lunes, 25 de marzo de 2013

Dejémonos de nueces, que son calaveras




Pobres calaveras humanas,
aunque de tamaño natural.

Todas con su nombre y apellido: 857. Puede que más.

Son muchas calaveras. Demasiadas, si por ley de vida podrían estar entre nosotros. Disfrutando de ser ellos mismos, en vez de dar testimonio contra los que se lucran de tanto asesinato. Éstos a sus ‘nueces’, lastima de calaveras.

El día 20 pasado, la llamada ‘doctrina Parot’, en la Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, quedaba vista para sentencia.
Sólo que la sentencia (inapelable) puede hacerse esperar. No días, ni semanas: hasta varios meses (según agencias de prensa). 
Esperemos, pues. Y que los meses sean menos de doce, porque de ahí arriba hablaríamos de año, o de años.
Con que meses, para una sentencia vista. Aun dejándolo en semanas, o en días, es de mal efecto. A los Altos Magistrados de Estrasburgo el tema no les pilla de nuevas. Ellos saben perfectamente de qué va la cosa.
Cualquier jurado de profanos, que se enteran del caso en la vista, no se concede tanto tiempo para pronunciarse.
Mis respetos y mejores deseos para un alto, Altísimo Tribunal, que por esta vez, inapelablemente, se retrata. 



jueves, 14 de marzo de 2013

“¿Cómo quieres ser llamado?”







«Quo nomine vis vocari?»

 A esta pregunta tan simple y anodina, tecleada en latín, en menos de ¼ de segundo responde Google con 23.700 resultados.
Ha sido la gran pregunta,  ayer y hoy: quién será y cómo se llamaría el inminente papa.


Sería divertido saber también con cuántos posibles nombres de posibles e imposibles papas han ensoñado despiertas las cabezas de los señores cardenales. En primera persona, naturalmente.

–«¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?»
–«¿Con qué nombre quieres ser llamado?» 

 La respuesta sustantiva –«acepto»–, convierte al elegido en Papa. Viene luego la pregunta adjetiva, «¿con qué nombre?».
Nos parece la cosa más natural que a los nuevos papas se les cambie el nombre de pila. Es tradición antigua, que incluso se quiere arrastrar hasta el principio, cuando Jesucristo a su primer vicario le cambió el Simón por Pedro. Es forzar las cosas. Empezando porque en aquellos primeros tiempos no había propiamente ‘papas’ ni papado; como tampoco hubo esa tradición .

Mercurio/Juan II (533). El cambio de nombre de un papa romano se registra por vez primera en el siglo VI. Fue curioso, y hasta podría hablarse de cierto despiste del Espíritu Santo.
En octubre de 532 muere Bonifacio II. Le cupo el discutible honor de ser el  primer papa ‘no santo’, sin duda por la corrupción que rodeó su nombramiento y por su mal gobierno en menos de dos años que ocupó la sede. Su peor abuso habría sido la pretensión de crearse sucesor, en la persona de un diácono de su cuerda.
En realidad, nadie ha explicado nunca por qué un papa no puede nombrar al que le siga. El papa tiene poder absoluto en la Iglesia y sus decretos no mueren con él. Si puede dictar normas para que un cónclave futuro nombre papa, bien podría (siquiera en casos especiales) hacer la designación él mismo. Creo que hay algún ejemplo. Y con más razón, si renuncia, ¿por qué no podría entregar él mismo a otro las llaves de Pedro?
No sé si Bonifacio era de la misma opinión. Por si acaso, no fue eso lo que hizo, designar él a dedo, sino algo más atravesado. Juntó un concilio en San Pedro, y allí como papa blindó el nombramiento, forzando o comprando firmas y juramentos. Esto último sí que estaba feo, pero tampoco era lo nunca visto.
El Senado Romano y la corte de Rávena vieron que se les escamoteaba la elección –mal precedente–, y replicaron obligando a repetir el concilio. Parece que el papa se volvió de su acuerdo.
Muerto Bonifacio, tras dos meses y medio de sede vacante, sale elegido un modesto cura de la basílica de San Clemente. Sólo un problema: el buen sacerdote se llamaba Mercurio. O Mercurial, vaya usted a saber. A la gente le daba la risa. En todo caso, nombre malsonante de un dios pagano. Se lo cambió por Juan: Juan II (533-535).

