monolíticas de caliza rojiza, más robustas que esbeltas porque les falta el basamento. El suelo bizantino estuvo por debajo del actual, y buenos restos de mosaico se descubren  retirando unas trampas de madera.

Por desgracia, no vimos el aspecto real de la basílica, que está en obras. De hecho, al entrar en aquella penumbra parece como si la columnata se hubiese vuelto dórica acanalada, envueltos los capiteles en lona y los fustes en tiras de madera.

Las obras de reparación de toda la techumbre empezaron en 2012. Era hora.  A fines del año anterior se había celebrado la Navidad latina el 25 de diciembre. Como cada año,  los ortodoxos proceden a limpiar el templo para su Navidad, que cae a principios de enero. Esa fue la ocasión, aprovechada por el Maligno, de convertir el lugar santo en campo de batalla.
Todo empezó al modo tradicional, cuando los monjes griegos y armenios, tras cruzar acusaciones de invadir maliciosamente los espacios respectivos, la emprenden a empellones y escobazos, unos contra otros. Y todo acabó también tradicionalmente, cuando la policía entra en acción para separarles a golpes de porra, sin hacer mucho caso  de los nomocánones y el fuero clerical. Miércoles, 28 de diciembre de 2011: otra fecha y página para las efemérides del esperpento religioso en Tierra Santa [2].

De la santa Cueva del Parto diré, con todo respeto, que me recordó una matriz o útero, con sus dos cuernos o trompas que son los túneles de bajada y subida por peldaños, y sus puertecitas góticas de mármol antiguas a derecha e izquierda del coro. 
Abajo y en medio al fondo, mirando a Oriente, entre ambos túneles y escalinatas, está el rincón sobre el lugar mismo donde María dio a luz, marcado por una estrella de plata de 14 puntas, en memoria de la que guió a los Magos desde Jerusalén  hasta aquí. La estrella, bien sujeta al suelo de mármol con 28 tornillos, también de plata pero chapuceros, recuerda una custodia con su viril redondo en medio, una ventanilla para ver la roca. Una orla en relieve atestigua:  
HIC DE VIRGINE MARIA IESVS CHRISTVS NATVS EST - 1717
En efecto, aquel año, tras la Guerra de Sucesión española, Felipe V agradecido por su victoria hizo dedicar una estrella de plata. Pero no la que vemos. La original fue sustraída (12 de octubre 1847), y no pudiéndose hallar, tras largo proceso el sultán turco mandó reponer otra semejante, «como recuerdo suyo imperial a la nación cristiana». Tanta generosidad no se tradujo en donativo alguno, y fue un franciscano español quien encargó esta copia fiel, colocada, eso sí, por un emisario de ‘la Sombra de Dios en la Tierra’ (23 de diciembre 1852).
A la ceremonia no asistieron los griegos, que siempre miraron mal aquel adorno latino y en más de una ocasión intentaron retirarlo. Y no sin razón, pues aparte de la arrogancia latina en sitio ajeno, la estrella invitaba a confundir el nacimiento de Jesús con la adoración de los Magos. En todo caso, a los buenos frailes no les cupo la menor duda de quienes fueron los cacos, y dónde escondieron su robo: en el monasterio de San Sabas, convertido en cueva de Alí Babá con los tesoros hurtados a los latinos.
Aparte del altar del Nacimiento hay otros recordatorios, en espacio tan estrecho, como si casi todo el Evangelio de la Primera Infancia de Cristo se hubiese desarrollado aquí. Que a mano derecha esté la piedra del pesebre donde María recostó al Niño, nada que objetar. Pero que justo al lado se abra el hueco donde un par de años después le adoraron los Magos, según Mateo (2: 9-11), eso implica que la Sagrada Familia se quedó a vivir en la cueva, y entonces ésta nada tuvo que ver con el overbooking del albergue, según Lucas (2: 6-7).
El cuerpo principal de la gruta se ve que estuvo revestido de cordobanes todo él, en un conjunto cuajado de colgaduras, cortinas, doseles e iconos que resulta abrumador. Por fortuna ya no es tan peligroso como antes, con tanta lámpara donde ardía aceite, aunque todavía se siguen encendiendo velas en equilibrio inestable. Hoy es día tranquilo, pero por Navidad y otras fiestas son miles y miles de personas que desfilan y se postran a besar la estrella, a tocar en ella un rosario, a sacarse la foto, a pasar de largo simplemente.
Rogad, ¡oh vosotras, mujeres preñadas!, para que no os llegue el parto aquí dentro, en una de esas celebraciones (Mateo 24: 19-20).
La Cueva de San Jerónimo
A pocos pasos de la Cueva natal hay otro complejo rupestre comunicado por un túnel, pero está tapiado y la puerta que hay está cerrada o condenada. Y así ha de ser, porque esta cueva ya cae bajo suelo ‘latino’, con la entrada desde Santa Catalina.
Tengo entendido, aunque yo no lo vi, que desde su territorio subterráneo los franciscanos pueden vigilar su estrella de plata por un orificio diminuto que perfora el tabique que cierra el túnel. Hay más de extravagancia que de religión en todo esto.
Por lo demás, viene a ser continuación de lo visto, con cavidades relacionadas igualmente con la Infancia de Jesús. Primeramente la alcoba de san José, donde soñó que el ángel le ordenaba la huída a Egipto con María y el Niño, por la matanza de Herodes. Viene luego una capilla con tumbas pequeñas en la roca, donde fueron enterrados unos cuantos niños Inocentes, escondidos por sus madres y asesinados aquí mismo. En este conjunto se integra el habitáculo que, según dicen, habría ocupado san Jerónimo.
Este erudito y sabio dálmata, escriturista, historiador y polemista, después de muchas andanzas vino a parar aquí desde sus 40 años, en 386, y aquí murió en 420. A un lado de su cueva se muestra su tumba vacía, porque sus huesos se trasladaron a Roma.
¿Por qué en Belén? Jerónimo tuvo un carácter difícil, irascible. Jerusalén era ciudad inquieta, disputadora, con mucho visitante; un buen sitio donde perder el tiempo.  Y él, entre sus muchos proyectos, traía como encargo de su difunto amigo el papa Dámaso la puesta a punto de la Biblia en latín: la Vulgata.
Para vivir y trabajar, Jerónimo contaba con la ayuda de admiradoras devotas y discípulas suyas. En particular la rica viuda Paula, junto con su hija Eustoquio (no nos distraiga la forma masculina), acabaron arruinadas en los proyectos del maestro y en los suyos propios de hostelería para peregrinos.
La verdad es que Jerónimo, el ‘Solitario de Belén’, como él mismo gustaba de llamarse y sigue llamándose, en esta cueva donde me encuentro era uno de los hombres más cultos y mejor informados de su tiempo. Por algo los humanistas le adoptarán como santo patrono.
Por otra parte, el motivo de Jerónimo en la Cueva de Belén ha generado una iconografía inmensa, junto con leyendas divulgadas sobre todo por los monjes de la autotitulada Orden de San Jerónimo (siglo XV).

