lunes, 23 de mayo de 2011

22-M


      
       Cuando Ibarretxe se vio desalojar de Ajuria Enea echó muy en falta los votos de Batasuna ilegalizada. Con los 100.000 anulados, el caudillo Juan José habría seguido impertérrito su Plan a la conquista de la Tierra Prometida. En el mismo sentido, es ejemplar el altruismo con que el nacionalismo democrático ha denunciado siempre la Ley de Partidos. Esa ley inicua y antidemocrática, que hasta ayer ha dejado sin voz a cierta ‘sensibilidad’ política de nuestro pueblo.
       Hoy, gracias al Tribunal Constitucional, vemos cuán justa era la queja, y el ‘déficit democrático’ bastante mayor que lo estimado. Porque 300.000 votos es mucha sensibilidad. Salir ahora siendo la segunda fuerza política vasca una opción recién excluida por el Tribunal Supremo, eso es algo más que sensibilidad, es cosa de teratología.
       No resulta difícil encontrarle al fenómeno explicaciones convencionales. Sin duda, la campaña electoral por cuenta ajena que ellos han sabido provocar y gestionar les ha supuesto un plus de éxito. Pero eso no quita la cuestión de fondo: el maese Pedro que ha montado el retablo tiene público, mucho público.
       ¿Es Bildu una marioneta de ETA/Batasuna? “Ahora lo veremos”, es otra reflexión que se oye, suscitada por el fallo del TC: Dicho a modo de consolación, la verdad, es triste consuelo. Aun suponiendo que, en efecto, resulte que los de Bildu son gente ‘legal’ (coloquialmente hablando), abstemios de toda violencia y demócratas ejemplares ‘de toda la vida’, una pregunta seguirá en el aire: “Y sus votantes, ¿cómo lo sabían?”. Eso, ¿cómo hasta 300.000 personas han podido estar tan seguras y convencidas de lo que en rigor es una incógnita?
       Porque mucha de esta gente, votantes suyos –y así lo manifiestan en infinidad de comentarios– está convencida de que son los de siempre, la misma izquierda radical, el mismo brazo político de ETA. Como para disipar cualquier duda, los mismos rostros sin máscara estuvieron a la presentación de Bildu, le han seguido en su campaña, y ahora salen en público a celebrar la victoria. Pero ETA por ahora sólo ha declarado una tregua discrecional. Compromisos, ninguno.  ¿Cómo hay 300.000 que han puesto la mano en el fuego por una esfinge?    

       Uno de los primeros comentarios leídos sobre la victoria de Bildu incluía esta advertencia: “Los que les llaman ‘etarras’ tendrán que moderar su lenguaje, o les lloverán querellas”. Es muy posible; otra cosa será que prosperen. No deberían. Si llamar al Rey de España “jefe de torturadores” no es que salga gratis al lenguaraz, es que hasta puede reportarle 23.000 euros libres de impuestos, no se ve razón alguna para que la simple omisión de un prefijo ‘ex’ en la etiqueta sea justiciable.
       Pues bien, sin llamar a los bildurris eso que al parecer no les gusta, cada cual es libre de sospechar que toda esta operación Sortu/Bildu es fruto de acuerdos y compromisos del Gobierno de Zapatero, en un intento de resolver a su manera el problema vasco.
       De ser así, eso sí que ha de verse más pronto que tarde. Lo del compromiso, digo. Porque la dichosa solución, siempre compleja, puede volverse endemoniadamente difícil tras el resultado global de estas elecciones. Queda por ver hasta qué punto lo atado y bien atado de ZP sea aceptable y aceptado por quien le suceda en Moncloa.

       Socialistas de Euskadi
       ¿Y el lendacari? Patxi López ha hablado de “interpretar bien el mensaje” de los vascos en las urnas. La expresión suena; es un latiguillo bastante oído en descalabros electorales. Sólo nos falta esta vez el buen intérprete (mejor si es adivino)  con la interpretación certera.
       Mientras llega el Tiresias, me quedo con la mía. Mucha gente ha hecho de tripas corazón, y hasta de corazón tripas, contenta sólo de ver roto el ensalmo nacionalista y su monopolio patrimonial de esta país.
       Tal vez López no era su ídolo, el santo de su devoción. Sin ser Patxi nuestro héroe, a la verdad, se esperaba en él algo más de autoestima. Pero desde que él mismo ofrecía su cargo en aras de la paz, ese sí que fue mensaje nítido y transparente. Además de una sinsorgada, fue como confesar que el gobierno es para él camisa de once varas, y que no está a la altura de las expectativas que generó aceptando el apoyo del PP para su investidura y como socio preferente.
       Mejor haberse dejado de bailar el agua al nacionalismo identitario. Si desde el principio veía que su aventura era irrepetible, al menos haberla aprovechado para dejar huella de su paso. ¿Está a tiempo, o ni siquiera ganas, nada de nada?

       Nacionalistas PNV
       Y para el Partido Nacionalista, ¿qué tal es el resultado? Otra incógnita. El presidente del PNV, Urkullu, para proclamar la renovada victoria de su partido en las urnas ha sacado una voz lúgubre. ¿Por qué? Cierto que han sufrido mengua de votos, pero no sería para tanto.
       ¿Con que no? Una cosa es contar con un rival teórico que, sin hacerte demasiada sombra, te pueda echar una mano puntual en un aprieto; otra muy distinta convivir con una masa competidora que se parece demasiado a la mitad de ti mismo.
       Aquí debe entrar el problema de la doble alma que aqueja al partido y lo parte en dos, cuando el común de los organismos se arregla mejor con un alma sola. Según esa teoría, el alma soberanista del partido se verá desbordada en la puja con los radicales, con peligro real de escisión y fagocitosis, como ha sucedido con el avatar Eusko Alkartasuna. Si, como bien dijo Arzalluz, EA era como “la silla en el pasillo”, un estorbo, más estorbará un sillón ocupando media sala.