Casos dudosos. Siendo tan especial el motivo, aquella novedad no hizo ley. Los papas sucesores (san Agapito I, san Silverio, Vigilio, Pelayo o Pelagio I) siguieron conservando el propio nombre. Hasta 561, en que un tal Catelino figura en lista como papa Juan III (561-574). Sólo que lo de Catelino tiene toda la pinta de mote, y el electo tal vez se llamaba realmente  Juan. Mucho más serio que esa minucia fue que en su papado empezó la terrible invasión de los lombardos sobre Italia (desde 568).
No más claro es el caso de su sucesor Benito o Benedicto I (575-579), que quizá se llamaba Bonoso. Nada se sabe de él, sólo la hambruna terrible que asoló el país, entre correrías lombardas y escaramuzas bizantinas.

Octaviano/Juan XII (955). El segundo cambio seguro de nombre fue el de Juan XII (955-964). Su nombre era Octaviano, hijo de Alberico II y nieto de Alberico I y de la Marozia. Alberico (Jr.) era también hermanastro del difunto  papa Juan XI (931-935), hijo de la misma Marozia cuando fue amante del papa Sergio III (904-911), antes de dejarle ella para casarse con Alberico padre. Eso al menos es lo que  contó el cronista Luitprando de Cremona, maldiciente reconocido, pero creído en este caso por los doctos historiadores eclesiásticos César Baronio y Andrés Duchesne. Y en verdad, no era cosa inaudita, en aquel ambiento corrupto, que el cardenal historiador Baronio llamó la ‘pornocracia’.  
Alberico II se había hecho el amo de Roma (932), a título de ‘Príncipe y Senador de todos los Romanos’, hasta su muerte (agosto de 954). Sintiéndose morir, convocó a la nobleza y clero ante el altar mayor de San Pedro y les hizo jurar que a la muerte del papa viviente, Agapito II, nombrarían sucesor a su propio hijo Octaviano. Éste debía de tener entonces unos 17 años.
El mismo año muere Agapito (diciembre 954) y, en efecto, eligen a Octaviano. Sin embargo pasa un año hasta que se le consagra papa (diciembre 955), seguramente mientras recibía alguna preparación eclesiástica. Con tal ocasión se impuso, o le impusieron, el nombre de Juan. Dicen que si fue por el escrúpulo de llamarse un papa por el mismo cognomen que usaron  los paganos Julio César y el emperador Augusto. Colar el mosquito y tragarse el camello: Octaviano/Juan continuó haciendo su vida de seglar –ahora más a lo grande–, y siguiendo tradición de la familia, «instalado en el palacio papal de Letrán lo convirtió en un burdel surtido de beldades y efebos».
El emperador Calígula había nombrado cónsul a su caballo. Sin llegar a tanto, Juan XII ordenó de diácono a su caballerizo. Bien es verdad que lo hizo estando los dos bebidos. Pasada la resaca, el mismo papa, para recompensar a otro favorito, un adolescente, no vio cosa mejor que hacerle obispo.
Por lo demás, no creamos a pie juntillas todo lo que se dijo de este papa, pues en aquellos siglos bárbaros la corrupción y la calumnia alla se iban.   
Tiempo después (noviembre de 963), el emperador germánico Otón I el Grande (962-973), dueño de Roma, convocó en San Pedro un concilio para juzgar por felonía a Juan XII. Ya se sabe que antiguamente en tales procesos  salían en autos los trapos más abigarrados, con tal que estuviesen sucios, y toda suerte de crímenes, incluso contradictorios, siempre que fuesen horrendos. Juan, que estaba huído en Córcega, fue condenado en rebeldía, depuesto y sustituido por León, un funcionario laico que se tituló León VIII.
A todo esto, Juan XII desde la isla movía sus palillos, y por habilidad o por suerte, en ausencia de Otón, logra volver a Roma en plan tirano. Por poco tiempo. Sólo tres meses después (14 de mayo 964), un demonio íncubo celosillo le pilló en la cama con Estefaneta, una mujer comprometida suya por pacto diabólico. Eso amén de otro pacto matrimonial que ella tenía con su marido,  pues era casada. Hubo, pues, quórum y cornamenta bastante para explicar cómo el Octaviano salió despedido por una ventana.  ¿Qué quién lo dice? Siempre Luitprando. Según otros, el papa murió de apoplejía. Ahora bien, ¿es incompatible lo uno con lo otro?
Sea como fuere, la muerte libró a Octaviano de la cólera de Otón, quien de vuelta a Roma repuso a su León, antipapa-papa. Éste conservó su nombre, y así otros pontífices hasta el año 983.

