lunes, 28 de noviembre de 2011

El euskarabajo de Wittgenstein



La otra semana ironicé sobre un experimento mental en torno a la observación de un cuadro de Di Cosimo. Días después, conversando con un lector amigo matemático, hablamos del tema, y él me pasó el librito de Martin Cohen, El escarabajo de Wittgenstein, que estoy leyendo con tanto solaz como provecho.
Es una selección de experimentos mentales clásicos, por orden alfabético, desde la A (‘Alicia y su agujero sin fin’) hasta la Z (‘Zenón y su tortuga’, obviamente). De ese modo, Wittgenstein con W es cuarto por la cola, aunque con razón encabeza el conjunto, pues su enjundia gnoseológica lo convierte en cuestión previa, o prolegómeno a toda física y metafísica futura. Y a toda gramática vasca futura, en seguida lo vemos.
El experimento de Wittgenstein es de lo más simple que cabe imaginar. Cada individuo posee una cajita con un escarabajo dentro. Una cajita personal y secreta, de forma que cada cual sólo puede ver dentro de la suya. Si se habla de escarabajos, cada cuál está pensando en el suyo. ¿Hablan todos de lo mismo? Imposible de verificar. Porque incluso el poseedor de una cajita vacía se hará su idea propia de ‘escarabajo’: nada.
La esencia del experimento es esa pregunta turbadora que todos nos hemos hechos alguna vez de niños: ¿hablamos unos y otros de lo mismo? Compartimos lenguaje, léxico; ¿compartimos también experiencias, significados, ideas? ¿En qué medida? Tal vez mi verde es tu rojo, lo salado de Juan es lo amargo de Pedro, el óboe del uno suena como la flauta del otro.
Cohen apunta, con razón, que en las cajitas podría haber cualquier cosa, no necesariamente un coleóptero, ni siquiera insecto. Creo, sin embargo, que no explica el acierto de elegir ‘escarabajo’ precisamente: una de las categorías zoológicas más ricas y variadas de la naturaleza. Al genético J. B. S. Haldane (m. 1964) un clérigo le preguntó –otro experimento imaginario, porque la anécdota es apócrifa–:

–Dígame al menos, señor sabio: esa Naturaleza que tanto estudia, ¿no le ha dicho nada sobre el Creador?
–Sí, reverendo: que a Él le chiflan los escarabajos.

 En efecto, los escarabajos son todo un mundo en el mundo, predilectos y mimados  de la evolución, presentes desde hace un cuarto de millón de años, con casi medio millón de especies, la cuarta o quinta parte del total catalogado… Así, decir que en esta cajita tengo un escarabajo es casi como decir tengo un ‘bicho’, y da mucho más juego que tener, por ejemplo, una canica o un dado.
Pero no me he puesto al teclado para hablar de escarabajos. Hoy toca saludar el nuevo parto, la nueva criatura de Euskaltzaindia –la Real Academia de la Lengua Vasca–, que nos lleva un paso más hacia la conversión total del vascuence o euskara en un euskarabajo wittgensteiniano.

Se nos dijo que con el lenguaje unificado, o batua, se acabó la Babel de los dialectos. Siempre he creído que el sacrificio de las hablas ancestrales que se hizo en 1968 en favor de un artificio de laboratorio fue un disparate garrafal, y en esa fe espero vivir y morir. Tampoco entendí el celo y prisas por imponer ese engendro a los nuevos euscaldunas, hasta que lo vi demasiado claro en sus aplicaciones prácticas, especialmente como control de acceso al mundo laboral. Pero en fin, se trataba de un imperativo social (eso se dijo, y es intocable), una norma igual para todos. Igual, en teoría; de hecho, con harta ventaja para los guipuzcoanos. Peor aún, vascohablantes de cuna en purísimo vizcaíno no han tenido nada que hacer, sino empollar batua como putos maquetos. Luego en casa hablen lo que les dé la gana, pero para la oposición, la norma es la norma.
Pues bien, frotándome los ojos leo esta noticia (El Correo, 26-11):

El Duende de la Lengua VascaEl séptimo volumen sobre la Gramática del Euskera, presentando en Euskaltzaindia, culmina una labor investigadora de treinta años.


«A las academias de cualquier lengua se les pide como mínimo un par de cosas, un buen diccionario y una gramática. En el caso de Euskaltzaindia, el 'hiztegi'  [diccionario] ya está hecho y colgado en Internet. En cuanto a la gramática, ayer se presentó el séptimo tomo, el final de un trabajo de descripción de la lengua vasca –en sus palabras, en su uso y en su sintaxis– en la que los académicos han invertido treinta años. Y avisan: esto es sólo la primera etapa para captar su duende, el espíritu del idioma.»

¿Una broma? No se juega con las cosas de comer. Y el euskera es, por encima de todo, cosa de comer y para comer. Lo demás (si es que hay ‘demás’), por añadidura. Pero entonces, si la gramática vasca estaba sin hacer, ¿de qué se ha venido examinando a tanto pobre diablo; con qué autoridad, qué reglas iguales para todos, si esas reglas estaban –y en parte siguen– sin escribir?… Si sólo hace 48 horas que se conoce el contenido de todo un volumen de la gramática, ¿qué pasa con los miles de suspendidos por algo que tenga que ver con este tomo que acaba de aparecer?

–Pero esto es muy serio.
–¿Serio, dice? ¡Qué va! ¿No ha leído? ¡Si el juego no ha hecho más que empezar, caballero!

Me vuelvo –quiero decir, sigo leyendo la noticia–, y he aquí quién habla:

«Andoni Sagarna (San Sebastián, 1947), responsable de investigación de la Academia, ironiza sobre este asunto:

–La gramática se titula ‘Lehen urratsak’ (Primeros pasos), y más de uno ya me ha dicho: “¿Primeros pasos? ¡Pero si lleváis un montón de tomos!”… Todo el mundo pide el librito que diga cómo hay que utilizar correctamente la lengua. Y antes o después habrá que hacerlo, aunque para llegar a ese texto hace falta mucha investigación previa–, añade Sagarna, ingeniero industrial y doctor en Letras.»