       Euskadi invertebrada
       ¿Con que dos almas? Realidad o mito, hay quien hasta presume de ello en el partido. Sin embargo, no es privativo del PNV, sino cosa del carácter nacional. Porque la Comunidad Autónoma Vasca no se compone de tres provincias, Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. Más bien se descompone en ellas.
       Si un día se proclama la independencia de Euskadi, lo más probable es que se concrete como estado cantonal de los tres Territorios Históricos (cuatro si se adhiere Navarra). Sin embargo, aun así nos parece a muchos inviable, dada la idiosincrasia autista de autrigones, caristios, várdulos y vascones. Unidos ahora de forma artificial como ‘pueblo vasco’, frente al enemigo común (España/Madrid), no sería extraño que vizcaínos y alaveses se pongan hasta las narices de los guipuzes y sus cosas, o que los babazorros quieran ir a su aire. Territaifas Históricos, es lo que somos, qué le vamos a hacer.
       Tanto es así, que no es improbable una eventual paradoja: que el nacionalismo vasco se diluya en su propia mismidad. Hoy por hoy es difícil que las pulsiones no nacionalistas cuajen en movimiento político capaz de contrapesar el aberchalismo imbuido en la educación familiar y escolar; en parte por complejo igualmente inducido, por razón de apellidos o por lo que sea. ¿Qué ocurrirá cuando la monserga nacionalista aburra? Porque aburrirá; porque de verdad es aburrida, además de vacua y cara.
       Eso sin contar con la cuestión de la capitalidad de estas ínsulas, no negociable para los blefuscuanos auténticos frente a los liliputienses, ni para cualquier cabeza capaz de soportar una chapela.
       He dicho.

                                                                                (Dedicado a Gulliver)


martes, 17 de mayo de 2011

Cien años de paro (1)


       Un folleto y un vizconde

       Allá por el año de 1913, recién nombrado Jefe del Gobierno Eduardo Dato, iba el hombre rellenando con nombres propios su organigrama. Unas casillas le salían fáciles, otras más difíciles, y alguna se le atravesó. Como la alcaldía de Madrid.
       Una tarde soleadita de octubre estaba don Eduardo sentado en un banco del Paseo del Prado con su amigo el político malagueño Francisco Bergamín, y entre otras cosas le contó su problema:
       ―A ver tú, Paco, ¿a quién pongo aquí de alcalde?
       ―Ponle a eza.
       ―¡Anda!, pues tienes razón. Eza, ya está. ¿Cómo es que no se me había ocurrido?
Así Eza, el 2 de noviembre, era alcalde de Madrid. Efímero, como casi todos entonces; y en su caso más, porque el año siguiente dimitía

       [No sería el último caso de nombramiento por equívoco. Sesenta años después, el estrafalario Julio Rodríguez Martínez fue ministro de Educación y Ciencia (9 jun. 1973 a 3 ene 1974) por confusión con otro, aunque no se sabe cierto con quién; probablemente, con su tocayo el bioquímico Julio Rodríguez Villanueva.]

       Volviendo al banco del Prado, ‘eza’, la propuesta de Bergamín (esto lo han adivinado), era ‘esa’, una señora despampanante que pasaba por allí, imponiendo a los dos caballeros un breve silencio admirativo, roto por la ironía ceceante del malagueño. Y Eza, con mayúscula, era el noble de ese título, el Vizconde de Eza.
       Por lo demás, la anécdota puede ser tan auténtica o tan apócrifa como la otra, sin ningún inconveniente.
       ¿A qué viene este preámbulo?
       Estos días he tenido ocasión de revolver rincones de la biblioteca –harto descuidada, con esto de San Internet (cuya solemnidad hemos celebrado hoy precisamente) –y hete que en las guardas de un libro aparece encartado un folleto viejo de un siglo, pero con título de rigurosa actualidad: ‘El problema del paro forzoso’. Bueno, lo de ‘forzoso’ suena anticuado. ‘Paro’ a secas, es lo mismo. En fin, que me ha picado la curiosidad y he leído la “conferencia dada el día 11 de marzo de 1910 en la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia por el Excmo. Sr. VIZCONDE DE EZA”.
       Editaba el folleto la Asociación Internacional para la Protección Legal de los Trabajadores (Sección Española), con algunas informaciones sobre esta Sección constituida en 1907 y actividades suyas. Por ejemplo, presidía la Junta Directiva Eduardo Dato, y en el Consejo Directivo leo entre los nombres que me suenan Gumersindo de Azcárate, Adolfo Buylla, José Canalejas, Miguel Figueras, Gabriel Maura Gamazo, Pedro Sangro y Ros de Olano, Juan Vázquez de Mella… El órgano de la Sección se titulaba España Social, dirigido por el famoso y malogrado políglota Julián Juderías, que entonces preparaba un título en verdad legendario: La Leyenda Negra (1914, 1917). ¿Verdad que nos suena la expresión? Pues es de Juderías.
       Otro del Consejo era obviamente el Vizconde de Eza. Pero mientras todo el mundo en el folleto tiene nombre y apellido (o apellidos), sólo el Vizconde se emboza en su título nobiliario.
       A mí, como biólogo, lo de ‘Vizconde de Eza’ me sonaba solamente como nombre de un buque oceanográfico muy apetecible, puesto a flote el año 2000. Pido por ende disculpas a sus simpáticas Excelencias y Grandes de España Don Felipe Froilán y Dª Victoria Federica –ambos de Todos los Santos –de Marichalar y de Borbón, por mi incultura genealógica que no me ha dejado reconocer de inmediato en el Vizconde a su bisabuelo paterno, don Luis de Marichalar y Monreal (Madrid, 1873-1945).
       Eza era, como el Tomás Moro de Erasmo, un “hombre de todas horas”. O como él mismo se autodefine en el exordio de su intervención, un móvil perpetuo en toda suerte de empresas, con entrega sincera, aunque inevitablemente superficial en algunas.
       Porque esa es la impresión que se saca de la charla –mejor que conferencia– de don Luis, reflejo de lecturas amplias y sin duda bien asimiladas: Bourguin, Varlez, Booth, Keeble, Lazard, Lavergne y Henry, Beveridge, Les Cases… Los intelectuales hispanos de entonces no solían ser investigadores, pero tampoco estaban desinformados.
       Por lo que el propio autor confiesa (“obediencia debida” dice, nada menos, en el exordio; pág. 5), se ve que Dato tenía un problema con la conferencia programada que se echaba encima sin orador, y como en un ensayo o anticipo de la anécdota del Prado se dijo: “Eza, es mi hombre”.