Pedro/Juan XIV (984). Si hasta entonces las mudanzas fueron para mejor –la de un nombre pagano u otro cristiano, o de un apodo a un nombre serio–, esta vez fue justo al contrario. Por primera vez en tantos siglos un electo papa se llamaba Pedro. Un respeto. San Pedro, el primer papa y obispo de Roma, no debía tener segundo. Pedro de Pavía pasó a llamarse Juan XIV (984-984).
Desde entonces, el cambio de nombre se hizo regla no escrita, como significando que el hombre-papa vuelve a nacer. Renacimiento, o si se quiere, apoteosis.

Curiosidades. El nombre elegido puede ser arbitrario. A veces es  gratitud a otro papa que le ayudó, devoción personal, moda del tiempo, incluso fantasía.
Hemos visto cambios de nombres por ser paganos. Pero el caso inverso también se habría dado, si es cierto que Rodrigo de Borja se hazo llamar Alejandro VI (1492-1503) en honor de Alejandro Magno. Y por Julio César el cardenal Julián della Róvere se llamó Julio II (1503-1513).
También parece que  Eneas Silvio Piccolomini se hizo llamar Pío II (1458-1464) por alusión al pius Aeneas de Virgilio.
       A Pío II sucedió el veneciano Pedro Barbo (1464). Lo lógico habría sido ponerse Eugenio V, siendo como era sobrino de Eugenio IV, que le hizo cardenal a los 20 años por nepotismo puro. Sin embargo, todavía a sus 46 años el electo era muy galán y presumido. Así, al preguntarle por el nombre, dijo que Formoso, es decir, Hermoso. No era nombre nuevo, pero tampoco tenía sentido –fuera del ridículo personal–, ya que el único papa Formoso (891-896) fue una de las figuras más trágicas del Papado, con aquella escena de su momia desenterrada, juzgada y degradada por su enemigo y sucesor Esteban VI en el macabro ‘Concilio del Cadáver’ (febrero de 897). Quitada la idea, quiso llamarse Marcos; pero eso era demasiado mentar a Venecia y su grito guerrero. Finalmente se conformó con ser Pablo o Paulo II (1464-1471).
Así pues, Formoso sólo hubo uno. De esos papas ‘unicos’, el último hasta ayer era Cristóbal I (903), si es que fue papa, pues la lista oficial no le reconoce.
Tampoco es probable que san Pedro deje de ser único, por un tabú muy explicable, que además lo confirma la supuesta ‘Profecía de San Malaquías’: con Pedro II vendría la destrucción de la Urbe de las Siete Colinas. Demasiada responsabilidad, por muy apócrifo que sea el anuncio.
Sixto no suena mal; pero, como previó Guiseppe Belli en uno de sus sonetos romanos,  Sixto V  lo dejó imposible:

perché nun ce po’ esse tanto presto
un antro papa che je piji er gusto
de méttese pe’ nome Sisto Sesto.

(porque no puede ser que haya tan presto
un otro papa que le pille el gusto
a ponerse por nombre Sixto Sexto.)