La página del periódico se me queda a cuadros. Todo un académico responsable se permite «ironizar sobre el asunto», como cuando el presidente Rodríguez Zapatero ironizaba quitando importancia a la crisis económica o al paro. Porque, señores, olvidando por un momento el identitario vasco y la construcción nacional, estamos hablando de lo mismo, de llegar a fin de mes y de pane lucrando.

Ahora que caigo: estoy mirando de reojo mi cajita de Wittgenstein, y también la de Sagarna. ¿Tendremos el mismo bichejo el ingeniero y yo? Buscando respuesta sigo con la noticia. Y ahora es una voz familiar, otro académico, pero amigo y antiguo superior mío, cuando fue rector de la Universidad. También éste, naturalmente, trae su cajita:

«El catedrático de Lingüística de la UPV-EHU Pello Salaburu (Arizkun, 1951), coincide en que el resultado de los siete tomos es loable pero “superficial”:

–Quiero decir que hemos hecho una descripción de la superficie de la lengua, sin meternos en profundidades… Decir que toda la gramática vasca está en estos siete tomos es como si alguien dice que ya lo ha investigado todo sobre el cerebro–, señala.»

Bien; ya que hemos oído los solos de ambos académicos, ahora toca escucharles a dúo:

«Ambos  académicos insisten en que la gramática es descriptiva, no prescriptiva; dice cómo se usa el euskera, no cómo debería usarse, porque ese tipo de autoridad cada vez se lleva menos.

–Hay mucha gente por ahí a la que le gusta ir de Torquemada y mandar a la hoguera a quien utilice mal la lengua. Pero nosotros no podemos ser tan taxativos. Esos tiempos ya han pasado. No tenemos ejemplos tan virtuosos como Dante o Cervantes– sostiene Sagarna– … Hay escritores chapuceros y otros que se preocupan de hacerlo bien… En fin, todos tenemos dudas. A todo escribano se le escapa un borrón».

Aquí sin ningún rebozo abro mi cajita de Wittgenstein y miro. No hay duda, allí dentro se mueve un euskarabajo. Mi euskarabajo de siempre. Pero ¡ay! mío y también de Wittgenstein. Es decir, que me pica la curiosidad de saber si es igual que los de don Pello y don Andoni. Y aquí Sagarna me deja tetraperpléjico de remate cuando, rompiendo las reglas del experimento, va y me muestra su caja abierta de par en par:

«Sarasola [sic*] afirma que la misma manera de entender la lengua ha cambiado:

–Siempre se ha hablado de las ‘declinaciones’ del euskera. Pues resulta que no hay declinaciones; no al menos en el sentido del latín. Es lo mismo decir ‘a casa’ que ‘etxera’. El español utiliza ‘preposiciones’ y el euskera ‘posposiciones’.»

¡Y para llegar a esto hemos tenido que prescindir de Zapatero y sus escarabajos proteicos, de su escarabajienta España discutida y discutible, de sus escarabajosas palabras multiuso pero a la vez de usar y tirar…!
 Esto es como para recurrir a Derechos Humanos. Ni un paso más en la implantación de la lengua propia. Ni un solo suspenso más en batua, hasta que Euskaltzaindia se explique y nos explique, de una vez por todas, su verdad sobre el vascuence. Basta ya de jueguecito, y a mostrarnos las cajas, a ver si todos nos referimos a un solo y mismo euskarabajo.

Estrambote

Por cierto, ¿qué tal es un ‘escarabajo de Wittgenstein’ en vascuence?
Tengo la impresión de que en esta lengua el experimento mental no funciona. Porque aunque hay varias maneras de decir ‘escarabajo’ –kakalardo, kakaraldo, kakalerdo, kakallarro etc.–, todas le dan vueltas y más vueltas a lo mismo: kaka. De la variedad casi infinita de escarabajos que existen, al hombre vasco, como al egipcio, sólo uno le llamó la atención: el divino escarabajo de las pelotas. Y así no hay nada que hacer.

¿Qué dices que tienes en la caja? ¿un kakalardo? ¡toma, como el mío!

Eso, en vascuence, es como llevar la cajita abierta, a la vista de todos.
Y como se hace tarde, dejemos también abierta la cuestión.
_________________________________
*] Un lapsus, se supone. Ibon Sarasola, también académico de Euskaltzaindia, es benemérito autor de un diccionario vasco, Euskal Hiztegia (Elkar, 2006), con referencia cronológica de las palabras.




jueves, 24 de noviembre de 2011

Troyano



El Derecho no es la Matemática, hasta ahí llegamos todos. Casi todos.
Pero las cosas del Derecho tienen su matemática, y los fallos de la Justicia su aritmética. Nunca debería olvidarse que Bildu se volvió legal de la noche a la mañana, no por un consenso unánime de expertos magistrados, sino por la mínima de seis votos contra cinco, entre los miembros del Tribunal Constitucional (TC).
Y no sólo el Tribunal estuvo dividido. También las asociaciones judiciales discreparon sobre si el TC se había excedido en sus funciones, como se decía en los votos particulares de dicha minoría; pues tampoco hay que olvidar que el meollo de la sentencia era casar otra del Tribunal Supremo en sentido contrario.
Así en mayo la situación, lejos de ser clara, bailaba en el filo de la espada justiciera, y Bildu seguía bajo sospecha. Tan en el filo, que el propio TC legalizador incluía esta reserva insólita: «Puede que en el futuro la sospecha quede confirmada…»
Curioso. Tan curioso, que me voy a copiar entero el art. 13 de la sentencia, tan subscribible  para Íñigo Iruin, el abogado de Bildu, como si él mismo lo hubiese redactado:

13. Conviene concluir resaltando que la simple sospecha no puede constituirse en argumento jurídicamente aceptable para excluir a nadie del pleno ejercicio de su derecho fundamental de participación política.
Puede que en el futuro la sospecha quede confirmada, pero para el enjuiciamiento actual, la misma no podría conducir a un resultado limitador, so pena de dejar en lo incierto el ámbito del libre ejercicio de los derechos de participación política garantizados en el artículo 23 CE y, con ello, el valor del pluralismo político sobre el que se fundamenta el ordenamiento constitucional del Estado democrático.
La pretensión de asegurar a ultranza, mediante controles preventivos, la seguridad del Estado constitucional pone muy en primer lugar en riesgo al propio Estado constitucional.

