lunes, 30 de diciembre de 2013

“Creo en Jesucristo”



Todos los años por estas fechas suelo ofrecer aquí el resultado de reflexiones mías en consonancia con el calendario. Reflexiones no siempre alegres, pues la mitohistoria del Niño Jesús y su venida al mundo es bastante sangrienta y sombría.
Este año me da por meditar sobre el Jesús histórico y lo que queda de él. Es efecto de cierta melancolía, que luego explicaré. Hoy en día, para muchos, el problema con Jesucristo ya no es si fue Dios o Verbo de Dios, sino si fue siquiera un hombre. Una figura, no lo olvidemos, que fija el cómputo de nuestra Era Cristiana.
Según eso, no se entienda el título de esta entrada como profesión de fe religiosa. Es sólo una cita, una referencia a un Credo [1].
El credo cristiano implica, incluso gramaticalmente, un ‘relato’. Como tal, no quiere quedarse en una especulación pura ni un puro mito, sino que plantea una mitohistoria con su tiempo-espacio real o histórico, donde intervienen personajes y ocurren cosas, aunque casi todo esto en el Credo viene trufado de mito [2].
El personaje humano central del Credo cristiano es, obviamente, Jesucristo, del que se afirman cosas pasadas, presentes y futuras. Unas míticas, otras no, al menos formalmente. Las  referencias míticas son que «bajó a los Infiernos», «se sienta a la derecha de Dios Padre», «vendrá de allí a juzgar a la humanidad», «reinará sin fin». En rigor habría que añadir «resucitó al tercer día» y «subió a los cielos»: episodios míticos (en especial el segundo). Sin embargo, los relatos disponibles intentan documentar la resurrección con historias de apariciones, y la desaparición definitiva de Jesús se explica por un viaje aéreo y ocultación por una nube, todo en presencia de testigos.
Prescindiendo del mito,  el relato formalmente ‘histórico’ del Credo se nos queda en que Jesús :
1. Nació de María la Virgen.
2. Bajo el gobierno de Poncio Pilato, fue supliciado, muerto en cruz y sepultado.
3. Al tercer día resucitó, y semanas después se perdió en el espacio.
Con la desaparición de Cristo se cierra su episodio temporal o ‘histórico’ (siempre entre comillas). Así, en esos tres puntos es donde hay que poner los interrogantes y apelar a los testimonios, tanto internos como externos al cristianismo.


El ‘Testimonio Flaviano’
El testimonio externo mas notable sobre la personalidad de Jesucristo es del  historiador judío Flavio Josefo; concretamente en  Antigüedades judías (libro 18, cap. 3, 3):
Tras hablar de Poncio Pilato como pretor de Judea (década  26-37 del siglo I), y antes de referir ciertos escándalos en Roma, que afectaron negativamente a la comunidad judía, de pronto leemos:


Por este tiempo existió Jesús, varón sabio, si es que puede hablarse de un varón común. Porque fue gran hacedor de obras paranormales, maestro de hombres que reciben con placer lo verdadero, y que atrajo a sí a muchos judíos, como también a griegos. Este era el Cristo (o Mesías). Al mismo, por denuncia de prohombres de los nuestros, tras someterle a suplicio en la cruz, no con ello cesaron sus primeros adeptos.  Pues se les apareció al tercer día redivivo, según habían predicho los divinos profetas esto mismo y otros infinitos milagros acerca de él. De él tomaron nombre los Cristianos, estirpe que hasta ahora no ha decaído.

