martes, 31 de julio de 2012

“¡Bienvenido, Míster Adams!”
















Monumento a Diego de Gardoqui (1977), con estatua en bronce de L.  A. Sanguino, en  Logan Square; hoy junto a la Catedral Basílica de San Pedro y San Pablo, Filadelfia, PA. («Presente del Rey de España» a la Ciudad de Filadelfia en el II Centenario de su Independencia de los Estados Unidos.) 





       El otro día escribí que el monumento a John Adams erigido en Bilbao tenía gato encerrado. Hoy vamos a golpear la estatua hueca de bronce y escucharemos de su interior los maullidos.
       El pretexto para esta extravagancia de tamaño natural ha sido esta frase, supuestamente de Adams, sobre Vizcaya:

«Esta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres, sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa.»

       —¡Cómo, que “supuestamente” de Adams, la frase! En letras de bronce consta la cita.
       —Luego vemos eso. De momento prosigamos, fijándonos bien en la cursiva del párrafo que sigue:
       La prensa bilbaína justificó el gesto y el dispendio, por evocar un hecho extraordinario: la visita en enero de 1780 del II Presidente de los Estados Unidos al País Vasco –«a Euskadi», precisaba algún periódico–; visita hecha ex profeso, por invitación de una personalidad Bilbaina, Diego de Gardoqui, como primera etapa de todo un periplo europeo, en comisión de estudio de  las distintas constituciones y formas de gobierno democrático, con vistas a la redacción de la Constitución de su país…
       Salta a la vista la incongruencia: ¡un II Presidente estadounidense en busca de Constitución!... Siete afirmaciones, otros tantos errores sin un solo acierto. El futuro presidente Adams, de viaje a París (no de Grand-Tour por Europa), cayó por aquí por accidente,  bien a su pesar, y no para estudiar nuestro sistema de gobierno, aunque alguna idea sacó del mismo,  gracias a un bilbaíno que, sin haberle invitado a venir, le atendió con esplendidez; el cual más tarde llegaría a tener cierto relieve para aquella primera historia de los Estados Unidos: Diego de Gardoqui y Arriquíbar.
       En esa breve estancia de cinco días –que en la práctica fueron sólo cuatro, pues el domingo 16 de enero Mr. Adams no salió a la calle– se alojó con sus dos hijos pequeños en una «fonda (tavern) tolerable, situada entre una iglesia y un monasterio».
       El convento más importante de entonces en la villa era San Francisco, y la iglesia más emblemática San Antón, que con el puente figura en el escudo. Esto me hizo pensar en Bilbao la Vieja, en la otra margen del Nervión. Pero releyendo más despacio texto y contexto, prefiero las calles Esperanza-Ascao, con la iglesia de San Nicolás y un par de conventos, a elegir: las monjas agustinas de la Esperanza (hoy colegio), y el desaparecido de Santa María (luego Gobierno Civil y Aduanas), donde está la estación del tren y metro.
       Tras esta pista, veo en la plazuela de San Nicolás, a la puerta del edificio del BBVA, un cartelito moderno que dice:

«Aquí estuvo la posada en la que se hospedó en 1780 John Adams, segundo presidente de Estados Unidos (1797-1801) cuando iba a París en misión diplomática.»

       ¿Es eso cierto? Tal vez sí, pero yo más creo que no. El viajero escocés John Bramsen, que se detuvo en Bilbao en 1822, precisa que «la Posada de San Nicolás, esquina de la calle Ascao, nos la recomendaron como la mejor de la villa», y a pesar de algún inconveniente «como hotel era superior a cualquiera de los que había visto hasta entonces en España» [1].
       Según eso, tanto por la ubicación, como sobre todo por la categoría del establecimiento, yo imagino para un Mr. Adams obsesionado por el ahorro algún otro alojamiento de menos empaque en aquel mismo entorno. Una simple  fonda (tavern), que él califica de «tolerable», en las inmediaciones del actual Ascensor de Mallona.
       Esto cuadraría mejor con la indicación «entre una iglesia y un monasterio». Indicacion, no «según recogen las crónicas de la época»[2]–¡vuelta a enredar para dar relieve!–, sino del propio viajero en su Diario [3].