Jorge Mario/Francisco. El nuevo papa Jorge Mario Bergoglio estrena nombre: Francisco I. Dicen que por Francisco de Asís, santo italiano y enamorado de la pobreza. ¿Seguro? Con un jesuita nunca se sabe, tal vez esa devoción sea indirecta. Sus consocios Francisco Javier y Francisco de Borja, después de todo, también se llamaron así por el mismo santo de Asís.
Larga vida a Su Santidad Francisco I.

Donde los papas pueden llorar un rato
Es la hora de mostrar en público al triunfador y revelar al mundo su nuevo nombre. Todo por sus pasos. La renovación de Papa se ajusta a un programa y ritual de normas escritas, más otras optativas, consuetudinarias o improvisadas. Con su parte de teatro.
Ha sido muy corriente que el ya papando, antes de la votación decisiva, ofrezca al sacro Colegio un espectáculo, suplicando con lágrimas a sus electores que no descarguen tamaño peso sobre sus frágiles hombros y piensen en otro papable. Algo así se destapa ahora del cardenal Bergoglio, en su competición con Ratzinger (2005).
No menos frecuente ha sido en la Historia de los Papas otra escena melodramática, con aspavientos de horror y abatimiento, declarándose el electo  indigno, entre genuflexiones, conjuros y lloros, según el temple y virtuosismo de cada cual. Y eso incluso en casos de apetito notorio a una dignidad buscada por todos los medios, simonía incluída. Por supuesto, eran otras épocas.
Pues hablando de llanto. Se entiende que la investidura de una dignidad como la de Vicario de Cristo puede acumular tensión emocional. Para su descarga hay prevenida en la Sixtina, a la izquierda de la cabecera, una pequeña sacristía llamada Camera lachrimatoria. En ella se encierra el nuevo papa el tiempo necesario para serenarse, antes de darse a conocer en el balcón de San Pedro.
Al efecto, la cámara dispone de una  chaise longue, una tumbona más bien hortera, tapizada en rojo, para que la descarga emocional se realice en la postura que resulte más cómoda. Un espacio bastante prosaico, por lo demás,  donde lo más notable que se ofrece a la vista del nuevo papa es la triple versión de las vestiduras papales en tres tallas diferentes. Porque tras el reposo más o menos húmedo, la ‘cámara de las lágrimas’ se convierte en un probador, donde el sastre pontificio remata su obra lo mejor que puede, para el gran espectáculo:

«Annuntio vobis gaudium magnum… »  
Tras el llanto, el gozo. Y a partir de ahí, el calvario.



martes, 5 de marzo de 2013

Eloísa debajo de sus velos




Íncipit de la 'Historia calamitatum' de Abelardo






       En el Roman de la Rose
Empecemos por la versificación de Juan de Meung en el Roman de la Rose. La tirada  no será un modelo de finura artística –mi traducción mucho menos–, pero la sustancia es fiel y bien elegida. Téngase en cuenta que el Cojitranco (Clopinel) escribe hacia 1280,  con perspectiva ya muy cambiada, pero aun así más próxima que la nuestra. 
La cita se inscribe, y eso aumenta su vis cómica, en el Razonamiento de una Marido Celoso que busca munición en contra del matrimonio. El tipo terminará confesando que este caso no lo entiende, ni cree que mujer tal haya existido. Salvo que los libros la hayan trastornado de su condición femenina (que para él no tiene secretos), «car certes se Pierres la creust / Oncques espousée ne l’eust» (pues si  Pedro la hubiese creído, jamás quisiera ser su marido). [1]


Pierre Abayelart or confesse
que seur Heloyse l’abesse
du Paraclit, qui fu s’amye
accorder ne si vouloit mye
pour rins qui la tenist a fame.
Ainsi li fasoit la bonne dame,
bien entendant et bien lectree
et bien amant et bien amee,
argumens pour li chastier
qu’il se gardast de marier ;
et li provait par escriptures
et par raisons vives et pures
condition de mariaige
combien que li fame soit saige,
car les livres avait bien leuz,
bien estudies et bien veuz,
et li murs femenins savait,
car testous en lui les avoit,
et requeroit que il amast,
mes que nul droit ne reclamast
fors que de grace et de franchise,
sans seignorie et sans mestrise,
et qui puet bien estudier
tout seul tout franc, sans soi lier,
et quil entendist a l’estuide
qui de science n’est pas vide,
et li redisoit toutes voyes
que plus plaisans ieres les joies
et li solas plus en cressoient
quant plus atart s’entreveoient.

