martes, 10 de mayo de 2011

Osama




El asesinato del terrorista flemático Osama Bin Laden en su domicilio familiar por intrusos militares norteamericanos ha sido la nueva de una muerte anunciada hace una década por el entonces presidente Bush: «Vivo, o muerto». Esta orden puso en marcha una máquina inexorable y bien engrasada, dirigida por la CIA.
Operaciones de este tipo han sido especialidad de Israel, normalmente expeditivas y discretas. La más sonada, el secuestro del verdugo nazi Eichmann en Argentina (1960) para juzgarle y ahorcarle en Tel Aviv (1962). Entonces fue lógica la captura en vivo. En esta versión americana, el «vivo, o muerto» se entendió fácilmente como «muerto, a ser posible». O sea, muerto.
Así como el caso Eichmann hubo que entenderlo en clave judía, el caso Bin Laden es genuino americano. Todo lo dicho en estos días sobre ilegalidad del asalto en sí y reparos morales a la ejecución inmediata del objetivo junto con varios acompañantes –en vez de llevarle vivo ante una corte de justicia– conforma ya todo un dosier de opinión todo lo interesante que se quiera, pero sin mucho sentido práctico.
Más que la ley del Viejo Oeste, a mi ver, los americanos han aplicado por su cuenta otro viejo concepto jurídico: crimen exceptum. El ‘crimen exceptuado’, como el nombre indica, era aquel ‘súper crimen’ que por su enormidad y peligrosidad absoluta quedaba fuera del procedimiento penal ordinario, especialmente en cuanto a su detección y probanzas. La declaración de crimen exceptum fue la base del, por así llamarlo, procedimiento propio de la Inquisición, donde bastaba la denuncia sin pruebas y la confesión bajo tortura para condenar incluso a muerte al hereje, apóstata, satanista o brujo.
Fuera de eso, el caso Osama plantea un mar de dudas que no es posible abordar sin antes recoger y digerir información. Porque a pesar del impacto que causó en el mundo aquel ataque recordado sobre todo por el derrumbe de las Torres Gemelas –con 3.000 víctimas mortales entre polvo y humo–, uno se ve juguete de apriorismos y pistas erráticas en cuanto a elementos de juicio fundamentales. Empezando por la implicación real de Bin Laden en los hechos de autos, y siguiendo por la personalidad del personaje. Es verdad que se le atribuye una autoacusación tardía, desmintiendo él mismo negativas suyas anteriores. Pero no menos verdad es que cuando Bush pronunció contra él el veredicto fatal no tenía ninguna prueba fehaciente.

Fanatismo religioso y mística mesiánica
La religión, la mística, tiene su lado bueno en la esfera individual o social, si alimenta tendencias positivas y constructivas. Por desgracia, el ser humano tiende a proyectar en sus creencias también sus impulsos negativos. Así las ‘Religiones del Libro’ –judaísmo, cristianismo, islam– ofrecen consuelo y esperanza al individuo atribulado, pero así mismo alimentan la sed de justicia, tal vez hasta convertirla en venganza religiosa. Lo que se dijo de la Biblia vale para el Corán:

                 Hic liber est in quo quaerit sua dogmata quisque,
                      Invenit et pariter dogmata quisque sua.

                 (En este libro sagrado
                 cada cual busca su idea
                 y encuentra la que desea.)