        Más incógnitas que ecuaciones
       Tras la captatio benevolentiae en la línea retórica de antaño (“¿qué voy a decir que vosotros no sepáis?”), el orador esboza el

“contraste que a menudo se nos presenta (no hace muchos días le hemos presenciado en Madrid mismo a través de las calles) entre la vida, la animación y el bullicio de las grandes poblaciones, y esos obreros que nos salen al encuentro pidiéndonos limosna; y lo que es peor, de otros que no la piden, porque su dignidad no se lo permite, y sin embargo llevan días y meses sin encontrar ocupación…”

       El paro es hoy en día una institución. Entonces era sólo un problema, que aquí se parcheaba con

“sumas anualmente concedidas por el Estado, las Provincias y los Municipios a un verdadero reparto de limosnas…, esas obras públicas, todos esos jornales, todos esos paliativos, remedios de momento a los cuales se acude para evitar una cuestión de orden público”.

       “Y ya que hay un problema, ¿cuál es su extensión?, ¿cuál su intensidad?” El conferenciante se alegra de que nadie le haga esa pregunta temible,

“porque en España, por casualidad [sic, en cursiva], carecemos de los datos precisos…, no hay datos, ni cifras, ni estadísticas…: no sabemos más que el dato de Madrid [¿?] y de algunas que otras capitales de provincia, muy pocas, en que periódica, constante y fatalmente, en algunas épocas del año –que coinciden con las del invierno–, hay obreros… entre los cuales se reparten, pocas o muchas, unas cuantas papeletas de trabajo para obras municipales”.

       España era entonces un país rural, con una estructura agraria estancada, irreformable. La gran masa de los labradores autónomos luchaba por la subsistencia. Todos ellos conocían el paro estacional. En el mejor de los casos, funcionaba el sistema medieval mutualista de las cofradías religiosas, montepíos y arcas de misericordia, o sus derivados laicos. Y en cuanto a otra gente del campo, buena parte de los ‘ocupados fijos’ en España, como también en otras naciones de Europa, podrían incluirse en el gremio de ‘los Santos Inocentes’ (a lo Delibes): siervos ucrónicos de señores anacrónicos.
       Demasiado problema. Las derechas conservadora o liberal entendían, si acaso, del campo, donde cosechaban frutos y votos, quedando el obrerismo urbano para feudo de izquierdas embarulladas, hostiles entre sí, carne de utopía y demagogia.
       Un problema injertado aquí en otro problema, el de la incultura general. A él apuntaban libros como los que publicaba en Valencia Sempere; como uno que también tengo de John Chamberlain, El atraso de España (sin fecha, pero hacia 1909), “traducido del inglés” por Cazalla. Este era el seudónimo de Tomás Jiménez Valdivieso, que con esa mistificación de un supuesto autor británico se autorizaba y promovía ventas [1].
      
       Ociosidad, vagancia, discapacidad, huelga, cierre patronal, despido, paro estacional, paro técnico…; todo análisis debía partir de distinciones y definiciones exactas, hasta acotar el problema y abordar sus causas, antes de aventurar remedios. Pero una vez claros (más o menos) los conceptos, el paso siguiente, el diagnóstico, era del todo imposible por falta de datos estadísticos. Las únicas oficinas algo enteradas del quién es quién en el país eran... ¡las de Hacienda!
       En 1907 se había declarado una crisis pública muy grave, la llamada ‘de las subsistencias’. Pues bien, cuando el Gobierno se dignó abordarla “no se le ocurrió a nadie estudiar la cuestión en el Ministerio de Fomento ni en la Dirección de Agricultura…, no: se estudió en el de Hacienda.
       Hacienda –¡la de entonces, claro!– era también la única fuente de información para “conocer una vida económica, que suponemos existe en España, y acerca de la cual carecemos en absoluto del primero de los datos que nos es preciso para empezar a organizarla; a no ser –ironizaba don Luis – que sigamos yendo al Ministerio de Hacienda a preguntar cuál es la Industria…, en qué forma y medida la Industria se presenta en España”.

       “Esto nos retrata de cuerpo entero. ¿Hasta cuán seguiremos sin propósito de la enmienda? ¿Ni quién preconizará la creación de un órgano, llámese o no Dirección de Industria…?”

       Con toda esa carencia a cuestas, Eza nos va a sorprender con una estadística algo peculiar y más bien simplista, para un diagnóstico tan peliagudo, que al conferenciante ni le ha pasado por la cabeza. Pero como veo que se me apaga mi cabo de vela de hoy, quede el resto para mañana.
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[1] Cfr. Luis M. Lázaro Lorente, Las escuelas racionalistas en el País Valenciano. Valencia, 1992, pág. 17.