Este es el célebre ‘testimonio flaviano’, de especial valor proviniendo de un prócer judío fariseo, y que por cierto no es la única referencia suya al tema cristiano en la misma obra.
El problema es su autenticidad. Para unos, todo ello una interpolación cristiana fraudulenta. Texto auténtico interpolado, según otros. Dejando en blanco el núcleo textual más creíble, he marcado en amarillo lo que choca menos, en azul lo que parece sospechoso, y en rojo lo más improbable.
Realmente, lo más duro de pelar es la afirmación de que Jesús era el Mesías. Pero basta con reconstruir «se dijo» y la cosa cambia, hasta dar la clave de la denuncia oficial judía que le llevó a la muerte.
Lo más cómodo y expeditivo es tachar el párrafo entero, como hacen algunos en la Red.
Yo no veo necesidad de ser tan radical, conociendo el carácter de Josefo, un aristócrata judío oportunista, que llegado el caso se las dio de profeta él mismo, instrumento de Dios para los destinos del pueblo judío. Hasta la expresión primera en rojo es verosímil. con o sin ironía, en la acepción helenística de «varón divino», para designar al charlatán sublime, el filósofo taumaturgo o milagrero.
¿Y si en vez de interpolación fue lo contrario, supresión de una minúscula cláusula? Acabo de decirlo: bastaría restituir un «dizque», y de golpe todo el párrafo podría pasar por auténtico.
Manipulación, seguro que la hubo, ya que ningún autor cristiano antes de Eusebio de Cesarea (m. 340/341) conoció el texto o se interesó por él. De hecho, este es el argumento más sólido contra el ‘testimonio flaviano’, una falsificación del propio Eusebio tal vez. Pero una falsificación de riesgo. ¿Cómo es que nadie –ningún judío, por ejemplo– la notó?  Sea como fuere, y a menos de borrar todo el texto de un plumazo, quedaría la nada despreciable información de que Jesus existió realmente.


Los testimonios internos
Aquí se trata sobre todo de los contenidos en el Nuevo Testamento, en especial los Evangelios.
El nudo de la cuestión, realmente paradójica, lo señaló el apóstol Pablo cuando dijo que «si Cristo no resucitó, la fe cristiana no tiene objeto» (1 Corintios, 15: 14). Vale decir que el principal artículo del Credo es mitohistórico. Paradójicamente, esto para nuestro caso no importa mucho, ya que para resucitar, primero hay que morir, hay que haber nacido y haber vivido; haber existido. Incluso el hombre laico, que no puede admitir tal resurrección mitohistórica, todavía tiene materia de estudio en los Evangelios, como testimonios sobre el hombre que pudo ser Jesús.
Los Hechos de los Apóstoles (caps. 1-8) pintan el primer cristianismo como bloque unitario centrado en el Cenáculo de Jerusalén. Es una visión ideal y parcial. Bien pronto los textos hablan de facciones y de fricciones, allí mismo y en otras partes o iglesias. Fricciones motivadas en principio por la relación judeocristiana.
No hubo, pues, solución de continuidad respecto a la situación anterior a la muerte de Jesucristo. La misma fermentación del judaísmo con sus burbujas y sectas, siempre en torno a una restauración mesiánica o ‘Reino de Dios’, entendida de muchas maneras. Legalistas frente a espirituales, realistas frente a místicos, conservadores frente a profetas, resistentes violentos frente a pacíficos, etc. En este magma nutricio judío  fermentaron también las levaduras cristianas, cada loco con su tema, valga el proverbio.
Respecto a su Cristo, aquellos cristianos emergentes se hallaron en situación parecida a la nuestra: casi nadie sabía gran cosa fiable acerca de él. La diferencia entre ellos y nosotros llamémosla, si nos parece, entusiasmo. Al entusiasta lo que le importa es su ideal. Y el ideal de aquellos entusiastas era buscarle un sentido al fracaso de un crucificado. La solución, muy de entonces, fue fabricarle lo que se llamaba en hebreo-arameo un midrash, a base de situaciones creadas sobre textos bíblicos ‘proféticos’. En suma, una primera mitohistoria explicativa y legitimadora. No tenían tiempo, ni quizá tampoco interés por la ficha personal de su mesías.
Sólo cuando el entusiasmo se enfrió le sucede el deseo de saber más y reconstruir una semblanza razonable. Para entonces se encontraron con que las huellas dejadas por el Cristo sobre el suelo firme eran pocas y discontinuas.