Hombre, no.  Aparte el tranquillo (‘pretensión’, ‘a ultranza’), hagamos analogía: El control preventivo del pasaje de un avión para impedir que se cuelen terroristas podrá ser molesto, irritante, humillante, lo que se quiera; pero no se diga que pone en riesgo  ¡¡muy en primer lugar!! el propio avión y la seguridad del vuelo. Sigamos:

Tal pretensión resulta además desproporcionada a la vista de la panoplia de instrumentos de control a posteriori de que se ha dotado, mediante las últimas reformas legales, nuestro ordenamiento.

Aquí el retintín roza la pulla y la mala uva: pretensión desproporcionada, panoplia, control a posteriori, las últimas reformas legales… ¿Pero qué lenguaje ese este? Asombroso, desde luego lo es, que un alto Tribunal se permita la ironía y la zumba como remache de una casación de sentencia de otro alto Tribunal, el Supremo, nada menos. Como en un pique entre coleguis. No es extraño que la mitad de los jueces del TC se hayan sentido extraños al extrañísimo fallo. 

«Puede que en el futuro…»
El futuro de aquel 5 de mayo era pretérito ya en las elecciones del 22, favorables a Bildu, y más en las del 20-N, que han metido a la coalición en las Cortes Generales y el Senado.
Diríase que en siete meses no se ha movido un dedo la espada de Damocles que el TC dejó pendiente en forma de sospecha. Ni un paso en falso, ni un indicio nuevo. Nada que invite a poner en cuarentena a antiguos apestados, que por otra parte tampoco han perdido todo contacto con la peste. Nadie que diga «ese rabo, esas orejas», a la gente nueva que nos va a guardar el aprisco y el gallinero. 
¿De qué sirve un tribunal así? Unos jueces mejor dispuestos hacia los neófitos de la víspera que hacia los demócratas de siempre, con sus magistrados a la cabeza. Eso es como disponer de un antivirus que ignorase los troyanos, argumentando que sus bits son tan bits como los demás. Y si causan daño ya se arreglará, tampoco exageremos...
Lo del virus troyano me ha venido a la mente escuchando y leyendo a Iñaki Antigüedad, un cabeza de lista por Amaiur, electo y dispuesto a tomar posesión de su escaño en Madrid.
Antigüedad es un histórico de Batasuna, que ya fue con Otegi y Josu ‘Ternera’ miembro de la Cámara de Vitoria hace 13 añitos justos, aquel 26 de noviembre de 1998, cuando Atutxa era saludado como «el presidente del primer Parlamento Vasco sin violencia».
Hay quien cita a Iñaki como ‘ideólogo’ de su cuerda, por aquello de que «la vanguardia de la misma no dejaba crecer al músculo social» (2007) etc. La metáfora como ideología, o enseñar en parábolas, da lo mismo. Lo que importa ahora es cómo piensa y se anuncia él en vísperas de recibir su acta de diputado. Entresaco de una entrevista:

– ¿Qué va a aportar Amaiur al Congreso y al Senado?
– El mayor aporte es haber tomado cuerpo.

Tomar cuerpo, músculo social, venga ideología: seguimos de metáfora.

– Les acusan de no tener programa.
– … Habrá que buscar una presión popular y política. Todo lo que hagamos será para fortalecer una mayoría social que diga que este marco está agotado. Sólo entonces podremos llegar al choque de trenes, que decía alguien.
– Usted fue muy crítico con ETA tras el asesinato de Inaxio Uria. ¿ETA ha sido un error en los últimos años?
En los últimos años sí. Yo hago mía la frase de Otegi: «ETA sobra y estorba»… Otra cosa es si me preguntas que dónde pongo el límite hacia atrás. Eso entra dentro de lo personal… Los últimos atentados… marcaron una inflexión importante. Ahora eso está todo superado.

Con que  todo superado. Bien, ¿y ahora?:

– …Una vez desaparecido el obstáculo del que unos hablan, ver la forma en la que se obliga al Estado a reconocer…

Obstáculo…, ¿qué obstáculo es ese ‘del que unos hablan’? Si se refiere a lo que parece, suena como decir: «la violencia de ETA, por así llamarla». Pero obstáculo…, lo que se dice obstáculo para Bildu era el veto del Supremo, vetado a su vez por el TC. Y a partir de ahí, metáforas sobran y se empieza a hablar claro:

«Este Estado no es el nuestro… Jurar, no vamos a jurar, porque este Estado no es el nuestro… Tomaremos el acta y trabajaremos como grupo allí dentro, en España, en Europa…, para reivindicar que queremos el mismo ámbito de decisión que el Estado. Mientras no haya un cambio de los marcos jurídicos y políticos es imposible avanzar. »

Imposible avanzar…, bueno, siempre queda el ‘choque de trenes’: retorno de la violencia, declaración unilateral de independencia, o lo más probable, ambas cosas. En suma: estrategia troyana.
Esa es toda la garantía antivírica del TC. Pero, señores, si un parlamentario electo se permite hablar así, ¿es sensato dejarle ‘tomar el acta’ como quien toma el vermú, y ejercer el cargo público? El desprecio a España y su Constitución es olímpico –TC incluido–, hasta decir en voz alta que nada reconoce ni va con él, y que su interés en el Congreso no es otro que intrigar y maquinar dentro y fuera, en la calle, en Europa, hasta llegar a la ruptura si no se doblega a sus pretensión políticas.
Es inaceptable que los derechos individuales del troyano inconstitucional prevalezcan sobre el mejor derecho de los españoles a no verse amenazados ni agredidos injustamente, al amparo de la Constitución que ellos sí acatan. Tanto dorar una cara de la tortilla, y la tortilla cruda. Eso no está bien.
El garantismo romano tenía un valor supremo de referencia: «Salus populi suprema lex esto» (La ley suprema: el pueblo a salvo). Es curioso: el soberanismo vasco siempre se refiere al ‘pueblo vasco’ o Euskal Herria, no frente a un Pueblo Español, sino frente a un Estado Español. Un Estado «que no es el nuestro», y con que el que romperemos, si no se rinde.
¿Alguien cree en serio que negar el acta de diputado a personas así pone en riesgo máximo, ni tampoco mínimo, al propio Estado Constitucional?
Si, según toda evidencia, se confirma ser lo que ellos sugieren, virus troyanos, algo debería tener pensado el TC para cuando se nos cuelgue el programa. ¿Formatear la Constitución? O mejor todavía, desechar el Estado irreparable, depositarlo con cuidado en algún contenedor ecológico, y agenciarnos otro. Los nacionalistas entienden mucho de fabricar estados, y puede que hasta tengan alguno de segunda mano que nos haga servicio.