Para Ghirlandaio (1480), la Cueva de Belén se trasmuda en confortable estudio, donde el santo luce la púrpura de cardenal: una dignidad que ni siquiera existía en su tiempo.

Otro atributo del santo es el león, en trasunto de la historia de Androcles, que vista por el Carpaccio (1502) es de lo que no se olvida. El juego que se trae el pintor con los hábitos de los monjes en estampida hace contraste cómico con la perplejidad del Santo, que no sabe cómo explicarles que el pánico es infundado porque la fiera es mansa.

 
A la Cueva de la Leche
La iglesia de Santa Catalina tiene un nártex a modo de claustro gótico, también moderno, con un San Jerónimo en medio herido de bala. Recordemos que la Basílica de la Natividad estuvo sitiada por la tropa israelita durante 39 días de 2003, en una operación militar que retuvo a militantes palestinos, pero también a civiles y religiosos encerrados en sagrado sin suministro eléctrico, entre otras medidas de presión para forzar su entrega.


"Donde se divisa, a la izquierda Belén; a la derecha, un asentamiento judío"
Desde el taller de Saliba se sube a una azotea, donde se divisa, por la izquierda, Belén-Centro; por la derecha…  Iba a decir: por la derecha, un escenario de recuerdos bíblicos. Pero, ¡ay!, lo que domina el paisaje es un asentamiento judío. Con el inevitable muro.
Hay que recurrir a fotos de archivo para recrear los olivares en la ladera, los campos de pastoreo y tierras de labor. Ya es imposible imaginar que por allí espigaba Rut, la joven inmigrante moabita, detrás de los segadores. Allí la conoce Booz y el encuentro termina en boda. Fueron los bisabuelos de David, el que de muchachito por estos pagos disputaba las ovejas de su padre Jesé al león y al oso (1 Samuel, 17: 36). Más  abajo se ve el Campo de los Pastores, donde se echa de menos a los ángeles cantando, «Paz a los hombres de bien».
El Campo de los Pastores. Bueno, uno de los campos, no el único. El guía Vladímir nos señala otros ‘campos de los pastores’. Como también nos habla de otros pastores actuales: el párroco latino, el ortodoxo, el pastor evangélico, «cada cual a su bola». Hoy con el ecumenismo se llevan mejor entre ellos. Pero él mismo, que es de la secta cristiana ortodoxa, nos recuerda cómo, no hace tanto, si una chica ortodoxa se casaba con un católico o protestante, las campanas de su parroquia doblaban a muerto.