Jesús, el hombre desconocido
¿Cómo es que los primeros cristianos se preocuparon tan poco por guardar noticias fiables sobre su Jesús? ¿Por qué hubo que inventarle esas genealogías tan fantásticas como inútiles, si José no era su padre biológico? ¿A qué vino todo ese montaje mitohistórico que llamamos ‘evangelio de la infancia’? Ese era el tipo de preguntas que yo solía hacerme, hace muchos años.
Hoy esas preguntas me las planteo de otro modo. Nadie olvidó lo que nadie recordó nunca, sencillamente porque nadie supo casi nada. Empezando por los que más tenían que saber, porque vivieron con él, y sin embargo demostraron tener idea confusa y contradictoria sobre su maestro.
¿Cómo así? ¿Fue acaso Jesús un tipo vulgar? Lo que sí parece es que pasó como un meteoro. Su vida ‘pública’ fue tan corta, que la gente no tuvo tiempo de darse cuenta de quién era y qué representaba, aquel doctor curasana, predicador de charadas y adivinanzas. Desconcertante. Provocador y conflictivo, sin duda.
Uno de los episodios más realistas de su vida fue el escándalo que armó en el Templo, en plena concurrencia festiva, con actitud desafiante, a golpe de latigazos y de citas bíblicas, alternando empellones y jaculatorias. La tenía tramada con el Templo de Herodes, hasta proclamar su destrucción y la de Jerusalén [3].
Jesucristo tuvo la rara habilidad de poner de acuerdo contra él a enemigos cordiales entre ellos: a fariseos y legistas de un lado, del otro a los saduceos y clero; a los maestros populares de la plebe, conchabados ahora con los gestores de empresa del Templo, un lugar de culto famoso, internacional.
¡El Templo! El Jesús de los Evangelios es ciertamente judío, pero galileo: mal observante de la Ley y poco respetuoso del Templo. «El Templo soy yo», llegó a decir. Como galileo, Jesús puede mirar  por encima del hombro a los samaritanos, y con más razón a los ‘cananeos’. Pero a su vez, los auténticos judíos meridionales le miran a él con despectivo recelo. En el Evangelio de Juan, se habla de ‘los judíos’ frente a Jesús, como si éste y sus galileos no fuesen también judíos.
El nada profundo vaso de la paciencia judía se desborda cuando Jesús vierte una última gota de desafío. Siempre aprovechando la conflictiva Pascua, y siempre con su tranquillo, «según las Escrituras», tan irritante para los fariseos. Fue cuando Jesús se disfraza de Mesías Hijo de David y monta su farsa de entrada triunfal en Jerusalén (ya con claro signo político), iniciando su nueva Era con una apropiación simbólica del Templo.
La farsa y el mimo fueron un recurso dramático tradicional entre los profetas clásicos. Los judíos expertos en Escritura lo entendieron perfectamente, como también lo que vino luego.
La ‘expulsión de los mercaderes’ fue algo más que eso: todo un simulacro de hanukah, ceremonia de purificación y dedicación del Templo profanado, ocupación temporal del mismo para la predicación de su Buena Nueva (cfr. Marcos, 11 y paralelos) [4]. Buena nueva que el siempre paradójico orador remata con el aviso de ruina total. La ciudad a la que había maldecido en otra farsa dirigida contra una pobre higuera (Mateo, 21: 18-19 = Lucas, 11: 12-14) jamás será la capital del futuro Reino.
Los enemigos entienden el lenguaje profético, y si no temen a Jesús diríase que le guardan un respeto. Por eso, para destruirle, optan por la insidia política. En ese contexto le tienden la trampa del tributo al César. Fue el principio del fin de una carrera mesiánica.
Creo que estos episodios son de lo más genuino en la historia de Jesucristo, y en este sentido me agrada la fórmula del ‘hereje modernista’ Alfred Loisy: «De todo el credo me quedo con un sólo artículo: “Padeció bajo Poncio Pilato”».
En cuanto a la escasez de recuerdos sobre la infancia y ‘vida oculta’ del personaje (aparte del poco interés biográfico que esa etapa tenía para los antiguos), insisto en la brevedad de su ‘vida pública’. ¿Como cuánto de breve? Las opinión más común calcula unos tres años, tal vez algo menos.
¿Y si todo hubiese ocurrido en menos de un año? Para el Evangelio de Marcos, el más corto de todos, sería suficiente. Una carrera muy corta tiene la ventaja de explicar no sólo la poca idea de la gente acerca del Cristo, sino la poca idea que el propio Cristo tuvo de su proyecto sin madurar. Explicaría la espantada de unos discípulos bisoños, desde el mismo instante en que se prende y juzga al Maestro, así como las historias oníricas de su resurrección y apariciones post mortem. De hecho, el alargamiento de la carrera de Jesús a más de un año no tiene más base que concertar el mosaico de testimonios en los Evangelios.
La Historia es ciencia, y como tal tiene sus hiatos o vacíos, que se pueden abandonar al escepticismo total, o bien apuntalarlos con hipótesis provisionales –hiprótesis, si se me permite–, donde al fin estamos hablando de opiniones o creencias.

