lunes, 27 de febrero de 2012

Cambiazos



No parece que ‘eso’ tenga nombre en castellano. El Bächtold-Stäubli –el Diccionario Manual de las Supersticiones Alemanas–, en su crecido artículo Wechselbalg, dedica dos columnas a los equivalentes en distintos pueblos y latitudes de Europa, al norte de nuestro paralelo. Casi todos aluden al cambio. Changeling en inglés, Wechselbalg en alemán, dieron el neolatino cambio, -onis, algo así como ‘cambiazo’ o niño revezo.[1]
 Como el otro día escribí, el folclore universal registra el motivo del cambiazo del bebé. Un motivo con raíces en la psicología maternal. Un paso más, y esa preocupación se transforma en superstición: el hurtador es un maléfico, y el sucedáneo una criatura diabólica; un bebé llorón, glotón y apático, que la mamá cría por puro instinto, venciendo el horror y la repugnancia mientras ‘aquello’ viva, que no suele ser mucho. Ella no sabe, y aunque lo sospeche jamás reconocerá que lo que lleva en brazos no es lo que salió de su vientre. Alguien le dio el cambiazo.
A finales del siglo XV –traspasado el umbral de la Edad Moderna– la realidad de los Wechselbälgen era ya indiscutible, desde que el Martillo de brujas se ocupó de ellos, con el nombre de campsores (cambistas), en alemán Wechselkinder o ‘niños de recambio’.[2]
El libro estaba avalado por bula papal de Inocencio VIII [3]. Los autores, Institoris y  Sprenger, eran inquisidores dominicos, pero también profesores universitarios. No por casualidad.
 Y es que el tema de los Wechselbälge viene de perilla para entender por qué la Universidad Europea padeció alergia crónica a la Ciencia. Su ‘ciencia’ era sólo un Wechselbalg, un paquete sucedáneo pesado, devorador de energía, inútil y sin futuro. Por eso la verdadera Ciencia se crió, más o menos saludable, primero en semisótanos clandestinos, luego en academias, pero casi siempre fuera de las Facultades. O en ellas, pero de tapadillo, y nada bien vista. La disección de cadáveres humanos tuvo en jaque papal a facultades médicas heterodoxas, como Salerno. Galileo se llevó mal con el Santo Oficio, pero también con Pisa. El pobre Kepler, perseguido al alimón por católicos y protestantes, sobrevivió vendiendo horóscopos. Entre tanto, las grandes universidades bastante tenían con amamantar y mecer sus ‘cambiazos’: la tardo Escolástica en París, el Derecho bartolino en Bolonia, e cosi via.

Del niño revezo a la cabeza parlante…
Hace muchos años, en Málaga, el librero anticuario Antonio Mateos (cariñosamente, ‘Zapatones’) me mostró un legajo de opúsculos muy curiosos. Eran las típicas tesis y disputas académicas del Barroco alemán. Las había de Teología, Derecho, Medicina. También de Filosofía natural, según se entendía en el XVII: miscelánea erudita y abigarrada sobre lo curioso: el imán, los horóscopos, los duendecillos mineros (koboldos o cobaltos). Y cómo no, los ‘cambiazos’.
Ahora todo eso está en Google, y en parte se reedita. Entonces eran sólo rarezas caras, y como yo no podía permitírmelas, don Antonio tuvo la gentileza de prestarme unos cuántos títulos. Uno era la famosa Biga disputationum Physicarum de J. V. Merbitz, sobre los Cambiazos o Wechsel-Bälgen y sobre las Ninfas alemanas, las Wasser-Nixen [4].
La disputa que nos ocupa cubre 18 páginas. Se celebró, «con la venia de la Facultad de Filosofía de Leipzig, el 23 de agosto de 1671, defendiendo el maestro Merbitz y respondiendo Juan Gothofred Jahn, bachiller en Filosofía y estudiante de Teología».
¿Quién era Merbitz? Siempre buceando en la descomunal ‘Biblioteca Googeliana’, descubro un personaje extravagante:
Juan Valentín Merbitz (Dresde, 1650-1704), tras graduarse en Filosofía y Teología por la Universidad de Leipzig, sirvió en la de su ciudad natal y corte palatina (1676-1702), con cargo de conrector (vicerrector) al frente de la Escuela de Santa Cruz. Según eso, la disputa que tengo delante es de su primera época de Leipzig.[5]
Ahora bien, si su bibliografía habla de un individuo docto y polifacético, lo que de él impresionó a sus contemporáneos fue la inventiva mecánica, que en sólo cinco años le permitió poner a punto una estatua parlante maravillosa. Cualquier curioso, docto o llano, no tenía más que soplarle al oído cualquier pregunta, y la máquina con voz articulada respondía (¡atención!) en la lengua del preguntante, así fuese alemán, latín, francés, hebreo, griego. Hasta vascuence, supongo, pues la noticia no pone límite.
Si esto ya es admirable, lo que sigue pone a prueba toda credibilidad. Porque la estatua de marras también adivinaba:

«Una vez, en broma, una damisela de Dresde tuvo el atrevimiento de consultar con la estatua:

–Cuándo yo me case, ¿con quién compartiré lecho nupcial?
Mit einem Hauptmann. Con un capitán, mi graciosa señorita.