martes, 15 de noviembre de 2011

Imaginar a Di Cosimo


A los queridos amigos
Xabier Orue-Etxebarria
y Estibaliz Apellániz,
buscadores de ferrerías eólicas
en el viento melancólico del País Vasco


Los experimentos imaginarios son los que mejor funcionan. En ciencias, por supuesto. En política o economía, para nada.
En Física y Cosmología, fue la imaginación de Galileo, la misma de Kepler, Newton y Einstein, con sus experimentos ideales impecables, la que dictó esas fórmulas matemáticas, bellas y verdaderas (por ese orden o cualquier otro), que como una revelación bíblica nos abren ese mundo a nuevas fantasías.  
A un buen experimento imaginario, lo que más se le aproxima es el experimento real bien retocado y ajustado.   Como las cuentas de la vieja que sacaba Mendel con sus guisantes; o como la doble hélice de juguete que terminaron montándose Watson y Crick para figurar el ADN. Esos experimentos reales, de los que se dice con cinismo: «Si te sale bien, no lo repitas. Sobre todo, si es a la primera.»

Esta divagación viene a cuento de que el empirismo fantástico también funciona en cosas más triviales, como es mirar arte visual. Valga este ejemplo:
Tomo un conjunto de diez observadores creados por mí, y les pido que se concentren un minuto en la imagen de cabecera. Resultado: De los diez, sólo uno se limita a decirme escuetamente que se trata de una pintura atribuida a Piero di Cosimo, titulada ‘Construcción de un palacio’ (de hacia 1515-1520), hoy en un museo de los Estados Unidos.
Mis otros nueve observadores a lo mejor no saben eso; pero todos coinciden entre sí –y con el experimentador, por supuesto– en que ese cuadro, o lo que sea, les ha hecho ‘recordar’ de pronto algo visto en películas del Oeste. Las figuras alineadas en la veranda recuerdan a primera vista individuos con arma larga, listos para acribillar a los dos forasteros que cabalgan hacia el ‘Saloon’. Hasta el tinglado junto a una columna a la derecha les ha parecido un equipo de obreros erigiendo un poste del tendido del telégrafo.
¿Construcción de un palacio renacentista? Pues vaya, algo así es como dicen que nacieron muchas ciudades en descampados de América. Y eso explica sin lugar a dudas por qué un millonario americano, un nuevo rico, pujó por esta tabla en una subasta, sin tener ni idea de quién la pintó, ni quién fue Piero di Cósimo: sólo porque le evocaba el ajetreo cansino de las nuevas poblaciones vistas a lo largo del ferrocarril, cuando en vagones enteros, primero alquilados, luego propios, Mr. John Ringling transportaba de mar a mar “el Mayor Espectáculo del Mundo”: su Circo Ringling. (Luego ‘Ringling, Barnum & Bayle Circus’.)
De Circo a Museo. Tal vez el salto no sea tan mortal como lo parece. Y menos aquí, en Sarasota, Florida, donde la visita al Ringling Museum of Art se completa con la del anejo Museo del Circo.

Volviendo en mí. Los nueve observadores imaginativos de mi experimento  son criaturas mías. El otro, el de la respuesta objetiva y pedestre, debe de ser más bien algún alumno de un profesor de Arte que, describiendo la misma pintura, no ve nada que no esté en ella, y  habla,  por ejemplo, de dos personajes –primer plano, a la derecha «cabalgando sobre un caballo», más objetivo imposible.
No estoy criticando. Tengo abierto el Catálogo de una exposición muy digna de verse en Madrid, ‘Arquitecturas pintadas’. Hace la introducción el primer comisario, con un artículo de rigor sobre ‘Arquitectura y ciudades pintadas’. Allí es donde sale el Di Cosimo [1]. 
En un tema tan trillado, la bibliografía es descomunal. La del Catálogo, aunque restringida y orientativa, ofrece rico elenco de autoridades, –más de medio millar, por mi cuenta–, con cerca del millar de referencias. De esas autoridades, Delfín Rodríguez Ruiz lleva la palma con 27 títulos,  frente a uno solo de Gombrich y otro de Panofsky, por ejemplo.
No estoy criticando. En una bibliografia no debe incluirse más que lo que venga a cuento, y para algo es uno comisario. Pero es que Erwin Panfosky fue para mí el mistagogo que me inició en secretos, no para ver lo que está en un cuadro, lo que ve cualquiera, sino lo que flota entre el cuadro y tú; eso que sólo se ve con gafas Panofsky.
Con Panofsky me pasó como antes con Ernst Cassirer: eruditos apabullantes que te dejan desnudo en tu inopia, para luego piadosamente cubrirte con el manto de su saber, de modo que te ves más leído de lo que eres. Vamos, como el rey de la fábula.
Mi primera panofskiada fue aquel chismorreo delicioso que se trajeron Mr. & Mrs. Panofsky con La Caja de Pandora –que de entrada no era tal caja, sino πίθος, una tinaja o tonel–, en alucinante viaje literario e iconológico cuodlibetal, de omni re scibili, lo sabido y por saber. Ahora bien, ya en ese libro, que merqué de viejo en un viaje a Santiago de Compostela, había una referencia a un, para mí desconocido, Piero di Cosimo [2].
A Panofsky le debo el interés por ese artista, desigual y a hasta mediocre a veces como pintor, pero inquietante siempre, original y misterioso.  Esa investigación suya de los orígenes animales del hombre, los primeros ensayos de vida social, técnica, racional [3].
De sus intuiciones subyugantes, me quedo con el ‘Vulcano y Eolo’ (1500-1505). ¿Por qué eso ahora? Porque de nuevo me hace ‘recordar’ lo imaginario que nunca vi. Porque del mismo modo que en el Cosimo de los Ringling creí estar viendo el viejo Oeste, en el cuadro de la National Gallery de Ottawa asisto al nacimiento de la forja en mi propia tierra. De la mano de Panofsky me metí en ese escenario. Luego, ya por mi cuenta, me topé con el viejo Esteban de Garibay. 
       Garibay, como historiador vasco-español, fue sin duda el primero  que llamó la atención y entendió el significado de los escoriales dispersos por las cumbres de nuestra geografía. Con rara sensibilidad antropológica (que ya advirtió Caro Baroja), nuestro guipuzcoano, que  compartía con Di Cosimo la misma preocupación  por los principios de las cosas, se dio cuenta de que aquellos vestigios no estaban allí porque alguien los hubiese llevado, sino porque allí estuvieron las primeras ferrerías y fraguas, las ‘de aire’, o de altura, muy anteriores a las hidráulicas. Aquellos desperdicios aparecen a veces junto con otros restos de industria humana asociada, o vestigios de albergues temporales, como esa choza en construcción que pinta Piero [4]:

«No dudo en haber sido las primeras herrerías en alturas destas mesmas montañas, y que a fuerza de brazos y soplando, y no con instrumento y ruedas del agua, comenzaron las primeras fundiciones. Y muévome a escribir esto, porque hoy día se ven en muchas alturas de Cantabria montones de heces y escorias…, y otras cosas de las fraguas antiguas. »

La verdad es que no conozco mejor ilustración para ese texto imaginativo de Garibay que la fantasía de Piero di Cosimo, con el maestro Vulcano inventando la primera herradura, mientras Eolo con su par de fuelles aviva el fuego.
Buscando fuentes de inspiración, se cita en primer lugar la Genealogía de los Dioses gentílicos  de Boccaccio (1472). Yo pondría también a Polidoro Virgilio (m. 1555) y su ensayo sobre Los inventores de las cosas (1499), una obra que también Garibay pudo conocer, y que por hablar con demasiada franqueza sobre el origen de algunas cosas y costumbres cristianas entró en el Índice de autores y libros prohibidos, hasta que lo expurgaron.
Pero fuera de esos textos de común alcance, sería más interesante conocer los círculos de interés en que pudo moverse un artista introvertido y algo huraño, aunque no fuese el misántropo medio loco que nos dejó Vasari [5].
Piero di Lorenzo prefirió apellidarse di Cosimo en honor de su maestro Cosme Roselli.  Seguro que un joven reflexivo como él sabía prescindir del palique: «tan amigo de la soledad, que sólo disfrutaba cuando, a solas con sus pensamientos, se perdían fantaseando y construyendo sus castillos en el aire». Una tendencia que, según el biógrafo, fue a más al quedarse huérfano de Roselli.  Desde entonces,

«vivía encerrado, sin dejarse ver trabajando, haciendo vida más bestial que humana, comiendo cuando le daba el hambre… El que para alimentarse del huerto nunca quiso distinguir entre hortalizas y yerbajos…, más tarde enamorado del arte, y olvidado de toda comodidad, se redujo a comer sólo huevos duros, que por ahorrar lumbre cocía en el mismo caldero de la cola; y no seis ni ocho cada vez, sino en lotes de cincuenta, que luego consumía poco a poco…
Ya enfermo de puro viejo, con casi 80 años (¡!), prácticamente inválido, rehusaba con brusquedad toda ayuda… Quería trabajar, mas por la parálisis no podía, y le daba tanta cólera que quería desgarrarse las manos, que las tenía tiesas. El tiento se le caía al suelo, y hasta los pinceles, que era una lástima. Se irritaba con las moscas y le enfadaba hasta su sombra.
Algún amigo que iba a visitarle le animaba a reconciliarse con Dios. Pero él nunca pensaba en morirse. Y no es que no fuese buen creyente, pues era observantísimo, aun viviendo como un animal…
Maldecía de los médicos, de los boticarios, de los que cuidan enfermos matándoles de hambre. La mejor de las muertes, según él, la del ajusticiado, con tanto ambiente y tanto golpe de público ofreciéndote refrescos y animándote con buenas palabras, con el cura y la gente rezando por ti, los ángeles a la espera para llevarte al paraíso, y con un poco de suerte la palmas de golpe, que ni te enteras.
En suma, que viviendo él a su aire de forma tan extraña, al cabo una mañana le hallaron muerto al pie de una escalera.» 

Vaya con el Vasari. La verdad más verdadera es que el buen Piero, nacido el 2 de enero de 1462, murió de peste el 12 de abril de 1522, con 60 años cumplidos. El gran número de discípulos que tuvo tampoco casa bien con una vida de total aislamiento, cuando por otra parte se habla de su popularidad entre la juventud de Florencia, entusiasmada con las máscaras y carrozas carnavalescas que brotaban de la fantasía del maestro.
Así pues, aunque  con el Di Cosimo me haya salido bien el primer experimento imaginario, pienso repetirlo con los otros cuadros de la serie, buscando las raíces identitarias que a todos nos unen en lo humano.