Un año de melancolía
Por poco me olvido de dar una explicación que prometí al principio.
Dice el gran sabio Eclesiastes –o el Charlatán– que «a más saber, más doler». Y ese dicho nunca es más verdadero que cuando uno sabe, al menos por el espejo y el almanaque, lo caduca que es la vida.
Esta melancolía anual, personal e intransferible, se ha visto agravada este año con una ración extra, ante el panorama político nacional. No es que me entusiasme ninguna secesión política, ningún divorcio, si lo malo es conocido (y por tanto, remediable), mientras que lo bueno está por conocer. Y a lo dicho: conocer será sufrir. Pero en fin, tampoco es eso. Lo más triste es ver, a estas alturas, a nuestros nacionalistas ‘históricos’ empecinados en la mitohistoria.
España ya tuvo su mitohistoria, las Tierras Vascas las suyas (que fueron varias), Cataluña también. Sacar a plaza esos fantasmas hoy en día no es para levantar el ánimo. Decadencia y melancolía van de la mano.
Por todo eso, estas Navidades me vuelvo a la mitohistoria cristiana. Después de todo, uno se siente culturalmente más cristiano y judío que moro o hindú.




[1] Un credo es lo que la palabra latina dice: la expresión de unas creencias personales o también colectivas (crédimus, creemos). El credo cristiano es el resumen de una doctrina condensada en varias fórmulas o ‘símbolos’, diferentes en extensión y detalle, no en el contenido de sus afirmaciones o ‘artículos’.
[2] Ya sé que el Diccionario no reconoce la palabra mitohistoria, aunque debería, ya que  hace ese honor a psicohistoria. Sobre mitohistoria, véase el ensayo de J. S. Kupperman.
[3] Este episodio suele presentarse como ejemplo ‘de libro’ de una profecía autocumplida, forjada después de la destrucción de la ciudad y el templo por Tito. Desde luego, la profecía tal como figura en el Evangelio es un constructo tardío; pero expresiones contra la integridad del tempo por lo menos son verosímiles, y unas advertencias al respecto pudieron tomarse como profecías.
[4] Es notable que al compilarse el ‘Evangelio de la Infancia’ se incluye el episodio del Niño Jesús perdido y encontrado ocupando el Templo, como doctor de doctores de la Ley. Todo el relato de observancia ejemplar de la Sagrada Familia en relación con el Templo es conciliador, en el Evangelio de Lucas, como contrarrestando el mal efecto de una relación borrascosa terminal.   


domingo, 22 de diciembre de 2013

Insultar en Valdivielso (y 3)


Cuadro  II. El arte del insulto (final)
La imagen que encabeza este artículo es sólo un torpe recurso mío para pedir disculpas por el retraso. Ya sé que cualquier alumno de Paleografía se lo lee de corrido. Pero yo no soy paleógrafo, sólo un suspicaz ante esos garabatos impresentables emitidos por toda una Sala de Hijosdalgo de la Chancillería de Valladolid. La chapuza jurídica no es cosa nueva.
Dejábamos la querella criminal recíproca entre el Tejada y el López Valle pendiente del fallo del Alcalde Mayor Palenzuela, juez de primera instancia en la Merindades, en nombre de su señor el condestable Velasco.
Pues bien, su actitud fue significativa: hace prender a la menor María, y no en cambio al también menor Pedro. Así lo protestó el padre de la chica, y en respuesta el alcalde metió presa también a la madre. En la cárcel les «fueron tomados sus dichos e confesiones», y esta fue la sentencia:
1) La niña María, en su pueblo de La Puente, ante dos personas elegidas por Juan de Texeda [sic], dentro de tres días pida perdón y reconozca que mintió llamando villanos a los Tejada, confesando que eran hidalgos. Cumplido este trámite, ella haría sus bártulos, porque era desterrada de La Puente,


«en una legua en derredor, por tiempo y espacio de tres meses… e más, cuanto fuere mi voluntad» (se dice pronto) «e que tenga e guarde el dicho destierro e no le quebrante, so pena que por la primera vez sea doblado, e por la segunda tres doblado, e por la terçera sea desterrada, e por esta my sentencia la destierro, por vn año cumplido…»


