domingo, 23 de febrero de 2014

Legislar sobre el aborto (2)

Desarrollo embrionario comparado de mamíferos:
perro, murciélago, conejo, hombre (no a escala)
Según E. Haeckel, Anthropogenie (4ª ed., 1891)


Ayer, como hoy
El nudo de la cuestión sobre el aborto es, como casi siempre, definir de qué se trata. Algo que todos podamos entender y discutir en pie de igualdad. Esto excluye las creencias o dogmas de fe, como también las ficciones jurídicas. Y por supuesto, las ocurrencias personales («porque me sale del moño», que diría la otra).
La Biología describe el desarrollo embrionario animal y, por comparación entre máximas categorías o troncos animales, induce que el desarrollo de cada individuo resume de algún modo la evolución de sus ancestros en la escala zoológica. Un mamífero debuta como si fuese embrión de celentéreo y equinodermo, pasando rápidamente a parecer embrión de pez, luego de anfibio, reptil/ave y mamífero.  Llegado a esta fase, el embrión humano es muy parecido al de otros mamíferos como el ratón o el puerco, hasta que se diferencian los rasgos del feto de primate y de humano. Eso no quiere decir que todos hemos sido alguna vez medusa, erizo de mar, pez, sapo, pollo o mono. Humanos sí, desde el principio. Pero embriones y fetos humanos, antes que bebés, niños y adultos.
Hasta aquí la Biologìa, y desde aquí la Filosofía y el Derecho.
En los orígenes de la Era Cristiana, la opinión de los filósofos (como siempre en todo) andaba dividida, sobre si el embrión animal era un organismo en sí, o sólo una excrecencia y apéndice del organismo materno:
1. Los platónicos y académicos sostenían que, aun no siendo autónomo, era un organismo distinto de la madre. De hecho, en los animales ovíparos se desarrolla separado, como el pollo en el huevo [1].
2. Los estoicos, por el contrario, consideraban al embrión de animal vivíparo parte de las entrañas de la madre, hasta su nacimiento, cuando se convertía en ser independiente.
3. Los médicos mayormente se adhirieron en este punto a la opinión estoica, como también los juristas romanos.
Entre los romanos y otros pueblos, el abandono o exposición del recién nacido era un derecho del padre, que tenía sobre el hijo derecho de vida o muerte. Al nacer el niño, lo ponían a los pies del padre, quien decidía entre reconocerlo y darle nombre, o repudiarlo e incluso matarlo, sobre todo si era deforme o sospechoso de espurio.
Estas prácticas, junto con el aborto chapucero, inciden negativamente en la demografía pagana frente a la judía y la cristiana. Sin entrar en cifras, puede admitirse que la fecundidad cristiana contribuyó a la difusión del cristianismo, al par de las conversiones.
En lo más bajo de la demografía romana, la legislación imperial favorece económicamente el matrimonio y la prole: ley Julia (18 a JC), ley Papia Poppaea (año 9 de EC) etc. Penalizar la soltería, quitar herencia a los solteros o a los casados sin hijos, dar preferencia a padres de 3 hijos para los cargos públicos o liberar a sus esposas de la condición perpetua de féminas tuteladas, facultándolas para intervenir en negocios en nombre propio, etc., fueron medidas impopulares y sin efecto, aunque están en vigor hasta el siglo IV, cuando el Cristianismo es reconocido y llega a ser religión de estado.
Otro factor que inclinaba la balanza pagana a favor del aborto era la precocidad de esponsales femeninos y la proporción de esposas-niñas con anatomía infantil, embarazadas incluso antes de la primera menstruación (hacia los 13 años, entonces). Los médicos, reconociendo la delicadeza del aborto –chapucero incluso en manos médicas, dado el desconocimiento de la infección– y los peligros de esterilidad y muerte, recomendaban abstinencia, sin mucha fe como es lógico. La jóvenes cristianas, como se casaban más tarde, no necesitaban abortar y eran más fecundas [2].
En este contexto florece por un tiempo en Alejandría un contemporáneo de Jesucristo, filósofo judío, que influyó en el pensamiento cristiano, mucho más que en el de sus correligionarios. Su nombre: Filón.
Filón de Alejandría (Filón el Judío)
Filón era tal vez unos 15 años mayor que Jesús, al que sobrevivivió hasta mediado el siglo I. Seguramente tuvo noticia de él y de sus adeptos, pero a diferencia de su correligionario Flavio Josefo no hace mención de ello (v. el ‘testimonio flaviano’, en ‘Creo en JC’).
Ignoro si Filón era judío genuino, o si era prosélito. En su familia los nombres eran griegos y hablarían griego. Él mismo no dominaba la lengua original de la Biblia, como se nota cuando se pone a sacar etimologías hebreas.
Filón quiso presentar al mundo culto alejandrino la excelencia filosófica y moral de la religión judía y su Ley mosaica. Al efecto se basa en la Biblia griega de los LXX, con sus adaptaciones textuales, como la que ya vimos en el texto de Éxodo sobre el aborto.
