La respuesta unánime y airada de las fuerzas vivas aberzales a lo que toman por insulto del lendacari a la lengua vasca pone en evidencia la visión patrimonialista del nacionalismo sobre todo aquello que se imagina le pertenece por natural derecho.
De los partidos políticos era esperable, y ni siquiera en un sindicato como STEE-EILA choca tanto. Más curioso es que se escenifique un desplante institucional, conchabándose las tres diputadas de cultura para apostrofar al Gobierno Vasco en la persona de su presidente: “Nos, que cada una de nosotras vale tanto como vos, y todas tres juntas valemos el triplo que vos…”
¿Y qué dijo López para fastidiar a tanta gente? Algún registro tiene que haber, pero por lo que cuenta hoy el testigo Pello Salaburu en El Correo, nadie entre los presentes hizo muestra alguna de haber escuchado nada reprobable. Sólo a posteriori surgen los comentarios que la prensa reproduce, que si dijo tal, que si cual, todo sobre supuestas frases en castellano. Y ahora resulta, según Salaburu, que Patxi López “de hecho habló solo en euskera”. (Aquí echo de menos el viejo acento ortográfico en sólo, ya que el lendacari no habló a solas, sino en público, aunque en vascuence solamente, como cuadraba dirigiéndose a un Consejo Asesor del Euskera.)
Pero vamos, en una lengua o en otra, ¿qué es lo que dijo? «“El fin de la violencia permitirá que el euskera se una, definitivamente, con la libertad”, vino a decir. No sé si fueron esas las palabras exactas» (P. Salaburu).
El testigo no lo sabe, pero los críticos feroces del día siguiente diríase que estuvieron allí, oyendo y entendiendo lo que Patxi decía, tal vez sin entenderse él mismo del todo, a falta de traductor simultáneo. En suma: en una misma oración gramatical parece que el infortunado asoció las palabras ‘eusquera’ y ‘violencia’.
¿En qué sentido? Se admiten exégesis:
1. Si realmente dijo que la desaparición de la violencia (ETA) “unirá definitivamente el eusquera con la libertad”, lo más lógico es entender que la banda terrorista tiene de algún modo secuestrada la lengua vasca, o bien que la pervierte para sus fines liberticidas. Nada digno de un Demóstenes, pero tampoco para tocar a rebato. Porque, aparte de ser verdad, no es nada probable que, con ETA o sin ETA, la lengua vasca se vea libre de secuestradores y tutores nacionalistas más o menos radicales.
2. Cabe otro sentido igualmente lógico: que si toda la política vasca está de algún modo contaminada y mediatizada por la presencia opresiva de ETA, la política lingüística no ha sido excepción. Cosa que también es cierta, pero que tampoco dejará de serlo porque ETA se vaya, pues los mismos censores de Patxi López vienen monopolizando el eusquera como fulcro para su construcción nacional.
3. Quizá por todo eso, la exégesis del nacionalismo para el discurso de López ha ido por una pretendida conexión entre conceptos, eusquera y violencia. Que es como meter en un morral un hacha y una serpiente vivas. Ese habría sido el ‘insulto’ gravísimo del lendacari al vascuence; y (añade por su cuenta el sindicato) a los vascos. Algo así como “mientras haya ETA, el vascuence es lengua de violentos, lengua de violencia”. Una expresión donde lo único que sobra es el inciso condicional primero: ‘mientras haya ETA’. Porque la verdad, por más que duela, es que con ETA y sin ETA, el eusquera es y será lengua de contradicción y de guerra, mientras haya nacionalismo empeñado en hacerlo patrimonial.
Hasta Salaburu lo reconoce: “Es evidente que el euskera está más ligado a los sectores nacionalistas que al resto. Y dentro del nacionalismo está aún más ligado a los sectores de la llamada izquierda abertzale”. Vamos, que ellos son los amos, que el eusquera es suyo. Tan suyo, que sólo ellos saben cómo tratarlo y como implantarlo en la sociedad; y quien lo vea de modo diferente insulta al eusquera y a sus propietarios naturales, los vascos nacionalistas, o simplemente los vascos.