2) Lo de la madre salió más caro: Juana también debía desdecirse de haber llamado villano al hijo de Juan de Texeda; pero no en el pueblo, como su hija, sino «por ante mí e las personas que allí estuvieren», esto es, en audiencia pública en la Alcaldía de Medina;


«e en cuanto a la culpa…, le condeno en 500 maravedís de pena, la mitad para la Cámara y Fisco de Sus Majestades, e la otra mitad para los gastos y ejecución de la justicia; e le mando que los dé e pague al depositario de las penas de la Cámara antes que salga de la prisión donde está; e más le condeno a pena de destierro… del dicho lugar de La Puente, media legua en derredor, por tiempo y espacio de un mes, e por el tiempo que fuere mi voluntad; e que no le quebrante, so pena de 2.000 mrs. para la Cámara e Fisco...»


3) Vaya. ¿Y el mocito qué? Tomemos resuello, que lo vamos a necesitar:


«E más condeno a los suso dichos en las costas deste proceso, en esta manera:
A María. hija de dicho Juan López, e a Juana su madre, en las dos terçias partes; e al dicho Pedro en la otra terçia parte: la tasación de las cuales en mí reservo.
E por esta mi sentencia juzgando, así lo pronuncio e mando en estos escriptos, e por ellos. El Licenciado Palençuela.

Una sentencia tan antisalomónica deja entender que los López eran pecheros, que picados con hidalgos en puntos de honra llevaban las de perder. Y como, por otra parte, sabemos y comprobaremos que los Tejada eran hidalgos de poca monta, es de presumir que tenían muchas aldabas en el Alcázar de Medina. Juan de Tejada era un hombre, o como se decía, un ‘criado’ del condestable Velasco.
Con todo, aquello parecía escarmiento más que sentencia. Juan López apeló, y la corte de Valladolid falló contra Palenzuela,
«que juzgó e pronunció mal; por ende, debemos de revocar e revocamos la dicha sentencia… en todo e por todo como en ella se contiene, e la damos por ninguna e de ningún valor y efe(c)to».
Menos mal. La pena se redujo a que Juana y María,
«ante el dicho Alcalde Mayor…, e un escribano e testigos…, pidan y demanden perdón al dichos Juan de Texeda (sic) e su hijo de las dichas palabras…, e digan que no caben en ellos».
Pero ojo:
«Condenámoslas iten más en todas las costas diariamente hechas por parte de los dichos Juan de Tejeda e su hijo en seguimiento deste pleito e causa; la tasación de las cuales a nos reservamos».
Aquel 3 de mayo de 1530 fue un día hermoso para Juan de Tejada. La friolera de 1.400 reales con 11 maravedís, decía en su declaración jurada de gastos. El cual aprovechó para pedir carta sobre lo pasado. Con ella en la mano, cualquiera diría que tenía el arma definitiva para no verse molestado nunca jamás. Pues diría mal, porque nueve años después el mismo Juan de Tejada vio su hidalguía como espada de Damocles, pendiéndole de un hilo.

Cuadro III. Dolores de cabeza de un caballero pardo

Una vez más, el César don Carlos toma le iniciativa de informarnos de cierto lance menor para la Historia Universal. Lo hace, como siempre, por carta con sello en placa, emanada de la Real Chancillería de Valladolid, el 13 de mayo de 1539.
El lector puede saltarse, si lo desea, la auto presentación del rey y su madre Dª Juana. No se pierde nada. Pero yo le invito a repasar la exhibición de títulos regios, que copio a la atención de Artur Mas y compañeros mártires en su aventura de separar a Cataluña de España. Verá que estos dos nombres no figuran en lista. Cataluña, porque no tenía entidad propia, al lado de Aragón, Valencia, Mallorcas, condado de Barcelona etc. Y España, porque se sobrentiende. La España de todas aquellas ‘autonomías’ –que eso era el mosaico de territorio peninsulares e insulares unidos bajo la corona–, España, como Alemania, Francia, Italia, Inglaterra … eran entes políticos no discutidos ni discutibles. Al menos por entonces.
«Don Carlos, por la dibina clemenzia Enperador senper Augusto, Rey de Alemaña; Dª Juana su madre y el mismo Don Carlos, por la mesma graçia Reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Secilias, de Ierusalén, de Nabarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla de Zerdenia, de Córdoba, de Córçega, de Murzia, de Jaén, de los Algarbes, de Algezira, de Gibraltar e de las Yslas de Canaria e de las Yndias, yslas e tierra firme del mar Ozeano; Condes de Barzelona, Señores de Bizcaya et de Molina; Duques de Athenas e de Neopatria; Condes de Ruysellón e de Zerdania; Marqueses de Oristán e de Goçiano; Archiduques de Austria; Duques de Borgoña e de Barabante; Condes de Flandes e de Tirol, etc.:
A vos Juan de Tejada, hijo de Pero Díaz de Tejada,  vecino de La Puente de Valdivielso, salud e gracia.
Sepades que el Licenciado Tapia, nuestro procurador fiscal en nuestro nombre...»