 “¡Bienhallado, Señor Gardoqui!”
       Diego María de Gardoqui y Arriquíbar (Bilbao, 1745-Turín, 1799) fue uno de los hijos del empresario bilbaíno José de Gardoqui Mezeta, fundador de las compañías mercantiles familiares José Gardoqui e Hijos y otras de capital social millonario (en reales), en paralelo con su hermano Bautista. Sus barcos hacían a todo, y hasta tenía licencia para importar pescado de los dominios británicos.
       Otro de sus hijos, Francisco Xavier (Bilbao, 1747-1820) fue cardenal en 1816, adscrito a la Curia de Roma, donde murió.
       Diego es sin duda la figura más destacada de la familia, aunque hasta ahora no ha sido objeto de la atención que se merece. De educación inglesa, brilló como hacendista, estadista y diplomático, además de banquero y armador.
       La actividad mercantil de la familia corría parejas con su participación en la Real Sociedad Bascongada y Seminario de Vergara.  Como también, en el espíritu de la época, no desdeñaron algunas ganacias menos limpias. Por ejemplo, en 1778, a la vez que Diego tramitaba para el consulado de Bilbao la libertad de comercio con las colonias de ultramar, entraba en la lista de consignatarios indicados por Benjamín Franklin al filibustero americano John Paul Jones para colocar las presas hechas a los ingleses.
       Al mismo tiempo, la casa ‘Gardoqui e Hijos’ hacía de intermediaria para la gran ayuda prestada por España a la causa de los Estados Unidos, materializada en dinero, armamento y suministros, por valor de medio millón de dólares.
       Así pues, Diego Gardoqui ya estaba en contacto con los Estados Unidos cuando casualmente vino a Bilbao John Adams, de camino para su legación en París. Desde luego, le obsequió con esplendidez, con su cuenta y razón. En lo político, Gardoqui se movió en la esfera de influencia de Floridablanca.
       Desde 1785 a 1789 Diego Gardoqui fue embajador de España en Estados Unidos, puesto clave para sus intereses mercantiles relacionados con la importación de bacalao, y a la vez para los intereses de España, necesitada de acuerdos para la navegación del Mississippi (Tratado Jay-Gardoqui). En aquella misión se reveló como ilustrado liberal, astuto y, a lo que parece, honesto.
      De vuelta a España, Gardoqui toca el cenit de su carrera como ministro de Hacienda (1792) de Carlos IV. Al mismo tiempo, el Señorío de Vizcaya le nombraba diputado general honorífico, y la Villa y Consulado de Bilbao le expresaban su gratitud. En 1794 recibe la Gran Cruz de Carlos III.
       Pero en el mundillo político no todo eran parabienes. Jovellanos le tenía por hechura de Floridablanca, y en efecto, al caer éste cesó también el de Bilbao. Tampoco su ejecutoria ministerial habría sido intachable, según el mismo Jovellanos insinuaba, interpretando la última embajada de Gardoqui en Turín como destierro y penalización en un puesto sin salida para sus malas artes del soborno y el cohecho.