Si el mismo Dios de bondad es al mismo tiempo vengativo y cruel, la religión es a la vez pacífica y guerrera, depende del talante de la divinidad, es decir de sus fieles. No nos engañemos sobre el pacifismo cristiano: la historia muestra sin tapujos su puesta en práctica, pues para algo la reforma cristiana ha mantenido también el Viejo Testamento con su ley del talión y sus soflamas guerreras.
Gran místico fue san Bernardo de Claraval (1090-1153). Místico dulzón, y a la vez predicador de cruzadas contra infieles y herejes; autor de la Regla para la orden militar de los Templarios, con un panfleto donde les fanatizaba diciéndoles que, para el monje soldado, «si bien está morir en cama, más mérito tiene la muerte en combate».
Pero no es momento de divagar sobre méritos relativos de cada religión respecto a la violencia. Mi primera incógnita es ahora Osama. ¿Quién es el terrorista Bin Laden? Digo ‘quién es’, «vivo y (sobre todo) muerto».
Pues bien, en ello estoy, y sólo adelanto una primera aproximación. Bin Laden es un exponente típico de la religiosidad violenta, que en su caso ha optado por la vía del terrorismo, creando un brazo armado de base religiosa: Al-Qa‘idah, que significa eso precisamente, la Base, el Asiento de un Islam revitalizado.
Porque ese es otro carácter del mesías fundador: es un muhî-d-dîn, un ‘revitalizador’ de la religión islámica, atontada y amortiguada por la sumisión complaciente y corrupta de las autoridades islámicas civiles y religiosas frente a la agresión de los ‘politeístas’, el cristianismo occidental armado y encarnado en Estados Unidos [1]. Osama no viene repartiendo pan y bienestar a los creyentes. Su misión es devolver al Islam la dignidad y la primacía que le corresponde entre las religiones del mundo y frente a la impiedad de Occidente.
Aunque, paradójicamente, algunos ‘osamólogos’ hablan de un tipo engreído y vanidoso, el Bin Laden real ha sido más bien esquivo y discreto. El que cuidara mucho sus intervenciones audiovisuales –por lo demás, raras–, así como sus textos y discursos, muestra un perfil reflexivo y calculador, no una cabeza infatuada.
Tampoco ha sido (por referirnos a su pretérito vital) un exaltado verbal ni gestual, su violencia ha sido fría. Tan contenido y dueño de sí, que la contra propaganda occidental ha tenido que retocar su imagen, a menudo demasiado digna y serena, recargando los estigmas de un hombre envejecido prematuramente, o caricaturizándole de forma burda.
Su andamiaje espiritual aparece revestido de otras dotes difíciles de captar y entender para mentes occidentales, pero diáfanas para cualquier musulmán; y no sólo sus incondicionales fanáticos, también sus críticos, contrarios al terrorismo por motivos religiosos. Bin Laden, al margen de sus maquinaciones como hombre de acción política y violenta, ha ejercido un magisterio ‘profético’, en la línea de otras figuras del Islam que hoy son iconos.
Sin ser pensador original, Bin Laden ha dejado una herencia escrita en que hace gala de ’adab, una formación cultural sólida en los géneros tradicionales islámicos. Géneros literarios usados por él con soltura y, eso sí, siempre a su intento. Hay quienes le consideran poco menos que un clásico.
Una colección de intervenciones de Bin Laden desde 1994 en traducción inglesa, bien anotada y con estudio introductorio se recoge en el libro titulado Messages to the World: The statements of Osama bin Laden, de Bruce Lawrence (ed.), Verso, 2005, 292 páginas.