Segun eso, el Lic.do Tapia llevaba ahora el papel que jugó el Dr. Villarroel –el de la espantada en el pleito de hidalguía de Tejada–; lo que significa una nube en el cielo anticiclónico de nuestro hidalgo. Lo indicaba D. Carlos en su carta, y lo expresa el fiscal en un papel que traía adjunto:
«Muy nobles señores Alcaldes de los Hijosdalgo y Notario de Castilla:
El licenciado Tapia, fiscal de sus Altezas, digo: que a mi noticia ha venido, por delación con  fianza, que un Juan de Tejada, hijo de Pero Díez de Tejada, vecino del Concejo de Baldivielso,  del barrio de Tejada, con testigos falsos litigó su hidalguía en esta Real Audiencia ante Vs. Mercedes, y hubo sentencia e posesion, e diz que se le dio carta ejecutoria de ella, siendo hombre pechero notorio, hijo e nieto de pecheros e deudos e parientes,  tíos e primos de parte de su padre por línea de varón… Y es justo que, por la falsedad e perjurio que cometió él e los dichos testigos falsos que depusieron en su favor, ... sean punidos e castigados conforme a Derecho».
La denuncia, obviamente, no venía sola. Su efecto automático fue la emisión de un paquete informativo, parte para el Alcalde Mayor de las Merindades, y parte para nuestro interesado, Juan de Tejada, incluido un emplazamiento de la Audiencia vallisoletana para volver a visitar aquella ilustra Casa que ya conocía de años atrás.
Y más que decía Tapia, todo ello en letra clarísima. No contento con pedir a la Sala la anulación de la carta de hidalguía y la reducción del interesado al estado llano de los pecheros, del que nunca debió ser extraído, el fiscal empapelaba literalmente al desgraciado, exigiendo la exhumación de cierta escritura sepultado en alguna notaría de Valdivielso, con información nada favorable al presunto hidalgo Juan de Tejada.
¿Recordamos, en el Cuadro primero, las acusaciones tremendas del fiscal Villarroel? Que si hijo ilegítimo, que si pechero notorio etc. Todo quedó entonces en agua de borrajas, pero no en olvido. Uno de aquellos viejos trapos sucios era que el pícaro Tejada se las daba de hidalgo por no pechar, y no pechaba en virtud de cierto servicio que nunca cumplió. Sospechábamos que fue alguna deserción militar; ahora vamos a saber cómo y cuándo. Oigamos a Tapia:
«Otrosí digo que ha venido a mi noticia que por ante Alonso Ruiz, escribano defunto … en el dicho Valle de Valdivielso, pasó cierto auto e testimonio e una presentación que el dicho Juan de Tejada hizo de cierto servicio que había de hacer como caballero pardo».
¡Ta, ta, ta! Con que caballero pardo. ‘Pardos’ o ‘pardillos’ era el epíteto despectivo de los hidalgos a los del estado llano, por el color de su cruda lana. ‘Caballero pardo’ lo define la Academia. Pero mejor nos lo explique alguien tan gran entendido en nobleza española como Moreno de Vargas [1]. Tras los caballeros ‘de espuela dorada’ y los de privilegio real, todos nobles:
«La tercera cavallería, es de aquellos que dizen cavalleros pardos, a fuer(o) de León…; la cual no se ha dado ni da sino a hombres llanos, pecheros: y por ella se les concede privilegio, para que teniendo armas y cavallos, sean escusados de pechar…: y ansí estos no tienen nobleza y hidalguía…»