        Adams sobre Derecho constitucional comparado
       La obra de Adams donde aparece el elogio de lo vasco que le ha valido la estatua es fruto de su aplicación a conseguir para la nueva nación americana la mejor de las constituciones posibles. El título Defensa de las Constituciones de los Estados Unidos de América se refiere a la acusación de que con todo su énfasis revolucionario, los estados de la Unión mimetizaban las tradiciones políticas inglesas.
       De los tres tomos que llegó a tener la obra, aquí sólo interesa el primero, ciertamente el más novedoso y curioso. Adams adopta el método epistolar para ir describiendo distintas democracias europeas. Un prólogo fechado el 1 de enero de 1787 nos sorprende al afirmar de entrada que el progreso ha unido a Europa, convirtiéndola en una gran comunidad o familia. Un atisbo muy anticipado de lo que es hoy la Unión Europea. Siguen 55 cartas, la última fechada en 21 de diciembre de 1786.
       Adams publicó las cartas en Londres, 1787. Advierto que en la lista de suscriptores no figura Gardoqui, ni nigún otro apellido vasco ni español.
      Por las cartas van desfilando distintas clases de gobiernos actuales, frente a las repúblicas antiguas y utopías filosóficas. Dichos gobiernos o ‘repúblicas’ se dividen en democráticas, aristocráticas y monárquicas, aunque también habla luego de gobiernos mixtos.
       De las repúblicas democráticas (cartas 3-10), abre marcha San Marino, seguida de Vizcaya, Grisones, Suiza, Holanda, etc.
       Lo que Adams entrega al editor londinense tiene más de un panfleto que de  libro. El propio autor lo llama “strange book”, escrito de prisa y corriendo. Una ensalada libresca, recolectada en una cincuentena de obras, cargada de referencias históricas y citas por extenso de varios autores, «generalmente sin el beneficio de las comillas». Era un intento de sistematizar y sustanciar sus ideas expuestas en Thoughts on Government y aplicadas luego en su borrador de Constitución para Massachussetts (Abril 1776).
       El resultado es una obra interesante en la Historia del Constitucionalismo. Defiende a ultranza la división tripartita de poderes, con el legislativo como «natural y necesariamente soberano y supremo» respecto al ejecutivo. El equilibrio social aconseja una estructura legislativa bicameral, y la eficacia pide un ejecutivo fuerte, no juguete de una asamblea aristocrática ni democrática. Todo ello sin perjuicio de la independencia del poder judicial en la aplicación de las leyes.

       ‘Vizcaya’ a vista de Adams
       Que Adams eligiera la Serenísima mini República de San Marino para encabezar su muestrario de repúblicas democráticas de Europa se explica por tratarse del estado soberano más antiguo del mundo (fundado el año 301); como también la república constitucional más antigua vigente (desde 1600). Todo ello en el corazón de los Estados Pontificios y frente a las pretensiones de la Iglesia.
       Tal actitud ‘heroica’ de un insignificante terruño mitificado como nido de águilas llamó mucho la atención en Europa. Joseph Addison le dedicó un capítulo de sus Observacione sobre varias partes de Italia, de donde copia Adams incluso textualmente; sin que ello haya merecido de los sanmarineses al uno ni al otro la gratitud de una estatua.
        «La república de San Marino, como Mr. Addison nos informa, se yergue en la alto de una montaña alta y escarpada…» «Viajemos a algunos de esos países y examinemos sus leyes», acaba de decir. Y ahora añade: «as Mr. Addison informs us». El «periplo por Europa» (salvo alguna escapada  ocasional o alguna legación) es todo de segunda mano, a través de lecturas.

       Más sorprendente es que la carta siguiente, la IV, se titule ‘Biscay’, como si Vizcaya –o el País Vasco, más bien– fuese o hubiese sido alguna vez un estado soberano en forma de república democrática:

       Querido Señor:

       En una investigación como esta, en busca de los pueblos de Europa que hayan tenido la habilidad, el coraje y la fortuna de preservar una voz en el gobierno, no debería pasarse por alto a Vizcaya, en España.
       Mientras que sus vecinos desde ha mucho han renunciado a todas sus pretensiones poniéndolas en manos de reyes y curas, este pueblo extraordinario ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobiernos y costumbres, sin innovación, más tiempo que cualquiera otra nación de Europa.
       De extracción céltica, en otro tiempo habitaron en algunas de las partes más excelentes de la antigua Bética; pero su amor de libertad y su aversión indómita a servidumbre extranjera les hizo replegarse, ante la invasión o la opresión en sus antiguos asentamientos, hasta estas regiones montañosas que los antiguos llamaron Cantabria.
       Estuvieron gobernados por condes que les mandaban los reyes de Oviedo y León hasta el años 859…