La Cueva de la Leche forma parte de un convento femenino. Tiene de particular que la roca es blancuzca, y más ahora, reformada  y limpiada a fondo la cueva (2007). Todo muy amanerado. La anomalía, en una zona de estratos rupestres pardo-rojizos, se explica por una leyenda apócrifa (siglo VI). Cuando la matanza de Inocentes –algunos en la propia Cueva de Belén, como hemos visto–, la Sagrada Familia antes de emigrar a Egipto se esconde aquí, y dando María de mamar al Niño, unas gotas de leche salpicaron la piedra, que se volvió blanca.
Desde entonces, la visita a la cueva es de efecto galactógeno y galactagogo para la mujer, aunque esto sólo se descubrirá mucho más tarde (siglo XIII). Lactantes cristianas y mahometanas, pero también  judías e infieles, ven mejorar en cantidad y calidad su secreción mamaria. Hasta el raspado de las paredes, sorbido con agua, funciona igualmente, y como tal se ha venido expendiendo esa roca en polvo, con ganacia triple: de fe, de limosna y de espacio cavernícola.
Hoy, con la dejación de la lactancia materna, la industria piadosa ha decaído, pero la Cueva de la Leche vale la visita, aunque sólo sea para meditar, desde una tribuna, a través de un vidrio incoloro e insonoro, el misterio del culto eucarístico practicado por las monjas de la Adoración Perpetua. Este género de devoción moderna es en realidad antiguo, inventado por un san Alejandro, que fundó en Bizancio el monasterio de los Acemetas (h. 400) –akoimêtai, los insomnes–, llamados así porque, turnándose en el sueño, siempre había monjes de guardia en el coro.

El Campo y Cueva de los Pastores
De este santuario, en su versión oficial latina, sólo voy a recordar lo que nos cuenta el guía, con la retranca que le es propia. Este lugar santo es a la vez lugar arqueológico, con restos desde la Prehistoria. Y aquí sale a escena el padre Corvo, franciscano, a quien Dios perdone. Porque estando al frente de esta parroquia con tan poca clientela, ocupaba sus ocios de cura como arqueólogo improvisado, con talante de coleccionista, excavando por intuición de ciego y espigando objetos, como Rut la cebada, para los museos de su orden.
Lo curioso es que el padre Corvo se hizo un nombre como arqueólogo de Tierra Santa, con discípulos y todo. Hoy su hazaña es irrepetible. Y no sólo por el Departamento de Antigüedades palestino, es que Israel no permite mover una piedra en lo que considera tierra suya.

Esto comentábamos, en el interior de lo que fue vivienda subterránea, reciclada como cisterna y viceversa, en el Campo de los Pastores de Beit Shaur, cerca de Belén. Aquí los franciscanos levantaron (1954) una iglesita «en forma de tienda pastoril», eso dicen, aunque cualquiera puede ver una mini-cúpula vaticana.

Siempre la Cueva
Todavía hubo ocasión de bajar al centro de Belén, por la tarde. Fue un acierto. Ya anochecido, la Basílica estaba abierta, y fue una experiencia andarla por todos sus rincones, iluminada y vacía para nosotros solos.
Y con la soledad y el silencio, la reflexión: ¿Aquí nació Jesús?
Si Jesús existió –y eso parece–, en algún lugar tuvo que nacer. Pero no aquí necesariamente. La candidatura de Belén se basa en un midrash judeo-cristiano, lectura  de una supuesta profecía, recordemos, interpretada por sabios judíos para uso y abuso de su señor, el rey Herodes. Tal es el relato de Mateo.
Lucas, por su parte, racionaliza el evento con su historia del padrón dictado por Augusto. Este trámite burocrático produjo el nacimiento de Jesús en Belén por casualidad, más que por designio profético.
El primero en situar la Navidad en una cueva próxima a Belén fue Justino el Mártir (siglo II), añadiendo que allí tambien le encontraron los Magos de Arabia guiados por la estrella (Diálogo con el judío Trifón, 78). Buen argumento para los franciscanos.
La tradición o ‘rumor’ sobre la santa Cueva era común en tiempos de Orígenes (s. III) y de san Jerónimo, que comentó cómo el emperador Adriano había levantado allí un jardín de Adonis con su santuario, con idea de borrar la memoria de Cristo.
En efecto, parece que aquí floreció el culto de Tamuz/Adonis, el dios del eterno retorno de la vida (como Osiris). Pero bien pudo ser, justo al revés de lo que entiende Jerónimo, que los cristianos adoptaran el antro pagano para reconvertirlo en la cueva evangélica del pesebre, donde nacio Jesús. En Belén de Judea, la patria de David, según las profecías.
Por lo demás, el parto en una cueva de animales no es nada increíble. El hábitat rupestre esta atestiguado en la zona hasta hoy, siendo unas veces la propia cueva la vivienda común de hombres y animales, o bien la cueva como bodega y establo debajo de una casa o posada.
En cuanto al culto de la Natividad, santa Elena en su peregrinaje y búsqueda de santos lugares da con éste, ya famoso en el siglo IV, y obtiene de su hijo el emperador Constantino una espléndida basílica cristiana, que no sería la actual exactamente, pero sí muy parecida.