Estamos viendo cómo a Juan de Tejada se le abren las carnes. Porque lo peor para él ya no era ser pechero, sino no haber sido siquiera caballero pardo, porque desertó del servicio.
Prometí acabar con esta entrega y debo cumplir, resumiendo un viacrucis largo de cien páginas. Cuya primera estación es, quién puso la denuncia. Pues bien, en todo este acto, de principio a fin, el diablo acusador se llama Pedro de Sedano, escribano de La Puente y por tanto vecino de Juan de Tejada.
Sedano interviene como escribano titulado, y aunque primero se dirige al fiscal para que actúe de oficio, luego trabajan juntos, actuando aquél  incluso como procurador de Tapia en Medina de Pomar. Pero es obvio que el escribano acusa en nombre de otros: los pecheros de Valdivielso.
En la acusación  se ofrecen a nuestro interés tres puntos:
1º. Falsedad y perjurio cometido en el litigio de hidalguía de 1523.
2º. El servicio no cumplido: Juan de Tejada y su ‘parda caballería’.
3.º El enigma de Juan de Tejada: su identidad y nombre verdadero.


«Con testigos falsos». Este punto dio poco de sí. Se basaba en la presunta falsedad de los testigos. Gente ya mayor hacía 16 años, muertos unos o perdida la cabeza, a nadie se le ocurrió (parece) humillar a los venerables supervivientes con un careo.
Los otros dos puntos dieron más guerra, con rebusca febril por los registros dispersos de un notario fallecido, Alonso Ruiz, en busca de documentos presuntamente inculpatorios, tal vez obtenidos maliciosamente y quién sabe si hechos desaparecer adrede, según Sedano:


«y en los dichos registros y escripturas diz que está un testimonio, que un Juan de Texada el Biejo, morador en el barrio de Texada, tomó por ante el dicho escribano, de como él abia hido a serbir, e se abia presentado ante un recibidor de sus Alteças, que estaba recibiendo la gente e caballeros pardos que se abían llamado para la Guerra de Salsas».
Todo apunta a dimes y diretes presentados a veces como vox populi. Algo remaneció, y algo no. Finalmente sale a luz un cuaderno misterioso de 12 hojas, que lejos de sacar de dudas pone la mosca en la oreja a todo el mundo. Hay que ver, la pesadilla que una sospecha tan sin fuste, sin base documental ni testimonio en forma, supuso para Juan de Tejada. Culpa, seguramente, de la torpeza de su primer abogado-procurador en Corte.
Caballeros pardos a la Guerra de Salsas. El problema con el cuaderno era que carecía de toda formalidad notarial. Por tanto, para tener en cuenta sus noticias, se buscaron testigos que pudieran cofirmarlas [2]. De todo ello pareció resultar lo siguiente: En 1497, Juan de Tejada en compañía de un
«Fernán Sánchez caballero, y Rodrigo su hermano, fueron a la ciudad de Santo Domingo de la Calzada, a presentarse como caballeros pardos, y se presentaron ante un receptor de sus Altezas. Y después de presentados (oyeron y oyó decir) al dicho Juan de Tejada cómo queda presentado, como quedaban los otros; y esto es público y notorio…»
Realmente oportuno el cuadernito. El paréntesis («oyeron y oyó decir») se refiere a que el nuevo caballero se cuidó de divulgar la noticia, incluido el testigo que responde a pregunta preparada por Sedano, sin mostrar el texto del cuaderno. Juan de Tejada (o del Olmo, como entonces se llamaba) era joven y yo diría que soltero. Desde entonces se hizo el sueco para las cosas del pechar, y por entonces se disfrazaría de Tejada, para despistar en los censos [3].
Aquellos tres valientes pronto tuvieron ocasión de lucir su espíritu de servicio y su bizarría. En octubre de 1497 las fuerzas de Carlos VIII de Francia entran en el Rosellón y sin mayor dificultad toman la la villa y fuerte de Salsas [4].  