Mes il si com escript nous a,
qui tant l’amait, puis l’espousa
contre son amonnestement
si li en mescheut malement
car puisque furent, ce mensemble,
a lacort d’embedues ensamble
d’Argentoil nonnain revestue,
fu la coille a Pierre tolue
a Paris en son lict de nuis,
dont moult ot travax et anuis,
et fu pour celle mescheance
moines a Saint Denis en France,
puis abbes d’un autre abeïe,
puis apres fonda en sa vie
une abeïe renommee
qui est du Paraclit nommee,
dont Heloys si fu abesse
qui devant iert nonnain professe.

Elle meisme nous le raconte
et escript, et n’en ot pas honte,
a son ami que tant amoit,
que pere et signor le clamoit,
une merveilleuse parole
que moult de gent tendront a fole,
et est escript en ces espitres
qui chercheroit bien les chapitres,
et li manda par lettre expresse
depuis ce quelle fu abesse
en celle forme gracieuse,
como fame bien amoureuse :

«Se l’Empereur que est a Romme,
soubs qui doivent estre tout homme
me daignoit vouloir prendre a fame
et faire moi du monde dame,
si vorroie je mieux ce dist elle,
et Dieu a temoin apelle,
etre ta putain apelee
qu’estre emperiere clamee.»
Pedro Abelardo nos confiesa
que sor Eloísa, la abadesa
del Paráclit0, que fue su amiga,
en menos tuvo que una higa
ser su mujer en mala hora,
y así le hacía la señora,
bien entendida y bien letrada
y buena amante y bienamada,
argumentos por le enseñar
que se guardase de maridar;
y le probaba por escrituras
y por razones vivas y puras
la condición matrimonial,
siendo mujer intelectual
y al mismo tiempo inteligente,
de muchos libros gran leyente
que de mujer las mañas sabía,
pues en él probado había,
exigiéndole que la amase
mas no derechos reclamase,
sino de gracia y por favor,
sin ejercer de amo y señor;
así podría bien estudiar
soltero y libre sin se atar,
a sus estudios aplicado
si se quería aprovechado;
repitiéndole en mil guisas
ser mucho más dulces las risas
y los solaces más crecieran
si más de tarde en tarde se vieran.

Pero él, y escrito lo dejó,
tanto la amó, que la desposó
contrariando su advertencia;
de ello sufrió la consecuencia,
porque estando, y yo me fío,
ambos de acuerdo en el monjío,
 en Argentol ella enropada,
fuele a Pedro la bolsa cortada
en París con nocturnidad,
preludio de su adversidad,
siendo por esta resultancia
monje en San Dionisio de Francia;
luego fue abad de otra abadía;
más luego aún, fundó en su día
una abadía renombrada
que del Paráclito es llamada,
donde Eloísa fue abadesa,
desde anteayer monja profesa.

Ella misma nos lo cuenta
y así lo escribe sin afrenta
a su amigo, al que tanto amaba,
que padre y señor le aclamaba,
este dicho que tanto choca
y muchos la tendrán  por loca,
aunque figura en cartas ciertas,
si sus capítulos bien aciertas,
y le envió por posta expresa
tiempo después, siendo abadesa,
con expresión harto agraciada
muy de mujer enamorada:

«Si un día el César que allá en Roma
del universo imperio toma
me propusiera su mujer,
primera Dama del mundo ser,
preferiría (eso asegura
poniendo a Dios por cobertura)
antes tu puta ser llamada
que emperatriz verme aclamada. »