(Concluirá)

martes, 10 de mayo de 2011

Osama




El asesinato del terrorista flemático Osama Bin Laden en su domicilio familiar por intrusos militares norteamericanos ha sido la nueva de una muerte anunciada hace una década por el entonces presidente Bush: «Vivo, o muerto». Esta orden puso en marcha una máquina inexorable y bien engrasada, dirigida por la CIA.
Operaciones de este tipo han sido especialidad de Israel, normalmente expeditivas y discretas. La más sonada, el secuestro del verdugo nazi Eichmann en Argentina (1960) para juzgarle y ahorcarle en Tel Aviv (1962). Entonces fue lógica la captura en vivo. En esta versión americana, el «vivo, o muerto» se entendió fácilmente como «muerto, a ser posible». O sea, muerto.
Así como el caso Eichmann hubo que entenderlo en clave judía, el caso Bin Laden es genuino americano. Todo lo dicho en estos días sobre ilegalidad del asalto en sí y reparos morales a la ejecución inmediata del objetivo junto con varios acompañantes –en vez de llevarle vivo ante una corte de justicia– conforma ya todo un dosier de opinión todo lo interesante que se quiera, pero sin mucho sentido práctico.
Más que la ley del Viejo Oeste, a mi ver, los americanos han aplicado por su cuenta otro viejo concepto jurídico: crimen exceptum. El ‘crimen exceptuado’, como el nombre indica, era aquel ‘súper crimen’ que por su enormidad y peligrosidad absoluta quedaba fuera del procedimiento penal ordinario, especialmente en cuanto a su detección y probanzas. La declaración de crimen exceptum fue la base del, por así llamarlo, procedimiento propio de la Inquisición, donde bastaba la denuncia sin pruebas y la confesión bajo tortura para condenar incluso a muerte al hereje, apóstata, satanista o brujo.
Fuera de eso, el caso Osama plantea un mar de dudas que no es posible abordar sin antes recoger y digerir información. Porque a pesar del impacto que causó en el mundo aquel ataque recordado sobre todo por el derrumbe de las Torres Gemelas –con 3.000 víctimas mortales entre polvo y humo–, uno se ve juguete de apriorismos y pistas erráticas en cuanto a elementos de juicio fundamentales. Empezando por la implicación real de Bin Laden en los hechos de autos, y siguiendo por la personalidad del personaje. Es verdad que se le atribuye una autoacusación tardía, desmintiendo él mismo negativas suyas anteriores. Pero no menos verdad es que cuando Bush pronunció contra él el veredicto fatal no tenía ninguna prueba fehaciente.

Fanatismo religioso y mística mesiánica
La religión, la mística, tiene su lado bueno en la esfera individual o social, si alimenta tendencias positivas y constructivas. Por desgracia, el ser humano tiende a proyectar en sus creencias también sus impulsos negativos. Así las ‘Religiones del Libro’ –judaísmo, cristianismo, islam– ofrecen consuelo y esperanza al individuo atribulado, pero así mismo alimentan la sed de justicia, tal vez hasta convertirla en venganza religiosa. Lo que se dijo de la Biblia vale para el Corán:

                 Hic liber est in quo quaerit sua dogmata quisque,
                      Invenit et pariter dogmata quisque sua.

                 (En este libro sagrado
                 cada cual busca su idea
                 y encuentra la que desea.)

Si el mismo Dios de bondad es al mismo tiempo vengativo y cruel, la religión es a la vez pacífica y guerrera, depende del talante de la divinidad, es decir de sus fieles. No nos engañemos sobre el pacifismo cristiano: la historia muestra sin tapujos su puesta en práctica, pues para algo la reforma cristiana ha mantenido también el Viejo Testamento con su ley del talión y sus soflamas guerreras.
Gran místico fue san Bernardo de Claraval (1090-1153). Místico dulzón, y a la vez predicador de cruzadas contra infieles y herejes; autor de la Regla para la orden militar de los Templarios, con un panfleto donde les fanatizaba diciéndoles que, para el monje soldado, «si bien está morir en cama, más mérito tiene la muerte en combate».
Pero no es momento de divagar sobre méritos relativos de cada religión respecto a la violencia. Mi primera incógnita es ahora Osama. ¿Quién es el terrorista Bin Laden? Digo ‘quién es’, «vivo y (sobre todo) muerto».
Pues bien, en ello estoy, y sólo adelanto una primera aproximación. Bin Laden es un exponente típico de la religiosidad violenta, que en su caso ha optado por la vía del terrorismo, creando un brazo armado de base religiosa: Al-Qa‘idah, que significa eso precisamente, la Base, el Asiento de un Islam revitalizado.
Porque ese es otro carácter del mesías fundador: es un muhî-d-dîn, un ‘revitalizador’ de la religión islámica, atontada y amortiguada por la sumisión complaciente y corrupta de las autoridades islámicas civiles y religiosas frente a la agresión de los ‘politeístas’, el cristianismo occidental armado y encarnado en Estados Unidos [1]. Osama no viene repartiendo pan y bienestar a los creyentes. Su misión es devolver al Islam la dignidad y la primacía que le corresponde entre las religiones del mundo y frente a la impiedad de Occidente.
Aunque, paradójicamente, algunos ‘osamólogos’ hablan de un tipo engreído y vanidoso, el Bin Laden real ha sido más bien esquivo y discreto. El que cuidara mucho sus intervenciones audiovisuales –por lo demás, raras–, así como sus textos y discursos, muestra un perfil reflexivo y calculador, no una cabeza infatuada.
Tampoco ha sido (por referirnos a su pretérito vital) un exaltado verbal ni gestual, su violencia ha sido fría. Tan contenido y dueño de sí, que la contra propaganda occidental ha tenido que retocar su imagen, a menudo demasiado digna y serena, recargando los estigmas de un hombre envejecido prematuramente, o caricaturizándole de forma burda.
Su andamiaje espiritual aparece revestido de otras dotes difíciles de captar y entender para mentes occidentales, pero diáfanas para cualquier musulmán; y no sólo sus incondicionales fanáticos, también sus críticos, contrarios al terrorismo por motivos religiosos. Bin Laden, al margen de sus maquinaciones como hombre de acción política y violenta, ha ejercido un magisterio ‘profético’, en la línea de otras figuras del Islam que hoy son iconos.
Sin ser pensador original, Bin Laden ha dejado una herencia escrita en que hace gala de ’adab, una formación cultural sólida en los géneros tradicionales islámicos. Géneros literarios usados por él con soltura y, eso sí, siempre a su intento. Hay quienes le consideran poco menos que un clásico.
Una colección de intervenciones de Bin Laden desde 1994 en traducción inglesa, bien anotada y con estudio introductorio se recoge en el libro titulado Messages to the World: The statements of Osama bin Laden, de Bruce Lawrence (ed.), Verso, 2005, 292 páginas.

