martes, 31 de enero de 2012

El Charlatán



Hay un libro en la Biblia por el que siento especial debilidad. No será el mejor, y tampoco su lectura levanta el ánimo. Desconcertante, irritante por sus inconsecuencias, cuesta leerlo de corrido, aunque es breve. Pero siempre vuelvo a él. Y cuando más me gusta, me doy cuenta de que es porque me lo estoy tomando en clave de humor. Como lo que no es. O lo que dicen que no es.
Es evidente que hablo de Cohelet, el Eclesiastés.
Este librito figura entre los ‘sapienciales’ o filosóficos del Testamento Viejo.  Yo diría (si no es mucha irreverencia) que ese etiqueta de ‘sapiencial’ no es como para abrir el apetito. La ‘sabiduría’ bíblica es una filosofía poco comprometida con la lógica, el método, o simplemente con el orden. Si Filosofía es ante todo rigor, o como dijo el otro, un «discurso del método», entonces un libro bíblico tan sapiencial como los Proverbios es –como cualquier refranero– una cita con el psiquiatra. Y mira que me chiflan los refranes; pero como lo que son, no la quintaesencia del pensamiento.
Cohelet es otra cosa. Su apariencia es la de un manualito filosófico, de filosofía vital. ¿Un soliloquio? Podría ser, pero en voz alta, porque –el nombre lo dice– se pronuncia ante un cahal, un sínodo o asamblea. El sabio Salomón, nada menos, presenta su case history, como muestra y como prueba de que es inútil brujulear en metafísicas, para buscarle un sentido especial a la existencia humana. Lo que pomposamente se dice, ‘el destino del hombre’. Gran empeño. Pero a poco que arañas –sobre todo, si arañas poco– te suena a monserga y filosofía barata.
Claro que, viniendo de Salomón, tampoco cabe esperar finuras. Su colección de Proverbios, antes citada, es bastante pedestre. ¿Y su ejecutoria como sabio? Aquel juicio ‘salomónico’ de rajar a un bebé es decepcionante. Señor juez, las mujeres –las madres incluso– pueden ser algo cortitas, pero no hasta ese extremo. Bueno, tampoco el Salomón refranero, o aquí el pensador, se hace grandes ilusiones con las féminas. Que, por otra parte, le traían loco, pero en la cama. Sus ‘tetonas’, es como las llama (luego lo vemos).

¿Dónde y cuándo apareció Cohelet?
El libro es tan ‘salomónico’ como aquellas cuatro columnas helicoidales que Constantino trajo de no se sabe dónde, para adornar el presbiterio de San Pedro del Vaticano. En la Edad Media se dijo que procedían del Templo de Salomón. Rodeadas de misterio, en el nuevo San Pedro no hubo más remedido que imitarlas, lo que hizo Bernini en su colosal  baldaquín en bronce, sobre el altar del Papa.
Excluida toda relación con Salomón, este es uno de los libros más modernos de la Biblia hebrea. Su postura es opuesta a todo entusiasmo religioso o nacionalista judío, y por la ideología y lenguaje no puede ser muy anterior al siglo II [1].
Cohelet repudia el particularismo judío exaltado en movimientos de autocomplacencia o de esperanza mesiánica; lo que finalmente será el judaísmo farisaico y rabínico. En ningún momento se enfrenta a la religión oficial, pero deja bien clara su convicción de que la sociedad real en que vive no tiene nada que ver con la ‘restauración’ autista en la línea de Esdras o de los Macabeos: legalismo, ritualismo, racismo.

Libro sagrado
La verdad es que, con este libro,  la Iglesia cristiana, como antes la Sinagoga judía, tuvo dolores de cabeza para tomarlo como ‘palabra de Dios’. Porque, en efecto, varios de sus capítulos lo mismo podría haberlos escrito un descreído o un cínico [2].
Baruc Spinoza fue buen lector del Eclesiastés, pensamiento muy conforme con su panteísmo: aquello suyo de «Dios, o bien la Naturaleza» (Deus, sive Natura). Al Dios de Cohelet no se le conoce como ser, sino como obrar, y su obra eterna y cíclica es ese ser vivo natural, el Mundo.
El Elohim de Cohelet se parece demasiado a una tríada femenina de lo más pagana: Fortuna/Necesidad/Némesis. Estos eran los verdaderos nombres divinos en la época helenística tardía, cuando se compone esta obra, en una sociedad corta de valores, sin orden ni concierto.
Un punto álgido es, por ejemplo, la condición animal del hombre (3: 18-22; cfr. 6:12, 7:14, 9:3):

«Hombre y bestia, allá se andan. Uno y otra respiran igual, y como muere el hombre muere la bestia. Su destino es el mismo: del polvo salen, al polvo vuelven.
¿Quién sabe de cierto que el espíritu de los humanos sube a lo alto, y el de los brutos baja a tierra? Nada mejor cabe al hombre que disfrutar en lo que hace. Es toda su paga.»