1. Edad de Eloísa
Abelardo nació en 1079 para morir en 1142, relativamente joven pero muy gastado. «Hecho una llaga en carne viva, consumido por la sarna», según el Abad de Cluny Pedro el Venerable, en carta Eloísa su viuda. Pero la sarna de entonces era bastante vaga y multiuso para diversas enfermedades cutáneas, siempre mal vistas.
¿Cuántos años se llevaban? Desde el siglo XVII la tendencia ha sido rejuvenecer a la amante, hasta hacerla casi una quinceañera, al gusto romántico. Una cronología más prudente sería: Eloísa (h. 1085/1100 – 1164). Nótese el intervalo natal, pues tiene su importancia. Muchos piensan hoy que la diferencia de edad sería de unos 10 años, incluso menos.  Yo no creo en una historia de ninfomanía, ni la propia Eloísa tampoco, la que en ningún texto reconoce a Abelardo como su iniciador. Todo el análisis que ella hace de su pasión revela una madurez impropia de una jovencita.

2. Origen de Eloísa
El origen ilegítimo es más que probable. En el obituario monástico del  Paráclito –o Paracleto, el último convento de Eloísa– figuran, junto con ella, su madre, su tío materno, su cuñada Dionisia, el hijo Astrolabio y por supuesto, Abelardo, pero no el padre de la abadesa.
La tesis ‘romántica’, siempre novelando, juntó la bastardía al incesto y sacrilegio, pues el tío clérigo Fulberto sería el padre, que lo mismo que había abusado de su hermana lo haría también con la niña.
El canónigo Fulberto,
uno de los figurines dibujados por J. Gigoux 

para la antología de Guizot (1839)
Seguro que no. Buena parte del clero en todos sus grados era poco ejemplar, y en muchos lugares no entraban las reformas gregorianas, sobre todo en los extensos ambientes rurales, con curas amancebados y casados. Ahora bien, eso no va con un señor canónigo de Notre Dame de París, respetado y rico, que mira mucho su honra y la promoción de su sobrina. Precisamente sus alharacas frente al abuso de confianza y su venganza ruin dicen de alguien que a su manera quiere a la sobrina y le prepara un estado decoroso.
¿Nobles? Se pensó que sí: Montmorencis, Garlandes…, todo sin pruebas. Ahora bien, el supuesto de un origen de plebeyos enriquecidos pierde terreno frente a otra hipótesis nueva tan sorprendente como convincente:  La madre de Eloísa, doña Hersenda, habría sido la compañera de fatigas del bienaventurado y muy discutido  Roberto d’Arbrissel (h. 1045-1116), cofundadora de Fontevraud, primera priora y primera abadesa in pectore, de no haberlo impedido su fallecimiento. [2]
De ser así, claro que era noble, nobilísima, del linaje de Champaña, el mismo del conde Teobaldo IV el Grande (h. 1090/1095 - 1152), protector de Abelardo y Eloísa.
Lo notable de la empresa de Roberto/Herisenda fue que su monasterio era doble, masculino y femenino, con los monjes supeditados a las monjas bajo la autoridad suprema de la madre abadesa. Aquella forma de monacato, tan común en la Península Ibérica hasta entonces, representaba en Francia una novedad con su parte de sorpresa y también escándalo. Tanto los monjes negros de Cluny como los blancos del Císter arremetieron contra aquel género de vida, y en España siempre que ocuparon un monasterio doble, su primera tarea fue expulsar a las monjas a su suerte.
Por otra parte, es conocida la preferencia de Roberto por las mujeres casadas y  viudas para gobernar sus monasterios: tienen más experiencia de la vida y suelen proceder con más sentido común que las monjas doncellas. Como también llamó la atención la especialidad de aquel asceta extravagante, de reclutar magdalenas, esto es, mujeres arrepentidas.
Otro día nos asomamos a aquella aventura que dio origen a la abadía y la orden de Fontevraud. Ese monumento románico, con aquella cocina fantástica, a modo de trullo coronado de chimeneas…