Desde la malhadada Ley de Normalización del Euskera –treinta años, una generación, que se dice pronto–, toda la política lingüística ha sido de imposición y trágala, culminando en los desmanes del anterior consejero Tontxu Campos. Con los socialistas como cooperadores necesarios, esa es otra. Antes y ahora, el gobierno de turno insiste en la monserga del imperativo legal, por consenso mayoritario de un parlamento intérprete de una sociedad que un buen día se desperezó deseosa de ser euscaldunizada.
Tanto consenso en una cuestión tan compleja y peliaguda como es el cambio lingüístico, partiendo de un concepto tan borroso y equívoco como es el de ‘normalización’ (o ‘normalización de uso’, más difícil me lo ponéis), hace pensar en las dictaduras y sus ‘normales’ índices altísimos de consenso plebiscitario. ¿Qué digo? Más que eso. En dictadura se evita la unanimidad, por no sé qué pudor. Aquí no, aquí todos como un solo hombre/mujer dijimos que nuestra lengua propia es el eusquera, exigimos su implantación en todo el país, la quisimos como requisito y mérito preferente para la función pública y, en fin, dimos carta blanca a los poderes públicos para interpretar esa voluntad y aplicar a discreción los recursos para llevarla a efecto, in saecula saeculorum, amen.
–Decisión grave, en verdad. Y dígame, ¿qué resultados arrojó el referéndum?
–¿Mande?...
–El referéndum. ¿Se votó en bloque, o cada punto por separado? Esto último es más aconsejable, en asuntos tan escabrosos.
–No sé de qué referéndum me habla, señor mío. Aquella decisión perpetua, irrevocable e irreformable no se sometió a referéndum; se votó en parlamento y se ganó, repito, por amplia mayoría.
–Ya, pero luego ha habido nuevos comicios, la gente cambia…
–En esto del eusquera, no. El eusquera no es opinable. La euscaldunización es intangible. Podrá discutirse el ritmo y poco más; aunque, ojito, sin escaqueos. La meta es que aquí todo el mundo sepa hablar y escribir vascuence y que se use lo más posible, semper et ubique, domi militiaeque, en la ciudad y en el campo, de claro en claro y de turbio en turbio, haga calor o frío, en la labor y el ocio, en el amor y el odio. También el inglés, por supuesto, la lengua global.
–¿Y el español?
–Si se está usted refiriendo a la lengua del Estado, le recuerdo que el castellano o erdera “es aquí la única lengua impuesta por imperativo legal”. Con todo lo que esto tiene de odioso, y haber sido la lengua de Franco, traída expresamente para ahogar nuestra lengua propia, la única de los vascos.
–Y después de todo eso, ¿todavía ofende que alguien relacione eusquera con violencia? ¿que alguien añore un eusquera en libertad?
Pero veo que nos desviamos de la cuestión. Cuando el testigo Salaburu habla del binomio ‘eusquera-violencia’ se está refiriendo a ETA expresamente: “Al final, nos guste o no, en parte de la ciudadanía se produce esa identificación, que maldito favor nos hace a quienes hemos abogado por utilizar un idioma que debería estar al margen de situaciones coyunturales y tendría que ser percibida como un bien cultural y un factor de cohesión social.”
Aquí es donde me pierdo, o es Pello el que se pierde. Diríase que el ofendido es él y los ‘polis buenos’ del eusquera. Y por otra parte, ¿qué tiene que ver ETA para que muchos no logren ver en el eusquera ese deseado facto de cohesión social, porque se lo impide la violencia impositiva euscaldunizadora?
¿Habré leído mal? Ya ni me aclaro, y estoy al final del artículo: “A veces, un perdón a tiempo, por haber utilizado una afirmación que ha molestado a sectores que tienen mucho que ver con la lengua y nada con la violencia, deja las cosas mucho más claras.” Pues no, amigo Pello. Si lo dices por tí, allá tú, que nunca fuiste violento, ni siquiera cuando por narices fijaste un premio exorbitante al euskera en tu Universidad. Pero no olvides que también existen otros ‘sectores’. Esos precisamente, que se han escandalizado como fariseos, los que desde que vino López denuncian que el vascuence no avanza. Esos violentos del eusquera son los que te hacen maldito favor a ti y nos lo hacen a todos los que pedimos libertad lingüística. No quieren ni oír hablar de ella. ¡Libertad lingüística, qué blasfemia! Lenguas en libertad.