       Cualquier lector algo enterado de la doctrina vascofuerista canónica en el siglo XVIII la habrá reconocido en el texto de Adams, que incluso asume la mitología tubalina y vascocántabra.
Ahora bien, para ser democrática, esta ‘república’ era un tanto peculiar:
                
       Aunque el gobierno se llame democracia, no nos es posible encontrar aquí toda la autoridad reunida en un centro. Al contrario, hay tantos gobiernos distintos como hay ciudades y merindades. El gobierno general consta al menos de dos órdenes: el señor (lord) o gobernador, y el parlamento bienal…
       Podemos juzgar de la forma de todos ellos por el de la metrópoli, que a sí misma se denomina en todas sus leyes ‘la Noble e Ilustre República de Bilbao’. Esta ciudad tiene su alcalde, que es a la vez gobernador y cabeza de justicia, sus doce regidores o consejeros, un fiscal general etc. Entre todos ellos, juntos en el palacio consistorial bajo los títulos de Concejo, Justicia y Regimiento, elaboran las leyes en nombre del Señor de Vizcaya, que las confirma.
       A decir verdad, estos cargos son electos por los ciudadanos; pero por ley han de ser elegidos, lo mismo que los diputados al parlamento bienal o Junta General, de entre unas pocas familias nobles, no manchada por ninguno de ambos linajes, paterno y materno, con mezcla de moros, judíos, nuevos conversos, penitenciados por la Inquisición, etc. Han de ser nativos y residentes, hombres de mil ducados, que no tengan nada que ver con el comercio, manufacturas ni oficios. Y por acuerdo de base entres las merindades, todos los diputados a la junta general, todos los regidores, síndicos, secretarios y tesoreros, han de ser nobles, de hidalgos (knights)  para arriba, y que nunca hayan ejercido oficios mecánicos, ellos o sus padres.
       Así vemos cómo el pueblo mismo ha fijado por ley una aristocracia restringida, so color de democracia liberal. ¡Americanos,  ojo! (Americans, beware!)

       Su preocupación por la defensa ha rodeado de muros todas las villas del distrito, veintiuna en total, siendo las principales Orduña, Laredo [sic], Portugalete, Durango, Bilbao y Santander [sic]. Vizcaya se divide en nueve merindades, especie de jurisdicción a modo de bailío, amén de las cuatro ciudades costeras. La capital es Bilbao…

       Es difícil trazar un bosquejo más chapucero, mecla de datos mal recogidos y peor digeridos. En cuanto se trata de precisar, Adams se embarulla. Aquí lo suyo es la generalización, el ditirambo y la mitomanía absorbida con fruición rayana en simpleza:

       El país es todo él un conjunto de montañas muy altas y muy empinadas, ásperas y rocosas hasta tal punto que una compañía de hombres apostados en una de ellas puede defenderse tanto tiempo como resista, haciendo rodar peñas sobre el enemigo.          
       Esta conformación natural del país, que hace imposible el desplazamiento de tropas en marcha, más el valor de los habitantes, han preservado su libertad.
       Activos, vigilantes, generosos, valientes, recios, inclinados a la guerra y la navegación, han gozado durante dos mil años de la reputación de ser los mejores soldados y marinos de España, y aun así, de ser también los mejores cortesanos, habiéndose elevado muchos de ellos, por su perspicacia y modales, hasta empleos de mucha entidad en la Corte de Madrid.
       Sus valiosas cualidades les han merecido la estima de los reyes de España, que hasta ahora les han dejado en posesión de las grandes exenciones, de las que son tan celosos.