Entre los puntos de excelencia judía sobre el paganismo, Filón comenta el infanticidio y el aborto:
1. Frente al infanticidio, su pensamiento es tan neto como retóricamente exagerado: Los padres judíos bendicen al recién nacido, mientras que los paganos «lo degüellan con sus propias manos y ahogan el primer aliento de sus bebés»; o bien los dejan a la intemperie, “en la esperanza de que alguien los salve” antes de que las bestias o las fieras den cuenta de ellos. Para Filón, los expositores de niños eran reos de homicidio [3]
2. Respecto al aborto y su penalización legal, la postura de Filón, aunque siempre negativa, es más ambigua. Tajante cuando dice [4]:
«No es lícito destruir el feto mediante aborto ni por otro artificio».
Matizado otras veces, cuando (remitiéndose al texto de Éxodo 21: 22-25, según los LXX) distingue entre feto ‘informe’ y ‘formado’. Para el aborto intencional de «lo no formado» bastaría un multa, mientras que en caso de
«feto ya formado y reconociblemente humano en todas sus partes, dotado de todas su articulaciones y atributos, el culpable debe morir, pues tal criatura es un ser humano al que él ha matado cuando todavía estaba en el taller de la Naturaleza, que todavía no ha tenido tiempos de sacarlo a luz, aunque la mantiene como la estatua depositada en el taller del escultor, que sólo pide ser desempaquetada y expuesta al mundo» [5].
Si recordamos las ideas filosóficas imperantes en embriología, aquí Filón se adhiere al platonismo: el feto es independiente de la madre. Y lo razóna por la Ley de Moisés: cuando se prohíbe matar al animal hembra y a su cría en el mismo día, como también a la hembra preñada, eso se relaciona con tantas leyes en el mundo,  donde la mujer rea de muerte es intocable hasta que da a luz, para evitar que dos muertes paguen por un mismo delito [6].
Luego vemos cómo este supuesto no reza con la doctrina judía posterior, que sigue la doctrina estoica a rajatabla y no respeta la preñez de la condenada. Pues bien, para sorpresa nuestra, también Filón se contradice a sí mismo en las mismas obras citadas, con párrafos donde él también se adhiere a la embriología estoica y a la medicina común.
Así respecto a los fetos animales los considera partes de las madres que los han concebido; y en consecuencia ―concluirá con desparpajo―, el aborto criminal es delito, pero no homicidio [7]:
«Los que han investigado los secretos de la filosofía natural dicen que las criaturas todavía en el vientre materno son parte de las madres, y los médicos más reputados coinciden en ello. Sólo cuando nacen y se separan pasan a ser autónomos, organismo vivientes a los que nada falta para la perfección humana. De modo que sin disputa, el infanticidio es homicidio, y la ley muestra su indignación ante tal hecho, no atendiendo a la edad, sino a la especie de la criatura en la que se violan sus normas».
¿Confusión, incoherencia? Tal vez no. La dependencia del feto respecto a la madre en lo biológico sería compatible con un estatus legal de perfección humana (así Samuel Belkin, con base en textos rabínicos). Lo cual nos lleva al terreno oscuro y movedizo de la relación entre realidad natural y realidad legal, o incluso ficción legal. Una aporía o, en castellano, callejón sin salida.
Cosa curiosa, como queda dicho, Filón hizo escuela entre los nuevos cristianos, a los que vio nacer. Sin duda tuvo discípulos cristianos, porque al apagarse el filonismo junto con la cultura helenística, deja destellos vivos en la patrística griega. En cambio las escuelas rabínicas de habla aramea en Palestina y Mesopotamia van por otros derroteros. Lo que desde entonces se entiende como ‘judaísmo’ se contiene mayormente en el Talmud, elaboración de esas escuelas tan distanciadas del helenismo.
El estrato primero y básico del Talmud es la Mishnah, que nada dice sobre el aborto malicioso. Sin embargo toca algún caso que otro, donde la ley judía manda matar al feto viable y sano en apariencia. Dejando para otra ocasión la ética judía sobre el aborto, traigo aquí para comparación el supuesto ―raro, según los propios judíos―, de la mujer embarazada condenada a la pena capital.
Aquí la ley judía discrepa de lo que hemos leído en Filón. Nada de aguardar al parto para salvar al niño; al contrario, la ejecución de la madre se llevará a efecto cuanto antes para que la mujer sufra menos, según la Mishna (Sanhedrín, 52 a). A lo que el Talmud añade que previamente se mate al feto, y eso por misericordia, para ahorrar a la madre la angustia de imaginar la agonía de la criatura en su vientre (Arakhin, 7a). Sólo por excepción, si se observa desplazamiento del feto (caqr mqwmw), interpretable como inicio del parto, se demorará la ejecución hasta después del parto. Aunque tan piadosos razonamientos talmúdicos son de carácter legal, su base es biomédica de raíz estoica: el embrión es pars viscerum matris, parte de las entrañas maternas.