El Enemigo Público Nº 1 de Occidente

Contra lo que muchos imaginan, Osama debutó en 1994 como disidente en una cuestión islámica más bien interna y con base y argumentación islámica. Fue, por así decirlo, un ‘protestante’ musulmán. En diciembre de aquel año lanza su primera proclama de largo alcance, en forma de carta abierta al Gran Muftí de Arabia Saudita jeque Abdul Aziz Bin Baz, recriminándole por cosas algo atrasadas en verdad, aunque de oportuna recordación.
Fue cuando la anexión de Kuwait por Iraq (1990). Entonces Bin Laden, que con apoyo americano había luchado en Afganistán con voluntariado árabe contra la presencia soviética, se ofreció a su rey Fahd de Arabia para dirigir contra Saddam Hussein un cuerpo de veteranos curtidos junto a los talibán. La familia real saudita declinó la oferta, prefiriendo la americana ‘Tormenta del Desierto’. Al efecto, presionan al Gran Muftí, que emite dos fatwas (dictámenes): una en agosto 1990, autorizando el uso de territorio nacional como base de tropas americanas; una segunda en enero 1991, autorizando la intervención de tropas islámicas en la operación. Todo esto –cesión de suelo sagrado al infiel y colaboración con él frente a otro musulmán– levantó ampollas entre musulmanes puritanos, que culparon a la casa real corrupta de ceder a Occidente en el territorio propio de los Dos Santuarios del Islam, como estaba cediendo en la Palestina del Tercer Santuario (Al-Aqsa).
Siguió en julio 1992 un Memorándum de advertencia, firmado por más de un centenar de clérigos wahabitas, acusando al gobierno de Fahd de corrupción, violación de derechos humanos y cesión de suelo sagrado. La respuesta del régimen fue inmediata. Entre los detenidos figuró Bin Laden, aunque sólo en arresto domiciliario, dejándole pronto exilarse a Sudán (1991). Allí el régimen saudita trata de asesinarle y finalmente le quita la nacionalidad (1994).
La respuesta de Bin Laden fue la citada epístola del mismo año al Gran Muftí: una reprimenda ‘escolástica’ impecable, con base en ejemplos del hadith (tradición) y la historia del Islam. Le reprocha la cobardía de sus dictados, como también su bendición a los Acuerdos de Oslo (1993), que en opinión del islamismo radical dejaba a Palestina a merced de Israel.
En 1996 el apátrida Osama vuelve a Afganistán, al complejo refugio subterráneo en las montañas de Tora Bora. Sus relaciones con el régimen de los talibán son de respeto no siempre cordial. Su principal relación personal fue con el célebre mullah Omar.
En 1998 Bin Laden globaliza su plan de guerra santa, como ‘Frente Islámico Mundial’, junto con el líder religioso egipcio Al-Zawahiri y otros paquistaníes. La primera operación fue el bombardeo sangriento de las embajadas americanas en Kenia y Tanzania. El ataque masivo americano contra el supuesto refugio de Osama (agosto 1998) fracaso en el objetivo principal: localizar al terrorista.
Tres años después, activistas de Al-Qa‘ida secuestran cuatro aviones y causan 3.000 muertos en el derribo suicida del WTC, más un impacto serio contra el mismísimo Pentágono. Bin Laden estuvo negando repetidamente su implicación hasta 2004, en que públicamente se confesó implicado, aunque para entonces pocos dudaban de ello [2].
Bush, como Clinton, responde militarmente, con igual fracaso. Su operación ‘Enduring Freedom’ (‘Libertad esforzada’ o sufrida, no ‘Libertad duradera’) fue el mayor bombardeo aéreo desde la II Guerra Mundial, pero Osama y Omar se fugaron. Hasta la muy especial ‘Operación Gerónimo’, autorizada por el presidente Barak Obama.
Gerónimo / Bin Laden. El indio Gerónimo, el legendario jefe apache, prestando su nombre al infame Heróstrato de las Torres Gemelas, qué finura, qué tacto. En fin, una operación rocambolesca que pudo resultar una chapuza, aunque al fin salió ‘bien’.

Una herencia peligrosa
No es el tema aquí la corrección ético-política de Gerónimo, tampoco los avatares de su publicación, o su credibilidad. Por más que en América los anti-Obama viscerales dicen de todo y hablan de montaje político publicitario, en lo esencial el Presidente actúa como líder del Pueblo Americano [3].
América ha hecho su deber, tal como América lo ve y lo entiende. Allá quienes piensen de otro modo. América ha vengado su honor, la humillación colosal de las Torres Gemelas. Desde entonces, la suerte estaba echada. Traduzco del citado libro de B. Lawrence este párrafo profético (Introducción, pág. xxiii):

«En cuanto al destino incierto del propio Bin Laden, a menos que fallezca de muerte natural en su escondrijo, parece inevitable que antes o después su cazador le capture. Si le cogen vivo, sin duda lo matarán en el sitio, como al Che Guevara hace 40 años. Sus captores deben saber que sería inútil torturarle para obtener información, pues ya tienen a sus lugartenientes; y por otra parte, someterle a juicio sería a riesgo de grandes complicaciones para los encargados de juzgarle. Él mismo no se turba ante lo predecible de su fin:

Ojalá sea yo un mártir,
viviendo en un puerto de montaña
entre una banda de caballeros,
que unidos en devoción a Dios
bajan a enfrentarse a ejércitos.

Con este poema cerraba su ‘Sermón de la Fiesta del Sacrificio’. El mismo poema que podría ser su epitafio.»