Lo que está diciendo Cohelet es que la dicha o la desgracia en la vida no tienen nada que ver con la conducta moral. En este punto la llamada Providencia («la mano de Dios») no trata a nuestra especie de forma distinta a las demás, sujetas al encuentro fortuito y ley del más fuerte, del más astuto o del más afortunado.
Contra la gente como Cohelet tronó otro predicador bíblico, el misterioso Malaquías, último  de los profetas (3: 14):

«Y aun decís, ‘¿Qué hemos dicho o hecho contra Ti?’ Habéis dicho: ‘Servir a Dios es inútil. ¿Qué se saca con cumplir sus mandamientos, o si no, arrepentirse?»

Pero esto no es nada. Todo un libro entero se escribió para refutar a Cohelet, sin nombrarle, aunque muy elocuentemente titulando Sabiduría de Salomón, haciendo de este rey un verdadero sabio, en los antípodas del despreciable charlatán.
Sin embargo, los judíos no recibieron a este Salomón piadoso en su Biblia, y sí en cambio al «impío necrófilo», que es como llama el de la Sabiduría a su rival. ¿Cómo así?
Por lo visto, el panfleto de escándalo cayó en manos de algún judío ortodoxo, y en vez de refutarlo con otro escrito, como suele hacerse, él fue más original: lo arregló sin misericordia, hasta volverlo como un calcetín. Lo copió entero, y de trecho en trecho, cuando algo le parecía mucha barbaridad, metía un correctivo a modo de antídoto. Acabada su chapuza, el buen hombre la remata estampando un Epílogo de su cosecha, donde incluso se permite recomendar las obras completas de Cohelet –es decir, de Salomón–, una vez que le ha hecho decir unas cosas y sus contrarias. Como explicaron algunos rabinos: «‘Vanidad de vanidades’, sí, pero ‘bajo el sol’. Del Sol para arriba, las cosas son muy diferentes.»
La teoría de los dos autores es ingeniosa: Cohelet el escéptico, y el Dr. Pío sobre la marcha enmendándole la plana. Pío es la traducción más que aproximada del hebreo hasid, individuo de la secta de los hasideos o ‘piadosos’, los precursores de los fariseos.
Es como si el Santo Oficio, en vez de meter el Cándido de Voltaire en los libros prohibidos, lo hubiese canonizado e indulgenciado interpolando sentencias del abate Bergier:

Cándido (espantado, desconcertado, perdido): «–Si este es el mejor de los mundos posibles, ¿cómo son los otros?»
Bergier: «–¿Qué nos importa que exista Dios, si nosotros no le importamos a Él? ¿De qué sirve un Dios que no cuide de todas sus criaturas?»

Así visto el libro, habría que imprimirlo en consecuencia, como en los diálogos y comedias, señalando quién dice cada cosa. Tal como está en las biblias –incluso en una tan cuidada tipográficamente como es la ‘Biblia de Jerusalén’– es muy difícil aclararse. Más difícil todavía, teniendo en cuenta que los traductores en general siempre han procurado armonizar las discordancias y limar asperezas.


Propuestas de lectura
El gran respeto que inspiraba la Biblia no permitió hasta el siglo XVII a los estudiosos atreverse a criticarla. El primer investigador sistemático en este sentido fue Richard Simón (1638-1712) sacerdote católico que vio, de entrada, que el Génesis comienza contando dos historias del Creación diferentes e incompatibles [3]
Respecto al Eclesiastés, su incoherencia es palmaria.  ¿Estaremos ante un libro descabalado? Jirones tal vez de un rollo mal recosido o de un códice con las hojas trastrocadas. Pero los ensayos de montaje no lo arreglan todo. ¿Y si un texto molesto ha sido manipulado, interpolado? Es lo que aquí parece.
Uno de los primeros que pensó en varias manos fue Juan Enrique van der Palm, en una tesina juvenil defendida tal día como hoy, 31 de enero, a las 10 de la mañana  (Leiden, 1784) [4]. Partiendo de la incoherencia notoria e invencible –hubo autores que incluso lo achacaron a la idiosincrasia hebrea, incapaz de pensamiento analítico–, pensó como otros, que el texto estaba trastrocado, pero sobre todo se atrevió a proponer algo nuevo. Aquí habla más de una boca.
Algunos intérpretes habían buscado otra solución más simple. No es un discurso, sino varios. Cohelet es el presidente del Cahal de sabios de distintas tendencias o escuelas, que hablan por turno –un poco como Job y sus amigos en el libro de Job–, abriendo aquél la discusión y cerrándola con este broche de oro: «Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser persona cabal». Un final así lo absuelve todo.
O bien, en versión más económica, los hablantes se reducen a dos: un tálib o estudioso que va largando sus dudas, y un maestro que se las quita sin más.
En fin, podría tratarse de un soliloquio. El pensador recurre al dialogismo retórico, planteándose propuestas alternativas, que el mismo rechaza, más que refuta.
En todo caso, tratándose de Biblia, los intérpretes han procurado quitar la mala impresión de pesimismo y fatalismo que rezuma este libro por la mitad de sus versículos. Algunos lo han tomado tan a pechos, que creen ver una demostración de la inmortalidad del alma y la vida futura, por reducción al absurdo. Asombroso. 