[1] Cfr. E. Yidi Daccarett & al., El arte palestino de tallar el nácar: Una aproximación a su estudio desde el Caribe Colombiano. Bogotá, 2003. Con prefacio de Yasser Arafat y presentación del Prof. José Juan Amar Amar, chileno, Dr. en Psicología y acreditado especialista en psicología infantil. Los autores se enorgullecen de su descendencia palestino-betlemita en 1ª generación.  El motivo de partida del estudio es  un viejo ‘Escudo de la República de Colombia’ realizado en nácar por Bichara Isa Zogbi (Belén, 1923).
[2] Peor aún, en plena ceremonia religiosa en el Santo Sepulcro, Jerusalén (noviembre 2008), también entre armenios y griegos. Antes también los franciscanos y demás católicos solían tomar parte en las refriegas. Hoy, sin descuidar lo suyo, los ‘latinos’ se mantienen al margen de estos espectáculos.





10 comentarios:

  1. Magnífica segunda entrega, querido don Belosti. Interesantísimos comentarios para una visita que ya casi no recordaba pero que su lectura me la ha devuelto al presente.
    Yo llegué a Cisjordania cruzando la frontera terrestre del puente Allenby desde Amman. Siempre recordaré aquel día en el que el Magav, las tropas de frontera, o el propio ejercito de tierra, detuvieron a la que por entonces era mi novia y luego mi mujer por el sólo hecho de haber nacido en el Protectorado español de Marruecos. Fueron cuatro horas interminables.
    Cómo siempre, muchísimas gracias por compartir tanta sabiduría y conocimientos con nosotros, querido Jesús.

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  2. Con el Magav dimos también nosotros, amigo Th&Th. No en el Allenby (ni se nos ocurre, hoy en día), sino en el Ben Gurión, a la salida. Y en cuanto a idiotez, allá se anduvo.
    Pero no adelantemos acontecimientos.
    Un abrazo.

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  3. Pues divertidísimo, este segundo capítulo, con unas fotos espectaculares, y con la ventaja de no tener que hacer maletas, pasar aduanas, esperar tirado en aeropuertos, comer comida salada, reseca, e indigesta en los aviones, volver a pasar aduanas, deshacer maletas...
    Así que ¡ Una Gozada !
    Muchas gracias Querido Profesor

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    1. Querida Viejecita: sólo por comer la maravillosa repostería judía, y también la árabe, ya merecería un viaje a Israel. En los aviones nunca hay que comer la comida que te dan. Yo, desde hace muchos años, siempre llevo mi propia comida ya que no tienes problema alguno al pasarla por los registros de salida. Desde entonces no sabe lo que he ganado.
      Ahora bien, en Jaffa, hay unos restaurantes de pescado muy notables ademas de pasear por la ciudad vieja muy bien reconstruida.

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    2. Pues sí, Pero es que usted tiene ya callo de viajar, y es mucho más joven.
      Yo ya, si no puedo ir y volver en el día, o si no es para visitar a algún hijo que viva fuera, no viajo.

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    3. Querido don TH & TH ; Con su comentario sobre la repostería judía, me entró la curiosidad, aunque no soy muy de dulces, y decidí buscar alguna pastelería judía por aquí. Pues bien, me he encontrado con que la mejor pastelería judía, que exporta sus productos a Israel, está en : Ribadavia...
      ¡Que cosas !

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  4. Gracias don Belo. Como siempre muy interesante. Y... un poco de envidia.

    Fulano

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  5. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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    1. Querido Gulliver, habrá comprendido que la supresión de su comentario –leído con satisfacción y agradecimiento– ha tenido que ser accidente fortuito, pues no hay motivos para culpar a Blogger ni a nadie.

      Le ruego, si lo tiene a bien, lo reponga, pues ustedes los lectores son la razón de ser de este blog.

      (Haciendo memoria, pudo ser un toque involuntario en la pantalla del teléfono, con la letra tan diminuta. Si fue así, disculpe mi torpeza.)

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  6. Espero que esta maravillosa serie de relatos de su escapada a Tierra Santa tenga pronta continuación.
    Muchas gracias, Don Belosti, por regalarnos este blog tan excepcional
    Un abrazo

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