Cosa esta última que los americanos han procurado evitar arrojando el cadáver al océano. We the People. Punto.
¿Y qué hay de We the World? (The West World, of course). Esto es como si habláramos de otro tema. Muy importante, sí señor, pero otro tema.
Bin Laden ha dejado magisterio y ejemplo para musulmanes de tendencias muy diversas. Nada bueno para nosotros. Denigrar al play boy juvenil, al millonario hipócrita, al  putañero amigo del alcohol, las drogas, la buena vida, es ya inútil [4]. O como prefiere Faisal Devji, ridiculizar a Osama ‘El Ventrílocuo’ y su ‘seudo literatura’, no va a borrar del cielo nocturno su pesadilla. Eso sí, no le falta razón al decir que Bin Laden es una estrella mediática hechura de Occidente. Ojalá no sea una enana blanca que cualquier día nos estalle. Muy pronto veremos cómo gestiona el Islam el nuevo icono que Obama le ha regalado. 
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[1] Muhî-d-Dîn es el epíteto del místico sufí Aben Arabí de Murcia (1165-1240), muerto en Damasco y venerado como santo, aunque la ortodoxia islámica prohíbe el culto santoral.
[2] Todavía lo negaba en un discurso (26 min. y medio en vídeo), emitido el 8 de septiembre 2007, donde destaco en negrita lo que podría ser restricción mental:

«Ya he dicho que no estoy implicado en los ataques del 11 de Septiembre en Estados Unidos. Como musulmán, hago lo que puedo por evitar la mentira. Yo no supe nada de esos ataques, ni considero acto digno matar a inocentes mujeres, niños y otros seres humanos. El Islam lo prohibe tajantemente. Semejante práctica está prohibida incluso en combate.»

Aunque dirigido a la ciudadanía de Estados Unidos, el estílo es árabe puro, difícilmente apreciable para el occidental medio.
[3] Un abanico de comentarios, en su mayoría escépticos, en ABC News.
[4] Sólo como curiosidad anoto, sobre el apellido: Bin Laden podría significar ‘Hijo del Láudano’ (ladan, ladin, láudano). ¿Alusión poética a las propiedades sedantes de ese narcótico, útil en algún remoto parto difícil? Porque sólo en broma se me ocurre otra idea: ‘Hijo de Ladino’, estirpe sefardita. ¿No se ‘demostró’ que el mismísimo Hitler era judío? En todo caso, Osama ha negado tajantemente abrigar sentimientos antisemitas, o mejor antijudíos (del mismo discurso de 08/09/2007):

«La moral y la cultura del holocausto es vuestra cultura, no la nuestra. De hecho, quemar seres vivos está prohibido en nuestra religión, aunque fueran pequeños como la hormiga. ¡Cuánto más el hombre! El holocausto judío fue llevado a cabo por los vuestros en Europa central. De haber sucedido más cerca de nuestros países, la mayoría de judíos  se habrían salvado refugiándose a nuestro lado… »

Del dicho al hecho... Volviendo al láudano: misticismo, ciencia infusa y estupefacientes se juntan en el término laduni, persona tocada de misticismo.

4 comentarios:

  1. Muchas gracias por el post. Lo mejor y más claro que he leído sobre la persona y el personaje.
    Un único defecto: se me ha hecho demasiado breve.
    Si algún día se disipa la confusión, los datos contradictorios y absurdos, y llegamos a tener noticia cierta sobre todo esto, el suyo será un magnífico prólogo, premonitorio, del libro que está por escribirse.
    Ésa sería una gran tarea, para quien tenga capacidad: contraponer en columnas parejas lo que se sabe de cierto del difunto, con toda la contrapropaganda que del mismo se ha ido haciendo (continuamente modificada y re-moldeada)... la exposición del proceso de creación del personaje (cuyo autor, como debe ser, se ha encargado de ponerle fin), contrastada con los datos crudos y probadamente ciertos, promete ser apasionante.

    AntonioR.

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  2. Muy interesante su entrada. Cuando escucho a los occidentales reprochando que no se le haya capturado para juzgarle, al margen de la consideración de lo complicado que podría resultar todo el proceso, me planteo una realidad: ¿Osama habría capturado y juzgado a quienes consideraba enemigos o hubiera aplicado las leyes tradicionales de la guerra?

    Creo que, salvando las distancias, se ha actuado con el mismo código en ambos campos. Osama sabía que era un objetivo tras el ataque de las Torres Gemelas y creo que le hubiera resultado despreciable que sus enemigos delegaran en los jueces la respuesta a su ataque, con independencia de que prefiriera morir en un acto de guerra, con la recompensa subsiguiente, a una ejecución judicial. Igual es una tontería; pero creo con toda firmeza que es así.