El Enemigo Público Nº 1 de Occidente

Contra lo que muchos imaginan, Osama debutó en 1994 como disidente en una cuestión islámica más bien interna y con base y argumentación islámica. Fue, por así decirlo, un ‘protestante’ musulmán. En diciembre de aquel año lanza su primera proclama de largo alcance, en forma de carta abierta al Gran Muftí de Arabia Saudita jeque Abdul Aziz Bin Baz, recriminándole por cosas algo atrasadas en verdad, aunque de oportuna recordación.
Fue cuando la anexión de Kuwait por Iraq (1990). Entonces Bin Laden, que con apoyo americano había luchado en Afganistán con voluntariado árabe contra la presencia soviética, se ofreció a su rey Fahd de Arabia para dirigir contra Saddam Hussein un cuerpo de veteranos curtidos junto a los talibán. La familia real saudita declinó la oferta, prefiriendo la americana ‘Tormenta del Desierto’. Al efecto, presionan al Gran Muftí, que emite dos fatwas (dictámenes): una en agosto 1990, autorizando el uso de territorio nacional como base de tropas americanas; una segunda en enero 1991, autorizando la intervención de tropas islámicas en la operación. Todo esto –cesión de suelo sagrado al infiel y colaboración con él frente a otro musulmán– levantó ampollas entre musulmanes puritanos, que culparon a la casa real corrupta de ceder a Occidente en el territorio propio de los Dos Santuarios del Islam, como estaba cediendo en la Palestina del Tercer Santuario (Al-Aqsa).
Siguió en julio 1992 un Memorándum de advertencia, firmado por más de un centenar de clérigos wahabitas, acusando al gobierno de Fahd de corrupción, violación de derechos humanos y cesión de suelo sagrado. La respuesta del régimen fue inmediata. Entre los detenidos figuró Bin Laden, aunque sólo en arresto domiciliario, dejándole pronto exilarse a Sudán (1991). Allí el régimen saudita trata de asesinarle y finalmente le quita la nacionalidad (1994).
La respuesta de Bin Laden fue la citada epístola del mismo año al Gran Muftí: una reprimenda ‘escolástica’ impecable, con base en ejemplos del hadith (tradición) y la historia del Islam. Le reprocha la cobardía de sus dictados, como también su bendición a los Acuerdos de Oslo (1993), que en opinión del islamismo radical dejaba a Palestina a merced de Israel.
En 1996 el apátrida Osama vuelve a Afganistán, al complejo refugio subterráneo en las montañas de Tora Bora. Sus relaciones con el régimen de los talibán son de respeto no siempre cordial. Su principal relación personal fue con el célebre mullah Omar.
En 1998 Bin Laden globaliza su plan de guerra santa, como ‘Frente Islámico Mundial’, junto con el líder religioso egipcio Al-Zawahiri y otros paquistaníes. La primera operación fue el bombardeo sangriento de las embajadas americanas en Kenia y Tanzania. El ataque masivo americano contra el supuesto refugio de Osama (agosto 1998) fracaso en el objetivo principal: localizar al terrorista.
Tres años después, activistas de Al-Qa‘ida secuestran cuatro aviones y causan 3.000 muertos en el derribo suicida del WTC, más un impacto serio contra el mismísimo Pentágono. Bin Laden estuvo negando repetidamente su implicación hasta 2004, en que públicamente se confesó implicado, aunque para entonces pocos dudaban de ello [2].
Bush, como Clinton, responde militarmente, con igual fracaso. Su operación ‘Enduring Freedom’ (‘Libertad esforzada’ o sufrida, no ‘Libertad duradera’) fue el mayor bombardeo aéreo desde la II Guerra Mundial, pero Osama y Omar se fugaron. Hasta la muy especial ‘Operación Gerónimo’, autorizada por el presidente Barak Obama.
Gerónimo / Bin Laden. El indio Gerónimo, el legendario jefe apache, prestando su nombre al infame Heróstrato de las Torres Gemelas, qué finura, qué tacto. En fin, una operación rocambolesca que pudo resultar una chapuza, aunque al fin salió ‘bien’.