3. La cultura de Eloísa
De niña la ponen con las monjas benedictinas de Argenteuil, un monasterio elitista con internado de chicas que hacían vida de monjas. No tan difícil, pues aquellas damas vivían sabiamente, con bastante confort y libertad bien entendida.  
Argenteuil defendía la promoción cultural de la mujer. Eloísa recibe una formación excelente. Dominaba el latín y su literatura clásica, tal como se conocía y usaba en los monasterios de aquel siglo. Se dijo que también el griego y el hebreo, pero aparte rudimentos, aquí puede haber sobre todo reminiscencia literaria de un modelo ideal: San Jerónimo (m. 420) en Belén, como director de la institución femenina de Santa Paula, mujer erudita.
Por el año 1100 Eloísa deja el internado para residir con tío Fulberto en Notre Dame. No es que dé por acabados sus estudios; al contrario, en la Escuela Catedralicia hay buena biblioteca. Pero sobre todo, allí es maestro público Abelardo, como canónigo maestrescuela. No se piense en órdenes mayores, la tonsura era suficiente para disfrutar de cualquier beneficio eclesiástico, desde una capellanía a un obispado.
Es entonces cuando don Fulberto da entrada en su casa al colega Abelardo para que sea preceptor particular de la joven. Y el consiguiente idilio.
Un idilio muy peculiar, polarizado desde el principio entre dos sensibilidades opuestas: la carnalidad egoísta de Abelardo, y la entrega amorosa y consciente de Eloísa.

4. Eloísa enamorada
El enamoramiento de Eloísa añade una dimensión ética admirable. Desprecia el matrimonio tal como lo miraba la sociedad: contrato de conveniencia, con aquella cláusula tan sobada: «el amor vendrá después… si es que viene, bienvenido sea». Semejante servidumbre la subleva. Ella prefiere la amistad y las historias de amantes como en las Heroidas de Ovidio, que ella se sabe de memoria, sin otro comentario explicativo que el Arte de Amar, del mismo autor.
Ahora bien, es esencial para entenderlo tener en cuenta que Abelardo y Eloísa no se plantearon entonces ninguna teoría de su relación. Todo lo que se cuentan entre sí es parte de un carteo muy posterior, cuando ya son como tantas parejas de entonces, que de pronto se separaban para entrar en el convento.
El ejemplo lo tenían en los propios padres de Abelardo. Un buen día recibe él carta de su madre Lucía pidiéndole que deje París y vuelva a casa, porque el caballero don Berenguer la ha abandonado para hacerse monje. La pobre señora necesita consuelo y ánimo del hijo para dar ella el mismo paso. Desde luego, Pedro no se lo quitó de la cabeza. 
Fue una auténtica manía, en aquel siglo, imaginar que un hábito religioso aseguraba la vida eterna. A los monjes, por otra parte, les venían bien aquellos legos y donados que les mantenían como mano de obra sin sueldo. A menudo entregaban consigo su hacienda, dejando a la familia en la miseria. Y como el monacato se vendía como ‘segundo bautismo’, se repitió el espectáculo de aquellos cristianos antiguos, que no se bautizaban hasta la muerte, para gozar más de la vida. Así también los más cobardes en renunciar al mundo,  mandaban en su testamento pagar un hábito monástico para morir y enterrarse con él, como una forma decorosa de presentarse ante Dios.
Según eso, en el tiempo real, la relación entre los dos amantes sólo se expresaba en forma de cancionero erótico-galante. Abelardo de joven fue, además de gran profesor, popularísimo cantautor, lo que a un vanidoso como él le volvía loco. También ella componía trovas. Pongo aquí la réplica en forma de diálogo:

–Tanta era mi fama, tan guapo sobresaliente era yo, que de cualquier mujer podía permitirme encapricharme, sin temer su rechazo.
–Dos cosas, lo reconozco, tenías de particular, con las que al punto te ganabas la voluntad de cualquier hembra: tu gracia en componer letras y en cantarlas. Tus canciones corrían de boca en boca y tenían embobadas a las mujeres. Y siendo así que en su mayor parte trataban de nuestros amores, al  poco tiempo me conocían por todas partes, ganándome la envidia de muchas.