Un pequeño problema es que «guerra de Salsas» es término vago, pues Salsas vuelve a ser objetivo estratégico para Luis XII, en agosto de 1503. Y aquí me pregunto si la enrevesada historia de nuestro caballero pardo confunde tiempos, queriendo o sin querer. En esta otra ‘guerra de Salsas’, Zurita registra la intervención de «un teniente de don Íñigo de Velasco con algunas compañías de guarniciones», sobre todo de caballería. Es decir, gente suya, reclutada en sus estados, incluidas las Merindades [5].
De haber sido esta la ‘guerra de Salsas’ que figura en la denuncia de Sedano, cabría la excusa de que el caballero pardo Juan de Tejada era algo más viejo para aquellos trotes, pero sobre todo que para entonces ya estaba casado. De todas formas, sabemos  en qué campo de batalla pudo cubrirse de gloria, y pongámonos en el año 1497.
Pues bien, por alguna razón, al Tejada no  le parece interesante cumplir su compromiso en fronteras tan remotas, que vete a saber si de allí, saliendo vivo, no te llevan a Italia y a Nápoles. ¿Qué hacer?
Lo primero encerrarse en casa. Lo segundo, ponerse enfermo y meterse en la cama. Lo tercero, llamar a un médico práctico, un tal Gallo, al barbero de la Puente Juan Fernández y al notario de confianza, Alonso Ruiz, cada uno con los instrumentos de su oficio, más algunos testigos. Toda una representación. Si aceptamos la versión del cuaderno, era el 11 de febrero de 1497 cuando se estrenó la comedia:
«Un home que se dixo el bachiller Gallo, bachiller que se dijo en medicina, … le mandó sangrar del brazo derecho e de la vena de la arca. El qual en presencia de mi el dicho escribano, le sangraron e la sacaron hasta seis o siete onzas de sangre, poco más o menos. E le mandó ansi mesmo sangrar otra bez hoy dia a la tarde.
Aliviado así de malos humores, Tejada recordó a los presentes cómo se había presentado en Santo Domingo de la Calzada, al llamamiento de hidalgos de carta y de caballeros pardos,
«e que él así mesmo había de bolber allá hoy día para estar en la dicha guarnición e servicio y guerra que sus Altezas mandasen, según e como hidalgo de carta; e que él, a causa de la dicha dolencia e enfermedad… no podía ir al dicho servicio» etc. etc.

Reconociendo con cierto cinismo que su intención era no perder sus derechos de hidalgo, el hombre que exhibe ante notario su sangre en la bacía de un barbero se declaraba presto, una vez sano, a derramarla por los campos de batalla, no ya como pardo, sino como caballero de carta, ya que no de espuela dorada. El único problema es que, en aquel entonces, el Olmo/Tejada no tenía carta de hidalguía. Dichoso cuaderno.

3. Y de pronto, la luz
Quien busca halla, dice el proverbio. El celo de Sedano fue dando nuevos frutos documentales que no voy a detallar. Una cosa era evidente: que la estrategia de Tejada no iba bien servida.
Interviene entonces una cabez lúcida. Un Diego Ruiz, vecino de La Puente, se le ofrece  como apoderado, y como tal interesa en la causa a un equipo de tres procuradores de la Chancillería.
Con éstos cambia todo. La Sala había emitido carta de hidalguía en favor de su cliente. Era por tanto cosa juzgada. La reclamación no ha lugar, pues la Audiencia no puede volverse contra sus propios actos. Y bien mirado, si Sus Altezas llamaron una vez hidalgo  a Juan de Tejada, hidalgo es por privilegio real, al margen de razones o sinrazones. Así lo acreditaba para perpetua memoria de la cosa la
«Carta Executoria de su hidalguía, emanada de los Alcaldes de los Hijosdalgo e Notario de Castilla…, con el Sello Real de Su Magestad ympremido en metal de plomo colgado con filos de seda acolores…, escripta en pergamino de cuero e refrendada de Alonso de Santa Cruz», ¿quién podía mover tal monumento?

Tapia y Sedano han hecho bien su trabajo, y como en su día el fiscal Villarroel, aquí lo dejan. Pícaro Tejada, pechero notorio, tu condición es la del rey desnudo.


[1] Moreno de Vargas. Discursos de la Nobleza de España, disc. 8  n. 8 (Madrid, 1622, fol. 46).
[2] Citemos a Pedro Sarmiento, vecino de Enzenillas de los Ocinos (sic). También a Juan Sánchez (Villarcayo), Francisco Torres (Boxos o Bocos), Fernando de Hudobro (Santa Olalla).
[3] No sé si caballero era apellido o indicaba la pretensión social de los hermanos.
[5] Zurita, o. cit.,  lib. 5, cap. 50; 1: 304 vº.