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[1] Arquitecturas pintadas. Del Renacimiento al siglo XVIII. Museo Thyssen-Bornemisza / Fundación Caja Madrid (18 octubre 2011 – 22 enero 2012). Madrid, 2011, 436 págs.
[2] Erwin y Dora Panofsky, La Caja de Pandora. Aspectos cambiantes de un símbolo mítico. Barcelona, Barral, 1974, pág. 41 (nota).
[3] Panofsky, “La historia primitiva del hombre en dos ciclos de pinturas de Piero di Cosimo”, cap. 2 de Estudios sobre Iconología. Madrid, Alianza, 31979, págs. 45-92
[4] Esteban de Garibay, Compendio Historial, libro 4, cap. 26, sobre todo.
       [5] Giorgio Vasari, Le Vite (ed. G. Innamorati), Milano, Rizzoli, 2: 641-655.





martes, 8 de noviembre de 2011

Inocencio



       Creo que voy a zamparme entera (si el cuerpo aguanta) toda la nueva serie ‘Borgia’.  Sin mucha convicción. Entra bien, pero se ve poco fuelle, una historia que se agota en sus propios planos.
Pero salga como saliere, es un espectáculo que, a la vez que entretiene, invita a repasar la vieja chismografía de época: los Infessura, Burchard, Platina/Panvinio, Pontano, Baronio/Rainaldi, Egidio de Viterbo…, cada loco con su tema. Meditar (¿para qué?) sobre el eterno problema: la Historia imposible. [1]
Por lo demás, estos Borgia son ya un tópico en la pantalla, como fueron en la novela. Ayer el folletín, hoy el serial, artículos de entretenimiento que piden complicidad, entrar en el juego, y sobre todo no dar por malgastado el tiempo. A cambio, claro, de no creerte todo lo que ves, o te hacen que ves. Lo que vale es la recreación ambiental y animación visual de lo leído. Lo verosímil ante todo, dejando la veracidad en cuarentena.
Los autores de esta serie ofrecen, por lo que he visto, alguna justificación en esta misma línea, sacando a relucir, cómo no, el aforismo clásico de Ranke sobre la esencia de la Historia: «como propiamente fue». 
Als es eigentlich gewessen war. Clarísimo. ¿Y ahora, qué? ¿Qué hacemos con esa perogrullada? Los primeros en saltarse la regla fueron los testigos contemporáneos, que nunca hablaron porque sí,  arrebatados platónicamente por la ‘Verdad verdadera’ rankiana. Cada cual servía a un patrón o tenía una causa. ¿Cómo tomar sus testimonios?
La saga de los Borja o Borgia es clásica en este sentido. Es casi imposible construirla de forma que no asome el folletín, porque los testimonios directos ya  son folletinescos, o tomaron la pluma para desmentir folletines.
Si ninguna historia se resuelve como un teorema matemático, la de los papas del Renacimiento tiene más de conjetura que de teorema. Empezando por la pregunta: ¿en qué creía de veras aquella gente?
Con este preámbulo teorizante, entremos en el serial y centrémonos en el personaje que desaloja el Vaticano y este mundo, para que Rodrigo Borja los gane en buena lid, según las reglas-trampas de aquel juego. Nada de hacer historia, hablamos sólo de una película.

Las fiestas del Cibo              
El 25 de julio de 1492 muere Juanbautista Cibo. La confirmación científica de su fallecimiento corre a cargo del protomédico apostólico. Pero la declaración oficial la pronuncia el que a mí me parece el personaje mejor caracterizado de lo visto hasta ahora: ese ceremoniere impecable, como salido de alguna tabla de Piero della Francesca.
Nombro a este  pintor, entre otros –Mantegna, Ghirlandaio, Pinturicchio etc.–,  porque también él moría precisamente aquel año, el 12 de octubre, cuando Colón zarpaba a descubrir América… ¡para mayor gloria del difunto Inocencio VIII! Esto último es lo que insinúa, traído por los pelos, la inscripción que en 1621 pegaron a la tumba del papa. La única, o de las pocas, del viejo San Pedro que se repuso en el nuevo. Una obra maestra de Pollaiolo, profanada por ese letrero. El otro, el original, es más simple: «Yo en mi Inocencia he caminado…»
Inocencio, Inocencia, inocente… Era el mismo lema que Cibo había hecho grabar en su anillo. El mismo anillo que el maestro de ceremonias rompe con unas pinzas y un martillo ante el Colegio de cardenales, en señal de que no hay papa, ellos son el poder en la Iglesia.
«En mi inocencia he caminado». Un lema como de encargo para la sátira. Sannazaro, por ejemplo, jugando con Inocencio/Inocuo, le saludaba como semental de Roma [2]:

Innocuo priscos aequum est debere Quirites:
     Progenie exhaustam restituit patriam.
(Los antiguos quirites en justicia lo deben al Inocuo:
Él restauró la patria exhausta de descendencia.) 

A Inocencio-Inocente ya en vida le llamaban ‘Nocens’, el Nocivo; y como era Octavo de su nombre, pues eso:

Octo Nocens pueros genuit totidemque puellas:
  Hunc merito potuit dicere Roma ‘patrem’.

(El Nocivo engendró ocho chicos y otras tantas chicas: 
    Roma con toda razón ‘padre’ le pudo llamar) [3]

Siempre se exagera, y más en estas hazañas. Infessura, por las fechas del papado de Cibo, casi le disculpa bajo ese concepto, «teniendo en cuenta que es hombre joven, y genovés, con siete hijos entre varones y hembras, habidos de distintas mujeres». Más grave era, según él, «la calidad de su elección, mucho peor que la de Sixto V, lo que hace prever secuelas muchísimo más negativas».
En fin, los más prudentes se quedaron con la mitad de la mitad. Como el sabio agustino fray Onofre Panvinio, que sólo nombra a una hija y un hijo (Teodorina y Franceschetto), más una nieta, pasando los demás por ‘nepotes’. Pero eso sí, todos coinciden en que si no fue el primer papa con hijos, ni tampoco el inventor del nepotismo, Cibo fue el primer ‘Papa-papá’, que reconoció en público a sus vástagos y convirtió el Vaticano en hotel para sus banquetes de bodas.
El Inocencio de la serie ‘Borgia’ queda desdibujado con acierto, porque debuta ya viejo y enfermo y no debe quitar relieve al protagonista Alejandro. Pero es que también el Inocencio histórico es borroso, como si en vez de un solo retrato viésemos superpuestas transparencias varias. Panvinio le trata bien, pero lo hace en tono panfletario contrarreformista, a la defensiva. Y aunque cuando él quiere no se muerde la lengua, tampoco la suelta lo que quisiéramos nosotros:


«Liberal, humano, diligente… en él no había soberbia, sólo humanidad infinita y compasión hacia los pobres… enemigo de guerras, gran observante de la justicia… fue también de agudísimo ingenio y penetración.» 