El ‘Auto del Charlatán’
De todas formas, sin poner en duda una teoría que convence, creo que la alternativa del autor único se puede mantener en parte. Eso sí, a condición de entenderle como un dialéctico humorista que nos embroma poniendo en solfa las disputas teologales.
Mi Cohelet o Predicador podría titularse también Auto del Charlatán. No es un texto para leído, sino para representado por un juglar que se presenta en plaza disfrazado de Sabio Salomón. Un Salomón de feria. Para más efecto, y como quien da una pista, mi ‘Charlatán’ probablemente luce también algún atributo de loco o de payaso. Porque una vez formado el corro de oyentes, en vez de contarles un cuento o recitarles un poema, les va a entretener con una lección de filosofía, sin dejar títere con cabeza.
Mezclando prosa y verso, palabras y música, gravedad y gestualidad, mi Charlatán pantomimo va a ser a la vez el Sabio y el Gracioso, el malo y el bueno, el filósofo y el devoto, o a ratos el tartufo.
Pero como buen juglar, no dejará que el argumento se le vaya de las manos. A intervalos, cuando la broma va demasiado lejos, una morcilla ortodoxa restaura el orden. Claro que el efecto cómico se acentúa, por contraste, pero ni el rabino de paso ni el alguacil ni el chivato tendrán por dónde atrapar al atrevido. Que, por si acaso, al final lo dejará todo en regla, con un toque sensato:

«Basta de palique. He dicho. Tú teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser persona cabal. Y en cuanto a las obras, Dios lo juzgará todo, también lo escondido, sea bueno, sea malo.»

Como debe ser. Los charlatanes y cómicos de antes siempre terminaban con una moraleja conservadora. Había que seguir actuando.

Un hombre feliz
En el capítulo 2 el supuesto Salomón habla de su desengaño con lo placeres. Y para convencernos, nada mejor que enumerarlos todos. Nadie gastó tanto como él en darse buena vida. Y por lo visto, el colmo de los colmos fue procurarse…, procurarse… ¿qué cosa?
La ‘Biblia de Jerusalén’, siguiendo aquí a la Vulgata latina y al griego de los LXX, más que el hebreo, traduce (2: 8-9):

 «Me procuré cantores y cantoras, toda clase de lujos   humanos, coperos y reposteros

Las palabras traducidas en negrita son en hebreo una misma, femenina, en singular y en plural: shiddah ve-shiddoth. Un término que sólo aparece aquí, y en toda la Biblia no se repite (lo que se llama técnicamente un hápax). Así el rabino provenzal David Kimhi (m. 1235), por paralelismo con los ‘cantores y cantoras’, conjeturó ‘sinfonía y más sinfonía’. El griego alejandrino había puesto ‘escanciador y escanciadores’, que la Vulgata latina convirtió en un juego completísimo de aparador: ‘copas y botellas’. Para otros, aquel placer sumo fue la variedad de ‘baños’ (o el baño con sus secciones habituales:  tepidario, caldario, frigidario…). Jacques Gousset (1702) tradujo «los placeres devastadores», pensando tal vez en las enfermedades venéreas de su tiempo.
Para mí, el que acierta es el gran erudito  Juan Cocceius (1603-1669): shiddah viene de shod, que en Isaías y en Job significa ‘ubre’ o ‘teta’.
La palabra pervive en el árabe sitt, ‘dama, señora’. Todo lo cortés y pulida que se quiera, con el debido respeto, etimológicamente es lo mismo que en latín, mammosa: ‘la de (hermosas) tetas’; o sea, la ‘tetuda’.
No perdamos el contexto: Salomón está hablando de su ensayo con los placeres. Y aunque insista en que fue sólo por probar, y no por vicio, nos explica al detalle qué entendía él por vivir «a cuerpo de rey»: palacios, jardines, una alhambra con su generalife y todo, esclavos y criadas, buena mesa y mejor bodega…; y el no va más, «las delicias de los hombres»…
       ¿A alguien se le ocurre que podía olvidarse de su harén? El polígamo empedernido, que tras la hija del Faraón coleccionó hasta 700 esposas y 300 concubinas; el enamorador de la Reina de Saba, a la que «no negó nada de cuanto ella le pidió, hasta dejarla sin respiración y hacerla exclamar, ‘¡olé tus mujeres!’»   (1 Reyes, 10), ¿iba a salirnos ahora con que el clímax de su goce lo tuvo… oyendo músicas? ¿O peor aún, viendo el garbo de sus maîtres escanciando  las bebidas? Seamos serios, como nos invita el gran Coccejus.
____________________________________________
[1] Se ha pensado en la ciudad egipcia de Alejandría, hacia el 205 a. de C. La pista no es segura. De pronto el autor comenta: «¡Ay del país que tiene por rey a un crío!». Tomándolo como alusión política, se puede pensar en Tolomeo V Epífanes, que efectivamente reinó siendo un niño juguete de sus tutores.