       Antes me referí a una ‘supuesta frase’ de Adams. Respecto a San Marino, citó a Addison sólo de nombre, aunque luego le copiará con toda libertad. Para esta ‘Vizcaya’ ni siquiera da nombre de autor a quien saquea, reflejando mejor o peor los puntos de vista propios de la Sociedad Bascongada por aquel entonces. El mismo Gardoqui seguramente, o algún otro ‘caballerito’ fuerista ilustrado, puso a su disposición los textos pertinentes para este refrito [5].
       Lo que ocurre es que los vascos estamos tan satisfechos de ser como somos –o si se prefiere, tenemos tanto complejo de no estar a la altura de nosotros mismos—, que si un extranjero nos alaba (mejor si evita hacerlo hace en castellano) no nos cabe la menor duda de que es persona inteligente y de gran penetración, que nos ha conocido a fondo y nos pinta tal como somos.
       Tan es así, que no acertamos a distinguir en las palabras del visitante el eco de nuestro propio soliloquio sobre nosotros mismos. Gente que tan bien nos quiere se lo merece todo, qué menos que una estatua en la Gran Vía.
       ¿Y Gardoqui? D. Diego sí que fue gran aliado y conocedor de la joven nación americana, a la que prestó grandes servicios materiales. Sólo que aquella gente no suele corresponder erigiendo estatuas sino, como mucho, cediendo espacio dónde colocarlas. Así Diego de Gardoqui tiene la suya de cuerpo entero sobre pedestal en una plaza de Filadelfia. Pero el monumento en sí lo costeó el Estado Español, en 1997, con ocasión del Bicentenario de la Independencia de los Estados Unidos.
       Y en su Bilbao natal, ¿qué tiene Diego de Gardoqui? Iñaki Anasagasti en su blog saludaba como «un gran acierto la estatua de Adams», donde tras repetir varias de las inexactitudes sobre la visita, se explayaba  en la ayuda que España prestó a los rebeldes norteamericanos a través de los Gardoqui, y de modo especial en el papel que representó Diego, para terminar:    
«Los que viven en la calle Gardoqui de Bilbao ya saben el por qué se llama así su calle.»
        Pues no, señor mío. La calle Gardoqui no es de Diego, sino de su hermano Xavier, el cardenal. Bilbao le premió por haber conseguido el título de basílica menor para la iglesia de Santiago, y no sé si alguna más. Diego de Gardoqui no tiene calle, pese a las instancias recibidas por el alcalde Azkuna. El hombre se habrá dicho tal vez que dos Gardoquis crearían confusión. Pues señor, en tal caso, quitársela a Su Eminencia, que pinta muchísimo menos que D. Diego.
       Tampoco dice palabra Anasagasti del monumento a Diego de Gardoqui en Filadelfia. A ratos sospecho si la estatua de Mr. Adams en Bilbao no habrá sido una venganza sutil del nacionalismo vasco por el homenaje de España a un gran bilbaíno al servicio de la Patria y de la Corona.
___________________________________________
[1] John Bramsen, Remarks on the Northof Spain (London, 1823), págs. 26-27. Es posible que esta referencia haya hecho suponer que Adams se alojó allí mismo. Años después arrasada la manzana, el solar se llamaba de la Posada de San Nicolás cuando, en 1862, don Ambrosio Orbegozo exhibió en el Ayuntamiento los planos del nuevo Banco de Bilbao que pensaba levantar allí. Cfr. ‘Orbegozo Zubiría, Ambrosio (Bilbao, 1797-1864)’, en Agirreazkuenaga, Joseba (dir): Bilbao desde sus alcaldes: Diccionario biográfico de los Alcaldes de Bilbao. Bilbao, Ayuntamiento de Bilbao, 2002-2008, 3 vols. Vol 1 (1836-1901), por J. Agirreazkuenaga y Susana Serrano. Bilbao, 2002, pág. 119.
[2] Aitziber Atxutegi, ‘La posada del presidente John Adams’, Deia, 6 de febrero 2011.
[3] The Works of John Adams, vol. III (Boston, 1851). Repr. Online Library of Liberty Project, Liberty Fund, Inc., Indianapolis.   p. 188.
[4]J. Addison, ‘The Republic of St. Marino’ ; en The Miscellaneous Works in Verse and Prose, 4 tomos; t. 4, Remarks on several parts of Italy, &c. In the year 1701, 1702, 1703. London, 1755, pp. 86-92; J. Adams, ‘St. Marino’, en Defensa, Carta III, pp. 8-16.
[5] Cfr. 'Provincias Exentas', (1), (2), (3), (4), (5).