Cristiandad ‘apostólica’ frente al aborto
La obra de Filón inspiró a los primeros pensadores cristianos, aunque éstos no siempre se lo reconocen, por lo que irónicamente se le ha llamado a veces «el primero de los Padres de la Iglesia». De hecho, la primera patrística –los llamados ‘Padres Apostólicos’–, en el punto que nos interesa son filonianos. Incluso ultra-filonianos. Empezando por el primero de sus textos, la Didajé.
Para conocer de primera mano la moral cristiana primitiva disponemos de un librito precioso, titulado en griego Didajé, ‘La Doctrina’ [8]. A modo de catecismo práctico, sin descuidar el dogma se ocupa más de la moral y la liturgia, como señas externas de identidad cristiana al finalizar el siglo I. O judeo-cristiana mejor, pues pertenece a una etapa anterior a la implantación de los Evangelios.
La Didajé es tajante (2, 11):
«Segundo mandamiento de la Doctrina: ‘No matarás, no cometerás adulterio, no corromperás a muchachos, no fornicarás, no robarás, no harás magia, no aplicarás fármacos (o filtros), no matarás hijo por aborto ni asesinarás lo engendrado’.»
Lo ‘engendrado’ (tò gennethén) también puede entenderse ‘lo nacido’, y así dicho ‘segundo mandamiento’ prohibiría el infanticidio, junto con el aborto. En esto, el cristianismo naciente se atuvo a la moral judía pre-talmúdica.
Otro texto primitivo, las Constituciones Apostólicas, repite a la letra lo mismo, con un razonamiento interesante (7, 3):
« … ni matarás lo engendrado; porque “cada cosa formada y que ha recibido de Dios alma, si es asesinada será vengada, como destruida injustamente».
Esta reflexión ‘filoniana’ con apoyo en los LXX es muy importante y se repetirá mucho en el debate sobre el aborto, porque matiza la prohibición tajante, absoluta del aborto. Lo veremos en el siglo XVI, a propósito del papa terrible san Sixto V.
Siguiendo con los escritos ‘apostólicos’, la anónima Epístola a Bernabé confirma la prohibición del aborto, combinándola con el mandamiento ‘ultracristiano’ de amar al prójimo más que a uno mismo (19, 5):  
«Amarás a tu prójimo más que a tu propia alma. No matarás al niño mediante el aborto, ni tampoco después de nacido».
Es el criterio rigorista de los que condenan el aborto directo, incluso para salvar la vida de la madre.
En suma, y ya fuera de la colección de padres apostólicos, para entrar en la patrística oficial, el apologista y mártir cristiano Justino, en su I Apología, a modo de carta abierta al emperador romano Antonino el Pío (150):
«A nosotros se nos ha enseñado que exponer al recién nacido es cosa de malvados… la mayoría de los espuestos, y no solo las niñas, terminan en los prostíbulos… Y nosotros nos abstenemos de exponerlos, porque los que no son recogidos mueren, y entonces somos asesinos».
Así la Didajé, los primeros cánones y Justino se alinean con Filón en contra del aborto y el infanticidio, pero siempre sin apoyo en doctrina formal específica de Jesús. Sencillamente, el cristianismo hereda o adopta una postura judía prevalente: 1. El aborto deliberado de un feto formado mata una vida humana; 2. el que expone al recién nacido corre riesgo de ser asesino.
(Continuará)
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[1] Los naturalistas tardaron bastante en reconocer que también los mamíferos se desarrollan a partir de huevos, y en identificar sus óvulos como células producidas en los ovarios  (E. von Baer, 1826).
[2] Algún estudio deduce que la probabilidad de ser casadas antes de esa edad era tripe para las chicas paganas respecto a las cristianas (Keith Hopkins, cit. por Aaron Milavic, The Didache, pág. 140).
[3] Leyes especiales, 3, 114-115 y 118. Cierto que en Roma el paterfamilias tenía derecho de vida o muerte. Nacido un hijo, lo ponían a los pies del padre, quien decidía si lo reconocía o lo repudiaba. Pero de ahí a generalizar el abandono hay un trecho.
[4] Supuestos, 7, 7.
[5] Leyes especiales, 3, 108-109. El mismo autor vuelve sobre el símil de la estatua inacabada, en sus Estudios preliminares (con la misma referencia a la Biblia en griego), en relación con otros conceptos, los mentales: «Un concepto no diferenciado ni claramente manifiesto es como un embrión que todavía no ha cobrado carácter distintivo y semejanza en el vientre; mientras que el concepto clara y distintamente inteligible es como el embrión perfectamente formado, que de manera artística se ha modelado en sus partes internas y externas y tiene el carácter adecuado. Sobre esto existe la siguiente ley, muy bella y propiamente formulada: ‘Si dos hombre se pelean, y uno de ellos’»  etc.
[6] De las Virtudes, 137-139.
[7] Leyes especiales, 111, 117-118; v. también De las Virtudes, 138.
[8] Título completo, La Doctrina de los XII Apóstoles. Suele abrir la serie paleocristiana de Padres Apostólicos, fuera del canon del Nuevo Testamento. También escrito Didakhe, Didache.