Suena a hueco ese tono hagiográfico, empalagoso, cuando por otra parte vemos que fray Onofre en sus vidas de papas no hace ascos a tanta canonjía y abadía, tanta mitra y capelos otorgados a voleo, incluso a jovenzuelos viciosos; como tampoco habla mal del derroche en lujo, bambolla y francachela.  
Al bueno de Inocencio le gustaba complacer. Dinamarca, Noruega, tenían un problema: allí arriba no había vino de consagrar, o si lo había se helaba en la misa. «Pues digan ustedes misa seca», les dijo el papa en una bula muy comentada [4].
¡Que si le gustaba complacer! Esteban Infessura en su Diario cuenta que el obispo vicario de Roma prohibió a clérigos y laicos, so pena de excomunión, tener concubinas, porque el escándalo minaba la fe del pueblo [5]

«Enterado por las quejas el Santo Padre, le llamó al orden con aspereza, ordenándole retirar de inmediato el edicto, pues no había prohibición formal. El resultado fue que apenas hubo nadie sin concubina, o en su defecto alguna prostituta, para alabanza de Dios y de la fe Cristiana.» 

La noticia es rigurosamente cierta, y el edicto está en el Archivo Vaticano, con fecha de 14 de agosto 1489. Pero hubo más, según el diarista:


«Debió de ser con tal ocasión cuando se censaron las meretrices públicas de Roma, hasta 6.800, sin contar las que viven en concubinato y las que ejercen en privado, en grupos de cinco o seis mujeres, cada una con uno o varios chulos. Así es cómo se vive en Roma, la ciudad Santa y capital de la fe.»

Bajo aquel papa tan celoso de la justicia la corrupción era rampante. La falsificación de bulas y diplomas era tan corriente, que en la propia Dataría Apostólica se montó una oficina paralela de lo falso, de modo que el que se agenciaba un beneficio podía tener la sorpresa de no ser el único comprador. Y más dice Infessura: los que planeaban algún delito, antes de acometerlo hacían componenda con el juez, que era como pagar la licencia.

¿Qué queda entonces del otro Inocencio? «Su bondad fue tanto más alabada, por contraste con las cualidades de su sucesor» [6], dice fray Onofre con cierta incongruencia, pues nadie en vida de un papa sabe qué tal va a ser el siguiente. Y el siguiente fue nuestro Borgia, al que el mismo biógrafo hará muchísimo peor por contraste, al decir mucho de él y poco bueno. Después de todo, era español y marrano.

Leche de mujer, sangre de niño
En la serie ‘Borgia’, Rodrigo Borja para ganar tiempo y votos procura alargar la vida del papa. Entran aquí dos escenas muy bien hechas: la ingesta de leche de mujer y de sangre infantil. Ambas son verosímiles, aunque no ciertas.
Empezando por la segunda, es verdad que el diarista romano Infessura habla de ello: 

«Cierto médico judío, que había prometido devolver la salud al papa, al efecto extrajo sangre de las venas de tres chicos de diez años, a los que pagó sendos ducados tras la flebotomía. Ellos murieron in continenti y el judío se dio a la fuga, pero el papa no sanó. » [7]
  
Esta anécdota de «la primera transfusión (sic!) de sangre en la historia de la medicina» por mano de un judío hay que tomarla con reserva. De vez en cuando resucitaba el rumor –propalado, supongo, por médicos cristianos para espantar a la competencia hebrea– de que la medicina judía no hacía ascos al infanticidio para obtener sangre. Tales hablilla se basaban, entre otras cosas, en un pasaje de la famosa Donación de Constantino; un documento que se había puesto de actualidad desde que el humanista Lorenzo Valla demostró que era falso. Falso o no, era lo de menos. La sangre juvenil venía recomendada muy en serio para la gente mayor por otro humanista médico y sacerdote cristiano de alta reputación: Marsilio Ficino (1433-1499).
Con el texto de Marsilio Ficino matamos de un tiro dos pájaros. Mejor dicho, tres. Vamos a verlo [8]:
Lib. II Longevidad. Cap. 11:  Uso de leche y sangre humanas para revitalizar a los ancianos

«A menudo recién cumplido el décimo septenario, y a veces ya tras el noveno, el árbol humano se va secando poco a poco. Lo primero que ha de hacerse entonces es regar ese árbol con líquido juvenil para que reverdezca. Escogerás por tanto una muchacha sana, hermosa, alegre y templada, y famélico chuparás su leche en luna creciente, tomando luego un poco de hinojo en polvo bien azucarado. El azúcar no deja que la leche se corte o se pudra en el vientre, mientras que el hinojo, sutil como es y amigo de la leche la expandirá hacia las extremidades.
A los devorados por consunción senil, los médicos diligentes procuran rehacer con líquido de sangre humana destilada en caliente hasta sublimación. ¿Qué hay de malo, entonces, en que a los ya casi agotados por la vejez les reconstituyamos a veces también con esta bebida?
Hay una creencia común y antigua, según la cual, ciertas vejezuelas brujas, o ‘lechuzas’, como las dicen vulgarmente, chupan sangre a los niños con el fin de rejuvenecerse en parte. ¿Por qué nuestros ancianos desahuciados no van a sorber sangre de adolescente? Adolescente voluntario, se entiende, sano, alegre, templado, con sangre de primera calidad, aunque tal vez excesiva. Así pues, succionarán como sanguijuelas de la vena del brazo izquierdo recién abierta, una onza o dos, tomando a continuación otro tanto de azúcar y vino; y esto lo harán estando hambrientos y sedientos, en luna creciente. Si la sangre cruda se digiere mal, cocerla primero junta con el azúcar; o bien, mezclada con el azúcar, destilarla con moderación al agua caliente y luego beberla.»