Cinco años después así se cumplió al pie de la letra.
 ¿Algo más? ¡Lo nunca oído! El androide detectaba secretos:
Cierto empleado de la ilustre corte de Polonia-Sajonia le susurró algo a la oreja. La estatua respondió en voz alta:

Höre zu! Ich will dir etwas verborgenes, so niemanden als dir bewust sagen. (¡Oye, tú! Lo que voy a decirte es un secreto que sólo a ti interesa y a nadie más).
Perplejo, el cortesano aplicó el oído a la boca que hablaba, y lo que escuchó le hizo exclamar:
Das hat dir der Teufel gesagt, das weiss niemand, als Gott and ich. (Eso te la ha dicho el Diablo, porque no lo sabe nadie más que Dios y yo).

Piense allá cada cual, nosotros registramos lo que oímos de varias personas de lo más fidedignas.»

La anécdota se entiende mejor sabiendo que Merbitz fue, por algún tiempo, Informator (asesor) del Príncipe Heredero de Polonia-Sajonia. Así, el artífice no olvidó enseñar a su estatua o cabeza parlante el ABC de los secretos oficiales.
De hecho no es difícil entender que el invento de Merbitz era un simple juguete, muy de época, para animar el salón del joven príncipe. Era el truco clásico de la estatua unida por tubos acústicos a la cámara oculta donde residía su voz y su entendimiento. [6]
Merbitz no se detuvo ahí. En la misma línea de progreso ‘científico’, él quería para su público etwas anderes, algo distinto y se embarcó en un proyecto más ambicioso. Dos estatuas parlantes, una de alumno preguntando, otra de maestro –él mismo, por qué no– respondiendo, desarrollarían en voz alta cualquier tema de omni re scibili, para instruir deleitando.
Hoy no tenemos más remedio que admirar la clarividencia de Merbitz. En vez de libros, autómatas audiovisuales. Un paso más, e inventa la televisión. Qué digo, audiovisuales; oigamos esto: «sus estatuas no sólo hablaban, sino que el aliento les olía, bien o mal, según el tema de palique». Olor a ajos de víspera y puchero enfermo, para disertar sobre el vicio; aroma de canela, rosa, jazmín y mirra, para recomendar la virtud. ‘Audiovisuosmático’, lo llamaría yo, si no fuese por la mezcla de latines y griego.
Por desgracia, aquel genio adelantado a su época no llegó a poner a punto la pedagógica pareja de androides, por culpa de un ictus apoplético fatal. Ocho años de trabajo perdidos. Se ve que su otra estatua locuaz y adivinadora del futuro, por envidia o por compasión, no quiso avisarle de que perdía el tiempo.
Él mismo, tras mantener por unas décadas nicho propio en los templetes de la Fama, cayó en olvido igual que sus ingenios. Si hoy me acuerdo de él, es gracias a otro de aquellos pliegos de cordel del legajo malagueño.
Porque todo lo dicho, por uno u otro cauce, me lleva a otra disquisición académica sobre… ¡exacto!: Las estatuas parlantes; mantenida en la Facultad de Filosofía de Leipzig por Conrado Pedro Meister, estudiante de Teología, el 21 de enero de 1705. [7]
Meister clasifica y discute los casos de andriantolalia (cháchara de estatuas) en la leyenda y la historia, sagrados y profanos, , auténticos y fraudulentos, antiguos y modernos. Hacia el final, obviamente, dedica toda una página al «nuevo Dédalo que superó el fallo de la antigüedad añadiendo el habla a sus ingenios, fallecido el año pasado», etc. etc.