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  3. Me uno a los agradecimientos al post. Me uno también a la visión del problema solucionado, "a la americana". A lo que no me uno es a lo de "allá quienes piensen de otro modo". Aunque los americanos (USA) lideren el invento, y aunque uno nunca haya sido "antiamericano", creo que se trata de un barco donde estamos todos.

    Me viene al pelo la contertulia Carmen Quirós:

    Creo que, salvando las distancias, se ha actuado con el mismo código en ambos campos.

    Yo también lo creo, y eso es lo que critico. Porque se suponía que lo que separaba ambos campos era, precisamente, el código.

    Filosofía al margen, también tengo muchos problemas de índole práctica. El caso se puede descomponer en sus aspectos principales:

    - Justicia
    - Venganza
    - Estrategia

    1) Justicia:
    No creo que realmente haya discusión respecto a que la ejecución sumaria de un prisionero de guerra desarmado, cuando se le puede detener, no es un "acto de justicia".

    2) Venganza:
    Comprendo que a los americanos les gustan los deportes rápidos, violentos, y nada sutiles. Pero no creo que todos tengamos la obligación de compartir ese gusto. Y hay que ser bastante rudimentario para pensar que una muerte rápida, sin apenas enterarse, es el peor castigo que se le puede infringir a un enemigo.

    Conozco unos cuantos chinos que podrían hacer muy buenas disertaciones con ese tema. Pero sin meternos en virguerías, me parece mucha mejor venganza una celda de aislmiento, con cucarachas, en una prisión de seguridad dirigida por un sádico con paciencia. Y el mejor equipo médico del mundo, para asegurar una vida lo más larga posible.

    3) Estrategia.
    Esta solución que ha salido "bien", ha proporcionado un icono eterno. El "Che" del Islam. El noble combatiente que ha muerto en la guerra justa que él mismo inició. Un ejemplo. Sin embargo, el asesino confeso de inocentes encarcelado de por vida, nunca sería ni ejemplo, ni icono, ni nada. Al contrario, sería vergüenza.

    Hay un detalle, no mencionado, que sí es un éxito incuestionable de la operación. Sorprendente olvido, puesto que todos sabemos que las encuestas son el estimulante primordial para esos drogadictos que denominamos políticos.

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  4. Gracias a ustedes por sus atinados comentarios.
    No sé si doy impresión de aplomo. Sería que me expreso mal, porque todavía sigo compulsando información sobre el caso, y lo veo tan turbio como al principio. Juega la política, por tanto no esperemos juego limpio.

    “América ha hecho su deber, tal como América lo ve y lo entiende. Allá quienes piensen de otro modo. América ha vengado su honor, la humillación colosal de las Torres Gemelas. Desde entonces, la suerte estaba echada.”

    Este párrafo mío podría ir entre comillas, como expresión del punto de vista no mío, sino del ‘americano medio’. (O de cierto ‘americano medio’ convencional: el que desde el principio capta y acepta el desafío de las Torres, a la americana.)
    No ha sido mi intención hacerlo propio, sino enunciarlo con objetividad.

    Justicia/Venganza: Hay muchísimos casos en que es relativamente fácil distinguir y acotar ambos aspectos. Pero en uno como éste, no acabo de ver claro cuál y cómo podría ser exactamente la réplica justiciera a un delito así. Aun suponiendo que efectivamente Bin Laden haya sido el cerebro del acto terrorista. ¿Qué justicia retributiva se le puede aplicar?

    Lo de venganza, en cambio, me resulta más asequible. En la línea de Plazaeme, capturar vivo al culpable y causarle el máximo sufrimiento posible. Digamos, un remoto simulacro del infierno a escala humana.

    En este sentido, yo diría que lo que ha hecho la CIA se parece más a una justicia sumaria que a una venganza equitativa, ‘infernal’.

    En cuanto al valor estratégico de la operación, habrá que ver. Como bien se ha recordado aquí, nos afecta a todos. Y en particular como españoles, uno de los objetivos de Al Qa‘ida es su reconquista de Al-Ándalus, desde Tarifa, no sé si hasta Despeñaperros, hasta el Duero, o hasta Poitiers.

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