La otra semana ironicé
sobre un experimento mental en torno a la observación de un cuadro de Di
Cosimo. Días después, conversando con un lector amigo matemático, hablamos del
tema, y él me pasó el librito de Martin Cohen, El escarabajo de Wittgenstein,
que estoy leyendo con tanto solaz como provecho.
Es una selección de
experimentos mentales clásicos, por orden alfabético, desde la A (‘Alicia y su
agujero sin fin’) hasta la Z (‘Zenón y su tortuga’, obviamente). De ese modo,
Wittgenstein con W es cuarto por la cola, aunque con razón encabeza el
conjunto, pues su enjundia gnoseológica lo convierte en cuestión previa, o
prolegómeno a toda física y metafísica futura. Y a toda gramática vasca futura, en seguida lo vemos.
El experimento de Wittgenstein es de lo más simple que cabe imaginar. Cada individuo posee una
cajita con un escarabajo dentro. Una cajita personal y secreta, de forma que
cada cual sólo puede ver dentro de la suya. Si se habla de escarabajos, cada
cuál está pensando en el suyo. ¿Hablan todos de lo mismo? Imposible de verificar. Porque incluso
el poseedor de una cajita vacía se hará su idea propia de ‘escarabajo’: nada.
La esencia del
experimento es esa pregunta turbadora que todos nos hemos hechos alguna vez de
niños: ¿hablamos unos y otros de lo mismo? Compartimos lenguaje, léxico; ¿compartimos
también experiencias, significados, ideas? ¿En qué medida? Tal vez mi verde es tu rojo, lo salado de Juan es lo amargo de Pedro, el óboe del uno suena como la flauta del otro.
Cohen apunta, con
razón, que en las cajitas podría haber cualquier cosa, no necesariamente un coleóptero,
ni siquiera insecto. Creo, sin embargo, que no explica el acierto de elegir ‘escarabajo’
precisamente: una de las categorías zoológicas más ricas y variadas de la
naturaleza. Al genético J. B. S. Haldane (m. 1964) un clérigo le preguntó –otro
experimento imaginario, porque la anécdota es apócrifa–:
–Dígame al menos, señor sabio: esa Naturaleza que tanto
estudia, ¿no le ha dicho nada sobre el Creador?
–Sí, reverendo: que a Él le chiflan los escarabajos.
En efecto, los escarabajos son todo un mundo
en el mundo, predilectos y mimados de la
evolución, presentes desde hace un cuarto de millón de años, con casi medio
millón de especies, la cuarta o quinta parte del total catalogado… Así, decir
que en esta cajita tengo un escarabajo es casi como decir tengo un ‘bicho’, y
da mucho más juego que tener, por ejemplo, una canica o un dado.
Pero no me he puesto
al teclado para hablar de escarabajos. Hoy toca saludar el nuevo parto, la
nueva criatura de Euskaltzaindia –la Real Academia de la Lengua Vasca–,
que nos lleva un paso más hacia la conversión total del vascuence o euskara
en un euskarabajo wittgensteiniano.
Se nos dijo que con
el lenguaje unificado, o batua, se acabó la Babel de los dialectos. Siempre
he creído que el sacrificio de las hablas ancestrales que se hizo en 1968 en favor
de un artificio de laboratorio fue un disparate garrafal, y en esa fe espero vivir y morir. Tampoco
entendí el celo y prisas por imponer ese engendro a los nuevos euscaldunas,
hasta que lo vi demasiado claro en sus aplicaciones prácticas, especialmente como
control de acceso al mundo laboral. Pero en fin, se trataba de un imperativo
social (eso se dijo, y es intocable), una norma igual para todos. Igual, en teoría;
de hecho, con harta ventaja para los guipuzcoanos. Peor aún, vascohablantes de
cuna en purísimo vizcaíno no han tenido nada que hacer, sino empollar batua
como putos maquetos. Luego en casa hablen lo que les dé la gana, pero para la
oposición, la norma es la norma.
Pues bien,
frotándome los ojos leo esta noticia (El Correo, 26-11):
El Duende de la Lengua Vasca. El séptimo volumen sobre la Gramática del Euskera, presentando en Euskaltzaindia, culmina una labor investigadora de treinta años.
«A las academias
de cualquier lengua se les pide como mínimo un par de cosas, un buen
diccionario y una gramática. En el caso de Euskaltzaindia, el 'hiztegi' [diccionario] ya está hecho y colgado en
Internet. En cuanto a la gramática, ayer se presentó el séptimo tomo, el final
de un trabajo de descripción de la lengua vasca –en sus palabras, en su uso y
en su sintaxis– en la que los académicos han invertido treinta años. Y avisan:
esto es sólo la primera etapa para captar su duende, el espíritu del idioma.»
¿Una broma? No se juega con las cosas de comer. Y el
euskera es, por encima de todo, cosa de comer y para comer. Lo demás (si es que
hay ‘demás’), por añadidura. Pero entonces, si la gramática vasca estaba sin
hacer, ¿de qué se ha venido examinando a tanto pobre diablo; con qué autoridad,
qué reglas iguales para todos, si esas reglas estaban –y en parte siguen– sin
escribir?… Si sólo hace 48 horas que se conoce el contenido de todo un volumen
de la gramática, ¿qué pasa con los miles de suspendidos por algo que tenga que ver con
este tomo que acaba de aparecer?
–Pero
esto es muy serio.