… y retorno
 Volviendo a Merbitz y su disputación de los Infantes Supositicios, vulgo ‘Wechsel-Bälgen’, debo adelantar que, para nuestra curiosidad, no sostiene comparación con la de Meister sobre parlería estatuaria. Y la razón es simple: el autor se deja de historias para ir al meollo, de qué naturaleza son los tales ‘niños’.
Porque relatos los hay para todos los gustos, hablando unos de criaturas verdaderamente humanas, otros de diablos en forma de niños, o bien de criaturas infrahumanas, bichejos, incluso muñecos de carne; o ni eso siquiera, pedazos de carne inerte, troncos de madera, envoltorios de trapo… Tiene toda la razón. Claro que había niños sanos, fuertes, guapos,  cambiados por otros feos y enfermos. Claro que había y hay hidrocéfalos, cretinos, raquíticos. Y cuántas madres medio locas no habrán estrechado y acunado los bultos más raros.
Centrémonos en lo que importa, se dice Merbitz. Y lo que importa para un teólogo como él –un profesor que dejó inédito un tratado sobre La procesión del Espíritu Santo, ahí queda eso– es qué hay de verdad sobre los ‘hijos del diablo’.

       1. Porque es cierto que «hay demonios íncubos y súcubos». Lo íncubos, ya se sabe, y por si acaso, lo explicó san Agustín [8], son de una parte los que los médicos llaman efialtes, tapones en el ventrículo cerebral, causantes de pesadillas, que para la mujer pueden representar un macho corpulento con intención nada buena, como explica Pablo Egineta. Frente a esas fantasías están  los íncubos reales, seres en forma viril que cumplen como tales; y aquí vienen entre otras la autoridad de Martín del Río.[9] Como también los súcubos reales –‘súcubas’, más bien–, como las lamias y otras diablesas.
Aquí arrasa la autoridad de San Agustín, un teólogo que no podía ver diablos ociosos o en desempleo, pues nada hay como un chivo expiatorio para justificar los males del mundo. Añádase la afirmativa de Tomás de Aquino, y el problema de los auténticos ‘cambiazos’ está en el bote.
Al efecto, los demonios tienen cuerpo sutil, o bien lo improvisan, o lo toman prestado. [Aquí el autor aprovecha para meter una estocada a los ‘papícolas’ por lo del Purgatorio. Él es protestante, lo que no le impide alinearse en esto con católicos, como el dominico Sprenger y su Martillo, o con Del Río, jesuita.]

2. Ahora bien, «de tal coyunda demoníaca no puede nacer prole, sí más bien un cuerpo sin alma». El autor confiesa su pudibundez juvenil, pero venciendo su curiosidad a la vergüenza, con la venia de su público, se atreve a discutir el tema y refutar a autores tan serios como Reginaldo Schott y su Física curiosa.
No, y mil veces no. Un súcubo, por mujeril que parezca, no puede tener el complejo aparato reproductor femenino para llevar a término un feto. Los íncubos por su parte, ya se sabe, hurtan semen humano, pero cuando lo eyaculan está frío. Porque los demonios son fríos, y así lo reconocen las brujas que tienen contacto con ellos.

3. Según eso, «los niños revezo no son seres humanos, sino diablos moviendo un cuerpo formado con semen y sangre de la madre, o apañado de donde quiera de los espacios sublunares».
El fenómeno (dice) fue muy común en la antigüedad, aunque con la difusión del Evangelio las cosas han cambiado y casi no se da. En todo caso, al autor sólo le interesan los auténticos ‘cambiones’, los que de humano sólo tienen la piel.
¿Qué es, entonces, de los niños robados? Por lo visto, según se deduce de historias judías, hay un género de diablos, los Lilith o lamias, con instinto de crianza, que por ello acechan a los niños sin bautizar. ¿A qué efecto?
Y aquí viene lo estupendo, tal como lo cuenta otro dominico alemán, Juan Nider, en su libro El Hormiguero (h. 1435/37), puesto en boca de brujas:

«¿Que qué hacemos con los niños? Pues mire usted, señor padre inquisidor, les guardamos escondidos; y como no están bautizados, los cocemos un una caldera, hasta que desprendidos los huesos, la carne casi toda se vuelve sorbible y potable. De la parte más consistente fabricamos un ungüento adecuado a nuestros caprichos, artes y transmutaciones. Y de lo más delgado y líquido llenamos un frasco o una bota, que bebiendo de ello con unas pocas ceremonias los iniciados se vuelven maestros de nuestra secta.»  