4 comentarios:

  1. Magniífica entrada, una vez más.
    La sentencia:
    "Lo que ocurre es que los vascos estamos tan satisfechos de ser como somos –o si se prefiere, tenemos tanto complejo de no estar a la altura de nosotros mismos"
    me parece un acertado resumen del nacionalismo vasco.
    Muchas gracias

    ResponderEliminar
  2. No sé si me he enterado bien. Entonces ¿John Adams decía que la república más antigua de Europa era la de San Sabino?

    En serio, como los nacionalistas sigan leyendo, y vean que incluyó Vizcaya entre las repúblicas independientes, le van a hacer otra estatua, pero esta vez de cuerpo entero.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Andorra es un pequeño país. Siempre ha sido un pequeño país. Sus dirigentes y sus habitantes tienen asumido que su papel en el concierto de las Naciones, es no tener papel. Así saben que nunca un autor andorrano ganará un premio Nobel, que su selección de futbol está condenada a ser permanentemente humillada y que el 90 % de los europeos no franceses o españoles, desconozcan su mera existencia. Por tanto en Andorra no hay eso de "amigo de los andorranos" ni en las calles de su capital veremos una estatua celebrando la visita del principe Rainiero de Mónaco y sus corteses comentarios sobre el territorio.

    La Gran Euskal Herria que pretende el nazionalismo está condenada a ser un minúsculo e intrascendente país y ese es el gran problema y en cierto modo su gran remordimiento. Los vascos no están acostumbrados a ser nada. Ellos como españoles, han integrado una nación, España que pese a su abultada colección de fracasos históricos, es uno de los pueblos decisivos en la historia del mundo. Un pasado glorioso, una cultura deslumbrante,rica y variada, un papel en el esfera internacional que incluso tras iniciar la decadencia ha sido lo que política y económicamente lo que se llama las potencia mediana.

    El futbol lo simboliza perfectamente. Una selección que siempre ha sido importante y siempre estaba ahí, cuando se han hecho bien las cosas se ha convertido en la campeona del mundo,y ahora la quieren cambiar por una selección basura destinada a arrastrarse por los campos de Europa como Macedonia o Estonia.

    De esa contradicción nace esa permanente necesidad de autoestima que intentan colmar mediante la busqueda ansiosa del comentario de cualquier personalidad o simplemente periodista o incluso mindundi extranjero, entendiendo extranjero, no español. Para su parroquia, pero sobre todo para ellos mismos, necesitan oir de "fuera" alguien que les diga lo buenos, lo maravillosos o sobre todo lo importantes que son, aunque en realidad esos plácemes o son producto del soborno disfrazado de diversas maneras (ejemplo el corrupto Cossiga), o sean breves palabras escritas deprisa, corriendo y con ligereza como el caso del señor Adams que nos trae en esta entrada o simplemente sean los típicos comentarios corteses que se hacen cuando se está de visita.

    Da igual. Cualquier frase que se acomode al "canon nazionalista", se magnificará a la hora de dar la idea de que el mundo está deslumbrado ante lo que es y lo que significa el pueblo vasco, que ya sabemos es el más antiguo y más importante faro de Occidente. Da igual, no les servirá de nada y siempre les quedará el regusto amargo de que el nazionalismo lleva aparejado el objetivo final de que los vascos pasen a ser, nada.

    ResponderEliminar
  4. «Esta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres, sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa.»

    Si cambiamos Europa por América, y lo ponemos al día, la frase podría encajar perfectamente con cualquier nación india, con su reserva correspondiente. Por ejemplo, los batasunis.

    Ninguna broma; el Bureau of Indian Affairs gestiona el 4% del territorio USA:

    Reservas indias USA

    ResponderEliminar