Ya tenemos los tres ‘pájaros’ juntos: la virtud reparadora de la leche joven, la de la sangre joven y el vampirismo de las brujas.
La obra dietética de Ficino iba dedicada a Lorenzo de Médicas, el Magnífico. No era, pues, ningún libro clandestino. Lorenzo era el padre de ese cardenal Juanito de Médicas, el gordito simplón y medio bobo que (ya fuera de la serie TV) será papa León X.
Antes Marsilio ha mencionado también el oro potable: otro reconstituyente precioso que la charlatanería médica preconizó, con los efectos nulos o más bien desastrosos que cabe suponer. A esa ingestión áurea alude César Borgia en un episodio, a propósito de su madre enferma.
En ‘Borgia’ la sangre no se chupa, se bebe, probablemente sublimada al modo que dice Ficino, esto es, aguada y hervida al baño de María, por la debilidad estomacal del enfermo. De hecho, el historiador Pastor da por supuesto que el padre santo la devolvió [9]. 
Más realista y muy conseguida en la artístico es la escena de la augusta mamada pontificia, en presencia del Sacro Colegio, con la oronda nodriza muy en su papel, dejando y tomando a su crío en brazos del estupefacto maestro de ceremonias y cobrando su salario con toda dignidad y distanciamiento. Un aplauso cinéfilo a una escena más hilarante que probable. Me explico.
En efecto, a diferencia de la sangre, sobre la leche no he visto nada a propósito de Inocencio, sí sobre algún otro papa más moderno, no recuerdo cuál. Debió ser bastante corriente. En el Archivo de Simancas hay una carta del Cardenal de Granvela (Madrid, 10-12-1582), sobre el ‘Alimento que tomaba el Duque de Alba en sus últimos días’ [10]:

«El Duque de Alba estaba indispuesto en Lisboa, y muy flaco por haberle sobrevenido cámaras y calentura lenta, pero como mamaba a una mujer se hallaba algo mejor. Dios le dé salud» etc. 

 Como vemos, se toca con discreción un acto obviamente discreto, nada de tetadas en público ni en pleno consistorio. Los clérigos y gente letrada de entonces se sabían al dedillo la anécdota bíblica del rey David, acurrucado en su lecho en brazos  de la doncellita Abisag, cuya misión por tanto no era la lactancia, sino caldear la fría decrepitud del viejo (1 Reyes 1: 2 y sigs.) Cualquiera sabe cómo resolverían en el Renacimiento una situación semejante.

Inocencio, el de las brujas
La serie ‘Borgia’ aprovecha la última enfermedad del papa para hacerle decir que se siente embrujado, y recomendar a los cardenales presentes que acaben con semejante peste. Algo que el cura César Borgia ejecuta con sus propias manos, estrangulando a una de ellas. Pero aunque el guión lo pide aquí, el caso de las brujas no era nuevo.
 Uno de los borrones mas negros en la memoria de Inocencio VIII en particular fue haber desatado en Europa la gran cacería de brujas que se hace oficial con su bula Summis desiderantes (1484). Una cacería que se hizo sistemática y tuvo sus manuales teórico-prácticos de justificación y procedimiento, empezando por el Martillo de Brujas.
Como de esto ya me he ocupado, a lo escrito me remito. Sólo añadiré que el papa Inocencio no dio aquel paso por crueldad, sino cediendo a la superstición de su tiempo, y tal vez sin darse cuenta en toda su magnitud del desastre que desataba.  Una vez más, quiso complacer: esta vez, a una pareja de locos inquisidores dominicos, fray Erique Institoris (h. 1430-1505) y fray Jacobo Sprenger (h. 1435-1495), los autores del Martillo.
Ciertamente el peligro de la brujería era serio… a condición de no olvidar que también existen otros delitos no menos graves [11]:

«Fulminó terribles decretales contra las mujeres maléficas, adivinadores y hechiceros… y contra los que defraudaban a la Dataría

Con lo dicho, no sé si tenemos idea clara de quién fue realmente el papa Inocencio. Para los puritanos del sexo, un tipo normal, después de todo.
¿O no? Por supuesto que no. No estaríamos hablando de aquel siglo, si no hubo nadie que habló de nadie sin acusarle de pervertido sexual. Pero como esto se alarga, quede para otro día la vista de otro testigo harto maldiciente y menos conocido: el judío converso siciliano Guillermo Raimundo de Moncada [12]. Bien merece capítulo propio.
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[1] Stefano Infessura,  Diario dellaCittà di Roma. Ed. O. Tommasini. Roma, 1890. (Istituto Storico Italiano. Fonti per la Storia d’Italia. Scrittori-Secolo XV.  Johannes Burchardus Argentinensis, Diarium. Florentiae, 1834. (A. Gennari: Gli Scrittori e i Monumenti della Storia Italiana). C. Baronii, Od. Raynaldi, Jac. Laderchi, Annales Ecclesiastici.T. 30 (1481-1512). Bar-Le-Duc/Paris, 1877. Onofrio Panvinio, en Bartolomeo  Platina, Le vite de' Pontefici. Venezia, 1703.
[2] Sannazaro, Epigrammata, 35.

[3] Epigrama atribuido al Humanista Marulli.
[4] Panvinio, o. cit. 249.
[5] Ibíd., pp. 259-260.
[6] Ibíd., 249 v.
[7] Infessura, Diario, págs. 275-6. (bW) 
[8] Marsilii Ficini, De Vita libri tres. 1489 (In Agro Careggio).
[9] L. Pastor, Geschichte der Päpste, 3/1: 281, nota 5.
[10] Documentos inéditos para la Historia de España (DIHE), 35: 354.
[11] Panvinio, o. cit., fol 247 v.
[12] Perani, Mauro y Luciana Pepi, Guglielmo Raimondo Moncada, alias Flavio Mitridate: un ebreo converso siciliano. Officina de Studi Medievali, 2008.