 Todo prácticamente se ha perdido. Tan sólo alguna que otra pieza goliardesca se quiere relacionar con Abelardo o Eloísa. De melodías, ni una.
Por cierto, otro que también pasó el mismo sarampión fue san Bernardo de Claraval, el gran enemigo y verdugo de Abelardo. Tenemos un carta del escolástico Berenguer, en defensa de Pedro, donde se burla del prolífico abad:

«Nadie tiene la menor idea de tu currículo escolar, y mira por dónde, tus escritos recorren el mundo… Asombra en sujeto como tú, ajeno a las Artes liberales, esa facundia inagotable como una marea que todo lo inunda… Aunque, a decir verdad, yo no veo nada de sorprendente. Lo contrario sería lo raro, que tu verborrea se hubiese agotado, cuando sabemos que tu parloteo pueril ya se desplegaba en chanzonetas bufonescas y en estribillos callejeros…»
  
En el artículo anterior comprobamos cómo un supuesto prior benedictino, Fulcón de Dueil, tenía ideas poco claras sobre los efectos de la castración masculina, como remedio radical de toda concupiscencia. Una razón más para mirar la carta como juego literario. Lo que sí parece lógico y real es que el pobre Abelardo contrajo un frigidez psíquica, que se manifestó también como apatía o indiferencia, falta de emotividad hacia las situaciones y las personas. Eso, más una insidiosa manía persecutoria en auge hasta la muerte.
La reacción de Eloísa fue, primero, tratar de ‘curarle’ despertándole la fantasía y la pasión. Luego, ante su rechazo, le promete no molestarle más con recuerdos que más bien le irritaban, y ensaya tentarle por la vía intelectual, pidiéndole consejos y proponiéndole problemas. Tampoco esta estrategia dio gran resultado, si no se toma por tal unos escritos desmayados, salvo cuando ella los anima con su talento.
¿Y el hijo? Astrolabio no fue para Abelardo el hijo deseado. La relación cordial que pinta el poema Astralabe, pieza gnómica en forma de avisos de padre a hijo, es pura ficción. Más parece que Abelardo se portó con indiferencia, también en esto. Tal vez hasta el sobrenombre fue ocurrencia de Eloísa, pues el nombre de pila del niño era Pedro, como su padre.
Se sabe que fue clérigo y sobrevivió a Abelardo. Debió de ser un tipo gris, pero siempre contó con el instinto maternal. Muerto el padre, la abadesa Eloísa recomienda el huérfano a su gran amigo el Abad de Cluny, para que le consiga alguna prebenda, lo que sea. El Venerable le responde con afecto que hará lo posible sin tardanza, aunque pintando la cosa difícil. No se sabe si lo logró –parece que en 1150 vivía en Nantes un canónigo de ese nombre–, ni se sabe más de Astrolabio, salvo que murió un  29 de octubre, según el obituario del Paráclito: «Quarto calendas novembris obiit Petrus Astralabius, magistro nostro Petro filius» (no dice también de Eloísa). [3]
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[1] La numeración de los versos es convencional (8759-8832). La grafia también varía hasta el capricho, ésta me parece razonable.

[2] Es la propuesta bien razonada de Werner Robl (2000). En el obituario del Paracleto, a 1 de diciembre: Hersindis mater dominae Heloise abbatisse nostre. Hersenda se llamaba la 1ª priora de Fontevraud, hija de Huberto III de Champaña, con fecha 30 de noviembre en el obituario fontebraldense. En dicho obituario del Paracleto, el tío Fulberto figura, a 26 de diciembre: Hubertus canonicus domine Heloise avunculus.
[3] Algunos pretendieron sin fundamente que Eloísa perdió el hijo muy pronto, a raíz de las primeras dificultades y entrada en el convento. No hubo tal, pues las cartas de Eloísa y el Abad son auténticas y posteriores a la muerte de Abelardo. Pueden verse en Opera Abailardi, edic. 1616, págs. 343-344.


(Concluirá)