–¿Serio,
dice? ¡Qué va! ¿No ha leído? ¡Si el juego no ha hecho más que empezar,
caballero!
Me vuelvo –quiero decir, sigo leyendo la
noticia–, y he aquí quién habla:
«Andoni
Sagarna (San Sebastián, 1947), responsable de investigación de la Academia,
ironiza sobre este asunto:
–La
gramática se titula ‘Lehen
urratsak’ (Primeros pasos), y más de uno ya me ha dicho: “¿Primeros
pasos? ¡Pero si lleváis un montón de tomos!”… Todo el mundo pide el librito
que diga cómo hay que utilizar correctamente la lengua. Y antes o después habrá
que hacerlo, aunque para llegar a ese texto hace falta mucha investigación previa–,
añade Sagarna, ingeniero industrial y doctor en Letras.»
La página del periódico se me queda a cuadros. Todo un
académico responsable se permite «ironizar sobre el asunto», como cuando
el presidente Rodríguez Zapatero ironizaba quitando importancia a la crisis
económica o al paro. Porque, señores, olvidando por un momento el identitario
vasco y la construcción nacional, estamos hablando de lo mismo, de llegar a fin
de mes y de pane lucrando.
Ahora que caigo: estoy mirando de reojo mi cajita
de Wittgenstein, y también la de Sagarna. ¿Tendremos el mismo bichejo el
ingeniero y yo? Buscando respuesta sigo con la noticia. Y ahora es una voz
familiar, otro académico, pero amigo y antiguo superior mío, cuando fue rector
de la Universidad. También éste, naturalmente, trae su cajita:
«El
catedrático de Lingüística de la UPV-EHU Pello Salaburu (Arizkun, 1951),
coincide en que el resultado de los siete tomos es loable pero “superficial”:
–Quiero
decir que hemos hecho una descripción de la superficie de la lengua, sin
meternos en profundidades… Decir que toda la gramática vasca está en estos
siete tomos es como si alguien dice que ya lo ha investigado todo sobre el
cerebro–, señala.»
Bien; ya que hemos oído los solos de ambos académicos,
ahora toca escucharles a dúo:
«Ambos académicos insisten en que la gramática es
descriptiva, no prescriptiva; dice cómo se usa el euskera, no cómo debería
usarse, porque ese tipo de autoridad cada vez se lleva menos.
–Hay
mucha gente por ahí a la que le gusta ir de Torquemada y mandar a la hoguera a
quien utilice mal la lengua. Pero nosotros no podemos ser tan taxativos. Esos
tiempos ya han pasado. No tenemos ejemplos tan virtuosos como Dante o
Cervantes– sostiene Sagarna– … Hay escritores chapuceros y otros que se
preocupan de hacerlo bien… En fin, todos tenemos dudas. A todo escribano se
le escapa un borrón».
Aquí sin ningún rebozo abro mi cajita de Wittgenstein
y miro. No hay duda, allí dentro se mueve un euskarabajo. Mi euskarabajo
de siempre. Pero ¡ay! mío y también de Wittgenstein. Es decir, que me pica la curiosidad de saber si
es igual que los de don Pello y don Andoni. Y aquí Sagarna me deja ‘tetraperpléjico’ de remate cuando, rompiendo las reglas del experimento, va y me
muestra su caja abierta de par en par:
«Sarasola
[sic*] afirma que la misma manera de entender la lengua ha cambiado:
–Siempre
se ha hablado de las ‘declinaciones’ del euskera. Pues resulta que no hay declinaciones;
no al menos en el sentido del latín. Es lo mismo decir ‘a casa’ que ‘etxera’.
El español utiliza ‘preposiciones’ y el euskera ‘posposiciones’.»
¡Y para llegar a esto hemos tenido que prescindir de
Zapatero y sus escarabajos proteicos, de su escarabajienta España discutida y
discutible, de sus escarabajosas palabras multiuso pero a la vez de usar y
tirar…!
Esto es como
para recurrir a Derechos Humanos. Ni un paso más en la implantación de la
lengua propia. Ni un solo suspenso más en batua, hasta que Euskaltzaindia se
explique y nos explique, de una vez por todas, su verdad sobre el vascuence. Basta
ya de jueguecito, y a mostrarnos las cajas, a ver si todos nos referimos a un
solo y mismo euskarabajo.
Estrambote
Por cierto, ¿qué tal es un ‘escarabajo de Wittgenstein’
en vascuence?
Tengo la impresión de que en esta lengua el experimento
mental no funciona. Porque aunque hay varias maneras de decir ‘escarabajo’ –kakalardo,
kakaraldo, kakalerdo, kakallarro etc.–, todas le dan vueltas y más vueltas
a lo mismo: kaka. De la variedad casi infinita de escarabajos que
existen, al hombre vasco, como al egipcio, sólo uno le llamó la atención: el
divino escarabajo de las pelotas. Y así no hay nada que hacer.
–¿Qué
dices que tienes en la caja? ¿un kakalardo? ¡toma, como el mío!
Eso, en vascuence, es como llevar la cajita abierta, a
la vista de todos.
Y como se hace tarde, dejemos también abierta la
cuestión.
*] Un lapsus, se supone. Ibon Sarasola, también
académico de Euskaltzaindia, es benemérito autor de un diccionario vasco, Euskal
Hiztegia (Elkar, 2006), con referencia cronológica de las palabras.