Una herencia peligrosa
No es el tema aquí la corrección ético-política de Gerónimo, tampoco los avatares de su publicación, o su credibilidad. Por más que en América los anti-Obama viscerales dicen de todo y hablan de montaje político publicitario, en lo esencial el Presidente actúa como líder del Pueblo Americano [3].
América ha hecho su deber, tal como América lo ve y lo entiende. Allá quienes piensen de otro modo. América ha vengado su honor, la humillación colosal de las Torres Gemelas. Desde entonces, la suerte estaba echada. Traduzco del citado libro de B. Lawrence este párrafo profético (Introducción, pág. xxiii):

«En cuanto al destino incierto del propio Bin Laden, a menos que fallezca de muerte natural en su escondrijo, parece inevitable que antes o después su cazador le capture. Si le cogen vivo, sin duda lo matarán en el sitio, como al Che Guevara hace 40 años. Sus captores deben saber que sería inútil torturarle para obtener información, pues ya tienen a sus lugartenientes; y por otra parte, someterle a juicio sería a riesgo de grandes complicaciones para los encargados de juzgarle. Él mismo no se turba ante lo predecible de su fin:

Ojalá sea yo un mártir,
viviendo en un puerto de montaña
entre una banda de caballeros,
que unidos en devoción a Dios
bajan a enfrentarse a ejércitos.

Con este poema cerraba su ‘Sermón de la Fiesta del Sacrificio’. El mismo poema que podría ser su epitafio.»

Cosa esta última que los americanos han procurado evitar arrojando el cadáver al océano. We the People. Punto.
¿Y qué hay de We the World? (The West World, of course). Esto es como si habláramos de otro tema. Muy importante, sí señor, pero otro tema.
Bin Laden ha dejado magisterio y ejemplo para musulmanes de tendencias muy diversas. Nada bueno para nosotros. Denigrar al play boy juvenil, al millonario hipócrita, al  putañero amigo del alcohol, las drogas, la buena vida, es ya inútil [4]. O como prefiere Faisal Devji, ridiculizar a Osama ‘El Ventrílocuo’ y su ‘seudo literatura’, no va a borrar del cielo nocturno su pesadilla. Eso sí, no le falta razón al decir que Bin Laden es una estrella mediática hechura de Occidente. Ojalá no sea una enana blanca que cualquier día nos estalle. Muy pronto veremos cómo gestiona el Islam el nuevo icono que Obama le ha regalado. 
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[1] Muhî-d-Dîn es el epíteto del místico sufí Aben Arabí de Murcia (1165-1240), muerto en Damasco y venerado como santo, aunque la ortodoxia islámica prohíbe el culto santoral.
[2] Todavía lo negaba en un discurso (26 min. y medio en vídeo), emitido el 8 de septiembre 2007, donde destaco en negrita lo que podría ser restricción mental:

«Ya he dicho que no estoy implicado en los ataques del 11 de Septiembre en Estados Unidos. Como musulmán, hago lo que puedo por evitar la mentira. Yo no supe nada de esos ataques, ni considero acto digno matar a inocentes mujeres, niños y otros seres humanos. El Islam lo prohibe tajantemente. Semejante práctica está prohibida incluso en combate.»

Aunque dirigido a la ciudadanía de Estados Unidos, el estílo es árabe puro, difícilmente apreciable para el occidental medio.
[3] Un abanico de comentarios, en su mayoría escépticos, en ABC News.
[4] Sólo como curiosidad anoto, sobre el apellido: Bin Laden podría significar ‘Hijo del Láudano’ (ladan, ladin, láudano). ¿Alusión poética a las propiedades sedantes de ese narcótico, útil en algún remoto parto difícil? Porque sólo en broma se me ocurre otra idea: ‘Hijo de Ladino’, estirpe sefardita. ¿No se ‘demostró’ que el mismísimo Hitler era judío? En todo caso, Osama ha negado tajantemente abrigar sentimientos antisemitas, o mejor antijudíos (del mismo discurso de 08/09/2007):

«La moral y la cultura del holocausto es vuestra cultura, no la nuestra. De hecho, quemar seres vivos está prohibido en nuestra religión, aunque fueran pequeños como la hormiga. ¡Cuánto más el hombre! El holocausto judío fue llevado a cabo por los vuestros en Europa central. De haber sucedido más cerca de nuestros países, la mayoría de judíos  se habrían salvado refugiándose a nuestro lado… »

Del dicho al hecho... Volviendo al láudano: misticismo, ciencia infusa y estupefacientes se juntan en el término laduni, persona tocada de misticismo.

lunes, 2 de mayo de 2011

Teatro de sombras en Alaiza (y 2)

De visita con el Canciller Ayala


       «La Historia no es maestra de nada», escribió Eugenio Montale, aunque yo he leído eso mismo al maestro Caro Baroja en alguna parte [1]. Una boutade para contrarrestar el exceso ciceroniano: Historia, magistra vitae [2]. Pero maestra o no, algo se saca de la Historia. Por ejemplo, cuando vemos cómo se repite.
       Por ejemplo, en la Historia de España, la Guerra de Sucesión (1701-1713) que nos trajo a los borbones tuvo cierto precedente medieval en la guerra civil que contra Pedro I el Cruel movió Enrique de Trastámara e implantó en Castilla esta dinastía (1366). Lo notable de ambos casos fue la misma intervención extranjera, Francia frente a Inglaterra, en territorio peninsular. Algo que vuelve a verse también en la Guerra de Independencia.
       Pero la cosa es más profunda. Leyendo las crónicas hispanas de la Baja Edad Media como las escritas por el historiador-testigo Pedro López de Ayala (1332-1407) se vive una paradoja de dejà vu; pues en efecto, el feudalismo señorial a la española fue lo más parecido al actual estado de autonomías. El sistema feudal debilitó a la realeza, aquí como en otras partes. Hasta que de una u otra forma se abren paso los estados modernos –aquí desde los Reyes Católicos. Lo notable es que ningún otro país ha resucitado el feudalismo en versión democrática, salvo España. Y el retro motor de esta regresión histórica han sido los nacionalismos periféricos, con su pulsión separatista.
       ¿Y qué decir de las famosas behetrías? Así se llamaban en el siglo XIV muchos lugares de señorío un tanto especial, atribuyéndose el derecho a cambiar de señor cuantas veces quisieran:

«E dicen que todas estas behetrías pueden tomar y mudar de señor ‘siete veces al día’, e esto quiere decir, quantas veces les ploguiere, e entendieren que las agravia el que las tiene… E por esta razón dicen ‘behetrías’, que quiere decir, ‘quien bien les ficiere, que los tenga’» [3]

       Vamos, que aquellos pueblos reivindicaban un derecho de autodeterminación permanente, que para sí lo quisiera el ‘Plan Ibarretxe’. Fue en las primeras Cortes de Pedro I cuando se quiso poner coto al abuso, elaborando un catálogo o registro, el Becerro de las Behetrías, que cualquiera puede bajarse gratis aquí, si le pica la curiosidad de saber qué lugares eran aquellos. Desde luego, ninguno en el País Vasco. [4]
       Como no soy historiador, admito que los párrafos anteriores puedan contener alguna interpretación errada. Aun así, la Historia es para cualquiera una fuente de reflexión, y en este sentido algo enseña. Lo bueno es cuando lo hace deleitando, como es el caso de Ayala en su Crónica de Don Pedro y en las otras que compuso o se le atribuyen.
       Nuestro autor es preciso en las fechas y las personas, y dejando para otros la descripción de ceremonias y torneos se centra en los hechos escuetos, con sus relaciones y causas. Como buen pedagogo (pues iba para clérigo), le gusta explicar el significado de los nombres y las cosas; como también se fija en precedentes jurídicos y derecho consuetudinario.
       Mi admiración al Canciller, lo confieso, tiene algo de debilidad, por vivencias tan personales como fue tomar conciencia de este mundo viviendo en un caserío del mismo valle de Ayala, muy cerca del solar de Quejana, su torre, palacio y convento de ‘dueñas predigaderas’ –esto es, monjas dominicas–, una de ellas de la familia [5]. Era un lugar como mágico donde, por deseo del fundador don Fernando, padre del Canciller, hasta veinte religiosas estaban dedicadas a hacer guardia y ‘servir’ a una reliquia rara:

Allí está un cabello de la Virgen María
de su santa cabeça, que cualquier lo vería,
en quien tomé e tengo devoçión grande mía,
al qual sirven duennas de orden oy en día. [6]

       Ahora bien, sin tales impresiones, cualquiera tiene a mano la Crónica, en especial desde el año 1366 [7], para disfrutar en directo de un relato magistral tan instructivo como rigurosamente histórico. Su texto y notas son el mejor telón de fondo y comentario para contemplar con provecho el mural bárbaro de Alaiza.
       Quede entendido que la relación del mismo con lo de Nájera es conjetura. El argumento puede referirse a algún otro episodio de una época saturada de guerras y, tampoco se olvide, con el azote de la Peste Negra que se llevó al rey Alfonso XI (1350).

       En guerra por la corona
       La guerra civil fue de naturaleza mafiosa. El rey Pedro era el único hijo legítimo de Alfonso XI casado con su prima hermana María de Portugal (m. 1357). Frente a él, hasta una decena de bastardos de Alfonso con su querida, bella y prolífica doña Leonor de Guzmán. Con tantas hechuras, la dama se creció y plantó cara a la rival portuguesa, que aceptó el envite. El candidato por Leonor era su hijo Enrique, secundado por sus hermanos. Uno era Tello, que por matrimonio fue Señor de Vizcaya.
       Fue la hora de la compraventa de alianzas. También de las liquidaciones expeditivas, una especialidad de don Pedro, que por eso se le dijo el Cruel. Los políticos no miraban bien semejante saña, cuando lo práctico entonces era el cobro en efectivo, no en sangre. Hasta los papas de Aviñón lo vendían todo, prebendas, privilegios, perdones; el propio Ayala lo comenta como un mal ejemplo del clero a los seglares.
       A Pedro se le iba la mano. Entre él y su madre despacharon primero a doña Leonor de Guzmán (1351). El rey después fue liquidando a sus hermanastros vivos que tuvo a mano, empezando por el gemelo de Enrique, Fadrique (1358), en el Alcázar de Sevilla. De allí vino persiguiendo a Tello hasta Vizcaya, que si no se embarca en Bermeo, allí lo mata. Aun así, el rey le siguió por mar, pero no pasó de Lequeitio, cuando el otro ya estaba en Bayona, «que es del señorío del Rey de Inglaterra». Otro bastardo víctima de su ira sería su tocayo Pedro (1359).
       Otro deporte del Cruel, a la moda del tiempo, fue la defenestración, es decir, tirar al enemigo vivo o muerto por una ventana, como quien dice ‘agua va’. Tal hizo, por ejemplo, con el infante don Juan de Aragón, empeñado en suceder al fugado Tello en el Señorío de Vizcaya. Don Pedro tenía decidido y acordado que los vizcaínos no tendrían ya otro señor sino al rey. Así que cuando el aragonés se puso cabezudo no hubo más remedio que ablandarle la testa con aquellas mazas como las que vemos en Alaiza.
       La operación quirúrgica no fue nada fácil, tal como lo cuenta el Ayala, muy bien enterado porque su familia por entonces todavía estaba con don Pedro. La escena tuvo lugar en Bilbao, en Belosticalle esquina a la plaza de la Ribera, donde está el hércules heráldico que me sirve de icono; pero no en el palacio actual, del siglo XVI, sino en el edificio anterior, del que sólo quedan restos.
       Muerto el infante,

«el rey mandóle echar por unas ventanas de la posada do posaba a la plaza, e dixo a los vizcaínos, que estaban muchos en la calle:
–Catad y vuestro Señor de Vizcaya, que vos demandaba.»