[2] Se ha visto influencia estoica, aunque también epicúrea. Extraño epicureísmo, en verdad, el de uno que dice: «Mejor ir de funeral que de banquete; porque aquello a todos toca». Lógico: no perdiendo funerales haces más probable que tengas gente en el tuyo.

[3] Histoire critique du Vieux Testament, Paris, 1678; 2ª ed., Rotterdam, 1685. 

[4] Ecclesiastes philologice et critice illustratus, Leiden, 1784. 



9 comentarios:

  1. Pues me lo he leído de cabo a rabo,
    Y sólo me queda decirle un ¡Bravo!

    Seguiremos en él profundizando
    Mientras tanto reciba un fuerte abrazo.

    FugiSaludos en verso rimados.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta su juglar polifacético.

    De su tálib, que va largando dudas, ¿Proviene el talibán actual? Porque este último, parece no tener ninguna...

    Un beso.

    ResponderEliminar
  3. Es la misma palabra, aunque en el original árabe, tâlibân no es el plural, sino el dual ('dos estudiantes'); ver Taliban: Etimology.

    Con que, querida Mara, ya ve si han cambiado los talibán de ahora. La raíz significa ‘buscar, preguntar, inquirir”; pero también ‘pedir, reclamar’, y en suma, «llevar el agua a su molino».

    ¿Verdad que la idea del juglar no es mala? En buenas manos daría juego. Alguien conocedor del mundo escénico me dirá seguramente que ya está trabajada, no lo dudo.
    En YouTube no en visto nada que valga la pena, salvo esta parodia del pesimista Schopenhauer, que a mí me hace gracia, a ver qué le parece.

    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me ha encantado,D.Belo.
      Soy una apasionada del teatro, y me encantaría ver a SU juglar, con SU finísimo humor,representado...

      Un besazo

      Eliminar
  4. Don Fugitivo, no me ha quedado claro qué es lo que se ha leído entero, si el Eclesiastés o mi entrada.
    Si es esto último, aparte de tener mérito tiene su miga. Porque como ha podido ver, los relojes están algo desajustados, y su comentario es anterior a la publicación.
    Misterios de Google insondables.

    Gracias, con un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. El "¡Bravo!" era por su entrada;
    El "seguiremos profundizando", por el Eclesiastés.
    En cuanto a las horas fugitivas, el culpable no es Google, sino Blogger.

    FugisaludoS

    ResponderEliminar
  6. Querido Belosticalle: A mí también me ha gustado la imagen del filósofo saltimbanqui, y la paradoja genial de llamar charlatán al aforista de la comedida densidad, la polifonía de ambigüedades y el agridulce descreimiento, con su maestría al resolver en humor una sentenciosidad imposible por contradictoria. El humor no parece compatible con el rigor del método (¿tiene Descartes verdadera gracia?), y aunque no sea sapiencia de la que tiramos para construir puentes, ayuda un montón a cruzarlos. Siento que mi nulo conocimiento de la Biblia me haga una lectora tan logse, pero estas entradas me están volviendo Bibliáfila. Suya rendida admiradora, bajo el sol.

    ResponderEliminar
  7. La lectura de la Biblia ha sido constante en mi juventud. He disfrutado muchísimo leyendo su entrada. Gracias.

    ResponderEliminar
  8. Como de costumbre, es un verdadero placer leerlo. Muchas gracias. “Behold, all is vanity and a striving after wind”. No sabía que era del Eclesiastés . La frase es impactante, y recuerda un poco a esa, algo mas moderna, que augura que todo desaparecerá “como lágrimas en la lluvia”.

    p.d. «¡Ay del país que tiene por rey a un crío!». Tal vez, en realidad,el Eclesiastés sea un libro profético, y aluda a la España de Zapatero.

    ResponderEliminar