5 comentarios:

  1. Querido Profesor Belosticalle

    Tengo que reconocer que este comentario de hoy me rebasa totalmente. Porque siempre me cayeron muy bien los de Esparta, que solían exponer a los bebés que les parecían escuchimizados, pero si sobrevivían, los aceptaban con todos los honores , porque se habían ganado su espacio entre los guerreros. ( Al menos, eso contaban en los libros de mi adolescencia. Seguro que la realidad era mucho peor ).
    A mí no me parece que toda vida, por dolorosa y tremenda que sea , sea sagrada. Y menos que sea sagrada y haya que mantenerla incluso en contra de la voluntad del que la vive.
    Y en el aborto y el infanticidio, lo que me parece mal es que toma la decisión otra persona, no el interesado... Eso es lo peliagudo.
    Estoy deseando leer la continuación

    Por Favor, y Gracias

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  2. Delicado tema el del aborto. Yo estoy en la idea de que la mujer debe y puede decidir sobre su cuerpo....hasta que engendra. Ahi ya pierde su autonomía para decidir, y aparecen dos figuras nuevas: el nasciturus, al cual obviamente no se le puede consultar, y el padre, al cual se le procura dejar de lado tanto en las doctrinas feministas al uso como en las decisiones judiciales, olvidando la responsabilidad que tiene y que nadie le exige, marchándose de rositas la mayoría de las veces. Eso si, con el baldón genérico de que somos unos irresponsables....¿y ellas? ¿Donde queda su responsabilidad?......

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    1. Es una reflexión interesante y razonable, la suya. Aunque, como digo, queda al margen de mi pequeño escarceo.

      Son dos cuestiones distintas: 1) ética; y 2) legal. O tres, si se desgaja lo criminal.

      Supongo que el ámbito más importante y eficaz es el ético, que pide un programa educativo individual y social.

      ¿Su orientación? Si se valoran las cuatro virtudes clásicas, guiadas por la prudencia y sin olvidar la generosidad, hay base para una pedagogía que enseñe a afrontar con responsabilidad situaciones como el dilema del aborto. No siempre se acertará, pero al menos la persona no habrá perdido su dignididad y autoestima, como ocurre en la antipedagogía del egoísmo total.

      En cuanto a lo otro. Si educar es difícil, ya me dirá usted, legislar. Una labor política cooperativa, ante todo. Muy difícil o imposible, si reina el sectarismo partidario.

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  3. Ya me pongo al día con su serie sobre el aborto, D. Belosti. Me encanta y me deja temblando. Gracias.

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    1. Doña Carmen, gracias, bienvenida de nuevo.

      Lo que nos deja temblando es el aplomo con que se despachan los dogmatismos extremos: “todo aborto = asesinato” vs. “yo de lo mío hago lo que quiero”.

      Como ya dejé explicado, no es mi plan defender una postura concreta. Sólo ofrecer un ramillete de textos sobre todo jurídicos representativos de mentalidades diversas, dentro de nuestra cultura histórica.

      Sé que no es de mi competencia (¿y cuál es en realidad mi competencia?); pero como tampoco pongo cátedra, compartamos unas flores, aunque sólo sea para ver lo variado que es que jardín.

      La próxima daremos un vistazo a viejas normas eclesiásticas, y con eso creo que cerraré el asunto.

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