       La escena, y el ensañamiento que siguió, está todo muy bien contada por Ayala [8]. Hacía tan sólo dos semanas de lo de Fadrique en Sevilla, a 200 leguas de Bilbao, más el rodeo del Cruel por Palencia y Bermeo, para hacerse una idea de su furia loca. No es extraño que a las gentes de buen juicio (como eran los Ayala) les pareció que «los fechos del rey don Pedro no iban bien enderezados». Era la hora de mudar de bando.

        Las Compañías
       Es sabido que ambos bandos, el rey y el pretendiente, contrataron ayuda militar extrajera. Las primeras compañías vinieron de la parte francesa al servicio de Enrique. Desviadas de allí con la bendición papal, aprovechando una tregua entre ingleses y franceses, porque estaban arruinando aquel país. Las llamaban ‘Compañías Blancas’, o ‘la gente blanca’, no se sabe bien por qué. La soldadesca en general se conocían como malandrines. El armamento era novedoso:

«Ay comenzaron las armas de bacinetes, e piezas, e cotas, e arnés de piernas e brazos, e glaves, e dagas e estoques; ca antes otras usaban, perpuntes, e lanzas, e capellinas…»

       El bacinete vino de Francia por entonces. Al rey de Castilla le gustó tanto la prenda, que hasta en su testamento la nombra, y por él se llamaron dompedros los propios bacinetes, incluidos los orinales.
       El jefe más popular de los Blancos era el bretón Beltrán Du Guesclin, hombre muy inteligente aunque por lo demás analfabeto que, o no sabía leer, o hacía como si no supiera.
Don Pedro, por su parte, en Burdeos se echó en brazos del Príncipe Negro, que procedió como si la guerra fuese suya (acuerdos secretos de Libourne, 1366). Su preció fue exorbitante, en préstamo dinerario, pero sobre todo en cesión territorial. Nada menos que el Señorío de Vizcaya, más Castro Urdiales, y de Guipúzcoa todos los puertos, desde Fuenterrabía. El resto no, porque junto con Álava y la Rioja estaba prometido al rey Carlos II el Malo de Navarra, por una ayuda de 200.000 florines y dejar paso a los ingleses.
       ¿Con que Vizcaya inglesa? Bueno, en teoría sólo como feudo, convirtiendo al inglés en vasallo de Castilla. La realidad era más cruda, no estando el rey en condiciones de poner coto a semejante aliado. Ayala da a entender que el rey no tenía intención de cumplir, ni los vizcaínos («gente fiera como son») de recibir al extranjero. ¿Importaría esto un comino a Eduardo, si entendía que Vizcaya era suya? Seguro que no. De todas formas, en 1371 regresó para siempre a Inglaterra y se desentendió de nosotros, tal vez porque ya entonces padecía del mal crónico que en 1376 acabó con él, un año antes de morir su padre Eduardo III.
       El armamento inglés era superior, lo mismo que su táctica, y eso que ya se había demostrado en Francia se confirmó en Nájera. Enrique perdió totalmente la batalla, en parte gracias a su hermano Tello, que no hizo nada por impedir la derrota. Dicen unos que por cobardía, pero también puede que por cálculo.
       También Enrique de Trastámara se salvó a uña de caballo ayudado por los Luna aragoneses, que le condujeron a Francia. En vano tras la batalla anduvieron ingleses y castellanos buscándole entre los caídos. El Príncipe Eduardo preguntó en francés:
       –Lo Bort es mort, o pres? (El Bastardo es muerto, o preso?)
       Y al decirle que ni lo uno ni lo otro:
       –Non ai res faict. (No se ha hecho nada)
       Fue su lacónico y lúcido comentario. Nada se había hecho, en efecto, con el pretendiente en libertad y el rey Pedro desaforado como nunca, matando a los prisioneros más destacados en vez de venderlos por rescate.
       Una de las medidas de Enrique, ya antes autoproclamado rey de Castilla, fue respecto al Señorío de Vizcaya confirmar el paso dado por Pedro I, anexionándolo para siempre a la Corona. Una corona muy tocada, parte por desprecio al advenedizo fratricida, parte por el costo de la operación, pagado a tocateja con títulos de nobleza y cesión de señoríos y tributos por el nuevo don Enrique el de las Mercedes. De las ‘mercedes enriqueñas’.
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[1] E. Montale, en su poema nihilista La storia. Su frase completa reza: La storia non è magistra / di niente che ci riguardi (‘la historia no es maestra de nada que nos concierna’).


[2] De oratore, 2, 36: «La Historia, testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, anunciadora del vetusto pasado».
Frente a eso, Caro insiste: “Una vez más hay que invertir los términos y decir que la historia no es maestra de la vida, sino que la vida es maestra de la historia” (Las formas complejas de la vida religiosa, Galaxia Gutenberg, 1995, pág. 337)

[3] Crónica, año II (1351), 14.


[5] Este convento se ha cerrado hace tres años (2008)

[6] Canciller don Pedro L. de Ayala, Rimado de Palacio, estr. 847 (BAE, Poetas castellanos anteriores al siglo XV. Madrid, Rivadeneyra, 1864, págs. 453-454).

[7] Desde aquí.

[8] Crónica, año IX (1358), 3.