Buen provecho, padre Nider. Y termino, pues va siendo hora. Grima da ver a aquellas universidades cargando con semejantes ‘paquetes’, en vez de aplicarse a la Ciencia. Ojalá las cosas hayan cambiado.
Y a todo esto, ¿en qué me toca pensar mañana? Ninfas acuáticas, Estatuas parlantes, Íncubos y súcubos… Las fantasías se traban como cerezas. Así es como nacieron las Mil y una noches.
__________________________

[1] H. Bächthold-Staubli / E. Hoffmann-Krayer, Handwörterbuch des deutschen Aberglaubens. De Gruyter, Berlin / New York, 2000, B. 9: 835-864; B. 10 (Register): 388.
[2] Malleus maleficarum (1487), p. 2, q. 2, cap. 8; ed. Francfort, 1588,  p. 471-473.
[3] Inocencio VIII, bula Summis desiderantes (1484).
[4] Biga disputationum Physicarum, quarum Prima de Infantibus Supposititiis, vulgo ‘Wechsel-Bälgen’, altera de Nymphis Germanis ‘Wasser-Nixen’. Incl. Facultatis Philosophiae Lipsiens. indultu publice habita a M. Joh. Valent. Merbitzio, Dresdensi. MDCLXXVIII. (Es reimpresión, «por escasear  ejemplares»).
[5] Una lista resumida de sus sus trabajos daría idea de su polifacetismo, pero no hace al caso. Baste recordar aquí su dedicación a la Germania de Tácito, tan tomada en serio por los humanistas alemanes para su ‘construcción nacional , y de la que Merbitz hizo una edición comentada.
[6] Este sistema de telefonía neumática llegué a conocerlo siendo escolar en un colegio de Bilbao, y funcionaba de maravilla. 
[7] De loquela imaginum: Disquisitio Academica... in celeberrima Lipsiensi Academia die XXI Jan. MDCCV... praeside M. Christiano Flemig, Gubena-Lusato, proponit respondens Conradus Petrus Meister, Weissensea-Thuringus, S.S. Theologiae Studens. Lipsiae, I. Titii. Algunos repertorios atribuyen la disertación a Christian Flemig que, como se ve, no hizo más que presidir el acto.
[8] La Ciudad de Dios, l. 15, c. 23.
[9] Disquisitionum Magicarum, l. 2, q. 27, sec. 11.

Acreditación de figura: Der Wechselbalg, por M. Steinmetz (detalle).


8 comentarios:

  1. Hummmmm! ¿Revezos, Maestro? Les llamaremos así , a partir de ya.

    He disfrutado mucho con Merbitz y su estatua parlante, y , ya sabe, como no podría ser menos, viniendo de mí, con el aliento de la virtud.Aroma de canela,rosa, jazmín y mirra...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Doña Mara, si tanto le agrada, encarguemos una buena partida de estatuas aromáticas para el‘Jardín de Delicias’, con amplio surtido virtuoso: nardo, madreselva, azahar, pera …

      (Las apestosas las meteremos en una gruta de rocalla, bien a recaudo.)

      Eliminar
  2. El autómata en las facultades hoy son los sistemas de garantía de calidad, me parece. Se hablan y se contestan a sí mismos, con demandas y respuestas a través de unos tubos muy caros, en un dialecto propio, solipsista como un teólogo alemán pero infinitamente más hueco. La calidad formal es hoy un demoníaco revezo de la vieja calidad sustancial, don Beltran perdido y no hallado en la grande polvareda de Bolonia. (Creo que no comparto su valoración acerca de los temas de discusión en la universidad alemana del Barroco, jopé, qué nostalgia). En cuanto a las brujas, que sepa que toda madre lleva una dentro, solo que disimulamos a tope.
    Gracias por sacar ese reluciente revezo de su inagotable chistera léxica.
    Admirado Belosticalle, es usted mi Sherezade con bigotes favorito.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo de revezo lo he negociado más con el Corominas y el Casares, que con el DRAE.

      Si revezar (intr.) es ‘reemplazar, substituir a otro’ (Casares), y revezo es tanto la ‘acción de revezar’ como ‘la cosa que reveza’ (o sustituye), por ahí me defiendo. Buceando también –con los zapatos de plomo, como es debido– en el gran Corominas-Pascual, 5: 797-798.

      Díscola Elefanta, volveremos sobre la evaluación del Programa Universitario Barroco cuando hayamos tenido ocasión de conocer otras disputaciones de época.

      En lo del respondedor automático actual, estoy con usted.

      Eliminar
  3. Me gusta especialmente eso de que los revezos están “apañados de dondequiera de los espacios sublunares. Es curioso que, tras animarse a penetrar en lo sobrenatural, los doctos autores se muestran remilgados a la hora de aportar datos precisos. Por el mismo precio podrían haber improvisado una receta para el demiurgo de infantes: un poco de selenio por aquí, una pizca de antimonio por allá, y una sustancia que extraen los demonios del segundo cráter de la luna, según se mira a la izquierda. Esto contribuiría a dar color, e incluso apariencia científica, a su investigación. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Navarth, no se hace usted idea, mientras preparaba esta entrada, lo que me he acordado de su bendita serie sobre chorlitos germánicos del Völkitsch.
      Desde luego, los míos no estaban tan pirados; pero algo abonaron el terreno, ¿no le parece?.

      Eliminar